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87
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Claribel Alegría |
Desde tu ausencia
llamo
de tu exilio
desde este viento sur
que te convoca
y se asemeja a ti. | Conjura |
Pedro Salinas |
No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar. | Fe mía |
Luis de Góngora |
Cantastes, Rufo, tan heroicamente
De aquel César novel la augusta historia,
Que está dudosa entre los dos la gloria
Y a cuál se deba dar ninguno siente.
Y así la Fama, que hoy de gente en gente
Quiere que de los dos la igual memoria
Del tiempo y del olvido haya victoria,
Ciñe de lauro a cada cual la frente.
Debéis con gran razón ser igualados,
Pues fuistes cada cual único en su arte:
Él solo en armas, vos en letras solo,
Y al fin ambos igualmente ayudados:
Él de la espada del sangriento Marte,
Vos de la lira del sagrado Apolo. | A juan rufo |
Byron Espinoza | Prepara los puñales
y alfileres:
voy a quitarle vigilancia al corazón. | Prepara los puñales... |
Luis de Góngora |
Este a Pomona, cuando ya no sea
Edificio al silencio dedicado,
Que si el cristal le rompe desatado,
Suave el ruiseñor le lisonjea,
Dulce es refugio, donde se pasea
La quïetud, y donde otro cuidado
Despedido, si no digo burlado,
De los términos huye desta aldea.
Aquí la Primavera ofrece flores
Al gran pastor de pueblos, que enriquece
De luz a España y gloria a los Venegas.
¡Oh peregrino, tú, cualquier que llegas,
Paga en admiración las que te ofrece
El huerto frutas y el jardín olores! | De una quinta que hizo el obispo don antonio venegas |
Delfina Acosta |
El gallo soy de la veleta roja
que mira al Norte porque Norte soy.
A mi pueblo lo barre el mismo pueblo:
un viento malo con que al río voy.
La saeta del Este cuando gira
da vuelta al pueblo, al lirio y al convoy
del caballo al que subo al ser el día
para saber al irme en dónde estoy.
He plantado una estrella en el Oeste
que bajará a la noche. Te la doy
porque subes al Este cada tarde.
Yo te amaría, mas veleta soy.
El gallo fui de la veleta roja
que al Sur apunta pues al Sur me voy.
En su frío se templa mi poesía:
la rosa dura que ha de abrirse hoy. | La rosa dura |
Luis de Góngora |
En vez de las Helíades, ahora
Coronan las Pïérides el Pado,
Y tronco la más culta levantado,
Suda electro en los números que llora.
Plumas vestido ya las aguas mora
Apolo, en vez del pájaro nevado
Que a la fatal del Joven fulminado
Alta rüina, voz debe canora.
¿Quién, pues, verdes cortezas, blanca pluma
Les dio? ¿Quién de Faetón el ardimiento,
A cuantos dora el Sol, a cuantos baña
Términos del océano la espuma,
Dulce fía? Tú métrico instrumento,
Oh Mercurio del Júpiter de España. | Al conde de villamediana, de su faetón |
José Martí |
Yo sueño con los ojos
Abiertos, y de día
Y noche siempre sueño.
Y sobre las espumas
Del ancho mar revuelto,
Y por entre las crespas
Arenas del desierto
Y del león pujante,
Monarca de mi pecho,
Montado alegremente
Sobre el sumiso cuello,?
Un niño que me llama
Flotando siempre veo! | Sueño despierto |
Dina Posada |
Porque fuiste reto desmedido
a esta alegría
que no me terminaba de nacer
y no teniendo a la vista
otra vida
sino la que desgastan
mis pasos y mis horas
te designo albacea
de mi último suspiro | Testamento |
Pablo Neruda | 20 poemas de amor y una canción desesperada
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito. | 20 poemas de amor y una canción desesperada - poema 1 |
José Martí |
Dentro de mí hay un león enfrenado:
De mi corazón he labrado sus riendas:
Tú me lo rompiste: cuando lo vi roto
Me pareció bien enfrenar a la fiera.
Antes, cual la llama que en la estera prende,
Mi cólera ardía, lucía y se apagaba:
Como del león generoso en la selva
La fiebre se enciende; lo ciega y se calma.
Pero, ya no puedes: las riendas le he puesto
Y al juicio he subido en el león a caballo:
La furia del juicio es tenaz: ya no puedes.
Dentro de mí hay un león enfrenado. | Dentro de mí... |
Julio Herrera y Reissig |
Je serai ton cercuil,
aimable pestilence!...
Noche de tenues suspiros
platónicamente ilesos:
vuelan bandadas de besos
y parejas de suspiros;
ebrios de amor, los cefiros
hinchan su leve pulmón,
y los sauces en montón
obseden los camalotes
como torvos hugonotes
de una muda emigración.
Es la divina hora azul
en que cruza el meteoro,
como metáfora de oro
por un gran cerebro azul.
Una encantada Estambul
surge de tu guardapelo
y llevan su desconsuelo
hacía vagos ostracismos
floridos sonambulismos
y adioses de terciopelo.
En este instante de esplín,
mi cerebro es como un piano
donde un aire wagneriano
toca el loco del esplín.
En el lírico festín
de la ontológica altura,
muestra la luna su dura
calavera torva y seca
y hace una rígida mueca
con su mandíbula oscura.
El mar, como gran anciano,
lleno de arrugas y canas,
junto a las playas lejanas
tiene rezongos de anciano.
Hay en acecho una mano
dentro del tembladeral;
y la supersustancial
vía láctea se me finge
la osamenta de una Esfinge
dispersada en un erial.
Cantando la tartamuda
frase de oro de una flauta,
recorre el eco su pauta
de música tartamuda.
El entrecejo de Buda
hinca el barranco sombrío,
abre un bostezo de hastío
la perezosa campaña,
y el molino es una araña
que se agita en el vacío.
¡Deja que incline mi frente
en tu frente subjetiva,
en la enferma, sensitiva
media luna de tu frente,
que en la copa decadente
de tu pupila profunda
beba el alma vagabunda
que me da ciencias astrales
en las horas espectrales
de mi vida moribunda!
¡Deja que rime unos sueños
en tu rostro de gardenia,
Hada de la neurastenia,
trágica luz de mis sueños!
Mercadera de beleños
llévame al mundo que encanta;
¡soy el genio de Atalanta
que en sus delirios evoca
el ecuador de tu boca
y el polo de tu garganta!
Con el alma hecha pedazos,
tengo un Calvario en el mundo;
amo y soy un moribundo,
tengo el alma hecha pedazos:
¡cruz me deparan tus brazos,
hiel tus lágrimas salinas,
tus diestras uñas espinas
y dos clavos luminosos
los aleonados y briosos
ojos con que me fascinas!
¡Oh mariposa nocturna
de mi lámpara suicida,
alma caduca y torcida,
evanescencia nocturna;
linfática taciturna
de mi Nirvana opioso,
en tu mirar sigiloso
me espeluzna tu erotismo
que es la pasión del abismo
por el Ángel Tenebroso!
(Es media noche.) Las ranas
torturan en su acordeón
un "piano" de Mendelssohn
que es un gemido de ranas;
habla de cosas lejanas
un clamoreo sutil;
Y con aire acrobatil,
bajo la inquieta laguna,
hace piruetas la luna
sobre una red de marfil.
Juega el viento perfumado,
con los pétalos que arranca,
una partida muy blanca
de un ajedrez perfumado;
pliega el arroyo en el prado
su abanico de cristal,
y genialmente anormal
finge el monte a la distancia
una gran protuberancia
del cerebro universal.
¡Vengo a ti, serpiente de ojos
que hunden crímenes amenos,
la de los siete venenos
en el iris de sus ojos;
beberán tus llantos rojos
mis estertores acerbos,
mientras los fúnebres cuervos,
reyes de las sepulturas,
velan como almas oscuras
de atormentados protervos!
¡Tú eres póstuma y marchita
misteriosa flor erótica,
miliunanochesca, hipnótica,
flor de Estigia ocre y marchita,
tú eres absurda y maldita,
desterrada del Placer,
la paradoja del ser
en el borrón de la Nada,
una hurí desesperada
del harem de Baudelaire!
¡Ven, reclina tu cabeza
de honda noche delincuente
sobre mi tétrica frente,
sobre mi aciaga cabeza;
deje su indócil rareza
tú numen desolador,
que en el drama inmolador
de nuestros mudos abrazos
yo te abriré con mis brazos
un paréntesis de amor! | Desolación absurda |
Odette Alonso |
Ella alzaba el martillo
y lo dejaba caer una vez y otra vez sobre mi frente
luego abría las piernas
y yo volvía a entrar en un mundo cercano a la esperanza.
Decía las manzanas la luz el precipicio
y dejaba mi cuerpo enlodarse en la pendiente.
Mentira tras mentira
levantamos la casa y acunamos al hijo
soñamos un futuro que supimos incierto.
Yo cortaba la leña
y encendía la hoguera que me consumiría
yo le decía amor
y esperaba anhelante la primera patada
o el beso más certero.
Oteaba la llanura desde lo alto
veía con envidia a las ovejas descarriarse
y regresaba manso al calor de su falda.
Lloré todas las noches
un llanto recalentado y torpe
y así la vi partir
sin voltearse a mirar el humo de la choza. | Canción del manso pastorzuelo |
Carlos Edmundo de Ory |
Triste estoy como un cajón vacío
El mutuo sueño de mis ojos rueda
Me acuesto en los valles a ver el tiempo
Agrando con mi cansancio el espacio
El sol todavía me persigue ¡oh dioses!
