author
stringclasses
266 values
text
stringlengths
33
21.7k
title
stringlengths
1
87
Delfina Acosta
Sucede que mi carne se deshoja porque ella es desde antes mi enemiga. Morir o envejecer. La tarde quieta, la noche tan callada en mis mejillas, me ocurren. Y me ocurre la penumbra del corazón. De niña no sabía... Me hablaban de muñecas de cristal, de la importancia de las blancas cintas en el cabello verde, o me llevaban al cine. Me contaban las mentiras que a ellas les dijeron, y yo, buena y sana fui instalada en una esquina del tiempo hasta que ahora, a la hora de aquel reloj que marca el mediodía, me digo, finalmente, que en mi rostro el sol se puso ya. Cuán largo día...
Sucede
Gabriela Mistral
No tengo sólo un Ángel con ala estremecida: me mecen como al mar mecen las dos orillas el Ángel que da el gozo y el que da la agonía, el de alas tremolantes y el de las alas fijas. Yo sé, cuando amanece, cuál va a regirme el día, si el de color de llama o el color de ceniza, y me les doy como alga a la ola, contrita. Sólo una vez volaron con las alas unidas: el día del amor, el de la Epifanía. ¡Se juntaron en una sus alas enemigas y anudaron el nudo de la muerte y la vida!
Dos ángeles
Pablo Neruda
CUCHARA, cuenca de la más antigua mano del hombre, aún se ve en tu forma de metal o madera el molde de la palma primitiva, en donde el agua trasladó frescura y la sangre salvaje palpitación de fuego y cacería. Cuchara pequeñita, en la mano del niño levantas a su boca el más antiguo beso de la tierra, la herencia silenciosa de las primeras aguas que cantaron en labios que después cubrió la arena. El hombre agregó al hueco desprendido de su mano un brazo imaginario de madera y salió la cuchara por el mundo cada vez más perfecta, acostumbrada a pasar desde el plato a unos labios clavelinos o a volar desde la pobre sopa a la olvidada boca del hambriento. Sí, cuchara, trepaste con el hombre las montañas, descendiste los ríos, llenaste embarcaciones y ciudades, castillos y cocinas, pero el difícil camino de tu vida es juntarte con el plato del pobre y con su boca. Por eso el tiempo de la nueva vida que luchando y cantando proponemos será un advenimiento de soperas, una panoplia pura de cucharas, y en un mundo sin hambre iluminando todos los rincones, todos los platos puestos en la mesa, felices flores, un vapor oceánico de sopa y un total movimiento de cucharas.
Oda a la cuchara
Gustavo Pereira
Apollinaire ya tenía la cabeza rota.
Apollinaire herido
José Ángel Valente
Ahora cuando escribo sin certeza mi bionotabibliográfica a petición de alguien que desea excluirme de favor y por nada en consabida antología de la sempiternamente joven senescente poesía española de posguerra (de qué guerra me habla esta mañana, delicado Giocondo, entre tenues olvidos, de la guerra de quién con quién y cuándo) cuando escribo mi bioesquelonotabibliográfica compruebo minucioso la fecha de mi muerte y escasa es, digo con gentil tristeza, la ya marchita gloria del difunto.
Biografía
Claribel Alegría
Hola dije mirando tu retrato y se pasmó el saludo entre mis labios. Otra vez la punzada, el saber que es inútil; el calcinado clima de tu ausencia.
Ausencia
Jordi Doce
Ojalá que la noche sea esto únicamente: la pesada respiración del mar como un animal torpe y hechizado, un pañuelo de cuentas negras bajo tu frente, la dulce sensación de estar a la deriva contigo, de espaldas a la ciudad, turbados por el pulso de un amor que es siempre recomienzo. Así me rindo a la evidencia: lentamente, el reclamo de las aguas con que el silencio nos acoge, sencillo, hospitalario, se desplaza para dar paso al frágil territorio del tacto y remediar con él la insuficiencia con que la soledad y la separación nos obsequiaron tantos días. Apenas hay sorpresa en nuestros ojos, en nuestras bocas poco acostumbradas al amor. Sólo tú, reencontrado, recién llegado cuerpo, podías franquear tan sin esfuerzo la distancia que lleva a mis sentidos, podías recibir la plenitud que en este corazón cansado dibuja la pasión, el instante más dulce.
Reencuentro
José Luis Rey Cano
Cuando murieron los poetas ingleses y franceses la rosa florecía. Cuando murieron los húmedos poetas alemanes la rosa florecía. Cuando murió Montale y el cielo se llenó de diamantes asmáticos la rosa florecía. La rosa florecía cuando murió también Whitman el núbil. Verde siempre el vestido de este aire. Yo vivo con la rosa que no muere.
Plenitud
Alfredo Lavergne
Un antipoeta Se detiene en la entrada de un rompecielos A ver pasar Niños Niñas Mujeres Hombres Y otras dosis de energía E intenta distinguir Sus árbitros Sus dirigentes Sus semáforos Y un poeta Observa y escribe.
Clásico urbano
Federico García Lorca
Si muero, dejad el balcón abierto. El niño come naranjas. (Desde mi balcón lo veo). El segador siega el trigo. (Desde mi balcón lo siento). ¡Si muero, dejad el balcón abierto!
Despedida
Santiago Montobbio
Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas pero sí me has oído decir con insistencia que el día menos pensado voy a procurar olvidarme la inocencia y la ternura sobre el mostrador de cualquier casa de empeño. Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo sospecho. Porque sabes que soy terco y mucho más en lo que concierne a mis defectos. Entre esos dos aún sigo viviendo.
El día menos pensado
José Asunción Silva
Cuando al quererlo la suerte se mezclan a nuestras vidas, de la ausencia o de la muerte, las penas desconocidas, y, envueltos en el misterio van, con rapidez que asombra, amigos al cementerio, ilusiones a la sombra, la intensa voz de ternura que vibra en el alma amante como entre la noche oscura una campana distante, saca recuerdos perdidos de angustias y desengaños que tienen ocultos nidos en las ruinas de los años. Y que al cruzar aleteando por el espacio sombrío van en el ser derramando sueños de angustia y de frío hasta que alguna lejana, idea consoladora, que irradia en el alma humana como con lumbre de aurora, en su lenguaje difuso entabla con nuestros duelos el gran diálogo confuso de las tumbas y los cielos.
Triste
Luis de Góngora
A un tiempo dejaba el Sol Los colchones de las ondas, Y el orinal de mi alma La vasera de su choza; Él porque tres veces quiere En las tres lucientes bolas De la torre de Marruecos Ver su caraza redonda; Y ella porque sus corderos, En tanto que el Alba llora, Se longanicen las tripas De esmeraldas y de aljófar, A cuenta de los poetas Que baratan estas joyas Entre los que en avellanas Les pagan a «qué quiés, boca». De luz, pues, y de ganado Se cubre la vega toda, Y el aire de la armonía Que despide una zampoña, Profundamente tañida De un cuitado que la sopla, Quizá tan profundamente Que no hay Judas que la oya. Guarda el pobre unas ovejas, Si el que se las deja solas Las guarda, y a sus rediles No las vuelve, o vuelve pocas; Culpa de un Dios que, aunque ciego, Clava una saeta en otra, Y calienta, aunque desnudo, El muro helado de Troya (Cuando criminante y bella Salió ministrando aljófar), Del sacro Betis la Ninfa Que vio España más hermosa; Tan celada de su padre, Que el lado aún no le perdona, Y si hay sombras de cristal, La Ninfa se ha vuelto sombra. Viola en las selvas un día En una virginal tropa De secuaces de Diana, Saeteando una corza. Nunca la viera el cuitado, Y no dejara en mal hora Por el campo su hacienda, Por el río su memoria. Desde entonces los carneros Van perdiendo sus esposas, Y de lanas de bayeta Les va el lobo haciendo lobas. Río abajo, río arriba, Pasos gasta, viento compra, Que se venden por suspiros Y valen misericordia. Tantos días, tantas veces Oyó su voz lagrimoso El río desde su urna, Que un día sacó la cholla, Y le halló entre unos carrizos Ventoseando unas coplas, En favor a lo que dicen De su húmida señora, Que lo oía entre unos sauces Haciendo desdén y pompa Del pastor y de sus versos, Zahareña y gloriosa. De las plumas de una mimbre Cortó el viejo dos garzotas, Y en el envés de la Ninfa Me las desnudó de hojas. Cansado, pues, el pastor De invocar piedad tan sorda, De mi bella pastorcilla El dulce favor implora. Un rato le ruega humilde Que su lira sonorosa Al aire haga y al río Cualque suave lisonja. Condescendió con sus ruegos Cloris, y luego a la hora yerba y flores a porfía le tejieron una alfombra. Pulsó las templadas cuerdas, y al punto el cielo se escombra, el aire se purifica, la ribera se convoca. Las Ninfas que de aquel soto los muchos árboles honran, vistiéndose miembros bellos desnudan cortezas toscas. A un verde arrayán florido Se casaron dos palomas, Blancas señas de que el aire La madre de Amor corona. Un dulce lascivo enjambre De hijuelos de la Diosa, Vertiendo nubes de flores Jazmines llueven y rosas. Sofrenó el Sol sus caballos Para oír a mi pastora, Tanto, que besó algún signo Las caderas luminosas; Y fue tal la sofrenada, Que con las lucientes colas Ensuciaron y aun barrieron Dos tachones de la zona. Su verde cabello el Betis Descubrió, y su barba undosa, Y el húmido cuerpo luego Vestido de juncos y ovas. La hija aguarda que el padre Todo el campo reconozca, Y a las detenidas aguas fla luego la persona. Salió de espumas vestida, y por lo que es vergonzosa, calzada una celosía de caracoles y conchas. ¡Oh, lo que diera el pastor por ser aquel día babosa de algún caracol de aquellos!... Mas quédese aquí esta historia.
