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Lope de Vega
Juanilla, por tus pies andan perdidos más poetas que bancos, aunque hay tantos, que tus paños lavando entre unos cantos oscureció su nieve a los tendidos. Virgilio no los tiene tan medidos, las musas hacen con la envidia espantos; que no hay picos de rosca en Todos Sa[n]tos como tus dedos blancos y bruñidos. Andar en puntos nunca lo recelas, que no llegan a cuatro tus pies bellos, ni por calzar penado te desvelas. Que es tanta la belleza que hay en ellos, que pueden ser zarcillos tus chinelas con higas de cristal pe[n]dientes dellos.
Hipérbole a los pies de su dama
José María Gabriel y Galán
Mujer de inteligencia peregrina y corazón sublime de cristiana, fue más divina cuanto más humana y más humana cuanto más divina. Hasta el impío ante tu fe se inclina y adora la grandeza soberana de la egregia doctora castellana, de la santa mujer y la heroína. ¡Oh mujer! Te dará la humana historia la gloria que por sabia merecieres; mas con el mundo acabará esa gloria, que por ser terrenal no es sempiterna. ¡Tú, Teresa de Ahumada, al cabo mueres! ¡Teresa de Jesús, tú eres eterna!
A teresa de jesús
Pedro Luis Menéndez
Hoy trece de octubre de este año azul en Sarajevo ha muerto un niño. Podría ser el hijo que no tengo o esa niña que mira y que no entiende y toma notas cuando explico a Manrique y luego, cuando al fin suena el timbre, mira con otros ojos la luz de un compañero que espera en el pasillo. En Sarajevo ha muerto un niño que podría ser aquél que en la voz profunda de la noche llama a su madre y tiembla contra el miedo y se protege cubriendo su cabeza con la almohada aguardando ese gesto necesario de una mano que aquiete la negrura. Podría ser aquél que sueña en este otoño con crecer como todos los demás de su equipo y que nadie se ría cuando sale a la cancha el último minuto sólo si van ganando, como un premio a su espera en el banquillo, pero nadie le pasa los balones aunque al llegar a casa vaya y diga a su padre: hoy jugué el segundo tiempo y ganamos por mucho. Podría ser el niño que en la calles de Arcos espera haciéndose unas risas a los guiris para sacarse los duros que nadie puede darle en su casa encalada y cuando vuelve su madre le da un beso y le dice: cada día te pareces más a tu padre, anda para dentro. También podría ser aquella niña que encontré hace ya muchos años, en el dulce verano del setenta nueve o del ochenta, en un bar de Melilla y que no mendigaba y sonreía y a la que su madre, seguro que su madre, le había puesto unos cordeles en lugar de pendientes para que no se le cerraran los agujeros de las orejas. O su hermano pequeño, el inválido que se arrastraba por el suelo y te tiraba del pantalón ofreciéndose a limpiarte los zapatos por la voluntad, y al que aquellos cabrones le daban un duro o despreciaban o simplemente pasaban de él porque parecía medio gitano o medio moro. Sólo yo sé la vergüenza que sentí ante sus ojos cuando le di cincuenta pesetas y creyó ver el cielo, y se humillaba y me daba las gracias en lugar de clavarme un cuchillo. Podría ser aquella otra niña que ensayaba su baile en las fiestas del colegio y se acercó a pedirme hablar por el micrófono y me preguntó quién era con los ojos más puros que yo he visto en mi vida. O la sombra de Angel que murió de leucemia. En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos podrán llorar. En su caja pequeña de madera el padre de su madre colocará su cuerpo con cuidado y rezará una oración sin atreverse a maldecir al cielo. Las vecinas abrazarán a la madre durante toda la noche con ese valor que sólo poseen las mujeres. Esta misma noche los corresponsales extranjeros tomarán sus copas como siempre en el bar del Holiday Inn y yo veré una película por televisión antes de dormir tranquilo. Pero, ¿qué estarán haciendo los generales? Hoy catorce de octubre de este año azul en Sarajevo ha muerto un niño. Podría ser el hijo que no tengo o ese niño grandote que se emborracha los viernes cuando se siente libre y grita por las calles y vomita la maldita ginebra de garrafa que algún desgraciado le vende como si fuera buena aunque sea un menor, y todavía se justifica diciendo que con los impuestos no puede mantener el bar ni contratar camareros fijos, cuando lo que de verdad le preocupa es cambiar de coche y que sus amigos vean que prospera. En Sarajevo ha muerto un niño que podría ser aquél al que nadie escucha, al que todos ponemos los suspensos y su padre le atiza cuando llegan las notas y él sólo sabe que no entiende la vida, y poco a poco sin saberlo en su corazón ya no queda ni el odio. Podría ser aquél que sueña en este otoño con que su hermano grande lo proteja en el patio y que nadie se meta con él que sólo quiere jugar con los mayores. Podría ser el niño que en las calles de Oporto me ofrecía botellas de Chivas a buen precio y relojes tan falsos como su voz de adulto que finge su misterio de comerciante hábil y que, al caer la tarde, volvía hacia su barrio andando por callejas inmundas y silbando una canción de negros que caminan por callejas inmundas y que ofrecen botellas a buen precio y relojes robados. También podría ser aquella niña que en un mes de septiembre caluroso, a la pura luz del mediodía en Granada, malvendía claveles tan resecos que en sus manos sucias no parecían flores, y sonreía imitando las gracias de su madre y sus ojos ya no eran de niña. O su hermano pequeño, el que observaba el negocio sentado al pie de la verja de aquel restaurante camino de la Alhambra, y daba palmas y corría para advertirme de un espacio en el parking y tendía la mano y me decía: no se preocupe, señor, yo se lo cuido. Sólo yo sé la vergüenza que sentí ante sus ojos cuando aquel madrileño que bajaba del Patrol con la rubia teñida con aires de marquesa le gritó desde el alma: niño, quita de ahí que te doy una hostia. Podría ser aquella otra niña que agitaba su manita dulce sin conocerme desde los hombros de su padre jugando a los saludos y ocultándose luego entre risas pequeñas con los ojos más limpios que yo he visto en mi vida. O la sombra de Victoria que murió de silencio. En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos guardarán en su memoria. La madre de su padre recordará a su hijo que se encuentra en el frente y rezará sin palabras maldiciendo a los cielos. Los vecinos beberán sin descanso durante toda la noche con ese dolor que sólo poseen los que tiemblan. Esta misma noche los soldados de las colinas cantarán como siempre y yo seguiré leyendo una novela antes de dormir tranquilo. Pero, ¿dónde estarán los generales? Hoy quince de octubre de este año azul en Sarajevo ha muerto un niño. Podría ser el hijo que no tengo o esa niña que espera en la Casa de Campo a que un hombre cualquiera se detenga ante ella, la mire con lascivia, la sopese, la huela y le diga que cuánto por un francés sin goma, y ella dude y se piense que mil duros son muchos por un riesgo pequeño y se suba con miedo y se pierda en la noche. En Sarajevo ha muerto un niño que podría ser aquél al que todos corean porque es tonto desde su nacimiento y no sabe escribir y apenas lee, y casi habla gangoso para colmo de tantas carcajadas que le caen encima cada vez que pisa las calles de su pueblo, y al que los de la última quinta dejaron en pelota y ataron a un árbol de la plaza hasta que, al alba, sus llantos despertaron a su madre que vive en una mala casa casi a más de dos leguas. Podría ser aquél que sueña en este otoño con la niña que ha visto en el quiosco del parque comprándose unas pipas con su corro de amigas y que mira a los grandes, y aunque él ni siquiera reconoce su nombre entre los nombres todos que se oyen a veces sabe ya que es la suya, la que aguarda en su sueño de las noches felices y se acerca y le besa y le dice: soy Carmen; no me dejes, Antonio. Podría