Sigo ciego y en mis manos mis manos pongo
Deseo conducirme a espaldas de la vida
como un cuerpo que al alma sus horas disminuye
Ven triste ve tú ven y ve solo
Sopla allá en el portal del infinito
La alborada metódica de la existencia sale
No encuentro puro territorio en nada
Un plagado único dolor perdido acude
a la desierta esfera blanca de los misterios
La sed santa la fe secreta roza el ánimo
¡Me asisten seres de fatales alas!
Ni voluntad ni empleo en el celeste fin
Sólo brillos comparten las altas apetencias
Triste sigo lo mismo que el hórreo
abandonado en la tormenta alada
Ven triste ve tú ven y ve solo. | Ven triste ve tú |
Gabriela Mistral |
Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando,
y alargaron hasta el Niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos
como llenos de rocío.
Una oveja lo frotaba,
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos...
Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes, y de ocas,
y de gallos, y de mirlos.
Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el Niño
la gran cola de colores;
y las ocas de anchos picos,
arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un velo palpitante
sobre del recién nacido...
Y la Virgen, entre cuernos
y resuellos blanquecinos,
trastocada iba y venía
sin poder coger al Niño.
Y José llegaba riendo
a acudir a la sin tino.
Y era como bosque al viento
el establo conmovido... | El establo |
Delfina Acosta |
Descalza peregrino debajo de la lluvia.
Lloro por dentro
un agua de oro.
Cuéntame, bienamado.
¿Dónde tu reino, tus lacayos,
tu ángel de la guarda, y tu bufón?
Mas, ¿dónde tu victoria,
tu cicatriz profunda,
tu esclava, tu corona,
y tu cabeza amada?
Mi corazón en llamas
es la señal callada de que aún vivo. | Cosecha |
Luis de Góngora |
Con razón, gloria excelsa de Velada.
Te admira Europa, y tanto, que celoso
Su robardor mentido pisa el coso,
Piel este día, forma no alterada.
Buscó tu fresno, y extinguió tu espada
En su sangre su espíritu fogoso:
Si de tus venas ya lo generoso
Poca arena dejó calificada.
Lloró su muerte el Sol, y del segundo
Lunado signo su esplendor vistiendo,
A la satisfacción se disponía;
Cuando el monarca deste y de aquel mundo
Dejar te mandó el circo, previniendo
No acabes dos planetas en un día. | Al marqués de velada, herido de un toro |
Leopoldo María Panero |
No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido. | Diario de un seductor |
Pablo Neruda | 20 poemas de amor y una canción desesperada
Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
lento juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola terrestre, en ti la tierra canta!
En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye
como tú lo desees y hacia donde tú quieras.
Márcame mi camino en tu arco de esperanza
y soltaré en delirio mi bandada de flechas.
En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla
y tu silencio acosa mis horas perseguidas,
y eres tú con tus brazos de piedra transparente
donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.
Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla
en el atardecer resonante y muriendo!
Así en horas profundas sobre los campos he visto
doblarse las espigas en la boca del viento. | 20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 3 |
Alfredo Lavergne | Nada cambia.
Bajo
Me detengo
En una población en blanco
En uno de esos caseríos marcados con un nombre
En una ciudad que soporta
Invitaciones Desembarcos Aterrizajes
De demasiados países
O en una de las astillas del encanto de la naturaleza.
Cruzo la calle Culmina una trayectoria.
Meto la mano al bolsillo y entrego propina
A los movimientos imaginarios
Que en las esquinas Agradecen y envidian. | Chef - d'oeuvre |
Mario Benedetti | No cabe duda. Ésta es mi casa
aquí sucedo, aquí
me engaño inmensamente.
Ésta es mi casa detenida en el tiempo.
Llega el otoño y me defiende,
la primavera y me condena.
Tengo millones de huéspedes
que ríen y comen,
copulan y duermen,
juegan y piensan,
millones de huéspedes que se aburren
y tienen pesadillas y ataques de nervios.
No cabe duda. Ésta es mi casa.
Todos los perros y campanarios
pasan frente a ella.
Pero a mi casa la azotan los rayos
y un día se va a partir en dos.
Y yo no sabré dónde guarecerme
porque todas las puertas dan afuera del mundo. | Ésta es mi casa |
Alfredo Lavergne | Las líneas serpentinas
de las cosas
del invernadero.
C
a
e
n,
sobre nuestras rosas. | Geógrama i |
Antonio Machado |
Nuestras vidas son los ríos,
que van a dar a la mar,
que es el morir. ¡Gran cantar!
Entre los poetas míos
tiene Manrique un altar.
Dulce goce de vivir:
mala ciencia del pasar,
ciego huir a la mar.
Tras el pavor del morir
está el placer de llegar.
¡Gran placer!
Mas ¿y el horror de volver?
¡Gran pesar! | Glosa |
Pablo Neruda | Recabarren, en estos días
de persecución, en la angustia
de mis hermanos relegados,
combatidos por un traidor,
y con la patria envuelta en odio,
herida por la tiranía,
recuerdo la lucha terrible
de tus prisiones, de tus pasos
primeros, tu soledad
de torreón irreductible,
y cuando, saliendo del páramo,
un hombre y otro a ti vinieron
a congregar el amasijo
del pan humilde defendido
por la unidad del pueblo augusto. | Envío (1949) |
Juan de Arguijo |
Pudo quitarte el nuevo atrevimiento,
bello hijo del Sol, la dulce vida;
la memoria no pudo, qu'extendida
dejó la fama de tan alto intento.
Glorioso aunque infelice pensamiento
desculpó la carrera mal regida;
y del paterno carro la caída
subió tu nombre a más ilustre asiento.
En tal demanda al mundo aseguraste
que de Apolo eras hijo, pues pudiste
alcanzar dél la empresa a que aspiraste.
Término ponga a su lamento triste
Climente, si la gloria ganaste
excede al bien que por osar perdiste. | A faetón |
Luis de Góngora |
Herido el blanco pie del hierro breve,
Saludable si agudo, amiga mía,
Mi rostro tiñes de melancolía,
Mientras de rosicler tiñes la nieve.
Temo (que quien bien ama, temer debe)
El triste fin de la que perdió el día,
En roja sangre y en ponzoña fría
Bañado el pie que descuidado mueve.
Temo aquel fin, porque el remedio para,
Si no me presta el sonoroso Orfeo
Con su instrumento dulce su voz clara.
¡Mas ay, que cuando no mi lira, creo
Que mil veces mi voz te revocara,
Y otras mil te perdiera mi deseo! | A una sangría de un pie |
José Asunción Silva |
Ella estaba con él... A su frente
pensativa y pálida,
penetrando al través de las rejas
de antigua ventana
de la luna naciente venían
los rayos de plata,
él estaba a sus pies, de rodillas,
¡perdido en las vagas
visiones que cruzan en horas felices
los cielos del alma!
Con las trémulas manos asidas,
con el mudo fervor de los que aman,
palpitanto en los labios los besos,
entrambos hablaban
el lenguaje mudo
sin voz ni palabras
que en momentos de dicha suprema,
tembloroso el espíritu habla...
El silencio que crece... la brisa
que besa las ramas,
dos seres que tiemblan, la luz de la luna
que el paisaje baña,
¡amor un instante detén allí el vuelo,
murmura tus himnos de triunfo y recoge las alas!
Unos meses después, él dormía
bajo de una lápida
el último sueño de que nadie vuelve
el último sueño de paz y de calma.
Anoche, una fiesta
con su grato bullicio animaba
de ese amor el tranquilo escenario.
¡Oh burbujas del rubio champaña!
¡Oh perfume de flores abiertas!
¡Oh girar de desnudas espaldas!
¡Oh cadencias del valse que mueve
torbellinos de tules y gasas!
Allí estuvo, más linda que nunca,
por el baile tal vez agitada
se apoyó levemente en mi brazo,
dejamos las salas
y un instante después penetramos
en la misma estancia
que un año antes no más la había visto
temblando callada,
¡cerca de él!...
...Amorosos recuerdos,
tristezas lejanas,
cariñosas memorias que vibran,
como sones de arpa,
tristezas profundas
del amor, que en sollozos estallan,
presión de sus manos,
són de sus palabras,
calor de sus besos,
¿por qué no volvisteis a su alma?...
A su pecho no vino un suspiro
a sus ojos no vino una lágrima
ni una nube nubló aquella frente
pensativa y pálida
y mirando los rayos de luna
que al través de la reja llegaban,
murmuró con su voz donde vibran,
como notas y cantos y músicas de campanas vibrantes de plata:
¡qué valses tan lindos!
¡qué noche tan clara! | Luz de luna |
Nicolás Fernández de Moratín |
Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho». | Saber sin estudiar |
Consuelo Hernández | Aquí
derramando
sobre mi vasta mar
negro sobre blanco
delineo mi destino
pescando en el tintero
voces que nada dicen
estrujo las palabras
sin poder hallar
el sentido de mi pasar.
Busco un asidero
en esa frágil telaraña
donde día a día muero.
Entonces,
dónde estoy
a dónde voy
me atraen los imanes de la muerte
y me rescata la vida
en su juego rutinario.
No quiero morirme
sin ver la explosión de mis volcanes
el nuevo cráter que quedará
después de la ceniza y de la lava
cuando el fuego sea el fuego sosegado
que sólo yo
adentro lo atestigüe. | Volcán en actividad |
Luis de Góngora |
¿Vos sois Valladolid? ¿Vos sois el valle
De olor? ¡Oh fragrantísima ironía!
A rosa oléis, y sois de Alejandría,
Que pide al cuerpo más que puede dalle.
Serenísimas damas de buen talle,
No os andéis cocheando todo el día,
Que en dos mulas mejores que la mía
Se pasea el estiércol por la calle.