A un tiempo dejaba el sol
Mario Benedetti
a ambrosio y silvia Los árboles ¿serán acaso solidarios? ¿digamos el castaño de los campos elíseos con el quebrancho de entre ríos o los olivos de jaén con los sauces de tacuarembó? ¿le avisará la encina de westfalia al flaco alerce de tirol que administre mejor su trementina? y el caucho de pará o el baobab en las márgenes del cuanza ¿provocarán al fin la verde angustia de aquel ciprés de la mission dolores que cabeceaba en frisco california? ¿se sentirá el ombú en su pampa de rocío casi un hermano de la ceiba antillana? los de este parque o aquella floresta ¿se dirán de copa a copa que el muérdago otrora tan sagrado entre los galos ahora es apenas un parásito con chupadores corticales? ¿sabrán los cedros del líbano y los caobos de corinto que sus voraces enemigos no son la palma de camagüey ni el eucalipto de tasmania sino el hacha tenaz del leñador la sierra de las grandes madereras el rayo como látigo en la noche?
De árbol a árbol
Ramón López Velarde
Noble señora de provincia: unidos en el viejo balcón que ve al poniente, hablamos tristemente, largamente, de dichas muertas y de tiempos idos. De los rústicos tiestos florecidos desprendo rosas para ornar tu frente, y hay en los fresnos del jardín de enfrente un escándalo de aves en los nidos. El crepúsculo cae soñoliento, y si con tus desdenes amortiguas la llama de mi amor, yo me contento con el hondo mirar de tus arcanos ojos, mientras admiro las antiguas joyas de las abuelas en tus manos.
Mientras muere la tarde
Antonio Machado
Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero poner un dulce salmo sobre mi viejo atril. Acordaré las notas del órgano severo al suspirar fragante del pífano de abril. Madurarán su aroma las pomas otoñales, la mirra y el incienso salmodiarán su olor; exhalarán su fresco perfume los rosales, bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor. Al grave acorde lento de música y aroma, la sola y vieja y noble razón de mi rezar levantará su vuelo suave de paloma, y la palabra blanca se elevará al altar.
Preludio
Juan Ramón Jiménez
¡Ese día, ese día en que yo mire el mar —los dos tranquilos—, confiado a él; toda mi alma —vaciada ya por mí en la Obra plena— segura para siempre, como un árbol grande, en la costa del mundo; con la seguridad de copa y de raíz del gran trabajo hecho! —¡Ese día, en que sea navegar descansar, porque haya yo trabajado en mí tanto, tanto, tanto! ¡Ese día, ese día en que la muerte —¡negras olas!— ya no me corteje —y yo sonría ya, sin fin, a todo—, porque sea tan poco, huesos míos, lo que le haya dejado yo de mí!
Ese día
Pablo Neruda
Todos estos señores estaban dentro cuando ella entró completamente desnuda ellos habían bebido y comenzaron a escupirla ella no entendía nada recién salía del rio era una sirena que se había extraviado los insultos corrían sobre su carne lisa la inmundicia cubrió sus pechos de oro ella no sabía llorar por eso no lloraba no sabía vestirse por eso no se vestía la tatuaron con cigarrillos y con corchos quemados y reían hasta caer al suelo de la taberna ella no hablaba porque no sabía hablar sus ojos eran color de amor distante sus brazos construídos de topacios gemelos sus labios se cortaron en la luz del coral y de pronto salió por esa puerta apenas entro al rio quedó limpia relució como una piedra blanca en la lluvia y sin mirar atrás nadó de nuevo nadó hacia nunca más hacia morir.
Fábula de la sirena y los borrachos
Federico García Lorca
Hacia Roma caminan dos pelegrinos, a que los case el Papa, mamita, porque son primos, niña bonita, porque son primos, niña. Sombrerito de hule lleva el mozuelo, y la peregrinita, mamita, de terciopelo, niña bonita, de terciopelo, niña. Al pasar por el puente de la Victoria, tropezó la madrina, mamita, cayó la novia, niña bonita, cayó la novia, niña. Han llegado a Palacio, suben arriba, y en la sala del Papa mamita, los desaniman, niña bonita, los desaniman, niña. Les ha preguntado el Papa cómo se llaman. El le dice que Pedro mamita, y ella que Ana, niña bonita, y ella que Ana, niña. Le ha preguntado el Papa que qué edad tienen. Ella dice que quince, mamita, y él diecisiete, niña bonita, y él diecisiete, niña. Le ha preguntado el Papa de dónde eran. Ella dice de Cabra, mamita, y él de Antequera, niña bonita, y él de Antequera, niña. Le ha preguntado el Papa que si han pecado. El le dice que un beso, mamita, que le había dado, niña bonita, que le había dado, niña. Y la peregrinita, que es vergonzosa, se le ha puesto la cara, mamita, como una rosa, niña bonita, como una rosa, niña. Y ha respondido el Papa desde su cuarto: ¡Quién fuera pelegrino, mamita, para otro tanto, niña bonita, para otro tanto, niña! Las campanas de Roma ya repicaron porque los pelegrinos, mamita, ya se casaron, niña bonita, ya se casaron, niña.
Los pelegrinitos
Antonio Fernández Lera
Máquina de muerte, máquina de muerte: Sonríe. Sólo puedo ver mis ojos, reflejados en el cristal de la máquina, segundos antes del chispazo que me ciega. Quiero gritar por el puro placer de gritar –¿y por qué no? Pero no voy a darles el placer de gritar –a los otros, o a vosotros, que atentamente, como lechuzas, y agazapados como lagartijas pacientes y al acecho esperáis mis gritos o más bien algo parecido a mis gritos: un cierto nerviosismo, crispación apenas perceptible, movimiento de la mano –ya sabes, cualquier cosa que por pequeña que fuera sabrían descifrar. Pero no les voy a dar ese placer. Yo sé gritar en silencio, comer en silencio, sufrir en silencio, vomitar en silencio, menospreciar en silencio, fornicar en silencio, sonreír y acariciar en silencio. Mi silencio no tiene precio: nunca sabrán si es el silencio de la muerte o el silencio del amor (yo tampoco).
Neurosis
Garcilaso de la Vega
Sospechas, que en mi triste fantasía puestas, hacéis la guerra a mi sentido, volviendo y revolviendo el afligido pecho, con dura mano noche y día; ya se acabó la resistencia mía y la fuerza del alma; ya rendido vencer de vos me dejo, arrepentido de haberos contrastado en tal porfía. Llevadme a aquel lugar tan espantable, que, por no ver mi muerte allí esculpida, cerrados hasta aquí tuve los ojos. Las armas pongo ya, que concedida no es tan larga defensa al miserable; colgad en vuestro carro mis despojos.
Soneto xxx
Rubén Darío
Es la tarde gris y triste. Viste el mar de terciopelo y el cielo profundo viste de duelo. Del abismo se levanta la queja amarga y sonora La onda, cuando el viento canta, llora, Los violines de la bruma saludan al sol que muere. Salmodia la blanca espuma: ¡Miserere! La armonía el cielo inunda, y la brisa va a llevar la canción triste y profunda del mar. Del clarín del horizonte brota sinfonía rara, como si la voz del monte vibrara. Cual si fuese lo invisible... cual si fuese el rudo són que diese al viento un terrible león.
Tarde del trópico
Gustavo Adolfo Bécquer
Fingiendo realidades con sombra vana, delante del Deseo va la Esperanza. Y sus mentiras, como el fénix, renacen de sus cenizas.
Rima lxxviii
Gabriel García Márquez
Si alguien llama a tu puerta, amiga mía, y algo en tu sangre late y no reposa y en tu tallo de agua, temblorosa, la fuente es una líquida de armonía. Si alguien llama a tu puerta y todavía te sobra tiempo para ser hermosa y cabe todo abril en una rosa y por la rosa desangra el día Si alguien llama a tu puerta una mañana sonora de palomas y campanas y aún crees en el dolor y en la poesía Si aún la vida es verdad y el verso existe. Si alguien llama a tu puerta y estás triste, abre, que es el amor, amiga mía.
Si alguien llama a tu puerta
Pablo Neruda
NO hay pura luz ni sombra en los recuerdos: éstos se hicieron cárdena ceniza o pavimento sucio de calle atravesada por los pies de las gentes que sin cesar salía y entraba en el mercado. Y hay otros: los recuerdos buscando aún qué morder como dientes de fiera no saciada. Buscan, roen el hueso último devoran este largo silencio de lo que quedó atrás. Y todo quedó atrás, noche y aurora, el día suspendido como un puente entre sombras, las ciudades, los puertos del amor y el rencor, como si al almacén la guerra hubiera entrado llevándose una a una todas las mercancías hasta que a los vacíos anaqueles llegue el viento a través de las puertas deshechas y haga bailar los ojos del olvido. Por eso a fuego lento surge la luz del día, el amor, el aroma de una niebla lejana y calle a calle vuelve la ciudad sin banderas a palpitar tal vez y a vivir en el humo. Horas de ayer cruzadas por el hilo de una vida como por una aguja sangrienta entre las decisiones sin cesar derribadas, el infinito golpe del mar y de la duda y la palpitación del cielo y sus jazmines. Quién soy Aquél? Aquel que no sabía sonreír, y de puro enlutado moría? Aquel que el cascabel y el clavel de la fiesta sostuvo derrocando la cátedra del frío? Es tarde, tarde. Y sigo. Sigo con un ejemplo tras otro, sin saber cuál es la moraleja, porque de tantas vidas que tuve estoy ausente y soy, a la vez soy aquel hombre que fui. Tal vez es éste el fin, la verdad misteriosa. La vida, la continua sucesión de un vacío que de día y de sombra llenaban esta copa y el fulgor fue enterrado como un antiguo príncipe en su propia mortaja de mineral enfermo, hasta que tan tardíos ya somos, que no somos: ser y no ser resultan ser la vida. De lo que fui no tengo sino estas marcas crueles, porque aquellos dolores confirman mi existencia.
