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Paz Díez Taboada
En una sola mano cupo mi pobre ajuar cuando partí una tarde de la ciudad de piedra. En esta tierra seca, ajena y hostigante, se ha ido engrosando el parco patrimonio. Ahora ya cuento por docenas sábanas -para enjugar el llanto- y vasos en que bebo el odio a tragos y el dolor a sorbos. Se cubren las paredes de cuadros y se apilan, apagando los ecos, los libros resignados... Pero, en cuatro mil tomos, no hay ninguno que diga en dónde hallar la paz perdida.
Pobreza
Gustavo Pereira
Q.E.P.D. ( ¿Quién lo duda? )
Escrito en la tumba
Dulce María Loynaz
El agua del río va huyendo de sí misma: Tiene miedo de eternidad.
La fuga inútil
Luis Alberto de Cuenca
A la memoria de Gabriel En abril de este año hablé con Bioy Casares. Le recordé al maestro que en un prólogo suyo de hace cincuenta años llamó pesado a Proust, y que en una Postdata al mismo prólogo, escrita veinticinco años después, cantó la palinodia: «¿Qué es eso de matar a quienes más queremos? Bioy me dijo que, de pequeño, aborrecía a Proust, pero que luego se hizo mayor y aprendió a amarlo. Yo le dije que Proust me aburría, que no me interesaba, ni antes ni ahora, en absoluto. Bioy entonces me dijo que leyera Albertine Disparue como si fuera una novela policíaca, que a lo mejor así empezaba a gustarme A la recherche du temps perdu, como a todo el mundo sensato. No he seguido el consejo de A.B.C. Él se había mostrado irreverente con Proust cuando era joven, que es cuando se dice la verdad. Yo no quiero dejar de ser joven. No soporto la idea de que cualquier enciclopedia dedique siete páginas a Marcel Proust y siete líneas a Marcel Schwob. No es justo lo que han hecho con los dos Marcelos.
Los dos marcelos
Toni García Arias
Pienso que, al fin, no sería tan difícil despojarme de tu voz, de tus manos entrelazadas en las mías como buscando entre mis dedos una promesa que nunca te hice. No resultaría tan difícil olvidar la urgencia nocturna de las sábanas, tu cuerpo y el mío como frases agitadas aguardando unos labios que las nombren, buscándonos entre sujeto y predicado un verbo que nos hiciera imprescindibles. Pienso que, al fin, no sería tan difícil dejar las cosas tal como fueron; tú y yo, en una habitación sin muebles ni pasado, aguardando el alba, desnudos, sin hacernos daño.
Promesas
Delfina Acosta
Retornarás, total, jamás te fuiste, y te querré otra vez porque yo llevo mi sueño ya amarrado a los cometas, mi corazón vengado por el cielo. Un día no pensado, cuando vengas, me encontrarás quejándome en mi lecho y sin poder, criatura, defenderte del hilo de mi abrazo y de mis besos. Como el otoño, mi nostalgia ruge. En esta ausencia tuya todo es hueco. ¿Qué es la mujer sino quebrada hoguera, violeta que jamás levanta vuelo? Trajinan por las horas las hormigas. Aún no dan señal las viejas llamas. Ya convertida en soledad marina la constelada noche me apuñala.
Retorno
César Vallejo
¿ . . . . . . . . . . . . -Si te amara... qué sería? -Una orgía! -Y si él te amara? Sería todo rituario, pero menos dulce. Y si tú me quisieras? La sombra sufriría justos fracasos en tus niñas monjas. Culebrean latigazos, cuando el can ama a su dueño? -No; pero la luz es nuestra. Estás enfermo... Vete... Tengo sueño! ( Bajo la alameda vesperal se quiebra un fragor de rosa ) . -Idos, pupilas, pronto... Ya retoña la selva en mi cristal!
Si te amara... Qué sería?
Fernando de Herrera
con dulce flecha un corazón cuitado, y que para encender nuevo cuidado su fuerza toda contra mí pusieron. Yo vi que muchas veces prometieron remedio al mal, que sufro no cansado, y que cuando esperé vello acabado, poco mis esperanzas me valieron. Yo veo que se asconden ya mis ojos y crece mi dolor y llevo ausente en el rendido pecho el golpe fiero. Yo veo ya perderse los despojos y la membrana de mi bien presente y en ciego engaño de esperanza muero.
Yo vi unos bellos ojos
Alfredo Buxán
Eres un brote más para la muerte, qué esperabas de tu parva finitud. Acéptalo. Contempla el rostro sin luz que nada explicará porque es de piedra. Resuelve la duda que atormenta tus días, abrígate, húndete en el turbio lamedal que destruye tus noches, profiere en alta voz el ancestral gruñido que redima a la especie o que la enfangue para siempre. Pero anega de una vez el cerco que posterga tu vigor, y recuerda: no conviene mencionar el dolor a cada paso como si fuese un dios.
Aprendizaje de la fe
Juan Meléndez Valdés
Cuando mi blanda Nise lasciva me rodea con sus nevados brazos y mil veces me besa, cuando a mi ardiente boca su dulce labio aprieta, tan del placer rendida que casi a hablar no acierta, y yo por alentarla corro con mano inquieta de su nevado vientre las partes más secretas, y ella entre dulces ayes se mueve más y alterna ternuras y suspiros con balbuciente lengua, ora hijito me llama, ya que cese me ruega, ya al besarme me muerde, y moviéndose anhela, entonces, ¡ay!, si alguno contó del mar la arena, cuente, cuente, las glorias en que el amor me anega.
De «los besos de amor»
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena la victoria dejó sus pies perdidos. Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes. No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas. Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas sangrientas, que combatí la burla, y que en verdad llené la pleamar de mi alma. Yo pagué la vileza con palomas. Yo no tengo jamás porque distinto fui, soy, seré. Y en nombre de mi cambiante amor proclamo la pureza. La muerte es sólo piedra del olvido. Te amo, beso en tu boca la alegría. Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.
Cien sonetos de amor
Julio Flórez Roa
Jamás con mi recuerdo estarás sola: viviré sin cesar en tu presencia, mientras el lago aquél tenga una ola; mientras el bosque aquél... guarde una esencia. Mientras que de tu pecho en los ardores des a mi imagen cariñoso abrigo; mientras reces por mí, mientras me implores, mientras me quieras, estaré contigo. ¿Sabes cuándo, en la vida, estarás sola? ¿Cuándo no me verás en tu presencia? Cuando en el lago aquél no haya una ola. Cuando el bosque aquél no haya una esencia. ¡Ay...! Cuando de tu pecho en los ardores a mi imagen no des cálido abrigo, cuando por mí no reces, ni me implores, ni me quieras, tú, sí estarás conmigo.
Entonces
Alfonsina Storni
El rosal en su inquieto modo de florecer va quemando la savia que alimenta su ser. ¡Fijaos en las rosas que caen del rosal: Tantas son que la planta morirá de este mal! El rosal no es adulto y su vida impaciente se consume al dar flores precipitadamente.
La inquietud del rosal
Lope de Vega
Daba sustento a un pajarillo un día Lucinda, y por los hierros del portillo fuésele de la jaula el pajarillo al libre viento en que vivir solía. Con un suspiro a la ocasión tardía tendió la mano, y no pudiendo asillo, dijo (y de las mejillas amarillo volvió el clavel que entre su nieve ardía): ¿Adónde vas por despreciar el nido, al peligro de ligas y de balas, y el dueño huyes que tu pico adora?». Oyóla el pajarillo enternecido, y a la antigua prisión volvió las alas, que tanto puede una mujer que llora.
Daba sustento a un pajarillo
Luis de Góngora
Señores Corteggiantes, ¿quién sus días De cudicioso gasta o lisonjero Con todos estos príncipes de acero Que me han desempedrado las encías? Nunca yo tope con Sus Señorías, Sino con media libra de carnero, Tope manso, alimento verdadero, De Jesuítas sanctas Compañías. Con nadie hablo, todos son mis amos, Quien no me da, no quiero que me cueste; Que un árbol grande tiene gruesos ramos. No me pidan que fíe ni que preste, Sino que algunas veces nos veamos, Y sea el fin de mi soneto éste.
A lo poco que hay que fiar de los favores de los cortesanos
Gabriela Mistral
Yo canto lo que tú amabas, vida mía, por si te acercas y escuchas, vida mía, por si te acuerdas del mundo que viviste, al atardecer yo canto, sombra mía. Yo no quiero enmudecer, vida mía. ¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías? ¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía? Soy la misma que fue tuya, vida mía. Ni lenta ni trascordada ni perdida. Acude al anochecer, vida mía; ven recordando un canto, vida mía, si la canción reconoces de aprendida y si mi nombre recuerdas todavía. Te espero sin plazo ni tiempo. No temas noche, neblina ni aguacero. Acude con sendero o sin sendero. Llámame a donde tú eres, alma mía, y marcha recto hacia mí, compañero.
Yo canto lo que tú amabas...
Mario Benedetti
Mi saldo disminuye cada día qué digo cada día cada minuto cada bocanada de aire muevo mis dedos como si pudieran atrapar o atraparme pero mi saldo disminuye muevo mis ojos como si pudieran entender o entenderme pero mi saldo disminuye muevo mis pies cual si pudieran acarrear o acarrearme pero mi saldo disminuye mi saldo disminuye cada día qué digo cada día cada minuto cada bocanada de aire y todo porque ese compinche de la muerte el cero está esperando
Cero
Jaime Sabines
Pequeña del amor, tú no lo sabes, tú no puedes saberlo todavía, no me conmueve tu voz ni el ángel de tu boca fría, ni tus reacciones de sándalo en que perfumas y expiras, ni tu mirada de virgen crucificada y ardida. No me conmueve tu angustia tan bien dicha, ni tu sollozar callado y sin salida. No me conmueven tus gestos de melancolía, ni tu anhelar, ni tu espera, ni la herida de que me hablas afligida. Me conmueves toda tú representando tu vida con esa pasión tan torpe y tan limpia, como el que quiere matarse para contar: soy suicida. Hoja que apenas se mueve ya se siente desprendida: voy a seguirte queriendo todo el día.
