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Leopoldo Lugones
En el parque confuso Que con lánguidas brisas el cielo sahúma, El ciprés, como un huso, Devana un ovillo de de bruma. El telar de la luna tiende en plata su urdimbre; Abandona la rada un lúgubre corsario, Y después suena un timbre En el vecindario. Sobre el horizonte malva De una mar argentina, En curva de frente calva La luna se inclina, O bien un vago nácar disemina Como la valva De una madreperla a flor del agua marina. Un brillo de lóbrego frasco Adquiere cada ola, Y la noche cual enorme peñasco Va quedándose inmensamente sola. Forma el tic-tac de un reloj accesorio, La tela de la vida, cual siniestro pespunte. Flota en la noche de blancor mortuorio Una benzoica insispidez de sanatorio, Y cada transeúnte Parece una silueta del Purgatorio. Con emoción prosaica, Suena lejos, en canto de lúgubre alarde, Una voz de hombre desgraciado, en que arde El calor negro del rom de Jamaica. Y reina en el espíritu con subconsciencie arcaica, El miedo de lo demasiado tarde. Tras del horizonte abstracto, Húndese al fin la luna con lúgubre abandono, Y las tinieblas palpan como el tacto De un helado y sombrío mono. Sobre las lunares huellas, A un azar de eternidad y desdicha, Orión juega su ficha En problemático dominó de estrellas. El frescor nocturno Triunfa de tu amoroso empeño, Y domina tu frente con peso taciturno El negro racimo del sueño. En el fugaz desvarío Con que te embargan soñadas visiones, Vacilan las constelaciones; Y en tu sueño formado de aroma y de estío, Flota un antiguo cansancio De Bizancio... Languideciendo en la íntima baranda, Sin ilusión alguna Contestas a mi trémula demanda. Al mismo tiempo que la luna, Una gran perla se apaga en tu meñique; Disipa la brisa retardados sonrojos; Y el cielo como una barca que se va a pique, Definitivamente naufraga en tus ojos.
La muerte de la luna
Marilina Rébora
Porque si tú no velas, vendré como ladrón; he de llegar a ti sin que sepas la hora. Estate alerta, pues; vigila cada acción, y lo que has recibido y escuchado, memora. Aunque nombre de vivo posees, estás muerto; perfectas, ante Dios, no he encontrado tus obras. Consolídalas pronto o han de morir por cierto, si es que no te arrepientes y de otro modo obras. Yo soy El de las siete estrellas a su diestra; El que en los siete Espíritus de Dios, único, arde. Vestirá el que venciere de blancas vestiduras. Del libro de la vida, su nombre —santa muestra— jamás he de borrar, lo diré en las alturas. Vendré como ladrón: igual, temprano o tarde. Vendré como ladrón, de improviso o a oscuras.
Porque si tú no velas
Antonio Colinas
Pequeña de mis sueños, por tu piel las palomas, la pálida presencia de la luna en el bosque o la nieve recién caída de los astros. por esa piel sin mácula, por su tersura suave, tronché columnas firmes, derrumbé la techumbre de la más alta noche: la de mis sueños puros. Pan del amanecer tu blanco cuello, frente, osamenta querida, veta, venero noble… Aquí tengo los brazos abiertos como un río, las venas descansadas, todo el amor del mundo dispuesto a consumir en un beso glorioso. Pequeña mía, amada, no olvides que por ti, una noche de julio, olvidé la aventura de salir a buscar la belleza cautiva.
Poema de la belleza cautiva que perdí
José María Hinojosa
Los dedos de la nieve repiquetearon en el tamboril del espacio. Parábolas de nubes forman un halo de cristal, sobre el monte nevado. Una línea y un plano. Quiero poner mi vista sólo en el espacio, que es sencillo y a la vez complicado.
Sencillez
Rubén Izaguirre Fiallos
Naciste en Armenia, pero te fuiste a vivir al mundo. Tres nombres: José Vasconcelos, Enrique Gómez Carrillo y Antoine de Saint-Exupéry. Tres camas, seis piernas. Para mí, eres la mujer más bella del mundo, la insigne guanaquita que pude amar el resto de la vida. Ah, Consuelo Suncín, Condesa de Sonsonate, te comiste el mundo, para enseñarnos su esqueleto.
Breve carta a consuelo suncín
Leopoldo María Panero
Oscuridad nieve buitres desespero oscuridad nueve buitres nieve buitres castillos (murciélagos) os curidad nueve buitres deses pero nieve lobos casas abandonadas ratas desespero o scuridad nueve buitres des "buitres", "caballos", "el monstruo es verde", "desespero" bien planeada oscuridad Decapitaciones.
Pasadizo secreto
Gabriela Mistral
Siento mi corazón en la dulzura fundirse como ceras: son un óleo tardo y no un vino mis venas, y siento que mi vida se va huyendo callada y dulce como la gacela.
Atardecer
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Trajo el amor su cola de dolores, su largo rayo estático de espinas y cerramos los ojos porque nada, porque ninguna herida nos separe. No es culpa de tus ojos este llanto: tus manos no clavaron esta espada: no buscaron tus pies este camino: llegó a tu corazón la miel sombría. Cuando el amor como una inmensa ola nos estrelló contra la piedra dura, nos amasó con una sola harina, cayó el dolor sobre otro dulce rostro y así en la luz de la estación abierta se consagró la primavera herida.
Cien sonetos de amor
William Shakespeare
¿Y por qué no es tu guerra más pujante contra el Tirano tiempo sanguinario; y contra el decaer no te aseguras mejores medios que mi rima estéril? En el cenit estás de horas risueñas. Los incultos jardines virginales darían para ti vivientes flores, a ti más semejantes que tu efigie. Tendrías vida nueva en vivos trazos, pues ni mi pluma inhábil ni el pincel harán que tu nobleza y tu hermosura ante los ojos de los hombres vivan. Si a ti mismo te entregas, quedarás por tu dulce destreza retratado.
Y por qué no es tu guerra más pujante...
Gabriela Mistral
El espino prende a una roca su enloquecida contorsión, y es el espíritu del yermo, retorcido de angustia y sol. La encina es bella como Júpiter, y es un Narciso el mirto en flor. A él lo hicieron como a Vulcano, el horrible dios forjador. A él lo hicieron sin el encaje del claro álamo temblador, porque el alma del caminante ni le conozca la aflicción. De las greñas le nacen flores. (Así el verso le nació a Job.) Y como el salmo del leproso, es de agudo su intenso dolor. Pero aunque llene el aire ardiente de las siestas su exhalación, no ha sentido en su greña oscura temblarle un nido turbador... Me ha contado que me conoce, que en una noche de dolor en su espeso millón de espinas magullaron mi corazón. Le he abrazado como a una hermana, cual si Agar abrazara a Job, en un nudo que no es ternura, porque es más ¡desesperación!
El espino
Luis de Góngora
Salí, señor don Pedro, esta mañana A ver un toro que en un Nacimiento Con mi mula estuviera más contento Que alborotando a Córdoba la llana. Romper la tierra he visto en su abesana Mis prójimos con paso menos lento, Que él se entró en la ciudad tan sin aliento, Y aún más, que me dejó en la barbacana. No desherréis vuestro Zagal, que un clavo No ha de valer la causa, si no miente Quien de la cuerda apela para el rabo. Perdonadme el hablar tan cortésmente De quien, ya que no alcalde por lo Bravo, Podrá ser, por lo Manso, presidente.
A don pedro de cárdenas
Rafael Alberti
Decidme de una vez si no fue alegre todo aquello 5 x 5 entonces no eran todavía 25 ni el alba había pensado en la negra existencia de los malos cuchillos. Yo te juro a la luna no ser cocinero, tú me juras a la luna no ser cocinera, él nos jura a la luna no ser siquiera humo de tan tristísima cocina. ¿Quién ha muerto? La oca está arrepentida de ser pato, el gorrión de ser profesor de lengua china, el gallo de ser hombre, yo de tener talento y admirar lo desgraciada que suele ser en el invierno la suela de un zapato. A una reina se le ha perdido su corona, a un presidente de república su sombrero, a mí... Creo que a mí no se me ha perdido nada, que a mí nunca se me ha perdido nada, que a mí... ¿Qué quiere decir buenos días?
En el día de su muerte a mano armada
Juan Ramón Jiménez
Arriba canta el pájaro y abajo canta el agua. (Arriba y abajo, se me abre el alma). ¡Entre dos melodías, la columna de plata! Hoja, pájaro, estrella; baja flor, raíz, agua. ¡Entre dos conmociones, la columna de plata! (¡Y tú, tronco ideal, entre mi alma y mi alma!) Mece a la estrella el trino, la onda a la flor baja. (Abajo y arriba, me tiembla el alma).
Álamo blanco
Delfina Acosta
Sobre tus hombros inclinar mi rostro. Un lirio aún vivo que encontré, contarte. Soy la culpable de tus versos lúgubres donde una llama ciega y negra arde. “El pino en las neblinas” es un verso, y todo cuanto muere o cuanto nace, la ropa de la flor, la carne blanca de las orquídeas que al amor se abren. Mirarte amado y verme en tu mirada, besar tu anillo gris, pero abrazarte como si el tiempo fuera a despedirse. ¿Qué es esto de perderse y encontrarse? Por un camino de furiosas hojas llegaron los fantasmas de la tarde. Tú, mi alma sola, y yo, también, tu alma, si rondan ya los últimos amantes.