ser el niño que en las calles de Cádiz me ofreció chocolate y me guiñaba cómplice enseñándome el costo en un papel de plata desgastado en su mano, y después de unas horas me contaba los cuentos de sus viajes en barca con su padre y su tío, y su madre en la playa y su abuela y sus primas descargando los fardos en las noches sin luna y ganándose el hambre. También podría ser aquella niña que encontré hace poco en un abril de lluvia y de nostalgia en una acera de Valença do Minho pidiéndome pesetas y no escudos: español, español, ¿tienes pesetas?, y sonreía con su vestido roto, descosido y escaso, empapada del agua que nos caía encima. O su hermano pequeño, refugiado en el quicio de una puerta, que esperaba y cogía la moneda y corría cruzando por el parque al pie de la muralla, y llegaba riendo y enseñaba a su padre sus manos y entre ambos contaban el salario del día. Sólo yo sé la vergüenza que sentí ante sus ojos cuando aquel guardia inútil se dirigió hacia ellos ante el dedo extendido de una turista infame y se quedaron quietos, y el pequeño lloraba. Podría ser aquella otra niña que esperaba en la fuente y que buscó mi ayuda para llegar al agua con los ojos más claros que yo he visto en mi vida. O la sombra de Luis que murió de otra muerte. En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos dedicarán un pensamiento. Sus hermanos aguardan en el cuarto del fondo a que todo se cumpla y alguien diga es la hora de bajarlo a la tierra. Sus primos y sus primas se abrazarán con rabia y jurarán venganza contra el mundo asesino. Mientras tanto, su imagen atraviesa satélites, se disuelve en el día común de nuestra vida, se desvanece solo frente a lo más urgente y en este mismo aire que sin él respiramos y en esta misma noche, contemplando la luna como en tantos octubres, los corresponsales extranjeros, los soldados de las colinas y yo tomaremos una copa antes de dormir tranquilos. Pero, ¿dónde se ocultan los generales? Hoy dieciséis de octubre de este año azul en Sarajevo ha muerto un niño. Podría ser el hijo que no tengo o ese niño que pasa por las calles riéndose de todo, insultando a los viejos, torciendo en un mal gesto su jeta endurecida que roba bicicletas y en cada noche larga recorre las ciudades a lomos de la prisa buscándose un mal rollo que lo lleve hasta el alba y lo ayude y le diga soy el amo de todo hasta de mis pies pequeños. En Sarajevo ha muerto un niño que podría ser aquél que ha visto más allá de la vida lo que no ha visto nadie y en cada noche larga ya ni reza siquiera porque su padre llegue y no pegue a su madre. Podría ser aquél que sueña en este otoño con buscarse la vida y ser mayor y hacerse una casa muy grande y tener muchos perros y millares de amigos y no perderse nada de lo que el mundo ofrece y en cada noche larga sentarse a contemplarlo. Podría ser el niño que en las calles de Londres me señaló a su madre tendida en los cartones de un portal de oficinas y me llevó después, por la acera de enfrente, de San Martín al río y sin volverse nunca ni siquiera lloraba, y en cada noche larga se me viene la imagen de esa mujer perdida entre aquellos cartones al pie del edificio señorial que ostentaba en un cartel pequeño su oferta de futuro: se vende por un millón de libras. También podría ser aquella niña que me encontré un verano distante ya en el tiempo por la playa de Biarritz recogiendo papeles, buscando entre los restos que los demás tiraban atenta a cada olvido y que tenía prisa por crecer y olvidarnos y perderse y huirse y vestirse con lujo y mirarnos de lejos. O su hermano pequeño, que parecía loco y chillaba imitando la voz de las gaviotas y sacaba la lengua y escupía en el suelo del paseo marítimo riéndose del aire. Sólo yo sé la vergüenza que sentí ante sus ojos cuando aquellos don nadie que bebían su cola sentados con su padre en una de las mesas de la terraza baja lo echaron a patadas. Podría ser aquella otra niña que jugaba en la calle a la cuerda y reía a mi paso con los ojos más ciertos que yo he visto en mi vida. O la sombra de Marcos que murió sin pulmones. En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos podrán llorar. Pero, ¿qué estarán haciendo los generales? Hoy diecisiete de octubre de este año azul en Sarajevo ha muerto un niño. Podría ser el hijo que no tengo o ese niño que llora en este instante en que tú lees y yo escribo, el niño desnutrido, el niño sin palabras, el que huyó de su casa o el que no tiene a nadie, el que no tiene raza ni nombre ni misterio ni siquiera una sombra para llegar a alto y decirnos que gime y que no nos perdona. En Sarajevo ha muerto un niño que podría ser aquél que ha bajado a la playa y juega con la arena y se acerca a la orilla, y respira agitado y se pierde en sus silencios de niño frente a la mar enorme. En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos guardarán en su memoria. Pero, ¿dónde estarán los generales? Podría ser aquél que sueña en este otoño con la vida más larga que un hombre haya soñado, y se para en la noche y en su cuarto de niño se sonríe y se crece. Podría ser el niño que en las calles del tiempo corría en el pasillo los miles de kilómetros del mundo, estaba una vez don gato sentadito en su tejado, el sillón de la reina, el gordo que se comió el huevo, el que lo encontró y el que fue por leña, el aserrín y el aserrán, la m con la a “ma”. En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos dedicarán un pensamiento. Pero, ¿dónde se ocultan los generales? También podría ser aquella niña que golpeaba los ríos de la oscuridad, procesiones en niebla brotando entre temblores a lo largo del muro y la banda de clarín y los soldados firmes y aquellos penitentes ocultos en toda su negrura amenazante. O su hermano pequeño, sentado en el pupitre, qué ansiedad cada día, la sucesión de vómitos al pie de tanta infancia maldita de silencios, el ruido de la vara brutalmente en el aire, rezad conmigo con los cuerpos dulcísimos de todas las mañanas heladoras, los niños mártires con la cara sin sol en la habitación sombría, la maldad original de los cuerpos dulcísimos, la sucesión de vómitos al pie de nuestra infancia. Sólo yo sé la vergüenza que sentí ante sus ojos. Podría ser aquella otra niña que corría en la calle de camino a su casa y se paró un momento para saber la hora con los ojos más libres que yo he visto en mi vida. O la sombra de Paula que murió del pasado. En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos podrán llorar. En su caja pequeña de madera el padre de su madre colocará su cuerpo con cuidado y rezará una oración sin atreverse a maldecir al cielo. La madre de su padre recordará a su hijo que se encuentra en el frente y rezará sin palabras maldiciendo a los cielos. Sus hermanos aguardarán en el cuarto del fondo a que todo se cumpla y alguien diga es la hora de bajarlo a la tierra. Pero, ¿qué estarán haciendo los generales? En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos guardarán en su memoria. Las vecinas abrazarán a la madre durante toda la noche con ese valor que sólo poseen las mujeres. Los vecinos beberán sin descanso durante toda la noche con ese dolor que sólo poseen los que tiemblan. Sus primos y sus primas se abrazarán con rabia y jurarán venganza contra el mundo asesino. Pero, ¿dónde estarán los generales? En Sarajevo ha muerto un niño al que pocos dedicarán un pensamiento. Mientras tanto, su imagen atraviesa satélites, llega a todos nosotros en este mismo aire que sin él respiramos y esta misma noche, al filo de su ausencia, los corresponsales extranjeros tomarán sus copas como siempre en el bar del Holiday Inn, los soldados de las colinas cantarán como siempre y yo veré una película por televisión y seguiré leyendo una novela y tomaré una copa preguntándome: ¿dónde se ocultan los generales?, ¿por qué no mueren nunca los generales?