Pequeña del amor
María Cristina Azcona
De lo profundo llega débil ruido (Oro en polvo volátil, leve vida.) La vista abajo como desvaída De este hombre, fuego fatuo engreído. Mordiendo el odio rueda enardecido. Por una pendiente se va en caída. Existe el consejo pero desoído. Hay conciencia pero está dormida. Retumban guerras de dolor constante, ¡Qué idea hueca en cerebros vacíos! Algo de locas y algo de ignorantes. Digamos basta y le pongamos brío, Que de portarnos mal ya fue bastante Y que el Bien gobierne a nuestros albedríos.
Mundo hueco
Marilina Rébora
No es suficiente dar, ni dar con alegría; ni tampoco es bastante dar con renunciamiento; menos, dar con dolor, un poco cada día, esperando de otros el reconocimiento. Y no basta —siquiera— el dar por ser virtuoso, aunque el alma egoísta, aleccionada, calle; hay que dar, simplemente, como el mirto oloroso que esparce, sin saberlo, su fragancia en el valle. Más aún: es forzoso merecer ser donante, que a través de esas manos diga Dios lo que piensa y sonría dichoso detrás de la mirada. El poeta oriental nos pone por delante la sola realidad de la íntima conciencia, testigos, como somos, sin ser dueños de nada.
Khalil gibrán
Rafael de León
A Conchita Piquer El día trece de julio yo me tropecé contigo. Las campanas de mi frente, amargas de bronce antiguo, dieron al viento tu nombre en repique de delirio. Mi corazón de madera muerto de flor y de nidos, floreció en un verde nuevo de naranjos y de gritos, y por mi sangre corrió un toro de escalofrío, que me dejó traspasado en la plaza del suspiro. ¡Ay trece, trece de julio, cuando me encontré contigo! ¡Ay, tus ojos de manzana y tus labios de cuchillo y las nueve, nueve letras de tu nombre sobre el mío que borraron diferencias de linaje y apellido! ¡Bendita sea la madre, la madre que te ha parido, porque sólo te parió para darme a mí un jacinto, y se quedó sin jardines porque yo tuviera el mío! ¿Quieres que me abra las venas para ver si doy contigo? ¡Pídemelo y al momento seré un clavel amarillo! ¿Quieres que vaya descalzo llamando por los postigos? ¡Dímelo y no habrá aldabón que no responda a mi brío! ¿Quieres que cuente la arena de los arroyos más finos? Haré lo que se te antoje, lo que mande tu capricho, que es mi corazón cometa y está en tu mano el ovillo; que es mi sinrazón campana y tu voluntad sonido. Nunca quise a nadie así; voy borracho de cariño, desnudo de conveniencias y abroquelado de ritmos como un Quijote de luna con armadura de lirios. Te quiero de madrugada, cuando la noche y el trigo hablan de amor a la sombra morena de los olivos; cuando se callan los niños y las mocitas esperan en los balcones dormidos; te quiero siempre: mañana, tarde, noche... ¡por los siglos, de los siglos! ¡Amén! Te querré constante y sumiso, y cuando ya me haya muerto antes que llegue tu olvido, por la savia de un ciprés subiré delgado y lírico, hecho solamente voz para decirte en un grito: ¡Te quiero! ¡Te quiero muerto igual que te quise vivo!
Así te quiero
Lope de Vega
¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado, y cuántas con vergüenza he respondido, desnudo como Adán, aunque vestido de las hojas del árbol del pecado! Seguí mil veces vuestro pie sagrado, fácil de asir, en una cruz asido, y atrás volví otras tantas, atrevido, al mismo precio en que me habéis comprado. Besos de paz os di para ofenderos, pero si fugitivos de su dueño hierran cuando los hallan los esclavos, hoy que vuelvo con lágrimas a veros, clavadme vos a vos en vuestro leño, y tendréisme seguro con tres clavos.
Cuántas veces, señor, me habéis llamado
Juan Ramón Jiménez
¡Ya se arreglarán los sueños, mañana se arreglarán! ¡Hoy, a soltar y a gozar! Hoy para encontrar el amigo, para olearse en los dos ríos, para hablar con duras mujeres; hoy para irisarse de césped, para ventear a caballo, para silbear en el árbol, para acerarse en las montañas, para huir por las luces anchas perdido entre glorias ruidosas... Hoy para la gran tensión fresca de un vivir sin casa ni venda. ¡Ya se ordenarán los sueños, mañana se ordenarán! ¡Hoy, a romper y a cantar!
El día menos
Paz Díez Taboada
Anda sin rumbo y achicando llantos, tensando trapos con la mano herida, pues decidió marchar por espacios sombríos donde juegan los monstruos con las cartas marcadas. Se ha dejado arrastrar por las corrientes que socavan, silentes, el misterio. Mejor así. Sin duda, es conveniente y justo que a quien eligió el viaje se le convierta el suelo en continuo temblor, en fluyente camino, en tremante marea que, salobre y rizada, le recuerde que tiene vocación andariega entre hielos y espumas. Navega, pues, desde que la memoria repobló sus absortas galerías, ahítas de rencor, con los difuntos que, ambulantes, esquivan el descanso bajo la fría sombra de la piedra. Pero es mejor así. Y, aunque grite socorro, desea navegar entre viejos fantasmas y no piensa en volver a tierra firme nunca, pues ¿cómo marcharía por plazas y jardines, cómo, por los salones, quien viene chorreante, náufraga de la furia de los mares del norte, mordida por las sombras, cubierta de salitre, sin sextante ni brújula, perdidos el timón y la bitácora...?
Navegante e insomne
Francisco de Quevedo
Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino! y en Roma misma a Roma no la hallas: cadáver son las que ostentó murallas y tumba de sí proprio el Aventino. Yace donde reinaba el Palatino y limadas del tiempo, las medallas más se muestran destrozo a las batallas de las edades que Blasón Latino. Sólo el Tíber quedó, cuya corriente, si ciudad la regó, ya sepultura la llora con funesto son doliente. ¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura, huyó lo que era firme y solamente lo fugitivo permanece y dura!
A roma sepultada en sus ruinas
Rubén Izaguirre Fiallos
Jorge Amado fue enterrado bajo un palo de mangos. Entonces, ya no será un cadáver, sino, una fruta que provenga de la carne.
Agosto/2001
José de Espronceda
De los hombres lanzado al desprecio, de su crimen la víctima fui, y se evitan de odiarse a sí mismos, fulminando sus odios en mí. Y su rencor al poner en mi mano, me hicieron su vengador; y se dijeron «Que nuestra vergüenza común caiga en él; se marque en su frente nuestra maldición; su pan amasado con sangre y con hiel, su escudo con armas de eterno baldón sean la herencia que legue al hijo, el que maldijo la sociedad.» ¡Y de mí huyeron, de sus culpas el manto me echaron, y mi llanto y mi voz escucharon sin piedad! Al que a muerte condena le ensalzan... ¿Quién al hombre del hombre hizo juez? ¿Que no es hombre ni siente el verdugo imaginan los hombres tal vez? ¡Y ellos no ven Que yo soy de la imagen divina copia también! Y cual dañina fiera a que arrojan un triste animal que ya entre sus dientes se siente crujir, así a mí, instrumento del genio del mal, me arrojan el hombre que traen a morir. Y ellos son justos, yo soy maldito; yo sin delito soy criminal: mirad al hombre que me paga una muerte; el dinero me echa al suelo con rostro altanero, ¡a mí, su igual! El tormento que quiebra los huesos y del reo el histérico ¡ay!, y el crujir de los nervios rompidos bajo el golpe del hacha que cae, son mi placer. Y al rumor que en las piedras rodando hace, al caer, del triste saltando la hirviente cabeza de sangre en un mar, allí entre el bullicio del pueblo feroz mi frente serena contemplan brillar, tremenda, radiante con júbilo atroz que de los hombres en mí respira toda la ira, todo el rencor: que a mí pasaron la crueldad de sus almas impía, y al cumplir su venganza y la mía gozo en mi horror. Ya más alto que el grande que altivo con sus plantas hollara la ley al verdugo los pueblos miraron, y mecido en los hombros de un rey: y en él se hartó, embriagado de gozo aquel día cuando espiró; y su alegría su esposa y sus hijos pudieron notar, que en vez de la densa tiniebla de horror, miraron la risa su labio amargar, lanzando sus ojos fatal resplandor. Que el verdugo con su encono sobre el trono se asentó: y aquel pueblo que tan alto le alzara bramando, otro rey de venganzas, temblando, en él miró. En mí vive la historia del mundo que el destino con sangre escribió, y en sus páginas rojas Dios mismo mi figura imponente grabó. La eternidad ha tragado cien siglos y ciento, y la maldad su monumento en mí todavía contempla existir; y en vano es que el hombre do brota la luz con viento de orgullo pretenda subir: ¡preside el verdugo los siglos aún! Y cada gota que me ensangrienta, del hombre ostenta un crimen más. Y yo aún existo, fiel recuerdo de edades pasadas, a quien siguen cien sombras airadas siempre detrás. ¡Oh! ¿por qué te ha engendrado el verdugo, tú, hijo mío, tan puro y gentil? En tu boca la gracia de un ángel presta gracia a tu risa infantil. !Ay!, tu candor, tu inocencia, tu dulce hermosura me inspira horror. ¡Oh!, ¿tu ternura, mujer, a qué gastas con ese infeliz? ¡Oh!, muéstrate madre piadosa con él; ahógale y piensa será así feliz. ¿Qué importa que el mundo te llame cruel? ¿mi vil oficio querrás que siga, que te maldiga tal vez querrás? ¡Piensa que un día al que hoy miras jugar inocente, maldecido cual yo y delincuente también verás!