El pino en las penumbras
Alfonsina Storni
A pesar de mí misma te amo; eres tan vano como hermoso, y me dice, vigilante, el orgullo: «¿Para esto elegías? Gusto bajo es el tuyo; no te vendas a nada, ni a un perfil de romano» Y me dicta el deseo, tenebroso y pagano, de abrirte un ancho tajo por donde tu murmullo vital fuera colado... Sólo muerto mi arrullo más dulce te envolviera, buscando boca y mano. ?¿Salomé rediviva? ?Son más pobres mis gestos. Ya para cosas trágicas malos tiempos son éstos. Yo soy la que incompleta vive siempre su vida. Pues no pierde su línea por una fiesta griega y al acaso indeciso, ondulante, se pliega con los ojos lejanos y el alma distraída.
Indolencia
Manuel del Cabral
Ahora estás aquí. ¿Pero puedes estar? Tú dices que te llamas... Pero no, no te llamas... Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte, a confirmar que no existes, y es probable que desde entonces no te nombre, porque cualquier detalle, una línea, una curva, es material de fuga; porque cada palabra es un poco de forma, un poco de tu muerte. Tu puro ser se muere de presente. Se muere hacia el contorno. Se muere hacia la vida.
Huésped súbito
Antonio Fernández Lera
Todo es cuestión de un segundo. Me asomo al abismo del sueño. Respiro sin trabas el aire del invierno. Me imagino el estruendo del alfiler contra un imán y su viaje sin goce ni dolor. Pienso en la piedra que cae desde lo alto de una montaña y es ilocalizable para siempre. Pienso en la manzana que cae del árbol, y en los pequeños bichos que mastican la fruta caída llevados por la ley del hambre. Mi abismo es un espejo. Siento un rumor de hojas alrededor de mi camastro. Veo en el cristal, junto a mi rostro, un almacén de miradas perdidas. Me pregunto si acaso soy yo el archivero.
Magnetismo
Mario Benedetti
En las manos te traigo viejas señales son mis manos de ahora no las de antes doy lo que puedo y no tengo vergüenza del sentimiento si los sueños y ensueños son como ritos el primero que vuelve siempre es el mismo salvando muros se elevan en la tarde tus pies desnudos el azar nos ofrece su doble vía vos con tus soledades yo con las mías y eso tampoco si habito en tu memoria no estaré solo tus miradas insomnes no dan abasto dónde quedó tu luna la de ojos claros mírame pronto antes que en un descuido me vuelva otro no importa que el paisaje cambie o se rompa me alcanza con tus valles y con tu boca no me deslumbres me basta con el cielo de la costumbre en mis manos te traigo viejas señales son mis manos de ahora no las de antes doy lo que puedo y no tengo vergüenza del sentimiento.
Señales
Antonio Machado
Este noble poeta, que ha escuchado los ecos de la tarde y los violines del otoño en Verlaine, y que ha cortado las rosas de Ronsard en los jardines de Francia, hoy, peregrino de un Ultramar de Sol, nos trae el oro de su verbo divino. ¡Salterios del loor vibran en coro! La nave bien guarnida, con fuerte casco y acerada prora, de viento y luz la blanca vela henchida surca, pronta a arribar, la mar sonora. Y yo le grito: ¡Salve! a la bandera flamígera que tiene esta hermosa galera, que de una nueva España a España viene.
Al maestro rubén darío
Jorge Luis Borges
Nada o muy poco sé de mis mayores portugueses, los Borges: vaga gente que prosigue en mi carne, oscuramente, sus hábitos, rigores y temores. Tenues como si nunca hubieran sido y ajenos a los trámites del arte, indescifrablemente forman parte del tiempo, de la tierra y del olvido. Mejor así. Cumplida la faena, son Portugal, son la famosa gente que forzó las murallas del Oriente y se dio al mar y al otro mar de arena. Son el rey que en el místico desierto se perdió y el que jura que no ha muerto.
Los borges
Pablo Neruda
EN el mar tormentoso de Chile vive el rosado congrio, gigante anguila de nevada carne. Y en las ollas chilenas, en la costa, nació el caldillo grávido y suculento, provechoso. Lleven a la cocina el congrio desollado, su piel manchada cede como un guante y al descubierto queda entonces el racimo del mar, el congrio tierno reluce ya desnudo, preparado para nuestro apetito. Ahora recoges ajos, acaricia primero ese marfil precioso, huele su fragancia iracunda, entonces deja el ajo picado caer con la cebolla y el tomate hasta que la cebolla tenga color de oro. Mientras tanto se cuecen con el vapor los regios camarones marinos y cuando ya llegaron a su punto, cuando cuajó el sabor en una salsa formada por el jugo del océano y por el agua clara que desprendió la luz de la cebolla, entonces que entre el congrio y se sumerja en gloria, que en la olla se aceite, se contraiga y se impregne. Ya sólo es necesario dejar en el manjar caer la crema como una rosa espesa, y al fuego lentamente entregar el tesoro hasta que en el caldillo se calienten las esencias de Chile, y a la mesa lleguen recién casados los sabores del mar y de la tierra para que en ese plato tú conozcas el cielo.
Oda al caldillo de congrio
Federico García Lorca
Con una cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos. Con una cuchara. Fuego de siempre dormía en los pedernales, y los escarabajos borrachos de anís olvidaban el musgo de las aldeas. Aquel viejo cubierto de setas iba al sitio donde lloraban los negros mientras crujía la cuchara del rey y llegaban los tanques de agua podrida. Las rosas huían por los filos de las últimas curvas del aire, y en los montones de azafrán los niños machacaban pequeñas ardillas con un rubor de frenesí manchado. Es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro para que el perfume de pulmón nos golpee las sienes con su vestido de caliente piña. Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente a todos los amigos de la manzana y de la arena, y es necesario dar con los puños cerrados a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas, para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre, para que los cocodrilos duerman en largas filas bajo el amianto de la luna, y para que nadie dude de la infinita belleza de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas. ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos, a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro, a tu violencia granate sordomuda en la penumbra, a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje. Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de marfil. Las muchachas americanas llevaban niños y monedas en el vientre y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo. Ellos son. Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes y tragan pedacitos de corazón por las heladas montañas del oso. Aquella noche el rey de Harlem con una durísima cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos. Con una cuchara. Los negros lloraban confundidos entre paraguas y soles de oro, los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco, y el viento empañaba espejos y quebraba las venas de los bailarines. Negros, Negros, Negros, Negros. La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba. No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles, viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes, bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer. Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo, cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas rueden por las playas con los objetos abandonados. Sangre que mira lenta con el rabo del ojo, hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos. Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana. Es la sangre que viene, que vendrá por los tejados y azoteas, por todas partes, para quemar la clorofila de las mujeres rubias, para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo. Hay que huir, huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos, porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química. * Es por el silencio sapientísimo cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua las heridas de los millonarios buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre. Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango, escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros; un viento sur que lleva colmillos, girasoles, alfabetos y una pila de Volta con avispas ahogadas. El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo, el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra. Médulas y corolas componían sobre las nubes un desierto de tallos sin una sola rosa. * A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte, se levanta el muro impasible para el topo, la aguja del agua. No busquéis, negros, su grieta para hallar la máscara infinita. Buscad el gran sol del centro hechos una piña zumbadora. El sol que se desliza por los bosques seguro de no encontrar una ninfa, el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño, el tatuado sol que baja por el río y muge seguido de caimanes. Negros, Negros, Negros, Negros. Jamás sierpe, ni cebra, ni mula palidecieron al morir. El leñador no sabe cuándo expiran los clamorosos árboles que corta. Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas. Entonces, negros, entonces, entonces, podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas, poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo. ¡Ay, Harlem, disfrazada! ¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza! Me llega tu rumor, me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores, a través de láminas grises donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes, a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos, a través de tu gran rey desesperado cuyas barbas llegan al mar.
El rey de harlem
Rubén Darío
¿Recuerdas que querías ser una Margarita Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está, cuando cenamos juntos, en la primera cita, en una noche alegre que nunca volverá. Tus labios escarlatas de púrpura maldita sorbían el champaña del fino baccarat; tus dedos deshojaban la blanca margarita, «Sí... no... sí... no...» ¡y sabías que te adoraba ya! Después, ¡oh flor de Histeria! llorabas y reías; tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo; tus risas, tus fragancias, tus quejas, eran mías. Y en una tarde triste de los más dulces días, la Muerte, la celosa, por ver si me querías, ¡como a una margarita de amor, te deshojó!
Margarita
Ramón López Velarde
A Carlos González Peña Los circos trashumantes, de lamido perrillo enciclopédico y desacreditados elefantes, me enseñaron la cómica friolera y las magnas tragedias hilarantes. El aeronauta previo, colgado de los dedos de los pies, era un bravo cosmógrafo al revés que, si subía hasta asomarse al Polo Norte, o al Polo Sur, también tenía cuestiones personales con Eolo. Irrumpía el payaso como una estridencia ambigua, y era a un tiempo manicomio, niñez, golpe contuso, pesadilla y licencia. Amábanlo los niños porque salía de una bodega mágica de azúcares. Su faz sólo era trágica por dos lágrimas sendas de carmín. Su polvorosa apariencia toleraba tenerlo por muy limpio o por muy sucio, y un cónico bonete era la gloria inestable y procaz de su occipucio. El payaso tocaba a la amazona y la hallaba de almendra, a juzgar por la mímica fehaciente de toda su persona cuando llevaba el dedo temerario hasta la lengua cínica y glotona. Un día en que el payaso dio a probar su rastro de amazona al ejemplar señor Gobernador de aquel Estado, comprendí lo que es Poder Ejecutivo aturrullado. ¡Oh remoto payaso: en el umbral de mi infancia derecha y de mis virtudes recién nacidas yo no puedo tener una sospecha de amazonas y almendras prohibidas! Estas almendras raudas hechas de terciopelos y de trinos que no nos dejan ni tocar sus caudas... Los adioses baldíos a las augustas Evas redivivas que niegan la migaja, pero inculcan en nuestra sangre briosa una patética mendicidad de almendras fugitivas... Había una menuda cuadrumana de enagüilla de céfiro que, cabalgando por el redondel con azoros de humana, vencía los obstáculos de inquina y los aviesos aros de papel. Y cuando a la erudita cavilación de Darwin se le montaba la enagüilla obscena, la avisada monita se quedaba serena. como ante un espejismo, despreocupada lastimosamente de su desmantelado transformismo. La niña Bell cantaba: «Soy la paloma errante»; y de botellas y de cascabeles surtía un abundante surtidor de sonidos acuáticos, para la sed acuática de papás aburridos, nodriza inverecunda y prole gemebunda. ¡Oh memoria del circo! Tú te vas adelgazando en el frecuente síncope del latón sin compás; en la apesadumbrada somnolencia del gas; en el talento necio del domador aquel que molestaba a los leones hartos, y en el viudo oscilar del trapecio...