No hay pura luz
Manuel Acuña
Cuando a su nido vuela el ave pasajera A quien amparo disteis, abrigo y amistad Es justo que os dirija su cántiga postrera, Antes que triste deje, vuestra natal ciudad. Al pájaro viajero que abandonó su nido Le disteis un abrigo, calmando su inquietud; ¡Oh! tantos beneficios, jamás daré al olvido durable cual mi vida será mi gratitud. En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo, Mis versos, siempre tristes, pero los dejo así; Porque pienso, a veces que entre sus letras quedo, Porque al leerlos creo que os acordáis de mí. Voy, pues, a referiros una sencilla historia, Que en mi alma desolada, honda impresión dejó; Me la contaron... ¿Dónde?... es frágil mi memoria... Acaso el héroe de ella... o bien, la soñé yo. Era una linda rosa, brillante enredadera, Tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil. Que era el mejor adorno de la feliz pradera, La joya más valiosa del floreciente abril. Al pie de ella crecía un pobre pensamiento, Pequeño, solitario, sin gracia ni color; Pero miró a la rosa y respiró su aliento Y concibió por ella el más profundo amor. Mirando a su querida pasaba noche y día. Mil veces ¡ay! le quiso su pena declarar; Pero tan lejos siempre, tan lejos la veía, Que devoraba a solas su pena y su pesar. A veces le mandaba sus tímidos olores, Pensando que llegaba hasta su amada flor; Pero la brisa, al columpiar las flores, Llevábase muy lejos la pena de su amor. El pobre pensamiento mil lágrimas vertía, Desoladoras lágrimas, de acíbar y de hiel, Mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía, Y mientras más crecía, más se alejaba de él. Llega un jazmín en tanto a la pradera bella, También él a la rosa al punto que la vio; Pero él fue mas dichoso, pudo llegar hasta ella, Le declaró su pena, y al fin la rosa amó... ¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento, Al ver correspondido a su feliz rival? ¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento Al verse condenado a suerte tan fatal? Después lo transplantaron; vivió en otras praderas Indiferiencia, olvido y hasta placer fingió: Miraba flores lindas, brillantes y hechiceras, Pero su amor constante y fiel compareció. Por fin una mañana, estando muy distante, El céfiro contóle las bodas del jazmín; Él escuchó sonriente, y ciego y delirante, loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin. Pero al siguiente día con lágrimas le vieron las flores, e ignorando su oculto padecer, «Tú lloras, pensamiento, tú lloras», le dijeron: «No es nada, contestóles, es llanto de placer». ................................................... Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros, acaso os entristezca pero la dejo así; adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros que la leáis a solas y os acordéis de mí.
Historia del pensamiento
Luis de Góngora
Lilio siempre real nascí en Medina Del Cielo, con razón, pues nascí en ella; Ceñí de un Duque excelso, aunque flor bella, De rayos más que flores frente dina. Lo caduco esta urna peregrina, Oh peregrino, con majestad sella; Lo fragrante, entre una y otra estrella, Vista no fabulosa determina. Estrellas son de la guirnalda griega Lisonjas luminosas, de la mía Señas oscuras, pues ya el Sol corona. La suavidad que expira el mármol (llega) Del muerto lilio es; que aun no perdona El santo olor a la ceniza fría.
Lilio siempre real nascí en medina
Leopoldo Lugones
(Quinteto de la luna y del mar) PIANO Un poco de cielo y un poco de lago donde pesca estrellas el grácil bambú, y al fondo del parque, como íntimo halago, la noche que mira como miras tú. Florece en los lirios de tu poesía la cándida luna que sale del mar, y en flébil delirio de azul melodía, te infunde una vaga congoja de amar. Los dulces suspiros que tu alma perfuman te dan, como a ella, celeste ascensión. La noche.... tus ojos.... un poco de Schuman... y mis manos llenas de tu corazón. PRIMER VIOLÍN Largamente, hasta tu pie se azula el mar ya desierto, y la luna es de oro muerto en la tarde rosa té. Al soslayo de la luna recio el gigante trabaja, susurrándote en voz baja los ensueños de la luna. Y en lenta palpitación, más grave ya con la sombra, viene a tenderte de alfombra su melena de león. SEGUNDO VIOLÍN La luna te desampara y hunde en el confín remoto su punto de huevo roto que vierte en el mar su clara. Medianoche van a dar, y al gemido de la ola, te angustias, trémula y sola, entre mi alma y el mar. CONTRABAJO Dulce luna del mar que alargas la hora de los sueños de amor; plácida perla que el corazón en lágrima atesora y no quiere llorar por no perderla. Así el fiel corazón se queda grave, y por eso el amor, áspero o blando, trae un deseo de llorar, tan suave, que sólo amarás bien si amas llorando. VIOLONCELO Divina calma del mar donde la luna dilata largo reguero de plata que induce a peregrinar. En la pureza infinita en que se ha abismado el cielo, un ilusorio pañuelo tus adioses solicita. Y ante la excelsa quietud, cuando en mis brazos te estrecho es tu alma, sobre mi pecho, melancólico laúd.
A ti, única
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Tu casa suena como un tren a mediodía, zumban las avispas, cantan las cacerolas, la cascada enumera los hechos del rocío, tu risa desarrolla su trino de palmera. La luz azul del muro conversa con la piedra, llega como un pastor silbando un telegrama y entre las dos higueras de voz verde Homero sube con zapatos sigilosos. Sólo aquí la ciudad no tiene voz ni llanto, ni sin fin, ni sonatas, ni labios, ni bocina sino un discurso de cascada y de leones, y tú que subes, cantas, corres, caminas, bajas, plantas, coses, cocinas, clavas, escribes, vuelves, o te has ido y se sabe que comenzó el invierno.
Cien sonetos de amor
Gabriela Mistral
Manitas de los niños, manitas pedigüeñas, de los valles del mundo sois dueñas. Manitas de los niños que al granado se tienden, por vosotros las frutas se encienden. Y los panales llenos de su carga se ofenden. ¡Y los hombres que pasan no entienden! Manitas blancas, hechas como de suave harina, la espiga por tocaros se inclina. Manitas extendidas, piñón, caracolitos, bendito quien os colme, ¡bendito! Benditos los que oyendo que parecéis un grito, os devuelvan al mundo: ¡benditos!
Manitas
Juan Ramón Jiménez
¡Qué lejos, azul, el cielo, de la tierra pobre! Pero los dos son el día bueno.
El enlace
Justo Braga
Los poetas se reúnen por la noches. Beben vino y comen versos. Buscan sentido a las palabras. Los poetas dan un giro a los sonetos. En este tiempo hostil, propicio al odio, los poetas conspiran a crédito. Rastrean en lo barroco de sus versos. Están tan distantes de la vida que han caído en un hondo onanismo sin remedio.
Los poetas
José Asunción Silva
a A. de W. Tú no lo sabes... mas yo he soñado entre mis sueños color de armiño, horas de dicha con tus amores besos ardientes, quedos suspiros cuando la tarde tiñe de öro esos espacios que juntos vimos, Cuando mi alma su vuelo emprende a las regiones de lo infinito aunque me olvides, aunque no me ames aunque me odies, ¡sueño contigo!
Sub-umbra
Luis Álvarez Piner
CUANDO me conocisteis, volvía. Mi historia viene de más lejos que mis días primeros. y cuando me hayáis visto marcharme, para siempre, seguiré todavía, sin tiempo ya, la historia comenzada. Como un día en el tiempo, como el árbol en la brisa que cruza, yo no me pertenezco, ni me termino. Es gracias a la muerte por lo que soy posible todavía hacia un siempre de rectificaciones, de referencias. Si no fuera por esa muerte implícita, ¿qué haría de tanto amor como me sobra ?
Seguridad
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Pensando, enredando sombras en la profunda soledad. Tú también estás lejos, ah más lejos que nadie. Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes, enterrando lámparas. Campanario de brumas, qué lejos, allá arriba! Ahogando lamentos, moliendo esperanzas sombrías, molinero taciturno, se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad. Tu presencia es ajena, extraña a mí como una cosa. Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti. Mi vida antes de nadie, mi áspera vida. El grito frente al mar, entre las piedras, corriendo libre, loco, en el vaho del mar. La furia triste, el grito, la soledad del mar. Desbocado, violento, estirado hacia el cielo. Tú, mujer, qué eras allí, qué raya, qué varilla de ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora. Incendio en el bosque! Arde en cruces azules. Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz. Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio. Y mi alma baila herida de virutas de fuego. Quien llama? Qué silencio poblado de ecos? Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad, hora mía entre todas! Bocina en que el viento pasa cantando. Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo. Sacudida de todas las raíces, asalto de todas las olas! Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma. Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad. Quién eres tú, quién eres?