Los que en esquinas vuestros corazones
Asáis por quien, alguna noche clara,
Os vertió el pebre y os mechó sin clavos,
¿Pasáis por tal que sirvan los balcones,
Los días a los ojos de la cara,
Las noches a los ojos de los rabos? | ¿vos sois valladolid? |
Ramón López Velarde |
A Artemio de Valle-Arizpe
Tus ventanas, con pájaros y flores,
tus ventanas que miran al oriente,
están esclarecidas con la gracia
de la aurora riente
que con primicias de su luz decora
la virtud de tu frente.
Tus ventanas de antigua arquitectura
en que el canario, a trinos, alborota
la paz de tu silencio provinciano;
ventanas en que flota,
para embriaguez de los amantes fieles,
la desmayada ofrenda del perfume
de rosas y claveles...
Tus ventanas, Amor, de cuya clave
quise colgar la jaula de mi dicha
para que la cuidaras como una ave;
ventanas de madera
en que en vano soñé dejar prendida
mi devoción como una enredadera...
Tus ventanas que miran al oriente
y madrugan, fragantes, de limpieza
¿esperaron una alba,
de cándida belleza,
o el regreso del novio
que anda en tierras de olvido,
o esperaron, acaso,
el milagro de un sol desconocido?
Ventanas que rondé
en la alborada de mis mocedades,
rejas con agua, y luz, y caracoles
en que Ella gusta de escuchar el sordo
fragor de las marinas tempestades;
rejas dignas de célebres idilios,
rejas de mi noviazgo adolescente,
que yo os mire de nuevo
¡oh ventanas, abiertas al oriente! | Tus ventanas |
Mario Benedetti | 5 (después)
El futuro no es
una página en blanco
es una fé
de erratas.
8 (previsión)
De vez en cuando es bueno
ser consciente
de que hoy
de que ahora
estamos fabricando
las nostalgias
que descongelarán
algún futuro.
9 (plurales)
Hay
ayeres
y mañanas
pero no hay
hoyes. | Conjugaciones |
Jorge Luis Borges |
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.
Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.
Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)
Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.
El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'
'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'
En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga? | El golem |
Gustavo Adolfo Bécquer |
Como enjambre de abejas irritadas,
de un oscuro rincón de la memoria
salen a perseguirme los recuerdos
de las pasadas horas.
Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!
Me rodean, me acosan,
y unos tras otros a clavarme vienen
el agudo aguijón que el alma encona. | Rima lxiii |
Pablo Neruda | Cuando el deseo de alegría con sus dientes de rosa
escarba los azufres caídos durante muchos meses
y su red natural, sus cabellos sonando
a mis habitaciones extinguidas con ronco paso llegan,
allí la rosa de alambre maldito
golpea con arañas las paredes
y las uñas del cielo se acumulan,
de tal modo que no se puede salir, que no se puede digerir
un asunto estimable,
es tanta la niebla, la vaga nieba cagada de los pájaros,
es tanto el humo convertido en vinagre
y el agrio aire que horada las escalas:
en ese instante en que el día se cae con las plumas deshechas,
no hay sino llanto, nada más que llanto,
porque sólo sufrir, solamente sufrir,
y nada más que llanto.
El mar se ha puesto a golpear por años una pata de pájaro,
y la sal golpea y la espuma devora,
las raíces de un árbol sujetan una mano de niña,
más grande que una mano del cielo,
y todo el año trabajan, cada día de luna
sube sangre de niña hacia las hojas manchadas por la luna,
y hay un planeta de terribles dientes
envenenando el agua en que caen los niños,
cuando es de noche, y no hay sino la muerte,
solamente la muerte, y nada más que el llanto.
Como un grano de trigo en el silencio, pero
a quién pedir piedad por un grano de trigo?
Ved cómo están las cosas: tantos trenes,
tantos hospitales con rodillas quebradas,
tantas tiendas con gentes moribundas:
entonces, cómo?, cuándo?,
a quién pedir por unos ojos del color de un mes frío,
y por un corazón del tamaño del trigo que vacila?
No hay sino ruedas y consideraciones,
alimentos progresivamente distribuidos,
líneas de estrellas, copas
en donde nada cae, sino sólo la noche,
nada más que la muerte.
Hay que sostener los pasos rotos.
Cruzar entre tejados y tristezas mientras arde
una cosa quemada con llamas de humedad,
una cosa entre trapos tristres como la lluvia,
algo que arde y solloza,
un síntoma, un silencio.
Entre abandonadas conversaciones y objetos respirados,
entre las flores vacías que el destino corona y abandona,
hay un río que cae en una herida,
hay el océano golpeando una sombra de flecha quebrantada,
hay todo el cielo agujereando un beso.
Ayudadme, hojas que mi corazón ha adorado en silencio,
ásperas travesías, inviernos del sur, cabelleras
de mujeres mojadas en mi sudor terrestre,
luna del sur del cielo deshojado,
venid a mí con un día sin dolor,
con un minuto en que pueda reconocer mis venas.
Estoy cansado de una gota,
estoy herido en solamente un pétalo,
y por un agujero de alfiler sube un río de sangre sin consuelo,
y me ahogo en las aguas del rocío que se pudre en la sombra,
y por una sonrisa que no crece, por una boca dulce,
por unos dedos que el rosal quisiera
escribo este poema que sólo es un lamento,
solamente un lamento. | Enfermedades en mi casa |
Luis Benítez | Del útero a la tumba un sueño te llevará,
desnudo, el escarpín y la mortaja hechos de la misma seda.
Un sueño con mejillas de pétalos que martillea en tu mente,
un beso helado, un golpe en la nuca dado
por un desconocido con guanteletes de hierro,
sonando tras tu puerta en el cerrojo.
Fantasma de metal tu cuerpo,
desde los cortos pantalones al bastón del viejo
transitado por extranjeros que se acercan a escrutar tus vísceras
y las señales del cielo con sus dedos de muerte,
verás asombrado cómo la cuchara colmada
deposita por igual besos y mordiscos en tu alma cóncava.
Del útero a la tumba,
clavado a la tierra que sólo se abre dos veces,
tus ojos noviando con las fotografías
verán al niño libre de pecado y cicatrices,
diáfano, aunque su llanto presienta
y al hierro del amor marcándote la ingle
y al molino del olvido girando, por un viento de huesos.
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
las riendas hechas trizas en ese torbellino,
en dos segundos de setenta años,
sólo una muesca, en un reloj enorme. | Del útero a la tumba un sueño te llevará |
Víctor Botas | No te engañes: no hay más que dos caminos.
Mas puedes escoger, así que deja
tu estameña y el cuenco de las gachas
y cúbrete en silencio de orgullosa
púrpura, suave lino, azul diadema,
o de húmedas guirnaldas palpitantes,
y avanza como un rey o como un toro
que inmolaran los flámines a Júpiter.
No te engañes: no hay más que dos caminos.
Y por los dos irás al matadero. | Vía crucis |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
Antes de amarte, amor, nada era mío:
vacilé por las calles y las cosas:
nada contaba ni tenía nombre:
el mundo era del aire que esperaba.
Yo conocí salones cenicientos,
túneles habitados por la luna,
hangares crueles que se despedían,
preguntas que insistían en la arena.
Todo estaba vacío, muerto y mudo,
caído, abandonado y decaído,
todo era inalienablemente ajeno,
todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el otoño de regalos. | Cien sonetos de amor |
Mario Benedetti | Es importante hacerlo
quiero que me relates
tu último optimismo
yo te ofrezco mi última
confianza
aunque sea un trueque
mínimo
debemos cotejarnos
estás sola
estoy solo
por algo somos prójimos
la soledad también
puede ser
una llama. | Canje |
Fray Luis de León |
Agora con la aurora se levanta
mi Luz; agora coge en rico nudo
el hermoso cabello; agora el crudo
pecho ciñe con oro, y la garganta;
agora vuelta al cielo, pura y santa,
las manos y ojos bellos alza, y pudo
dolerse agora de mi mal agudo;
agora incomparable tañe y canta.
Ansí digo y, del dulce error llevado,
presente ante mis ojos la imagino,
y lleno de humildad y amor la adoro;
mas luego vuelve en sí el engañado
ánimo, y conociendo el desatino,
la rienda suelta largamente al lloro. | Agora con la aurora |
Gloria Fuertes |
Me quité de en medio
por no estorbar,
por no gritar
más versos quejumbrosos.
Me pasé muchos días sin escribir,
sin veros,
sin comer más que llanto. | Autoeutanasia sentimental |
Consuelo Hernández | A esta hora en que todos duermen
en que nada se oye
rebozante de ti danza la noche.
El deseo deslíe las entrañas
desandando del otoño
promesas que bostezan.
La piel juega a la noche
hospedando astros rojos
de destronados ecos
y no logra olvidarte.
Cómo hiere las manos
palpar en las mortajas...
Cómo duele allá adentro
abstenerse del aire que segundo a segundo
la sangre solicita...
Sigue tus pasos ...vestida de ti
alojada en tu cuerpo
tu imagen así se ata
como abeja al panal o araña a su telar...
En el río Amazonas te invita a nadar
y te enseña el secreto
del dominio del agua:
déjate llevar por su corriente
cara al cielo.
Aliméntate de vida boca arriba
bebe la semilla del viento
y olvida tus umbrales.
Con la fuerza del trueno
desaloja tus miedos
y entrégate a las aguas
que palmo a palmo lamen
tus carnes maceradas.
Flota en sus recodos y reposa
mientras velan tu sueño
como a un dios olvidado.
Como fugaz estrella
con el río se van lejos...
ella intenta despedirse
y tú invocas el miedo
de perderte en el mar
y gritas que no sabes nadar...
ella te salva a leguas de distancia
del punto original.
Contigo en tierra
por la orilla del río
el sendero es fácil
y corto el recorrido.
