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87
Alfredo Lavergne
De poblado en poblado La modelada El mundillo El furor de vivir Extiende la divertida mezcla social. Por un libro Por el periódico O por el tendido eléctrico recibimos la noticia: Un español Que vivió en América Ha traducido Al castellano A poetas románticos ingleses.
Oviscapto étnico
Pablo de Rokha
Arriba, un atrevimiento de águilas, abajo, el pecho del pueblo y en la línea definitiva, entre los altos y anchos candelabros de la Humanidad, y las trompetas que braman como vacas, entre naranjos y duraznos y manzanos que, como caballos, relinchan, entre barcos y espadas, rifles y banderas en flor, al paso de parada negro y fundamental de los héroes, tú y tu ataúd de acero. La multitud descomunal y subterránea, abate en oleaje su ímpetu de serpiente y ataca su fantasma y su palabra, como un toro la estrella ensangrentada. Caemos de rodillas en el gran crepúsculo universal, y lloran las sirenas de todos los barcos del mundo, como perritas sin alojamiento; se acabó la comida en los establos contemporáneos y el último buey se destapa los sesos, gritando; el bofetón del huracán, partiendo los terciopelos del Oriente, araña el ocaso y le desgarra el corazón a puñaladas, cuando el fusil imperial de la burguesía pare un lirio de pólvora y se suicida. Al quillay litoral le desgarran la pana los relámpagos de las montañas, y tremendamente da quejidos de potrillo recién nacido en el estercolero, porque su conciencia vegetal naufraga en el aroma a sangre. Canto de estatuas, grito de coronas, llanto de corazas y bahías, y el discurso funeral de los cipreses que persiguen eternamente lo amarillo, te rodean; nosotros, entre lenguas de perro y lágrimas elementales, no somos sino sólo fantasmas en vigencia; lo heroico, lo definitivo, la ley oscura de la materia en la cual todas las cosas se levantan y se derrumban con el único fin de engendrar padecimiento, emerge de ti, porque de ti, porque tú eres la realidad categórica; y cuando los pollitos nuevos del mar a cuya orilla enorme te criaste, pían al asesinato general del ocaso, los huesos de Tamerlán echan grandes llamas; escucho el funeral de Beethoven ejecutado por setecientos maestros de orquesta, frenar la tempestad, sujetándola, como el desnudo adolescente los caballos rojos de Fidias y el cielo está negro lo mismo que mi corazón; las espadas anchas, las anchas espadas que abrieron los surcos profundos que no cavaron los arados, las espadas embanderadas de historia, se te someten y te lamen como el perro del mendigo; cuadrigas y centurias, haciendo estallar el sol sonoro, al golpear la tierra hinchada con el eslabón de la herradura, levantan polvaredas de migración y el bramido de las lanzas es acusatorio y terrible debajo de la lluvia oscura como la mala intención o un cobarde; adentro de las campanas choca la luciérnaga rota con su farol a la espalda, llorando; huyendo del incendio general, leones y chacales se arrojan a la mar ignota y las serpientes repletas de furor se rompen los colmillos en las antiguas lanzas; un gran caballo azul se suicida; borrachos de sol y parición en generaciones del Dios pánico y dionysíaco, los sacerdos-escarabajos están gritando la maternidad aterradora en miel de pinares y resinas de gran potencial alcohólico, que debaten entre ramajes la violencia tremenda de la naturaleza; el Clarín del Señor de los Ejércitos empuña la espuela de oro de la gran alarma y los soldados. Cargado por nosotros, marcha el féretro como una rosa negra o un pabellón caído, con espanto aterrador de fusilamiento; rajados a hachazos los pellines encadenados al huracán aúllan; tú eres lo único definitivo, hundida en tu belleza de pretéritos y de crepúsculos totales, caída en todo lo solo, herida por el resplandor de la eternidad deslumbradora, mientras errados, nos arrinconamos adentro de nuestras viejas negras chaquetas de perros. Por el camino real que va a la nada marcharé (caballo de invierno), en las milenarias edades; hoy, mi espada está quebrada, como el mascarón de proa del barco que se estrelló contra lo infinito y soy el animal abandonado en la soledad del bramadero; perteneces al granero humano, tétrico de matanza en matanza, y te robaron de mis besos terribles; braman las campanas pateando la atmósfera histórica en la cual se degüellan hasta las dulces violetas que son como copitas de vino inmortal; la tinaja de las provincias echa un ancho llanto de parrones descomunales, gritando desde el origen. Arde tu alma grande y deslumbradora como un fusil en botón y a la persona muerta la secunda la ciudadanía universal otorgándole la vida épica como a una guitarra el sonido; como un solo animal, acumular la eternidad, triste y furioso a tus orillas, es mi ocupación de suicida; como ola de sombra, el comercio-puñal de la literatura nos ladra al alma cansada y los cuatreros, los cuchilleros, los aventureros y el gran escorpión de la bohemia nos destinan su sonrisa de degolladores, echada en sus ojos de cerdo. Sobre el instante, la polvareda familiar gravita y empuña el pabellón de los antiguos clanes; tu eres el escudo popular de los de Rokha: tronchados, desorientados, conmigo a la cabeza de la carreta grande, tirada por dos inmensos toros muertos, hijos e hijas, nietos y nietas, yernos y nueras dan la batalla contra la mixtificación tenebrosa y estupenda de los viejos payasos convertidos en asesinos; a miel envenenada hiede el ambiente o a calumnia y perro; los chacales se ríen furiosamente y tremendamente arañan la casa sola como sombra en el arrabal del mundo, allá en donde remuelen el pelele y la maldición, tierra de escupos y demagogia, llena de lenguas quemadas; porque mi desesperación se retuerce las manos como un reo que enfrenta los inquisidores, a cuya espalda chilla, furiosa la Reacción, como negra perra vieja en celo; andando por abajo, los degenerados nos aceitan y nos embarran el camino, a fin de que el cegado por las lágrimas dé el resbalón mortal y definitivo del que se desploma en el mar rabioso que solloza echando espuma y se derrumbe horriblemente. Juramos pelear hasta derrotar al enemigo enmascarado en el enemigo del pueblo, al calumniador y al difamador con ojo pequeño de ofidio y las setenta lenguas ajenas de los testigos falsos, a la rana-pulpo-sapo del sabotaje; juramos solemnemente cortarnos y comernos la lengua antes de lanzarle al olvido; juramos los látigos de la venganza, porque es mentira la misericordia y no tememos atacar la eternidad frente a frente, ensangrentados como pabellones. Tranco a tranco en el pantano del horror, vi destruir a la naturaleza en ti el esquema total de lo bello y lo bueno; como un niño loco, el espanto se ensañó en tu figura incomparable, que no volverá a lograr nunca jamás la línea de la Humanidad, y caíste asesinada y pisoteada por lo infinito, tú, que representabas lo infinito en la vida humana, y el sol de "Dios" en la gran tiniebla del hombre; caías, pero caía contigo el significado de lo humano, y en este instante todas las cosas están sin sentido, gritando, boca abajo, solas, y es fea la tierra; como a aquel infeliz cualquiera a quien le revuelven la puñalada en el corazón, el perro idiota de la literatura, vestido de obispo o caracol, levanta la pata y orina mi tragedia de macho, porque como todo lo hermoso, todo lo vertical, todo lo heroico se hundió contigo en el abismo, yo soy el viudo terrible, y acaso la bestia arcaica sublimándose en el intelectual acusatorio que da lenguaje a las tinieblas; como la naturaleza es descomunal y sólo lo monstruoso le incumbe íntegramente, su injusticia fue tenebrosa con tu régimen floral de copa y el destino te cavó de horror como a una montaña de fuego; sin embargo, como soy humano, no acepto tu muerte, no creo en tu muerte, no entiendo tu muerte y el andrajo de mi corazón se retuerce salvajemente y se avalanza contra la muralla inmortal, contra la muralla desesperada, contra la muralla ensangrentada, contra la muralla despedazada, que se incendia entre las montañas y sudando y bramando y sangrando, me revuelco como un toro con tu nombre sagrado entre los dientes, mordido como el puñal rojo del pirata; a la espalda aúllan las desorbitadas máscaras gruñendo entre complejos de buitre aventurero y trajes vacíos, en los que respiran las épocas demagógicas. Entre los grandes peñascos apuñalados por el sol, sudando como soldados de antaño, roídos por inmenso musgo crepuscular y lágrimas de antiguas botellas, tú y la paloma torcaz de los desiertos lloran; mar afuera, en el corazón de flor de las mojadas islas oceánicas, en las que la eternidad se agarra como entraña de animal vacuno a la soledad de la materia y el gemido de los orígenes gravita en la gran placenta del agua, tú das la majestad al huracán por cuyos látigos ruge la muerte su secreto total, tremendo; encima de los carros de topacio del crepúsculo, tirados por siete caballos amarillos, cruzados de llamas como Jehová, tú eres el balido azul de los corderos; aquí, a la orilla de tu sepulcro que ruge, terrible, en su condición de miel de abejas y de pólvora, haciendo estallar el huracán sobre los viejos túmulos que tu vencidad obliga a relampaguear, tú empuñas una gran trompeta de oro, tal como se empuña una gran bandera de fuego y convocas a asamblea general de muertos, a fin de arrojar la eternidad contra la eternidad, como dos peñascos; emerges de entre toneles, como la voz de las vasijas, y la gran humedad del pretérito, que huele a fruta madura y a caoba matrimonial, enarbola su pabellón en el corazón de las bodegas, cuando yo recuerdo tu virginidad resplandeciente... Condiciona sus muchedumbres la mar-océano del Sur y tu multitud le responde terriblemente; yo estoy sentado a la orilla del que tanto amabas mar, y la oceanidad da la tónica al gigante dolor que requiere inmensidades para manifestarse y el lenguaje de la masa humana o la montaña incendiándose; remece sus instintos la inmensa bestia oceánica y el crepúsculo ensangrienta la bandera de los navíos y el cañón funeral del puerto; el mar y yo bramamos, el mar, el mar, y crujen los huesos tremendos de Chile, cuando con mi caballo nos bañamos solos en la gran soledad del mar y el mar prolonga mi relincho con su bramido por todas las costas, desde las tierras protervas de Babilonia al Mediterráneo celestial de las tuyas glicinas y a los sangrientos mares vikingos, o arrastra mi voz tronchada y sangrienta como un capitel roto y mi lenguaje de campanario que se derrumba en la gran campana del mar, con tu recuerdo gimiendo adentro; rememoro nuestro matrimonio provincial-marino y la carrera desenfrenada, desnudos, sobre la arena y el sol; es la mar soberbia, la mar oscura, la mar grandiosa en la cual gravita el estupor horizontal de humanidad que azota los vientres de las madres y relumbran las panoplias huracanadas de los viejos guerreros de hierro, que ascienden y descienden por las arboladuras como un tigre a una antigua catedral caída; lagrimones de acordeones, de leones y fantasmas dan al pirata el relumbrón de los atardeceres y el tajo del rostro atrae el sable crepuscular hacia la figura agigantada; el ron furioso da gritazos y mordiscos de alcohol degollado a la tiniebla aventurera y la pólvora roja es rosa de llamas rugiendo con perros y espadas entre la matanza histórica, adentro de la cual nosotros dos rajamos el cuaderno de bitácora sobre el acero acerbo del pecho, que es pluma y rifle, Luisita; asomándome a la descomunal profundidad heroica, veo lo eterno y tu cara en todo lo hondo; naufragios y guitarras y el lamento del destierro en los archipiélagos sociales del Tirreno y el Egeo, se revuelve a la bencina cosmopolita de los grandes Imperios de hoy, con sus navíos y sus aviones sembrando la sangre en los mares: pero el tam-tam de los tambores ensangrentados me desgarra el cerebro; sin embargo, hay dulzuras maravillosas, y te vuelvo a encontrar en esta gran agua salada por el origen y el olor animal del mundo, con tu melena de sirena clásica y tu pie marino de conchaperla y aventura. Braman las águilas del amor eterno en nosotros... El huracán del amor nos arrasó antaño, y ahora tu belleza de plenilunio con duraznos, como llorando en la grandeza aterradora, contiene todo el pasado del ser humano; truenan las grandes vacas tristes del amanecer y tú rajas la mañana con tu actitud, que es un puñal quebrado; fuiste "mi dulce tormento" y ahora, Winétt, como el Arca de la Alianza o como Dionysos, medio a medio de los estuarios mediterráneos y el de los sargazos mar, entre el régimen del laurel y el dolorido asfodelo diluído en la colina acumulada de los héroes, hacia la cual apunta el océano su fusilería y desde la que emergen los pinos solarios, tú, lo mismo exacto que a una gran diosa antigua de Asia, la eternidad bravía te circunda; galopan los cuatro caballos del Apocalipsis, se derrumban las murallas de Jericó al son de las trompetas que ladran como alas en la degollación y el Sinaí embiste como el toro egipcio, cuando tu paso de tórtola hiende los asfaltos ensangrentados de la poesía, gran poetisa-Continente; y las generaciones de todos los pobres, entre todos los pobres del mundo, te levantan bajo los palios llagados del sudor popular en el instante en que tu voz se distiende, creciendo y multiplicándose como el oleaje de los grandes mares desconocidos, a cuya ribera los hombres crearon los dioses barbudos del agro y los sentaron y los clavaron en las regiones acuarias, que eran el llanto de fuego de los volcanes; como fuiste tremendamente dulce, graciosamente fuerte, pequeñamente grande con lo oscuro y descomunal del genio en un régimen de corolas, el hijo del pueblo te entiende; tenías la divina atracción del átomo, que, al estallar, incendia la tierra, por eso, adentro del silencio mundial, yo escucho exactamente a la multitud romana o babilónica, arreada y gobernada a latigazos, a las muchedumbres grecolatinas que poblaron Marsella de gentes que huelen a ajo, a prostitución, a guitarra, a conspiración, a sardina y a cuchilla, a tabaco y a sol mojado y caliente como sobaco, a presidio, a miseria, a heroicidad, a flojera o a tristeza, al vikingo ladrón, guerrero, viril y sublime en gran hombría y a los beduinos enfurecidos por el hambre y los desiertos del simoum, áspero y trágico, y te adoro como a una antigua y oscura diosa en la cual los pueblos guerreros practicaban la idolatría de lo femenino definitivo y terrible; forrado en cueros de fuego, montado un caballo de asfalto, yo voy adentro de la multitud, como una maldición en el cañón del revólver. Románico de cúpulas y óperas el atardecer de los amantes desventurados me encubre, y cae una paloma negra, Luisita-azúcar. Soplan las ráfagas del dolor su chicotazo vagabundo y la angustia se clava rugiendo, en fijación tremenda, como un ojo enorme que quemase, como una gran araña, como un trueno con el reflejo hacia adentro y la quijada de Caín en el hocico; es entonces cuando arde el colchón con sudor oscuro de légamo, cuando la noche afila su cuchilla sin resplandor, cuando el volcán destripa a la montaña y se parte el vientre terrible, que arroja un caldo de llamas horrendo y definitivo, cuando lloran todas las cosas un llanto demencial y lluvioso, cuando el paisaje, que es la corbata de la naturaleza, se raja el corazón de avena y pan y se repleta de leones; sin embargo, medio a medio de la catástrofe, se me reconstituye el ser a objeto de que el padecimiento se encarne más adentro y la llaga, quemada por el horror, se agrande; con tu ataúd al hombro, resuenan mis trancos en la soledad del siglo, en la cual gravita el cadáver de Stalin, que es enorme y cubre el Oriente en mil leguas reales a la redonda, encima de un carro gigante que arrastran doscientos millones de obreros; semejante a una inmensa cosechadora de granjeros, la máquina viuda de los panteones degüella las cabezas negras y la Humanidad brama como vaca en el matadero; yo arrastro la porquería maldita de la vida como la pierna tronchada un idiota y espero el veneno del envenenador, la solitaria puñalada literaria por la espalda, en el minuto crucial de los crepúsculos, el balazo del hermano en la literatura, como quien aguarda que le llegue un cheque en blanco desde la otra vida; me da vergüenza ser un ser humano desde que te vi agonizar defendiéndote, perseguida y acosada por la Eternidad como una dulce garza por una gran perra sarnosa; como con asco de existir, duermo como perro solo encima de una gran piedra tremenda, que bramara en el desierto, hablo con espanto de cortarme la lengua con la cuchilla de la palabra y quisiera que un dolor físico enorme me situase a tu altura, medio a medio de este gigante y negro desfile de horror del cual estalla mi cabeza incendiándose como antigua famosa posada de vagabundos; no deseo el sol sino llorando y la noche maldita con la tempestad en el vientre; por degüellos y asesinatos camino, y ando en campos de batalla, estoy mordido por buitres de negrura, y es de pólvora y de lágrimas, Luisita-Amor, el gran canasto de violetas, con el cual me allego a tu sepulcro humildemente; a mi desesperación se le divisa la cacha del arma de fuego, Luisita-Amor, cuyos grandes frutos caen... Éramos Filemón y Baltis de Frigia y el grito conyugal del mundo, pero se desgarró una gran cadena en la historia y yo cruzo gritando a la siga del mí mismo que se fue contigo para siempre nunca, esta gran sonata fúnebre de héroes caídos...