El verdugo
Toni García Arias
Anhelo el paisaje de mi infancia, el aire ahogado en humedad, el salitre, los días de lluvia en que nunca amanece, el óxido del astillero, la morriña anclada en los puertos como olas esperando mareas y esa voz huérfana y lejana que recuerda que el mar siempre es distancia. Anhelo ese paisaje como un barco anhela travesías, como se anhelan los besos que nos aguardan en el umbral de esos cuerpos que jamás nos pertenecen.
Galicia
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Espinas, vidrios rotos, enfermedades, llanto asedian día y noche la miel de los felices y no sirve la torre, ni el viaje, ni los muros: la desdicha atraviesa la paz de los dormidos, el dolor sube y baja y acerca sus cucharas y no hay hombre sin este movimiento, no hay natalicio, no hay techo ni cercado: hay que tomar en cuenta este atributo. Y en el amor no valen tampoco ojos cerrados, profundos lechos lejos del pestilente herido, o del que paso a paso conquista su bandera. Porque la vida pega como cólera o río y abre un túnel sangriento por donde nos vigilan los ojos de una inmensa familia de dolores.
Cien sonetos de amor
Luis de Góngora
Las tablas del bajel despedazadas (Signum naufragii pium et crudele), Del tempio sacro, con le rotte vele, Ficaraon nas paredes penduradas. Del tiempo las injurias perdonadas, Et Orionis vi nimbosae stellae Raccoglio le smarrite pecorelle Nas ribeiras do Betis espalhadas. Volveré a ser pastor, pues marinero Quel Dio non vuol, che sol suo strale sprona Do Austro os assopros e do Oceám as agoas; Haciendo al triste son, aunque grosero, Di questa canna, già selvaggia donna, Saudade a as feras, e aos penedos magoas.
Las tablas del bajel despedazadas
Gonzalo Rojas
Estrella Ogden acompáñame como ella a él, enjámbrame como a Darío las estrellas, piénsame órfica, acostúmbrame a ser de aire alrededor de esos aviones ciegos que van rápido en lo esdrújulo de New York a Philadelphia, adivíname en un Tarot al revés con Nephertitis sangrando bajo la hermosura de la nube de habrá sido la piel de oírte, la peligrosa piel de hoy lunes de Berlín con ángeles, estés donde estés, concuérdame con otra cítara altísima de certeza cuya hipotenusa sea Dios.
Darío y más darío
Juan Ramón Jiménez
(EL DÍA Y ROBERT BROWNING) El chamariz en el chopo —¿Y qué más? El chopo en el cielo azul —¿Y qué más? —El cielo azul en el agua —¿Y qué más? —El agua en la hojita nueva —¿Y qué más? —La hojita nueva en la rosa —¿Y qué más? La rosa en mi corazón —¿Y qué más? ¡Mi corazón en el tuyo!
Juego
Rafael Alberti
De sombra, sol y muerte, volandera grana zumbando, el ruedo gira herido por un clarín de sangre azul torera. Abanicos de aplausos, en bandadas, descienden, giradores, del tendido, la ronda a coronar de los espadas. Se hace añicos el aire, y violento, un mar por media luna gris mandado prende fuego a un farol que apaga el viento. ¡Buen caballito de los toros, vuela, sin más jinete de oro y plata, al prado de tu gloria de azúcar y canela! Cinco picas al monte, y cinco olas sus lomos empinados convirtiendo en verbena de sangre y banderolas. Carrusel de claveles y mantillas de luna macarena y sol, bebiendo, de naranja y limón, las banderillas. Blonda negra, partida por dos bandas, de amor injerto en oro la cintura, presidenta del cielo y las barandas, rosa en el palco de la muerte aún viva, libre y por fuera sanguinaria y dura, pero de corza el corazón, cautiva. Brindis, cristiana mora, a ti, volando, cuervo mudo y sin ojos, la montera del áureo espada que en el sol lidiando y en la sombra, vendido, de puntillas, da su junco a la media luna fiera, y a la muerte su gracia, de rodillas. Veloz, rayo de plata en campo de oro nacido de la arena y suspendido, por un estambre, de la gloria, al toro, mar sangriento de picas coronado, en Dolorosa grana convertido, centrar el ruedo manda, traspasado. Feria de cascabel y percalina, muerta la media luna gladiadora, de limón y naranja, remolina de la muerte, girando, y los toreros, bajo una alegoría voladora de palmas, abanicos y sombreros.
Corrida de toros
Marilina Rébora
¡Cómo insiste Khayyam con los muertos! ¡La arcilla! La arcilla de las ánforas, la arcilla de la copa, diciendo que allí están, y que, al rozar la orilla, al beber, nuestros labios, se encuentran con su boca. Que henchiremos la cámara que otrora ellos llenaran, yendo a complementar nuestra capa en la tierra con profetas, sultanes y sabios que pasaran. (¡Yo sólo pienso en Dios, que nuestros ojos cierra!) ¡Ah, mi Dios! ¡Tú, el Unico que todo lo dispones! ¿Será cierto, tal vez, lo que Khayyam arguye puesto que polvo somos y a polvo volveremos? Pero no convirtamos, en la vida que huye y en lo perecedero, las solas obsesiones, sino en el alma eterna y en los goces supremos.
La arcilla de khayyam
Fa Claes
Rijmenam, penumbra, noche. Sosas, las noticias en la tele: exterminación étnica en los Balcanes, en África, en Timor, medio millón de muertos, cadáveres, calaveras. En mi propio país un asesino violador de niños y su mujer. ¡Venga ya! ¿Es verdad? Noticia internacional: un futbolista que acaba de jugar. ¿Quién se lo imagina? A continuación un reportaje sobre deportación, gitanos, judíos, holocausto. De pronto se te aprieta el gaznate; mira, mientras son filmados, los niños sonríen a la cámara y una chica seductoramente guapa entra en la cámara de gas. ¿Qué demonios estamos haciendo? Conversamos por redes superpobladas, apresurados y siempre demasiado tarde. La creación, pienso, ¿ha empezado? Dale marcha atrás, Dios, corrige, recomienza. ¿Quién me oye? ¿Quién en Auschwitz escuchó la oración de millones? Es Navidad 1996 en Rijmenam, enviamos felicitaciones de año nuevo, Creemos apenas en nuestra esperanza y seguimos trabajando, muy mudos.
Navidad
Miguel de Unamuno
Cállate, corazón, son tus pesares de los que no deben decirse, deja se pudran en tu seno; si te aqueja un dolor de ti solo no acíbares a los demás la paz de sus hogares con importuno grito. Esa tu queja, siendo egoísta como es, refleja tu vanidad no más. Nunca separes tu dolor del común dolor humano, busca el íntimo aquel en que radica la hermandad que te liga con tu hermano, el que agranda la mente y no la achica; solitario y carnal es siempre vano; sólo el dolor común nos santifica.
Dolor común
Claudio Rodríguez
Dichoso el que un buen día sale humilde y se va por la calle, como tantos días más de su vida, y no lo espera y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto y ve, pone el oído al mundo y oye, anda, y siente subirle entre los pasos el amor de la tierra, y sigue, y abre su taller verdadero, y en sus manos brilla limpio su oficio, y nos lo entrega de corazón porque ama, y va al trabajo temblando como un niño que comulga mas sin caber en el pellejo, y cuando se ha dado cuenta al fin de lo sencillo que ha sido todo, ya el jornal ganado, vuelve a su casa alegre y siente que alguien empuña su aldabón, y no es en vano.
Alto jornal
Nacho Buzón
agua. cae. mucha. millones de gotas que forman una húmeda cortina transparente. noche. silencio. incesante repicar de lágrimas divinas en las terrazas. yo, desde dentro, bajo techo, soy sujeto pasivo. tú, proyectil de hidrógeno oxigenado, allí fuera, eres sujeto activo. el señor saltamontes es el cristobal colón surcador de mares y jacques cousteau toma forma de lombriz. mucha. agua. cae.
Fue un día gris
Pablo Neruda
Yo que crecí dentro de un árbol tendría mucho que decir, pero aprendí tanto silencio que tengo mucho que callar y eso se conoce creciendo sin otro goce que crecer, sin más pasión que la substancia, sin más acción que la inocencia, y por dentro el tiempo dorado hasta que la altura lo llama para convertirlo en naranja.
Silencio
Ramón López Velarde
Magdalena, conozco que te amo en que la más trivial de tus acciones es pasto para mí, como la miga es la felicidad de los gorriones. Tu palabra más fútil es combustible de mi fantasía, y pasa por mi espíritu feudal como un rayo de sol por una umbría. Una mañana (en que la misma prosa del vivir se tornaba melodiosa) te daban un periódico en el tren y rehusaste, diciendo con voz cálida: «¿Para qué me das esto?» Y estas cinco breves palabras de tu boca pálida fueron como un joyel que todo el día en mi capilla estuvo manifiesto: y en la noche, sonaba tu pregunta: «¿Para qué me das esto?» Y la tarde fugaz que en el teatro repasaban tus dedos, Magdalena, la dorada melena de un chiquillo... Y el prócer ademán con que diste limosna a aquel anciano... Y tus dientes que van en sonrisa ondulante, cual resúmenes del sol, encandilando la insegura pupila de los viejos y los párvulos... Tus dientes, en que están la travesura y el relámpago de un pueril espejo que aprisiona del sol una saeta y clava el rayo férvido en los ojos del infante embobado que en su cuna vegeta... También yo, Magdalena, me deslumbro en tu sonrisa férvida; y mis horas van a tu zaga, hambrientas y canoras, como va tras el ama, por la holgura de un patio regional, el cortesano séquito de palomas que codicia la gota de agua azul y el rubio grano.