Mas llega el día,
noche más noche
que todas las noches juntas...
no estás... no hay río...
sólo queda tu voz dulce
al pronunciar su nombre
y persigue las sombras
maldiciendo la mano
que acaricia tu frente
y esa cómoda tumba
donde día a día mueres
ese profundo abismo
donde tú la sepultas...
Abre sus manos
y salta amor intacto
las fuerzas contenidas
en su casa cerrada
bullen sin encontrar salida.
Su corazón estalla
relumbroso de fuego
¡tantos deseos rojos
que sólo es llama viva!
Y se quema en sus ansias
su ser es una estrella
de puntas infinitas
y fosforecen todas
las costuras del alma.
Se estremece su piel
se iluminan sus nervios
y su cuerpo relumbra
como un árbol de luz. | Árbol de luz |
Antonio Fernández Lera | El pincel
es la lengua.
Los labios apretados
colocan el pelo de la mujer desnuda.
Quietudes en la piel:
reposo inverosímil.
El temblor pequeño
es el fragmento infinitesimal
del estallido.
Me gustaría saber
quién se ha comido la manzana
(pues creo
que de haber sido yo
me acordaría). | Mujer con espejo |
Gabriela Mistral |
I
La tierra se hace madrastra
si tu alma vende a mi alma.
Llevan un escalofrío
de tribulación las aguas.
El mundo fue más hermoso
desde que me hiciste aliada,
cuando junto de un espino
nos quedamos sin palabras
¡y el amor como el espino
nos traspasó de fragancia!
Pero te va a brotar víboras
la tierra si vendes mi alma;
baldías del hijo, rompo
mis rodillas desoladas.
Se apaga Cristo en mi pecho
¡y la puerta de mi casa
quiebra la mano al mendigo
y avienta a la atribulada!
II
Beso que tu boca entregue
a mis oídos alcanza,
porque las grutas profundas
me devuelven tus palabras.
El polvo de los senderos
guarda el olor de tus plantas
y oteándolas como un ciervo,
te sigo por las montañas...
A la que tú ames, las nubes
la pintan sobre mi casa.
Ve cual ladrón a besarla
de la tierra en las entrañas;
que, cuando el rostro le alces,
hallas mi cara con lágrimas.
III
Dios no quiere que tu tengas
sol si conmigo no marchas;
Dios no quiere que tu bebas
si yo no tiemblo en tu agua;
no consiente que te duermas
sino en mi trenza ahuecada.
IV
Si te vas, hasta en los musgos
del camino rompes mi alma;
te muerden la sed y el hambre
en todo monte o llamada
y en cualquier país las tardes
con sangre serán mis llagas.
Y destilo de tu lengua
aunque a otra mujer llamaras,
y me clavo como un dejo
de salmuera en tu garganta;
y odies, o cantes, o ansíes,
¡por mí solamente clamas!
V
Si te vas y mueres lejos,
tendrás la mano ahuecada
diez años bajo la tierra
para recibir mis lágrimas,
sintiendo cómo te tiemblan
las carnes atribuladas,
¡hasta que te espolvoreen
mis huesos sobre la cara! | Dios lo quiere |
Fernando de Herrera |
sublime Carlo, el bárbaro africano,
y el bravo horror del ímpetu otomano
la altiva frente humilla quebrantada.
Italia en propia sangre sepultada,
el invencible, el áspero germano,
y el osado francés con fuerte mano
al yugo la cerviz trae inclinada.
Alce España los arcos en memoria
y en colosos a una y otra parte,
despojos y coronas de vitoria,
que ya en la tierra y mar no queda parte
que no sea trofeo de tu gloria,
ni le resta más honra al fiero Marte. | Temiendo tu valor |
José Martí |
Con la primavera
Viene la canción,
La tristeza dulce
Y el galante amor.
Con la primavera
Viene una ansiedad
De pájaro preso
Que quiere volar.
No hay cetro más noble
Que el de padecer:
Sólo un rey existe:
El muerto es el rey. | Con la primavera |
Leopoldo Lugones |
El mar, lleno de urgencias masculinas,
bramaba en derredor de tu cintura,
y como un brazo colosal, la oscura
ribera te amparaba. En tus retinas,
y en tus cabellos, y en tu astral blancura
rieló con decadencias opalinas
esa luz de las tardes mortecinas
que en el agua pacífica perdura.
Palpitando a los ritmos de tu seno
hinchóse en una ola el mar sereno;
para hundirte en sus vértigos felinos
su voz te dijo una caricia vaga,
y al penetrar entre tus muslos finos
la onda se aguzó como una daga. | Oceánida |
Delfina Acosta | Déjame que te cuente las palabras.
Somos los hijos de los rojos versos
que vuelan cuando está la noche encima.
Qué pálidos amantes, pues nos vemos
sólo a través de los rocíos fríos
que salen a morir por un momento.
Está la hoguera presta. Y ya la sangre
de la poesía corre por los huecos
de nuestras manos blancas y apretadas
contra las piedras y los malos vientos.
Yo vengo desde el fondo de tus letras
para que en mí te veas. Y te muerdo,
amante, cada día con dulzura.
Porque imposible es todo yo te quiero.
Ya escribes en mi alma los poemas
con que me abrazas desde tu silencio,
me sueltas y me vuelves a abrazar.
¿Escuchas cómo va pasando el cielo? | Dos hijos |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.
Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera,
sino así de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño. | Cien sonetos de amor |
Antonio Machado |
El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma.
Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino?
Pasado el llano verde, en la florida loma,
acaso está el cercano final de tu camino.
Tú no verás del trigo la espiga sazonada
y de macizas pomas cargado el manzanar,
ni de la vid rugosa la uva aurirrosada
ha de exprimir su alegre licor en tu lagar.
Cuando el primer aroma exhalen los jazmines
y cuando más palpiten las rosas del amor,
una mañana de oro que alumbre los jardines,
¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor?
Campo recién florido y verde, ¡quién pudiera soñar aún
largo tiempo en esas pequeñitas
corolas azuladas que manchan la pradera,
y en esas diminutas primeras margaritas! | El rojo sol de un sueño en el oriente asoma |
Carlos Bousoño |
La vida, el mar, tumulto y honda seda inmóvil
CERVANTES
Guerreaste en mar sedoso,
te hiciste, te rehiciste,
te creciste en el acoso,
y, al luchar, te malheriste.
Y luego, ¿qué es lo que queda?
En la memoria cruel
del lector, el verso aquel
que hablaba de aquella seda. | Poeta en un abordaje con el mar en calma |
Gabriela Mistral |
Una en mí maté:
yo no la amaba.
Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego;
nunca se refrescaba.
Piedra y cielo tenía
a pies y a espadas
y no bajaba nunca
a buscar «ojos de agua».
Donde hacía su siesta,
las hierbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.
En rápidas resinas
se endurecía su habla,
por no caer en linda
presa soltada.
Doblarse no sabía
la planta de montaña,
y al costado de ella,
yo me doblaba...
La dejé que muriese,
robándole mi entraña.
Se acabó como el águila
que no es alimentada.
Sosegó el aletazo,
se dobló, lacia,
y me cayó a la mano
su pavesa acabada...
Por ella todavía
me gimen sus hermanas,
y las gredas de fuego
al pasar me desgarran.
Cruzando yo les digo:
?Buscad por las quebradas
y haced con las arcillas
otra águila abrasada.
Si no podéis, entonces,
¡ay!, olvidadla.
Yo la maté. ¡Vosotras
también matadla! | La otra |
Fray Luis de León |
Quien viere el sumptuoso
túmulo al alto cielo levantado,
de luto rodeado,
de lumbres mil copioso,
si se para a mirar quién es el muerto,
será desde hoy bien cierto
que no podrá en el mundo bastar nada
para estorbar la fiera muerte airada.
Ni edad, ni gentileza,
ni sangre real antigua y generosa,
ni de la más gloriosa
corona la belleza,
ni fuerte corazón, ni muestras claras
de altas virtudes raras,
ni tan gran padre, ni tan grande abuelo,
que llenan con su fama tierra y cielo.
¿Quién ha de estar seguro,
pues la fénix que sola tuvo el mundo,
y otro Carlos segundo,
nos lleva el hado duro?
Y vimos sin color su blanca cara,
a su España tan cara,
como la tierna rosa delicada,
que fue sin tiempo y sin razón cortada.
Ilustre y alto mozo,
a quien el cielo dio tan corta vida,
que apenas fue sentida,
fuiste breve gozo
y ahora luengo llanto de tu España,
de Flandes y Alemaña,
Italia y de aquel mundo nuevo y rico,
con quien cualquier imperio es corto y chico.
No temas que la muerte
vaya de tus despojos vitoriosa;
antes irá medrosa
de tu espíritu fuerte,
las ínclitas hazañas que hicieras,
los triunfos que tuvieras;
y vio que a no perderte se perdía.
y ansí el mismo temor le dio osadía. | Canción a la muerte del mismo |
Nacho Buzón | la muerte está en todas partes
en los aviones
en las carreteras
tras un árbol
en los pasos de cebra
dentro de un water
en los campos de maíz
en las botellas
en los combates de boxeo
dentro de una ola
en los parkings subterráneos
en las jeringuillas
en los casinos
tras un rayo
en la bombona de butano
acurrucada en un coche
en las pistolas
en los baños públicos
en tus manos
dentro de un furgón blindado
en la noche
la muerte no hace distinciones
de sexo raza o religión
se lleva a tu padre
a tu madre
al repartidor de pizzas
a la portera de la calle 14
al tres veces campeón de tenis
a los aztecas
romanos
fenicios
contemporáneos
al cantante de moda
al derviche de turno
al pobre
al más pobre
al rico
a mi abuela
a los jugadores de fútbol
al muchacho de color
y al blanquito
a las modelos
a los camellos
gualtrapas
santurrones
y filósofos de ocasión
a los tres reyes magos
al vecino de arriba
y también al de debajo
a ti
a mí
ante la inminencia de la muerte
no es necesario precipitarse
en hacer esas cosas que uno siempre quiso
y nunca pudo
teñirse el pelo
matar a un hombre
follarse a la mujer de tu hermano
robar un banco
ir a un concierto de leonard cohen
meterse un pico
tener un gato
comer iguana
bañarse en champagne
visitar egipto
ser político
tocar el piano
tener un hijo
o dos
comprarse un coche
nadar cien metros
casarse
donar un riñon
ver la tele
amar
ante la muerte sólo nos
queda morirnos | Radiografía de una tumba |
Lope de Vega |
¿Quién es aquel Caballero
herido por tantas partes,
que está de expirar tan cerca,
y no le socorre nadie?