Gran marcha heróica
Amado Nervo
Todo en ella encantaba, todo en ella atraía su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar... El ingenio de Francia de su boca fluía. Era llena de gracia, como el Avemaría. ¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar! Ingenua como el agua, diáfana como el día, rubia y nevada como Margarita sin par, el influjo de su alma celeste amanecía... Era llena de gracia, como el Avemaría. ¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar! Cierta dulce y amable dignidad la investía de no sé qué prestigio lejano y singular. Más que muchas princesas, princesa parecía: era llena de gracia como el Avemaría. ¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar! Yo gocé del privilegio de encontrarla en mi vía dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar y cadencias arcanas halló mi poesía. Era llena de gracia como el Avemaría. ¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar! ¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía; pero flores tan bellas nunca pueden durar! ¡Era llena de gracia, como el Avemaría, y a la Fuente de gracia, de donde procedía, se volvió... como gota que se vuelve a la mar!
Gratia plena
Alfredo Lavergne
No me inquieta no contestar A quien no solicito pregunta o respuesta Porque siempre trabajo alguna representación O porque cuido los textos Que me llevan De ferrocarril en ferrocarril De festival en festival De farfullador en farfullador De fe en fe De clan en clan Y porque los hombres de este fin de siglo Se diferencian Sólo por el periódico que cargan bajo el brazo.
La noche
Gonzalo Rojas
París, y esto es un día del 59 en el aire. Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces. La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable. París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta. Todo es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos. De trenes y más trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses, y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre. París, y esto el oleaje de la eternidad de repente. Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides de escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos, y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche, y este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo. París, y vamos juntos en el remolino gozoso de esto que nace y nace con la revolución de cada día. A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los meses de tu sangre, y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la hermosura de tu preñez, y toco claramente el origen.
Los amantes
Vicente García
Con la esperanza. Que, venga lo que venga, Mejor que no te amargue las mañanas. Con la alegría. Incluso en ese instante En que los días dejen de ser días.
Emblema
José María Hinojosa
Almendros en flor. La primavera se acerca. Cerezos en flor. La primavera está plena. Granados en flor. Ya se aleja la primavera.
Estelas
Fray Luis de León
Virgen, que el sol más pura, gloria de los mortales, luz del cielo, en quien la piedad es cual la alteza: los ojos vuelve al suelo y mira un miserable en cárcel dura, cercado de tinieblas y tristeza. Y si mayor bajeza no conoce, ni igual, juicio humano, que el estado en que estoy por culpa ajena, con poderosa mano quiebra, Reina del cielo, esta cadena. Virgen, en cuyo seno halló la deidad digno reposo, do fue el rigor en dulce amor trocado: si blando al riguroso volviste, bien podrás volver sereno un corazón de nubes rodeado. Descubre el deseado rostro, que admira el cielo, el suelo adora: las nubes huirán, lucirá el día; tu luz, alta Señora, venza esta ciega y triste noche mía. Virgen y madre junto, de tu Hacedor dichosa engendradora, a cuyos pechos floreció la vida: mira cómo empeora y crece mí dolor más cada punto; el odio cunde, la amistad se olvida; si no es de ti valida la justicia y verdad, que tú engendraste, ¿adónde hallará seguro amparo? Y pues madre eres, baste para contigo el ver mi desamparo. Virgen, del sol vestida, de luces eternales coronada, que huellas con divinos pies la Luna; envidia emponzoñada, engaño agudo, lengua fementida, odio crüel, poder sin ley ninguna, me hacen guerra a una; pues, contra un tal ejército maldito, ¿cuál pobre y desarmado será parte, si tu nombre bendito, María, no se muestra por mi parte? Virgen, por quien vencida llora su perdición la sierpe fiera, su daño eterno, su burlado intento; miran de la ribera seguras muchas gentes mi caída, el agua violenta, el flaco aliento: los unos con contento, los otros con espanto; el más piadoso con lástima la inútil voz fatiga; yo, puesto en ti el lloroso rostro, cortando voy onda enemiga. Virgen, del Padre Esposa, dulce Madre del Hijo, templo santo del inmortal Amor, del hombre escudo: no veo sino espanto; si miro la morada, es peligrosa; si la salida, incierta; el favor mudo, el enemigo crudo, desnuda, la verdad, muy proveída de armas y valedores la mentira. La miserable vida, sólo cuando me vuelvo a ti, respira. Virgen, que al alto ruego no más humilde sí diste que honesto, en quien los cielos contemplar desean; como terrero puesto— los brazos presos, de los ojos ciego— a cien flechas estoy que me rodean, que en herirme se emplean; siento el dolor, mas no veo la mano; ni me es dado el huir ni el escudarme. Quiera tu soberano Hijo, Madre de amor, por ti librarme. Virgen, lucero amado, en mar tempestuoso clara guía, a cuvo santo rayo calla el viento; mil olas a porfía hunden en el abismo un desarmado leño de vela y remo, que sin tiento el húmedo elemento corre; la noche carga, el aire truena; ya por el cielo va, ya el suelo toca; gime la rota antena; socorre, antes que emviste en dura roca. Virgen, no enficionada de la común mancilla y mal primero, que al humano linaje contamina; bien sabes que en ti espero dende mi tierna edad; y, si malvada fuerza que me venció ha hecho indina de tu guarda divina mi vida pecadora, tu clemencia tanto mostrará más su bien crecido, cuanto es más la dolencia, y yo merezco menos ser valido. Virgen, el dolor fiero añuda ya la lengua, y no consiente que publique la voz cuanto desea; mas oye tú al doliente ánimo, que contino a ti vocea.
Oda xxi - a nuestra señora
Alfredo Lavergne
Con su retroscopio. En Montreal vive el pasajero clandestino, que inventó su Winnipeg.
Geógrama iii
Juan Meléndez Valdés
Viendo el Amor un día que mil lindas zagalas huían de él medrosas por mirarle con armas, dicen que de picado les juró la venganza y una burla les hizo, como suya, extremada. Tornóse en mariposa, los bracitos en alas y los pies ternezuelos en patitas doradas. ¡Oh! ¡qué bien que parece! ¡Oh! ¡qué suelto que vaga, y ante el sol hace alarde de su púrpura y nácar! Ya en el valle se pierde, ya en una flor se para, ya otra besa festivo, y otra ronda y halaga. Las zagalas, al verle, por sus vuelos y gracia mariposa le juzgan y en seguirle no tardan. Una a cogerle llega, y él la burla y se escapa; otra en pos va corriendo, y otra simple le llama, despertando el bullicio de tan loca algazara en sus pechos incautos la ternura más grata. Ya que juntas las mira, dando alegres risadas súbito amor se muestra y a todas las abrasa. Mas las alas ligeras en los hombros por gala se guardó el fementido, y así a todas alcanza. También de mariposa le quedó la inconstancia: llega, hiere, y de un pecho a herir otro se pasa.
El amor mariposa
Julio Flórez Roa
Ojos indefinibles, ojos grandes, como el cielo y el mar hondos y puros, ojos como las selvas de los Andes: misteriosos fantásticos y oscuros. Ojos en cuyas místicas ojeras se ve el rastro de incógnitos pesares, cual se ve en la aridez de las riberas la huella de las ondas de los mares. Miradme con amor, eternamente, ojos de melancólicas pupilas, ojos que semejáis bajo su frente, pozos de aguas profundas y tranquilas. Miradme con amor, ojos divinos, que adornáis como soles su cabeza, y, encima de sus labios purpurinos, parecéis dos abismos de tristeza. Miradme con amor, fúlgidos ojos, y cuando muera yo, que os amo tanto verted sobre mis lívidos despojos, el dulce manantial de vuestro llanto.
Tus ojos
Luis de Góngora
Suspiros tristes, lágrimas cansadas, Que lanza el corazón, los ojos llueven, Los troncos bañan y las ramas mueven De estas plantas, a Alcides consagradas; Mas del viento las fuerzas conjuradas Los suspiros desatan y remueven, Y los troncos las lágrimas se beben, Mal ellos y peor ellas derramadas. Hasta en mi tierno rostro aquel tributo Que dan mis ojos, invisible mano De sombra o de aire me le deja enjuto, Porque aquel ángel fieramente humano No crea mi dolor, y así es mi fruto Llorar sin premio y suspirar en vano.
Suspiros tristes, lágrimas cansadas
Gonzalo de Berceo
Milagros de Nuestra Señora - versos 877 a 940 IX Era un simple clérigo pobre de clerecía dicié cutiano missa de la Sancta María; non sabié decir otra, diciéla cada día, más la sabié por uso que por sabiduría. Fo est missacantano al bispo acusado, que era idïota, mal clérigo provado; Salve Sancta Parens sólo tenié usado, non sabié otra missa el torpe embargado. Fo durament movido el Obispo a sanna, dicié: «Nunqua de preste oí atal hazanna.» Disso: «Diçit al fijo de la mala putanna que venga ante mí, no lo pare por manna.» Vino ante el obispo el preste peccador, avié con el grand miedo perdida la color, non podíe de vergüenza catar contra'l sennor, nunqua fo el mesquino en tan mala sudor. Díssoli el obispo: «Preste, dime la verdat, si es tal como dizen la tu necïedat.» Díssoli el buen omne: «Sennor, por caridat, si disiesse que non, dizría falsedat». Díssoli el obispo: «Quando non as cïencia de cantar otra missa, nin as sen nin potencia, viédote que non cantes, métote en sentencia, vivi como merezes por otra agudencia.» Fo el preste su vía triste e dessarrado, avié muy grand vergüenza, el danno muy granado; tornó en la Gloriosa, ploroso e quesado, que li diesse consejo ca era aterrado. La madre pïadosa que nunqua falleció a qui de corazón a piedes li cadió, el ruego del su clérigo luego gelo udió: no lo metió por plazo, luego li acorrió. La Virgo glorïosa, madre sin dición, aparecio'l al obispo luego en visïón; díxoli fuertes dichos, un brabiello sermón, descubrióli en ello todo su corazón. Díxoli brabamientre: «Don Obispo lozano, ¿contra mí por qué fust tan fuert e tan villano? Yo nunqua te tollí valía de un grano, e tú ásme tollido a mí un capellano. »El que a mí cantava la missa cada día, tú tovist que facié yerro de eresía; judguéstilo por bestia e por cosa radía, tollisteli la orden de la capellanía. »Si tú no li mandares decir la missa mía como solié decirla, grand querella avría, e tú serás finado hasta el trenteno día, ¡Desend verás qué vale la sanna de María!» Fo con estas menazas el bispo espantado, mandó envïar luego por el preste vedado; rogó'l que'l perdonasse lo que avié errado, ca fo él en su pleito durament engannado. Mandólo que cantasse como solié cantar, fuesse de la Gloriosa siervo del su altar; si algo li menguasse en vestir o calzar, él gelo mandarié del suyo mismo dar. Tornó el omne bueno en su capellanía, sirvió a la Gloriosa, madre Sancta María; finó en su oficio de fin qual yo querría, fue la alma a gloria, a la dulz cofradía. Non podriemos nos tanto escrivir nin rezar, aun porque podiéssemos muchos annos durar, que los diezmos miraclos podiéssemos contar, los que por la Gloriosa denna Dios demostrar.
El clérigo simple
Alfonsina Storni
Esta noche al oído me has dicho dos palabras Comunes. Dos palabras cansadas De ser dichas. Palabras Que de viejas son nuevas. Dos palabras tan dulces que la luna que andaba Filtrando entre las ramas Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento Moverme para echarla. Tan dulces dos palabras ?Que digo sin quererlo? ¡oh, qué bella, la vida!? Tan dulces y tan mansas Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman. Tan dulces y tan bellas Que nerviosos, mis dedos, Se mueven hacia el cielo imitando tijeras. Oh, mis dedos quisieran Cortar estrellas.