Tu palabra más fútil
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Desde hace mucho tiempo la tierra te conoce: eres compacta como el pan o la madera, eres cuerpo, racimo de segura sustancia, tienes peso de acacia, de legumbre dorada. Sé que existes no sólo porque tus ojos vuelan y dan luz a las cosas como ventana abierta, sino porque de barro te hicieron y cocieron en Chillán, en un horno de adobe estupefacto. Los seres se derraman como aire o agua o frío y vagos son, se borran al contacto del tiempo, como si antes de muertos fueran desmenuzados. Tú caerás conmigo como piedra en la tumba y así por nuestro amor que no fue consumido continuará viviendo con nosotros la tierra.
Cien sonetos de amor
Gustavo Adolfo Bécquer
Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que el aire dilata en las sombras. Yo quisiera escribirle, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar, que no hay cifra capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!, si, teniendo en mis manos las tuyas, pudiera, al oído, cantártelo a solas.
Rima i
Félix María de Samaniego
Cantando la cigarra pasó el verano entero sin hacer provisiones allá para el invierno; los fríos la obligaron a guardar el silencio y a acogerse al abrigo de su estrecho aposento. Viose desproveída del precioso sustento: sin mosca, sin gusano, sin trigo y sin centeno. Habitaba la hormiga allí tabique en medio, y con mil expresiones de atención y respeto la dijo: «Doña hormiga, pues que en vuestro granero sobran las provisiones para vuestro alimento, prestad alguna cosa con que viva este invierno esta triste cigarra, que, alegre en otro tiempo, nunca conoció el daño, nunca supo temerlo. No dudéis en prestarme, que fielmente prometo pagaros con ganancias, por el nombre que tengo». La codiciosa hormiga respondió con denuedo, ocultando a la espalda las llaves del granero: «¡Yo prestar lo que gano con un trabajo inmenso! Dime, pues, holgazana, ¿qué has hecho en el buen tiempo?». «Yo», dijo la cigarra, «a todo pasajero cantaba alegremente, sin cesar ni un momento». «¡Hola! ¿con que cantabas cuando yo andaba al remo? Pues ahora, que yo como, baila, pese a tu cuerpo».
La cigarra y la hormiga
Claribel Alegría
¿Cómo será el encuentro? Descarnados los dos sin tu mirada sin mis labios posándose en los tuyos. Partículas de luz quizá seremos que se atraen se buscan se amalgaman.
¿cómo será el encuentro?
Juan Ramón Jiménez
No sois vosotras, ricas aguas de oro, las que corréis por el helecho, es mi alma. No sois vosotras, frescas alas libres, las que os abrís al iris verde, es mi alma. No sois vosotras, dulces ramas rojas las que os mecéis al viento lento, es mi alma. No sois vosotras, claras, altas voces las que os pasáis del sol que cae, es mi alma.
Es mi alma
Pablo Neruda
A plena luz de sol sucede el día, el día sol, el silencioso sello extendido en los campos del camino. Yo soy un hombre luz, con tanta rosa, con tanta claridad destinada que llegaré a morirme de fulgor. Y no divido el mundo en dos mitades, en dos esferas negras o amarillas sino que lo mantengo a plena luz como una sola uva de topacio. Hace tiempo, allá lejos, puse los pies en un país tan claro que hasta la noche era fosforescente: sigo oyendo el rumor de aquella luz, ámbar redondo es todo el cielo: el azúcar azul sube del mar. Otra vez, ya se sabe, y para siempre sumo y agrego luz al patriotismo: mis deberes son duramente diurnos: debo entregar y abrir nuevas ventanas, establecer la claridad invicta y aunque no me comprendan, continuar mi propaganda de cristalería. No sé por qué le toca a un enlutado de origen, a un producto del invierno, a un provinciano con olor a lluvia esta reverberante profesión. A veces pienso imitar la humildad y pedir que perdonen mi alegría pero no tengo tiempo: es necesario llegar temprano y correr a otra parte sin más motivo que la luz de hoy, mi propia luz o la luz de la noche: y cuando ya extendí la claridad en ese punto o en otro cualquiera me dicen que está oscuro en el Perú, que no salió la luz en Patagonia. Y sin poder dormir debo partir: para qué aprendería a transparente! Hoy, este abierto mediodía vuela con todas las abejas de la luz: es una sola copa la distancia, al territorio claro de mi vida. Y brilla el sol hacia Valparaíso.
El sol
Mario Benedetti
Es una lástima que no estés conmigo cuando miro el reloj y son las cuatro y acabo la planilla y pienso diez minutos y estiro las piernas como todas las tardes y hago así con los hombros para aflojar la espalda y me doblo los dedos y les saco mentiras. Es una lástima que no estés conmigo cuando miro el reloj y son las cinco y soy una manija que calcula intereses o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas o un oído que escucha como ladra el teléfono o un tipo que hace números y les saca verdades. Es una lástima que no estés conmigo cuando miro el reloj y son las seis. Podrías acercarte de sorpresa y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos yo con la mancha roja de tus labios tú con el tizne azul de mi carbónico.
Amor de tarde
Nicomedes Santa Cruz
A cocachos aprendí mi labor de colegial en el Colegio Fiscal del barrio donde nací. Tener primaria completa era raro en mi niñez (nos sentábamos de a tres en una sola carpeta). Yo creo que la palmeta la inventaron para mí, de la vez que una rompí me apodaron “mano´e fierro”, y por ser tan mataperro a cocachos aprendí. Juguetón de nacimiento, por dedicarme al recreo sacaba Diez en Aseo y Once en Aprovechamiento. De la Conducta ni cuento pues, para colmo de mal era mi voz general “¡chócala pa la salida!” dejando a veces perdida mi labor de colegial. ¡Campeón en lingo y bolero! ¡Rey del trompo con huaraca! ¡Mago haciéndome “la vaca” y en bolitas, el primero...! En Aritmética, Cero. En Geografía, igual. Doce en examen oral, Trece en examen escrito. Si no me “soplan” repito en el Colegio Fiscal. Con esa nota mezquina terminé mi Quinto al tranco, tiré el guardapolvo blanco (de costalitos de harina). Y hoy, parado en una esquina lloro el tiempo que perdí: los otros niños de allí alcanzaron nombre egregio. Yo no aproveché el Colegio del barrio donde nací...
La escuelita
Teresa Domingo Català
Atraviesas el cierzo y la desdicha de un ulular hambriento y desangrado que emerge al despuntar la madrugada. Amanecen los pechos florecidos por el ámbar, la luz de las farolas, que reflejan los cuencos y canastos. Están vacíos, cual daga sin sangre, mordidos por dolor en sus extremos, cuadrados por el ángel de la furia. Todo es cálido alrededor del caos, un fuego castrador y permanente, un verano, con dientes por destino. Dónde estará la nieve salvadora, el frío baile de los tallos vírgenes, el trovador alivio del invierno.
Teresa Domingo Català
Llora el sol el camino hacia la noche con sus párpados huidizos, cerrando los ojos ante el día que ambiciona el salitre del mar y perpetuarse ciegamente ante la noche. El día queda devastado. Imponente, el mástil nocturno se avecina, con el caudal de las rosas oscuras que transpiran el olor aciago de los besos de una luz inmóvil. Estudia la rotunda circunferencia de una esfera inviolable y pura, que abriga el cielo con un resplandor de horas transidas de desvelo. La noche vence en el aquilatado rumor sombrío de los pasos gigantes de la urbe, donde dormimos sin mirar atrás ensueños de penumbra dilatada.
Pérdida
Luis de Góngora
¡Oh niebla del estado más sereno, Furia infernal, serpiente mal nacida! ¡Oh ponzoñosa víbora escondida De verde prado en oloroso seno! ¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno, Que en vaso de cristal quitas la vida! ¡Oh espada sobre mí de un pelo asida, De la amorosa espuela duro freno! ¡Oh celo, del favor verdugo eterno!, Vuélvete al lugar triste donde estabas, O al reino (si allá cabes) del espanto; Mas no cabrás allá, que pues ha tanto Que comes de ti mesmo y no te acabas, Mayor debes de ser que el mismo infierno.
A los celos
Pablo Neruda
(Spheniscus Magellanicus) NI bobo ni niño ni negro ni blanco sino vertical y una inoncencia interrogante vestida de noche y de nieve. Ríe la madre al marinero, el pescador al astronauta, pero no ríe el niño niño cuando mira al pájaro niño y del océano en desorden inmaculado pasajero emerge de luto nevado. Fui yo sin duda el niño pájaro allá en los fríos archipiélagos: cuando él me miró con sus ojos, con los viejos ojos del mar: no eran brazos y no eran alas, eran pequeños remos duros los que llevaba en sus costados: tenía la edad de la sal, la edad del agua en movimiento y me miró desde su edad: desde entonces sé que no existo, que soy un gusano en la arena. Las razones de mi respeto se mantuvieron en la arena: aquel pájaro religioso no necesitaba volar, no necesitaba cantar y aunque su forma era visible sangraba sal su alma salvaje como si hubieran cercenado una vena del mar amargo. Pingüino, estático viajero, sacerdote lento del frío: saludo tu sal vertical y envidio tu orgullo emplumado.