«Jesús Nazareno» dice
aquel rétulo notable.
¡Ay Dios, que tan dulce nombre
no promete muerte infame!
Después del nombre y la patria,
Rey dice más adelante,
pues si es rey, ¿cuándo de espinas
han usado coronarse?
Dos cetros tiene en las manos,
mas nunca he visto que claven
a los reyes en los cetros
los vasallos desleales.
Unos dicen que si es Rey,
de la cruz descienda y baje;
y otros, que salvando a muchos,
a sí no puede salvarse.
De luto se cubre el cielo,
y el sol de sangriento esmalte,
o padece Dios, o el mundo
se disuelve y se deshace.
Al pie de la cruz, María
está en dolor constante,
mirando al Sol que se pone
entre arreboles de sangre.
Con ella su amado primo
haciendo sus ojos mares,
Cristo los pone en los dos,
más tierno porque se parte.
¡Oh lo que sienten los tres!
Juan, como primo y amante,
como madre la de Dios,
y lo que Dios, Dios lo sabe.
Alma, mirad cómo Cristo,
para partirse a su Padre,
viendo que a su Madre deja,
le dice palabras tales:
Mujer, ves ahí a tu hijo
y a Juan: Ves ahí tu Madre.
Juan queda en lugar de Cristo,
¡ay Dios, qué favor tan grande!
Viendo, pues, Jesús que todo
ya comenzaba a acabarse,
Sed tengo, dijo, que tiene
sed de que el hombre se salve.
Corrió un hombre y puso luego
a sus labios celestiales
en una caña una esponja
llena de hiel y vinagre.
¿En la boca de Jesús
pones hiel?, hombre, ¿qué haces?
Mira que por ese cielo
de Dios las palabras salen.
Advierte que en ella puso
con sus pechos virginales
una ave su blanca leche
a cuya dulzura sabe.
Alma, sus labios divinos,
cuando vamos a rogarle,
¿cómo con vinagre y hiel
darán respuesta süave?
Llegad a la Virgen bella,
y decirle con el ángel:
«Ave, quitad su amargura,
pues que de gracia sois Ave».
Sepa al vientre el fruto santo,
y a la dulce palma el dátil;
si tiene el alma a la puerta
no tengan hiel los umbrales.
Y si dais leche a Bernardo,
porque de madre os alabe,
mejor Jesús la merece,
pues Madre de Dios os hace.
Dulcísimo Cristo mío,
aunque esos labios se bañen
en hiel de mis graves culpas,
Dios sois, como Dios habladme.
Habladme, dulce Jesús,
antes que la lengua os falte,
no os desciendan de la cruz
sin hablarme y perdonarme. | A cristo en la cruz |
Rubén Darío |
En la playa he encontrado un caracol de oro
macizo y recamado de las perlas más finas;
Europa le ha tocado con sus manos divinas
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas,
le acerqué a mis oídos y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto tesoro.
Así la sal me llega de los vientos amargos
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;
y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
y un profundo oleaje y un misterioso viento...
(El caracol la forma tiene de un corazón.) | Caracol |
Amado Nervo |
Por tus ojos verdes yo me perdería,
sirena de aquellas que Ulises, sagaz,
amaba y temía.
Por tus ojos verdes yo me perdería.
Por tus ojos verdes en lo que, fugaz,
brillar suele, a veces, la melancolía;
por tus ojos verdes tan llenos de paz,
misteriosos como la esperanza mía;
por tus ojos verdes, conjuro eficaz,
yo me salvaría. | Madrigal |
Delfina Acosta | Amado, desenrédame las trenzas.
Escucha a las reidoras golondrinas
que pueblan mis susurros confesarte
mi amor donde gotea la llovizna.
En esta tarde con olor a mar
tú tocas a mi puerta. El lobo avisa
su amor voraz. A mi casona llegas
y bebes de mi boca bien servida.
¿Escuchas? ¿Son las olas o los árboles?
¿Ves las gaviotas vueltas dando al día?
Mis dedos te recorren pues se atreven.
De golpe todo el cielo. Por las vías
de un tren nocturno que a los astros parte,
yo voy tras una estrella, si me miras.
Amado desenrédame las trenzas
y cúbreme los senos con tu vida. | Golondrinas |
Gonzalo Rojas |
Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tocara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis, ¿qué más
te dijera por dentro?
¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?
Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas
estallantes como Pitágoras, te
lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
parara el sol,
fálicamente mía,
¡te amara! | El fornicio |
Federico García Lorca |
Amparo
¡qué sola estás en tu casa
vestida de blanco!
(Ecuador entre el jazmín
y el nardo).
Oyes los maravillosos
surtidores de tu patio,
y el débil trino amarillo
del canario.
Por la tarde ves temblar
los cipreses con los pájaros,
mientras bordas lentamente
letras sobre el cañamazo.
Amparo,
¡qué sola estás en tu casa,
vestida de blanco!
Amparo,
¡y qué difícil decirte:
yo te amo! | La lola |
Toni García Arias | Palpita el astillero frente al puente de las Pías.
Llueve.
Ferrol bosteza su última tormenta
y pone al aire húmedo de la ría
su vestimenta gris, su negra sombra.
Cuando era joven, mi padre trabajaba en el astillero.
Recorría veinte kilómetros con los pies descalzos.
Por entonces, no presentía el futuro y sus declives,
el caminar y sus llagas;
el mundo se abría como un vientre azul
frente a las vías de ASTANO.
Cuando el Entreprise rompió en dos el puente de las Pías,
Ferrol lamió su piel de huérfana,
su ciega distancia.
Bajo esta triste luz de Otoño
que oscurece de lluvia los pasos
Ferrol parece un barco de hambre
que aguarda, infinito, su botadura. | Ferrol |
Alberto Girri |
Dos veces al año
florecen tus rosas,
y dos veces
la ceniza en el cacto,
las fases de la lluvia.
¿Te importará
que deseche tal imagen,
modelo, verso heredado,
para que nuestros ojos bendigan
el equilibrio,
y urda en cambio, al tocarte,
un desafío a lo perdido, el fantasma
de tu opulencia, la sombra
helénica que viene del mar, trae el fuego,
la profecía, el templo, la sórdida apoteosis
del comercio y del arte?
¿Te modifica, rompe
el quieto, eternizado paisaje
de arbustos,
el aliento
del que sin dejarse detener
por la dorada promesa del verano
atisba en tus facciones,
despojos
cuya gloria
duerme al sol, obstinada,
inmune al incendio?
Dos veces al año
mi hogar entre rosas, oh presencia
de un hogar que tus dioses borraron.
Dos veces
la nostalgia
ensombreciendo, aplastando rosas.
¿Te disminuye, tibia Paestum,
que este sea mi pago? ¿Tomarás el pooma
como algo menos efímero
que el momeneo de dejarte? | Elegía de la costa |
Garcilaso de la Vega |
La mar en medio y tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
y yéndome alejando cada día,
gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy desconfiado;
pienso remedios en mi fantasía;
y el que más cierto espero es aquel día
que acabará la vida y el cuidado.
De cualquier mal pudiera socorrerme
con veros yo, señora, o esperallo,
si esperallo pudiera sin perdello;
mas no de veros ya para valerme,
si no es morir, ningún remedio hallo,
y si éste lo es, tampoco podré habello. | Soneto iii |
Luis de Góngora |
Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego. | A francisco de quevedo |
Alfredo Buxán | De un tiempo a esta parte
el corazón elude, con astucia,
ese don de la tierra: el roce de los cuerpos.
A qué volver a mendigar
el fulgor inexperto de unos labios fértiles
pero inconstantes,
derrotados de antemano por la siega del tiempo.
Cada beso olvidado es una espiga seca,
una lengua de ceniza que habita y desbarata
la grieta de la lengua, la vencida humedad. | La renuncia |
Lope de Vega |
Cayó la torre que en el viento hacían
mis altos pensamientos castigados,
que yacen por el suelo derribados
cuando con sus extremos competían.
Atrevidos al sol llegar querían,
y morir en sus rayos abrasados,
de cuya luz contentos y engañados,
como la ciega mariposa ardían.
¡Oh, siempre aborrecido desengaño,
amado al procurarte, odioso al verte,
que en lugar de sanar abres la herida!
¡Plugiera a Dios duraras, dulce engaño,
que si ha de dar un desengaño muerte,
mejor es un engaño que da vida! | Cayó la torre |
Josefina Plá | Deja llevarme mi última aventura.
Déjame ser mi propio testimonio,
y dar fe de mi propia
desmemoria.
Déjame diseñar mi último rostro,
apretar en mi oído los pasos de la lluvia
borrándome el adiós definitivo.
Déjame naufragar asida
a un paisaje, una nube,
al vuelo humilde de un gorrión,
a un brote renaciente,
o siquiera al relámpago
que abra en dos mi último cielo.
