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Santiago Montobbio
Al pie de una cuesta olvidada o llovida, al pie de una ajena infancia acaso, detrás de la tierra y muchísimos años después de que tuviera nombre todo olvidado o llovido sólo pide en su entierro el mendigo que en monedas le sean dadas las limosnas, pocas o muchas. En monedas. De cobre o de espanto y, a veces, con el sonido de los abrazos perdidos, en monedas siempre, en monedas raídas. Pues si alguien se olvidó de los relojes y otra noche aquí aún llega se las pondrá en los ojos, para no ver, una por una. Para no ver -noche vacía-, para no ver o para recordar saberse tan muerto como su sonido.
El mendigo
Marilina Rébora
No tendrá Buenos Aires un río de cobalto ni en sus cofres tesoros de vivas esmeraldas, pero el cielo celeste es bandera en lo alto y extensa pampa verde se brinda a sus espaldas. Falto de Budas de oro o faroles de piedra, alminares curiosos o jardines alados, mas es rica en paredes apretadas de hiedra y jazmines, aromos y ceibos colorados. Posee todavía trepadoras glicinas, trémulas madreselvas, vocingleros gorriones, cuando no el aleo perspicaz de golondrinas percutiendo cristales, revolando balcones. Y el sol, siempre con sol en patios y terrazas, tejiendo entre los árboles de las umbrías plazas.
Buenos aires
Ángeles Carbajal
De un azul cielo, y leve, y perezoso, pasean al atardecer, entre el día y la noche como entre dos delicadezas. Sonríen mientras leen, y en sus pupilas hay algo transparente, tan dulce, tan nunca sabré cómo ni por qué... Desde las sillas verdes que salpican los jardines, apacibles ancianas me regalan un instante de su serenidad, sonríen al vernos pasar; jóvenes viajeros con grandes mochilas y sin paz.
Jardins du luxembourg
Tomás de Iriarte
Por entre unas matas, seguido de perros, no diré corría, volaba un conejo. De su madriguera salió un compañero y le dijo: «Tente amigo, ¿qué es esto?». «¿Qué ha de ser?», responde; «sin aliento llego...; dos pícaros galgos me vienen siguiendo». «Sí», replica el otro, «por allí los veo, pero no son galgos». «¿Pues qué son?» «Podencos». «¿Qué? ¿podencos dices? Sí, como mi abuelo. Galgos y muy galgos; bien vistos los tengo». «Son podencos, vaya, que no entiendes de eso». «Son galgos, te digo». «Digo que podencos». En esta disputa llegando los perros, pillan descuidados a mis dos conejos. Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa, llévense este ejemplo.
Los dos conejos
para la familia
Quiero agradecerte que estés en mi vida. Sé que puedo contar contigo en momentos difíciles, sé que contigo puedo compartir mis alegrías, y sé que nuestra amistad se sustenta en mutuo amor. Que seas mi MAMA y mi AMIGA es el más preciado tesoro, que agradeceré a DIOS eternamente. Gracias por llenar mi vida con tanta felicidad. Te Amo Mamá!
Mamá
Mariano Brull
La luna y el niño juegan un juego que nadie ve; se ven sin mirarse, hablan lengua de pura mudez. ¿Qué se dicen, qué se callan, quién cuenta una, dos y tres, y quién, tres, y dos, y uno y vuelve a empezar después? ¿Quién se quedó en el espejo, luna, para todo ver? Está el niño alegre y solo: la luna tiende a sus pies nieve de la madrugada, azul del amancer; en las dos caras del mundo —la que oye y la que ve— se parte en dos el silencio, la luz se vuelve al revés, y sin manos, van las manos a buscar quién sabe qué, y en el minuto de nadie pasa lo que nunca fue... El niño está solo y juega un juego que nadie ve.
El niño y la luna
Alfredo Lavergne
Al cabo de un tiempo El pasado sumiso gira sin morder la cola El espino se corona de cuarzo de sien Los relámpagos de tejidos mudos Las hojas son aire que se estremece El espanto quiebra el báculo de la huella Las patas de conejos raspan espejos El trópico pierde en sus mandíbulas Los frutos arrastran el tronco al monte Cenan las piedras en el pozo de los niños Las uñas de las plumas hacen cortacircuito El arco del verbo pasa por el filo del clavel Las bocas piden un bien a los traspiés Las guaridas entregan los ríos perdidos Los colores gimen en los polos El bostezo cava la sed en la iguana El celo galopa en el sol. Se cumple la profecía de las 9.01 horas. Sin poesía, la humanidad agoniza. Primero mueren los poetas. Tardíos y solitarios los dioses se echan al hombro las máscaras. Sin poesía, la humanidad agoniza y la mujer que amamos da a luz otro amor.
Sin poesía la humanidad agoniza
Mario Benedetti
Tus manos son mi caricia mis acordes cotidianos te quiero porque tus manos trabajan por la justicia si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro tu boca que es tuya y mía tu boca no se equivoca te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos y por tu rostro sincero y tu paso vagabundo y tu llanto por el mundo porque sos pueblo te quiero y porque amor no es aureola ni cándida moraleja y porque somos pareja que sabe que no está sola te quiero en mi paraíso es decir que en mi país la gente viva feliz aunque no tenga permiso si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos.
Te quiero
Gabriela Mistral
Dormimos, soñé la Tierra del Sur, soñé el Valle entero, el pastal, la viña crespa, y la gloria de los huertos. ¿Qué soñaste tú mi Niño con cara tan placentera? Vamos a buscar chañares hasta que los encontremos, y los guillaves prendidos a unos quioscos del infierno. El que más coge convida a otros dos que no cogieron. Yo no me espino las manos de niebla que me nacieron. Hambre no tengo, ni sed y sin virtud doy o cedo. ¿A qué agradecerme así fruto que tomo y entrego?
Despertar
Bartolomé Leonardo de Argensola
Gala, no alegues a Platón o alega algo más corporal lo que alegares, que esos cómplices tuyos son vulgares y escuchan mal la sutileza griega. Desnudo al sol y al látigo navega más de un amante tuyo en ambos mares que te sabe los íntimos lunares y quizá es tan honrado que lo niega. Y tú, en la metafísica elevada, dices que unir las almas es tu intento, ruda y sencilla en inferiores cosas; pues yo sé que Apuleyo más te agrada cuando rebuzna en forma de jumento que en la que se quedó comiendo rosas.
Gala no alegues
Amado Nervo
Si te toman pensativa los desastres de las hojas que revuelan crepitando por el amplio bulevar; si los cierzos te insinúan no sé qué vagas congojas y nostalgias imprecisas y deseos de llorar; si el latido luminoso de los astros te da frío; si incurablemente triste ves al Sena resbalar, y el reflejo de los focos escarlatas sobre el río se te antoja que es la estela de algún trágico navío donde llevan los ahogados de la Morgue a sepultar; ¡Pobrecita! ven conmigo: deja ya las puentes yermas. Hay un alma en estas noches a las tísicas hostil, y un vampiro disfrazado de galón que busca enfermas, que corteja a las que tosen y que, a poco que te duermas, chupará con trompa inmunda tus pezones de marfil.
Ródeuse
Luis de Góngora
Lloraba la niña (Y tenía razón) La prolija ausencia De su ingrato amor. Dejóla tan niña, Que apenas creo yo Que tenía los años Que ha que la dejó. Llorando la ausencia Del galán traidor, La halla la Luna Y la deja el Sol, Añadiendo siempre Pasión a pasión, Memoria a memoria, Dolor a dolor. Llorad, corazón, Que tenéis razón. Dícele su madre: «Hija, por mi amor, Que se acabe el llanto, O me acabe yo.» Ella le responde: «No podrá ser, no: Las causas son muchas, Los ojos son dos. Satisfagan, madre, Tanta sinrazón, Y lágrimas lloren En esta ocasión, Tantas como dellos Un tiempo tiró Flechas amorosas El arquero dios. Ya no canto, madre, Y si canto yo, Muy tristes endechas Mis canciones son; Porque el que se fue, Con lo que llevó, Se dejó el silencio, Y llevó la voz.» Llorad, corazón, Que tenéis razón.
Lloraba la niña
Mario Benedetti
Estás alicaído, estás dudando, no te alcanzan las pruebas ni las preces, cada Dónde te ofusca, y cada Cuándo Recorres el confort, las estrecheces que quedaron atrás y es razonable que reclames la vida que mereces, las ventanas en paz, el techo estable. Pero yo, te confieso, prefería (¿cómo querés hermano, que te hable?) cuando tu vieja angustia estaba al día con la amgustia del mundo, cuando todos éramos parte en tu melancolía. Sé qué polvos trajeron estos lodos pero saberlo no es la mejor suerte. Invetaré quién sos. De todos modos, inventarte es mi forma de creerte.
Mejor te invento
Federico García Lorca
Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua y el acento que de noche me pone en la mejilla la solitaria rosa de tu aliento. Tengo pena de ser en esta orilla tronco sin ramas; y lo que más siento es no tener la flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento. Si tú eres el tesoro oculto mío, si eres mi cruz y mi dolor mojado, si soy el perro de tu señorío, no me dejes perder lo que he ganado y decora las aguas de tu río con hojas de mi otoño enajenado.