Memorias del circo
Nicolás Guillén
La palma que está en el patio nació sola; creció sin que yo la viera, creció sola; bajo la luna y el sol, vive sola. Con su largo cuerpo fijo, palma sola; sola en el patio sellado, siempre sola, guardián del atardecer, sueña sola. La palma sola soñando, palma sola, que va libre por el viento, libre y sola, suelta de raíz y tierra, suelta y sola, cazadora de las nubes, palma sola, palma sola, palma.
Palma sola
Carmen Conde Abellán
Es igual que reír dentro de una campana: sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles. Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo y yo te transparento: soy tú para la vida. No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos. No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya esta mortal ausencia que se duerme en mi boca, cuando clama la voz en desiertos de llanto. Brotan tiernos laureles en las frentes ajenas, y el amor se consuela prodigando su alma. Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos, y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo. Solamente tú y yo (una mujer al fondo de ese cristal sin brillo que es campana caliente), vamos considerando que la vida..., la vida puede ser el amor, cuando el amor embriaga; es sin duda sufrir, cuando se está dichosa; es, segura, la luz, porque tenemos ojos. Pero ¿reír, cantar, estremecernos libres de desear y ser mucho más que la vida...? No. Ya lo sé. Todo es algo que supe y por ello, por ti, permanezco en el Mundo.
Amante
Blas de Otero
¿Es verdad que te gusta verte hundida en el mar de la música; dejarte llevar por esas alas, abismarte en esa luz tan honda y escondida? Si no es así, no ames más; dame tu vida, que ella es la esencia y el clamor del arte; herida estás de Dios de parte a parte, y yo quiero escuchar solo esa herida. Mares, alas, intensas luces libres, sonarán en mi alma cuando vibres, ciega de amor, tañida entre mis brazos. Y yo sabré la música ardorosa de unas alas de Dios, de una luz rosa, de un mar total con olas como abrazos.
Música tuya
José María Hinojosa
A Federico G. Lorca Ladera cubierta de hierba. Arroyo sin fondo. Un lentisco extiende sus ramas en círculo. El mirlo se deja caer con un vuelo rítmico y clava su flecha negra en un plano verde, liso. Retamas de filamentos grises erguidos. Piedras con moho amarillo. Una cabra y sus dos cabritillos transponen el viso. El silencio gira buscando un ruido.
Cañada
Luis Benítez
The nightmare, mare of the night... La pesadilla, yegua de la noche... Robert Graves Carne que carne fue Y amada fue Y hoy es literatura. Muerte que pudo ser Y no llegó, al menos hasta ahora Que su dibujo hago Sobre este papel, efímero. Esplendor que no me estaba destinado. Hombres que no fui y no seré ya nunca, Horas que sin venir me habían antes abandonado. De día y de noche veo el alto caballo, Negro de tanto contener estas cosas, Que me observa y lo hace sin cuidarse De papeles y de manos. La franca pesadilla, su yegua pasta en mí Y tú me entiendes, Robert Graves, Bajo el suelo que guarda tu apellido.
La yegua de la noche
Luis de Góngora
Frescos airecillos, Que a la Primavera Le tejéis guirnaldas Y esparcís violetas, Ya que os han tenido Del Tajo en la vega Amorosos hurtos Y agradables penas, Cuando del estío En la ardiente fuerza Álamos os daban Frondosas defensas; Álamos crecidos De hojas inciertas, Medias de esmeraldas, Y de plata medias; De donde a las ninfas Y a las zagalejas Del sagrado Tajo Y de sus riberas Mil veces llamastes Y vinieron ellas A ocupar del río Las verdes cenefas; Y vosotros luego Calándoos apriesa Con lascivos soplos Y alas lisonjeras, Sueño les trajistes Y descuido a vueltas, Que en pago os valieron Mil vistas secretas, Sin tener del velo Envidia ni queja, Ni andar con la falda Luchando por fuerza; Ahora, pues, aires, Antes que las sierras Coronen sus cumbres De confusas nieblas, Y que el Aquilón Con dura inclemencia Desnude las plantas, Y vista la tierra De las secas hojas, Que ya fueron tregua Entre el Sol ardiente Y la verde yerba; Y antes que las nieves Y el hielo conviertan En cristal las rocas, En vidrio las selvas, Batid vuestras alas, Y dad ya la vuelta Al templado seno Que alegre os espera. Veréis de camino Una Ninfa bella, Que pisa orgullosa Del Betis la arena, Montaraz, gallarda, Temida en la sierra Más por su mirar Que por sus saetas; Ahora la halléis Entre la maleza Del fragoso monte Siguiendo las fieras; Ahora en el llano Con planta ligera Fatigando al corzo, Que herido vuela; Ahora clavando La armada cabeza Del antiguo ciervo En la encina vieja; Cuando ya cansada De la caza vuelva A dejar al río El sudor en perlas; Y al pie se recueste De la dura peña, De quien ella toma Lección de dureza; Llegaos a orealla, Pero no muy cerca, Que lleváis suspiros Y ha corrido ella. Si está calurosa, Soplad desde afuera, Y cuando la ingrata Mejor os entienda, Decidle, airecillos: «Bellísima Leda, Gloria de los bosques, Honor de la aldea, Enfermo Daliso Junto al Tajo queda Con la muerte al lado Y en manos de ausencia; Suplícate humilde Antes que le vuelvan Su fuego en ceniza, Su destierro en tierra, En premio glorioso De su amor, merezca, Ya que no suspiros, A lo menos letra Con la punta escrita De tu aguda flecha, En el campo duro De una dura peña (Porque no es razón Que razón se lea De mano tan dura En cosa más tierna), Adonde le digas: —Muere allá, y no vuelvas A adorar mi sombra Y a arrastrar cadenas—.
Frescos airecillos
Fa Claes
A veces, en la niebla, -adivinando sólo sombras- toda la lejanía se ha encogido alrededor de ti, un círculo sofocante para tus ojos que buscan, tu sentido que busca. Estás en medio de ruidos, apagados sin embargo, en medio del campo que humea frío, en medio de angustia y de preguntas. Feliz aquel a quien de pronto se le desvanece la niebla, cortina diáfana en todas partes retrocediendo simultáneamente. La claridad penetra cuidadosa hasta la primera casa gris, hasta los árboles, hasta las torres y la ciudad. Entonces, de pronto, allá arriba brilla claro el azul celeste. La casa se hace ladrillo, rojo, el árbol se hace pino y verde. Delante de ti, detrás de ti, por doquier contemplas la lejanía de la tierra, el aire, las torres, la luz nueva, la vida risueña. Jurarías: por allá -detrás del horizonte, siempre en el horizonte- ríe y vitorea y hace señas el tiempo nuevo, el año nuevo de pronto, y no tienes que hacer nada sino ser pregunta y deseo y esperar el cumplimiento.
Detrás del hombre
Luciano Castañón
Ignoran los problemas esenciales. Vivir es vegetar. La Cofradía regala a los jubilados el día de la Patrona distintos vales que se pueden canjear por unos reales hechos bollo y vino. La anarquía duerme entonces como dormiría un enfermo inyectado por sus males. Nada. Aire. La vejez los invade como el corte de secular guadaña que cercenara sus preocupaciones. Es barato el engaño del cofrade: «Te soleas, ríes y vives». Daña mirar tan inservibles corazones.
Ancianos
Francisco de Quevedo
Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!, menos bien las estudias que las vendes; lo que te compran solamente entiendes; más que Jasón te agrada el Vellocino. El humano derecho y el divino, cuando los interpretas, los ofendes, y al compás que la encoges o la extiendes, tu mano para el fallo se previno. No sabes escuchar ruegos baratos, y sólo quien te da te quita dudas; no te gobiernan textos, sino tratos. Pues que de intento y de interés no mudas, o lávate las manos con Pilatos, o, con la bolsa, ahórcate con Judas.
A un juez mercadería
Lope de Vega
Céfiro blando que mis quejas tristes tantas veces llevaste, claras fuentes que con mis tiernas lágrimas ardientes vuestro dulce licor ponzoña hicistes; selvas que mis querellas esparcistes, ásperos montes a mi mal presentes, ríos que de mis ojos siempre ausentes, veneno al mar, como a tirano distes; pues la aspereza de rigor tan fiero no me permite voz articulada, decid a mi desdén que por él muero. Que si la viere el mundo transformada en el laurel que por dureza espero, della veréis mi frente coronada.
Céfiro blando que mis quejas tristes
José Martí
¿Que como crin hirsuta de espantado Caballo que en los troncos secos mira Garras y dientes de tremendo lobo, Mi destrozado verso se levanta...? Sí; ¡pero se levanta! ?a la manera Como cuando el puñal se hunde en el cuello De la res, sube al cielo hilo de sangre:? Sólo el amor engendra melodías.