Canto de los niños de sarajevo
Rubén Darío
Amo tu delicioso alejandrino como el de Hugo, espíritu de España; éste vale una copa de champaña como aquél vale «un vaso de bon vino». Mas a uno y otro pájaro divino la primitiva cárcel es extraña; el barrote maltrata, el grillo daña, que vuelo y libertad son su destino. Así procuro que en la luz resalte tu antiguo verso, cuyas alas doro y hago brillar con mi moderno esmalte; tiene la libertad con el decoro y vuelve, como al puño el gerifalte, trayendo del azul rimas de oro.
A maestre gonzalo de berceo
Marilina Rébora
Dos de la madrugada. En trémula zozobra; los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde; cuando la fuerza falta y la tristeza sobra, en soledad infinita para estar más acorde. De improviso resuena el son de un benteveo con tono tan alegre que regocija el alma, y es tal la donosura de su simple gorjeo que sonrío, infantil, renacida la calma. Y digo: Dios existe; es El quien me conversa como a niña medrosa perdida en la espesura, para que no me queje sintiéndome en olvido. La breve melodía, al viento se dispersa. Y me quedo pensando por tierna conjetura: ¿en qué rincón de cielo habrá colgado un nido?
Dios existe
Nicanor Parra
Señoras y señores Ésta es nuestra última palabra. —Nuestra primera y última palabra— Los poetas bajaron del Olimpo. Para nuestros mayores La poesía fue un objeto de lujo Pero para nosotros Es un artículo de primera necesidad: No podemos vivir sin poesía. A diferencia de nuestros mayores —Y esto lo digo con todo respeto— Nosotros sostenemos Que el poeta no es un alquimista El poeta es un hombre como todos Un albañil que construye su muro: Un constructor de puertas y ventanas. Nosotros conversamos En el lenguaje de todos los días No creemos en signos cabalísticos. Además una cosa: El poeta está ahí Para que el árbol no crezca torcido. Éste es nuestro mensaje. Nosotros denunciamos al poeta demiurgo Al poeta Barata Al poeta Ratón de Biblioteca. Todos estos señores —Y esto lo digo con mucho respeto— Deben ser procesados y juzgados Por construir castillos en el aire Por malgastar el espacio y el tiempo Redactando sonetos a la luna Por agrupar palabras al azar A la última moda de París. Para nosotros no: El pensamiento no nace en la boca Nace en el corazón del corazón. Nosotros repudiamos La poesía de gafas obscuras La poesía de capa y espada La poesía de sombrero alón. Propiciamos en cambio La poesía a ojo desnudo La poesía a pecho descubierto La poesía a cabeza desnuda. No creemos en ninfas ni tritones. La poesía tiene que ser esto: Una muchacha rodeada de espigas O no ser absolutamente nada. Ahora bien, en el plano político Ellos, nuestros abuelos inmediatos, ¡Nuestros buenos abuelos inmediatos! Se refractaron y se dispersaron Al pasar por el prisma de cristal. Unos pocos se hicieron comunistas. Yo no sé si lo fueron realmente. Supongamos que fueron comunistas, Lo que sé es una cosa: Que no fueron poetas populares, Fueron unos reverendos poetas burgueses. Hay que decir las cosas como son: Sólo uno que otro Supo llegar al corazón del pueblo. Cada vez que pudieron Se declararon de palabra y de hecho Contra la poesía dirigida Contra la poesía del presente Contra la poesía proletaria. Aceptemos que fueron comunistas Pero la poesía fue un desastre Surrealismo de segunda mano Decadentismo de tercera mano, Tablas viejas devueltas por el mar. Poesía adjetiva Poesía nasal y gutural Poesía arbitraria Poesía copiada de los libros Poesía basada En la revolución de la palabra En circunstancias de que debe fundarse En la revolución de las ideas. Poesía de círculo vicioso Para media docena de elegidos: «Libertad absoluta de expresión». Hoy nos hacemos cruces preguntando Para qué escribirían esas cosas ¿Para asustar al pequeño burgués? ¡Tiempo perdido miserablemente! El pequeño burgués no reacciona Sino cuando se trata del estómago. ¡Qué lo van a asustar con poesías! La situación es ésta: Mientras ellos estaban Por una poesía del crepúsculo Por una poesía de la noche Nosotros propugnamos La poesía del amanecer. Éste es nuestro mensaje, Los resplandores de la poesía Deben llegar a todos por igual La poesía alcanza para todos. Nada más, compañeros Nosotros condenamos —Y esto sí que lo digo con respeto— La poesía de pequeño dios La poesía de vaca sagrada La poesía de toro furioso. Contra la poesía de las nubes Nosotros oponemos La poesía de la tierra firme —Cabeza fría, corazón caliente Somos tierrafirmistas decididos— Contra la poesía de café La poesía de la naturaleza Contra la poesía de salón La poesía de la plaza pública La poesía de protesta social. Los poetas bajaron del Olimpo.