Soneto de la dulce queja
Miguel Hernández
He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo. Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, esposa de mi piel, gran trago de mi vida, tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos de cierva concebida. Ya me parece que eres un cristal delicado, temo que te me rompas al más leve tropiezo, y a reforzar tus venas con mi piel de soldado fuera como el cerezo. Espejo de mi carne, sustento de mis alas, te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo. Sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho hasta en el polvo, esposa. Cuando junto a los campos de combate te piensa mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, te acercas hacia mí como una boca inmensa de hambrienta dentadura. Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo tu hijo. Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras. Es preciso matar para seguir viviendo. Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo cosida por tu mano. Tus piernas implacables al parto van derechas, y tu implacable boca de labios indomables, y ante mi soledad de explosiones y brechas recorres un camino de besos implacables. Para el hijo será la paz que estoy forjando. Y al fin en un océano de irremediables huesos tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos.
Canción del esposo soldado
Jordi Doce
En sombra, este ramaje dispone celdas, redecillas, calladas oquedades de una penumbra que la escarcha humedece apenas con lengua terca y desprendida. A espaldas de la luz principiante, mientras ladran los perros a lo lejos y el íntimo rumor del aire aviva los matojos de las lindes, cuánta noche se anuda aún en su corteza atenta como una palabra no dicha, como una sílaba prohibida que el alba sólo atina a remedar con voz y cuerpo largo de calina. Grávida, la mañana desciende, se detiene junto al tronco como enhebrada a su perfil negro, fijo, nocturno, de dueño que reclama sin prisa a su lebrel. También sin prisa, yo los miro absorto en la terraza, con palabras que el silencio propone como ciñe el ramaje esa luz que despierta y, breve, se despereza tras la primera nube fugitiva.
Amanecer con tejo
Manuel Machado
Alma son de mis cantares, tus hechizos... Besos, besos a millares. Y en tus rizos, besos, besos a millares. ¡Siempre amores! ¡Nunca amor! Los placeres van de prisa: una risa y otra risa, y mil nombres de mujeres, y mil hojas de jazmín desgranadas y ligeras... Y son copas no apuradas, y miradas pasajeras, que desfloran nada más. Desnudeces, hermosuras, carne tibia y morbideces, elegancias y locuras... No me quieras, no me esperes... ¡No hay amor en los placeres! ¡No hay placer en el amor!
Encajes
Ángel González
Todo lo consumado en el amor no será nunca gesta de gusanos. Los despojos del mar roen apenas los ojos que jamás —porque te vieron—, jamás se comerá la tierra al fin del todo. Yo he devorado tú me has devorado en un único incendio. Abandona cuidados: lo que ha ardido ya nada tiene que temer del tiempo.
Inmortalidad de la nada
José María Hinojosa
A Luis Buñuel ¿Dónde se acaba el mar? ¿Dónde comienza el cielo? Los barcos van flotando. o remontan el vuelo? Se perdió el horizonte, en el juego mimético del cielo y de las aguas. Se fundió el movimiento, en un solo color azul, el azul quieto. Se funden los colores; se apaga el movimiento. Un solo color queda; no existe barlovento. ¿Dónde se acaba el mar? ¿Dónde comienza el cielo?
Calma
Ismael Enrique Arciniegas
De láminas un libro yo hojeaba, Y en un extremo de la sala, Lola, Junto a su madre —que también cosía— Cosía silenciosa. De pronto «¡Watherloo!» dije en voz alta; «¡Aquí Napoleón... éstas sus hordas!... Lola, acércate, ¡ven! que raras veces Se ven tan bellas cosas». Dejó la niña su costura al punto, Juntó a la mía su cabeza blonda, Y de un beso el calor sintió extenderse Por su frente marmórea. Y mirando a su madre de soslayo, Dijo quedo: ¡qué lámina preciosa! Y añadió cabizbaja y sonriente: Oh !muéstramelas todas!
Hojeando un libro
Bertolt Brecht
No os dejéis seducir: no hay retorno alguno. El día está a las puertas, hay ya viento nocturno: no vendrá otra mañana. No os dejéis engañar con que la vida es poco. Bebedla a grandes tragos porque no os bastará cuando hayáis de perderla. No os dejéis consolar. Vuestro tiempo no es mucho. El lodo, a los podridos. La vida es lo más grande: perderla es perder todo.
Contra la seducción
Nicomedes Santa Cruz
En esas doce horas que somos la espalda del mundo en aquel diario eclipse eclipse de pueblos ecllipse de montes y páramos eclipse de humanos eclipse de mar el negro le tiñe a la Tierra mitad de la cara por más que se ponga luz artificial negrura de sombra sombra de negrura que a nadie le asombra y a todo perdura obscura la España y claro Japón obscura Caracas y claro Cantón y siempre girando hacia el Este aquí está tiznando allá está celeste esa sombra inmensa esa sombra eterna que tuvo comienzo al comienzo del comienzo rotativo eclipse eclipse total pide a los humanos un solemne rito que es horizontal y cada doce horas que llega me alegro porque medio mundo se tiñe de negro y en ello no cabe distingo racial
La noche
Basilio Fernández
Muerta en rigores de mármol el aire se te rendía y en ángulos te quebraba Sola desceñida de las aguas Pistas de sueño y naufragios imantadas de claveles en el mundo sin distancias La luz te resucitaba y el silencio te escondía en paréntesis de nieve sin pestañas y sin hojas
Un árbol revela el viento
Marilina Rébora
Dan ritmo a la faena los trozos musicales; combate la tristeza la suave melodía; cuando preocupaciones asedian, habituales, cantares apaciguan la mente, todavía. La música es así, remedio de los males, inagotable fuente a escanciar cada día; sosiego de palacios, templanza de arrabales, y placidez del alma, armonizante guía. Si acaso preguntaras, qué en la hora postrera ansío oír de nuevo, mi gusto no vacila: Aurora, de Panizza —Canción a la Bandera—, y la muerte de Isolda, el aria de Dalila, también de Mefistófeles el dantesco monólogo o el Coro de los Angeles, divinizando el Prólogo.
La música
Claribel Alegría
Mi querido Odiseo: Ya no es posible más esposo mío que el tiempo pase y vuele y no te cuente yo de mi vida en Itaca. Hace ya muchos años que te fuiste tu ausencia nos pesó a tu hijo y a mí. Empezaron a cercarme pretendientes eran tantos tan tenaces sus requiebros que apiadándose un dios de mi congoja me aconsejó tejer una tela sutil interminable que te sirviera a ti como sudario. Si llegaba a concluirla tendría yo sin mora que elegir un esposo. Me cautivó la idea que al levantarse el sol me ponía a tejer y destejía por la noche. Así pasé tres años pero ahora, Odiseo, mi corazón suspira por un joven tan bello como tú cuando eras mozo tan hábil con el arco y con la lanza. Nuestra casa está en ruinas y necesito un hombre que la sepa regir Telémaco es un niño todavía y tu padre un anciano preferible, Odiseo que no vuelvas los hombres son más débiles no soportan la afrenta. De mi amor hacia ti no queda ni un rescoldo Telémaco está bien ni siquiera pregunta por su padre es mejor para ti que te demos por muerto. Sé por los forasteros de Calipso y de Circe aprovecha Odiseo si eliges a Calipso recuperarás la juventud si es Circe la elegida serás entre sus chanchos el supremo. Espero que esta carta no te ofenda no invoques a los dioses será en vano recuerda a Menelao con Helena por esa guerra loca han perdido la vida nuestros mejores hombres y estas tú donde estas. No vuelvas, Odiseo te suplico. Tu discreta Penélope
Carta a un desterrado
en español
Soy el Año Nuevo, vengo a ti puro e inmaculado; acabo de salir de las manos de Dios. Cada día es una perla de gran precio que te es concedida para que la ensartes en el hilo de plata de la vida. Una vez ensartada, ya no puede desenhebrarse jamás; queda allí como un testimonio inmortal de tu fe y de tu destreza. Debes fundir entonces, cada minuto, como eslabón dorado a la cadena eterna de las horas. En tus manos te han sido entregados riqueza y poder para hacer de tu vida lo que quieras. Te doy, libremente y sin reservas, doce meses gloriosos de lluvia refrescante como una caricia y de luz de sol con fulgores de oro. Los días, para trabajar y recrearte en la belleza de las cosas; las noches, para que duermas con un sueño tranquilo. Todo lo que tengo te lo doy con amor que no puede definirse. Todo lo que te pido es que no permitas que nadie profane tu fe ni oscurezca tu visión.
El año nuevo
Gustavo Adolfo Bécquer
Yo sé cuál el objeto de tus suspiros es; yo conozco la causa de tu dulce secreta languidez. ¿Te ríes?... Algún día sabrás, niña, por qué. Tú acaso lo sospechas, y yo lo sé. Yo sé cuándo tú sueñas, y lo que en sueños ves; como en un libro, puedo lo que callas en tu frente leer. ¿Te ríes?... Algún día sabrás, niña, por qué. Tú acaso lo sospechas, y yo lo sé. Yo sé por qué sonríes y lloras a la vez; yo penetro en los senos misteriosos de tu alma de mujer. ¿Te ríes? ... Algún día sabrás, niña, por qué; mientras tú sientes mucho y nada sabes, yo, que no siento ya, todo lo sé.
Rima lix
Gustavo Pereira
Prohibido hacer comentarios sobre el difunto.