Crin hirsuta
Gerardo Diego
Homenaje a Vicente Aleixandre. La sombra del nogal es peligrosa Tupido en el octubre como bóveda como cúpula inmóvil nos cobija e invita a su caricia fresca y van cayendo frutos uno a uno torturados cerebros nueces nueces Por las noches sombra de luna muerta de el nogal y van sucidándose una a una sus hojas quejumbrosas y pies desconocidos invisibles las huellan las quebrantan las sepultan librándolas así del torbellino eólico que azota a lo mortal abandonado sobre la haz funesta de la tierra impenetrable Pero ¿quién pasa quién posa? ¿De quién los pies piadosos redentores?
La sombra del nogal
Andrés Bello
«¿Líbranos de la fiera tiranía de los humanos, Jove omnipotente ¡una oveja decía, entregando el vellón a la tijera? que en nuestra pobre gente hace el pastor más daño en la semana, que en el mes o el año la garra de los tigres nos hiciera. Vengan, padre común de los vivientes, los veranos ardientes; venga el invierno frío, y danos por albergue el bosque umbrío, dejándonos vivir independientes, donde jamás oigamos la zampoña aborrecida, que nos da la roña, ni veamos armado del maldito cayado al hombre destructor que nos maltrata, y nos trasquila, y ciento a ciento mata. Suelta la liebre pace de lo que gusta, y va donde le place, sin zagal, sin redil y sin cencerro; y las tristes ovejas ¡duro caso! si hemos de dar un paso, tenemos que pedir licencia al perro. Viste y abriga al hombre nuestra lana; el carnero es su vianda cuotidiana; y cuando airado envías a la tierra, por sus delitos, hambre, peste o guerra, ¿quién ha visto que corra sangre humana? en tus altares? No: la oveja sola para aplacar tu cólera se inmola. Él lo peca, y nosotras lo pagamos. ¿Y es razón que sujetas al gobierno de esta malvada raza, Dios eterno, para siempre vivamos? ¿Qué te costaba darnos, si ordenabas que fuésemos esclavas, menos crüeles amos? Que matanza a matanza y robo a robo, harto más fiera es el pastor que el lobo» . Mientras que así se queja la sin ventura oveja la monda piel fregándose en la grama, y el vulgo de inocentes baladores ¡vivan los lobos! clama y ¡mueran los pastores! y en súbito rebato cunde el pronunciamiento de hato en hato el senado ovejuno «¡ah!» dice, «todo es uno».
Las ovejas
Juan Liscano
Se acarician. Se bastan. Están colmados por ellos mismos colmados por la sed sensual del otro. Se conocieron ayer: llevan siglos de parecerse de abrazarse en las paredes siempre únicas de reconocerse en todos los lugares donde el sueño esconde su tesoro donde la dicha deja a la nostalgia donde nunca estuvieron donde están. Aroma de piel ramajes íntima penumbra labios que besan por la herida rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja palabras que se derriten por los dedos semejanzas descubiertas con delicia apetencias de olvido y de sabores no probados mientras se inventan paraísos sin castigo y se cuentan a tientas el alma mientras asumen el destino de las frutas y la vida fulgura en ellos con sus “siempre” y sus “nunca” efímeros con sus “primera vez” repetido hasta el final con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza. Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe o será más bien que no lo oyen que lo cubre el susurro con que se aman que lo dispersa el soplo que se dan. Se huelen se gustan se desean. La libertad que encuentran los deslumbra. Ascienden en una isla espacial entre los astros. Pareja sin Historia pareja constelada. Se miran a sí mismos en el otro. Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante él: enhiesto obsceno avisor posesivo ella: contráctil húmeda gimiente umbría él: herido llameante solar fulminado. ¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo! Pueden equivocarse gozosamente confundir las imágenes del deseo espejado fundir los sabores de sus bocas perderse juntos en el placer del otro fluir de manantiales en arroyos de arroyos en raudales de raudales en ríos hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen en el espacio pletórico y vibrante donde cada movimiento se transmite de polo a polo donde flotarán donde están flotando como dos hipocampos entregados al rito nupcial. Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Pareja sin historia
Julio Herrera y Reissig
La tarde paga en oro divino las faenas. Se ven limpias mujeres vestidas de percales, trenzando sus cabellos con tilos y azucenas o haciendo sus labores de aguja, en los umbrales. Zapatos claveteados y báculos y chales... Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas. Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas. Un suspiro de Arcadia peina los matorrales. Cae un silencio austero... Del charco que se nimba estalla una gangosa balada de marimba. Los lagos se amortiguan con espectrales lampos, las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas. Y humean a lo lejos las rutas polvorosas por donde los labriegos regresan de los campos.
La vuelta de los campos
Fa Claes
Estoy en Rijmenam entre montañas. En el tiempo en que ejecutaban dos veces el concierto para trompeta y trombón de Peter Cabus, he quitado el polvo en el salón, he pasado por las aguafuertes de Karel Mechiels y Frida Duverger, al lado de cuadros de Lily e Ingrid de Volder y retratos de René Smits. 'Ja ja', pienso en voz alta para mí mismo, estoy mirando a mi alrededor con la mano en la cintura 'todo arte, todas obras de arte, nuestra casa reluce con ellas,' y pienso de nuevo. Para mi asombro me oigo declarándome respetuosamente a mí mismo: "¡santo cielo! cómo por todo lo alto estoy aquí, colmado, entre ecos, entre montañas, mis amigos, maestros, el apogeo, mi admiración."
Cultura
Alfredo Lavergne
Las he visto desnudarse y vestirse Y como El Callao Santa Fe Trinidad Se simplifican y diversifican. Y me presento de corbata en otras ciudades Al toque final A la moda Del oro Del cuero De la desesperanza Y poco importa el estilo Si vas de sabor en mejor sabor.
Camisa blanca
Julia de Burgos
Como la vida es nada en tu filosofía, brindemos por el cierto no ser de nuestros cuerpos. Brindemos por la nada de tus sensuales labios que son ceros sensuales en tus azules besos; como todo azul, quimérica mentira de los blandos océanos y de los blancos cielos. Brindemos por la nada del material reclamo que se hunde y se levanta en tu carnal deseo; como todo lo carne, relámpago, chispazo, en la verdad mentira sin fin del Universo. Brindemos por la nada, bien nada de tu alma, que corre su mentira en un potro sin freno; como todo lo nada, buen nada, ni siquiera se asoma de repente en un breve destello. Brindemos por nosotros, por ellos, por ninguno; por esta siempre nada de nuestros nunca cuerpos; por todos, por los menos; por tantos y tan nada; por esas sombras huecas de vivos que son muertos. Si del no ser venimos y hacia el no ser marchamos, nada entre nada y nada, cero entre cero y cero, y si entre nada y nada no puede existir nada, brindemos por el bello no ser de nuestros cuerpos.
Nada
Nicanor Parra
Juro que no recuerdo ni su nombre, Mas moriré llamándola María, No por simple capricho de poeta: Por su aspecto de plaza de provincia. ¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros, Ella una joven pálida y sombría. Al volver una tarde del Liceo Supe de la su muerte inmerecida, Nueva que me causó tal desengaño Que derramé una lágrima al oírla. Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera! Y eso que soy persona de energía. Si he de conceder crédito a lo dicho Por la gente que trajo la noticia Debo creer, sin vacilar un punto, Que murió con mi nombre en las pupilas. Hecho que me sorprende, porque nunca Fue para mí otra cosa que una amiga. Nunca tuve con ella más que simples Relaciones de estricta cortesía, Nada más que palabras y palabras Y una que otra mención de golondrinas. La conocí en mi pueblo (de mi pueblo Sólo queda un puñado de cenizas), Pero jamás vi en ella otro destino Que el de una joven triste y pensativa Tanto fue así que hasta llegué a tratarla Con el celeste nombre de María, Circunstancia que prueba claramente La exactitud central de mi doctrina. Puede ser que una vez la haya besado, ¡Quién es el que no besa a sus amigas! Pero tened presente que lo hice Sin darme cuenta bien de lo que hacía. No negaré, eso sí, que me gustaba Su inmaterial y vaga compañía Que era como el espíritu sereno Que a las flores domésticas anima. Yo no puedo ocultar de ningún modo La importancia que tuvo su sonrisa Ni desvirtuar el favorable influjo Que hasta en las mismas piedras ejercía. Agreguemos, aún, que de la noche Fueron sus ojos fuente fidedigna. Mas, a pesar de todo, es necesario Que comprendan que yo no la quería Sino con ese vago sentimiento Con que a un pariente enfermo se designa. Sin embargo sucede, sin embargo, Lo que a esta fecha aún me maravilla, Ese inaudito y singular ejemplo De morir con mi nombre en las pupilas, Ella, múltiple rosa inmaculada, Ella que era una lámpara legítima. Tiene razón, mucha razón, la gente Que se pasa quejando noche y día De que el mundo traidor en que vivimos Vale menos que rueda detenida: Mucho más honorable es una tumba, Vale más una hoja enmohecida. Nada es verdad, aquí nada perdura, Ni el color del cristal con que se mira. Hoy es un día azul de primavera, Creo que moriré de poesía, De esa famosa joven melancólica No recuerdo ni el nombre que tenía. Sólo sé que pasó por este mundo Como una paloma fugitiva: La olvidé sin quererlo, lentamente, Como todas las cosas de la vida.