Pingüino
Amado Nervo
Por esa puerta huyó diciendo :«¡nunca!» Por esa puerta ha de volver un día ... Al cerrar esa puerta dejo trunca la hebra de oro de la esperanza mía. Por esa puerta ha de volver un día. Cada vez que el impulso de la brisa, como una mano débil indecisa, levemente sacude la vidriera, palpita más aprisa, más aprisa, mi corazón cobarde que la espera. Desde mi mesa de trabajo veo la puerta con que sueñan mis antojos y acecha agazapando mi deseo en el trémulo fondo de mis ojos. ¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo, he de aguardar con la mirada incierta a que Dios me devuelva compasivo a la mujer que huyó por esa puerta? ¿Cuándo habrán de temblar esos cristales empujados por sus manos ducales, y, con su beso ha de llegar a ellas, cual me llega en las noches invernales el ósculo piadoso de una estrella? ¡Oh Señor!, ya la pálida está alerta; ¡oh Señor, cae la tarde ya en mi vía y se congela mi esperanza yerta! ¡Oh, Señor, haz que se abra al fin la puerta y entre por ella la adorada mía!... ¡Por esa puerta ha de volver un día!
Por esa puerta
Josefina Plá
Secreta noche herida de menguante cae donde no hay agua ni tierra. Marcha a cortar el filo de la luna, mis raíces, que están donde no estuve. ...Traerán mi corazón, negra violeta que se durmió en la orilla de otro sueño. Lo he de llamar y no sabrá su nombre. Me ha de cantar, y no he de comprenderle. Y llevaré, camino en mediodía de veinte cielos con opuestos soles, mi angustia en veinte voces sin mi sangre. He de llorar mil años sin mi llanto y he de dormir mil años sin mis ojos noche con veinte pétalos de luna. 1938
Sueño de sueños
Oliverio Girondo
Noctivozmusgo insomne del yo más yo refluido a la gris ya desieta tan médano evidencia gorgogoteando noes que plellagan el pienso contra las siempre contras de la posnáusea obesa tan plurinterroído por noctívagos yoes en rompiente ante la afauce angustia con su soñar rodado de hueco sino dado de dado ya tan dado y su yo solo oscuro de pozo lodo adentro y microcosmos tinto por la total gristenia
Gristenia
Víctor Hugo López Cancino
Oscura la noche que vigila senderos de nostalgia y de añoranza, con la luna de plata que ilumina al buho que no duerme y sí descansa. Radiantes las estrellas danzarinas bailando con el cántico del viento, oleadas de hermosas golondrinas nutriendo de belleza el firmamento. Imagen nocturna tan divina, fachada de misterios y confianza, amor que se desprende cual neblina, zurcido de pasión y de esperanza.
La noche
Vicente Aleixandre
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo, donde graciosos pájaros se copian fugitivos, volando a la región donde nada se olvida. Tu forma externa, diamante o rubí duro, brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, cráter que me convoca con su música íntima, con esa indescifrable llamada de tus dientes. Muero porque me arrojo, porque quiero morir, porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera no es mío, sino el caliente aliento que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo. Deja, deja que mire, teñido del amor, enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, deja que mire el hondo clamor de tus entrañas donde muero y renuncio a vivir para siempre. Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente que regando encerrada bellos miembros extremos siente así los hermosos límites de la vida. Este beso en tus labios como una lenta espina, como un mar que voló hecho un espejo, como el brillo de un ala, es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar de la luz vengadora, luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza, pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Unidad en ella
Garcilaso de la Vega
Con ansia extrema de mirar qué tiene vuestro pecho escondido allá en su centro, y ver si a lo de fuera lo de dentro en apariencia y ser igual conviene, en él puse la vista: mas detiene de vuestra hermosura el duro encuentro mis ojos, y no pasan tan adentro que miren lo que el alma en sí contiene. Y así se quedan tristes en la puerta hecha, por mi dolor, con esa mano que aun a su mismo pecho no perdona; donde vi claro mi esperanza muerta. y el golpe, que os hizo amor en vano non esservi passato oltra la gona.
Soneto xxii
Claribel Alegría
Florecen los almendros en Mallorca y no estás para verlos. De mi balcón anoche los vi fosforecer. Te llamé por tu nombre, conjuré tu fantasma, te perfilé de pétalos caídos y una ráfaga de aire te rasgo.
Florecen los almendros
Luis Benítez
Nada de lo que diga Puede desviar la caída de una hoja. Una palabra no Frenará la otra. Es inútil que a éstos Que me escuchan dedique Una verdad: la harán pedazos. De sus pedazos nacerá Lao-Tsé.
Lao-tsé prepara una sentencia
Francisco Álvarez
Vendrán los besos, y traerán silencio, y nos preguntaremos quiénes somos, dónde nos conocimos, qué buscamos, y tal vez nos respondan nuestros ojos, ignorantes del miedo a la palabra, pues la verdad les grita desde el fondo. Y al mirarnos, habrá una luz recóndita de tibio colorido melancólico, que abrirá perspectivas imprevistas, y que será en sí misma testimonio de algo que fue, que ya es insostenible, tan quimérico como el unicornio. Ayer los besos, aunque amortiguados, llevaban un clamor de intenso gozo, entretejían lágrimas y risas en verdes primaveras y en otoños, calendario de pétalos dormidos, dormido el tiempo sobre nuestros rostros. ¿Qué sucedió? Tal vez una mañana, a la orilla del río, entre los olmos, se despertó la niebla del cansancio, y repobló el paisaje de abandono. Y los besos se fueron marchitando, sin casi percibirlo, sin sollozos. Y hoy sólo son costumbre, su arrebato en retirada triste, sin retorno. Es hora de partir; se fue la magia, el temblor está en calma, el amor prófugo, los besos silenciosos, tan dormidos que no despertarán..., como nosotros.
Besos dormidos
Gabriela Mistral
Dame la mano y danzaremos; dame la mano y me amarás. Como una sola flor seremos, como una flor, y nada más... El mismo verso cantaremos, al mismo paso bailarás. Como una espiga ondularemos, como una espiga, y nada más. Te llamas Rosa y yo Esperanza; pero tu nombre olvidarás, porque seremos una danza en la colina y nada más...
Dame la mano
Gustavo Adolfo Bécquer
Me ha herido recatándose en las sombras, sellando con un beso su traición. Los brazos me echó al cuello y por la espalda partióme a sangre fría el corazón. Y ella prosigue alegre su camino, feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué? Porque no brota sangre de la herida. Porque el muerto está en pie.
Rima xlvi
Nicanor Parra
Nervioso, pero sin duelo A toda la concurrencia Por la mala voz suplico Perdón y condescendencia. Con mi cara de ataúd Y mis mariposas viejas Yo también me hago presente En esta solemne fiesta. ¿Hay algo, pregunto yo Más noble que una botella De vino bien conversado Entre dos almas gemelas? El vino tiene un poder Que admira y que desconcierta Transmuta la nieve en fuego Y al fuego lo vuelve piedra. El vino es todo, es el mar Las botas de veinte leguas La alfombra mágica, el sol El loro de siete lenguas. Algunos toman por sed Otros por olvidar deudas Y yo por ver lagartijas Y sapos en las estrellas. El hombre que no se bebe Su copa sanguinolenta No puede ser, creo yo Cristiano de buena cepa. El vino puede tomarse En lata, cristal o greda Pero es mejor en copihue En fucsia o en azucena. El pobre toma su trago Para compensar las deudas Que no se pueden pagar Con lágrimas ni con huelgas. Si me dieran a elegir Entre diamantes y perlas Yo elegiría un racimo De uvas blancas y negras. El ciego con una copa Ve chispas y ve centellas Y el cojo de nacimiento Se pone a bailar la cueca. El vino cuando se bebe Con inspiración sincera Sólo puede compararse Al beso de una doncella. Por todo lo cual levanto Mi copa al sol de la noche Y bebo el vino sagrado Que hermana los corazones.
Coplas del vino
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas, el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas, hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos y tu boca que tiene la sonrisa del agua. Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras de la negra melena, cuando estiras los brazos. Tú juegas con el sol como con un estero y él te deja en los ojos dos oscuros remansos. Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca. Todo de ti me aleja, como del mediodía. Eres la delirante juventud de la abeja, la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga. Mi corazón sombrío te busca, sin embargo, y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada. Mariposa morena dulce y definitiva como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
Poema 19 de 20 poemas de amor y una canción desesperada
María Eugenia Caseiro
I Yo, tú, los árboles perfectamente juiciosos entre el día y la noche las calles blancas largas dóciles desatándonos llenas de ti, llenas de mí quitándonos el polvo. II Dejé de besar de silbar al lunajero de tus pies para que nada interrumpa, me interrumpa tu carrera tantas veces proscrita Equivocadas entre sexta y nona emigran ocasiones llevándonos de en medio lo que más queríamos. III No desentrañamos aquellas vertientes que trajeron la sal cuando pensabas, cuando pensaba sembrar sembrar sembrar eternamente pasajeros felices, trenes novísimos caminos, tildes, radios, señales; dibujos olorosos a jabón, paisajes sin límites… y la espina en el naranjo de tu piel doliéndole a la lluvia.
Yo, tú, los árboles...
Jaime Sabines
Después de todo -pero después de todo- sólo se trata de acostarse juntos, se trata de la carne, de los cuerpos desnudos, lámpara de la muerte en el mundo. Gloria degollada, sobreviviente del tiempo sordomudo, mezquina paga de los que mueren juntos. A la miseria del placer, eternidad, condenaste la búsqueda, al injusto fracaso encadenaste sed, clavaste el corazón a un muro. Se trata de mi cuerpo al que bendigo, contra el que lucho, el que ha de darme todo en un silencio robusto y el que se muere y mata a menudo. Soledad, márcame con tu pie desnudo, aprieta mi corazón como las uvas y lléname la boca con su licor maduro.