Epitafio
Toni García Arias
Podría ser esta ciudad, todos los edificios muestran el mismo rostro de abandono bajo la lluvia. Podría ser Buenos Aires o París o Roma. Podría ser Madrid o Valencia bajo un aguacero. O podrían ser tus ojos mientras me observas, la luz de la mañana al reírte, el contacto casual de tus manos bajo las sábanas. Pero también podría ser esta ciudad, esta lluvia indecisa que quisiera ser río y arrastrarme como una hoja sin voluntad al mar de tu presencia, o esta absurda calle que se abre ante mí vacía de memoria. Podría ser el peso de la distancia cuando lleva tu nombre.
Distancia
Gabriel Celaya
Nosotros somos quien somos. ¡Basta de Historia y de cuentos! ¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos. Ni vivimos del pasado, ni damos cuerda al recuerdo. Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos. Somos el ser que se crece. Somos un río derecho. Somos el golpe temible de un corazón no resuelto. Somos bárbaros, sencillos. Somos a muerte lo ibero que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero. De cuanto fue nos nutrimos, transformándonos crecemos y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto. ¡A la calle! que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo. No reniego de mi origen pero digo que seremos mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo. Españoles con futuro y españoles que, por serlo, aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno. Recuerdo nuestros errores con mala saña y buen viento. Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño. Vuelvo a decirte quién eres. Vuelvo a pensarte, suspenso. Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo. No quiero justificarte como haría un leguleyo, Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso. España mía, combate que atormentas mis adentros, para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.
España en marcha
Pablo Neruda
LA sombra que indagué ya no me pertenece. Yo tengo la alegría duradera del mástil, la herencia de los bosques, el viento del camino y un día decidido bajo la luz terrestre. No escribo para que otros libros me aprisionen ni para encarnizados aprendices de lirio, sino para sencillos habitantes que piden agua y luna, elementos del orden inmutable, escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas. Escribo para el pueblo, aunque no pueda leer mi poesía con sus ojos rurales. Vendrá el instante en que una línea, el aire que removió mi vida, llegará a sus orejas, y entonces el labriego levantará los ojos, el minero sonreirá rompiendo piedras, el palanquero se limpiará la frente, el pescador verá mejor el brillo de un pez que palpitando le quemará las manos, el mecánico, limpio, recién lavado, lleno de aroma de jabón mirará mis poemas, y ellos dirán tal vez: "Fue un camarada". Eso es bastante, ésa es la corona que quiero. Quiero que a la salida de fábricas y minas esté mi poesía adherida a la tierra, al aire, a la victoria del hombre maltratado. Quiero que un joven halle en la dureza que construí, con lentitud y con metales, como una caja, abriéndola, cara a cara, la vida, y hundiendo el alma toque las ráfagas que hicieron mi alegría, en la altura tempestuosa.
La gran alegría
Xavier Villaurrutia
A Jules Supervielle Abría las salas profundas el sueño y voces delgadas corrientes de aire entraban Del barco del cielo del papel pautado caía la escala por donde mi cuerpo bajaba El cielo en el suelo como en un espejo la calle azogada dobló mis palabras Me robó mi sombra la sombra cerrada Quieto de silencio oí que mis pasos pasaban El frío de acero a mi mano ciega armó con su daga Para darme muerte la muerte esperaba Y al doblar la esquina un segundo largo mi mano acerada encontró mi espalda Sin gota de sangre sin ruido ni peso a mis pies clavados vino a dar mi cuerpo Lo tomé en los brazos lo llevé a mi lecho Cerraba las alas profundas el sueño
Nocturno sueño
Mario Benedetti
¿Dónde empieza la niebla que te esconde? ignoro dónde ¿cómo puedes andar con pies de plomo? ignoro cómo ¿cuánto cuesta vecer a tu quebranto? ignoro cuánto iba a cambiar seña por santo mas después de vivir lo que se sueña prefiero permutar santo por seña aunque no sepa dónde cómo o cuanto
Santo y/o seña
Federico García Lorca
Mi corazón oprimido Siente junto a la alborada El dolor de sus amores Y el sueño de las distancias. La luz de la aurora lleva Semilleros de nostalgias Y la tristeza sin ojos De la médula del alma. La gran tumba de la noche Su negro velo levanta Para ocultar con el día La inmensa cumbre estrellada. ¡Qué haré yo sobre estos campos Cogiendo nidos y ramas Rodeado de la aurora Y llena de noche el alma! ¡Qué haré si tienes tus ojos Muertos a las luces claras Y no ha de sentir mi carne El calor de tus miradas! ¿Por qué te perdí por siempre En aquella tarde clara? Hoy mi pecho está reseco Como una estrella apagada.
Alba
Manuel Machado
I Morir es... Una flor hay, en el sueño —que, al despertar, no está ya en nuestras manos—, de aromas y colores imposibles... Y un día sin aurora la cortamos. II Dichoso es el que olvida el porqué del viaje y, en la estrella, en la flor, en el celaje, deja su alma prendida. III Y yo había dicho: «¡Vive!» Es decir: ama y besa, escucha, mira, toca, embriágate y sueña... Y ahora suspiro: «¡Muérete!» Es decir: calla, ciega, abstente, para, olvida, resígnate... y espera. IV Era un agua que se secó, un aroma que se esfumó, una lumbre que se apagó... Y ya es sólo la aridez, la insipidez, la hez... V La Vida se aparece como un sueño en nuestra infancia... Luego despertamos a verla, y caminamos el encanto buscándole risueño que primero soñamos; ... y, como no lo hallamos, buscándolo seguimos, hasta que para siempre nos dormimos. VI ¡Y Ella viene siempre! Desde que nacemos, su paso, lejano o próximo, huella el mismo sendero por donde corremos hasta dar con Ella. VII Lleno estoy de sospechas de verdades que no me sirven ya para la vida, pero que me preparan dulcemente a bien morir... VIII Mi pensamiento, como un sol ardiente, ha cegado mi espíritu y secado mi corazón ... IX El cuerpo joven, pero el alma helada, sé que voy a morir, porque no amo ya nada.
Ars moriendi
Oscar Ferreiro
Los carceleros se beben tranquilos su tereré y Humberto nervioso espera su libertad a las tres. En el sucio moridero de una mazmorra cruel cuenta los fríos barrotes por la centésima vez. De la cárcel de Asunción exactamente a las tres saldría Humberto Garcete por gracia de un coronel. -No te fíes de esos perros porque te van a vender. -Es palabra de un amigo, palabra de un coronel. -No te fíes, compañero, que el polvo te harán morder. -Es palabra de un soldado, palabra de un coronel. -Deciles que no, Garcete, porque te van a vender. -De un soldado, de un amigo, promesa de un coronel... -¡La promesa de un esbirro no corre ni en un burdel! Giró en la torre el reloj, sonó la una, las dos; pero tenía que ser exactamente a las tres. Sangrienta rueda de horror la Catedral dio las dos; pero tenía que ser exactamente a las tres. Seca la media sonó, dura y escueta golpeó contra la alta pared, tan tensa para las tres. El viento libre de Dios cuando sonara el reloj al fin saldría a beber exactamente a las tres. -Carcelero, tengo sed... -Ya en su casa ha de beber. (Con vil sonrisa y de usted disimula su doblez). -¿Y eso que gime? -Es el tren. -¿Y afuera hay luna? -Así es. -¡Dichosos los que la ven! -Sólo un minuto y la ve... (Y siempre atento al reloj Humberto le sonrió). -Si todo saldrá tan bien... -Alta luna del laurel, ¡hermosa estará en su tez! (La sonrisa del furriel lo confirma a su vez). -La cama le han de tender con sábanas de satén... Sobre el yunque de la noche Vulcano oscuro golpeó y nunca tan dura fue aquella hora postrer. A la noche en la garganta los grillos le remachó, como tenía que ser exactamente a las tres. Tres martillazos de muerte Vulcano oscuro golpeó, tres golpes de muerte, tres, ni más ni menos que tres. Sobre goznes de silencio la puerta muda se abrió, como tenía que ser exactamente a las tres. Se abrió la puerta y la noche siniestramente cerró, como tenía que ser exactamente a las tres. Una ráfaga de plomo su salida rubricó como tenía que ser exactamente a las tres. En la bahía temblando largo el silencio quedó, [como] tenía que ser exactamente a las tres. Cuatro livianas troncharon aquella palmera en flor, como tenía que ser exactamente a las tres. Por la espalda asesinado de boca Humberto cayó, como tenía que ser exactamente a las tres. Y aquel lucero de ensueños para siempre se apagó, como tenía que ser exactamente a las tres.
Fuga a las tres
Nicolás Guillén
Soldado, aprende a tirar: Tú no me vayas a herir, que hay mucho que caminar. ¡Desde abajo has de tirar, si no me quieres herir! Abajo estoy yo contigo, soldado amigo. Abajo, codo con codo, sobre el lodo. Para abajo, no, que allí estoy yo. Soldado, aprende a tirar: Tú no me vayas a herir, que hay mucho que caminar.