Manifiesto
Teresa Domingo Català
A veces cae el velo de la noche y nos muestra su faz incuestionable, sus pozos, su espiral, el latido último de un palpitar de fuegos pavorosos. A veces somos noche sin disfraz, cuerpo oscuro que clama el sacrificio, y es ella quien pronuncia nuestro nombre desleído en las gotas del lenguaje. A veces somos carne de penumbra, soliloquio enterrado por la nieve que afirma el devenir de los espectros a la senda más íntima del alma. A veces ella duerme en la sinuosa cavidad de un islote mercenario, y así se prostituye en pesadillas que muestran el temor a los herejes. A veces se despierta en la ventisca con un insomnio pleno de sentido, y está en su corazón el mandamiento que nos lleva a la más leve esperanza. Y siempre nos conduce por los lares curvos de sus espaldas pudorosas, y en su brea está el nido del saber que acontece mirándola a los ojos.
Los ojos de la noche
Ramón López Velarde
Amiga que te vas: quizá no te vea más. Ante la luz de tu alma y de tu tez fui tan maravillosamente casto cual si me embalsamara la vejez. Y no tuve otro arte que el de quererte para aconsejarte. Si soltera agonizas, irán a visitarte mis cenizas. Porque ha de llegar un ventarrón color de tinta, abriendo tu balcón. Déjalo que trastorne tus papeles, tus novenas, tus ropas, y que apague la santidad de tus lámparas fieles... No vayas, encogido el corazón, a cerrar tus vidrieras a la tinta que riega el ventarrón. Es que voy en la racha a filtrarme en tu paz, buena muchacha.
Si soltera agonizas
Porfirio Barba Jacob
El alma traigo ebria de aroma de rosales y del temblor extraño que dejan los caminos... A la luz de la luna las vacas maternales dirigen tras mi sombra sus ojos opalinos. Pasan con sencillez hacia la cumbre, rumiando simplemente las hierbas del vallado; o bien bajo los árboles con clara mansedumbre se aduermen al arrullo del aire sosegado. Y en la quietud augusta de la noche mirífica, como sutil caricia de trémulos pinceles, del cielo florecido la claridad magnífica fluye sobre la albura de sus lustrosas pieles. Y yo discurro en paz, y solamente pienso en la virtud sencilla que mi razón impetra; hasta que, en elación el ánimo suspenso, gozo la sencillez que viene y me penetra. Sencillez de las bestias sin culpa y sin resabio; sencillez de las aguas que apuran su corriente; sencillez de los árboles... ¡Todo sencillo y sabio, Señor, y todo justo, y sobrio, y reverente! Cruzando las campiñas, tiemblo bajo la gracia de esta bondad augusta que me llena... ¡Oh dulzura de mieles! ¡Oh grito de eficacia! ¡Oh manos que vertisteis en mi espíritu la sagrada emoción de la noche serena! Como el varón que sabe la voz de las mujeres en celo, temblorosas cuando al amor incitan, yo sé la plenitud en que todos los seres viven de su virtud, y nada solicitan. Para seguir viviendo la vida que me resta haced mi voluntad templada, y fuerte y noble, oh virginales cedros de lírica floresta, oh próvidas campiñas, oh generoso roble. Y haced mi corazón fuerte como vosotros del monte en la frecuencia. Oh dulces animales que, no sabiendo nada, bajo la carne sabéis la antigua ciencia de estar oyendo siempre la soledad sagrada.
El corazón rebosante
Ramón López Velarde
Esta novia del alma con quien soñé en un día fundar el paraíso de una casa risueña y echar, pescando amores, en el mar de la vida mis redes, a la usanza de la edad evangélica, es blanca como la hostia de la primera misa que en una azul mañana miró decir la tierra, luce negros los ojos, la túnica sombría y en un ungir las heridas las manos beneméritas. Dormir en paz se puede sobre sus castos senos de nieves, que beatos se hinchan como frutas en la heredad de Cristo, celeste jardinero; tiene propiedades hondas y los labios de azúcar y por su grave porte se asemeja al excelso retrato de la Virgen pintado por San Lucas.
Ella
César Vallejo
Melancolía, saca tu dulce pico ya; no cebes tus ayunos en mis trigos de luz. Melancolía, basta! Cuál beben tus puñales la sangre que extrajera mi sanguijuela azul! No acabes el maná de mujer que ha bajado; yo quiero que de él nazca mañana alguna cruz, mañana que no tenga yo a quién volver los ojos, cuando abra su gran O de burla el ataúd. Mi corazón es tiesto regado de amargura; hay otros viejos pájaros que pastan dentro de él... Melancolía, deja de secarme la vida, y desnuda tu labio de mujer...!
Avestruz
Gustavo Adolfo Bécquer
¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable, es altanera y vana y caprichosa; antes que el sentimiento de su alma, brotará el agua de la estéril roca. Sé que en su corazón, nido de sierpes, no hay una fibra que al amor responda; que es una estatua inanimada..., pero... ¡es tan hermosa!
Rima xxxix
José Asunción Silva
A M... En el dulce reposo de la tarde cuando al ponerse el sol en occidente su luz dorada, de la vida fuente, como una hoguera en los espacios arde, o de la noche en el silencio umbrío cuando la luna con fulgor de plata alumbra a trechos el sonante río y en sus límpidas ondas se retrata, entre las sombras de la vida hay horas en que la realidad que nos circuye a detener el ímpetu no alcanza de nuestra alma que a lo lejos huye y a la región de lo ideal se lanza... Y entonces cuando pienso en tus amores nuestras dos vidas deslizarse veo no cual la realidad que aja sus flores sino cual la ilusión de tu deseo. No por las conveniencias separados, soñando tú conmigo, yo en tus sueños, sino juntos los dos en los collados &nbps; de la Arcadia risueños; asidos por las manos a lo lejos buscando el fin de la campiña amena a los pálidos rayos de la luna. O del ardiente sol a los reflejos, dejando transcurrir una por una las no contadas horas venturosas que no mancha la sombra de una pena libando amor... y deshojando rosas... Del verdor y del musgo en lo sombrío ocultos en lo ignoto del boscaje radiante aún de gotas de rocío de virgen fuerza y de vigor salvaje; sentados a la orilla del torrente tú escuchando los ecos del follaje yo acariciando —trémula la mano— tus rizos al caer sobre tu frente... Otras veces trayendo a la memoria los fantasmas de un tiempo ya pasado junto con ellos cual sencilla historia los ideales de tu amor soñado. Y es entonces un gótico castillo de altivas torres de musgosas piedras en cuyo muro gris crecen las hiedras teatro de nuestro amor santificado. Y en reducida y perfumada estancia cuyos tapices abrillanta y dora el fuego de la antigua chimenea, juntos los dos oímos a distancia diciéndonos protestas de ternura la voz del agua que al perderse llora y el viento que en los árboles cimbrea entre el silencio de la noche oscura. O en frágil barca en plácida mañana de lago azul flotando en los cristales con la mirada errantes contemplamos el cielo, la ribera, los juncales, y las nieblas que inciertas, vaporosas, van a perderse en la región lejana como se pierda la esperanza humana o el postrimer aroma de las rosas. Mas cuando el alma en sus ensueños flota, la realidad asoma de improviso no más resuena la encantada nota... Brotan espinas do la rosa brota, y en crüel se torna el paraíso. Vuelvo a mirar... y pienso que nacimos para vivir por siempre separados, que no es una la senda que seguimos y que la lumbre que cercana vimos fue visión de tu amor y tus cuidados. Y al comparar la realidad penosa con los paisajes de ideal que miro en el fondo del alma lastimosa para tu dulce amor —niña piadosa— para tu dulce amor surge un suspiro.