20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 17
cristianos
(Zaida C. de Ramón)Paz, virtud divina, la que el mundo anhela La que con sus fuerzas trata de obtenerla Por más que te esmeres, por mas que lo intentes Jamás de esa forma podrás poseerla. La paz no es palabras, ni ausencia de guerra La paz no se crea, tampoco se inventa. Con todo el dinero que existe en la tierra, Ni aun con tu vida, podrás obtenerla. Paz que sobrepasa todo entendimiento Aun para los sabios la paz es misterio. No es con la razón, no es el intelecto Jamás con tu mente podrás comprenderlo. La paz la da Dios, regalo del cielo Por gracia infinita que no merecemos Para los humildes, para los honestos Dádiva divina que no tiene precio. Busca la justicia, cree al Verdadero Entra en amistad con el Dios eterno Solo hay un camino, único sendero, Príncipe de paz, Jesús, el Cordero. Nuevas de gran gozo te traemos hoy Esa paz que anhelas; es la paz de Dios. Es la paz que sacia, es la paz que llena Recibe y disfruta ? La paz verdadera.
La paz verdadera (zaida c. De ramón)
Pablo Neruda
(Lentísimo) LA tarde sobre los tejados cae y cae... Quién le dio para que viniera alas de ave? Y este silencio que lo llena todo, desde qué país de astros se vino solo? Y por qué esta brurna -plúmula trémula- beso de lluvia -sensitiva- cayó en silencio -y para siempre- sobre mi vida?
La tarde sobre los tejados
Amado Nervo
No, no fue tan efímera la historia de nuestro amor: entre los folios tersos del libro virginal de tu memoria, como pétalo azul está la gloria doliente, noble y casta de mis versos. No puedes olvidarme: te condeno a un recuerdo tenaz. Mi amor ha sido lo más alto en tu vida, lo más bueno; y sólo entre los légamos y el cieno surge el pálido loto del olvido. Me verás dondequiera: en el incierto anochecer, en la alborada rubia, y cuando hagas labor en el desierto corredor, mientras tiemblan en tu huerto los monótonos hilos de la lluvia. ¡Y habrás de recordar! Esa es la herencia que te da mi dolor, que nada ensalma. ¡Seré cumbre de luz en tu existencia, y un reproche inefable en tu conciencia y una estela inmortal dentro de tu alma!
Inmortalidad
Víctor Jiménez
A la ausencia, al olvido, a la nostalgia mi corazón les pone letra y música de tango algunas noches, tú lo sabes: veinte años no es nada. Aunque, a las claras, bien sabe a quién engaña pretendiendo engañar, como a un necio, a la tristeza.
Tango para engañar a la tristeza
Rubén Darío
¿Eva era rubia? No. Con negros ojos vio la manzana del jardín: con labios rojos probó su miel; con labios rojos que saben hoy más ciencia que los sabios. Venus tuvo el azur en sus pupilas, pero su hijo no. Negros y fieros, encienden a las tórtolas tranquilas los dos ojos de Eros. Los ojos de las reinas fabulosas, de las reinas magníficas y fuertes, tenían las pupilas tenebrosas que daban los amores y las muertes. Pentesilea, reina de amazonas; Judith, espada y fuerza de Betulia; Cleopatra, encantadora de coronas, la luz tuvieron de tus ojos, Julia. La negra, que es más luz que la luz blanca del sol, y las azules de los cielos. Luz que el más rojo resplandor arranca al diamante terrible de los celos. Luz negra, luz divina, luz que alegra la luz meridional, luz de las niñas, de las grandes ojeras, ¡oh luz negra que hace cantar a Pan bajo las viñas!
Alaba los ojos negros de julia
Manuel Altolaguirre
Apoyada en mi hombro eres mi ala derecha. Como si desplegaras tus suaves plumas negras, tus palabras a un cielo blanquísimo me elevan. Exaltación. Silencio. Sentado estoy a mi mesa, sangrándome la espalda, doliéndome tu ausencia.
Tus palabras
Alfredo Lavergne
Con el “illo perfectum” de la versorrea Con la historia de la musa que roba el texto Con el curso 501 de Identidad Moderna Con el sanguíneo terminal del turisteo social Con el eterno mal de envoltorio Con libros hechos para que nos pensemos Muy pero muy y más inteligente. Y desde que Macarena quebró la escoba Escupió sobre el brillo del piso Metió la plancha al horno y se liberó del corazón espinado. Intenta desesperadamente integrarse a los vegetales de la izquierda multifacética.
El alcachofa transplantado
Luis Benítez
Lo opuesto busca su opuesto Y en lo blanco la gota que hay de negro Crece Hasta hacer lo blanco negro Y así en lo contrario hace la gota blanca Todos deseamos lo opuesto Que encarna frente a ti De tanto en tanto Y trae su exótica religión su idea del asunto Sus distracciones sus aparentes crueldades El poco cuidado con que trata los más preciados dones Las ofrendas y regalos que destinábamos Antes A nuestro propio fetiche Tal nuestra donación Los bárbaros poseen la ingenuidad de lo que fuimos Aquello que en ellos no ha crecido nunca O bien nunca lo ha hecho en esta dirección Son lo que fue posible que fuéramos hoy y no prosperó Por eso la ternura el celo el interés que sentimos Por su aparente torpeza Su falta constante de consideración Nuestro consuelo cuando nos matan sus actos es mirarlos benignamente Y acariciar o al menos intentar hacerlo La brutalidad que destroza y que Cuando se les reprocha Sinceramente no comprenden Como no comprenderían si llorásemos delante de ellos El porqué de todas esas lágrimas se sienten inocentes Lo son nuestra es la tragedia de entenderlo Y de entender que nada podemos hacer Ni por amor ni por odio para redimir a la criatura De su condición de bárbara Este de todos los dones es quizás el más extraño Que nos dieron nuestros dioses Nuestros dioses que no existen También están esos bárbaros que se nos parecen Pero no son nosotros cuídate sobre todo de ellos Son los más peligrosos son los que realmente Llegan a tu corazón Con sus similitudes Sus engaños de los que son desde luego Totalmente inocentes Pero nadie cambia a los bárbaros Y cuando aparece su barbarie expresa su “bajeza” Su “violencia” su “impiedad” su fastidiosa negligencia extrema Ya están dentro de nosotros y es tarde Muy tarde para todo Y no se van jamás de aquello Que conquistó su impericia su malicia inconsciente Y también su destreza Largamente adquirida En combate contra otros bárbaros Seremos su triunfo la gota de alegría infantil Que dura un día La jactancia a solas que pronto se disipa Nuestras serán las ruinas las veneradas estatuas Rotas que vendimos por ellos a precio de mercado Nada o casi nada vale algo nuestro entre los bárbaros Y nuestra será la noche donde algo se incendiará Eternamente para siempre en llamas Por amor a los bárbaros
Del amor por los bárbaros
Antonio Machado
A quien nos justifica nuestra desconfianza llamamos enemigo, ladrón de una esperanza. Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía que dio a cascar al diente de la sabiduría.
Proverbios y cantares iii
para la familia
Madre, acaricie a sus niños. Padre, abrácelos firmemente. Permita que ellos sepan que los aman por la mañana, al mediodía, y por la noche. Ponga sus brazos alrededor de ellos, sosténgalos cerca suyo, sienta el latir de sus corazones, la vida nueva que Usted hizo. Ruede por el suelo con ellos, bromee, ría y juegue, escuche lo que tienen que decirle, ellos tienen mucho para contarle. Tome tiempo para conocerlos, vea el color en sus ojos. Aprecie a esa persona tan profunda dentro de sus pequeñas mentiras. Permita que corran sus dedos por sus cabellos, doble su cabeza, llene sus corazones con palabras de alabanza, haga de su hogar su lugar favorito. Abrácelos estrechamente en el sofá y mire un programa de televisión, cante con ellos o comparta la lectura de un libro y ayúdelos a crecer en su mundo. Tome un tiempo para caminar en el parque, sosténgase de la mano, huela las flores, alimente los patos, construya castillos en la arena. Madre, acaricie a sus niños, Padre, abrácelos firmemente, Muéstreles que ellos son un regalo, ámelos para que se sientan bien.
Abrace a sus niños
Alfredo Lavergne
Este poeta Con otros ¿ En otro centro ? Sin la libertad y la igualdad Que también nos azotaron. Con el país de la retrospectiva Con la obligación de tomar posición Con rima En los versos colgantes de la memoria. Entre uno u otro Lector Para compartir con ellos Este continente donde hemos cumplido Cinco siglos Los transterrados.
El puente
Mario Benedetti
Ayer pasó el pasado lentamente con su vacilación definitiva sabiéndote infeliz y a la deriva con tus dudas selladas en la frente ayer pasó el pasado por el puente y se llevó tu libertad cautiva cambiando su silencio en carne viva por tus leves alarmas de inocente ayer pasó el pasado con su historia y su deshilachada incertidumbre/ con su huella de espanto y de reproche fue haciendo del dolor una costumbre sembrando de fracasos tu memoria y dejándote a solas con la noche.
Ayer
Víctor Botas
Estoy buscando ahora, en las cenizas de aquella tarde rota, su contraria forma, que no pasó. Sé que me acecha desde cualquier esquina. La imagino casi casi feliz… (Un poco triste.)