Dos palabras
Félix María de Samaniego
Llevaba en la cabeza una Lechera el cántaro al mercado con aquella presteza, aquel aire sencillo, aquel agrado, que va diciendo a todo el que lo advierte «¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!» Porque no apetecía más compañía que su pensamiento, que alegre la ofrecía inocentes ideas de contento, marchaba sola la feliz Lechera, y decía entre sí de esta manera: «Esta leche vendida, en limpio me dará tanto dinero, y con esta partida un canasto de huevos comprar quiero, para sacar cien pollos, que al estío me rodeen cantando el pío, pío. »Del importe logrado de tanto pollo mercaré un cochino; con bellota, salvado, berza, castaña engordará sin tino, tanto, que puede ser que yo consiga ver cómo se le arrastra la barriga. »Llevarélo al mercado, sacaré de él sin duda buen dinero; compraré de contado una robusta vaca y un ternero, que salte y corra toda la campaña, hasta el monte cercano a la cabaña». Con este pensamiento enajenada, brinca de manera que a su salto violento el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera! ¡Qué compasión! Adiós leche, dinero, huevos, pollos, lechón, vaca y ternero. ¡Oh loca fantasía! ¡Qué palacios fabricas en el viento! Modera tu alegría, no sea que saltando de contento, al contemplar dichosa tu mudanza, quiebre su cantarillo la esperanza. No seas ambiciosa de mejor o más próspera fortuna, que vivirás ansiosa sin que pueda saciarte cosa alguna. No anheles impaciente el bien futuro; mira que ni el presente está seguro.
La lechera
Omar García Ramírez
Como el penitente que masca su cigarro amargo e íntimo voy por estas calles en estos transportes colectivos cruzando estos desolados parques, las fechas no tienen importancia hoy es otro día y el sol no da espera, hay que salir y ver recorrer los rebaños..., como una fiera acecho a la sombra de sus rituales fabriles. De vez en cuando un golpe fuerte y ágil para saciar mis apetitos. Y de nuevo me interno en el bosque hasta mi burbuja acerada de flautista solitario Y desde allí hago música en la alta noche Cuando las fieras cantan y comprenden mi extraña tonada.
Diario urbano
José de Espronceda
Canta en la noche, canta en la mañana, ruiseñor, en el bosque tus amores; canta, que llorará cuando tú llores el alba perlas en la flor temprana. Teñido el cielo de amaranta y grana, la brisa de la tarde entre las flores suspirará también a los rigores de tu amor triste y tu esperanza vana. Y en la noche serena, al puro rayo de la callada luna, tus cantares los ecos sonarán del bosque umbrío. Y vertiendo dulcísimo desmayo, cual bálsamo süave en mis pesares, endulzará tu acento el labio mío.
A un ruiseñor
Francisco Álvarez
Fue un amor a distancia, absorbente y profundo, que vertió luz intensa sobre mi estéril mundo. Fue el clamor estentóreo de vibrante campana, resucitando el eco de una pasión temprana. Vino como una musa, recitando cantares, filtrándose en mi arena, subiendo a mis altares. La percibí a mi lado como una frágil rosa abriéndome sus pétalos, ingenua y temblorosa. Se me adentró en el alma, y navegó en mis venas, arrasando a su paso mi muro y mis almenas. Galvanizó mi entraña con la encendida furia de una sed insaciable de candente lujuria. La contemplé desnuda, dulce y acogedora, agresiva y violenta, crepúsculo y aurora. Depositó en mis labios sus labios, entregados a amar con besos tenues y besos prolongados. Y al acercar mi boca a los duros pezones sentí el salvaje instinto de tigres y leones. Sus muslos me ofrecían la invitación callada de atravesar su carne al filo de mi espada. Palpé su piel vibrante, su vientre estremecido, y la humedad ardiente del recóndito nido. Era un canto a la vida, manojo de temblores, estallido en la sombra de ocultos interiores. Y era el rumor alegre del agua entre las rocas, y el clarín que se anuncia con esperanzas locas. Y un firmamento cálido, envolviendo en su seno el murmullo del aire y el rugido del trueno. Y una lluvia ligera su ternura incesante, y un huracán furioso sus pasiones de amante Y al despertar del sueño que soñaba despierto, sin haber recogido las rosas de su huerto, abrumado del peso sentido en el instante, maldije los amores del amante distante.
Amor ausente
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Corazón mío, reina del apio y de la artesa: pequeña leoparda del hilo y la cebolla: me gusta ver brillar tu imperio diminuto, las armas de la cera, del vino, del aceite, del ajo, de la tierra por tus manos abierta de la sustancia azul encendida en tus manos, de la transmigración del sueño a la ensalada, del reptil enrollado en la manguera. Tú con tu podadora levantando el perfume, tú, con la dirección del jabón en la espuma, tú, subiendo mis locas escalas y escaleras, tú, manejando el síntoma de mi caligrafía y encontrando en la arena del cuaderno las letras extraviadas que buscaban tu boca.
Cien sonetos de amor
Juan de Mena
CVIII »E bien como quando algund malfechor, al tempo que fazen de otro justicia, temor de la pena le pone cobdicia de allí adelante bivir ya mejor, mas desque passado por él el temor, vuelve a sus vicios como de primero, así me bolvieron a do desespero desseos que quieren que muera amador.»
Comparación
Mario Meléndez
Debo cuidarme de los gusanos cuando me entierren lo más seguro es que hablen mal de mí que escupan sobre mis poemas y orinen las flores frescas que adornarán mi tumba llegado sea el caso que hasta devoren mis huesos me arranquen los intestinos o en el colmo de la injusticia se roben mi diente de oro y todo esto porque en vida jamás escribí sobre ellos
Precauciones de última hora
Marilina Rébora
Que esta noche me duerma bajo un manto de olvido, ajena al desamor, al encono y la saña, considerando a aquel que nunca me ha querido, sorda a la mezquindad y a la torcida maña. Que el corazón regule cadencioso el latido para que no lo alteren mentiras o patraña; que el alma, dadivosa con los que no lo han sido, se entregue por entero, aun a la gente extraña. Que todo sentimiento impropio me abandone, y acallado el deseo de ser yo, a mí renuncie, hasta la misma ofensa más infame perdone, quedando desde entonces en beatífica paz, y que un plácido sueño redimidor me anuncie que la pasión humana no ha de vencerme más.
Designio
Alejandra Pizarnik
para reconocer en la sed mi emblema para significar el único sueño para no sustentarme nunca de nuevo en el amor he sido toda ofrenda un puro errar de loba en el bosque en la noche de los cuerpos para decir la palabra inocente
Los trabajos y las noches
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo, sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura, en regiones contrarias, en un mediodía quemante: eras sólo el aroma de los cereales que amo. Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa en Angol, a la luz de la luna de Junio, o eras tú la cintura de aquella guitarra que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido. Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria. En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato. Pero yo ya sabía cómo era. De pronto mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida: frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas. Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.
Cien sonetos de amor
Fray Luis de León
Aunque en ricos montones levantes el cautivo inútil oro; y aunque tus posesiones mejores con ajeno daño y lloro; y aunque cruel tirano oprimas la verdad, y tu avaricia, vestida en nombre vano, convierta en compra y venta la justicia; aunque engañes los ojos del mundo a quien adoras: no por tanto no nacerán abrojos agudos en tu alma; ni el espanto no velará en tu lecho; ni huirás la cúita y agonía, el último despecho; ni la esperanza buena en compañía del gozo tus umbrales penetrará jamás; ni la Meguera, con llamas infernales, con serpentino azote la alta y fiera y diestra mano armada, saldrá de tu aposento sola una hora; y ni tendrás clavada la rueda, aunque más puedas, voladora del Tiempo hambriento y crudo, que viene, con la muerte conjurado, a dejarte desnudo del oro y cuanto tienes más amado; y quedarás sumido en males no finibles y en olvido.
Oda xvi - contra un juez avaro
Federico García Lorca
Yo pronuncio tu nombre En las noches oscuras Cuando vienen los astros A beber en la luna Y duermen los ramajes De las frondas ocultas. Y yo me siento hueco De pasión y de música. Loco reloj que canta Muertas horas antiguas. Yo pronuncio tu nombre, En esta noche oscura, Y tu nombre me suena Más lejano que nunca. Más lejano que todas las estrellas Y más doliente que la mansa lluvia. ¿Te querré como entonces Alguna vez? ¿Qué culpa Tiene mi corazón? Si la niebla se esfuma ¿Qué otra pasión me espera? ¿Será tranquila y pura? ¡¡Si mis dedos pudieran Deshojar a la luna!!
Si mis manos pudieran deshojar
Jorge Luis Borges
I Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines. Ya no hay una luna que no sea espejo del pasado, cristal de soledad, sol de agonías. Adiós las mutuas manos y las sienes que acercaba el amor. Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos días. Nadie pierde (repites vanamente) sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido. Un símbolo, una rosa, te desgarra y te puede matar una guitarra. II Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. Sólo que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
1964
Lope de Vega
Amor con tan honesto pensamiento arde en mi pecho, y con tan dulce pena, que haciendo grave honor de la condena, para cantar me sirve de instrumento. No al fuego, al celestial atento, en alabanza de Amarilis suena con esta voz, que el curso al agua enfrena, mueve la selva y enamora el viento. La luz primera del primero día, luego que el sol nació, toda la encierra, círculo ardiente de su lumbre pura, y así también, cuando tu sol nacía, todas las hermosuras de la tierra remitieron su luz a tu hermosura.
Amor con tan honesto pensamiento
Luciano Castañón
Atalaya, cima cimera, de la ola marinera. Desde ti se atalayaba el oleaje en blanca geometría; hoy, un destacamento militar rompe tu armonía pecera con alambres, uniformes y voces de: «¡Fuera, fuera!» Atalaya, aún sirves para cobijar amor, y para que a los niños les nazcan los dientes de la inquietud aventurera, tan aventurera como la ya lejana de los playos cuando iban a la caza —y no pesca— ballenera. —¿ Vienes a l' Atalaya? — Pregunta la Filo a Rosa. Van allá. Parlotea una para que la otra cosa mientras la tarde triste o rosa calla.
La atalaya
Octavio Paz
Infrecuentes (pero también inmerecidas) Instantáneas (pero es verdad que el tiempo no se mide Hay instantes que estallan y son astros Otros son un río detenido y unos árboles fijos Otros son ese mismo río arrasando los mismos árboles) Infrecuentes Instantáneas noticias favorables Dos o tres nubes de cristal de roca Horas altas como la marea Estrépito de plumas blancas en el cielo nocturno Islas en llamas en mitad del Pacífico Mundos de imágenes suspendidos de un hilo de araña Y entre todos la muchacha que avanza partiendo en dos las altas aguas Como el sol la muchacha que se abre paso como la llama que avanza Como el viento partiendo en dos la cortina de nubes Bello velero femenino Bello relámpago partiendo en dos al tiempo Tus hombros tienen la marca de los dientes del amor La noche polar arde Infrecuentes Instantáneas noticias del mundo (Cuando el mundo entreabre sus puertas y el ángel cabecea a la entrada del jardín) Nunca merecidas (Todo se nos da por añadidura En una tierra condenada a repetirse sin tregua Todos somos indignos Hasta los muertos enrojecen Hasta los ciegos deletrean la escritura del látigo Racimos de mendigos cuelgan de las ciudades Casas de ira torres de frente obtusa) Infrecuentes Instantáneas No llegan siempre en forma de palabras Brota una espiga de unos labios Una forma veloz abre las alas Imprevistas Instantáneas Como en la infancia cuando decíamos «ahí viene un barco cargado de...» Y brotaba instantánea imprevista la palabra convocada Pez Álamo Colibrí Y así ahora de mi frente zarpa un barco cargado de iniciales Ávidas de encarnar en imágenes Instantáneas Imprevistas cifras del mundo La luz se abre en las diáfanas terrazas del mediodía Se interna en el bosque como una sonámbula Penetra en el cuerpo dormido del agua Por un instante están los nombres habitados.
Semillas para un himno
Roque Dalton
Nunca entendí lo que es un laberinto hasta que cara a cara con mi mismo perfil hurgara en el espejo matutino con que me lavo el polvo y me preciso. Porque así somos más de lo que fuimos a la orilla del sol alado y fino: de sangre reja y muro bien vestidos de moho y vaho y rata amados hijos.
Permiso para lavarme
Leopoldo María Panero
Te mataré mañana cuando la luna salga y el primer somormujo me diga su palabra te mataré mañana poco antes del alba cuando estés en el lecho, perdida entre los sueños y será como cópula o semen en los labios como beso o abrazo, o como acción de gracias te mataré mañana cuando la luna salga y el primer somormujo me diga su palabra y en el pico me traiga la orden de tu muerte que será como beso o como acción de gracias o como una oración porque el día no salga te mataré mañana cuando la luna salga y ladre el tercer perro en la hora novena en el décimo árbol sin hojas ya ni savia que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra te mataré mañana cuando caiga la hoja decimotercera al suelo de miseria y serás tú una hoja o algún tordo pálido que vuelve en el secreto remoto de la tarde te mataré mañana, y pedirás perdón por esa carne obscena, por ese sexo oscuro que va a tener por falo el brillo de este hierro que va a tener por beso el sepulcro, el olvido te mataré mañana cuando la luna salga y verás cómo eres de bella cuando muerta toda llena de flores, y los brazos cruzados y los labios cerrados como cuando rezabas o cuando me implorabas otra vez la palabra te mataré mañana cuando la luna salga, y así desde aquel cielo que dicen las leyendas pedirás ya mañana por mí y mi salvación te mataré mañana cuando la luna salga cuando veas a un ángel armado de una daga desnudo y en silencio frente a tu cama pálida te mataré mañana y verás que eyaculas cuando pase aquel frío por entre tus dos piernas te mataré mañana cuando la luna salga te mataré mañana y amaré tu fantasma y correré a tu tumba las noches en que ardan de nuevo en ese falo tembloroso que tengo los ensueños del sexo, los misterios del semen y será así tu lápida para mí el primer lecho para soñar con dioses, y árboles, y madres para jugar también con los dados de noche te mataré mañana cuando la luna salga y el primer somormujo me diga su palabra.
Proyecto de un beso
Omar García Ramírez
Yo no vine a llevarme nada. Soy turista de paso sin cámara, sin mapa, sin equipaje, que sufre con fastidio vuestras aduanas morales pero que mete onírica de contrabando al país de los mercaderes y las efigies. Porque no soy el enviado el recomendado, el postulado, el indicado, el supremo... Tan solo soy un exiliado del camino del opio que tiene por estigma una flor en el desierto de su frente. Dejadme pasar tranquilo dentro de la oscura liturgia que bostezo embozado en mi capa de luna llena... Y aunque nadie me espera, pueden desesperar por mí los fantasmas. Entonces... ¿Quién dará cuenta de mi historia?