Soldado, aprende a tirar
Jaime Sabines
He aquí que tú estás sola y que estoy solo. Haces tus cosas diariamente y piensas y yo pienso y recuerdo y estoy solo. A la misma hora nos recordamos algo y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya somos, y una locura celular nos recorre y una sangre rebelde y sin cansancio. Se me va a hacer llagas este cuerpo solo, se me caerá la carne trozo a trozo. Esto es lejía y muerte. El corrosivo estar, el malestar muriendo es nuestra muerte. Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado quién eres, dónde estás, cómo te llamas. Yo soy sólo una parte, sólo un brazo, una mitad apenas, sólo un brazo. Te recuerdo en mi boca y en mis manos. Con mi lengua y mis ojos y mis manos te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne, a siembra , a flor, hueles a amor, a ti, hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí. En mis labios te sé, te reconozco, y giras y eres y miras incansable y toda tú me suenas dentro del corazón como mi sangre. Te digo que estoy solo y que me faltas. Nos faltamos, amor, y nos morimos y nada haremos ya sino morirnos. Esto lo sé, amor, esto sabemos. Hoy y mañana, así, y cuando estemos en nuestros brazos simples y cansados, me faltarás, amor, nos faltaremos.
He aquí que tú estás sola...
Julio Herrera y Reissig
(Terpsícore puede más que Morfeo) Saludando cortésmente a la buena Mamá Juno (Son las XII de la noche, del mes doce a 31) Entran: Junio, Julio, Agosto, Setiembre, Octubre y Noviembre. Enero, Marzo y Abril, Mayo, Febrero y Diciembre. Síguelos el Viejo Tiempo, con traje de soberano. (El Patriarca de los Siglos a quien ninguno conoce). Y tomadas de la mano, Formando rueda y bailando la vieja danza del brinco: La seis, la ocho, la nueve, la diez, la once, la doce, La una, la dos, la cuatro, la tres, la siete y la cinco. (Anuncian: está Terpsícore.) Todos despiertan y ríen: El gran salón se ilumina con mil resplandores blancos; Barba Azul corre en sus zancos; Raras macabras armónicas los instrumentos deslíen, Y sin que haya espiritistas saltan las mesas y bancos. Byron, Tirteo y Quevedo se olvidan de que son cojos, Rabelais y el gran Leopardi no saben ya sus defectos; Homero y Milton se muestran, ambos, con grandes anteojos; los cuerdos se vuelven locos y arlequines los proyectos. (Por bailar a misia Parca también se le van los ojos).
Llegada de los meses y de las horas
Infantiles
La gallinita, en el gallinero, dice a su amiga -Cuánto te quiero. Gallinita rubia llorará luego, ahora canta: -Aqui te espero... "Aqui te espero, poniendo un huevos", me dio la tos y puse dos. Pensé en mi ama, ¡qué pobre es! Me dio penita... ¡y puse tres! Como tardaste, esperé un rato poniendo huevos, ¡y puse cuatro! Mi ama me vende a doña Luz. ¡Yo con arroz! ¡qué ingratitud!
La gallinita
Leopoldo Marechal
¡No ya la guerra de brillantes ojos, La que aventando plumas y corceles Dejó un escalofrío de broqueles En los frutales mediodías rojos! Si el orgullo velaba sus despojos Y el corazón dormía entre laureles, ¡Mal pude, Amor, llegarme a tus canceles, Tocar aldabas y abolir cerrojos! ¡Armaduras de sol, carros triunfales, Otros dirán la guerra y sus metales! Yo he desertado y cruzo la frontera Detrás de mi señora pensativa, Porque, a la sombra de la verde oliva, Su bandera de amor es mi bandera.
Del adiós a la guerra
Garcilaso de la Vega
Pasando el mar Leandro el animoso, en amoroso fuego todo ardiendo, esforzó el viento, y fuese embraveciendo el agua con un ímpetu furioso. Vencido del trabajo presuroso, contrastar a las ondas no pudiendo, y más del bien que allí perdía muriendo, que de su propia muerte congojoso, como pudo, esforzó su voz cansada, y a las ondas habló desta manera mas nunca fue su voz de ellas oída: «Ondas, pues no se excusa que yo muera, dejadme allá llegar, y a la tornada vuestro furor ejecutad en mi vida».
Soneto xxix
Mario Benedetti
Lo han cubierto de afiches /de pancartas de voces en los muros de agravios retroactivos de honores a destiempo lo han transformado en pieza de consumo en memoria trivial en ayer sin retorno en rabia embalsamada han decidido usarlo como epilogo como última thule de la inocencia vana como anejo arquetipo de santo o satanás y quizás han resuelto que la única forma de desprenderse de él o dejarlo al garete es vaciarlo de lumbre convertirlo en un héroe de mármol o de yeso y por lo tanto inmóvil o mejor como mito o silueta o fantasma del pasado pisado sin embargo los ojos incerrables del che miran como si no pudieran no mirar asombrados tal vez de que el mando no entienda que treinta años después sigue bregando dulce y tenaz por la dicha del hombre
Che 1997
Pablo Neruda
PATRIA, mi patria, vuelvo hacia ti la sangre. Pero te pido, como a la madre el niño lleno de llanto. Acoge esta guitarra ciega y esta frente perdida. Salí a encontrarte hijos por la tierra, salí a cuidar caídos con tu nombre de nieve, salí a hacer una casa con tu madera pura, salí a llevar tu estrella a los héroes heridos. Ahora quiero dormir en tu substancia. Dame tu clara noche de penetrantes cuerdas, tu noche de navío, tu estatura estrellada. Patria mía: quiero mudar de sombra. Patria mía: quiero cambiar de rosa. Quiero poner mi brazo en tu cintura exigua y sentarme en tus piedras por el mar calcinadas, a detener el trigo y mirarlo por dentro. Voy a escoger la flora delgada del nitrato, voy a hilar el estambre glacial de la campana, y mirando tu ilustre y solitaria espuma un ramo litoral tejeré a tu belleza. Patria, mi patria toda rodeada de agua combatiente y nieve combatida, en ti se junta el águila al azufre, y en tu antártica mano de armiño y de zafiro una gota de pura luz humana brilla encendiendo el enemigo cielo. Guarda tu luz, oh patria!, mantén tu dura espiga de esperanza en medio del ciego aire temible. En tu remota tierra ha caído toda esta luz difícil, este destino de los hombres que te hace defender una flor misteriosa sola, en la inmensidad de América dormida.
Himno y regreso (1939)
Dionisio Ridruejo
Pino esbelto y tranquilo, soledad de la tarde, tan concreto en la libre desolación del aire, tan alto cuando todo se confunde y abate y huye el sol a tu copa tibio y agonizante. Cómo me fortalece la paz de tu combate, ascensión sin fatiga, raíz honda y constante. Tu majestad envuelve el cielo sin celaje y en tu recio sosiego la tierra se complace. Mis ojos educados en tu sediento mástil ascienden y divisan la soledad más ágil, mientras sueña el silencio sin astros y sin aves como el solo decoro de tu verde ramaje. Pino esbelto y tranquilo, tu soledad te guarde, y consagre la mía desunida y errante, segada de su tierra, extraña de su aire, cuando aún es oro virgen la cumbre de la tarde y tú clamas e invocas el tiempo de mi carne y otro vuelo sin tiempo que se sueña y se hace.
A un pino
Juan Luis Panero
Querido Vinyoli, en esta tarde de violenta tramontana, oscuro azul de mar, miro las Islas Medas, remolinos de gaviotas, alada espuma sobre la espuma blanca, y me llega, imagen persistente, su recuerdo, en el día final del año de su muerte. Golpe y crujido de árboles y viento, terca madera, ramas furiosas, frío que corta tras el cristal cerrado y la pesada sombra de la noche que viene. De pronto, salvado, un último rayo de sol ilumina, entre nubes, rocas salvajes, levantadas olas, gaviotas en su vuelo, luz venciendo a la noche en un dorado fugitivo. A sus palabras, a las que oí y a las que leo, a su recuerdo, asocio esta imagen sin tiempo de la vida.
Recuerdo en fin de año
Federico García Lorca
Suben por la calle los cuatro galanes. Ay, ay, ay, ay. Por la calle abajo van los tres galanes. Ay, ay, ay. Se ciñen el talle esos dos galanes. Ay, ay. ¡Cómo vuelve el rostro un galán y el aire! Ay. Por los arrayanes se pasea nadie.
Gacela del amor con cien años
Rafael Alberti
Dejé por ti mis bosques, mi perdida arboleda, mis perros desvelados, mis capitales años desterrados hasta casi el invierno de la vida. Dejé un temblor, dejé una sacudida, un resplandor de fuegos no apagados, dejé mi sombra en los desesperados ojos sangrantes de la despedida. Dejé palomas tristes junto a un río, caballos sobre el sol de las arenas, dejé de oler la mar, dejé de verte. Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte.
Lo que dejé por ti
Delfina Acosta
En tu día de bodas, niño mío, arrancaré las flores de tu herida. Tu cutis sobre el mío hará caer del cielo en esa noche lozanía. Te limpiaré a la aurora con mi lengua y me odiarás fielmente cada día. Mi nombre harás rodar del río al mar. No le amarás aunque su amor le pidas a la mujer que dejará alargar por ti su cabellera de llovizna, y a la otra también, que trenzará sus bucles con malezas y gramillas. Deja niño que sea yo quien cause el mal irreparable en ti. Que digas que te he querido y que te quise más de lo que por quererte me querías.
Niño bello
Víctor Hugo López Cancino
Veo tu sentimiento a través del cristal de tu ventana, que abriste en la mañana para ver salir el sol. Veo tu pasión a través del ojal de tu vestuario, que escogiste del armario para lucirlo hoy. Veo tu amor a través de tus escritos, que los haces tan bonitos para que los lea yo. A través de las cosas yo a ti, puedo verte, porque eres tú mi suerte y porque eres mi razón.