Ese recuerdo ausente
Gabriel García Márquez
Al pasar me saluda y tras el viento que da al aliento de su voz temprana en la cuadrada luz de una ventana se empaña, no el cristal, sino el aliento Es tempranera como una campana. Cabe en lo inverosímil, como un cuento y cuando corta el hilo del momento vierte su sangre blanca la mañana. Si se viste de azul y va a la escuela, no se distingue si camina o vuela porque es como la brisa, tan liviana que en la mañana azul no se precisa cuál de las tres que pasan es la brisa, cuál es la niña y cuál es la mañana.
Soneto matinal a una colegiala ingrávida
Jorge Luis Borges
Montañoso, abrumado, indescifrable, rojo como la brasa que se apaga, anda fornido y lento por la vaga soledad de su páramo incansable. El armado testuz levanta. En este antiguo toro de durmiente ira, veo a los hombres rojos del Oeste y a los perdidos hombres de Altamira. Luego pienso que ignora el tiempo humano, cuyo espejo espectral es la memoria. El tiempo no lo toca ni la historia de su decurso, tan variable y vano. Intemporal, innumerable, cero, es el postrer bisonte y el primero.
El bisonte
Juan de Arguijo
Prepara ufano a César victorioso el tirano de Menfis inclemente la temida cabeza que al Oriente tuvo al son de sus armas temeroso. No pudo dar el corazón piadoso enjutos ojos ni serena frente al don funesto; mas gimió impaciente de tal crueldad, y repitió lloroso; «Tú, gran Pompeyo, en la fatal caída serás ejemplo de la humana gloria y cierto aviso de su fin incierto. »¡Cuánto se debe a tu virtud crecida! ¡Cuán costosa en tu muerte es mi victoria! Vivo te aborrecí, y te lloro muerto».
A julio césar mirando la cabeza de pompeyo
Juan Boscán
¿Qué haré, que por quereros mis extremos son tan claros, que ni soy para miraros, ni puedo dejar de veros? Yo no sé con vuestra ausencia un punto vivir ausente, ni puedo sufrir presente, señora, tan gran presencia. De suerte que, por quereros, mis extremos son tan claros, que ni soy para miraros, ni puedo dejar de veros.
Canción v
Jorge Guillén
Permanece el trote aquí, Entre su arranque y mi mano. Bien ceñida queda así Su intención de ser lejano. Porque voy en un corcel A la maravilla fiel: Inmóvil con todo brío. ¡Y a fuerza de cuánta calma Tengo en bronce toda el alma, Clara en el cielo del frío!
Estatua ecuestre
José Luis Piquero
Tras el pasillo al fresco, la escalera y el sol que nos bañaba de repente. Entonces en la hierba el barro se secaba y no dejaba rastro que no llevase al río. ¿Tú crees que un río nace en cualquier sitio? Anda tonta -decías. Y yo no contestaba, sonriendo. Pues tantas hojas verdes, tanto musgo, y el sonido del agua entre los chopos, las voces apagadas bajo el cielo, el sol en las espaldas y aquella luz tan alta. Luego acechar la casa desde el puente, como quien está lejos y recuerda, mientras la vieja casa subsistía y yo soy una niña que no existe.
Biografía (prólogo)
José Ángel Valente
FORMÓ de tierra y de saliva un hueco, el único que pudo al cabo contener la luz. (Materia)
Formó
Jorge Luis Borges
Del otro lado de la puerta un hombre deja caer su corrupción. En vano elevará esta noche una plegaria a su curioso dios, que es tres, dos, uno, y se dirá que es inmortal. Ahora oye la profecía de su muerte y sabe que es un animal sentado. Eres, hermano, ese hombre. Agradezcamos los vermes y el olvido.
La prueba
Pablo Neruda
TEPITO-TE-HENÚA, ombligo del mar grande, taller del mar, extinguida diadema. De tu lava escorial subió la frente del hombre más arriba del Océano, los ojos agrietados de la piedra midieron el ciclónico universo, y fue central la mano que elevaba la pura magnitud de tus estatuas Tu roca religiosa fue cortada hacia todas las líneas del Océano y los rostros del hombre aparecieron surgiendo de la entraña de las islas, naciendo de los cráteres vacíos con los pies enredados al silencio. Fueron los centinelas y cerraron el ciclo de las aguas que llegaban desde todos los húmedos dominios, y el mar frente a las máscaras detuvo sus tempestuosos árboles azules. Nadie sino los rostros habitaron el círculo del reino. Era callado como la entrada de un planeta, el hilo que envolvía la boca de la isla. Así, en la luz del ábside marino la fábula de piedra condecora la inmensidad con sus medallas muertas, y los pequeños reyes que levantan toda esta solitaria monarquía para la eternidad de las espumas, vuelven al mar en la noche invisible, vuelven a sus sarcófagos de sal. Sólo el pez luna que murió en la arena. Sólo el tiempo que muerde los moais. Sólo la eternidad en las arenas conocen las palabras: la luz sellada, el laberinto muerto, las llaves de la copa sumergida.
Rapa nui
Marilina Rébora
No levantes la voz; el niño está dormido. Contén el paso, espera, aguarda en cauto acecho; que no se mueva el aire, ni se oiga el menor ruido, para que en tierna paz, te aproximes al lecho. Mírale sonriente al almohadón asido, el oso de su vida apretándole el pecho, en la mano, seguro, tiene un hilo prendido del globo de colores que oscila bajo el techo. Alrededor su mundo —juegos de construcciones, trompos, libros, muñecos, autos, trenes, camiones—; todo goza en el cuarto sueño de maravilla salvo el tic-tac cadente del reloj de la abuela. Déjale que descanse: mañana irá a la escuela; cuanto más, con los labios rózale la mejilla.
El niño dormido
Ramón López Velarde
A mi madre y a mis hermanas Cuando me sobrevenga el cansancio del fin, me iré, como la grulla del refrán, a mi pueblo, a arrodillarme entre las rosas de la plaza, los aros de los niños y los flecos de seda de los tápalos. A arrodillarme en medio de una banqueta herbosa, cuando sacramentando al reloj de la torre, de redondel de luto y manecillas de oro, al hombre y a la bestia, al azar que embriaga y a los rayos del sol, aparece en su estufa el Divínisimo. Abrazado a la luz de la tarde que borda, como el hilo de una apostólica araña, he de decir mi prez humillada y humilde, más que las herraduras de las mansas acémilas que conducen al Santo Sacramento. «Te conozco, Señor, aunque viajas de incógnito, y a tu paso de aromas me quedo sordomudo, paralítico y ciego, por gozar tu balsámica presencia. »Tu carroza sonora apaga repentina el breve movimiento, cual si fueran las calles una juguetería que se quedó sin cuerda. »Mi prima, con la aguja en alto, tras sus vidrios, está inmóvil con un gesto de estatua. »El cartero aldeano, que trae nuevas del mundo, se ha hincado en su valija. »El húmedo corpiño de Genoveva, puesto a secar, ya no baila arriba del tejado. »La gallina y sus pollos pintados de granizo interrumpen su fábula. »La frente de don Blas petrificóse junto a la hinchada baldosa que agrietan las raíces de los fresnos. »Las naranjas cesaron de crecer, y yo apenas si palpito a tus ojos para poder vivir este minuto. »Señor, mi temerario corazón que buscaba arrogantes quimeras, se anonada y te grita que yo soy tu juguete agradecido. »Porque me acompasaste en el pecho un imán de figura de trébol y apasionada tinta de amapola. »Pero ese mismo imán es humilde y oculto, como el peine imantado con que las señoritas levantan alfileres y electrizan su pelo en la penumbra. »Señor, este juguete de corazón de imán, te ama y te confiesa con el íntimo ardor de la raíz que empuja y agrieta las baldosas seculares. »Todo está de rodillas y en el polvo las frentes; mi vida es la amapola pasional, y su tallo doblégase efusivo para morir debajo de tus ruedas».
Humildemente
Manuel Machado
Era un suspiro lánguido y sonoro la voz del mar aquella tarde... El día, no queriendo morir, con garras de oro de los acantilados se prendía. Pero su seno el mar alzó potente, y el sol, al fin, como en soberbio lecho, hundió en las olas la dorada frente, en una brasa cárdena deshecho. Para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada... ¡el mar amado, el mar apetecido, el mar, el mar y no pensar en nada!...
Ocaso
Garcilaso de la Vega
No las francesas armas odïosas, en contra puestas del airado pecho, ni en los guardados muros con pertecho los tiros y saetas ponzoñosas; no las escaramuzas peligrosas, ni aquel fiero rüido contrahecho de aquel que para Júpiter fue hecho, por manos de Vulcano artificiosas, pudieron, aunque más yo me ofrecía a los peligros de la dura guerra, quitar una hora sola de mi hado. Mas infición del aire en sólo un día me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado, Parténope, tan lejos de mi tierra.
Soneto xvi
Roxana Popelka
El telediario; la voz cansina del presentador agonizando por la 2. Y las vocecitas de los muñecos infantiles que dan las buenas noches a los niños menores de doce años. Que esta noche, como todas las demás, volverán a tener pesadillas. Se agitarán sudorosos en sus camas soñando con arañas de 15 patas que atraviesan la habitación remando en una canoa con indios medio borrachos, o en pozos, donde al final siempre espera un dinosaurio. Y a unos metros más allá en la habitación de al lado los vecinos discuten: -Tú, te quedas con los niños, y yo, me quedo sola. ¿No te gusta esa idea, verdad? –dice ella. Y siguen hablando del poco tiempo libre, y del trabajo, y de la colada que se acumula. Después ella se echa a llorar, como exhausta. Oigo un portazo que hace temblar toda la casa. Enciendo la televisión, aparece el presentador del telediario, con su voz cansina agonizando por la 2. Pero esta vez me quedo helada cuando le oigo decir que Superman, el auténtico Superman, ha muerto.