Realidad
Rubén Darío
¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, que habría que llegar hasta ti, Cazador! Primitivo y moderno, sencillo y complicado, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. Y domando caballos, o asesinando tigres, eres un Alejandro-Nabucodonosor. (Eres un profesor de energía, como dicen los locos de hoy.) Crees que la vida es incendio, que el progreso es erupción; en donde pones la bala el porvenir pones. No. Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes. Si clamáis, se oye como el rugir del león. Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». (Apenas brilla, alzándose, el argentino sol y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; y alumbrando el camino de la fácil conquista, la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. Mas la América nuestra, que tenía poetas desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida, cuyo nombre nos llega resonando en Platón, que desde los remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc: «Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América que tiembla de huracanes y que vive de Amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
A roosevelt
Pablo Neruda
LIBRO hermoso, libro, mínimo bosque, hoja tras hoja, huele tu papel a elemento, eres matutino y nocturno, cereal, oceánico, en tus antiguas páginas cazadores de osos, fogatas cerca del Mississippi, canoas en las islas, más tarde caminos y caminos, revelaciones, pueblos insurgentes, Rimbaud como un herido pez sangriento palpitando en el lodo, y la hermosura de la fraternidad, piedra por piedra sube el castillo humano, dolores que entretejen la firmeza, acciones solidarias, libro oculto de bolsillo en bolsillo, lámpara clandestina, estrella roja. Nosotros los poetas caminantes exploramos el mundo, en cada puerta nos recibió la vida, participamos en la lucha terrestre. Cuál fue nuestra victoria? Un libro, un libro lleno de contactos humanos, de camisas, un libro sin soledad, con hombres y herramientas, un libro es la victoria. Vive y cae como todos los frutos, no sólo tiene luz, no sólo tiene sombra, se apaga, se deshoja, se pierde entre las calles, se desploma en la tierra. Libro de poesía de mañana, otra vez vuelve a tener nieve o musgo en tus páginas para que las pisadas o los ojos vayan grabando huellas: de nuevo descríbenos el mundo los manantiales entre la espesura, las altas arboledas, los planetas polares, y el hombre en los caminos, en los nuevos caminos, avanzando en la selva, en el agua, en el cielo, en la desnuda soledad marina, el hombre descubriendo los últimos secretos, el hombre regresando con un libro, el cazador de vuelta con un libro, el campesino arando con un libro.
Oda al libro (ii)
Alfredo Lavergne
Soy feliz Porque mi cuerpo busca su centro interior Porque cambian de voz y los reconozco Porque no soy de vuestras arengas Porque nací en la inexactitud Porque estorbo Entre las máquinas de este fin de siglo En esta década que lleva al crematorio Al Homo cum industria Oh presente Soy nada Soy nadie Polifemo Ulises Vengan a mí los navíos Que ya no se acusa por traicionar a la tierra.
Después de jauja
Delfina Acosta
Hay modos de marcharse de la vida: poco a poco se van de tu memoria los versos más hermosos de Rimbaud. Te ocurren dos fatalidades juntas: se te muere la rosa que al mirarla quisiste con suspenso de niño, con el amor de Dios, y se entierran, también, en el jardín, las hojas amarillas de tu alma. Para llenar las horas de la tarde vas y vienes del tiempo en que quedó el recuerdo de aquella boca tibia ayer besada. Hay modos de marcharse de la vida: poco a poco se van de tu memoria los versos más hermosos de Rimbaud.
Los modos de marcharse
Luciano Castañón
Ahora sí que eres Bola de Sebo, sí. Diez años que te conozco, y sin poseerte tres. «Ya no me acuesto con hombres; soy la dueña de la casa.» Bola de Sebo en la redondez espesa de tus brazos, en tu vientre sin línea y muelle, en tu torso macizo e inabarcable ; mas casi no Bola de Sebo en tus manuables pechos duros, en tus muslos de V suave. «Pero contigo es diferente; tú me caíste bien.» Y ojos boca manos cuerpo vuélcanse sin imágenes. La premonitoria lluvia de palabras huye, se hunde lejísimos porque aquí manda el sentir sobre la voz. Ahora sí que eres Bola de Sebo, sí. Maupassant, te presento a: Bola de Sebo bis.
Marinero de maupassant
Alfredo Lavergne
Pasan hombres que descriptan la historia De nuestra gente... Que la clasifican En magia inspirada del indígena En tradición condecoradora del conquistador En caudillos de las retiradas En portugueses encantados por la creación de una raza tropical En blancos que inventaron la carta blanca En negros que construyeron el aporte africano En Patriotiquement Correct que soñaron la mort de su francés Y en libertadores y tiranos que se estudian como elementos. Qué saben esos sedentarios Si no se equivocaron jamás De paraíso.
Brisa continental
Amado Nervo
¿Ves el sol, apagando su luz pura en las ondas del piélago ambarino? Así hundió sus fulgores mi ventura para no renacer en mi camino. Mira la luna: desgarrando el velo de las tinieblas, a brillar empieza. Así se levantó sobre mi cielo el astro funeral de la tristeza. ¿Ves el faro en la peña carcomida que el mar inquieto con su espuma alfombra? Así radia la fe sobre mi vida, solitaria, purísima, escondida: ¡como el rostro de un ángel en la sombra!