Puedo verte
Rubén Izaguirre Fiallos
El otro día, dije tu nombre en medio de mis piernas.
Xxii
Amado Nervo
Tan rubia es la niña que que cuando hay sol, no se la ve. Parece que se difunde en el rayo matinal, que con la luz se confunde su silueta de cristal, tinta en rosas, y parece que en la claridad del día se desvanece la niña mía. Si se asoma mi Damiana a la ventana, y colora la aurora su tez lozana de albérchigo y terciopelo, no se sabe si la aurora ha salido a la ventana antes de salir al cielo. Damiana en el arrebol de la mañanita se diluye y, si sale el sol, por rubia... no se la ve.
Tan rubia es la niña que...
Delfina Acosta
Ya son las altas horas de la noche. Un pájaro espectral el vuelo alza. Se hunden sus graznidos como piedras en las heladas aguas de mi alma. Al monte me llevaba algunas tardes mi amante, y tras su sombra aleteaba. ¡Los besos como llaves diferentes para mi amor de enero y rosas blancas! Después aquel aliento de desdicha o el odio en su guarida de palabras. Ahora esta afición de no vivir, de ir a mi entierro y ser las dos campanas tocando en el oído de las flores que caen como plumas de las ramas. Soy luna enamorada que obedece al lobo que le aúlla en ambas caras.
Amor de enero
Ángeles Carbajal
Salí del hotel, tomé un taxi, tuve que huir con helada locura de la ciudad que amaba. No volverían a detenerse en ella los pasos de la felicidad, nunca más en el aire iba a encontrar su risa, nunca más la palma de su mano, su voz, su boca... Pasaban las últimas calles por mi cuerpo vacío y mi alma sólo era espanto. Mas el dolor anda y desanda todos sus caminos, y al cabo vale la pena un recuerdo; el del amor perdido, la delicia de las costumbres que su ternura me regalaba.
Sólo un recuerdo
Amado Nervo
Yo también, cual los héroes medievales que viven con la vida de la fama, luché por tres divinos ideales: ¡por mi Dios, por mi Patria y por mi Dama! Hoy que Dios ante mí su faz esconde, que la Patria me niega su ternura de madre, y que a mi acento no responde la voz angelical de la Hermosura, rendido bajo el peso del destino esquivando el combate, siempre rudo, heme puesto a la vera del camino, resuelto a descansar sobre mi escudo. Quizá mañana, con afán contrario, ajustándome el casco y la loriga, de nuevo iré tras el combate diario, exclamando: ¡Quién me ame que me siga! ...Mas hoy dejadme, aunque a la gloria pese, dormir en paz sobre mi escudo roto; dejad qu'en mi redor el ruido cese, que la brisa noctívaga me bese y el Olvido me de su flor de Loto...
Perlas negras xlii
Juan Ramón Mansilla
Cada día se abre de par en par igual que una puerta. Aquel que ya la ha cruzado clava sus ojos en otros y vuelve a sentir el milagro y tomar parte en la vida. ¿Quién diría, al verlo, que ese hombre duerme mal en la noche y quisiera dormirse como la tierra reseca tras jornadas de lluvia? Nadie, entre aquellos que van y los que vienen, percibe que ese hombre es adicto. Adicto a imaginarte en su vigilia. Adicto a tu voz y tus silencios. Adicto a tu cercanía y tu distancia. Adicto al cuerpo que acercas o rehuyes. Adicto a tu dulzor y tu amargura. Adicto a tu boca y tu saliva. Adicto a tu sabor, adicto a tu aroma. Adicto a ti y a ser adicto. Y a querer que su adicción no tenga cura.
Adicto
Pablo Neruda
FRAGANCIA de lilas... Claros atardeceres de mi lejana infancia que fluyó como el cauce de unas aguas tranquilas. Y después un pañuelo temblando en la distancia. Bajo el cielo de seda la estrella que titila. Nada más. Pies cansados en las largas errancias y un dolor, un dolor que remuerde y se afila. ...Y a lo lejos campanas, canciones, penas, ansias, vírgenes que tenían tan dulces las pupilas. Fragancia de lilas...
Sensación de olor
Manuel Alcántara
He quemado el pañuelo por si acaso se pudiera tejer de nuevo el lino. Le sobra la mitad del vaso al vino y más de media noche al cielo raso. Tenía que pasar esto. Y el caso es que estando yo siempre de camino y estando tú parada, no te vi y no me ha cogido el amor nunca de paso. Puede que salga a relucir la historia porque nunca se acaba lo que acaba, que se queda a vivir en la memoria. Echa a andar el amor que te he tenido y se va no sé dónde. Donde estaba. De donde no debiera haber salido.
Soneto para acabar un amor
Juan Ramón Jiménez
Cuando el amor se va, parece que se inmensa. ¡Cómo le aumenta el alma a la carne la pena! Cuando se pone el sol lo ahondan las estrellas.
La ausencia
Juan Ramón Jiménez
¡Qué alegre, en primavera, ver caer de la carne del invierno el vestido, dejándola en errante amistad con las rosas, también de carne amable! Ahora, en el otoño, ¡qué alegre es ver cuál cae la carne del estío, del espíritu, dándole por amigas las hojas secas inmateriales!
Las dos alegrías
Marilina Rébora
Tan sólo cinco panes, tenemos, y dos peces —exclaman los discípulos mientras Jesús observa—, son cinco mil las gentes, hasta más que otras veces. —No importa, que se sienten allí, sobre la hierba; y ya panes y peces multiplica su arte. Y son peces y panes lo que se distribuye para que cada uno saboree su parte, que el refrigerio al fin en saciedad concluye. Después que se recogen con prontitud los restos, en verdad, esparcidos, no parecían tanto; llenos hasta los bordes se colman doce cestos y al obrar diligentes al Maestro recuerdan, que cauto les ha dicho, previsor entretanto: —Recoged los pedazos, cuidad que no se pierdan, el pan de Dios por siempre será alimento santo.
Multiplicación de los panes
Federico García Lorca
Verte desnuda es recordar la Tierra. La Tierra lisa, limpia de caballos. La Tierra sin un junco, forma pura cerrada al porvenir: confín de plata. Verte desnuda es comprender el ansia de la lluvia que busca débil talle o la fiebre del mar de inmenso rostro sin encontrar la luz de su mejilla. La sangre sonará por las alcobas y vendrá con espada fulgurante, pero tú no sabrás dónde se ocultan el corazón de sapo o la violeta. Tu vientre es una lucha de raíces, tus labios son un alba sin contorno, bajo las rosas tibias de la cama los muertos gimen esperando turno.
Casida de la mujer tendida
Jordi Doce
El coche en sombra bajo el tendejón y flecos de maleza parda junto a las ruedas. El sol de mediodía percute en el asfalto y siembra el arenal de transparencias. Dos muros desdentados, una señal de tráfico, restos de chapa y neumáticos rotos son cuanto evoca el tiempo de los hombres, su transcurso. La botella de agua y tus gafas veladas. Estar de paso es de repente este paisaje alucinado, esta incredulidad de diez minutos que es otro modo de distancia y convierte la vida en memoria precoz. Dejas caer el agua por tu frente y el pelo se te encrespa, más oscuro. Has vuelto a abrir los ojos y una sonrisa rompe el maleficio, este breve paréntesis de insidia que tiembla con el aire, como humo. La mueca de tu alivio es una calma y sé reconocer su contundencia. Veloz hacia un destino que nos llama sin conocernos, el coche arranca y deja surcos en el arcén. Queda sólo esta luz, la aguja fiel de agosto que horada cuanto toca, más allá de nosotros.
Desierto de los monegros
Juan José Vélez Otero
Ya sabes. Es tan bello este ostracismo, tenderme junto a ti, sentir tus dedos rodarme por la piel en esta alcoba caliente y apartada del vacío... Lo sabes cuando beso, cuando hiero tu boca con torrentes de amapolas, lo sabes cuando busco tu saliva y toco tus pezones como almendras. La carne hecha canela, el aire entero dehesas de ambarinas deliciosas. Lo sabes que me huelen tus cabellos cual huelen las higueras en septiembre, cual huelen los geranios en los patios y el aire de las huertas tras la lluvia. Es bello estar tendido, acostumbrado al musgo de las ingles delicadas, que sólo el tragaluz sea blanca orilla del mundo que ahí afuera nos pretende.
Ya sabes
Luis de Góngora
Este funeral trono, que luciente, A pesar de esplendores tantos, piensa Fragrante luto hacer la nube densa De los aromas que lloró el Oriente, Avaro, niega con rigor decente, Y ponderoso oprime sin ofensa En breve, mas real polvo la inmensa Jurisdicción de un cetro, de un tridente. Ley de ambos mundos, freno de ambos mares, Rey, pues, tanto, que en África dio almenas A sus pendones, y a su Dios, altares; Que las reliquias expelió agarenas De nuestros ya de hoy más seguros lares, Rayos ciñe en regiones más serenas.
En el túmulo de las honras del señor rey don felipe iii
Gloria Fuertes
La gente dice: «Pobres tiene que haber siempre» y se quedan tan anchos tan estrechos de miras, tan vacíos de espíritu, tan llenos de comodidad. Yo aseguro con emoción que en un próximo futuro sólo habrá pobres de vocación.