El extranjero
Víctor Hugo López Cancino
No estoy triste porque ya te vas pues me dediqué a quererte, unidos y abrazados más y más haciendo nuestro amor más fuerte. Acaricie tus suaves manos y bien besé tus tiernos labios contemplé tus lindos ojos negros y vi contigo el pasar de los años. Me entregué a tu terso cuerpo me dediqué a quererte, y ese fue mi gran acierto: estar contigo hasta la muerte.
Me dediqué a quererte
José Juan Tablada
Tierno saúz, Casi otro, casi ámbar, Casi luz... Por nada los gansos Tocan alarma En sus trompetas de barro. Pavo real, largo fulgor, Por el gallinero demócrata Pasas como una procesión... Aunque jamás se muda, A tumbos, como carro de mudanza, Va por la senda la tortuga. —¡Devuelve a la desnuda rama, Nocturna mariposa, Las hojas secas de tus alas! Recorriendo su tela Esta luna clarísima Tiene a la araña en vela.
Haikais
José Ángel Buesa
Alza la mano y siembra, con un gesto impaciente, en el surco, en el viento, en la arena, en el mar... Sembrar, sembrar, sembrar, infatigablemente: En mujer, surco o sueño, sembrar, sembrar, sembrar... Yérguete ante la vida con la fe de tu siembra; siembra el amor y el odio, y sonríe al pasar... La arena del desierto y el vientre de la hembra bajo tu gesto próvido quieren fructificar... Desdichados de aquellos que la vida maldijo, que no soñaron nunca ni supieron amar... Hay que sembrar un árbol, una ansia, un sueño, un hijo. Porque la vida es eso: ¡Sembrar, sembrar, sembrar!
Sembrar
Marilina Rébora
Ven, madre, a descansar de todos tus trabajos hasta el jardín umbroso que cultivo en mis sueños, a la luz de luciérnagas y áureos escarabajos y la mágica ayuda de esos seres pequeños, los gnomos, que se visten con trajes escarlata y brotan cuando alumbran las primeras estrellas, que usan zapatitos con hebillas de plata sin dejar en el musgo la marca de sus huellas. Cantarán para ti la cigarra y el grillo, ocultos entre hiedras, glicinas o jazmines. Y con las hojas muertas haremos un castillo con muros almenados en oro y amarillo, hasta que se deshaga por sobre los jardines (en tanto la cabeza sobre mi hombro inclines).
Ven, madre, a descansar
Rafael Alberti
Rosa de Alberti allá en el rodapié del mirador del cielo se entreabría, pulsadora del aire y prima mía, al cuello un lazo blanco de moaré. El barandal del arpa, desde el pie hasta el bucle en la nieve, la cubría. Enredando sus cuerdas, verdecía, alga en hilos, la mano que se fue. Llena de suavidades y carmines, fanal de ensueño, vaga y voladora, voló hacia los más altos miradores. ¡Miradla querubín de querubines, del vergel de los aires pulsadora. Pensativa de Alberti entre las flores!
A rosa de alberti
Pablo Neruda
MÉXICO, de mar a mar te viví, traspasado por tu férreo color, trepando montes sobre los que aparecen monasterios llenos de espinas, el ruido venenoso de la ciudad, los dientes solapados del pululante poetiso, y sobre las hojas de los muertos y las gradas que construyó el silencio irreductible, como muñones de un amor leproso, el esplendor mojado de las ruinas. Pero del acre campamento, huraño sudor, lanzas de granos amarillos, sube la agricultura colectiva repartiendo los panes de la patria. Otras veces calcáreas cordilleras interrumpieron mi camino, formas de los ametrallados ventisqueros que despedazan la corteza oscura de la piel mexicana, y los caballos que cruzan como el beso de la pólvora bajo las patriarcales arboledas. Aquellos que borraron bravamente la frontera del predio y entregaron la tierra conquistada por la sangre entre los olvidados herederos, también aquellos dedos dolorosos anudados al sur de las raíces la minuciosa máscara tejieron, poblaron de floral juguetería y de fuego textil el territorio. No supe qué amé más, si la excavada antigüedad de rostros que guardaron la intensidad de piedras implacables, o la rosa creciente, construida por una mano ayer ensangrentada. Y así de tierra a tierra fui tocando el barro americano, mi estatura, y subió por mis venas el olvido recostado en el tiempo, hasta que un día estremeció mi boca su lenguaje.
México (1940)
Juan Boscán
Cargado voy de mí doquier que ando, y cuerpo y alma, todo me es pesado; sin causa vivo, pues que estó apartado de do el vivir su causa iba ganando. Mi seso está sus obras desechando; no me queda otra renta, ni otro estado, sino pasar pensando en lo pasado, y cayo bien en lo que voy pensando. Tanto es el mal, que mi corazón siente que sola la memoria de un momento viene a ser para mí crudo accidente. ¿Cómo puede vivir mi pensamiento si el pasado placer y el mal presente tienen siempre ocupado el sentimiento?
Soneto lxxxii
Federico García Lorca
I Salen los niños alegres De la escuela, Poniendo en el aire tibio Del abril, canciones tiernas. ¡Que alegría tiene el hondo Silencio de la calleja! Un silencio hecho pedazos por risas de plata nueva. II Voy camino de la tarde Entre flores de la huerta, Dejando sobre el camino El agua de mi tristeza. En el monte solitario Un cementerio de aldea Parece un campo sembrado Con granos de calaveras. Y han florecido cipreses Como gigantes cabezas Que con órbitas vacías Y verdosas cabelleras Pensativos y dolientes El horizonte contemplan. ¡Abril divino, que vienes Cargado de sol y esencias Llena con nidos de oro Las floridas calaveras!
Canción primaveral
Nicolás Guillén
El árbol que verdece a cada primavera, no es más feliz que yo, de nuevo verdiflor. Las amarillas hojas cayeron, y en mi tronco vuelven los novios trémulos a entrelazar sus cifras, y hay corazones fijos por flechas traspasados, vivos en esa muerte. Cuando digo «te amo», mi voz repite el viento y en mi alta copa juega con tu nombre y un pájaro hijo de abril y marzo.
El árbol
Mario Meléndez
Ella sacó a pasear las palabras y las palabras mordieron a los niños y los niños le contaron a sus padres y los padres cargaron sus pistolas y abrieron fuego sobre las palabras y las palabras gimieron, aullaron lamieron lentamente sus ciegas heridas hasta que al fin cayeron de bruces sobre la tierra desangrada Y vino la muerte entonces vestida con su mejor atuendo y detúvose en la casa del poeta para llamarlo con gritos desesperados y abrió la puerta el poeta sin sospechar de qué se trataba y vio a la muerte colgada de su sombra y sollozando "Acompáñame", le dijo aquella "porque esta noche estamos de duelo" "Y quién ha muerto", preguntó el poeta "Pues tú", respondió la muerte y le extendió los brazos para darle el pésame
La portadora
Delfina Acosta
No se lo muestres nunca a nadie, ni se lo digas a tu mejor amigo haciéndole jurar con muchas copas que nunca contará. Escucha: ya maduró la luz en la primera fruta del parral y quiero que te asombres. Ni siquiera te nombro, y sin embargo, sus versos que poseen el color de mis venas te cuentan a través de los vientos y del agua que a ti me lleva el blanco de la virginidad que te debí en las noches consteladas, el verde de las hojas de tu pueblo donde fueron a misa los vestidos, y el rosado prudente de la amante que finge ser la esposa en la fiesta.
No se lo digas
San Juan de la Cruz
¿Adónde te escondiste, Amado, y me dexaste con gemido? Como el ciervo huyste haviéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ydo. Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero, si por ventura vierdes aquél que yo más quiero, decilde que adolezco, peno y muero. Buscando mis amores, yré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y passaré los fuertes y fronteras. ¡O bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado!, ¡o prado de verduras, de flores esmaltado!, dezid si por vosotros ha passado. Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura; y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura. ¡Ay!, ¿quién podrá sanarme? Acaba de entregarte ya de vero; no quieras embiarme de oy más ya mensajero que no saben dezirme lo que quiero. Y todos quantos vagan de ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan, y déxame muriendo un no sé qué que quedan balbuziendo. Mas, ¿cómo perseveras, ¡o vida!, no viviendo donde vives, y haziendo porque mueras las flechas que recives de lo que del Amado en ti concives? ¿Por qué, pues as llagado aqueste coraçón, no le sanaste? Y, pues me le as robado, ¿por qué assí le dexaste, y no tomas el robo que robaste? Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshazellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos. Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura. ¡O christalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibuxados! ¡Apártalos, Amado, que voy de buelo!. Buélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma al aire de tu buelo, y fresco toma. Mi Amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas estrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los ayres amorosos, La noche sosegada en par de los levantes del aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora. Caçadnos las raposas, questá ya florescida nuestra viña, en tanto que de rosas hazemos una piña, y no parezca nadie en la montiña. Detente, cierzço muerto; ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto, y corran sus olores, y pacerá el Amado entre las flores. ¡Oh ninfas de Judea!, en tanto que en las flores y rosales el ámbar perfumea, morá en los arrabales, y no queráis tocar nuestros humbrales. Escóndete, Carillo, y mira con tu haz a las montañas, y no quieras dezillo; mas mira las compañas de la que va por ínsulas estrañas. A las aves ligeras, leones, ciervos, gamos saltadores, montes, valles, riberas, aguas, ayres, ardores, y miedos de las noches veladores: Por las amenas liras y canto de sirenas os conjuro que cessen vuestras yras, y no toquéis al muro, porque la esposa duerma más siguro. Entrado se a la esposa en el ameno huerto desseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces braços del Amado. Debajo del mançano, allí conmigo fuiste desposada; allí te di la mano, y fuiste reparada donde tu madre fuera violada. Nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en púrpura tendido, de paz edifficado, de mil escudos de oro coronado. A çaga de tu huella las jóvenes discurren al camino, al toque de centella, al adobado vino, emissiones de bálsamo divino. En la interior bodega de mi Amado beví, y, quando salía por toda aquesta bega, ya cosa no sabía, y el ganado perdí que antes seguía. Allí me dio su pecho, allí me enseñó sciencia muy sabrosa, y yo le di de hecho a mí, sin dexar cosa; allí le prometí de ser su esposa. Mi alma se a empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro officio, que ya sólo en amar es mi exercicio. Pues ya si en el egido de oy más no fuere vista ni hallada, diréis que me e perdido, que, andando enamorada, me hice perdediza y fui ganada. De flores y esmeraldas, en las frescas mañanas escogidas, haremos las guinaldas, en tu amor florescidas y en un cabello mío entretexidas. En solo aquel cabello que en mi cuello volar consideraste, mirástele en mi cuello y en él presso quedaste, y en uno de mis ojos te llagaste. Quando tú me miravas, su gracia en mí tus ojos imprimían; por esso me adamavas, y en esso merecían los míos adorarlo que en ti vían. No quieras despreciarme, que si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dexaste. La blanca palomica al arca con el ramo se a tornado, y ya la tortolica al socio desseado en las riberas verdes a hallado. En soledad vivía, y en soledad a puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido. Gozémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura. Y luego a las subidas cabernas de la piedra nos yremos que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos. Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día. El aspirar de el ayre, el canto de la dulce filomena, el soto y su donayre en la noche serena, con llama que consume y no da pena. Que nadie lo mirava, Aminadab tampoco parescía, y el cerco sosegava, y la cavallería a vista de las aguas descendía.
Cántico
Antonio Machado
I Señor, me cansa la vida, tengo la garganta ronca de gritar sobre los mares, la voz de la mar me asorda. Señor, me cansa la vida y el universo me ahoga. Señor, me dejaste solo, solo, con el mar a solas. II O tú y yo jugando estamos al escondite, Señor, o la voz con que te llamo es tu voz. III Por todas partes te busco sin encontrarte jamás, y en todas partes te encuentro sólo por irte a buscar.
Tres cantares enviados a unamuno en 1913
Eugenio Florit
Habréis de conocer que estuve vivo por una sombra que tendrá mi frente. Sólo en mi frente la inquietud presente que hoy guardo en mí, de mi dolor cautivo. Blanca la faz, sin el ardor lascivo, sin el sueño prendiéndose a la mente. Ya sobre mí, callado eternamente, la rosa de papel y el verde olivo. Qué sueño sin ensueños torcedores, abierta el alma a trémulas caricias y sobre el corazón fijas las manos. Qué lejana la voz de los amores. Con qué sabor la boca a las delicias de todos los serenos oceanos.
Soneto
Fray Luis de León
No viéramos el rostro al padre Eterno alegre, ni en el suelo al Hijo amado quitar la tiranía del infierno, ni el fiero Capitán encadenado; viviéramos en llanto sempiterno, durara la ponzoña del bocado, serenísima Virgen, si no hallara tal Madre Dios en vos donde encarnara. Que aunque el amor del hombre ya había hecho mover al padre Eterno a que enviase el único engendrado de su pecho, a que encarnando en vos le reparase, con vos se remedió nuestro derecho, hicistes nuestro bien se acrecentase, estuvo nuestra vida en que quisistes, Madre digna de Dios, y ansí vencistes. No tuvo el Padre más, Virgen, que daros, pues quiso que de vos Cristo naciese, ni vos tuvistes más que desearos, siendo el deseo tal, que en vos cupiese; habiendo de ser Madre, contentaros pudiérades con serlo de quien fuese menos que Dios, aunque para tal Madre, bien estuvo ser Dios el Hijo y Padre. Con la humildad que al cielo enriquecistes vuestro ser sobre el cielo levantastes; aquello que fue Dios sólo no fuistes, y cuanto no fue Dios, atrás dejastes; alma santa del padre concebistes, y al Verbo en vuestro vientre le cifrastes; que lo que cielo y tierra no abrazaron, vuestras santas entrañas encerraron. Y aunque sois Madre, sois Virgen entera, hija de Adán, de culpa preservada, y en orden de nacer vos sois primera, y antes que fuese el cielo sois criada. Piadosa sois, pues la seriente fiera por vos vio su cabeza quebrantada; a Dios de Dios bajáis del cielo al suelo, del hombre al hombre alzáis del suelo al cielo. Estáis agora, Virgen generosa, con la perpetua Trinidad sentada, do el Padre os llama Hija, el Hijo Esposa, y el Espíritu Santo dulce Amada. De allí con larga mano y poderosa nos repartís la gracia, que os es dada; allí gozáis, y aquí para mi pluma, que en la esencia de Dios está la suma.