Después de todo
Alberto Girri
De algún modo soy tu cuerpo, Me designo en él, me quema En la mentira útil como un remo, En la desgracia y la amorosa lucha Abriendo Los huecos de su máscara. Pero no me lo permitas, No me dejes ser sólo tu cuerpo. De algún modo soy tu cuerpo, Cuando la rica, inexplicable sangre, Transcurre en medio de representaciones. Y lo seré hasta que cenizas Acaricien tu prestada, última parcela. Pero no me lo permitas, No me dejes ser sólo tu cuerpo. De algún modo soy tu cuerpo, La opresión que difunde me sostiene, Y no en otro descienden las palabras, Urde la disculpa el vejado sermón Por nuestras pasadas facciones. Pero no me lo permitas, No me dejes ser sólo tu cuerpo. De algún modo soy tu cuerpo Y si en atención a su dañina mengua Me cuido bien de mirarlo como esencia, ¿Con qué prodigio, incisivo milagro, Percibiré tu pasión cuando lo excluya? Pero no me lo permitas, No me dejes ser sólo tu cuerpo.
La sombra
Miguel Hernández
Frontera de lo puro, flor y fría. Tu blancor de seis filos, complemento, en el principal mundo, de tu aliento, en un mundo resume un mediodía. Astrólogo el ramaje en demasía, de verde resultó jamás exento. Ártica flor al sur: es necesario tu desliz al buen curso del canario.
Azahar
Claudio Rodríguez
Una mirada, un gesto, cambiarán nuestra raza. Cuando actúa mi mano, tan sin entendimiento y sin gobierno, pero con errabunda resonancia, y sondea, buscando calor y compañía en este espacio en donde tantas otras han vibrado, ¿qué quiere decir? Cuántos y cuántos gestos como un sueño mañanero, pasaron. Como esa casera mueca de las figurillas de la baraja: aunque dejando herida o beso, sólo azar entrañable. Más luminoso aún que la palabra, nuestro ademán, como ella roído por el tiempo, viejo como la orilla del río, ¿qué significa? ¿Por qué desplaza el mismo aire el gesto de la entrega o del robo, el que cierra una puerta o el que la abre, el que da luz o apaga? ¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra que cuando siega, el de amor que el de asesinato? Nosotros, tan gesteros pero tan poco alegres, raza que sólo supo tejer banderas, raza de desfiles, de fantasías y de dinastías, hagamos otras señas. No he de leer en cada palma, en cada movimiento, como antes. No puedo ahora frenar la rotación inmensa del abrazo para medir su órbita y recorrer su emocionada curva. No, no son tiempos de mirar con nostalgia esa estela infinita del paso de los hombres. Hay mucho que olvidar y más aún que esperar. Tan silencioso como el vuelo del búho, un gesto claro, de sencillo bautizo, dirá, en un aire nuevo, su nueva significación, su nuevo uso. Yo solo, si es posible, pido, cuando me llegue la hora mala, la hora de echar de menos tantos gestos queridos, tener fuerza, encontrarlos como quien halla un fósil (acaso una quijada aún con el beso trémulo) de una raza extinguida.
Gestos
Nicomedes Santa Cruz
¡Ay mama, si tú me vieras... Estoy perdido en Brasil Entre cimbreantes palmeras! Palmeras de talle largo, Palmas mulatas Endulzan mi paso amargo Y alegran mis caminatas. ¡Ay mama, si tú me vieras...! Me muero al verlas venir, Me mata verlas pasar. No sé si debo reír O llorar. ¡Ay mama...! A la sombra de una palma Quise librarme del sol, Quise libarme del sol Y me estoy quemando el alma... Estoy perdido en Brasil Entre cimbreantes palmeras. ¡Ay mama, si tú me vieras, si tú me vieras, si tú me vieras...! ¡Ay mama!
Ay mama
Claribel Alegría
A veces pienso en ti en lo que pudo ser en tu ternura presa en las deshoras.
Deshoras
Antonio Fernández Lera
Esa tierna piel que me ofreces viene a mí como un trozo de viento: te respiro en silencio, voy a ti atraído por tus ojos.
La dama que descubre el seno
Rubén Izaguirre Fiallos
-¿Verdad, papá, verdad que esos niños sólo están muertos en la pantalla del televisor?- -No, mi amor, esas criaturas ya no existen en la realidad; se han ido, ya no están, sus cuerpos pronto serán unos esqueletos- -Ya sé papá, ya sé: apaguemos el tele para que la muerte se detenga o cambiemos de canal para que se vaya a otro lado.-
Ecatepec de morelos, méxico, d.f., mayo/2002
Luis Cernuda
No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe. La angustia se abre paso entre los huesos, remonta por las venas hasta abrirse en la piel, surtidores de sueño hechos carne en interrogación vuelta a las nubes. Un roce al paso, una mirada fugaz entre las sombras, bastan para que el cuerpo se abra en dos, ávido de recibir en sí mismo otro cuerpo que sueñe; mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Auque sólo sea una esperanza porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
No decía palabras
Alfredo Lavergne
Me inspiro Las estaciones son el suelo Los puertos el agua y la tierra Los aeropuertos ¡oh! Los aeropuertos Porque cuando voy en el aire Mis sentidos Despegan De un viejo poblado Y de cultos A nuevas Escuelas Filosóficas.
Arrancarse la cola
Luis de Góngora
Oh, bien haya Jaén, que en lienzo prieto De luces mil de sebo salpicado Su túmulo paró, y de pie quebrado En dos antiguas trovas sin conceto. Écija se ha esmerado, yo os prometo, Que en bultos de papel y pan mascado Gastó gran suma, aunque no han acabado Entre catorce abades un soneto. Todo es obras de araña con Baeza, Donde el fiel vasallo el regimiento Pinos corta, bayetas solicita: Hallaron dos, y toman una pieza Para el tumbo real o monimento ¡Nunca muriera doña Margarita!
Oh, bien haya jaén
Marqués de Santillana
[I] Moça tan fermosa non vi en la frontera, como una vaquera de la Finojosa. [II] Faziendo la vía del Calatraveño a Santa María, vençido del sueño, por tierra fragosa perdí la carrera, do vi la vaquera de la Finojosa. [III] En un verde prado de rosas e flores, guardando ganado con otros pastores, la vi tan graciosa, que apenas creyera que fuese vaquera de la Finojosa. [IV] Non creo las rosas de la primavera sean tan fermosas nin de tal manera, fablando sin glosa, si antes supiera de aquella vaquera de la Finojosa. [V] Non tanto mirara su mucha beldad, porque me dexara en mi libertad. Mas dixe: "Donosa (por saber quién era), ¿aquella vaquera de la Finojosa?..." [VI] Bien como riendo, dixo: "Bien vengades, que ya bien entiendo lo que demandades: non es desseosa de amar, nin lo espera, aquessa vaquera de la Finojosa".
Serranilla v
Fa Claes
¿El lado hermoso de la vida? Que tenga su complemento en el otro lado abominable; en nada lo hace más hermoso aunque no lo aniquila. Los dos están incomprehensibles el uno al lado del otro. Es particularmente difícil desde los momentos oscuros ver algo que de cualquier manera podría ser luz. Francamente, no sabría dónde en Rijmenam, dónde en el universo encontraría consuelo. Pero lo que deploro más: no sé nada con que pudiera consolar Rijmenam o el universo. Eso pone pena sobre pena. Pienso. Inclino la cabeza, sigo trabajando. Y callo.
Consuelo crepuscular
José Asunción Silva
A los colibríes decadentes ¡Rítmica Reina lírica! Con venusinos cantos de sol y rosa, de mirra y laca y polícromos cromos de tonos mil oye los constelados versos mirrinos, escúchame esta historia Rubendariaca, de la Princesa verde y el paje Abril, Rubio y sutil. El bizantino esmalte do irisa el rayo las purpuradas gemas; que enflora Junio si Helios recorre el cielo de azul edén, es lilial albura que esboza Mayo en una noche diáfana de plenilunio cuando las crisodinas nieblas se ven ¡A tutiplén! En las vívidas márgenes que espuma el Cauca áureo pico, ala ebúrnea, currucuquea de sedeñas verduras bajo el dosel do las perladas ondas se esfuma glauca ¿es paloma, es estrella o azul idea?... Labra el emblema heráldico de áureo broquel Róseo rondel. Vibran sagradas liras que ensueña Psiquis son argentados cisnes hadas y gnomos y edenales olores, lirio y jazmín y vuelan entelechias y tiquismiquis de corales, tritones, memos y momos del horizonte lírico nieve y carmín Hasta el confín. Liliales manos vírgenes al son aplauden y se englaucan los líquidos y cabrillean con medievales himnos al abedul, desde arriba Orión, Venus, que Secchis lauden miran como pupilas que cintillean por los abismos húmedos del negro tul Del cielo azul. Tras de las cordilleras sombras, la blanca Selene, entre las nubes ópalo y tetras surge como argentífero tulipán y por entre lo negro que se espernanca huyen los bizantinos de nuestras letras hasta el Babel Bizancio, do llegarán Con grande afán. ¡Rítmica Reina lírica! Con venusinos cantos de sol y rosa, de mirra y laca y polícromos cromos de tonos mil, éstos son los caóticos versos mirrinos ésta es la descendencia, Rubendariaca, de la Princesa verde y el paje Abril, ¡Rubio y sutil!
Sinfonía color de fresa con leche
Miguel Florián
El agua deslíe la conciencia, una a una empapa las imágenes, se agitan sus reflejos, tiemblan sólo un instante sobre la herida. Nunca acabará la lluvia. En la memoria llueve, vuelvo a ver los charcos de la infancia, una manta empapada sobre vagas cabezas, y un rostro muy fugaz de mujer. Siempre estuvo lloviendo, los pájaros perdidos buscaban entibiarse en nuestra sangre. Aquella boca de tibia luna enmudecida y fría, sobre la yerba húmeda... ¿A dónde lleva el agua esas semillas?, ¿en qué mar desembocan?, ¿en qué madre germinan?, ¿acaso el alma es tierra y luego, ya en sazón, fructifican bajo el temblor de la memoria? Tocar el mundo con nuestras manos ciegas, y luego, en el recuerdo, otro mundo renace más intenso. Aquella mano posada sobre el tiempo, aquella frente con su gesto de arcilla, y este turbio afán del hombre por alzar su casa derruida bajo la tempestad, esta inquietud de abrir en las ondas de todos los regatos la entraña encendida del musgo. Sí, ¿en qué océano en qué lecho se vierten las palabras?, ¿qué muelles refugian a sus barcos? El cielo es agua quieta, y el polvo, y los vestigios que espejean y abrasan en su luz la conciencia. Náufragos todos bajo idéntico aguacero, peregrinos del sueño, creciendo sobre el pecho del tiempo, sosteniéndonos sobre la mano incierta de un dios que nos ignora.