La gente dice
Gustavo Adolfo Bécquer
Al ver mis horas de fiebre e insomnio lentas pasar, a la orilla de mi lecho, ¿quién se sentará? Cuando la trémula mano tienda, próximo a expirar, buscando una mano amiga, ¿quién la estrechará? Cuando la muerte vidríe de mis ojos el cristal, mis párpados aún abiertos, ¿quién los cerrará? Cuando la campana suene (si suena en mi funeral) una oración, al oírla, ¿quién murmurará? Cuando mis pálidos restos oprima la tierra ya, sobre la olvidada fosa, ¿quién vendrá a llorar? ¿Quién en fin, al otro día, cuando el sol vuelva a brillar, de que pasé por el mundo quién se acordará?
Rima lxi
Juan Ramón Jiménez
Yo no seré yo, muerte, hasta que tú te unas con mi vida y me completes así todo; hasta que mi mitad de luz se cierre con mi mitad de sombra —y sea yo equilibrio eterno en la mente del mundo: unas veces, mi medio yo, radiante; otras, mi otro medio yo, en olvido—. Yo no seré yo, muerte, hasta que tú, en tu turno, vistas de huesos pálidos mi alma.
Cénit
perdón
Quiero pedirte perdon por esta decepción de no poder amarte con todo mi corazón no puedo creer que aquel amor que me quisiste dar acabara con nuestra amistad de esa manera tan brutal Llegaste a mi pensamiento y un poco más que eso pero nunca tocaste adentro de mi pecho... Me duele decir que me quisiste pues desgraciadamente yo nunca lo hice... pero en mi recuerdo siempre serás aquella persona que me dio su amistad pero desgraciadamente trato de llegar a más.
Perdón
Federico García Lorca
Yo no quiero más que una mano; una mano herida, si es posible. Yo no quiero más que una mano aunque pase mil noches sin lecho. Sería un pálido lirio de cal. Sería una paloma amarrada a mi corazón. Sería el guardián que en la noche de mi tránsito prohibiera en absoluto la entrada a la luna. Yo no quiero más que esa mano para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía. Yo no quiero más que esa mano para tener un ala de mi muerte. Lo demás todo pasa. Rubor sin nombre ya. Astro perpetuo. Lo demás es lo otro; viento triste, mientras las hojas huyen en bandadas.
Casida de la mano imposible
Gil Vicente
¿Cuál es la niña que coge las flores si no tiene amores? Cogía la niña la rosa florida. El hortelanico prendas le pedía, si no tiene amores.
Cuál es la niña
Pablo Neruda
Ellos aquí trajeron los fusiles repletos de pólvora, ellos mandaron el acerbo exterminio, ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba, un pueblo por deber y por amor reunido, y la delgada niña cayó con su bandera, y el joven sonriente rodó a su lado herido, y el estupor del pueblo vio caer a los muertos con furia y con dolor. Entonces, en el sitio donde cayeron los asesinados, bajaron las banderas a empaparse de sangre para alzarse de nuevo frente a los asesinos. Por esos muertos, nuestros muertos, pido castigo. Para los que de sangre salpicaron la patria, pido castigo. Para el verdugo que mandó esta muerte, pido castigo. Para el traidor que ascendió sobre el crimen, pido castigo. Para el que dio la orden de agonía, pido castigo. Para los que defendieron este crimen, pido castigo. No quiero que me den la mano empapada con nuestra sangre. Pido castigo. No los quiero de embajadores, tampoco en su casa tranquilos, los quiero ver aquí juzgados en esta plaza, en este sitio. Quiero castigo.
Los enemigos
Ángel González
Durante muchos siglos la costumbre fue ésta: aleccionar al hombre con historias a cargo de animales de voz docta, de solemne ademán o astutas tretas, tercos en la maldad y en la codicia o necios como el ser al que glosaban. La humanidad les debe parte de su virtud y su sapiencia a asnos y leones, ratas, cuervos, zorros, osos, cigarras y otros bichos que sirvieron de ejemplo y moraleja, de estímulo también y de escarmiento en las ajenas testas animales, al imaginativo y sutil griego, al severo romano, al refinado europeo, al hombre occidental, sin ir más lejos. Hoy quiero —y perdonad la petulancia— compensar tantos bienes recibidos del gremio irracional describiendo algún hecho sintomático, algún matiz de la conducta humana que acaso pueda ser educativo para las aves y para los peces, para los celentéreos y mamíferos, dirigido lo mismo a las amebas más simples como a cualquier especie vertebrada. Ya nuestra sociedad está madura, ya el hombre dejá atrás la adolescencia y en su vejez occidental bien puede servir de ejemplo al perro para que el perro sea más perro, y el zorro más traidor, y el león más feroz y sanguinario, y el asno como dicen que es el asno, y el buey más inhibido y menos toro. A toda bestia que pretenda perfeccionarse como tal —ya sea con fines belicistas o pacíficos, con miras financieras o teológicas, o por amor al arte simplemente— no cesaré de darle este consejo: que observe al homo sapiens, y que aprenda.
Introducción a las fábulas para animales
Luis de Góngora
Yacen aquí los huesos sepultados De una amistad que al mundo será una, O ya para experiencia de fortuna O ya para escarmiento de cuidados. Nació entre pensamientos, aunque honrados, Grave al amor, a muchos importuna; Tanto que la mataron en la cuna Ojos de invidia y de ponzoña armados. Breve urna los sella como huesos, Al fin, de malograda criatura, Pero versos los honran inmortales, Que vivirán en el sepulcro impresos, Siendo la piedra Felixmena dura, Daliso el escultor, cincel sus males.
De unos papeles que una dama le había escrito
Leopoldo Marechal
Hay en la casa un Árbol que no planto la madre ni riegan los abuelos: solo es visible al niño, al poeta y al perro. Su primavera no es la que fundan las rosas: no es la vaca encendida ni el huevo de paloma. Su otono no es el tiempo que trae desde el mar caballos irascibles, por tierras de azafran. Al Árbol suben otras primaveras e inviernos: el enigma es del niño, del poeta y del perro. Cuando la primavera sube al Árbol-sin-nombre, vestidos de cordura florecen los varones; y Amor, en pie de guerra, se desliza de pronto a la sabrosa soledad de las hijas. Entonces el sabor de algún cielo perdido desciende con el llanto de los recien nacidos. Pero cuando el invierno lo desnuda y oprime, sobre los techos llueven sus hojas invisibles, y, horizontal, cruza las altas puertas alguien que por el cielo desaprendio la tierra. Hay en la casa un Árbol que los grandes no vieron: el enigma es del niño, del poeta y del perro.
Del árbol
Ramón López Velarde
En mi ostracismo acerbo me alegré esta mañana con el encuentro súbito de una hermosa paisana que tiene un largo nombre de remota novela: la hija del enjuto médico del lugar. Antaño íbamos juntos de la casa a la escuela; las tardes de los sábados, en infantil asueto, por las calles del pueblo solíamos vagar, y jugando aprendimos los dos el alfabeto. Me saludó, y en medio de graciosos cumplidos, su armonioso lenguaje me hizo reconocer en ella a la cuentista de las horas de ayer en la Plaza de Armas de musicales nidos. ¡Pobre amiga de entonces, pobre flor provinciana que en metrópolis andas en ruidoso paseo; pobre flor casadera, rosa que eres hermana de las que se desmayan en humilde cacharro esperando que vuelvas del viaje de recreo! Para que no se manche tu ropa con el barro de ciudades impuras, a tu pueblo regresa; y sólo pido, en nombre de mi tristeza extática que oyó con voz ingenua, que en la nocturna plática hagas de mí un recuerdo jovial de sobremesa.
Una viajera
Genaro Ortega Gutiérrez
Someramente queda devastada y amarga la memoria como el interior de una flor donde un sátiro ha descubierto los rápidos pespuntes del agua. Un silencio dramático camina por los vasos comunicantes del exterminio, por los senderos donde nuevos amantes desarrollan su lenguaje de ruina, escarnio y trance. La palabra, por las capas infinitas, -inmóviles- de los acontecimientos encarna la subversión de una anécdota atractiva, una pausa en la zona de peaje, la formula magistral de una monotonía exacta. Ligeramente/someramente cocida o cruda, la apariencia (sinónimo de sinfonía) puede engañarte mucho.
Lunar en el hombro
Manuel Altolaguirre
Sólo sé que estoy en mí y nunca sabré quién soy, tampoco sé adónde voy ni hasta cuándo estaré aquí. Vestido con vida o muerte o desnudo sin morir, en los muros de este fuerte castillo de mi vivir, o libre por los confines sepulcrales de los cielos, desgarrando grises velos, ignorante de mis fines, no sé qué cárcel espera ni la libertad que ansío, ni a qué sueño dará el río de mi vida cuando muera.
Sólo sé que estoy en mí
Santiago Montobbio
Nosotros esperábamos jinetes, jinetes no sabíamos de quién, jinetes quizá de nadie. Alguien tenía que enviar jinetes, eso nos dijeron, por eso los esperábamos. En calmar llagas con vendas de silencio matábamos el tiempo. Así esperábamos jinetes. Pero ya no esperamos. Porque en esto se nos fue la vida, pueden reírse, en esta escena. Todo era un engaño.