Es olvido
Mario Benedetti
Como esplende un sesentón cuando logra vencer por dos pulgadas al bisoño que intentó conseguir el único asiento libre como bienquiere el contribuyente silvestre a la cajera número cuatro en el momento de enfrentarla tras dos horas de cola como acoge el deudor la noticia de que ha fallecido su acreedor más implacable como suele compungirse la buena gente si el locutor no advierte a tiempo la traicionera errata que lo acecha en el cable llagdo a última hora. como el prójimo que permanece enjabonado bajo la ducha a causa de un corte imprevisto y al cabo de tres minutos se solaza al advertir que el agua vuelve a manar sin usura como el chofer que se reconcilia con la vida tras esquivar limpiamente un desbocado camión con tres containers como el adolescente que ama los decibeles más que a sí mismo así trifena mía aproximadamente así suelo quererte
Epigrama
Salvador García Ramírez
A José Lemos e Cristina Branco Nada sabemos de su química, de cómo se combinan intimidade con penumbra, la infancia en las moreras, la altura con el agua; de cómo sobreviene, protegido, el espacio, envolvente el barullo; de cómo se articula lo sensible. Tuvo que manar de la anónima corriente, al pie del acueducto, pulida en su rectángulo la fórmula impensable. Debió de acontecer el privilegio, tan secreta y voraz, tan frágil la razón de lo evidente, que apenas si supimos lembrar as descobertas, aos quatro ventos, ficar com o esquivo, porque nada sabemos de la química y el gusano de la seda siempre se aparece del lado de lo incierto.
Jardim das amoreiras
Marilina Rébora
Madre: cuéntame un cuento de ésos que se relatan de un curioso enanito o de una audaz sirena; tantos que de los genios maravillosos tratan. Esas lindas historias que conoces. ¡Sé buena! Dime de caballeros que a princesas rescatan del dominio de monstruos —dragón, buitre, ballena—; donde nadie se muere y los hombres no matan, historias en países que no saben de pena. Cuéntame un cuento, madre, que me quiero dormir escuchando tu voz, asido de tu mano; como Hansel y Gretel, seré en sueños tu hermano, aunque en sombra andaremos tras de la misma senda y escribiremos juntos nuestra propia leyenda, y, tal vez, como chicos, dejarás de sufrir.
Cuéntame un cuento, madre
Luis de Góngora
En dos lucientes estrellas, Y estrellas de rayos negros, Dividido he visto el Sol En breve espacio de cielo. El luciente oficio hacen De las estrellas de Venus, Las mañanas como el alba, Las noches como el lucero, Las formas perfilan de oro, Milagrosamente haciendo, No las bellezas oscuras, Sino los oscuros bellos; Cuyos rayos para él Son las llaves de su puerto, Si tiene puertos un mar Que es todo golfos y estrechos. Pero no son tan piadosos, Aunque sí lo son, pues vemos Que visten rayos de luto Por cuantas vidas han muerto.
En dos lucientes estrellas
Francisco Álvarez
Ven hacia mí en silencio, con la sonrisa abierta, absorbiendo en los ojos la noche iluminada; deslízame en la mano la imperceptible oferta del rayo que la luna depositó en tu almohada. Reclínate en la alfombra y oye el rumor del fuego cuyas lenguas nerviosas erotizan el leño; que su calor tu cuerpo revitalice, y luego encienda tu mirada y acaricie mi sueño. A tu lado en el suelo veré los diablos rojos de las llamas inquietas, con tu mano en mi mano, y las chispas revueltas danzarán en tus ojos como estrellas fugaces en un cielo lejano. Descenderá mi brazo de tu hombro a tu cintura, despertando temblores en tu piel descubierta, y acercarás el rostro bañado de ternura para aspirar los besos de mi boca entreabierta. Las cien lenguas del fuego se deslizan lascivas en torno al tronco envuelto por el abrazo ardiente, y tus trémulas manos se arrastrarán furtivas asiendo el miembro erecto gentil y firmemente. En tu mirar directo flotan complicidades que acercan a mi mundo tu intensidad de amante, y percibo tu entrega y calmo tus ansiedades, mientras entre tus dedos me retienes vibrante. Lame incesante el fuego, y es cálida tu boca, en aquel, sequedades, y humedades en ésta; labios que se resbalan, y paladar que toca, y relieves e impulsos que el amor manifiesta. Arde el leño sin tregua, con ligeros chasquidos, y se elevan las llamas en ondas desiguales; y en tu ascenso y descenso hay rítmicos sonidos de profundos y tensos contactos guturales. El leño se retuerce bajo el calor intenso y explota en la alegría de una amplia llamarada; y tus ojos revelan el repentino y denso fluir de surtidores en garganta infiltrada. La lumbre ya se extingue, y el tronco está deshecho; ven, mujer, y sonríe, y abrázame apacible, reposa tu cabeza gentil sobre mi pecho, y soñemos el sueño de un futuro tangible.
Junto al fuego
Pablo Neruda
Recabarren, hijo de Chile, padre de Chile, padre nuestro, en tu construcción, en tu línea fraguada en tierras y tormentos nace la fuerza de los días venideros y vencedores. Tú eres la patria, pampa y pueblo, arena, arcilla, escuela, casa, resurrección, puño, ofensiva, orden, desfile, ataque, trigo, lucha, grandeza, resistencia. Recabarren, bajo tu mirada juramos limpiar las heridas mutilaciones de la patria. Juramos que la libertad levantará su flor desnuda sobre la arena deshonrada. Juramos continuar tu camino hasta la victoria del pueblo.
Padre de chile
Bertolt Brecht
Ay, ya sé, no deberla reconocer que tiemblo cuando su mano me toca. Ay, qué me ha sucedido que rezo para que me seduzca. ¡Ay, ni cien caballos me arrastrarían al pecado! ¡Si al menos no me apeteciese tanto! Si me resisto tanto al amor sólo me he resistido realmente en el fondo porque sé que si estuviera ante él en camisón me dejaría hasta sin camisa. ¡Como que le van a importar a él mis reproches! ¡Si al menos no me apeteciese tanto! Dudo que valga tanto como yo y que para él sea amor de verdad. Cuando todos mis ahorros se hayan gastado, ¿tirará el cacharro a la basura? ¡Ay, ya sé por qué le opuse tanta resistencia! ¡Si al menos no me apeteciese tanto! Si tuviera dos dedos de sentido nunca le habría concedido lo que por desgracia me pidió, sino que le habrla pegado una paliza en cuanto se me acercó demasiado, como hizo. ¡Ay, ojalá se fuera al infierno! (¡Si al menos no me apeteciese tanto!)
Canción de la viuda enamorada
Federico García Lorca
Entre mariposas negras va una muchacha morena junto a una blanca serpiente de niebla. Tierra de luz, cielo de tierra. Va encadenada al temblor de un ritmo que nunca llega; tiene el corazón de plata y un puñal en la diestra. ¿Adónde vas, siguiriya, con un ritmo sin cabeza? ¿Qué luna recogerá tu dolor de cal y adelfa? Tierra de luz, cielo de tierra.
El paso de la siguiriya
José Ángel Valente
Cuando el amor es gesto del amor y queda vacío un signo solo. Cuando está el leño en el hogar, mas no la llama viva. Cuando es el rito más que el hombre. Cuando acaso empezamos a repetir palabras que no pueden conjurar lo perdido. Cuando tú y yo estamos frente a frente y una extensión desierta nos separa. Cuando la noche cae. Cuando nos damos desesperadamente a la esperanza de que solo el amor abra tus labios a la luz del día.
Solo el amor
José María Hinojosa
Cuerda de guitarra que se rompe al templarla. La punta de la flecha fue untada de tristeza. Gira la estrella en el vacío, y deja deslumbrada la caverna. Silencio de silencio. Ni abriendo nuevos cauces al momento, quita sus letanías del desierto desierto. El sentimiento se vuelve más espeso.
Dolor
Gonzalo Rojas
A Hilda, mi centaura. Más que por la A de amor estoy por la A de asma, y me ahogo de tu no aire, ábreme alta mía única anclada ahí, no es bueno el avión de palo en el que yaces con vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro de las que ya no estás, tu esbeltez ya no está, tus grandes pies hermosos, tu espinazo de yegua de Faraón, y es tan difícil este resuello, tú me entiendes: asma es amor.
Asma es amor
María Eugenia Caseiro
A la Abuela, a mis Hermanas, a mi Madre Palomas. Todo es reposo en el hogar la puerta sin discordia, el pan sale de sus manos tan llenas de nosotros siempre a cobijar las mañanas de sus dedos que relucen palomas olorosas. Ángeles. Guarda como nadie la destreza de ensartar agujas arcángel esponjoso suma de su amar, amar dotado en trazos de merengue, ángeles recién horneados en la efímera paciencia de la vida. Gota. Yo que no tengo estrellas que contar me vuelvo adentro a sus adentros los míos que recuerdan el vaivén de sus pulmones, sus arterias calientes… ella se agita, me sabe gota pura; blanda gota de sus ojos concebida travesía vertical hasta el mar de toda hora en reposo. Isótopos. Allá afuera se mueven mis hermanas colmadas de extensiones purísimas, isótopos de mi misma suerte a devanar hilo comenzable en mi nostalgia. Riesgo. Ella entiende la torpeza, el riesgo de su vida desde antes de nacer desdoblado su fantasma surcado con su nombre toca en mí yo no respondo sin saber qué hacer. Mido la muerte desde allí Dios es hoy mi padre tranquilamente amarillo y azotado.
Isótopos
Mario Benedetti
Esperando que el viento doble tus ramas que el nivel de las aguas llegue a tu arena esperando que el cielo forme tu barro y que a tus pies la tierra se mueva sola pueblo estás quieto cómo no sabes cómo no sabes todavía que eres el viento la marea que eres la lluvia el terremoto.
Calma chicha
Delfina Acosta
Ayer soñé contigo, Dios. Tú eras el trueno de las doce y la alta luna en una vieja noche entumecida. La fiebre, pobre Dios, se te hizo furia. Venías a decirme que me di con mi gorrión amado a alegre fuga. Y yo ni arrepentida ni miedosa sentí que no era más tu rosa única. Oíamos al mar golpear su pecho contra la blanca estatua de la espuma. Veíamos el cielo derramarse como un amor de luz que no se cura. Por un instante el grillo de una rama calló a otro grillo de las flores muchas. Con lámpara en la mano te miré: ¡y vi en tu rostro un llanto de criatura!