Lluvia
Roxana Popelka
Quería darle una sorpresa, así que para su cumpleaños le regaló un seat 850, año 73. Mi amiga estaba entusiasmada y como agradecimiento sacó el carnet de conducir y se volvió dócil. Ahora se dejaba follar por las mañanas, justo al amanecer, aunque detestaba esas erecciones matutinas, y los tipos de ese calibre que despiertan a las chicas en mitad de un sueño. Pero mi amiga -normal- se hartó de copular por las mañanas y devolvió el Seat 850 del año 73. Pero antes de eso lavó el coche, lo dejó reluciente y se lo puso en la puerta, en la mismísima puerta, a su dueño. Desde entonces mi amiga supo que no habría más erecciones matutinas de individuos de ese calibre, ni tampoco más Seats 850, del año 73.
Regalo con sorpresa exterior
Consuelo Hernández
Invocando el poder de Lisístrata hago escarnio de los asalariados de la guerra para defender a mi Atenas de Esparta. Convoco a la mujer de delantal la de tacones la doméstica y la reina la obrera y la madre la joven y la anciana… a todas llamo a desertar de las camas de sus amados hasta que todos regresen de la guerra y se nieguen a ofrecer sus vidas para que unos pocos sobrevivan con más riqueza de la que pueden usar si vivieran diez mil vidas. Con el mismo poder de Lisístrata, se los juro, terminaremos con las guerras y los poderosos de turno caerán de su caballo con todo y sus morrales. No más madres con niños heridos en sus brazos ni piernas amputadas con espadas ni hombres muertos en ajenas batallas. Mandaré a las cabezas de faunos a morder la soledad al ayuno sexual y no más carneros desollados ni familias a la espera desplazadas por la guerra. Por el poder que tuvo Lisístrata todos los ejércitos se detendrán en seco vencidos por el aire que enfurecido llama a la verdadera paloma de la paz.
Con el poder de lisístrata
Toni García Arias
A veces era domingo y llovía. A veces oscurecía de repente y las casas encendían sus luces al fondo de la noche. En una de aquellas luces yo te imaginaba; imaginaba tu habitación llena de peluches, tus juegos de cartas con olores, te imaginaba tendida sobre tu cama escribiéndome cartas de amor, dibujando corazones rosados que contenían mi nombre, y como la imaginación es perversa y no sabe de derrotas, te imaginaba a ti imaginándome a mí del mismo modo. A veces era domingo y llovía. Por las noches emitían un programa de radio de canciones dedicadas; “Música y Estrellas”. Al principio de cada canción, la locutora leía las dedicatorias. Nunca escuché mi nombre. Y aún así, programa tras programa, derrota tras derrota, yo te imaginaba escribiendo apasionadas cartas de amor que contenían mi nombre, y albergaba la esperanza de que algún día la locutora las leyera. A veces era domingo y llovía. A veces el desánimo me hundía en la más oscura certeza. Entonces, miraba desde mi ventana las luces encendidas que brillaban al fondo de la noche, y te imaginaba en tu habitación llena de peluches, escribiendo apasionadas cartas de amor que contenían mi nombre, y como la imaginación es perversa y no sabe de años y de derrotas aún me imagino a mí imaginándote a ti del mismo modo.
Recuerdo
Josefina Plá
XII El amor realizado es un sorbo de muerte que nos pasa los labios, que se filtra en las venas. El alma que nos cambia es más ancha y vacía: más triste y más sedienta, la boca que nos deja. Dentro del corazón, alárgase una sombra cada vez que los labios su antiguo vaso llenan. El amor realizado aguza en nuestros ojos del imposible anhelo la trémula saeta, y es paso que prolonga, en cruel hechizo mágico, ante la planta laxa la cansadora meta... Amor: perfecto guía para ir al encuentro del dolor apostado al fin de cada senda...
El amor realizado
Luciano Castañón
A veces, cuando atardece el cielo en primavera surge como un sobrecogido y mágico clarinazo en todo el barrio rasgando la alegría prisionera. Es que el seno de las barcas llegó pleno, fúlgido de coletazos y boqueadas agónicamente ávidas. (En las calles reinaba aún el vacío de la espera. El vasto vocerío enmudecía y sólo los niños en sus juegos modelaban su inconsciente voz de fresa. Era la amada hora de la precena.) Los hombres que descansen o que beban. Las mujeres... Un oloroso, cocineril humo —vaharadas de peces fritos— brisea por las ventanas o se comba denso fuera de las chimeneas. Cuando se vaya —hoy— el liviano sol que alivia penas, la noche remunerada de las personas será una hoguera. A veces, en primavera...
A veces, en primavera
Pablo Neruda
Tristeza, escarabajo de siete patas rotas, huevo de telaraña, rata descalabrada, esqueleto de perra: Aquí no entras. No pasa. Ándate. Vuelve al sur con tu paraguas, vuelve al norte con tus dientes de culebra. Aquí vive un poeta. La tristeza no puede entrar por estas puertas. Por las ventanas entra el aire del mundo, las rojas rosas nuevas, las banderas bordadas del pueblo y sus victoria. No puedes. Aquí no entras. Sacude tus alas de murciélago, yo pisaré las plumas que caen de tu mano, yo barreré los trozos de tu cadáver hacia las cuatro puntas del viento, yo te torceré el cuello, te coseré los ojos, cortaré tu mortaja y enterraré, tristeza, tus huesos roedores bajo la primavera de un manzano. Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos: quiero la luz y el trigo de tus manos amadas pasar una vez más sobre mí su frescura: sentir la suavidad que cambió mi destino. Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero, quiero que tus oídos sigan oyendo el viento, que huelas el aroma del mar que amamos juntos y que sigas pisando la arena que pisamos. Quiero que lo que amo siga vivo y a ti te amé y canté sobre todas las cosas, por eso sigue tú floreciendo, florida, para que alcances todo lo que mi amor te ordena, para que se pasee mi sombra por tu pelo, para que así conozcan la razón de mi canto.
Oda a la tristeza
amistad
A ti que siempre has estado ahí, aún en los peores momentos. Tú que siempre tienes la palabra precisa en el momento preciado. Eres quien comparte la mayoría de mis pensamientos. Por ti he conocido el verdadero sentido de lo que es la amistad y quiero agradecértelo. Es increíble pensar que son tan fuertes, aunque extraños, los lazos que nos unen. Y aunque no he visto tu rostro; ni hayas visto el mío, ambos sabemos que nos tenemos. No importa el momento, así sea de grandeza o debilidad, tú... eres mi amigo sin rostro pero con mucho corazón! Quien te quiere mucho, tu amigo sincero...
Mi cyber amigo
en español
Señor, me has dado un hijo y te pido la piedad me le concedas el don de ser un hombre de paz. Que nunca forme barreras para hacer la caridad y sea legal consigo mismo y que viva en hermandad. Y dale a su pensamiento luz para comprender y lo lleves por caminos iluminados de fe. Que nunca pueda la ira hasta sus manos llegar y le acompañe tu amor para librarlo del mal. Y que oiga en su conciencia la voz de su corazón. Y líbralo de la avaricia infamia, odio y traición. Concédele la providencia y que sea hombre cabal. Gracias, Señor, gracias Dios de inmensa bondad.
Plegaria al nacer un hijo
David Escobar Galindo
Yo no soy Pedro, Juan, ni Segismundo. Yo no soy pura sangre, ni mestizo, ni natural del valle o de la estepa. Mi pensamiento es un pequeño mundo. Un mundo de orfandad de pura cepa. Vine de no sé dónde, un día en que unas manos se estrecharon a medias. Y tú —poesía, viento— ni lo haces más atroz, ni lo remedias. Yo no soy Gran Collar, ni estoy triste, ni creo en la derrota. Admiro el rostro inmenso del océano, pero prefiero el brillo de una gota. Me gusta la verdad de los que esperan, y el amor hecho vida. Y creo en el retorno de los tiempos, en otra dimensión desconocida. Recuerdo vagamente algunos signos, algún destello de mitología, alguna forma gris de echar la suerte. Y no le tengo miedo a lo que venga: ni al ojo solapado de la vida, ni al párpado sincero de la muerte. o no soy la bandera, ni el perdón, ni el cayado. No soy el que descubre, ni el que salva o reclama ser salvado. Yo no soy Pedro, Juan, ni Segismundo. Yo soy un soplo de aire. Un sonido que pasa. El sonido fugaz de un milagro profundo. pues soy más que la carne misteriosa en que alguien —una vez— me trajo al mundo.
Yo no soy
Rubén Darío
Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo, botón de pensamiento que busca ser la rosa; se anuncia con un beso que en mis labios se posa el abrazo imposible de la Venus de Milo. Adornan verdes palmas el blanco peristilo; los astros me han predicho la visión de la Diosa; y en mi alma reposa la luz como reposa el ave de la luna sobre un lago tranquilo. Y no hallo sino la palabra que huye, la iniciación melódica que de la flauta fluye y la barca del sueño que en el espacio boga; y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente, el sollozo continuo del chorro de la fuente y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.