Perlas negras v
Gonzalo Rojas
Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté con una en Cádiz bellísima y no supe de mi horóscopo hasta mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir más y más oleaje; remando hacia atrás llegué casi exhausto a la duodécima centuria: todo era blanco, las aves, el océano, el amanecer era blanco. Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay pura, pensé, que no diga palabras del tamaño de esa complacencia. 50 dólares por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada. 50, o nada. Lloró convulsa contra el espejo, pintó encima con rouge y lágrimas un pez: —Pez, acuérdate del pez. Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el rito completo: primero puso en el aire un disco de Babilonia y le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre sin duda era un gramófono milenario por el esplendor de la música; palomas, de repente aparecieron palomas. Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la esculpían marmórea y sacra como cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas del puerto, o en Cartago donde fue bailarina con derecho a sábana a los quince; todo eso. Pero ahora, ay, hablando en prosa se entenderá que tanto espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi espinazo, y lascivo y seminal la violé en su éxtasis como si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la besé áspero, la lastimé y ella igual me besó en un exceso de pétalos, nos manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas Cádiz adentro en la noche ronca en un aceite de hombre y mujer que no está escrito en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la imaginación me alcanza. Quedeshím qudeshóth*, personaja, teóloga loca, bronce, aullido de bronce, ni Agustín de Hipona que también fue liviano y pecador en África hubiera hurtado por una noche el cuerpo a la diáfana fenicia. —Yo pecador me confieso a Dios.
Quedeshím quedeshóth
Julio Flórez Roa
De noche, bajo el cielo desolado, pienso en tu amor y pienso en tu abandono, y miro, en mi interior, deshecho el trono que te alcé como a un ídolo sagrado. Al ver mi porvenir despedazado por tu infidelidad, crece mi encono; mas, como sé que sufres, te perdono. ¡Oh!... ¡Tú, jamás me hubieras perdonado! Mis lágrimas, en trémulo derroche, ruedan al fin.. y al punto, en inaudito arranque, a Dios elevo mi reproche. Pero se pierde, entre el negror mi grito y sólo escucho, en medio de la noche, del silencio el monólogo infinito.
¿quién oye?
Vicente Gerbasi
Tu aldea en la colina redonda bajo el aire del trigo, frente al mar con pescadores en la aurora, levantaba torres y olivos plateados. Bajaban por el césped los almendros de la primavera, el labrador como un profeta joven, y la pequeña pastora con su rostro en medio de un pañuelo. Y subía la mujer del mar con una fresca cesta de sardinas. Era una pobreza alegre bajo el azul eterno, con los pequeños vendedores de cerezas en las plazoletas, con las doncellas en torno a las fuentes movidas rumorosamente por la brisa de los castaños, en la penumbra con chispas del herrero, entre las canciones del carpintero, entre los fuertes zapatos claveteados, y en las callejuelas de gastadas piedras, donde deambulan sombras del purgatorio. Tu aldea iba sola bajo la luz del día, con nogales antiguos de sombra taciturna, a orillas del cerezo, del olmo y de la higuera. En sus muros de piedra las horas detenían sus secretos reflejos vespertinos, y al alma se acercaban las flautas del poniente. Entre el sol y sus techos volaban las palomas. Entre el ser y el otoño pasaba la tristeza. Tu aldea estaba sola como en la luz de un cuento, con puentes, con gitanos y hogueras en las noches de silenciosa nieve. Desde el azul sereno llamaban las estrellas, y al fuego familiar, rodeado de leyendas, venían las navidades, con pan y miel y vino, con fuertes montañeses, cabreros, leñadores. Tu aldea se acercaba a los coros del cielo, y sus campanas iban hacia las soledades, donde gimen los pinos en el viento del hielo, y el tren silbaba en lontananza, hacia los túneles, hacia las llanuras con búfalos, hacia las ciudades olorosas a frutas, hacia los puertos, mientras el mar daba sus brillos lunares, más allá de las mandolinas, donde comienzan a perderse las aves migratorias. Y el mundo palpitaba en tu corazón. Tú venías de una colina de la Biblia, desde las ovejas, desde las vendimias, padre mío, padre de trigo, padre de la pobreza. Y de mi poesía.
Canto vii
Jorge Luis Borges
He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados. Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego. Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías. Me legaron valor. No fui valiente. No me abandona. Siempre está a mi lado La sombra de haber sido un desdichado.
El remordimiento
Ricardo Dávila Díaz Flores
Aurora, ¿qué sube por tu rostro hasta tus ojos? ¿Qué muerte blanda comienza a agitarse en ellos? ¿Por qué miras como un río? No dejes que sus ondas tiemblen. No dejes que las piedras lleguen hasta el agua. No dejes que las luces de sal sequen tu rostro. ¿Por qué sigues mirando como un río, aurora? No hagamos esto. No dejemos que tiemblen nuestros cuerpos a pesar de nosotros mismos. Después la vida es dura, y la llamarada de hielo arde. Adiós se dice sólo por costumbre. Adiós. Me llevaré tus alas, aurora, para poderte amar desde cualquier nube.
El adiós y sus piedras
Rubén Darío
Padre y maestro mágico, liróforo celeste que al instrumento olímpico y a la siringa agreste diste tu acento encantador; ¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste, ¡al son del sistro y del tambor! Que tu sepulcro cubra de flores Primavera, que se humedezca el áspero hocico de la fiera de amor si pasa por allí; que el fúnebre recinto visite Pan bicorne; que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne y de claveles de rubí. Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo, ahuyenten la negrura del pájaro protervo el dulce canto de cristal que Filomela vierta sobre tus tristes huesos, o la armonía dulce de risas y de besos de culto oculto y florestal. Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto, sino rocío, vino, miel: que el pámpano allí brote, las flores de Citeres, ¡y que se escuchen vagos suspiros de mujeres bajo un simbólico laurel! Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya, en amorosos días, como en Virgilio, ensaya, tu nombre ponga en la canción; y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche con ansias y temores entre las linfas luche, llena de miedo y de pasión. De noche, en la montaña, en la negra montaña de las Visiones, pase gigante sombra extraña, sombra de un Sátiro espectral; que ella al centauro adusto con su grandeza asuste; de una extrahumana flauta la melodía ajuste a la armonía sideral. Y huya el tropel equino por la montaña vasta; tu rostro de ultratumba bañe la Luna casta de compasiva y blanca luz; y el Sátiro contemple sobre un lejano monte una cruz que se eleve cubriendo el horizonte ¡y un resplandor sobre la cruz!
Responso a verlaine
Juan Ramón Jiménez
¡Qué tristeza este pasar el caudal de cada día (¡vueltas arriba y abajo!), por el puente de la noche (¡vueltas abajo y arriba!), al otro sol! ¡Quién supiera dejar el manto, contento, en las manos del pasado; no mirar más lo que fue; entrar de frente y gustoso, todo desnudo, en la libre alegría del presente!