El rostro de dios
Vicente Aleixandre
Te amo sueño del viento confluyes con mis dedos olvidado del norte en las dulces mañanas del mundo cabeza abajo cuando es fácil sonreír porque la lluvia es blanda En el seno de un río viajar es delicia oh peces amigos decidme el secreto de los ojos abiertos de las miradas mías que van a dar en la mar sosteniendo la quilla de los barcos lejanos Yo os amo —viajadores del mundo— los que dormís sobre el agua hombres que van a América en busca de sus vestidos los que dejan en la playa su desnudez dolida y sobre las cubiertas del barco atraen el rayo de la luna Caminar esperando es risueño es hermoso la plata y el oro no han cambiado de fondo botan sobre las ondas sobre el lomo escamado y hacen música o sueño para los pelos más rubios Por el fondo de un río mi deseo se marcha de los pueblos innúmeros que he tenido en las yemas esas oscuridades que vestido de negro he dejado ya lejos dibujadas en espalda La esperanza es la tierra es la mejilla es un inmenso párpado donde yo sé que existo ¿Te acuerdas? Para el mundo he nacido una noche en que era suma y resta la clave de los sueños Peces árboles piedras corazones medallas sobre vuestras concéntricas ondas —sí— detenidas yo me muevo y si giro me busco oh centro oh centro camino —viajadores del mundo— del futuro existente más allá de los mares en mis pulsos que laten
Poema de amor
Ricardo Dávila Díaz Flores
Tengo sueño pero nunca duermo. Te miro. Duermes a mi lado. Ronroneas bajito y haces ruidos de ángel. De pronto despiertas, tus brazos se abren en un largo bostezo. Mis manos pasan por tu cuello y tú preguntas. No hablo, sigo leyendo tu cuello. Te miro sin cansarme. Tomas mi mano y desenredas tu silencio con la orilla de mis dedos. Comienza a hablar tu respiración, tú lenguaje de gestos y suspiros. Te mueves como si te acariciara un aire lento. Te recuestas otra vez y me hundes en tus labios, lentamente. Te acaricio el rostro como si en él latiera el corazón del mundo, mientras tus ojos, lentos, guardan la luz dentro de tu alma. “No te duermas”, me dices con una voz que viene desde lejos; y yo te lo prometo, te prometo que no voy a dormirme, y aún cuando caes dormida, te lo sigo prometiendo.
Balada del despierto
Pablo Neruda
EN mi patria hay un monte. En mi patria hay un río. Ven conmigo. La noche al monte sube. El hambre baja al río. Ven conmigo. Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos. Ven conmigo. No sé, pero me llaman y me dicen "Sufrimos". Ven conmigo. Y me dicen: "Tu pueblo, tu pueblo desdichado, entre el monte y el río, con hambre y con dolores, no quiere luchar solo, te está esperando, amigo". Oh tú, la que yo amo, pequeña, grano rojo de trigo, será dura la lucha, la vida será dura, pero vendrás conmigo.
El monte y el río
Nicolás Guillén
Monsieur Dupont te llama inculto, porque ignoras cuál era el nieto preferido de Víctor Hugo. Herr Müller se ha puesto a gritar, porque no sabes el día (exacto) en que murió Bismark. Tu amigo Mr. Smith, inglés o yanqui, yo no lo sé, se subleva cuando escribes shell. (Parece que ahorras una ele, y que además pronuncias chel.) Bueno ¿y qué? Cuando te toque a ti, mándales decir cacarajícara, y que donde está el Aconcagua, y que quién era Sucre, y que en qué lugar de este planeta murió Martí. Un favor: Que te hablen siempre en español.
Problemas del subdesarrollo
Mario Benedetti
Tu espejo es un sagaz te sabe poro a poro te desarruga el ceño te bienquiere te pule las mejillas te despeina los años o te mira a los ojos te bienquiere te depura los gestos te pone la sonrisa te transmite confianza te bienquiere hasta que sin aviso sin pensarlo dos veces se descuelga del clavo te destroza
Tu espejo es un sagaz
María Eugenia Caseiro
Un deseo de ríos y palmeras me tiembla entre los dedos enredándose en la voz del tiempo tan cansado que va nombrando las calles donde nadie ha pasado llorando desde entonces y está en juego el recuerdo de la piña fermentándose en las venas, en mis labios que desean el azúcar, o ese tiempo del regreso al amarillo de un girasol despierto centro de fieltro encrucijando tiempos.
Un deseo
Lope de Vega
Bien puedo yo pintar una hermosura, y de otras cinco retratar a Elena, pues a Filis también, siendo morena, ángel Lope llamó de nieve pura. Bien puedo yo fingir una escultura, que disculpe mi amor, y en dulce vena convertir a Filene en Filomena brillando claros en la sombra escura. Mas puede ser que algún letor extrañe estas musas de Amor hiperboleas, y viéndola después se desengañe. Pues si ha de hallar algunas partes feas, Juana, no quiera Dios que a nadie engañe, basta que para mí tan linda seas.
No se atreve a pintar su dama
Alfredo Lavergne
Por hechizo Por artificio Por dar en el hito Tu país te persigue y te avasalla. Esas cosas ha dicho el versátil Y aún más El otro desdichado. Ya de mayor Por calles de breve estancia Por esta nueva My Generation Por no poder abandonar el recuerdo Por esta identidad nacional En esta carrera mirando atrás Ya no temo a la hoja en blanco y al papel histórico. Ya mi cabeza es Nómada no remunerada.
Ni ruido ni voz
Jordi Doce
En el cuarto en penumbra, el cerco de la lámpara arde sobre la página, en los dedos que aferran el cuaderno, recogidos, y trazan nuevos signos con serena mudez. La calle es la moldura de otro silencio. Nadie bajo los sauces, bajo la farola tibiamente alumbrada, en el frescor de esta noche de junio, de esta noche en que velas. Deslumbra, más que el foco, el blanco de la página. Tu mano absorta ha detenido el tiempo. Y más allá del cuarto está la noche que imanta cuanto escribes, cuanto vino a escribirte.
Imán
José de Espronceda
Ya el sol esconde sus rayos, el mundo en sombras se vela, el ave a su nido vuela. Busca asilo el trovador. Todo calla: en pobre cama duerme el pastor venturoso: en su lecho suntüoso se agita insomme el señor. Se agita; mas ¡ay! reposa al fin en su patrio suelo; no llora en mísero duelo la libertad que perdió. Los campos ve que a su infancia horas dieron de contento, su oído halaga el acento del país donde nació. No gime ilustre cautivo entre doradas cadenas, que si bien de encanto llenas, al cabo cadenas son. Si acaso, triste lamenta, en torno ve a sus amigos, que, de su pena testigos, consuelan su corazón. La arrogante erguida palma que en el desierto florece, al viajero sombra ofrece, descanso y grato manjar. Y, aunque sola, allí es querida del árabe errante y fiero, que siempre va placentero a su sombra a reposar. Mas ¡ay triste! yo cautiva, huérfana y sola suspiro, el clima extraño respiro, y amo a un extraño también. No hallan mis ojos mi patria; humo han sido mis amores; nadie calma mis dolores y en celos me siento arder. ¡Ah! ¿Llorar? ¿Llorar?... no puedo ni ceder a mi tristura, ni consuelo en mi amargura podré jamás encontrar. Supe amar como ninguna, supe amar correspondida; despreciada, aborrecida, ¿no sabré también odiar? ¡Adiós, patria! ¡adiós, amores! La infeliz Zoraida ahora sólo venganzas implora, ya condenada a morir. No soy ya del castellano la sumisa enamorada: soy la cautiva cansada ya de dejarse oprimir.
La cautiva
Luis Benítez
Ese espléndido encaje de terrores lujosos, esa trágica risa que viste en los días sobre hombres y cosas, no abandonó el mundo contigo, Marcel Schwob. Evocarte es una tarde en tus libros, mía, y una noche de escritorio, tuya: el tiempo, que es el mismo, confunde oscuridades. Nadie descubre nada, tan sólo desentierra secretos olvidados, verdades descartadas. ¿Ves? Esta es la mujer que amo: no ha leído tu Monelle que es su hermana, no conoce tus Vidas y como la de todos, la suya es imaginaria. Sus horas completan mis tardes, tus palabras. Entre nosotros tres hemos pactado: ninguno sabe qué, cómo ni cuándo.
A marcel schwob
Juan José Vélez Otero
No encuentro la razón de esta tristeza que viene sigilosa a la ventana, ni entiendo que en las tardes de domingo se atreva sin aviso a visitarme, pasteles bajo el brazo, acicalada cual fuera un familiar.Es la presencia estéril de la estatua que no mira. Se sienta junto a mí. Ante la mesa las tazas de café sorbe despacio, las copas de licor que difuminan la blanca realidad en los espejos. La oigo musitar sin entenderla, apenas sin saber que me acompaña vestida de amarillo y perlas grises cayéndole hacia el seno perfumado. Me vierte la resina de su aliento antiguo en la redoma de las horas y lléname la sala de humo dulce: aroma de capilla y de cadalso. Después me besa fría en las mejillas y vuelve a los cristales de la noche colmando de vacío los fragmentos de vida que conducen a la nada.
No encuentro la razón de esta tristeza
Lope de Vega
Entro en mí mismo para verme, y dentro hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada, una loca república alterada, tanto que apenas los umbrales entro. Al apetito sensitivo encuentro, de quien la voluntad mal respetada se queja al cielo, y de su fuerza armada conduce el alma al verdadero centro. La virtud, como el arte, hallarse suele cerca de lo difícil, y así pienso que el cuerpo en el castigo se desvele. Muera el ardor del apetito intenso, porque la voluntad al centro vuele, capaz potencia de su bien inmenso.