A nuestra señora
Carlos Bousoño
Lo último que dijo fue esto: «La vida es un dolor» Ojos que vi tan llenos de dolor en el último día, cuando faltaba poco para morir, y desde el lecho él recordaba triste, lejos, muy lejos, y un poquito borroso, cuando con sus amigos, allá en su niñez, divirtiéndose mucho, inmortal aún la vida, iban al huerto, o al pinar, o al alto palpitar de la luz. Correr luego escondiéndose tras unos matorrales, un momento, por que no los llamasen desde la casa aún. «Un poco más, un poco más tan sólo. La última vez, y ya.» Y cuando le pusieron una corona como rey del mundo el día en que cumplía siete años de rey, siete de dueño de todo, el universo: el aire, el mar. Respiraba. Fatiga e imposibilidad. La vida, la corona, cartón pintado, alegre, luego el amor, la compañía honda, felicidad. Años sin duda, y todo fue un instante tan sólo: amarga pesadumbre real. Y ahora las lágrimas que no lloró jamás vinieron a sus ojos, resbalaban despacio por sus mejillas pálidas, humedecían la piel, la boca, y seguían bajando cuando estaba ya muerto. Las lágrimas duraban más que sus ojos tristes, más que su propio dolor.
En la muerte
Julia de Burgos
La carrera del mar sobre mi puerta es sensación azul entre mis dedos, y tu salto impetuoso por mi espíritu es no menos azul, me nace eterno. Todo el color de aurora despertada el mar y tú lo nadan a mi encuentro, y en locura de amarme hasta el naufragio van rompiendo los puertos y los remos. ¡Si tuviera yo un barco de gaviotas, para sólo un instante detenerlos, y gritarle mi voz a que se batan en un sencillo duelo de misterio! Que uno en el otro encuentren su voz propia, que entrelacen sus sueños en el viento, que se ciñan estrellas en los ojos para que den, unidos, sus destellos. Que sea un duelo de música en el aire las magnolias abiertas de sus besos, que las olas se vistan de pasiones y la pasión se vista de veleros. Todo el color de aurora despertada el mar y tú lo estiren en un sueño que se lleve mi barco de gaviotas y me deje en el agua de dos cielos.
El mar y tú
Nicolás Guillén
Pienso en la fría mañana en que te fui a ver, allá donde La Habana quiere irse en busca del campo, allá en tu suburbio claro. Yo con mi botella de ron y el libro de mis poemas en alemán, que al fin te regalé. (¿O fue que te quedaste con él?) Perdóname, pero aquel día me pareciste una niñita sola, o quizás un pequeño gorrión mojado. Tuve ganas de preguntarte: ¿Y tu nido? ¿Y tus padres? Pero no habría podido. Desde el abismo de tu blusa, como dos conejillos caídos en un pozo, me ensordecían tus senos con sus gritos.
Una fría mañana
Pablo Neruda
La mamadre viene por ahí, con zuecos de madera. Anoche sopló el viento del polo, se rompieron los tejados, se cayeron los muros y los puentes, aulló la noche entera con sus pumas, y ahora, en la mañana de sol helado, llega mi mamadre, doña Trinidad Marverde, dulce como la tímida frescura del sol en las regiones tempestuosas, lamparita menuda y apagándose, encendiéndose para que todos vean el camino. Oh dulce mamadre —nunca pude decir madrastra—, ahora mi boca tiembla para definirte, porque apenas abrí el entendimiento vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro, la santidad más útil: la del agua y la harina, y eso fuiste: la vida te hizo pan y allí te consumimos, invierno largo a invierno desolado con las goteras dentro de la casa y tu humildad ubicua desgranando el áspero cereal de la pobreza como si hubieras ido repartiendo un río de diamantes. Ay mamá, ¿cómo pude vivir sin recordarte cada minuto mío? No es posible. Yo llevo tu Marverde en mi sangre, el apellido del pan que se reparte, de aquellas dulces manos que cortaron del saco de la harina los calzoncillos de mi infancia, de la que cocinó, planchó, lavó, sembró, calmó la fiebre, y cuando todo estuvo hecho, y ya podía yo sostenerme con los pies seguros, se fue, cumplida, oscura, al pequeño ataúd donde por primera vez estuvo ociosa bajo la dura lluvia de Temuco.
La mamadre
Rubén Darío
Este gran don Ramón de las barbas de chivo, cuya sonrisa es la flor de su figura, parece un viejo dios, altanero y esquivo, que se animase en la frialdad de su escultura. El cobre de sus ojos por instantes fulgura y da una llama roja tras un ramo de olivo. Tengo la sensación de que siento y que vivo a su lado una vida más intensa y más dura. Este gran don Ramón del Valle-Inclán me inquieta, y a través del zodíaco de mis versos actuales se me esfuma en radiosas visiones de poeta, o se me rompe en un fracaso de cristales. Yo le he visto arrancarse del pecho la saeta que se lanzan los siete pecados capitales.
Soneto
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Espléndida razón, demonio claro del racimo absoluto, del recto mediodía, aquí estamos al fin, sin soledad y solos, lejos del desvarío de la ciudad salvaje. Cuando la línea pura rodea su paloma y el fuego condecora la paz con su alimento tú y yo erigimos este celeste resultado! Razón y amor desnudos viven en esta casa. Sueños furiosos, ríos de amarga certidumbre decisiones más duras que el sueño de un martillo cayeron en la doble copa de los amantes. Hasta que en la balanza se elevaron, gemelos, la razón y el amor como dos alas. Así se construyó la transparencia.
Cien sonetos de amor
María Eugenia Caseiro
Era de granizo el verde derramado junto a la blancura el pájaro de hielo. El cielo nace al hombre atento que mueve el pan nerviosamente, lanza migas, borra la pregunta y atado a su parque ya es carámbano. Digan lo que digan no te importe el canario comprimido que no muerde ni que crezcan retoños a la ausencia. La bisagra engrasada ya no canta y el sol, que se hizo viejo allá en sus puntas esperando que cayera la palabra en el escaque justo, ahora chorrea otros fractales con mazmorra en el poniente. Desde ayer media naranja es una flecha o puede ser la luna, una mujer la puerta un perro el laberinto en que se pierde un hijo un fulgor la hora en que los hombres mueren madera de pluma el sacrificio, el ojo una inquietud por donde duele un fósforo la búsqueda un pez la buena o mala suerte. No hay piedad en el labio que se ofrece ni color en el secreto que no nace. Oh! Dios, que nunca se te ocurra celebrar con los brazos en alto como arquero pesar las espaldas convertidas y allí donde tu fuego espera no encuentre ritmo nuevo. ¿Qué hacer con el polvo amontonado? ¿días como rayos relucientes? Las flores se chorrean, no hay sonrisa que se anime a salir de entre las hojas. La noche mueve su perfil sobre los muebles la luna presagia desembarcos tu cuerpo sideral respira por la boca en que el amor se pierde. Váyase usted amargo sol que ya no hay forma de rascarnos donde no nos duele. Las vidas que han pasado ya no chocan, ¿que labios van a darnos vida y muerte? Los hijos de la sed desesperados se tragan las cortinas y deshojan alguna margarita sin que nazcan violines rumiándole al oído Isla de mis islas sola cáliz de arena este domingo.
Sin domingo
Pablo Neruda
ADIÓS, pero conmigo serás, irás adentro de una gota de sangre que circule en mis venas o fuera, beso que me abrasa el rostro o cinturón de fuego en mi cintura. Dulce mía, recibe el gran amor que salió de mi vida y que en ti no encontraba territorio como el explorador perdido en las islas del pan y de la miel. Yo te encontré después de la tormenta, la lluvia lavó el aire y en el agua tus dulces pies brillaron como peces. Adorada, me voy a mis combates. Arañaré la tierra para hacerte una cueva y allí tu Capitán te esperará con flores en el lecho. No pienses más, mi dulce, en el tormento que pasó entre nosotros como un rayo de fósforo dejándonos tal vez su quemadura. La paz llegó también porque regreso. a luchar a mi tierra, y como tengo el corazón completo con la parte de sangre que me diste para siempre, y como llevo las manos llenas de tu ser desnudo, mírame, mírame, mírame por el mar, que voy radiante, mírame por la noche que navego, y mar y noche son los ojos tuyos. No he salido de ti cuando me alejo. Ahora voy a contarte: mi tierra será tuya, yo voy a conquistarla, no sólo para dártela, sino que para todos, para todo mi pueblo. Saldrá el ladrón de su torre algún día. Y el invasor será expulsado. Todos los frutos de la vida crecerán en mis manos acostumbrados antes a la pólvora. Y sabré acariciar las nuevas flores porque tú me enseñaste la ternura. Dulce mía, adorada, vendrás conmigo a luchar cuerpo a cuerpo porque en mi corazón viven tus besos como banderas rojas, y si caigo, no sólo me cubrirá la tierra sino este gran amor que me trajiste y que vivió circulando en mi sangre. Vendrás conmigo, en esa hora te espero, en esa hora y en todas las horas, en todas las horas te espero. Y cuando venga la tristeza que odio a golpear a tu puerta, dile que yo te espero y cuando la soledad quiera que cambies la sortija en que está mi nombre escrito, dile a la soledad que hable conmigo, que yo debí marcharme porque soy un soldado, y que allí donde estoy, bajo la lluvia o bajo el fuego, amor mío, te espero, te espero en el desierto más duro y junto al limonero florecido: en todas partes donde esté la vida, donde la primavera está naciendo, amor mío, te espero. Cuando te digan "Ese hombre no te quiere", recuerda que mis pies están solos en esa noche, y buscan los dulces y pequeños pies que adoro. Amor, cuando te digan que te olvidé, y aun cuando sea yo quien lo dice, cuando yo te lo diga, no me creas, quién y cómo podrían cortarte de mi pecho y quién recibiría mi sangre cuando hacia ti me fuera desangrando? Pero tampoco puedo olvidar a mi pueblo. Voy a luchar en cada calle, detrás de cada piedra. Tu amor también me ayuda: es una flor cerrada que cada vez me llena con su aroma y que se abre de pronto dentro de mí como una gran estrella. Amor mío, es de noche. El agua negra, el mundo dormido, me rodean. Vendrá luego la aurora y yo mientras tanto te escribo para decirte: "Te amo". Para decirte "Te amo", cuida, limpia, levanta, defiende nuestro amor, alma mía. Yo te lo dejo como si dejara un puñado de tierra con semillas. De nuestro amor nacerán vidas. En nuestro amor beberán agua. Tal vez llegará un día en que un hombre y una mujer, iguales a nosotros, tocarán este amor, y aún tendrá fuerza para quemar las manos que lo toquen. Quiénes fuimos? Qué importa? Tocarán este fuego y el fuego, dulce mía, dirá tu simple nombre y el mío, el nombre que tú sola supiste porque tú sola sobre la tierra sabes quién soy, y porque nadie me conoció como una, como una sola de tus manos, porque nadie supo cómo, ni cuándo mi corazón estuvo ardiendo: tan sólo tus grandes ojos pardos lo supieron, tu ancha boca, tu piel, tus pechos, tu vientre, tus entrañas y el alma tuya que yo desperté para que se quedara cantando hasta el fin de la vida. Amor, te espero. Adiós, amor, te espero. Amor, amor, te espero. Y así esta carta se termina sin ninguna tristeza: están firmes mis pies sobre la tierra, mi mano escribe esta carta en el camino, y en medio de la vida estaré siempre junto al amigo, frente al enemigo, con tu nombre en la boca y un beso que jamás se apartó de la tuya.
La carta en el camino
Alejandra Pizarnik
Han venido. Invaden la sangre. Huelen a plumas, a carencia, a llanto. Pero tú alimentas al miedo y a la soledad como a dos animales pequeños perdidos en el desierto. Han venido a incendiar la edad del sueño. Un adiós es tu vida. Pero tú te abrazas como la serpiente loca de movimiento que sólo se halla a sí misma porque no hay nadie. Tú lloras debajo de tu llanto, tú abres el cofre de tus deseos y eres más rica que la noche. Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan.
Hijas del viento
Ángeles Carbajal
Sin saber por qué, has vuelto, y miras la tarde soleada: la misma enredadera verde, las flores junto al muro, la verja de hierro carcomido, el amarillo pálido de la pared gastada. Has vuelto como si estuvieras todavía bajo el antiguo hechizo, como si en algo te parecieras todavía a ti (hubo un tiempo de minuciosa eternidad en el que tu corazón, alborozado huésped de la vida, nada sabía de lo que hoy sabe). Arrastrando la hojarasca de los años pisados, los errores, el cansancio y el dolor de páginas ciegas, has vuelto para descubrir cuánto dura lo que creías eterno y encontrar un raro consuelo; soñar que ni siquiera existes a la orilla de esta tarde sin sentido y perfecta.
Volver
Marilina Rébora
No he sido nunca linda —tal vez quise ser alta— y la piel de mis hombros se acentúa morena (al decir esto, claro, una verdad resalta: que tampoco mi espalda ha de ser de azucena). No tuve grandes ojos, y ahora aún me falta el gracioso caer de ondulada melena; tampoco es mío el rosa que reanima y esmalta las mejillas y labios, con tono de verbena. Se dice que subyuga por lo manso mi acento —puede que a fuer de cauto alcance a ser ternura—, un eco susurrante del jardín bajo el viento, pero quien describiese con justeza mi traza verá cómo responde toda la arquitectura al tobillo delgado de la mujer de raza.
Mi físico
Miguel Hernández
En trenes poseídos de una pasión errante por el carbón y el hierro que los provoca y mueve, y en tensos aeroplanos de plumaje tajante recorro la nación del trabajo y la nieve. De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas, sale una voz profunda de máquinas y manos, que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas, y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos. Basta mirar: se cubre de verdad la mirada. Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas. De cada aliento sale la ardiente bocanada de tantos corazones unidos por parejas. Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente, y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos, como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente. De unos hombres que apenas a vivir se atrevían con la boca amarrada y el sueño esclavizado: de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían, una masa de férreo volumen has forjado. Has forjado una especie de mineral sencillo, que observa la conducta del metal más valioso, perfecciona el motor, y señala el martillo, la hélice, la salud, con un dedo orgulloso. Polvo para los zares, los reales bandidos: Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios. Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos, hoy proclaman la vida y hunden los cementerios. Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos, quemados por la sangre de los trabajadores. Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos, y cantan rodeados de fábricas y flores. Y los ancianos lentos que llevan una huella de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso, por desplumar alegres su alta barba de estrella ante el fulgor que remoza su ocaso. Las chozas se convierten en casas de granito. El corazón se queda desnudo entre verdades. Y como una visión real de lo inaudito, brotan sobre la nada bandadas de ciudades. La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta como un arma afilada por los rinocerontes. La metalurgia suena dichosa de garganta, y vibran los martillos de pie sobre los montes. Con las inagotables vacas de oro yacente que ordeñan los mineros de los montes Urales, Rusia edifica un mundo feliz y trasparente para los hombres llenos de impulsos fraternales. Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas legiones malparidas por una torpe entraña, los girasoles rusos, como ciegos planetas, hacen girar su rostro de rayos hacia España. Aquí está Rusia entera vestida de soldado, protegiendo a los niños que anhela la trilita de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado, y que del vientre mismo de la madre los quita. Dormitorios de niños españoles: zarpazos de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia, a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos, la vida que destruyen manchados de inocencia. Frágiles dormitorios al sol de la luz clara, sangrienta de repente y erizada de astillas. ¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas! Se arrojará, me advierte desde su tumba viva Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto, mientras contempla inmóvil el agua constructiva que fluye en forma humana detrás de su esqueleto. Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas, fuerza serán que cierre las fauces de la guerra. Y sólo se verá tractores y manzanas, panes y juventud sobre la tierra.