La memoria
Carlos Edmundo de Ory
Solo en el mundo con mi media oreja y una cortada flor en el semblante bajo a la mina honda del diamante que no tiene raíz ni tiene reja. Mas como soy del odio tenue abeja manada de algún duende nigromante peinaré de mi espalda el monte amante y con heces de concha de la almeja. Mi paranoia de Iolao y Averno ¡hola pato de oro hola marea donde la mar merece su medusa! Y creo que de cebra tengo un cuerno y de llama una pata panacea que se gasta en mi alma y que se usa
Soneto paranoico
César Vallejo
Hoy no ha venido nadie a preguntar; ni me han pedido en esta tarde nada. No he visto ni una flor de cementerio en tan alegre procesión de luces. Perdóname, Señor: qué poco he muerto! En esta tarde todos, todos pasan sin preguntarme ni pedirme nada. Y no sé qué se olvidan y se queda mal en mis manos, como cosa ajena. He salido a la puerta, y me da ganas de gritar a todos: Si echan de menos algo, aquí se queda! Porque en todas las tardes de esta vida, yo no sé con qué puertas dan a un rostro, y algo ajeno se toma el alma mía. Hoy no ha venido nadie; y hoy he muerto qué poco en esta tarde!
Ágape
Octavio Paz
La tinta verde crea jardines, selvas, prados, follajes donde cantan las letras, palabras que son árboles, frases que son verdes constelaciones. Deja que mis palabras, oh blanca, desciendan y te cubran como una lluvia de hojas a un campo de nieve, como la yedra a la estatua, como la tinta a esta página. Brazos, cintura, cuello, senos, la frente pura como el mar, la nuca de bosque en otoño, los dientes que muerden una brizna de yerba. Tu cuerpo se constela de signos verdes como el cuerpo del árbol de renuevos. No te importe tanta pequeña cicatriz luminosa: mira al cielo y su verde tatuaje de estrellas.
Escrito con tinta verde
Javier Alvarado
II Cierto, no estarás desnuda por ruinas y hospitales, ni dejarás que se lleven al mar tus revelaciones en el espejo de tu carne, mortalmente edificada por arquitectos dantescos o por guerreros y ancianos egregios, que quemaron sus barbas y alzaron las naves para huir de su pueblo y dar saltos de eclosión o de miserableza, tanto fuego reunido sirvió para consumar un cadáver, es decir un cuerpo, una sangre una noche o un aullido no fue suficiente, para tanta moral escrita, para tanto orgasmo petrificado en los esqueletos de la ciudad, que aún se alzan como dentelladas, como saxofones viejos, actos de fe, pianos rotos, poemas inválidos y ciegos que murmuran frases delante de los semáforos. He llorado por cada clavo que crucifica la generación, la violación de la rosa, los párpados de Cristo y las imágenes obscenas de los figurines, el hambriento alucinado, la tez del vidrio y las canciones semienterradas. He llorado aquí, junto a ti he llorado grandes desiertos, sabanas, montañas, colinas, volcanes, penínsulas, cabos, golfos, cayos, islas, océanos, mares vivos o muertos, cantidades de accidentes geográficos no fueron los tantos para mi llanto accidental de tierra! Diríase mi llanto poético, mi llanto prosaico, cuando lo habla con su lengua muerta el tesalonicense, o con los dialectos ocultos de las cerámicas que recibirán mis huesos, la estrella colocada, tú, la constelación que ofrezcas, el rebaño limpio de las probetas de luz, el racimo de meteoros que colocarás cada año en aniversario de mi nacimiento o en el aborto de mi muerte. Tanta sangre fue necesaria para que colocaras tus ríos en las tierras y dejaras fecundar tus ovarios con la lluvia de polen y de otros insectos incendiarios que plantaron un bosque y se dejaron llevar por los sonidos y las onomatopeyas de la creación, tanto nombre pusiste a las cosas creadas y te faltó nombrar a los males que saldrían de tu centro-mundo, de tu centro-alma, de tu centro-carne.
Por ti no pasa nunca el tiempo
Luis Cernuda
Los marineros son las alas del amor, son los espejos del amor, el mar les acompaña, y sus ojos son rubios lo mismo que el amor rubio es también, igual que son sus ojos. La alegría vivaz que vierten en las venas rubia es también, idéntica a la piel que asoman; no les dejéis marchar porque sonríen como la libertad sonríe, luz cegadora erguida sobre el mar. Si un marinero es mar, rubio mar amoroso cuya presencia es cántico, no quiero la ciudad hecha de sueños grises; quiero sólo ir al mar donde me anegue, barca sin norte, cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.
Los marineros son las alas del amor
Odette Alonso
Vender el alma al Diablo o vender el alma a Dios. Vender el alma y que ella llegue alguna tarde a ponerme su almíbar en los labios a dejarme danzar descalza en esta alfombra. Su almíbar o su furia sobre mis tristes huesos que esperan por la muerte o la felicidad. Vender el alma el cuerpo y que ella diga sí que me ponga en los labios el pedazo de dolor que tenga vivo toda su indecisión o su perfume. Margarita esta tarde con su frío mosaico Margarita y mis manos tanteándole la furia y los almíbares Margarita y el miedo de que dijera no.
Margarita o la idea de la felicidad
Rafael Alberti
Vino el que yo quería el que yo llamaba. No aquel que barre cielos sin defensas. luceros sin cabañas, lunas sin patria, nieves. Nieves de esas caídas de una mano, un nombre, un sueño, una frente. No aquel que a sus cabellos ató la muerte. El que yo quería. Sin arañar los aires, sin herir hojas ni mover cristales. Aquel que a sus cabellos ató el silencio. Para sin lastimarme, cavar una ribera de luz dulce en mi pecho y hacerme el alma navegable.
El ángel bueno
Juan Liscano
Como la ola pero no como la mar inacabable como la ola solamente que nace y se derrumba como la ola que muere de su propio impulso que se expande rugiente y se estrella espumea destella hasta abolirse en la ribera o regresar a su origen como la ola que es un temblor del tiempo tú y yo sobre la playa frente a las olas en el tiempo que nos destruye y nos repite. Más tarde después cuando no estemos ¿verán otros ojo este mismo movimiento con los ojos de quienes lo contemplamos ahora? ¿podremos asomarnos a aquella mirada? ¿tendrá la nostalgia en otros labios sabor a salitre como ahora la tiene en tus labios? ¿Despedirán las aguas descendentes este profundo macerado olor sulfuroso levemente carnal y carnívoro que evoca despojos de líquenes de algas de mariscos? si así fuese: ¿los sabrán nuestros polvos lo sabrá nuestra muerte? Desde lo profundo del otoño marino te invito a subir hacia el día futuro clarísimo en que alguna pareja enlazada semejante a la nuestra al contemplar las olas que rompen destellan espumean se abolen pensará en la muerte uniforme general pensará en la suya y en quienes más tarde podrán perpetuar la mirada con que se aman ahora la mirada con que también ven moverse las olas en el tiempo sien duración que las repite y las destruye. Acaso sientan ellos entonces vivir su eternidad. Acaso la sentirán como si fuera el firmamente acaso empiecen a ascender hacia su nebulosa como las aguas vivas del mar en tiempos de equinoccio.