Entro en mí mismo para verme
María Eugenia Caseiro
Estoy llorando en el paño roto de la noche y mi niñez que ahora no me entiende reniega de mi llanto. Estoy inmóvil y desnuda frente a la oscuridad del viento encendiendo una vela blanca al alma de mis viejos zapatos muertos. Estoy enferma de sueños sin fuentes contagiada, de esa terrible y blanca pena de saberme cierta sin vestidos de ayer en pleno vuelo. Estoy llorando ahora por la sombra increíble de mi propia lágrima por la hoja en blanco sin sonrisa por la ausencia de todos los discursos viajando en el tren de tan poca memoria. Estoy alumbrándome de antiguas lunas del sucio brillo en aquellas farolas. Estoy llorando la fijeza del tiempo posada en el renglón que me aprisiona.
Llanto por unos zapatos muertos
Mario Meléndez
Eva colgaba sus muertos de la ventana para que el aire lamiera los rostros preñados de cicatrices Ella miraba esos rostros y sonreía mientras el viento empujaba sus senos hacia la noche agusanada Una orgía de aromas sacudía el silencio donde ella se deseaba a sí misma y entre suspiros y adioses un grillo ciego desmalezaba sus antiguos violines Nadie se acercaba a Eva cuando daba de mamar a sus muertos la cólera y el frío se disputaban su adolescencia el orgasmo daba paso al horror el deseo a la sangre y pequeñas criaturas violentas despegaban de su vientre poblando los amaneceres de luto y de pesadillas Luego cuando todo quedaba en calma y las sombras por fin regresaban a su origen Eva guardaba sus muertos besándolos en la boca y dormía desnuda sobre ellos hasta la próxima luna llena
Sinfonía negra
Juan Ramón Mansilla
Me pregunto cómo será mi vida junto a ti. Cómo serán tus zapatillas de noche o tu pijama, cómo colocarás la ropa en el armario o en qué lugar de la mesa preferirás sentarte, cómo dirás mi nombre en los momentos dulces o en los amargos, si dormirás de costado o bocarriba, cómo será el hueco en la cama al despertar o tras habernos amado, si seremos capaces de sumar o dispondremos los números para la resta. Preguntas y preguntas cuya respuesta no recoge ningún manual de supervivencia y que no es tan preciso saber si día a día las respondes conmigo.
Preguntas
Nacho Buzón
hay un dragón a los pies de mi cama esperando que un día me levante con mal pie entonces ñam ñam hay un tiburón dentro de mi bañera esperando que un día me resbale y caiga dentro entonces ñam ñam hay un oso polar metido en mi nevera esperando que un día me beba una cerveza entonces ñam ñam hay un zoológico metido en mi cabeza esperando que un día te metas en mi cama entonces ñam ñam
Entonces
Salvador García Ramírez
Sola por el plano de su planta, del amanecer a la fatiga, Habiba arregla camas y repone las toallas sin faltarle la sonrisa.
Servicio
Jorge Guillén
Je soutenais l'éclat de la mort toute pure. VALÉRY Alguna vez me angustia una certeza, Y ante mí se estremece mi futuro. Acechándolo está de pronto un muro Del arrabal final en que tropieza La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza Si la desnuda el sol? No, no hay apuro Todavía. Lo urgente es el maduro Fruto. La mano ya lo descorteza. ...Y un día entre los días el más triste Será. Tenderse deberá la mano Sin afán. Y acatando el inminente Poder diré sin lágrimas: embiste, Justa fatalidad. El muro cano Va a imponerme su ley, no su accidente.
Muerte a lo lejos
Luis de Góngora
Sea bien matizada la librea, Las plumas de un color, negro el bonete, La manga blanca, no muy de roquete, Y atada al brazo prenda de Niquea; Cifra que hable, mote que se lea, Bien guarnecida espada de jinete, Borceguí nuevo, plata y tafilete, Jaez propio, bozal no de Guinea; Caballo valenzuela bien tratado, Lanza que junte el cuento con el hierro, Y sin veleta al Amadís, que espera Entrar cuidosamente descuidado, Firme en la silla, atento en la carrera... Y quiera Dios que se atraviese un perro.
Burlándose de un caballero prevenido
Mario Benedetti
Tenemos una paciencia verde y sólida como un caimán una paciencia a prueba de balas y promesas sabemos aguantar con los delirios en acecho hacer almácigos con nuestros odios mejores tenemos una esperanza blanca y prójima como una paloma que ya no es mensajera tenemos una esperanza a prueba de terremotos y congojas sabemos esperar rodeados por la muerte sabemos desvelarnos por la vida tenemos una alegría temprana como un gallo una alegría convicta maniatada y rabiosa sabemos cómo desatarla y sabemos que al alba cantarán los gallísimos sueños.
Gallos sueños
Jorge Debravo
El camino, despacio, retrocede a nuestras espaldas. Todos los árboles se han alejado hacia el poniente. Todo en la tierra se aleja alguna vez. La luna y el paisaje. El amor y la vida. El reloj, en mi muñeca, dice que son las cinco de la tarde. La hora de los adioses, la hora en que la misma tarde agita nubecillas en despedida.
Despedida
Byron Espinoza
Persistente continua tu cuerpo su gotear sobre el mío.
Persistente...
Mario Benedetti
Cuando en un accidente una explosión un terremoto un atentado se salvan cuatro o cinco creemos insensatos que derrotamos a la muerte pero la muerte nunca se impacienta seguramente porque sabe mejor que nadie que os sobrevivientes también muerten.
Sobrevivientes
Ángeles Carbajal
Fui un loco enamorado, pero un día atendí a razones y ahora soy la sombra airada que recorre mi desconsuelo.
Fui
Bertolt Brecht
1. Lo sé, amada: ahora se me cae el pelo por mi vida salvaje, y me tumbo en las piedras. Me veis beber el aguardiente más barato, y camino desnudo al viento. 2. Pero hubo un tiempo, amada, en que fui puro. 3. Tuve una mujer que era más fuerte que yo, como la hierba es más fuerte que el toro: se vuelve a erguir. 4. Ella vio que yo era malo, y me amó. 5. No preguntó a dónde conducía el camino, que era su camino, y quizás iba hacia abajo. Cuando me dio su cuerpo, dijo: esto es todo. Y fue mi cuerpo. 6. Ahora ya no está en ningún lado, desapareció como una nube cuando ha llovido, la abandoné y cayó, pues ése era su camino. 7. Pero de noche, a veces, cuando me veis beber, veo su cara, pálida en el viento, fuerte y vuelta hacia mí, y me inclino ante el viento.
Canción de una amada
Gerardo Diego
A Juan Ramón Jiménez Estabas en el agua Estabas que yo te vi Todas las ciudades lloraban por ti Las ciudades desnudas balando como bestias en manada A tu paso las palabras eran gestos como estos que ahora te ofrezco Creían poseerte porque sabían teclear en tu abanico Pero No Tú no estabas allí Estabas en el agua que yo te vi
Madrigal
Nicanor Parra
Yo no digo que ponga fin a nada No me hago ilusiones al respecto Yo quería seguir poetizando Pero se terminó la inspiración. La poesía se ha portado bien Yo me he portado horriblemente mal. Qué gano con decir Yo me he portado bien La poesía se ha portado mal Cuando saben que yo soy el culpable. ¡Está bien que me pase por imbécil! La poesía se ha portado bien Yo me he portado horriblemente mal La poesía terminó conmigo.
La poesía terminó conmigo
Mario Benedetti
Cuando resido en este país que no sueña cuando vivo en esta ciudad sin párpados donde sin embargo mi mujer me entiende y ha quedado mi infancia y envejecen mis padres y llamo a mis amigos de vereda a vereda y puedo ver los árboles desde mi ventana olvidados y torpes a las tres de la tarde siento que algo me cerca y me oprime como si una sombra espesa y decisiva descendiera sobre mí y sobre nosotros para encubrir a ese alguien que siempre afloja el viejo detonador de la esperanza. Cuando vivo en esta ciudad sin lágrimas que se ha vuelto egoísta de puro generosa que ha perdido su ánimo sin haberlo gastado pienso que al fin ha llegado el momento de decir adiós a algunas presunciones de alejarse tal vez y hablar otros idiomas donde la indiferencia sea una palabra obscena. Confieso que otras veces me he escapado. Diré ante todo que me asomé al Arno que hallé en las librerías de Charing Cross cierto Byron firmado por el vicario Bull en una navidad de hace setenta años. Desfilé entre los borrachos de Bowery y entre los Brueghel de la Pinacoteca comprobé cómo puede trastornarse el equipo sonoro del Chateau de Langeais explicando medallas e incensarios cuando en verdad había sólo armaduras. Sudé en Dakar por solidaridad vi turbas galopando hasta la Monna Lisa y huyendo sin mirar a Botticelli vi curas madrileños abordando a rameras y en casa de Rembrandt turistas de Dallas que preguntaban por el comedor suecos amontonados en dos metros de sol y en Copenhague la embajada rusa y la embajada norteamericana separadas por un lindo cementerio. Vi el cadáver de Lídice cubierto por la nieve y el carnaval de Río cubierto por la samba y en Tuskegee el rabioso optimismo de los negros probé en Santiago el caldillo de congrio y recibí el Año Nuevo en Times Square sacándome cornetas del oído. Vi a Ingrid Bergman correr por la Rue Blanche y salvando las obvias diferencias vi a Adenauer entre débiles aplausos vieneses vi a Kruschev saliendo de Pennsylvania Station y salvando otra vez las diferencias vi un toro de pacífico abolengo que no quería matar a su torero. Vi a Henry Miller lejos de sus trópicos con una insolación mediterránea y me saqué una foto en casa de Jan Neruda dormí escuchando a Wagner en Florencia y oyendo a un suizo entre Ginebra y Tarascón vi a gordas y humildes artesanas de Pomaire y a tres monjitas jóvenes en el Carnegie Hall marcando el jazz con negros zapatones vi a las mujeres más lindas del planeta caminando sin mí por la Vía Nazionale. Miré admiré traté de comprender creo que en buena parte he comprendido y es estupendo todo es estupendo sólo allá lejos puede uno saberlo y es una linda vacación es un rapto de imágenes es un alegre diccionario es una fácil recorrida es un alivio. Pero ahora no me quedan más excusas porque se vuelve aquí siempre se vuelve. La nostalgia se escurre de los libros se introduce debajo de la piel y esta ciudad sin párpados este país que nunca sueña de pronto se convierte en el único sitio donde el aire es mi aire y la culpa es mi culpa y en mi cama hay un pozo que es mi pozo y cuando extiendo el brazo estoy seguro de la pared que toco o del vacío y cuando miro el cielo veo acá mis nubes y allí mi Cruz del Sur mi alrededor son los ojos de todos y no me siento al margen ahora ya sé que no me siento al margen. Quizá mi única noción de patria sea esta urgencia de decir Nosotros quizá mi única noción de patria sea este regreso al propio desconcierto.