La noticia
Jorge Luis Borges
Habré de levantar la vasta vida que aún ahora es tu espejo: cada mañana habré de reconstruirla. Desde que te alejaste, cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido, iguales a luces en el día. Tardes que fueron nicho de tu imagen, músicas en que siempre me aguardabas, palabras de aquel tiempo, yo tendré que quebrarlas con mis manos. ¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada? Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde.
Ausencia
Corina Bruni
Busqué, en la espesa niebla, un rayo cristalino. Laceraron mis pies las piedras del camino. Rasgué la oscuridad en busca del destino…, y sólo hallé la nada. Entonces -ya cansada- quise oír el latido de tu pecho de hombre; y al hurgar en el fondo de mi mente obcecada, sentí que me quemaba el eco de tu nombre!
Busqué
Lope de Vega
De una Virgen hermosa celos tiene el sol, porque vio en sus brazos otro sol mayor. Cuando del Oriente salió el sol dorado, y otro sol helado miró tan ardiente, quitó de la frente la corona bella, y a los pies de la estrella su lumbre adoró, porque vio en sus brazos otro sol mayor. «Hermosa María, dice el sol vencido, de vos ha nacido el sol que podía dar al mundo el día que ha deseado». Esto dijo humillado a María el sol, porque vio en sus brazos otro sol mayor.
De una virgen hermosa
Juan Ramón Jiménez
La puerta está abierta, el grillo cantando. ¿Andas tú desnuda por el campo? Como un agua eterna, por todo entra y sale. ¿Andas tú desnuda por el aire? La albahaca no duerme, la hormiga trabaja. ¿Andas tú desnuda por la casa?
Luna grande
Manuel del Cabral
Hay en tus pies descalzos: graves amaneceres. (Ya no podrán decir que es un siglo pequeño.) El cielo se derrite rodando por tu espalda: húmeda de trabajo, brillante de trabajo, pero oscura de sueldo. Yo no te vi dormido... Yo no te vi dormido... aquellos pies descalzos no te dejan dormir. Tú ganas diez centavos, diez centavos por día. Sin embargo, tú los ganas tan limpios tienes manos tan limpias, que puede que tu casa sólo tenga. Ropa sucia, catre sucio, carne sucia, pero lavada la palabra: Hombre.
Negro sin zapatos
Miguel Hernández
Riéndose, burlándose con claridad del día, se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces. No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría más de aquellos silencios y aquellas lobregueces. Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso al centro de la esfera de todo lo que existe. Quise llevar la risa como lo más hermoso. He muerto sonriendo serenamente triste. Niño dos veces niño: tres veces venidero. Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre. Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero salir donde la luz su gran tristeza encuentre. Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia. Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre. En una sensitiva sombra de transparencia, en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre. Vientre: carne central de todo lo existente. Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura. Noche final en cuya profundidad se siente la voz de las raíces y el soplo de la altura. Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia. Mi cuerpo en una densa constelación gravita. El universo agolpa su errante resonancia allí, donde la historia del hombre ha sido escrita. Mirar, y ver en torno la soledad, el monte, el mar, por la ventana de un corazón entero que ayer se acongojaba de no ser horizonte abierto a un mundo menos mudable y pasajero. Acumular la piedra y el niño para nada: para vivir sin alas y oscuramente un día. Pirámide de sal temible y limitada, sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía. Mas, algo me ha empujado desesperadamente. Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado. Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.
El niño de la noche
José Martí
Cese, señora, el duelo en vuestro canto, ¿Qué fuera nuestra vida sin enojos? ¡Vivir es padecer! ¡sufrir es santo! ¿Cómo fueran tan bellos vuestros ojos Si alguna vez no los mojara el llanto? Romped las cuerdas del amargo duelo. Quien sufre como vos sufrís, señora: Es más que una mujer, algo del cielo, Que de él huyó y entre nosotros mora.
Cese, señora, el duelo...
Vicente Aleixandre
Si yo fuese un niño, si yo fuese un niño, redondo, quieto y sumergido. Sumergido, no; sacado a la luz, estallado hacia fuera, exhibido en esa otra Creación donde un niño es un niño en su reino. Pero si sumergido estuve antaño, bajo las aguas de la luz que eran cielo y sus ondas, hoy no puedo sino decirlo, tomar nota, procurar explicarlo, prohibiéndome al mismo tiempo la confusión de lo que veo con lo que fue y ha sido. Todavía el hombre a veces intenta explicar un sueño, dibujando la presencia del amor, el límite del corazón y su centro justísimo. Aún intentar decir: «Amo, soy feliz; me conformo.» Que es tanto como decir: «Soy real.» Pero cuando las hojas todas se han caído: primero las flores, luego los mismos frutos, más tarde el humo, el halo de persuasión que rodea a la copa como su mismo sueño entonces no hay sino ver aparecer la verdad, el tronco último, el despojado ramaje fino que ya no tiembla. La desnudez suprema del árbol quedado que finísimamente acaba en la casi imposible ramilla, tronquito extremo sin variación de hoja, superación sin música de la inquietante rueda de las estaciones. Entonces llega el conocimiento, y allá dentro en el nudo del hombre, si todavía existe un centro que tiene nombre y que yo no quiero mencionar; si aún persiste y exige y golpea imperiosamente, porque nadie quiere morir, puedes sonreír de buena gana, y burlarte, y mirándolo con desdén quiere morir, decir con voz muy baja, de modo que todo el mundo te oiga: «Amigo...: todo está consumado.»
Consumación
Alfredo Lavergne
A ella Todo le es extranjero. Hubieron días en que creyó lo que se le dijo... En los tontos sentidos del sueño En los dormidos instintos de la madrugada Y loca como es Sale a la calle Corre Canta Salta Saluda Todo lo que la ciudad arrastra. Ella La que no se queda Escribe Acerca de la necesidad de reinventar El mundo A medida Que las rodea Que las aplasta Y que recrean un espacio.
Saltos eváticos
Vicente Gerbasi
Siempre te encuentro, oigo tu voz, en mis horas más secretas, cuando refulgen las gemas del alma, como heridas por la luz de los sentidos, cuando el tiempo me convoca a los acordes del día, y enciende en torno a mi ser flores silvestres; cuando la noche viene impulsando colores densos por el cielo, como batallas del paraíso o anunciaciones sagradas; cuando el campo se lamenta en sus animales; cuando la madre llora y sobre su cabeza la noche derrama su pesadumbre y el querer estar a solas; cuando siento entrar por la ventana, a la quieta soledad de la tristeza, el aire de los árboles cercanos. Tu vida y tu muerte, tuyas para siempre, como es para sí el sueño que se ahoga en un pozo perdido, en mí se juntan y me difunden en la tierra, en ese instante que se detiene iluminando la memoria, igual al relámpago que enciende un horizonte sagrado, en el momento en que el día y la noche se juntan, plenos de profundidades de lo eterno, en una densa agitación de oscuros caballos celestes que se agigantan para el engendro de un poderoso enigma, sobre las montañas, sobre las ciudades y las frentes pensativas. Padre de mi soledad. Y de mi poesía.
Canto xii
Alfredo Lavergne
Las siluetas de las grandes capitales cantan Un período de precalentamiento Silbatos Pataleos Aplausos. La ejecución del repertorio El vigor El estilo La tradición Y algunas notas de espectáculos anteriores. Cada político envía la copia De otro canto De otro hombre Aplausos Aplausos Aplausos Y hay un ritmo Para que cada boca beba en una mano.
El séptimo arte
Luis de Góngora
Urnas plebeyas, túmulos reales Penetrad sin temor, memorias mías, Por donde ya el verdugo de los días Con igual pie dio pasos desiguales. Revolved tantas señas de mortales, Desnudos huesos y cenizas frías, A pesar de las vanas, si no pías, Caras preservaciones orientales. Bajad luego al abismo, en cuyos senos Blasfeman almas, y en su prisión fuerte Hierros se escuchan siempre, y llanto eterno, Si queréis, oh memorias, por lo menos Con la muerte libraros de la muerte, Y el infierno vencer con el infierno.
A la memoria de la muerte y del infierno
José Gorostiza
A veces me dan ganas de llorar, pero las suple el mar.
Elegía
Blas de Otero
Aquí, proa de Europa preñadamente en punta; aquí, talón sangrante del bárbaro Occidente; áspid en piedra viva, que el mar dispersa y junta; pánica Iberia, silo del sol, haza crujiente. Tremor de muerte, eterno tremor escarnecido, ávidamente orzaba la proa hacia otra vida, en tanto que el talón, en tierra entrometido, pisaba, horrible, el rostro de América adormida. ¡Santiago y cierra España! Derrostran con las uñas y con los dientes rezan a un Dios de infierno en ristre, encielan a sus muertos, entierran las pezuñas en la más ardua historia que la Historia registre. Alángeles y arcángeles se juntan contra el hombre. Y el hambre hace su presa, los túmulos su agosto. Tres años y cien caños de sangre Abel, sin nombre... (Insoportablemente terrible es su arregosto.) Madre y maestra mía, triste, espaciosa España, he aquí a tu hijo. Úngenos, madre. Haz habitable tu ámbito. Respirable tu extraña paz. Para el hombre, Paz. Para el aire, madre, paz.