Rusia
Amado Nervo
Aquella tarde, en la alameda, loca de amor, la dulce idolatrada mía me ofreció la eglantina de su boca. Y el Buda de basalto sonreía... Otro vino después, y sus hechizos me robó; dile cita, y en la umbría nos trocamos epístolas y rizos. Y el Buda de basalto sonreía... Hoy hace un año del amor perdido. Al sitio vuelvo y, como estoy rendido tras largo caminar, trepo a lo alto del zócalo en que el símbolo reposa. Derrotado y sangriento muere el día, y en los brazos del Buda de basalto me sorprende la luna misteriosa.
Y el buda de basalto sonreía
Luis de Góngora
Poco después que su cristal dilata, Orla el Dauro los márgenes de un Soto, Cuyas plantas Genil besa devoto, Genil, que de las nieves se desata. Sus corrientes por él cada cual trata Las escuche el Antípoda remoto, Y el culto seno de sus minas roto, Oro al Dauro le preste, al Genil plata. Él, pues, de rojas flores coronado, Nobles en nuestra España por ser Rojas, Como bellas al mundo por ser flores, Con rayos dulces mil de Sol templado Al mirto peina, y al laurel las hojas, Monte de musas ya, jardín de amores.
Al poeta pedro soto de rojas
Federico García Lorca
Oye, hijo mío, el silencio. Es un silencio ondulado, un silencio, donde resbalan valles y ecos y que inclina las frentes hacia el suelo.
El silencio
Delfina Acosta
Tus ojos, dos secretos que me observan. Mas, ¿qué dolor es éste que en mi frente tan pálida, parece algún lunar? Si están los astros pocos, si la muerte echó la puerta, si las hojas secas en viento malo al rato se convierten, si cruje ya el paisaje y van los muertos en busca de las gotas de la fiebre, yo sé que estás adentro, horrorizada. Conciencia que te aferras a mi suerte y abrazas fuertemente a mi existencia, no sé qué hacer contigo pues me dueles con un dolor sin pausa de pregunta. La tarde cae fría y muy terrestre. Mi nombre lloran pájaros azules. Melancolía, deja de morderme.
Conciencia
Vicente García
Un sincero homenaje, como exige La muerte de un poeta que nos deja tan joven : Hagámosle. Que brille el epitafio Para aquel cuyo nombre se escribió sobre el agua. Pero eso sí. Quemad todas sus ropas, Papeles y demás. Arrancad las ventanas Y rascad las paredes de esta casa maldita. Que la tuberculosis se aleje de nosotros. Que no vuelva a venir otro poeta.
En el día de su muerte
Dulce María Loynaz
Este espejo colgado a la pared, donde a veces me miro de pasada... es un estanque muerto que han traído a la casa. Cadáver de un estanque es el espejo: Agua inmóvil y rígida que guarda dentro de ella colores todavía, remembranzas de sol, de sombra... —filos de horizontes movibles, de la vida que arde y pasa en derredor y vuelve y no se quema nunca... —Vaga reminiscencia que cuajó en el vidrio y no puede volverse a la lejana tierra donde arrancaron el estanque, aún blancas de luna y de jazmín, aún temblorosas de lluvias y de pájaros, sus aguas... Esta es agua amansada por la muerte: Es fantasma de un agua viva que brillara un día, libre en el mundo, tibia, soleada... ¡Abierta al viento alegre que la hacía bailar...! No baila más el agua; no copiará los soles de cada día. Apenas si la alcanza el rayo mustio que se filtra por la ventana. ¿En qué frío te helaron tanto tiempo estanque vertical, que no derramas tu chorro por la alfombra, que no vuelcas en la sala tus paisajes remotos y tu luz espectral? Agua gris cristalizada, espejo mío donde algunas veces tan lejana me vi, que tuve miedo de quedarme allí dentro por siempre...Despegada de mí misma, perdida en ese légamo de ceniza de estrellas apagadas...
El espejo
Federico García Lorca
Los arqueros oscuros a Sevilla se acercan. Guadalquivir abierto. Anchos sombreros grises, largas capas lentas. ¡Ay, Guadalquivir! Vienen de los remotos países de la pena. Guadalquivir abierto. Y van a un laberinto. Amor, cristal y piedra. ¡Ay, Guadalquivir!
Arqueros
Pablo Neruda
Qué pura eres de sol o de noche caída, qué triunfal desmedida tu órbita de blanco, y tu pecho de pan, alto de clima, tu corona de árboles negros, bienamada, y tu nariz de animal solitario, de oveja salvaje que huele a sombra y a precipitada fuga titánica. Ahora, qué armas espléndidas mis manos, digna su pala de hueso y su lirio de uñas, y el puesto de mi rostro, y el arriendo de mi alma están situados en lo justo de la fuerza terrestre. Qué pura mi mirada de nocturna influencia, caída de ojos oscuros y feroz acicate, mi simétrica estatua de piernas gemelas sube hacia estrellas húmedas cada mañana, y mi boca de exilio muerde la carne y la uva, mis brazos de varón, mi pecho tatuado en que penetra el vello como ala de estaño, mi cara blanca hecha para la profundidad del sol, mi pelo hecho de ritos, de minerales negros, mi frente, penetrante como golpe o camino, mi piel de hijo maduro, destinado al arado, mis ojos de sal ávida, de matrimonio rápido, mi lengua amiga blanda del dique y del buque, mis dientes de horario blanco, de equidad sistemática, la piel que hace a mi frente un vacío de hielos y en mi espalda se torna, y vuela en mis párpados, y se repliega sobre mi más profundo estimulo, y crece hacia las rosas en mis dedos, en mi mentón de hueso y en mis pies de riqueza. Y tú como un mes de estrella, como un beso fijo, como estructura de ala, o comienzos de otoño, niña, mi partidaria, mi amorosa, la luz hace su lecho bajo tus grandes párpados, dorados como bueyes, y la paloma redonda hace sus nidos blancos frecuentemente en ti. Hecha de ola en lingotes y tenazas blancas, tu salud de manzana furiosa se estira sin límite, el tonel temblador en que escucha tu estómago, tus manos hijas de la harina y del cielo. Qué parecida eres al más largo beso, su sacudida fija parece nutrirte, y su empuje de brasa, de bandera revuelta, va latiendo en tus dominios y subiendo temblando, y entonces tu cabeza se adelgaza en cabellos, y su forma guerrera, su círculo seco, se desploma de súbito en hilos lineales como filos de espadas o herencias de humo.
Juntos nosotros
Julio Flórez Roa
Yo vivo encadenado a tu hermosura, lo mismo que a su roca, Prometeo; sin poder quebrantar la ligadura que me une a ti... por más que forcejeo. ¿De qué delito bárbaro fui reo, para tener que soportar tan dura y a la vez dulce pena? Mi deseo es un placer que llega a la tortura. Me atraes como abismo luminoso; lucho, por arrancarme de tu lado, con las fuerzas terribles de un coloso. ¡Inútil! A vivir siempre abrazado a tu cuerpo flexible y armonioso parece que estuviera condenado.
Cárcel perpetua
Aurelio González Ovies
Qué más quisiera yo que ver desde los montes el animal del tiempo. Ser el reverso de la sombra. El huésped más agraz de las luciérnagas. El viaje más fundible de los túneles. El ritmo artesanal del corazón. El invertebrado rojo de la llama. Qué más quisiera yo que ser el viejo perro del coraje y asustar a la muerte cuando viene a buscaros.
Sueño de la razón oscura
Santiago Montobbio
Porque vivir no basta al hombre, porque la cárcel injusta de los días hace que se pudra la pequeña carne de los sueños o porque no me quedan calles ya que guarden alguna risa dentro, o algún nombre, sobre mi mesita de noche tengo preparado el final cianuro silencioso. Pues sé que el dolor cabe en un vaso, aunque no cuándo apurarlo; será, quizá, la semana que viene, de aquí dos días, o más pronto acaso. Ante cualquier balcón, desde cualquier minuto. Cuando los ojos no soporten más sus látigos y tarde sea cuando adivinéis el modo en que la sombra es lobo y me devora. Pero aunque no haya dicho adiós a nadie, aunque para todo ahora sea tarde sí hubiera querido que cuando leyerais esto ninguno de vosotros fuera necio y pensara que aún es un poema. Porque esto no es un poema, esto ni siquiera es un testamento, yo nada tengo y nada dejo y así esto quizá no es más que una memoria o un anuncio de aquello para lo que ya no hay viento.
La tinta de este papel es la tinta última
Josefina Plá
Blanda en mi entraña, como tibia lluvia, beso aplastado corazón a vena; tiembla en mis ojos, como sol en río tañe en mis pulsos dolorida plata. Pincel que te dibuja estremecida rama en el agua azul de mis anhelos pasa por mí, y se lleva mi dulzura como un rayo de luz que fuese abeja. Ave a quien le nací con viento y nido, su ala sabe el curso de mi arroyo, y en el ángulo agudo de su vuelo -punta de corazón hiriendo en flecha- una gota de sangre nueva siempre recarmina las rosas del deseo. 1939
El soneto de tu voz
Amado Nervo
Sol espledente de primavera, a cuyo beso, fresca y lozana, la flor se yergue, la mariposa viola el capullo, la yema estalla; sol espledente de primavera: ¡yo te aborrezco! porque desgarras las brumas leves, que me circundan como rizado crespón de plata. A mí me gustan las tardes grises, las melancolías, las heladas, en que las rosas tiemblan de frío, en que los cierzos gimiendo pasan, en que las aves, entre las hojas, el pico esconden bajo del ala. A mí me gustan esas penumbras indefinibles de la enramada, a cuyo amparo corren las fuentes, surgen los gnomos, las hojas charlan... Sol espledente de primavera, cede tu gloria, declina, pasa: deja las brumas que me rodean como rizado crespón de plata. Bellas mujeres de ardientes ojos, de vivos labios, de tez rosada, ¡os aborrezco! Vuestros encantos ni me seducen ni me arrebatan. A mí me gustan las niñas tristes, a mí me gustan las niñas pálidas, las de apacibles ojos obscuros donde perenne misterio irradia; las de miradas que me acarician bajo el alero de las pestañas... Más que las rosas, amo los lirios y las gardenias inmaculadas; más que claveles de sangre y fuego, la sensitiva mi vista encanta... Bellas mujeres de ardientes ojos, de vivos labios, de tez rosada: pasad en ronda vertiginosa; vuestros encantos no me arrebatan... * Himnos vibrantes de las victorias, notas triunfales, bélicas marchas, ¡os aborrezco! porque, al oíros, trémulas huyen mis musas blancas. A mí me gustan las notas leves... las notas leves... las notas lánguidas, las que parecen suspiros hondos... suspiros hondos de almas que pasan... Chopin: delirio por tus nocturnos; Beethoven: sueño con tus sonatas: Weber: adoro tu Pensamiento Schubert: me arroba tu Serenata. ¡Oh! Cuántas veces, bajo el imperio de vuestra música apasionada, Ella me dice: ¿Me quieres mucho? y yo respondo: ¡Con toda el alma! Himnos vibrantes de las victorias, notas triunfales, bélicas marchas: ¡chit! porque huyen al escucharos, trémulas todas, mis musas blancas... Sol espledente de primavera, lindas mujeres de faz rosada, himnos triunfales...; ¡dejadme a solas con mis ensueños y mis nostalgias! Pálidas brumas que me rodean como rizado crespón de plata, vagas penumbras, niñas enfermas de ojos obscuros y tez de nácar, notas dolientes: ¡venid, que os amo! ¡Venid, que os amo! ¡Tended las alas!