Sujétame los brazos.
engrilla mis tobillos,
empareda mis párpados.
Pero tatuada una flor en la pupila,
crucificada un alba debajo de la frente,
acurrucado un beso en la raíz de la lengua,
déjame ser mi propio testimonio. | Déjame ser |
Víctor Botas | Jadeantes
inquietos
tercos púgiles
de cristal
Apenas unas cuantas
gaviotas colocadas
aquí y allá
con gracia
Las desnudas
rodillas en la arena
de una joven
igual que
dos
pecados
Cuatro
detalles bastan
para dejar la playa en esta hoja. | Ars gratia artis |
Federico García Lorca |
1
Debajo de la hoja
de la verbena
tengo a mi amante malo.
¡Jesús, qué pena!
2
Debajo de la hoja
de la lechuga
tengo a mi amante malo
con calentura.
3
Debajo de la hoja
del perejil
tengo a mi amante malo
y no puedo ir. | Las tres hojas |
Juan Ramón Jiménez |
Qué trasparente amor,
en la cálida tarde tranquila,
el del azul y yo.
Mi pena viene y va.
Mas la mira una estrella suave
y se pone a cantar. | Mi oasis |
Juan José Vélez Otero | A VECES EL MAR TIENE un extraño sosiego
que las aves imitan, una incierta conciencia
de la vida que pasa inútilmente bella,
hermosamente vana, calladamente quieta.
Es el mudo deseo de ser hoja en la brisa
lo que emulan las aves. A veces el mar tiene
una cierta tristeza que las aves imitan,
el rotundo vacío de un poniente sin ecos
de veranos antiguos. Es la blanca nostalgia
de la infancia sin prisas lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene las ventanas abiertas
y el batir de visillos que las aves imitan,
un aroma de fruta otoñal y madura
en el cesto dormido. Es el lento destino
en espejos de agua lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene reflejos de mis alas. | A veces el mar |
Jordi Doce | Sobre el musgo peinado,
sobre la losa negra
que confirma tus pasos,
mira el tendón del agua,
el relieve fluyente
que tira de la orilla y de los juncos
palidecidos, donde el agua
huye de sí, en el umbral
del remanso, de su negrura
tibiamente limosa. Van
por el río tus ojos, por su piel ocelada,
entre motas de luz
que enmadejan el aire,
y su fluir revela
las formas de la calma, el molinillo
de plegarias del día, el hila que te hila
de la contemplación más pura,
cuando nada se espera,
cuando mirar es sólo
subida a otro mirar, ahora,
en un tiempo anterior a la mirada. | En kelmscott manor |
Infantiles |
En un trozo de papel
con un simple lapicero
yo tracé una escalerita,
tachonada de luceros.
Hermosas estrellas de oro.
De plata no había ninguna.
Yo quería una escalera
para subir a la Luna.
Para a subir a la Luna
y secarle sus ojitos,
no me valen los luceros,
como humildes peldañitos.
¿Será porque son dorados
en un cielo azul añil?
Sólo sé que no me sirven
para llegar hasta allí.
Estrellitas y luceros,
pintados con mucho amor,
¡quiero subir a la Luna
y llenarla de color! | En un trozo de papel |
Jaime Sabines |
Tu cuerpo está a mi lado
fácil, dulce, callado.
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
con los ojos cerrados
y yo te miro y fumo
y acaricio tu pelo enamorado.
Esta mortal ternura con que callo
te está abrazando a ti mientras yo tengo
inmóviles mis brazos.
Miro mi cuerpo, el muslo
en que descansa tu cansancio,
tu blando seno oculto y apretado
y el bajo y suave respirar de tu vientre
sin mis labios.
Te digo a media voz
cosas que invento a cada rato
y me pongo de veras triste y solo
y te beso como si fueras tu retrato.
Tú, sin hablar, me miras
y te aprietas a mí y haces tu llanto
sin lágrimas, sin ojos, sin espanto.
Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas
se ponen a escuchar lo que no hablamos. | Tu cuerpo está a mi lado |
Luis Cernuda |
He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.
He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;
Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo. | He venido para ver |
Gabriel Celaya |
Te escribo desde un puerto.
La mar salvaje llora.
Salvaje, y triste, y solo, te escribo abandonado.
Las olas funerales redoblan el vacío.
Los megáfonos llaman a través de la niebla.
La pálida corola de la lluvia me envuelve.
Te escribo desolado.
El alma a toda orquesta,
la pena a todo trapo,
te escribo desde un puerto con un gemido largo.
¡Ay focos encendidos en los muelles sin gente!
¡Ay viento con harapos de música arrastrada,
campanas sumergidas y gargantas de musgo!
Te escribo derrotado.
Soy un hombre perdido.
Soy mortal. Soy cualquiera.
Recuerdo la ceniza de su rostro de nardo,
el peso de tu cuerpo, tus pasos fatigosos,
tu luto acumulado, tu montaña de acedia,
tu carne macilenta colgando en la butaca,
tus años carcelarios.
Caliente y sudorosa,
obscena, y triste, y blanda,
la butaca conserva, femenina, aquel asco.
La pesadumbre bruta, la pena sexual, dulce,
las manchas amarillas con su propio olor acre,
esa huella indecente de un hombre que se entrega,
lo impúdico: tu llanto.
Viviendo, viendo, oyendo,
sucediéndote a ciegas,
lamiendo tus heridas, reptabas por un fango
de dulces linfas gordas, de larvas pululantes,
letargos vegetales y muertes que fecundan.
Seguías, te seguías sin vergüenza, viviendo,
¡oh blando y desalmado!
Tú, cínico, remoto,
dulce, irónico, triste;
tú, solo en tu elemento, distante y desvelado.
No era piedad la anchura difusa en que flotabas
con tu sonrisa ambigua. Fluías torpemente,
pasivo, indiferente, cansado como el mundo,
sin un yo, desarmado.
Estaciones, transcursos,
circunstancias confusas,
oceánicos hastíos, relojes careados,
eléctricos espartos, posos inconfesables,
naufragios musicales, materias espumosas
y noches que tiritan de estrellas imparciales,
te hicieron más que humano.
Allí todo se funde.
Los objetos no objetan.
Liso brilla lo inmenso bajo un azul parado
y en las plumas sedantes la luz del mundo escapa,
sonríe, tú sonríes, remoto, indiferente,
bestial, grotesco, triste, cruel, fatal, adorado
como un ídolo arcaico.
Sin intención, sin nombre,
sin voluntad ni orgullo,
promiscuo, sucio, amable, canalla, nivelado,
capaz de darte a todo, común, diseminabas
podrido las semillas amargas que revientan
en la explosión brillante de un día sin memoria.
No eras ni alto ni bajo.
La doble ala del fénix:
furor, melancolía,
el temblor luminoso de la espira absorbente;
la lluvia consentida que duerme en los pianos;
las canciones gangosas lentamente amasadas;
los ojos de paloma sexuales y difuntos;
cargas opacas; pactos.
Caricias o perezas,
extensiones absortas
en donde a veces somos tan tercamente abstractos
y otras veces los pelos fosforecen sexuales,
y fría, dulce, ansiosa, la lisa piel de siempre,
serpiente, silba, sorbe y envuelve en sus anillos
un triste cuerpo amado.
No hay clavo último ardiendo,
no hay centro diamantino,
no hay dignidad posible cuando uno ha visto tanto
y está triste, está triste, sencillamente triste,
se entrega atribulado y en lo efímero sabe
ser otro con los otros, de los otros, en otros:
seguir, seguir flotando.
¡Oh inmemorial, oh amigo
amorfo, indiferente!
Deslizándote denso de plasmas milenarios,
tardío, legamoso de vidas maceradas,
cubierto de amapolas nocturnas, indolente,
por tu anchura sin ojos ni límites, acuosa,
te creía acabado.
Mas hoy vuelves, proclamas,
constructor, la alegría;
te desprendes del caos; determinas tus actos
con voluntad terrena y aliento floral, joven.
Ni más ni menos que hombre, levantas tu estatua,
recorres paso a paso tu más acá, lo afirmas,
llenas tu propio espacio.
Los jóvenes obreros,
los hombres materiales,
la gloria colectiva del mundo del trabajo
resuenan en tu pecho cavado por los siglos.
Los primeros motores, las fuerzas matinales,
la explotación consciente de una nueva esperanza
ordenan hoy tu canto.
Contra tu propia pena,
venciéndote a ti mismo,
apagando, olvidando, tú sabes cuánto y cuánto,
cuánta nostalgia lenta con cola de gran lujo,
cuánta triste sustancia cotidiana amasada
con sudor y costumbres de pelos, lluvias, muertes,
escuchas un mandato.
Y animas la confianza
que en ti quizá no existe;
te callas tus cansancios de liquen resbalado;
te impones la alegría como un deber heroico.
¡Por las madres que esperan, por los hombres que aún ríen,
debemos de ponernos más allá del que somos,
sirviéndolos, matarnos!
Con rayos o herramientas,
con iras prometeicas,
con astucia e insistencia, con crueldad y trabajo,
con la vida en un puño que golpea la hueca
cultura de una Europa que acaricia sus muertos,
con todo corazón que, valiente, aún insiste,
del polvo nos alzamos.
Cantemos la promesa,
quizá tan solo un niño,
unos ojos que miran hacia el mundo asombrados,
mas no interrogan; claros, sin reservas, admiran.
¡Por ellos combatimos y a veces somos duros!
¡Bastaría que un niño cualquiera así aprobara
para justificarnos!
Te escribo desde un puerto,
desde una costa rota,
desde un país sin dientes, ni párpados, ni llanto.
Te escribo con sus muertos, te escribo por los vivos,
por todos los que aguantan y aún luchan duramente.
Poca alegría queda ya en esta España nuestra.