Escena
René Chacón Linares
En la cumbre de mis ansiedades Se va tejiendo un volcán de orugas. Las telarañas inquietas Se mecen en tu ausencia. Y tu corazón de alas, Ignora cuándo vendrás. La soledad es un batir ardiente, Que se arrastra en las madrugadas, Manchando una alfombra De lívidos pensamientos.
La ausencia de un ángel
Juan Ramón Jiménez
No recordar nada... Que me hunda la noche callada, como una bandada blanda y acabada. (Que no quede nada... Que pase la mujer amada por una dejada estancia soñada) No desear nada... Perderse en la idea sagrada, como una dorada sombra en la alborada.
El todo
Delfina Acosta
Mi reino es de los astros misteriosos, del fuego que susurra en el ocaso. Se me figura milagrosa tela el cielo con su azul iluminado. Conmigo no es el hombre sino el ángel. Su sombra se hace mies en mi costado. Él busca de mi luz el santo norte como la brisa cuando es mi rebaño. Mi reino es de las olas de la mar que nunca al pensamiento dan descanso, de las estrellas fijas en los ojos pues son criaturas de un querer muy manso. Si llueve es porque lluevo lentamente y si amanece es porque ya me aclaro. Cuando anochece y no aparece el cielo el viento de mi reino está callado.
Mi reino
Claribel Alegría
Quiero entrar a la muerte con los ojos abiertos abiertos los oídos sin máscaras sin miedo sabiendo y no sabiendo enfrentarme serena a otras voces a otros aires a otros cauces olvidar mis recuerdos desprenderme nacer de nuevo intacta.
Quiero entrar a la muerte
Luis de Góngora
Ya besando unas manos cristalinas, Ya anudándome a un blanco y liso cuello, Ya esparciendo por él aquel cabello Que Amor sacó entre el oro de sus minas, Ya quebrando en aquellas perlas finas Palabras dulces mil sin merecello, Ya cogiendo de cada labio bello Purpúreas rosas sin temor de espinas, Estaba, oh claro Sol invidïoso, Cuando tu luz, hiriéndome los ojos, Mató mi gloria y acabó mi suerte. Si el cielo ya no es menos poderoso, Por que no den los tuyos más enojos, Rayos, como a tu hijo, te den muerte.
Al sol, porque salió, estando con su dama, y le fue forzado dejarla
Santiago Montobbio
Detrás de cada noche se esconde una amenaza y ante una amenaza sólo queda el balcón abierto o sus labios eran juncos que por un momento detenían el incesante llover de la tristeza o nuestra historia es tan pequeña y además ya tiene tanto frío que en su único verso ahogado resume por entero al mundo o no debemos olvidarnos de recordar a la mañana que para que sigamos viviendo es del todo imprescindible que se refleje alguna vez en los sueños del estanque. A veces quizá mejor un “a pesar de todo tú y yo tendremos una casa sólo que de aire”, y en caso de que tengamos que volver a casa y que olvidadas mamás vayan a reñirnos por llegar tan tarde probablemente será más acertado algo así como “cualquier nombre que escribamos tendrá forma de ausencia o de ceniza” y después, con vocación de final, y más simplemente: “herejías del fuego, sobre una estrella un amor se ha disecado, no puede ser más triste la menopausia de la espera, la memoria sin espinas no es de nadie, ahora sí que no han de llegar los barcos”. Y, ya por último: “dedos de sombra sobre naipes huérfanos”. Sí. Lo diremos así, a la fuerza tendremos nosotros que vivir así esta tarde, hasta el fin del tiempo. Y si entonces alguien a quien hubiéramos engañado o perdido, alguien antiguo que volviera como de un olvidado sueño se vuelve nos preguntara por todo esto, nada más podríamos decirle, como excusa torpe temblando en manos huecas: “Señor, tendréis que perdonarnos, pero no es ningún secreto. Aquí, en esta inútil tierra que nos dieron, todos somos poetas (con más o con menos tretas)”.
No es ningún secreto
David Escobar Galindo
III Húndete en la ceniza, perra de hielo, Que te trague la noche, que te corrompa La oscuridad; nosotros, hombres de lágrimas, Maldecimos tu paso por nuestras horas. Más que las sombras francas, como las minas De un campo abandonado, furia alevosa; La luz no te conoce, por eso estamos Doblemente ofendidos de lo que escombras. Por la sangre en el viento, no entre las venas, Donde nazcas, violencia, maldita seas. Caminamos desnudos hacia el destino, Nos juntamos en valles de ardiente idioma Y si la estrella olvida su edad sin mancha, Si el fuego se abalanza con sed inhóspita, Si el rencor enarbola ciegas repúblicas, Cómo hablarán los días de justas formas. ¡Ah silencio infranqueable de los violentos, nunca seremos altos si nos dominas, nunca seremos dignos del aire inmune, nunca seremos ojos llenos de vida, sino que en lava inmunda vegetaremos, entre un sol de gusanos que se descuelgan, mientras la sangre brota de mil espejos, oscureciendo el agua con sangre muerta. Por la sangre en el agua, no entre las venas, Donde nazcas, violencia, maldita seas. No, no intentes doblarnos sobre otro polvo, No sacudas las hojas de nuestras puertas, Te lanzamos, hirviente, todo lo vivo, Todo lo humano y puro que nos preserva. No, no confundiéramos savia y vinagre; Los ojos se te pudran, te ahogue el humo, Las ciudades se cierren igual que flores Inviolables al solo recuerdo tuyo. Roja peste, violencia, nada ni nadie Será habitante claro donde tú reines; Desdichada agonía del hombre falso, Húndete en la ceniza, sorda serpiente. Las espaldas, los pechos te den la espalda; Cierren tu paso frentes, ojos, ideas. Es tiempo de sonidos que instalen música. No, no asomes tu río de manos negras. Por la sangre en el polvo, no entre las venas, Donde nazcas, violencia, maldita seas. Ah si el violento asume la ley del aire, Si aprieta en hierro impuro vidas y haciendas, Si desala sus pozos de hambre sin dueño, Si desenfunda el cáncer de su inconsciencia. Por el mundo, qué huida de espesos pájaros, Qué castillo de savias que se derrumban; En el río revuelto, redes sin nombre, Y en la tierra apagada fieras que triunfan. ¡Pero no! Estamos hechos de sangre viva, y de huesos más hondos que el desatino; no hay vigilias que rompan alma de humanos, ni cinceles, ni látigos, ni colmillos. Húndete en la ceniza, perra de hielo, Que te trague la noche que te procrea; Por la sangre en el viento, no en su recinto, Dondequiera que nazcas, ah dondequiera, Sin descanso de estirpes, años y mares, Sin descanso, violencia, maldita seas.
Duelo ceremonial por la violencia
Pablo Neruda
El viento de la estación, el viento verde, cargado de espacio y agua, entendido en desdichas, arrolla su bandera de lúgubre cuero, y de una desvanecida substancia, como dinero de limosna: así, plateado, frío, se ha cobijado un día frágil como la espada de cristal de un gigante, entre tantas fuerzas que amparan su suspiro que teme, su lágrima al caer, su arena inútil, rodeado de poderes que cruzan y crujen, como un hombre desnudo en una batalla levantando su ramo blanco, su certidumbre incierta, su gota de sal trémula entre lo invadido. Qué reposo emprender, qué pobre esperanza amar, con tal débil llama y tan fugitivo fuego? Contra qué levantar el hacha hambrienta? De qué materia desposeer, huir de qué rayo? Su luz apenas hecha de longitud y temblor arrastra como cola de traje de novia triste aderazada de sueño mortal y palidez. Porque todo aquello que la sombra tocó y ambicionó el desorden gravita, líquido, suspendido, desprovisto de paz, indefenso entre espacios, vencido de muerte. Ay, y es el destino de un día que fue esperado, hacia el que corrían cartas, embarcaciones, negocios, morir, sedentario y húmedo sin su propio cielo. Dónde está su toldo de olor, su profundo follaje, su rápido celaje de brasa, su respiración viva? Inmóvil, vestido de un fulgor moribundo y una escama opaca, verá partir la lluvia sus mitades y al viento nutrido de aguas atacarlas.
Monzón de mayo
Gustavo Adolfo Bécquer
Como se arranca el hierro de una herida su amor de las entrañas me arranqué; aunque sentí al hacerlo que la vida ¡me arrancaba con él! Del altar que le alcé en el alma mía, la voluntad su imagen arrojó; y la luz de la fe que en ella ardía ante el ara desierta se apagó. Aún para combatir mi firme empeño viene a mi mente su visión tenaz... ¡Cuánto podré dormir con ese sueño en que acaba el soñar!