Hija de yago
Leopoldo Marechal
En una tierra que amasan potros de cinco años el olor de tu piel hace llorar a los adolescentes. Yo sé que tu cielo es redondo y azul como los huevos de perdiz y que tus mañanas tiemblan, ¡gotas pesadas en la flor del mundo! Yo sé cómo tu voz perfuma la barba de los vientos... Por tus arroyos los días descienden como piraguas. Tus ríos abren canales de música en la noche; y la luna es un papagayo más entre bambúes o un loto que rompen a picotazos las cigüeñas. En un país más casto que la desnudez del agua los pájaros beben en la huella de tu pie desnudo... Te levantarás antes de que amanezca sin despertar a los niños y al alba que duerme todavía. (El cazador de pumas dice que el sol brota de tu mortero y que calzas al día como a tus hermanitos). Pisarás el maíz a la sombra de los ancianos en cuyo pie se han dormido todas las danzas. Sentados en cráneo de buey tus abuelos fuman la hoja seca de sus días: chisporrotea la sal de sus refranes en el fuego creciente de la mañana. (Junto al palenque los niños han boleado un potrillo alazán...) En una tierra impúber desnudarás tu canto junto al arroyo de las tardes. Tú sabes algún signo para pedir la lluvia y has encontrado yerbas que hacen soñar. Pero no es hora, duermen en tu pie los caminos. Y danzas en el humo de mi pipa donde las noches arden como tabacos negros...
Poema sin título
Gertrudis Gómez de Avellaneda
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente! ¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo la noche cubre con su opaco velo, como cubre el dolor mi triste frente. ¡Voy a partir!... La chusma diligente, para arrancarme del nativo suelo las velas iza, y pronta a su desvelo la brisa acude de tu zona ardiente. ¡Adiós, patria feliz, edén querido! ¡Doquier que el hado en su furor me impela, tu dulce nombre halagará mi oído! ¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela... el ancla se alza... el buque, estremecido, las olas corta y silencioso vuela.
Al partir
Luis Cernuda
Al despertar de un sueño, buscas Tu juventud, como si fuera el cuerpo Del camarada que durmiese A tu lado y que al alba no encuentras. Ausencia conocida, nueva siempre, Con la cual no te hallas. Y aunque acaso Hoy tú seas más de lo que era El mozo ido, todavía Sin voz le llamas, cuántas veces; Olvidado que de su mocedad se alimentaba Aquella pena aguda, la conciencia De tu vivir de ayer. Ahora, Ida también, es sólo Un vago malestar, una inconsciencia Acallando el pasado, dejando indiferente Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio.
La sombra
Claribel Alegría
Sólo éste ahora es mío este momento el pasado escapó y no vislumbro el rostro del futuro.
Instantes
Felipe Benítez Reyes
El que posee el oro añora el barro. El dueño de la luz forja tinieblas. El que adora a su dios teme a su dios. El que no tiene dios tiembla en la noche. Quien encontró el amor no lo buscaba. Quien lo busca se encuentra con su sombra. Quien trazó laberintos pide una rosa blanca. El dueño de la rosa sueña con laberintos. Aquel que halló el lugar piensa en marcharse. El que no lo halló nunca es un desdichado. Aquel que cifró el mundo con palabras desprecia las palabras. Quien busca las palabras lo cifren halla sólo palabras. Nunca la posesión está cumplida. Errático el deseo, el pensamiento. Todo lo que se tiene es una niebla y las vidas ajenas son la vida. Nuestros tesoros son tesoros falsos. Y somos los ladrones de tesoros.
La condena
Mario Meléndez
a Víctor Jara Más allá de la guitarra están las manos separadas de la patria un sonido de alas que arde y quema mis zapatos una invitación a orinar sobre la tierra con la semilla pura del canto Más allá de la guitarra la sangre dibuja una música violenta y la cabeza del cantor se llena de agujeros y de besos con olor a muerte Más allá de la guitarra los caminos lloran la lluvia llora y cae de rodillas porque el hijo de la tierra no completará sus pasos Más allá de la guitarra más allá del estallido que apagó los corazones más allá de este poema y con la herida inolvidable de un tiempo inolvidable los ojos buscan a Víctor más allá de la guitarra y de la patria
Más allá de la guitarra
Julio Flórez Roa
Cuando bajo la comba de la nave, del vasto templo, rezas con fervor, y tu oración se eleva, como un ave, del órgano al gemido vibrador, desde un rincón oscuro te contemplo, fijos los ojos en el viejo altar, en tanto que en los ámbitos del templo el órgano parece sollozar. Mientras se va tu espíritu del mundo, de la infinita claridad en pos, exclamo a solas con dolor profundo: ¡ah, si me amara a mí... como ama a Dios!
Mística
Vicente Gerbasi
Mi ser fluye en tu música, bosque dormido en el tiempo, rendido a la nostalgia de los lagos del cielo. ¿cómo olvidar que soy oculta melodía y tu adusta penumbra voz de los misterios? He interrogado los aires que besan la sombra, he oído en el silencio tristes fuentes perdidas, y todo eleva mis sueños a músicas celestes. Voy con las primaveras que te visitan de noche, que dan vida a las flores en tus sombras azules y me revelan el vago sufrir de tus secretos. Tu sopor de luciérnagas es lenta astronomía que gira en mi susurro de follaje en el viento y alas da a los suspiros de las almas que escondes. ¿Murió aquí el cazador, al pie de las orquídeas, el cazador nostálgico por tu magia embriagado? Oh, bosque: tú que sabes vivir de soledades ¿adonde va en la noche el hondo suspirar?
Bosque de música
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Ésta es la casa, el mar y la bandera. Errábamos por otros largos muros. No hallábamos la puerta ni el sonido desde la ausencia, como desde muertos. Y al fin la casa abre su silencio, entramos a pisar el abandono, las ratas muertas, el adiós vacío, el agua que lloró en las cañerías. Lloró, lloró la casa noche y día, gimió con las arañas, entreabierta, se desgranó desde sus ojos negros, y ahora de pronto la volvemos viva, la poblamos y no nos reconoce: tiene que florecer, y no se acuerda.
Cien sonetos de amor
José Ángel Buesa
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía. Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós. No sé si me quisiste... No sé si te quería... O tal vez nos quisimos demasiado los dos. Este cariño triste, y apasionado, y loco, me lo sembré en el alma para quererte a ti. No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco; pero sí sé que nunca volveré a amar así. Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo, y el corazón me dice que no te olvidaré; pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo, tal vez empiezo a amarte como jamás te amé. Te digo adiós, y acaso, con esta despedida, mi más hermoso sueño muere dentro de mí... Pero te digo adiós, para toda la vida, aunque toda la vida siga pensando en ti.
Poema de la despedida
Gustavo Adolfo Bécquer
Entre el discorde estruendo de la orgía acarició mi oído, como nota de música lejana, el eco de un suspiro. El eco de un suspiro que conozco, formado de un aliento que he bebido, perfume de una flor que oculta crece en un claustro sombrío. Mi adorada de un día, cariñosa, ?¿En qué piensas?? me dijo. ?En nada... ?En nada, ¿y lloras? ?Es que tengo alegre la tristeza y triste el vino.
Rima lv
Claudio Rodríguez
Ya cantan los gallos, amor mío. Vete: cata que amanece. Anónimo En esta cama donde el sueño es llanto, no de reposo, sino de jornada, nos ha llegado la alta noche. ¿El cuerpo es la pregunta o la respuesta a tanta dicha insegura? Tos pequeña y seca, pulso que viene fresco ya y apaga la vieja ceremonia de la carne mientras no quedan gestos ni palabras para volver a interpretar la escena como noveles. Te amo. Es la hora mala de la cruel cortesía. Tan presente te tengo siempre que mi cuerpo acaba en tu cuerpo moreno por el que una una vez mas me pierdo, por el que mañana me perderé. Como una guerra sin héroes, como una paz sin alianzas, ha pasado la noche. Y yo te amo. Busco despojos, busco una medalla rota, un trofeo vivo de este tiempo que nos quieren robar. Estás cansada y yo te amo. Es la hora. ¿Nuestra carne será la recompensa, la metralla que justifique tanta lucha pura sin vencedores ni vencidos? Calla, que yo te amo. Es la hora. Entra y un trémulo albor. Nunca la luz fue tan temprana. II ( Sigue marzo ) Para Clara Miranda Todo es nuevo quizá para nosotros. El sol claro-luciente, el sol de puesta, muere; el que sale es más brillante y alto cada vez, es distinto, es otra nueva forma de luz, de creación sentida. Así cada mañana es la primera. Para que la vivamos tú y yo solos, nada es igual ni se repite. Aquella curva, de almendros florecidos suave, ¿tenía flor ayer? El ave aquella, ¿no vuela acaso en más abiertos círculos? Después de haber nevado el cielo encuentra resplandores que antes eran nubes. Todo es nuevo quizá. Si no lo fuera, Si en medio de esta hora las imágenes cobraran vida en otras, y con ellas los recuerdos de un día ya pasado volvieran ocultando el de hoy, volvieran aclarándolo, sí, pero ocultando su claridad naciente, ¿qué sorpresa le daría a mi ser, qué devaneo, qué nueva luz o qué labores nuevas? Agua de río, agua de mar; estrella fija o errante, estrella en el reposo nocturno. Qué verdad, qué limpia escena la del amor, que nunca ve en las cosas la triste realidad de su apariencia.