Mas, ya ves, esperamos. | A pablo neruda |
Antonio Machado |
Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la tristeza,
cuando llegó a mi oído,
por la ventana de mi estancia, abierta
a una caliente noche de verano,
el plañir de una copia soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos
de las músicas magas de mi tierra.
... Y era el Amor, como una roja llama...
?Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro
que se trocaba en surtidor de estrellas?.
... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,
el paso largo, torva y esquelética.
?Tal cuando yo era niño la soñaba?.
Y en la guitarra, resonante y trémula,
la brusca mano, al golpear, fingía
el reposar de un ataúd en tierra.
Y era un plañido solitario el soplo
que el polvo barre y la ceniza avienta. | Cante hondo |
Paz Díez Taboada | Líquidas convergencias en la tarde
matizan los perfiles cotidianos.
Pasan coches y gentes. Pasa el tiempo.
Pero no han de volver rosas ni soles. | Crepúsculo |
Miguel Florián |
Abrí los párpados en medio de la noche
y tú estabas allí, insomne, aguardando
la lenta aparición, la inminente presencia
de la luz, del alba que no llega (del fuego
que regresa de una estación desierta)
y tú estabas allí, profunda y blanca,
tendida sobre la multitud de los instantes,
apartando la turbiedad confusa de mi sueño,
labrando el tiempo firme, inmóvil, de la muerte
(la edad remota de insectos transparentes
y arroyos escondidos) con su amargura
de mano inalcanzable, de boca detenida
sobre la frente nueva, de beso que separa
el porvenir, y lo devuelve al seno de la tierra,
al estallido ciego de otra edad. Abrí los ojos
y tú estabas allí, mirándome, en medio de la muerte. | Madre |
Nicanor Parra |
no creo en la vía violenta
me gustaría creer
en algo pero no creo
creer es creer en Dios
lo único que yo hago
es encogerme de hombros
perdónenme la franqueza
no creo ni en la Vía Láctea. | No creo en la vía pacífica |
Juan José Vélez Otero | Hoy te escribo porque sé que estás sola
y oyes la radio en una habitación
sin vistas al mar y lees libros
que leíste hace tiempo.
Porque sientes
como si fuera a llegar la noche de inmediato,
la inquietud de una tarde de espera
en la aséptica sala de un dentista.
Hoy te escribo porque sé que estás sola
y se han roto tus sueños,
y tus mitos murieron,
y la tarde está fría y no hay nadie en la calle.
Y menuda miseria asumir los errores
y los golpes al aire, el olor del fracaso,
las arrugas del tiempo y los días perdidos.
Trazas en el espejo
con el lápiz de labios el mapa
trashumante de la vida y lo vuelves
a borrar por retomar de nuevo
el mismo camino que reiniciaste
mil veces. Con el lápiz de labios.
Quién conoce la senda que buscaste,
quién tiene
en la mano la llave que perdiste
muchacha de vaqueros y suéter.
El mar sigue rompiendo en la orilla,
en la misma orilla
por donde andabas descalza
y mirabas pezones agraces
y alma incendiada-
al horizonte y la bruma.
Hoy te escribo un poema
que tal vez nunca leas,
que tal vez nunca llegue a tu cuarto de humo
donde suena la radio
esta tarde de otoño. | Carta de otoño |
Pablo Neruda | La paloma está llena de papeles caídos,
su pecho está manchado por gomas y semanas,
por secantes más blancos que un cadáver
y tintas asustadas de su color siniestro.
Ven conmigo a la sombra de las administraciones,
al débil, delicado color pálido de los jefes,
a los túneles profundos como calendarios,
a la doliente rueda de mil páginas.
Examinemos ahora los títulos y condiciones,
las actas especiales, los desvelos,
las demandas con sus dientes de otoño nauseabundo,
la furia de cenicientos destinos y tristes decisiones.
Es un relato de huesos heridos,
amargas circunstancias e interminables trajes,
y medias repentinamente serias.
Es la noche profunda, la cabeza sin venas
de donde cae el día de repente
como de una botella rota por un relámpago.
Son los pies y los relojes y los dedos
y una locomotora de jabón moribundo,
y un agrio cielo de metal mojado,
y un amarillo río de sonrisas.
Todo llega a la punta de dedos como flores,
y uñas como relámpagos, a sillones marchitos,
todo llega a la tinta de la muerte
y a la boca violeta de los timbres.
Lloremos la defunción de la tierra y el fuego,
las espadas, las uvas,
los sexos con sus duros dominios de raíces,
las naves del alcohol navegando entre naves
y el perfume que baila de noche, de rodillas,
arrastrando un planeta de rosas perforadas.
Con un traje de perro y una mancha en la frente
caigamos a la profundidad de los papeles,
a la ira de las palabras encadenadas,
a manifestaciones tenazmente difuntas,
a sistemas envueltos en amarillas hojas.
Rodad conmigo a las oficinas, al incierto
olor de ministerios, y tumbas, y estampillas.
Venid conmigo al día blanco que se muere
dando gritos de novia asesinada. | Desespediente |
Fa Claes | Estoy tumbado aquí con toda mi filosofía
en mi sillón en Rijmenam.
Fuera, la niebla flota. Gris
se desliza por la ventana, gris pálido.
La calefacción susurra un murmullo.
Poco a poco hace maravilloso por aquí.
Cruzo los brazos sobre mi vientre,
cierro los ojos. Y bajo.
Al pie de la escalera
se abren puertas en las tinieblas
donde el bienestar a mí y a todo,
para siempre, completamente... | Resignación |
José Antonio Labordeta | a Pepe Sanchis y Magüi, que conmigo
conocieron Belchite.
Hemos ido otra vez, entre las piedras,
a través del partido panorama de la adoba
y el cierzo venteando en los rincones,
a aquel lugar abandonado hoy-
donde papá mamó de nuestra abuela.
Hemos ido de yerbajo hasta la tumba,
de bóveda caída hasta la fuente
y nadie presenció nuestra presencia.
Está todo batido por la yedra.
Todo se hace cielo abierto hasta la entraña.
Todo se hace paisaje,
todo se hace monte,
solitario matojo, viento y horizonte.
Los recuerdos anidan entre el polvo,
la tapia derrumbada y el ocaso del cielo.
Un día y otro día los abaten,
los rompen, los trituran,
y al final ni tumbas, ni páramos ni yedra:
Sólo olvido. | Último paso entre las tumbas |
Rubén Darío |
Mis ojos espantos han visto,
tal ha sido mi triste suerte;
cual la de mi Señor Jesucristo,
mi alma está triste hasta la muerte.
Hombre malvado y hombre listo
en mi enemigo se convierte;
cual la de mi Señor Jesucristo,
mi alma está triste hasta la muerte.
Desde que soy, desde que existo,
mi pobre alma armonías vierte.
Cual la de mi Señor Jesucristo,
mi alma está triste hasta la muerte. | Divagaciones |
Xavier Villaurrutia |
Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo sólo con la persona elegida.
Si cada uno dijera en un momento dado,
en sólo una palabra, lo que piensa,
las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa,
una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
en el profundo cuerpo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.
De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,
caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
forman imprevistas parejas...
Hay recodos y bancos de sombra,
orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz que ciega
y puertas que ceden a la presión más leve.
El río de la calle queda desierto un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
como el corazón entre dos espasmos.
Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que no caminan.
¡Son los ángeles!
Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus lenguas de fuego,
a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
en que los hombres concentran el antiguo misterio
de la carne, la sangre y el deseo.
Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.
Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles
donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales. | Nocturno de los ángeles |
Miguel de Unamuno |
Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan,
hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
hay ojos que ríen -risa placentera,
hay ojos que lloran -con llanto de pena,
unos hacia adentro -otros hacia fuera.
Son como las flores -que cría la tierra.
Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,
los que están haciendo -tu mano de hierba,
me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan,
me ríen rientes -risa placentera,
me lloran llorosos -con llanto de pena,
desde tierra adentro, -desde tierra afuera.
En tus ojos nazco, -tus ojos me crean,
vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera,
en tus ojos muero, -mi casa y vereda,
tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra. | Hay ojos que miran, hay ojos que sueñan... |
Mario Benedetti |
Tres poetas en uno / semillero
de tantos más / tu ánima insumisa
se topó con la muerte en su pesquisa
y la puso a cuidar tu invernadero
especialista en empezar de cero
detonaste la bomba de la risa
sin Dios, sin espejismos y sin prisa
perro viejo / filósofo / ingeniero
fiel a tu gente / a Amparo / y a ti mismo
a pesar de tus ráfagas de triste
te encaraste jovial con el abismo
hombre en medio del mundo y hombre a solas
junto al mar fuiste humilde y escribiste
simplemente / las olas son las olas. | Buenos días, gabriel |
Luis de Góngora |
Llegué a este Monte fuerte, coronado
De torres convecinas a los cielos,
Cuna siempre real de tus abuelos,
Del Reino escudo, y silla de su estado.
El templo vi a Minerva dedicado,
De cuyos geométricos modelos,
Si todo lo moderno tiene celos,
Tuviera invidia todo lo pasado.
Sacra erección de príncipe glorioso,
Que ya de mejor púrpura vestido
Rayos ciñe de luz, estrellas pisa.
¡Oh, cuánto deste monte imperioso
Descubro! Un mundo veo. Poco ha sido,
Que seis orbes se ven en tu divisa. | Al conde de lemus, yéndole a visitar a monforte |
Hilario Barrero | Ahora ocultas con cremas
y ungüentos extranjeros
las heridas que el tiempo
ha dejado en tu cuerpo
y muestras orgulloso
las oscuras y densas cicatrices del alma.