Perlas negras xii
Nicolás Fernández de Moratín
Madrid, castillo famoso que al rey moro alivia el miedo, arde en fiestas en su coso, por ser el natal dichoso de Alimenón de Toledo. Su bravo alcaide Aliatar, de la hermosa Zaida amante, las ordena celebrar, por si la puede ablandar el corazón de diamante. Pasó, vencida a sus ruegos, desde Aravaca a Madrid. Hubo pandorgas y fuegos con otros nocturnos juegos que dispuso el adalid. Y en adargas y colores, en las cifras y libreas, mostraron los amadores, y en pendones y preseas, la dicha de sus amores. Vinieron las moras bellas de toda la cercanía, y de lejos muchas de ellas, las más apuestas doncellas que España entonces tenía. Aja de Getafe vino y Zahara la de Alcorcón, en cuyo obsequio muy fino corrió de un vuelo el camino el moraicel de Alcabón. Jarifa de Almonacid, que de la Alcarria en que habita llevó a asombrar a Madrid, su amante Audalla, adalid del castillo de Zorita. De Adamuz y la famosa Meco, llegaron allí dos, cada cual más hermosa, y Fátima, la preciosa hija de Alí el Alcadí. El ancho circo se llena de multitud clamorosa que atiende a ver en su arena la sangrienta lid dudosa, y todo en torno resuena. La bella Zaida ocupó sus dorados miradores que el arte afiligranó, y con espejos y flores y damascos adornó. Añafiles y atabales, con militar armonía, hicieron salva y señales de mostrar su valentía los moros más principales. No en las vegas de Jarama pacieron la verde grama nunca animales tan fieros, junto al puente que se llama, por sus peces, de Viveros, como los que el vulgo vio ser lidiados aquel día, y en la fiesta que gozó, la popular alegría muchas heridas costó. Salió un toro del toril y a Tarfe tiró por tierra, y luego a Benalguacil, después con Hamete cierra, el temerón de Conil. Traía un ancho listón con uno y otro matiz hecho un lazo por airón, sobre la inhiesta cerviz clavado con un arpón. Todo galán pretendía ofrecerle vencedor a la dama que servía; por eso perdió Almanzor el potro que más quería. El alcaide, muy zambrero, de Guadalajara, huyó mal herido al golpe fiero, y desde un caballo overo el moro de Horche cayó. Todos miran a Aliatar, que aunque tres toros ha muerto, no se quiere aventurar, porque en lance tan incierto el caudillo no ha de entrar. Mas viendo se culparía, va a ponérsele delante; la fiera le acometía, y sin que el rejón la plante le mató una yegua pía. Otra monta acelerado; le embiste el toro de un vuelo, cogiéndole entablerado; rodó el bonete encarnado con las plumas por el suelo. Dio vuelta hiriendo y matando a los que a pie que encontrara, el circo desocupando, y emplazándose, se para, con la vista amenazando. Nadie se atreve a salir; la plebe grita indignada; las damas se quieren ir, porque la fiesta empezada no puede ya proseguir. Ninguno al riesgo se entrega y está en medio el toro fijo, cuando un portero que llega de la Puerta de la Vega hincó la rodilla y dijo: «Sobre un caballo alazano, cubierto de galas y oro, demanda licencia urbano para alancear a un toro un caballero cristiano». Mucho le pesa a Aliatar; pero Zaida dio respuesta diciendo que puede entrar, porque en tan solemne fiesta nada se debe negar. Suspenso el concurso entero entre dudas se embaraza, cuando en un potro ligero vieron entrar por la plaza un bizarro caballero. Sonrosado, albo color, belfo labio, juveniles alientos, inquieto ardor, en el florido verdor de sus lozanos abriles. Cuelga la rubia guedeja por donde el almete sube, cual mirarse tal vez deja del sol la ardiente madeja entre cenicienta nube. Gorguera de anchos follajes, de una cristiana primores, por los visos y celajes en el yelmo los plumajes, vergel de diversas flores. En la cuja gruesa lanza con recamado pendón, y una cifra a ver se alcanza que es de desesperación, o a lo sumo de venganza. En el arzón de la silla ancho escudo reverbera con blasones de Castilla, el mote dice a la orilla: Nunca mi espada venciera. Era el caballo galán, el bruto más generoso, de más gallardo ademán: cabos negros, y brioso, muy tostado, y alazán; larga cola recogida en las piernas descarnadas, cabeza pequeña, erguida, las narices dilatadas, vista feroz y encendida. Nunca en el ancho rodeo que da Betis con tal fruto pudo fingir el deseo más bella estampa de bruto ni más hermoso paseo. Dio la vuelta al rededor; los ojos que le veían lleva prendados de amor. «Alá te salve», decían, «déte el Profeta favor». Causaba lástima y grima su tierna edad floreciente; todos quieren que se exima del riesgo, y él solamente ni recela, ni se estima. Las doncellas, al pasar, hacen de ámbar y alcanfor pebeteros exhalar, vertiendo pomos de olor, de jazmines y azahar. Mas cuando en medio se para, y de más cerca le mira la cristiana esclava Aldara, con su señora se encara y así la dice, y suspira: «Señora, sueños no son; así los cielos, vencidos de mi ruego y aflicción, acerquen a mis oídos las campanas de León, »como ese doncel que ufano tanto asombro viene a dar a todo el pueblo africano, es Rodrigo de Vivar, el soberbio castellano». Sin descubrirle quién es, la Zaida desde una almena, le habló una noche cortés, por donde se abrió después el cubo de la Almudena. Y supo que, fugitivo de la corte de Fernando, el cristiano, apenas vivo, está a Jimena adorando y en su memoria cautivo. Tal vez a Madrid se acerca con frecuentes correrías y todo en torno la cerca; observa sus saetías arroyadas, y ancha alberca. Por eso le ha conocido, que en medio de aclamaciones, el caballo ha detenido delante de sus balcones, y la saluda rendido. La mora se puso en pie y sus doncellas detrás; el alcaide que lo ve, enfurecido además muestra cuán celoso esté. Suena un rumor placentero entre el vulgo de Madrid: «No habrá mejor caballero», dicen, «en el mundo entero», y algunos le llaman Cid. Crece la algazara, y él torciendo las riendas de oro, marcha al combate crüel; alza el galope, y al toro busca en sonoro tropel. El bruto se le ha encarado desde que le vio llegar, de tanta gala asombrado, y al rededor le ha observado sin moverse de un lugar. Cual flecha se disparó despedida de la cuerda, de tal suerte le embistió; detrás de la oreja izquierda la aguda lanza le hirió. Brama la fiera burlada; segunda vez acomete, de espuma y sudor bañada,. y segunda vez la mete sutil la punta acerada. Pero ya Rodrigo espera con heroico atrevimiento, el pueblo mudo y atento; se engalla el toro y altera, y finge acometimiento. La arena escarba ofendido, sobre la espalda la arroja con el hueso retorcido; el suelo huele y le moja en ardiente resoplido. La cola inquieto menea, la diestra oreja mosquea, vase retirando atrás, para que la fuerza sea mayor, y el ímpetu más. Él que en esta ocasión viera de Zaida el rostro alterado, claramente conociera cuánto la cuesta cuidado el que tanto riesgo espera. Mas, ¡ay que le embiste horrendo el animal espantoso! Jamás peñasco tremendo del Cáucaso cavernoso se desgaja, estrago haciendo, ni llama así fulminante cruza en negra obscuridad con relámpagos delante al estrépito tronante de sonora tempestad, como el bruto se abalanza en terrible ligereza; mas rota con gran pujanza la alta nuca, la fiereza y el último aliento lanza. La confusa vocería que en tal instante se oyó fue tanta que parecía que honda mina reventó, o el monte y valle se hundía. A caballo como estaba, Rodrigo el lazo alcanzó con qué el toro se adornaba; en su lanza le clavó y a los balcones llegaba. Y alzándose en los estribos, le alarga a Zaida, diciendo: «Sultana, aunque bien entiendo ser favores excesivos, mi corto don admitiendo, si no os dignáredes ser con él benigna, advertid que a mí me basta saber que no le debo ofrecer a otra persona en Madrid». Ella, el rostro placentero, dijo, y turbada: «Señor, yo le admito y le venero, por conservar el favor de tan gentil caballero». Y besando el rico don, para agradar al doncel, le prende con afición al lado del corazón, por brinquiño y por joyel. Pero Aliatar el caudillo de envidia ardiendo se ve, y trémulo y amarillo, sobre un tremacén rosillo lozaneándose fue. Y en ronca voz, «Castellano», le dice, «con más decoros suelo yo dar de mi mano si no penachos de toros, las cabezas del cristiano. »Y si vinieras de guerra cual vienes de fiesta y gala, vieras que en toda la tierra, al valor que dentro encierra Madrid, ninguno se iguala». «Así», dijo el de Vivar, «respondo», y la lanza al ristre pone y espera a Aliatar; mas sin que nadie administre orden, tocaron a armar. Ya fiero bando con gritos su muerte o prisión pedía, cuando se oyó en los distritos del monte de Leganitos del Cid la trompetería. Entre la Monclova y Soto tercio escogido emboscó, que viendo cómo tardó, se acerca, oyó el alboroto, y al muro se abalanzó. Y si no vieran salir por la puerta a su señor y Zaida a le despedir, iban la fuerza a embestir, tal era ya su furor. El alcaide, recelando que en Madrid tenga partido, se templó disimulando, y por el parque florido salió con él razonando. Y es fama que a la bajada juró por la cruz el Cid de su vencedora espada, de no quitar la celada hasta que gane a Madrid.
Fiesta de toros en madrid
Antonio Machado
De la ciudad moruna tras las murallas viejas, yo contemplo la tarde silenciosa, a solas con mi sombra y con mi pena. El río va corriendo, entre sombrías huertas y grises olivares, por los alegres campos de Baeza Tienen las vides pámpanos dorados sobre las rojas cepas. Guadalquivir, como un alfanje roto y disperso, reluce y espejea. Lejos, los montes duermen envueltos en la niebla, niebla de otoño, maternal; descansan las rudas moles de su ser de piedra en esta tibia tarde de noviembre, tarde piadosa, cárdena y violeta. El viento ha sacudido los mustios olmos de la carretera, levantando en rosados torbellinos el polvo de la tierra. La luna está subiendo amoratada, jadeante y llena. Los caminitos blancos se cruzan y se alejan, buscando los dispersos caseríos del valle y de la sierra. Caminos de los campos... ¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!
Caminos
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Le poète est semblable aux oiseaux de passage, Qui ne batissent point leur nid sur le rivage. Lamartine Voz pavorosa en funeral lamento, desde los mares de mi patria vuela a las playas de Iberia; tristemente en son confuso la dilata el viento; el dulce canto en mi garganta hiela, y sombras de dolor viste a mi mente. ¡Ay!, que esa voz doliente, con que su pena América denota y en estas playas lanza el océano, «Murió —pronuncia— el férvido patriota...» «Murió —repite— el trovador cubano»; y un eco triste en lontananza gime, «¡murió el cantor del Niágara sublime!» ¿Y es verdad? ¿Y es verdad?... ¿La muerte impía apagar pudo con su soplo helado el generoso corazón del vate, do tanto fuego de entusiasmo ardía? ¿No ya en amor se enciende, ni agitado de la santa virtud al nombre late?... Bien cual cede al embate del aquilón el roble erguido, así en la fuerza de su edad lozana fue por el fallo del destino herido... Astro eclipsado en su primer mañana, sepúltanle las sombras de la muerte, y en luto Cuba su placer convierte. ¡Patria! ¡Numen feliz! ¡Nombre divino! ¡Ídolo puro de las nobles almas! ¡Objeto dulce de su eterno anhelo! Ya enmudeció tu cisne peregrino... ¿Quién cantará tus brisas y tus palmas, tu sol de fuego, tu brillante cielo?... Ostenta, sí, tu duelo; que en ti rodó su venturosa cuna, por ti clamaba en el destierro impío, y hoy condena la pérfida fortuna a suelo extraño su cadáver frío, do tus arroyos, ¡ay!, con su murmullo no darán a su sueño blando arrullo. ¡Silencio!, de sus hados la fiereza no recordemos en la tumba helada que lo defiende de la injusta suerte. Ya reclinó su lánguida cabeza —de genio y desventuras abrumada— en el inmóvil seno de la muerte. ¿Qué importa al polvo inerte, que torna a su elemento primitivo, ser en este lugar o en otro hollado? ¿Yace con él el pensamiento altivo?... Que el vulgo de los hombres, asombrado tiemble al alzar la eternidad su velo; mas la patria del genio está en el cielo. Allí jamás las tempestades braman, ni roba al sol su luz la noche oscura, ni se conoce de la tierra el lloro... Allí el amor y la virtud proclaman espíritus vestidos de luz pura, que cantan el hosanna en arpas de oro. Allí el raudal sonoro sin cesar corre de aguas misteriosas, para apagar la sed que enciende al alma —sed que en sus fuentes pobres, cenagosas, nunca este mundo satisface o calma—. Allí jamás la gloria se mancilla, y eterno el sol de la justicia brilla. ¿Y qué, al dejar la vida, deja el hombre? El amor inconstante; la esperanza, engañosa visión que lo extravía; tal vez los vanos ecos de un renombre que con desvelos y dolor alcanza; el mentido poder; la amistad fría; y el venidero día —cual el que expira breve y pasajero— al abismo corriendo del olvido... Y el placer, cual relámpago ligero, de tempestades y pavor seguido... Y mil proyectos que medita a solas, fundados, ¡ay!, sobre agitadas olas. De verte ufano, en el umbral del mundo el ángel de la hermosa poesía te alzó en sus brazos y encendió tu mente, y ora lanzas, Heredia, el barro inmundo que tu sublime espíritu oprimía, y en alas vuelas de tu genio ardiente. No más, no más lamente destino tal nuestra ternura ciega, ni la importuna queja al cielo suba... ¡Murió!... A la tierra su despojo entrega, su espíritu al Señor, su gloria a Cuba; ¡que el genio, como el sol, llega a su ocaso, dejando un rastro fúlgido su paso!
A la muerte de don josé maría de heredia
San Juan de la Cruz
Encima de las corrientes que en Babilonia hallava allí me senté llorando allí la tierra regava acordándome de ti ¡o Sión! a quien amava era dulce tu memoria, y con ella más llorava. Dexé los traxes de fiesta los de trabaxo tomava y colgué en los verdes sauzes la música que llevaba puniéndola en esperança de aquello que en ti esperava. Allí me hyrió el amor y el coraçón me sacava. Díxele que me matase pues de tal suerte llagava yo me metía en su fuego sabiendo que me abrasava desculpando el avezica que en el fuego se acababa estávame en mí muriendo y en ti solo respirava en mí por ti me moría y por ti resucitava que la memoria de ti daba vida y la quitava. Gozábanse los estraños entre quien cautivo estava. Preguntávanme cantares de lo que en Sión cantava —Canta de Sión un hynno veamos cómo sonava. —Dezid, ¿cómo en tierra ajena donde por Sión llorava cantaré yo la alegría que en Sión se me quedava? Echaríala en olbido si en la ajena me gozava. Con mi paladar se junte la lengua con que hablava si de ti yo me olbidare en la tierra do morava. Sión por los verdes ramos que Babilonia me dava de mí se olbide mi diestra que es lo que en ti más amava si de ti no me acordare en lo que más me gozava y si yo tuviere fiesta y sin ti la festejava. ¡O hija de Babilonia mísera y desventurada! Bienaventurado era aquel en quien confiava que te a de dar el castigo que de tu mano llevava y juntará sus pequeños y a mí, porque en ti esperava a la piedra que era Christo por el qual yo te dexaba. Debetur soli gloria vera Deo
Super flumina babylonis
Paz Díez Taboada
Las flechas, rotas, y el jardín, seguro. El humo nada entre los aires vagos. ¡Traedme el vino, y dejaré que caiga sobre el tapete la verdad inerme! Ya tengo más de un muerto en el almario, más de un cadáver bajo el alfombrado -de hierbas y de flores- triste suelo. Mi memoria, que os llama inútilmente, anda vagando por los cementerios vestida de fantasma. Mi memoria, brindando con la muerte.
Brindis
César Vallejo
Como horribles batracios a la atmósfera, suben visajes lúgubres al labio. Por el Sahara azul de la Sustancia camina un verso gris, un dromedario. Fosforece un mohín de sueños crueles. Y el ciego que murió lleno de voces de nieve. Y madrugar, poeta, nómada, al crudísimo día de ser hombre. Las Horas van febriles, y en los ángulos abortan rubios siglos de ventura. ¡Quién tira tanto el hilo: quién descuelga sin piedad nuestros nervios, cordeles ya gastados, a la tumba! ¡Amor! Y tú también. Pedradas negras se engendran en tu máscara y la rompen. ¡La tumba es todavía un sexo de mujer que atrae al hombre!