Noción de patria
Corina Bruni
Se me escapa la noche entre encajes de sombras… Se me escapan –despacio- los latidos del pecho. Se me escapa la dicha; se me escapa la calma… Y, aunque yo me resista -con profusión de lágrimas- ¡se me escapa hasta el alma!
Se me escapa
Efraín Huerta
Día y noche, pero Más noche que día, Eunice dialoga y riñe Con los altos mastines. De arriba abajo, De abajo arriba. A una hora cierta Triunfa green eyes Eunice. Los hocicos se cierran. Eunice duerme. La noche se eterniza. Salimos de su casa Con un alba rabiosa Mordiéndonos las nalgas.
Eunice
Julio Herrera y Reissig
Fuera: el trueno juega y corre con su inmenso monolito. El huracán, monstruo asmático, lanza pavorosa tos; los relámpagos alumbran, atraviesan lo infinito. Como el fósforo encendido del gran cerebro de Dios! Montmartre, Sol en Sagitario, M.C.M.
Epílogo
Garcilaso de la Vega
A Dafne ya los brazos le crecían, y en luengos ramos vueltos se mostraba; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos que el oro escurecían. De áspera corteza se cubrían los tiernos miembros, que aún bullendo estaban: los blancos pies en tierra se hincaban, y en torcidas raíces se volvían. Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol que con lágrimas regaba. ¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño! ¡Que con llorarla crezca cada día la causa y la razón porque lloraba!
Soneto xiii
Antonio Machado
Una larga carretera entre grises peñascales, y alguna humilde pradera donde pacen negros toros. Zarzas, malezas,jarales. Está la tierra mojada por las gotas del rocío, y la alameda dorada, hacia la curva del río. Tras los montes de violeta quebrado el primer albor: a la espalda la escopeta, entre sus galgos agudos, caminando un cazador.
Amanecer de otoño
Miguel Hernández
Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado. Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja ya y encallecida. Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta. Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador. Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvia y se alhaja de carne de cementerio. A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido. Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura. Y como raíz se hunde en la tierra lentamente para que la tierra inunde de paz y panes su frente. Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina. Lo veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo. Me da su arado en el pecho, y su vida en la garganta, y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta. ¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros.
El niño yuntero
Marilina Rébora
Un castillo de arena. Lleno el foso de espuma, subterráneos cruzándose en unión con el mar, portal de caracoles, en la cresta una pluma que acaso una gaviota dejara al revolar. Moldes por centinelas en muralla alineados circuyen tal alcázar, diseño en redondel, y a través de los túneles, torcida por dos lados, pronta ya para el fuego, la mecha de papel. El hábil constructor —que es un niño pequeño— enciende de la tira el extremo que asoma, a la espera que brote el humo, por instantes. Tras lo cual dando brincos continúa la broma y entre risas exclama: —¡Adiós, castillo y dueño! ¡Yo me voy a las olas, a saltarlas como antes!—
El castillo
Mario Benedetti
Unas veces me siento como pobre colina y otras como montaña de cumbres repetidas. Unas veces me siento como un acantilado y en otras como un cielo azul pero lejano. A veces uno es manantial entre rocas y otras veces un árbol con las últimas hojas. Pero hoy me siento apenas como laguna insomne con un embarcadero ya sin embarcaciones una laguna verde inmóvil y paciente conforme con sus algas sus musgos y sus peces, sereno en mi confianza confiando en que una tarde te acerques y te mires, te mires al mirarme.
Estados de ánimo
Miguel Hernández
La cebolla es escarcha cerrada y pobre: escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla: hielo negro y escarcha grande y redonda. En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba. Pero tu sangre, escarchada de azúcar, cebolla y hambre. Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna. Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso. Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en los ojos la luz del mundo. Ríete tanto que en el alma al oírte, bata el espacio. Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea. Es tu risa la espada más victoriosa. Vencedor de las flores y las alondras. Rival del sol. Porvenir de mis huesos y de mi amor. La carne aleteante, súbito el párpado, el vivir como nunca coloreado. ¡Cuánto jilguero se remonta, aletea, desde tu cuerpo! Desperté de ser niño. Nunca despiertes. Triste llevo la boca. Ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma. Ser de vuelo tan alto, tan extendido, que tu carne parece cielo cernido. ¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera! Al octavo mes ríes con cinco azahares. Con cinco diminutas ferocidades. Con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes. Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma. Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro. Vuela niño en la doble luna del pecho. Él, triste de cebolla. Tú, satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.
Nanas de la cebolla
Pablo Neruda
El pie del niño aún no sabe que es pie, y quiere ser mariposa o manzana. Pero luego los vidrios y las piedras, las calles, las escaleras, y los caminos de la tierra dura van enseñando al pie que no puede volar, que no puede ser fruto redondo en una rama. El pie del niño entonces fue derrotado, cayó en la batalla, fue prisionero, condenado a vivir en un zapato. Poco a poco sin luz fue conociendo el mundo a su manera, sin conocer el otro pie, encerrado, explorando la vida como un ciego. Aquellas suaves uñas de cuarzo, de racimo, se endurecieron, se mudaron en opaca substancia, en cuerno duro, y los pequeños pétalos del niño se aplastaron, se desequilibraron, tomaron formas de reptil sin ojos, cabezas triangulares de gusano. Y luego encallecieron, se cubrieron con mínimos volcanes de la muerte, inaceptables endurecimientos. Pero este ciego anduvo sin tregua, sin parar hora tras hora, el pie y el otro pie, ahora de hombre o de mujer, arriba, abajo, por los campos, las minas, los almacenes y los ministerios, atrás, afuera, adentro, adelante, este pie trabajó con su zapato, apenas tuvo tiempo de estar desnudo en el amor o el sueño, caminó, caminaron hasta que el hombre entero se detuvo. Y entonces a la tierra bajó y no supo nada, porque allí todo y todo estaba oscuro, no supo que había dejado de ser pie, si lo enterraban para que volara o para que pudiera ser manzana.
Al pie desde su niño
Federico García Lorca
Abejaruco. En tus árboles oscuros. Noche de cielo balbuciente y aire tartamudo. Tres borrachos eternizan sus gestos de vino y luto. Los astros de plomo giran sobre un pie. Abejaruco. En tus árboles oscuros. Dolor de sien oprimida con guirnalda de minutos. ¿Y tu silencio? Los tres borrachos cantan desnudos. Pespunte de seda virgen tu canción. Abejaruco. Uco uco uco uco. Abejaruco.
Malestar y noche
Manuel Machado
Del color del lirio tiene Gerineldos dos grandes ojeras; del color del lirio, que dicen locuras de amor de la reina. Al llegar la tarde, pobre pajecillo, con labios de rosa, con ojos de idilio; al llegar la noche, junto a los macizos de arrayanes, vaga, cerca del castillo. Cerca del castillo, vagar vagamente la reina le ha visto. De sedas cubierto, sin armas al cinto, con alma de nardo, con talle de lirio.
Gerineldos, el paje
Álvaro García
Noche final, si al fin tengo que verte, sé una duelista noble y dame el sable con el que en nuestro duelo inevitable no esté dejado yo sólo a mi suerte. Si la naturaleza no subvierte su orden por más lucha que se entable, déjame por lo menos la improbable ocasión de intentar matar mi muerte. Mientras me agujereas el jersey, con el aroma aún del largo abrazo que tú reducirás a signo puro, sólo se negará a tu única ley la intemporalidad a la que emplazo amando hacia el pasado y el futuro. (De 'Ser sin sitio', 2014)
Muerte
Antonia Álvarez Álvarez
Cada vivir ha de tener su espacio, su dolor y su fiebre, su ramo de congojas. También su propio aire hecho a medida, aunque a mares le sobre, porque encoge, aunque a trozos le falte, si tallece. Pero es la vestimenta que lo tapa y la caricia fresca que lo aroma. No debemos robar aires ajenos ni pisarles la sombra que les duele, más bien dejar que pasen, y en su mano poner en flor abierta nuestros dedos para sembrar la paz en los rastrojos: unánimes al canto y a la pena. Dejemos respirar, y respiremos, y así cada respiro tenga un hueco y una estancia feliz donde posarse. Entonces ya podremos perdonarnos la inconsolable culpa de estar vivos.
A medida