Se ve que eres novicio
en el arte de tal ocultamiento
e ignoras que es difícil esconder la vejez,
que las arrugas se ven aunque tapadas
como también se ve la decadencia,
la sombra por tus ojos
y el delicado olor a viejo que nace de tu aliento.
A nadie le interesan las lesiones del alma
si el cuerpo apuntalado carece de equilibrio. | Barnices |
Luis de Góngora |
Téngoos, señora tela, gran mancilla.
Dios la tenga de vos, señor soldado.
¿Cómo estáis acá afuera? Hoy me han echado,
Por vagabunda, fuera de la Villa.
¿Dónde están los galanes de Castilla?
¿Dónde pueden estar, sino en el Prado?
¿Muchas lanzas habrán en vos quebrado?
Más respecto me tienen: ¡ni una astilla!
Pues ¿qué hacéis ahí? Lo que esa puente,
Puente de anillo, tela de cedazo:
Desear hombres, como ríos ella,
Hombres de duro pecho y fuerte brazo.
Adiós, tela, que sois muy maldiciente,
Y ésas no son palabras de doncella. | A la tela de justar de madrid |
María Cristina Azcona | Abre sus pétalos de terciopelo
Mientras la cubre gélido rocío,
Hecho de lágrimas que forman río,
De los que sufren sin tener consuelo.
Rosa el fulgor ya desvanece el frío
De su color bajo un celeste cielo.
Ya ni el dolor, el miedo o el flagelo
Sobreviven ante su aroma pío.
Quiere darnos paz bajo un sol dorado,
Esmeralda el cáliz, la faz sedosa...
Sentir que al fin el mundo está cambiado...
Flor que nos da su fruto, generosa...
¡Debería crecer sobre este prado!
¡En vez de muerte vil y guerra odiosa! | La flor de la paz |
Sor Juana Inés de la Cruz |
Que no me quiera Fabio al verse amado
es dolor sin igual, en mi sentido;
mas que me quiera Silvio aborrecido
es menor mal, mas no menor enfado.
¿Qué sufrimiento no estará cansado,
si siempre le resuenan al oído,
tras la vana arrogancia de un querido,
el cansado gemir de un desdeñado?
Si de Silvio me cansa el rendimiento,
a Fabio canso con estar rendida:
si de éste busco el agradecimiento,
a mí me busca el otro agradecida:
por activa y pasiva es mi tormento,
pues padezco en querer y ser querida. | Resuelve la cuestión |
Julia de Burgos |
Se ha muerto la tiniebla en mis pupilas,
desde que hallé tu corazón
en la ventana de mi rostro enfermo.
¡Oh pájaro de amor,
que trinas hondo, como un clarín total y solitario,
en la voz de mi pecho!
No hay abandono...
ni habrá miedo jamás en mi sonrisa.
¡Oh pájaro de amor,
que vas nadando cielo en mi tristeza...!
Más allá de tus ojos
mis crepúsculos sueñan con bañarse en tus luces...
¿Es azul el misterio?
Asomada en mí misma contemplando mi rescate,
que me vuelve a la vida en tu destello... | Se ha muerto la tiniebla en mis pupilas... |
Jorge Luis Borges |
Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran. | Las causas |
Hilario Barrero | Sobre la losa del estanque
la nieve echa raíces, aposenta
sus zapatos de vidrio y muerde
con sus afilados dientes
al frío terciopelo de la tarde.
Protegidos bajo el palio del sol
viaja un colegio de pájaros de invierno;
sus sombras, carbones liberados
del oscuro silencio de la tierra,
quedan petrificadas sobre el hielo
y se graban, en el marmóreo cuerpo del estanque,
las huellas dactilares de la noche.
Se doblega la tarde cediendo territorio
al enemigo y el viento
va afilando el cuchillo vidrioso
de sus labios, borrando lentamente
el débil maquillaje en el rostro del sol.
Perdido en la maleza
siente la puñalada de la noche sembrando confusión
en el itinerario de su sangre,
se sabe herido al sentir el cuchillo
y se apresura a abandonar el laberinto.
Bien sabe él que hace tiempo se cerró la salida. | Laberinto |
Juan Ramón Jiménez |
Cantan, cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?
Llueve y llueve. Aún las casas
están sin ramas verdes. Cantan, cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?
No tengo pájaros en jaula.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...
Nada. Yo no sé dónde cantan
los pájaros (y cantan, cantan)
los pájaros que cantan. | Fin de invierno |
Andrés Bello |
¡Piedad, piedad, Dios mío!
¡Que tu misericordia me socorra!
Según la muchedumbre
de tus clemencias, mis delitos borra.
De mis iniquidades
lávame más y más; mi depravado
corazón quede limpio
de la horrorosa mancha del pecado.
Porque, Señor, conozco
toda la fealdad de mi delito,
y mi conciencia propia
me acusa y contra mí levanta el grito.
Pequé contra Ti solo;
a tu vista obré mal; para que brille
tu justicia, y vencido,
el que te juzgue tiemble y se arrodille.
Objeto de tus iras
nací, de iniquidades mancillado,
y en el materno seno
cubrió mi ser la sombra del pecado.
En la verdad te gozas
y para más rubor y más afrenta,
tesoros me mostraste
de oculta celestial sabiduría.
Pero con el hisopo
me rociarán, y ni una mancha leve
tendré ya; lavárasme,
y quedaré más blanco que la nieve.
Sonarán tus acentos
de consuelo y de paz en mis oídos,
y celeste alegría
conmoverá mis huesos.
Aparta, pues, aparta
tu faz, ¡oh, Dios!, de mi maldad horrenda
rastro de culpa por tu enojo encienda.
En mis entrañas cría
un corazón que con ardiente afecto
te busque; un alma pura,
enamorada de lo justo y recto.
De tu dulce presencia,
en que al lloroso pecador recibes,
no me arrojes airado
ni de tu santa inspiración me prives.
Restáurame en tu gracia,
que es del alma salud, vida y contento;
y al débil pecho infunde
de un ánimo real el noble aliento:
haré que el hombre injusto
de su razón conozca el extravío;
le mostraré tu senda,
y a tu ley santa volverá al impío.
Mas líbrame de sangre,
¡mi Dios, mi Salvador! ¡Inmensa fuente
de piedad! Y mi lengua
loará tu justicia eternamente.
Desatarás mis labios,
si santo un pecador que llora alcanza,
y gozosa a las gentes
anunciará mi lengua tu alabanza.
Que si víctima fueran
gratas a Ti, las inmolará luego;
pero no es sacrificio
que te deleita el que consume el fuego.
Un corazón doliente
es la expiación que a tu justicia agrada:
la víctima que aceptas
es un alma contrita y humillada.
Vuelve a Sión tu benigno
rostro primero y tu piedad amante
y sus muros humilde
Jerusalén, Señor, al fin levante.
Y de puras ofrendas
se colmarán tus aras y propicio
recibirás un día
el grande inmaculado sacrificio. | Miserere |
Gonzalo Rojas |
No habrá pellín comparable, hasta la eternidad
no habrá pellín comparable al Macho Anciano que nos dio el fundamento
del instrumento, sin cuyo furor
lúcido no andan los volcanes, no crecen
portentosos en su turquesa los grandes ríos, nadie
pudiera nunca haber llegado al alumbramiento
con desenfado así diciéndole tú
al peligro; nadie
que no fuera él tocado
por el rayo del
no Dios, ninguno que no fuera su coraje para el abordaje
del vaticinio hasta el estremecimiento soplándonos lo que
ni el ojo vio antes ni la oreja oyó, la inmensidad
de la Herida el 58 con todo lo cruel
de su premonición en lava
líquida: La república
asesinada, en ese cuaderno
de tapas negras que él mismo fue voceando con
su vozarrón por los caminos como un auriga encima
de lo destartalado de un carruaje viejo tirado
por cuatro jamelgos yendo y viniendo en la noche
fantasmal por lo polvoriento del polvo; ¡nadie, y
renadie, ni antes ni después, ningún
mortal del aire así tan entero, tan
pellín y hombre, tan unimiento
primordial como nuestro padre violento!
Se nace rokhiano, con amarditamiento* y lozanía
se nace rokhiano, sin estridencia, pensando
piedra y dignidad se nace rokhiano, comiendo esa
pobreza
acomodada que es la pobreza más pobreza
de todas las pobrezas, nadando
mundo, germinando
mujer, hablando
de hombre a hombre con el callamiento, apartado a
la órbita única de ser
sílaba en el Mundo, vertiente. De Rokha
fue vertiente.
Átomo de todos desde el vagido de Los gemidos el
22, mismo al tiempo
que Vallejo el otro apaleado apostó Trilce al
lenguaje lejos
de cuanto aplauso, hasta el velorio de Valladolid 106, desmesura
contra impostura. ¡Dél
vinimos! No haya foto de esto. Y nada
de liviandades con el muerto. Si se mató
se mató, nada de Sic transit gloria mundi,
con mortadela o algo así. No amó la gloria.
Desparramó por el suelo el mito
de sus sesos. Latinajo del carajo: In propria venit
et sui eum non receperunt. Vino a su propia casa
y los suyos no lo recibieron. | Pablo de rokha |
Francisco de Medrano |
Yo vi romper aquestas vegas llanas,
y crecer vi y romper en pocos meses
estas ayer, Sorino, rubias meses,
breves manojos hoy de espigas canas.
Estas vi, que hoy son pajas, más ufanas
sus hojas desplegar para que vieses
vencida la esmeralda en sus enveses,
las perlas en su haz por las mañanas.
Nació, creció, espigó y granó un día
lo que ves con la hoz hoy derrocado,
lo que entonces tan otro parecía.
¿Qué somos pues, qué somos? Un traslado
desto, una mies, Sorino, más tardía;
y ¡a cuántos sin granar, los ha segado! | A fernando de soria |