Desnudo en barro
Juan Ramón Mansilla
Puedes entrar. He dejado la puerta abierta, la luz, la calefacción encendidas. Hay un poco de vino en la alacena, el café está reciente por si me demoro y te vence el sueño. Acaso estés aquí cuando regrese, arropada en el sofá con mi manta de viaje, reconfortada, quizá complacida del mundo en su belleza, sabiendo que hay una técnica pura en esta maravilla de estar vivo. Y si no estás, bendito sea el tiempo en que estuviste. Sólo he de abrir los postigos para que fluya el agua llovida en la memoria. La luz, pronto, dejará en las paredes una sombra que llamará en sus labios con tu nombre, contenta de estar en casa de nuevo.
Canción de año nuevo
Pablo Neruda
DE endurecer la tierra se encargaron las piedras: pronto tuvieron alas: las piedras que volaron: las que sobrevivieron subieron el relámpago, dieron un grito en la noche, un signo de agua, una espada violeta, un meteoro. El cielo suculento no sólo tuvo nubes, no sólo espacio con olor a oxigeno, sino una piedra terrestre aquí y allá, brillando, convertida en paloma, convertida en campana, en magnitud, en viento penetrante: en fosfórica flecha, en sal del cielo.
De endurecer la tierra...
Carlos Edmundo de Ory
En el fondo de ti vuela la mariposa personal ¡Salta en el vacío! Nada suplanta la experiencia diestra ¿Qué haces en la ribera lamentándote? momento piloto del ser monumento Estar en el espacio santísimo y divino las dos pupilas diarias y el órgano pineal y mirar las estrellas con ojo terco En la época dorada saber poner las manos sobre la Nada no coger ya nada La mixtificación no te rodea
Nihilismo
José Ángel Valente
El sur como una larga, lenta demolición. El naufragio solar de las cornisas bajo la putrefacta sombra del jazmín. Rigor oscuro de la luz. Se desmorona el aire desde el aire que disuelve la piedra en polvo al fin. Sombra de quién, preguntas, en las callejas húmedas de sal. No hay nadie. La noche guarda ciegas, apagadas ruinas, mohos de sumergida luz lunar. La noche. El sur.
El sur
Gutierre de Cetina
Excelso monte do el romano estrago eterna mostrará vuestra memoria; soberbios edificios do la gloria aún resplandece de la gran Cartago; desierta playa, que apacible lago lleno fuiste de triunfos y victoria; despedazados mármoles, historia en quien se ve cuál es del mundo el pago; arcos, anfiteatros, baños, templo, que fuistes edificios celebrados y agora apenas vemos las señales; gran remedio a mi mal es vuestro ejemplo: que si del tiempo fuistes derribados, el tiempo derribar podrá mis males.
Al monte donde fue cartago
Luis Cernuda
La plaza sola (gris el aire, negros los árboles, la tierra manchada por la nieve), parecía, no realidad, mas copia triste sin realidad. Entonces, ante el umbral, dijiste: viviendo aquí serías fantasma de ti mismo. Inhóspita en su adorno parsimonioso, porcelanas, bronces, muebles chinos, la casa oscura toda era, pálidas sus ventanas sobre el río, y el color se escondía en un retablo español, en un lienzo francés, su brío amedrentado. Entre aquellos despojos, proyecto, el dueño estaba sentado junto a su retrato por artista a la moda en años idos, imagen fatua y fácil del dilettante, divertido entonces comprando lo que una fe creara en otro tiempo y otra tierra. Allí con sus iguales, damas imperativas bajo sus afeites, caballeros seguros de sí mismos, rito social cumplía, y entre el diálogo moroso, tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron la primera edición de un poeta raro, y la he comprado", tu emoción callaste. Así, pensabas, el poeta vive para esto, para esto noches y días amargos, sin ayuda de nadie, en la contienda adonde, como el fénix, muere y nace, para que años después, siglos después, obtenga al fin el displicente favor de un grande en este mundo. Su vida ya puede excusarse, porque ha muerto del todo; su trabajo ahora cuenta, domesticado para el mundo de ellos, como otro objeto vano, otro ornamento inútil; y tú cobarde, mudo te despediste ahí, como el que asiente, más allá de la muerte, a la injusticia. Mejor la destrucción, el fuego.
Limbo
Garcilaso de la Vega
No pierda más quien ha tanto perdido, bástate, amor, lo que ha por mí pasado; válgame agora jamás haber probado a defenderme de lo que has querido. Tu templo y sus paredes he vestido de mis mojadas ropas y adornado, como acontece a quien ha ya escapado libre de la tormenta en que se vido. Yo había jurado nunca más meterme, a poder mío y mi consentimiento, en otro tal peligro, como vano. Mas del que viene no podré valerme; y en esto no voy contra el juramento; que ni es como los otros ni en mi mano.
Soneto vii
Ramón López Velarde
A Enrique González Martínez Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces; si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave nuestras dos lobregueces. Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida; pero ya tu garganta sólo es una sufrida blancura, que se asfixia bajo toses y toses, y toda tú una epístola de rasgos moribundos colmada de dramáticos adioses. Hoy, como nunca, es venerable tu esencia y quebradizo el vaso de tu cuerpo, y sólo puedes darme la exquisita dolencia de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca el minuto de hielo en que los pies que amamos han de pisar el hielo de la fúnebre barca. Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte: huyes por el río sordo, y en mi alma destilas el clima de esas tardes de ventisca y de polvo en las que doblan solas las esquilas. Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño de ánimas de iglesia siempre menesterosa; es un paño de ánimas goteando de cera, hollado y roto por la grey astrosa. No soy más que una nave de parroquia en penuria, nave en que se celebran eternos funerales, porque una lluvia terca no permite sacar el ataúd a las calles rurales. Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor cavernoso y creciente de un salmista; mi conciencia, mojada por el hisopo, es un ciprés que en una huerta conventual se contrista. Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo del sol sobre mi arca, porque ha de quedar roto mi corazón la noche cuadragésima; no guardaba mis pupilas ni un matiz remoto de la lumbre solar que tostó mis espigas; mi vida sólo es una prolongación de exequias bajo las cataratas enemigas.
Hoy como nunca
Ángeles Carbajal
Es el vaivén cíe la ciudad amigable escaparate de una vida que parece lo que es; suave roce de ricas telas, delicioso goteo de sutiles aromas, café, conversaciones, risas, libros tan buenos que emocionan a esos huéspedes contentos de una vida que no parece lo que es; horas malpagadas, grisácea letanía de siempres y de nuncas, inalcanzables las cosas más cercanas, para aquel que lejos de sí mismo y de todos tiende la mano a la distraída felicidad.
Distraída felicidad
María Eugenia Caseiro
“Todos mis huesos son ajenos…” Vallejo Me ata otro dolor surcando ese dolor de siempre Si no estuviera mi dolor cuajado de otro que ahora parte de ti, de ustedes todos caminos; encerrados, abiertos blancos, negros, grises, temerarios, pusilánimes, insomnes… Si no tuviera el valor de retener la vida en este juego de ser; ser tú, ser ellos… todos los que apenas logran vivir después del pan, del gilvo de la lumbre que brilla en los ojos de la muerte; tu muerte mía, apenas encontrada en ocasiones. Mi sed apenas tuya, mi rostro el tuyo apenas aparcado dentro del automóvil. Si no estuviera ese clamor de siempre pinchado por la aguja de la vida, vida que rodea una vida; la de ahora, la de ayer, la de nosotros siempre colmando la verdad: mi única, tu única, nuestra única vida, no conduciría el timón de mi esperpento para llegar a alguna parte, querría sencillamente volarme el parabrisas como en otro tiempo, caducar todos los plazos, ser semilla, dejar mi apartamento vacío de pensar en todo.
De ustedes todos mis caminos
Marilina Rébora
Id por camino estrecho que lleva a puerta angosta —ésa que sólo niños atravesar consiguen, perfumada de nardos donde un ángel se aposta— y no al portal mayor que los grandes persiguen. En haciéndoos pequeños ya seréis inocentes, que para tales es el reino de los cielos; así oiréis la palabra que a sabios y prudentes Dios oculta y revela sólo a los pequeñuelos. Porque el reino celeste es de las almas puras: los humildes y pobres, simples de corazón. Sed como ellos y así —con candor de criaturas— traspasaréis seguros la reducida puerta que a los mansos espíritus estará siempre abierta, camino de la vida, suprema bendición.
Dice el señor
José Asunción Silva
En el derruido muro de la huerta del convento, en un agujero oscuro donde, al pasar, silba el viento, y, como una dolorida queja a las piedras arranca, hay, en el fondo, escondida una calavera blanca. De algún fraile soñador de vida ejemplar y bella y dedicada al Señor, en el mundo única huella. Abre los ojos, sin fondo, como a visiones extrañas, y del vacío en lo hondo forjan telas las arañas. Húmedo musgo grisoso recubre la antigua grieta, donde, en supremo reposo, descansa ignorada y quieta. Pero hasta aquella escondida mansión la brisa ligera lleva murmullos de vida y olores de primavera. Golondrinas, que en sus marchas dejaron el patrio río, huyendo de las escarchas, de las brumas y del frío, cuando la luz del Poniente filtra por el hondo hueco y hace parecer viviente el cráneo rígido y seco, desde las negras ruïnas, alzan sosegado vuelo, en sus vueltas peregrinas tocan las ramas y el suelo, como buscando en el prado, ya por la tarde, sombrío, el espíritu elevado que habitó el cráneo vacío.
La calavera
Teresa Domingo Català
Tus ojos son el luto incandescente que se derrama al envolver las manos con la cera caída de los cirios, la mirada de estrellas expectantes. Como un barco velero y silencioso que rodea al vaivén del aire el istmo yacente de la península inmóvil, con sus crespones negros desplegados al roce de las nieves y los vientos, así transita la oscuridad tardía. Como si fuera llama, un fuego oscuro, que consumiera todos los reproches, esas pequeñas guerras cotidianas de pan y sal, lechugas y pimientos, incinera su mismo vientre inmóvil en cada amanecer, en cada casa que acoge sus sueños lujuriosos. Mas vienen la mañana y los relojes, con la luz traicionera del deshielo, para usurpar la absenta de las flores.
La noche
Oliverio Girondo
¿Surgió de bajo tierra? ¿Se desprendió del cielo? Estaba entre los ruidos, herido, malherido, inmóvil, en silencio, hincado ante la tarde, ante lo inevitable, las venas adheridas al espanto, al asfalto, con sus crenchas caídas, con sus ojos de santo, todo, todo desnudo, casi azul, de tan blanco. Hablaban de un caballo. Yo creo que era un ángel.
Aparición urbana
Octavio Paz
Es una calle larga y silenciosa. Ando en tinieblas y tropiezo y caigo y me levanto y piso con pies ciegos las piedras mudas y las hojas secas y alguien detrás de mí también las pisa: si me detengo, se detiene; si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie. Todo está oscuro y sin salida, y doy vueltas y vueltas en esquinas que dan siempre a la calle donde nadie me espera ni me sigue, donde yo sigo a un hombre que tropieza y se levanta y dice al verme: nadie.
La calle
Sor Juana Inés de la Cruz
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, como en tu rostro y en tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba. Y Amor, que mis intentos ayudaba, venció lo que imposible parecía, pues entre el llanto que el dolor vertía, el corazón deshecho destilaba. Baste ya de rigores, mi bien, baste, no te atormenten más celos tiranos, ni el vil recelo tu quietud contraste con sombras necias, con indicios vanos: pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.
En que satisfaga un recelo
Juan Ramón Mansilla
Telefonear. Quería telefonear, escuchar al otro lado su voz quedamente desgranar las palabras, un faro frente a un mar inseguro, descubrir en su tono una rada, refugio contra la inquietud o el abandono. Mas, ¿cómo tomar el teléfono, blandirlo ante sí mismo sin dejar inerme en el aire todo, definitivamente todo, el oro vivo del día?
Propósitos
Lope de Vega
Con ánimo de hablarle en confianza de su piedad entré en el templo un día, donde Cristo en la cruz resplandecía con el perdón de quien le mira alcanza. Y aunque la fe, el amor y la esperanza a la lengua pusieron osadía, acordéme que fue por culpa mía y quisiera de mí tomar venganza. Ya me volvía sin decirle nada y como vi la llaga del costado, paróse el alma en lágrimas bañada. Hablé, lloré y entré por aquel lado, porque no tiene Dios puerta cerrada al corazón contrito y humillado.
Fuerza de lágrimas
Gabriela Mistral
Tres árboles caídos quedaron a la orilla del sendero. El leñador los olvidó, y conversan apretados de amor, como tres ciegos. El sol de ocaso pone su sangre viva en los hendidos leños ¡y se llevan los vientos la fragancia de su costado abierto! Uno torcido, tiende su brazo inmenso y de follaje trémulo hacia el otro, y sus heridas como dos ojos son, llenos de ruego. El leñador los olvidó. La noche vendrá. Estaré con ellos. Recibiré en mi corazón sus mansas resinas. Me serán como de fuego. ¡Y mudos y ceñidos, nos halle el día en un montón de duelo!
Tres árboles
Rubén Darío
Lirio divino, lirio de las Anunciaciones; lirio, florido príncipe, hermano perfumado de las estrellas castas, joya de los abriles. A ti las blancas dianas de los parques ducales; los cuellos de los cisnes, las místicas estrofas de cánticos celestes y en el sagrado empíreo la mano de las vírgenes. Lirio, boca de nieve donde sus dulces labios la primavera imprime: en tus venas no corre la sangre de las rosas pecadoras, sino el ícor excelso de las flores insegnes. Lirio real y lírico que naces con la albura de las hostias sublimes, de las cándidas perlas y del lino sin mácula de las sobrepellices: ¿Has visto acaso el vuelo del alma de mi Stella, la hermana de Ligera, por quien mi canto a veces es tan triste?
El poeta pregunta por stella
Nicolás Guillén
La tarde abandonada gime deshecha en lluvia. Del cielo caen recuerdos y entran por la ventana. Duros suspiros rotos, quimeras calcinadas. Lentamente va viniendo tu cuerpo. Llegan tus manos en su órbita de aguardiente de caña; tus pies de lento azúcar quemados por la danza, y tus muslos, tenazas del espasmo, y tu boca, sustancia comestible, y tu cintura de abierto caramelo. Llegan tus brazos de oro, tus dientes sanguinarios; de pronto entran tus ojos traicionados; tu piel tendida, preparada para la siesta: Tu olor a selva repentina; tu garganta gritando —no sé, me lo imagino—, gimiendo —no sé, me lo figuro—, quejándose —no sé, supongo, creo— tu garganta profunda retorciendo palabras prohibidas. Un río de promesas baja de tus cabellos, se demora en tus senos, cuaja al fin en un charco de melaza en tu vientre, viola tu carne firme de nocturno secreto. Carbón ardiente y piedra de horno en esta tarde fría de lluvia y de silencio.
Piedra de horno