Sin leyes
Marilina Rébora
Es la mansión de ayer, la de la infancia mía, con ternura hogareña y calidez de seno, que aún levanta la frente, a punto de agonía, entre tanto derrumbe al que nada es ajeno. Muéstrase melancólica el ala solariega del loco enjambre antiguo —hoy con seres distantes— y a la sombra de madre, amorosa, se agrega el tono protector, los ojos vigilantes. Los niños la vivían, encanto de morada; aromas de su patio, tímida madreselva con los albos jazmines en la azul enramada. Y guardamos silencio para que el alma vuelva a recordar imágenes de los dichosos años, sintiéndonos ahora como intrusos o extraños.
Es la mansión de ayer
Marilina Rébora
Señor, siempre te veo con los ojos de niña: primero en el pesebre, aureolado de ovejas; en lo alto, la estrella, que sus reflejos guiña sobre el burro y el buey al mover las orejas. Hombre, vas por montaña, y por valle y campiña, curando enfermos graves que bordan las callejas, la triste multitud que al oírte se apiña, y encima de las aguas caminando te alejas. Al final, te imagino, arriba, entre las nubes, centro de los arcángeles con extendidas alas; en macizo de flores —azucenas y calas— se abren las estrellas, por donde al Cielo subes. Aunque me ves en casa, jugando sobre el piso y sonriendo desciendes hacia mí, de improviso.
Con ojos de niña
Luis de Góngora
Esta de flores, cuando no divina, Industrïosa unión, que ciento a ciento Las abejas, con rudo no argumento, En ruda sí confunden oficina, Cómplice Prometea en la rapina Del voraz fue, del lúcido elemento, A cuya luz suave es alimento Cuya luz su recíproca es ruina. Esta, pues, confusión hoy coronada Del esplendor que contra sí fomenta, Por la salud, oh Virgen Madre, erijo Del mayor Rey, cuya invencible espada En cuanto Febo dora o Cintia argenta Trompa es siempre gloriosa de tu Hijo.
En la misma ocasión
Ángel González
Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo el mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...
Para que yo me llame ángel gonzález
Rafael Pombo
Quiso el niño Cutufato Divertirse con un gato; Le ató piedras al pescuezo, Y riéndose el impío Desde lo alto de un cerezo Lo echó al río. Por la noche se acostó; Todo el mundo se durmió, Y entró a verlo un visitante El espectro de un amigo, Que le dijo: ¡Hola! al instante ¡Ven conmigo! Perdió el habla; ni un saludo Cutufato hacerle pudo. Tiritando y sin resuello Se ocultó bajo la almohada; Mas salió, de una tirada Del cabello Resistido estaba el chico; Pero el otro callandico, Con la cola haciendo un nudo De una pierna lo amarró, Y, ¡qué horror! casi desnudo Lo arrastró. Y voló con él al río, Con un tiempo oscuro y frío, Y colgándolo a manera De un ramito de cereza Lo echó al agua horrenda y fiera De cabeza ¡Oh! ¡qué grande se hizo el gato! ¡qué chiquito el Cutufato! ¡Y qué caro al bribonzuelo su barbarie le costó! Más fue un sueño, y en el suelo Despertó.
Cutufato y su gato
Rubén Darío
El cantor va por todo el mundo sonriente o meditabundo. El cantor va sobre la tierra en blanca paz o en roja guerra. Sobre el lomo del elefante por la enorme India alucinante. En palanquín y en seda fina por el corazón de la China; en automóvil en Lutecia; en negra góndola en Venecia; sobre las pampas y los llanos en los potros americanos; por el río va en la canoa, o se le ve sobre la proa de un steamer sobre el vasto mar, o en un vagón de sleeping-car. El dromedario del desierto, barco vivo, le lleva a un puerto. Sobre el raudo trineo trepa en la blancura de la estepa. O en el silencio de cristal que ama la aurora boreal. El cantor va a pie por los prados, entre las siembras y ganados. Y entra en su Londres en el tren, y en asno a su Jerusalén. Con estafetas y con malas, va el cantor por la humanidad. En canto vuela, con sus alas: Armonía y Eternidad.
El canto errante
Claribel Alegría
Digo amor y lacera mi cuerpo el desamparo.
Insomnio
María Eugenia Caseiro
El mar lleva en las sienes un peso porfiado y terrible, el golpe de una voz de sal afila su arpón en el oído; una gota de salitre en el ojo soñoliento, desnuda el cielo que brilla en la garganta de los peces y el paso escurridizo de los vientos enjuga imágenes más allá de la geometría donde breves fantasmas destilan el pavor de los buques olvidados sobre blancas hojas de papel que beben con interminable sed, plisándose arrasadas por el eco perpetuo de las olas. El mar clava sus colmillos de intervalos, atraviesa la memoria hasta el borde movedizo, arrastra sus moluscos hasta encontrar palabras de quebrada sombra y por allí, escurre todos sus arpegios, su furia, su belleza, su dolor…, ahora y en la hora.
Ahora y en la hora del mar
Luis de Góngora
Si ya el griego orador la edad presente, O el de Arpinas dulcísimo abogado Merecieran gozar, más enseñado Éste quedara, aquél más elocuente, Del bien decir bebiendo en la alta fuente, Que en tantos ríos hoy se ha desatado Cuantos en culto estilo nos ha dado Libros vuestra Retórica excelente. Vos reducís, oh Castro, a breve suma El difuso canal desta agua viva; Trabajo tal el tiempo no consuma, Pues de laurel ceñido y sacra oliva, Hacéis a cada lengua, a cada pluma, Que hable néctar y que ambrosía escriba.
Al padre francisco de castro
José María Gabriel y Galán
I ¿Quieres, Cándida saber cuál es la niña mejor? Pues medita con amor lo que ahora vas a leer. La que es dócil y obediente, la que reza con fe ciega, con abandono inocente. la que canta, la que juega. La que de necias se aparta, la que aprende con anhelo cómo se borda un pañuelo, cómo se escribe una carta. La que no sabe bailar y sí rezar el rosario y lleva un escapulario al cuello, en vez de un collar. La que desprecia o ignora los desvaríos mundanos; la que quiere a sus hermanos; y a su madrecita adora. La que llena de candor canta y ríe con nobleza; trabaja, obedece y reza... ¡esa es la niña mejor! II ¿Quieres saber, Candidita, tú, que aspirarás al cielo, cuál es perfecto modelo de cristiana jovencita? La que a Dios se va acercando, la que, al dejar de ser niña, con su casa se encariña y la calle va olvidando. La que borda escapularios en lugar de escarapelas; la que lee pocas novelas y muchos devocionarios. La que es sencilla y es buena y sabe que no es desdoro, después de bordar en oro ponerse a guisar la cena. La que es pura y recogida, la que estima su decoro como un preciado tesoro que vale más que su vida. Esa humilde jovencita, noble imagen del pudor, es el modelo mejor que has de imitar, Candidita. III ¿Y quieres, por fin, saber cuál es el tipo acabado, el modelo y el dechado de la perfecta mujer? La que sabe conservar su honor puro y recogido: la que es honor del marido y alegría del hogar. La noble mujer cristiana de alma fuerte y generosa, a quien da su fe piadosa fortaleza soberana. La de sus hijos fiel prenda y amorosa educadora; la sabia administradora de su casa y de su hacienda. La que delante marchando, lleva la cruz más pesada y camina resignada dando ejemplo y valor dando. La que sabe padecer, la que a todos sabe amar y sabe a todos llevar por la senda del deber. La que el hogar santifica, la que a Dios en él invoca, la que todo cuanto toca lo ennoblece y dignifica. La que mártir sabe ser y fe a todos sabe dar, y los enseña a rezar y los enseña a crecer. La que de esa fe a la luz y al impulso de su ejemplo erige en su casa un templo al trabajo y la virtud... La que eso de Dios consiga es la perfecta mujer, ¡y así tienes tú que ser para que Dios te bendiga!
A cándida
Ramón López Velarde
Primer amor, tú vences la distancia. Fuensanta, tu recuerdo me es propicio. Me deleita de lejos la fragancia que de noche se exhala de tus tiestos, y en pago de tan grande beneficio te canonizo en estos endecasílabos sentimentales. A tu virtud mi devoción es tanta que te miro en el altar, como la santa Patrona que veneran tus zagales, y así es como mis versos se han tornado endecasílabos pontificales. Como risueña advocación te he dado la que ha de subyugar los corazones: permíteme rezarte, novia ausente, Nuestra Señora de las Ilusiones. ¡Quién le otorgara al corazón doliente cristalizar el infantil anhelo, que en su fuego romántico me abrasa, de venerarte en diáfano capelo en un rincón de la nativa casa! Tanto se contagió mi vida toda del grave encanto de tus ojos místicos, que en vano espero para nuestra boda alguna de las horas de pureza en que se confortó mi gran tristeza con los primeros panes eucarísticos.
Canonización
Octavio Paz
Relumbra el aire, relumbra, el mediodía relumbra, pero no veo al sol. Y de presencia en presencia todo se me transparenta, pero no veo al sol. Perdido en las transparencias voy de reflejo a fulgor, pero no veo al sol. Y él en la luz se desnuda y a cada esplendor pregunta, pero no ve al sol.
Misterio