Rima xlviii
Miguel Ramos Carrión
Desde la ventana de un casucho viejo abierta en verano, cerrada en invierno por vidrios verdosos y plomos espesos, una salmantina de rubio cabello y ojos que parecen pedazos de cielo, mientas la costura mezcla con el rezo, ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo, marchan en dos filas pausados y austeros, sin más nota alegre sobre el traje negro que la beca roja que ciñe su cuello, y que por la espalda casi roza el suelo. Un seminarista, entre todos ellos, marcha siempre erguido, con aire resuelto. La negra sotana dibuja su cuerpo gallardo y airoso, flexible y esbelto. Él, solo a hurtadillas y con el recelo de que sus miradas observen los clérigos, desde que en la calle vislumbra a lo lejos a la salmantina de rubio cabello la mira muy fijo, con mirar intenso. Y siempre que pasa le deja el recuerdo de aquella mirada de sus ojos negros. Monótono y tardo va pasando el tiempo y muere el estío y el otoño luego, y vienen las tardes plomizas de invierno. Desde la ventana del casucho viejo siempre sola y triste; rezando y cosiendo una salmantina de rubio cabello ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos, su seminarista de los ojos negros; cada vez que pasa gallardo y esbelto, observa la niña que pide aquel cuerpo marciales arreos. Cuando en ella fija sus ojos abiertos con vivas y audaces miradas de fuego, parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!, ¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo! ¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero! A la niña entonces se le oprime el pecho, la labor suspende y olvida los rezos, y ya vive sólo en su pensamiento el seminarista de los ojos negros. En una lluviosa mañana de inverno la niña que alegre saltaba del lecho, oyó tristes cánticos y fúnebres rezos; por la angosta calle pasaba un entierro. Un seminarista sin duda era el muerto; pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro, con la beca roja por cima cubierto, y sobre la beca, el bonete negro. Con sus voces roncas cantaban los clérigos los seminaristas iban en silencio siempre en dos filas hacia el cementerio como por las tardes al ir de paseo. La niña angustiada miraba el cortejo los conoce a todos a fuerza de verlos... tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos... el seminarista de los ojos negros. Corriendo los años, pasó mucho tiempo... y allá en la ventana del casucho viejo, una pobre anciana de blancos cabellos, con la tez rugosa y encorvado el cuerpo, mientras la costura mezcla con el rezo, ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. La labor suspende, los mira, y al verlos sus ojos azules ya tristes y muertos vierten silenciosas lágrimas de hielo. Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo del seminarista de los ojos negros...
El seminarista de los ojos negros
Jorge Luis Borges
Yo que sentí el horror de los espejos no sólo ante el cristal impenetrable donde acaba y empieza, inhabitable, un imposible espacio de reflejos sino ante el agua especular que imita el otro azul en su profundo cielo que a veces raya el ilusorio vuelo del ave inversa o que un temblor agita Y ante la superficie silenciosa del ébano sutil cuya tersura repite como un sueño la blancura de un vago mármol o una vaga rosa, Hoy, al cabo de tantos y perplejos años de errar bajo la varia luna, me pregunto qué azar de la fortuna hizo que yo temiera los espejos. Espejos de metal, enmascarado espejo de caoba que en la bruma de su rojo crepúsculo disfuma ese rostro que mira y es mirado, Infinitos los veo, elementales ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como el acto generativo, insomnes y fatales. Prolonga este vano mundo incierto en su vertiginosa telaraña; a veces en la tarde los empaña el Hálito de un hombre que no ha muerto. Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro. Todo acontece y nada se recuerda en esos gabinetes cristalinos donde, como fantásticos rabinos, leemos los libros de derecha a izquierda. Claudio, rey de una tarde, rey soñado, no sintió que era un sueño hasta aquel día en que un actor mimó su felonía con arte silencioso, en un tablado. Que haya sueños es raro, que haya espejos, que el usual y gastado repertorio de cada día incluya el ilusorio orbe profundo que urden los reflejos. Dios (he dado en pensar) pone un empeño en toda esa inasible arquitectura que edifica la luz con la tersura del cristal y la sombra con el sueño. Dios ha creado las noches que se arman de sueños y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad. Por eso nos alarman.
Los espejos
José Ángel Buesa
Acaso está lloviendo también en tu ventana; Acaso esté lloviendo calladamente, así. Y mientras anochece de pronto la mañana, yo sé que, aunque no quieras, vas a pensar en mí. Y tendrá un sobresalto tu corazón tranquilo, sintiendo que despierta tu ternura de ayer. Y, si estabas cosiendo, se hará un nudo en el hilo, y aún lloverá en tus ojos, al dejar de llover.
Canción de la lluvia
José María Pemán
Señor: yo sé que en la mañana pura de este mundo, tu diestra generosa hizo la luz antes que toda cosa porque todo tuviera su figura. Yo sé que te refleja la segura línea inmortal del lirio y de la rosa mejor que la embriagada y temerosa música de los vientos en la altura. Por eso te celebro yo en el frío pensar exacto a la verdad sujeto y en la ribera sin temblor del río: por eso yo te adoro, mudo y quieto: y por eso, Señor, el dolor mío por llegar a Ti se hizo soneto.
Oración a la luz
Santiago Montobbio
Noche ni con más noche se consuela. Después que un árbol arrancado probó a con sus sombras congraciarse ofreciendo a las pequeñas, diarias muertes caramelos exilio de nadie se ha hecho el verso: hasta el estúpido oficio de leerle al tiempo las líneas crueles de su mano se ha perdido.
Historia griega
Gerardo Diego
El cielo se serena Salinas cuando suena Cantan los verbos en vacaciones jaculatorias y conjugaciones Yo seré tú serás él será La imagen de ayer mañana volverá La imagen duplica el presagio ¿Rezas cuando truena el trisagio? El mundo se envenena Salinas cuando no suena La música más extremada es el silencio de la boca amada Amar amar y siempre amar haber amado haber de amar Y de la media de la abuela caen las onzas oliendo a canela El cielo se enrojece Salinas cuando te mece Era tu reino el del rubor Tanta hermosura alrededor Rosa y azul azul y rosa Cuidado que no se te rompa Y por tus ojos la borrasca y la ventisca y el miedo a las hadas El cielo se aceituna Salinas cuando te acuna ¿No habéis visto en flor el olivo? Sí no sí no azar del subjuntivo ¿Nunca visteis el otoño del ciervo no habéis sabido deshojar un verbo? Llega diciembre y llora el roble y el cocotero de Puertopobre El mundo se espanta Salinas cuando no canta Cantan los verbos en la escuela Redondo está el cielo a toda vela ¿Pedro Salinas Serrano? Falta Y los niños de pronto se callan Unos en otros buscan amparo Todo más claro mucho más claro El cielo quiere quererme Salinas cuando te duerme
Adiós a pedro salinas
Garcilaso de la Vega
Siento el dolor menguarme poco a poco, no porque ser le sienta más sencillo, más fallece el sentir para sentillo, después que de sentillo estoy tan loco. Ni en sello pienso que en locura toco, antes voy tan ufano con oíllo, que no dejaré el sello y el sufrillo, que si dejo de sello, el seso apoco. Todo me empece, el seso y la locura; prívame éste de sí por ser tan mío; mátame estotra por ser yo tan suyo. Parecerá a la gente desvarío preciarme de este mal, do me destruyo: y lo tengo por única ventura.
Soneto xxxvi
Manuel Machado
A Miguel de Unamuno Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español. Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer... Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna... De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer. En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...; y la rosa simbólica de mi única pasión es una flor que nace en tierras ignoradas y que no tiene aroma, ni forma, ni color. Besos ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben! ¡Que todo como un aura se venga para mí! ¡Que las olas me traigan y las olas me lleven, y que jamás me obliguen el camino a elegir! ¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido. No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud. Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido. Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud. De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo. No se ganan, se heredan, elegancia y blasón... Pero el lema de casa, el mote del escudo, es una nube vaga que eclipsa un vano sol. Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme, lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí... ¡Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir! ... Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer... De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna. ¡El beso generoso que no he de devolver!
Adelfos
Consuelo Hernández
Este canto de pájaros entre la nieve lo atraviesan balas y misiles camino al medio oriente. Surcan el cielo helicópteros que vigilan nuestros pasos y en la tienda nos saluda el mercader de la guerra con máscaras de gas, equipos de emergencia cintas adhesivas para puertas y ventanas y vacunas contra las imaginarias “armas de destrucción masiva”... Ya adentro en la casa todo se me olvida porque la vida sigue.
Equipo para la guerra
Juan Ramón Jiménez
Cada minuto de este oro ¿no es toda la eternidad? El aire puro lo mece sin prisa, como si ya fuera todo el oro que tuviera que acompasar. (¡Ramas últimas, divinas, inmateriales, en paz; ondas del mar infinito de una tarde sin pasar!) Cada minuto de este oro ¿no es un latido inmortal de mi corazón radiante por toda la eternidad?
La hora
Ángeles Carbajal
Porque ya no sufro ni sueño con ella. Porque tantas veces nunca, tantas veces nadie, tantas veces nada... (y porque a mi edad ya no soporto despertarme en mitad de una mentira) empiezo a perderle el respeto a la vida.
Razones
Julia de Burgos
Tengo caído el sueño, y la voz suspendida de mariposas muertas. El corazón me sube amontonado y solo a derrotar auroras en mis párpados. Perdida va mi risa por la ciudad del viento más triste y devastada. Mi sed camina en ríos agotados y turbios, rota y despedazándose. Amapolas de luz, mis manos fueron fértiles tentaciones de incendio. Hoy, cenizas me tumban para el nido distante. ¡Oh mar, no esperes más! Casi voy por la vida como gruta de escombros. Ya ni el mismo silencio se detiene en mi nombre. Inútilmente estiro mi camino sin luces. Como muertos sin sitio se sublevan mis voces. ¡Oh mar, no esperes más! Déjame amar tus brazos con la misma agonía con que un día nací. Dame tu pecho azul, y seremos por siempre el corazón del llanto?
¡oh mar, no esperes más!