Yo persigo una forma...
Pablo Neruda
Cerca de cincuenta años caminando contigo, Poesía. Al principio me enredabas los pies y caía de bruces sobre la tierra oscura o enterraba los ojos en la charca para ver las estrellas. Más tarde te ceñiste a mí con los dos brazos de la amante y subiste en mi sangre como una enredadera. Luego te convertiste en copa. Hermoso fue ir derramándote sin consumirte, ir entregando tu agua inagotable, ir viendo que una gota caída sobre un corazón quemado y desde sus cenizas revivía. Pero no me bastó tampoco. Tanto anduve contigo que te perdí el respeto. Dejé de verte como náyade vaporosa te puse a trabajar de lavandera, a vender pan en las panaderías, a hilar con las sencillas tejedoras, a golpear hierros en la metalurgia. Y seguiste conmigo andando por el mundo, pero tú ya no eras la florida estatua de mi infancia. Hablabas ahora con voz férrea. Tus manos fueron duras como piedras. Tu corazón fue un abundante manantial de campanas, elaboraste pan a manos llenas, me ayudaste a no caer de bruces, me buscaste compañía, no una mujer, no un hombre, sino miles, millones. Juntos, Poesía, fuimos al combate, a la huelga, al desfile, a los puertos, a la mina, y me reí cuando saliste con la frente manchada de carbón o coronada de aserrrín fragante de los aserraderos. Y no dormíamos en los caminos. Nos esperaban grupos de obreros con camisas recién lavadas y banderas rojas. Y tú, Poesía, antes tan desdichadamente tímida, a la cabeza fuiste y todos se acostumbraron a tu vestidura de estrella cotidiana, porque aunque algún relámpago delató tu familia cumpliste tu tarea, tu paso entre los pasos de los hombres. Yo te pedí que fueras utilitaria y útil, como metal o harina, dispuesta a ser arado, herramienta, pan y vino, dispuesta, Poesía, a luchar cuerpo a cuerpo y a caer desangrándote. Y ahora, Poesía, gracias, esposa, hermana o madre o novia, gracias, ola marina, azahar y bandera, motor de música, largo pétalo de oro, campana submarina, granero inextinguible, gracias, tierra de cada uno de mis días, vapor celeste y sangre de mis años, porque me acompañaste desde la más enrarecida altura hasta la simple mesa de los pobres, porque pusiste en mi alma sabor ferruginoso y fuego frío, porque me levantaste hasta la altura insigne de los hombres comunes, Poesía, porque contigo mientras me fui gastando tú continuaste desarrollando tu frescura firme, tu ímpetu cristalino, como si el tiempo que poco a poco me convierte en tierra fuera a dejar corriendo eternamente las aguas de mi canto.
Oda a la poesía
Gutierre de Cetina
Entre armas, guerra, fuego, ira y furores, que al soberbio francés tienen opreso, cuando el aire es más turbio y más espeso, allí me aprieta el fiero ardor de amores. Miro el cielo, los árboles, las flores, y en ellos hallo mi dolor expreso, que en el tiempo más frío y más avieso nacen y reverdecen mis temores. Digo llorando: «¡Oh dulce primavera, cuándo será que a mi esperanza vea ver de prestar al alma algún sosiego!» Mas temo que mi fin mi suerte fiera tan lejos de mi bien quiere que sea, entre guerra y furor, ira, armas, fuego.
Entre armas, guerra, fuego, ira y furores
Corina Bruni
Niebla sin luz…, y luz entre la niebla, emergiendo en forma subrepticia; existencia que brota -como gema- del milagro que engendra una caricia. El seno fecundado pone a prueba la caricia, que en feto se perfila…, y se transmuta en lámpara votiva en el instante en que la hora llega!
Maternidad
Jordi Doce
La tranquila insistencia del agua en mi ventana es también, esta noche, la calma del lector, la intriga del que ha entrado en el secreto. Cartas a sus amigos: el arco de una vida y su diana invisible, inalcanzable; los pasos bailarines de la araña sobre la red que teje y es el tiempo; el debe y el haber de cada día en un libro de cómplices y amigos que acoge al visitante y no se cierra. Conocemos los años que estas cartas no predijeron: los libros enlazados, los disturbios del cuerpo y de la edad, la compañera muerta y el compañero muerto, los planes que planean su retraso y se llaman sosiego, deber, resignación. Los cartas no sabían el futuro pero su voz, tan plena, algo avistaba, segura de su rumbo y de su estela. Mi sonrisa no es tanto de alegría como un gesto cortés o de benevolencia... Un arte de la contención, quizá, entre el orgullo y la elegancia, o el sesgo con que dice lo que dice, el hálito tenaz de lo que calla, no abundan los oídos finos... El círculo de fuego de los íntimos era un modo de conversar a solas, de compartir su soliloquio estricto. Lo que resuena en estas páginas con un tenue chasquido de hojarasca –sus pasos al azar sobre la hierba– es la necesidad de la conciencia y la conciencia de lo necesario, el peso de los hechos que nos hacen y son historia y son fidelidad, no la ley excluyente de la sangre sino el tiempo del fruto y de la herencia, la cadena central de las generaciones. Leer es despertar a otra existencia. Yo regreso esta noche al invierno de Maine y sus flores de hielo en las ventanas, plana vegetación que alienta, prisionera, sobre la fina nieve del jardín, imagen del cristal de la memoria y su rigor indescifrable. Me guía el eco de un retrato, el pañuelo que envuelve un rostro inquisitivo y es un cetro de luz sobre la frente alzada. La pienso en su retiro, en su fluir discreto: un techo de rutinas, una isla de viento, soy hijo de la tierra y del cielo estrellado, la doble dependencia que fue su lema tácito y puso en equilibrio su vida y sus palabras... Cierro el libro y mis ojos; la tinta de la noche se disuelve y deja al retirarse un gesto, una silueta: es su sombra que teje nuevas frases, que palpa sus fetiches y sonríe con Buda.
Lectura de marguerite yourcenar
Rubén Darío
Phocás el campesino, hijo mío, que tienes en apenas escasos meses de vida, tantos dolores en tus ojos que esperan tantos llantos por el fatal pensar que revelan tus sienes... Tarda a venir a este dolor adonde vienes, a este mundo terrible en duelos y en espantos; duerme bajo los Ángeles, sueña bajo los Santos, que ya tendrás la Vida para que te envenenes... Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas, perdóname el fatal don de darte la vida que yo hubiera querido de azul y rosas frescas; pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida, y te he de ver, en medio del triunfo que merezcas renovando el fulgor de mi psique abolida.
A phocás, el campesino
Antonio Machado
Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! Medrosas tiritan tus hojas menguadas. Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte con tus naranjitas secas y arrugadas!. Pobre limonero de fruto amarillo cual pomo pulido de pálida cera, ¡qué pena mirarte, mísero arbolillo criado en mezquino tonel de madera! De los claros bosques de la Andalucía, ¿quién os trajo a esta castellana tierra que barren los vientos de la adusta sierra, hijos de los campos de la tierra mía? ¡Gloria de los huertos, árbol limonero, que enciendes los frutos de pálido oro, y alumbras del negro cipresal austero las quietas plegarias erguidas en coro; y fresco naranjo del patio querido, del campo risueño y el huerto soñado, siempre en mi recuerdo maduro o florido de frondas y aromas y frutos cargado!
A un naranjo y a un limonero
Manuel Acuña
A... Después de que el destino me ha hundido en las congojas del árbol que se muere crujiendo de dolor, truncando una por una las flores y las hojas que al beso de los cielos brotaron de mi amor. Después de que mis ramas se han roto bajo el peso de tanta y tanta nieve cayendo sin cesar, y que mi ardiente savia se ha helado con el beso que el ángel del invierno me dio al atravesar. Después... es necesario que tú tambien te alejes en pos de otras florestas y de otro cielo en pos; que te alces de tu nido, que te alces y me dejes sin escuchar mis ruegos y sin decirme adiós. Yo estaba solo y triste cuando la noche te hizo plegar las blancas alas para acogerte a mí, entonces mi ramaje doliente y enfermizo brotó sus flores todas tan solo para ti. En ellas te hice el nido risueño en que dormías de amor y de ventura temblando en su vaivén, y en él te hallaban siempre las noches y los días feliz con mi cariño y amándote también... ¡Ah! nunca en mis delirios creí que fuera eterno el sol de aquellas horas de encanto y frenesí; pero jamás tampoco que el soplo del invierno llegara entre tus cantos, y hallándote tú aquí... Es fuerza que te alejes... rompiéndome en astillas; ya siento entre mis ramas crujir el huracán, y heladas y temblando mis hojas amarillas se arrancan y vacilan y vuelan y se van... Adiós, paloma blanca que huyendo de la nieve te vas a otras regiones y dejas tu árbol fiel; mañana que termine mi vida oscura y breve ya solo tus recuerdos palpitarán sobre él. Es fuerza que te alejes del cántico y del nido tu sabes bien la historia paloma que te vas... El nido es el recuerdo y el cántico el olvido, el árbol es el siempre y el ave es el jamás. Adiós mientras que puedes oír bajo este cielo el último ¡ay! del himno cantado por los dos... Te vas y ya levantas el ímpetu y el vuelo, te vas y ya me dejas, ¡paloma, adiós, adiós!
Adiós
Bertolt Brecht
La cuerda cortada puede volver a anudarse, vuelve a aguantar, pero está cortada. Quizá volvamos a tropezar, pero allí donde me abandonaste no volverás a encontrarme.
La cuerda cortada
José Martí
Yo no lo quiero: Ni rey de bolsa Ni posaderos Tienen del vino Que yo deseo; Ni es de cristales De cristaleros La dulce copa En que lo bebo. Mas está ausente Mi despensero, Y de otro vino Yo nunca bebo.
Mi despensero