Marea viva
Pablo Neruda
(Sephanoides II) EL COLIBRí de siete luces, el picaflor de siete flores, busca un dedal donde vivir: son desgraciados sus amores sin una casa donde ir lejos del mundo y de las flores. Es ilegal su amor, señor, vuelva otro día y a otra hora: debe casarse el picaflor para vivir con picaflora: yo no le alquilo este dedal para este tráfico ilegal. El picaflor se fue por fin con sus amores al jardín y allí llegó un gato feroz a devorarlos a los dos: el picaflor de siete flores, la picaflora de colores: se los comió el gato infernal pero su muerte fue legal.
Picaflor (ii)
Julia de Burgos
¡Y si dijeran que soy como devastado crepúsculo donde ya las tristezas se durmieron! Sencillo espejo donde recojo el mundo. Donde enternezco soledades con mi mano feliz. Han llegado mis puertos idos tras de los barcos como queriendo huir de su nostalgia. Han vuelto a mi destello las lunas apagadas que dejé con mi nombre vociferando duelos hasta que fueran mías todas las sombras mudas. Han vuelto mis pupilas amarradas al sol de su amor alba. ¡Oh amor entretenido en astros y palomas, cómo el rocío feliz cruzas mi alma! ¡Feliz! ¡Feliz! ¡Feliz! Agigantada en cósmicas gravitaciones ágiles, sin reflexión ni nada...
Poema perdido en pocos versos
Pablo Neruda
YO fui cantando errante, entre las uvas de Europa y bajo el viento, bajo el viento en el Asia. Lo mejor de las vidas y la vida, la dulzura terrestre, la paz pura, fui recogiendo, errante, recogiendo. Lo mejor de una tierra y otra tierra yo levanté en mi boca con mi canto: la libertad del viento, la paz entre las uvas. Parecían los hombres enemigos, pero la misma noche los cubría y era una sola claridad la que los despertaba: la claridad del mundo. Yo entré en las casas cuando comían en la mesa, venían de las fábricas, reían o lloraban. Todos eran iguales. Todos tenían ojos hacia la luz, buscaban los caminos. Todos tenían boca, cantaban hacia la primavera. Todos. Por eso yo busqué entre las uvas y el viento lo mejor de los hombres. Ahora tenéis que oírme.
Tenéis que oírme
Federico García Lorca
La primera vez no te conocí. La segunda, sí. Dime si el aire te lo dice. Mañanita fría yo me puse triste, y luego me entraron ganas de reírme. No te conocía. Sí me conociste. No me conociste. Ahora entre los dos se alarga impasible, un mes, como un biombo de días grises. La primera vez no te conocí. La segunda, sí.
En el instituto y en la universidad
Claribel Alegría
Ven conmigo subamos al volcán para llegar al cráter hay que romper la niebla allí adentro en el cráter burbujea la historia: Atlacatl Alvarado Morazán y Martí y todo ese gran pueblo que hoy apuesta. Desciende por las nubes hacia el juego de verdes que cintila: los amantes la ceiba el cafetal mira los zopilotes esperando el festín. «Yo estuve mucho rato en el chorro del río.» explica la mujer «un niño de cinco años me pedía salir. Cuando llegó el ejército haciendo la barbarie nosotros tratamos de arrancar. Fue el catorce de mayo cuando empezamos a correr. Tres hijos me mataron en la huida al hombre mío se lo llevaron amarrado.» Por ellos llora la mujer llora en silencio con su hijo menor entre los brazos. «Cuando llegaron los soldados yo me hacía la muerta tenía miedo que mi cipote empezara a llorar y lo mataran.» Consuela en susurros a su niño lo arrulla con su llanto arranca hojas de un árbol y le dice: «mira hacia el sol por esta hoja» y el niño sonríe y ella se cubre el rostro de hojas para que él no llore para que vea el mundo a través de las hojas y no llore mientras pasan los guardias rastreando. Cayó herida entre dos peñas junto al río Sumpul allí quedó botada con el niño que quiere salir del agua y con el suyo. Las hormigas le suben por las piernas se tapa las piernas con más hojas y su niño sonríe y el otro callado la contempla ha visto a los guardias y no se atreve a hablar a preguntar. La mujer junto al río esperaba la muerte no la vieron los guardias y pasaron de largo los niños no lloraron fue la Virgen del Carmen se repite en silencio un zopilote arriba hace círculos lentos lo mira la mujer y lo miran los niños el zopilote baja y no los ve es la Virgen del Carmen repite la mujer el zopilote vuela frente a ellos con su carga de cohetes y los niños lo miran y sonríen da dos vueltas y empieza a subir me ha salvado la Virgen exclama la mujer y se cubre la herida con más hojas se ha vuelto transparente se confunde su cuerpo con la tierra y las hojas es la tierra es el agua es el planeta la madre tierra húmeda rezumando ternura la madre tierra herida mira esa grieta honda que se le abre la herida está sangrando lanza lava el volcán una lava rabiosa amasada con sangre se ha convertido en lava nuestra historia en pueblo incandescente que se confunde con la tierra en guerrilleros invisibles que bajan en cascadas transparentes los guardias no los ven ni los ven los pilotos que calculan los muertos ni el estratega yanqui que confía en sus zopilotes artillados ni los cinco cadáveres de lentes ahumados que gobiernan. Son ciegos a la lava al pueblo incandescente a los guerrilleros disfrazados de ancianos centinelas y de niños correo de responsables de tugurios de seguridad de curas conductores de cuadros clandestinos de pordioseros sucios sentados en las gradas de la iglesia que vigilan la guardia. La mujer de Sumpul está allí con sus niños uno duerme en sus brazos y el otro camina. Cuénteme lo que vio le dice el periodista. «Yo estuve mucho rato en el chorro del río.»
Ven conmigo
Juan Ramón Jiménez
Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo, que, a veces, voy a ver, y que, a veces olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera.
Yo no soy yo
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Pero olvidé que tus manos satisfacían las raíces, regando rosas enmarañadas, hasta que florecieron tus huellas digitales en la plenaria paz de la naturaleza. El azadón y el agua como animales tuyos te acompañan, mordiendo y lamiendo la tierra, y es así cómo, trabajando, desprendes fecundidad, fogosa frescura de claveles. Amor y honor de abejas pido para tus manos que en la tierra confunden su estirpe transparente, y hasta en mi corazón abren su agricultura, de tal modo que soy como piedra quemada que de pronto, contigo, canta, porque recibe el agua de los bosques por tu voz conducida.
Cien sonetos de amor
Infantiles
Poderoso caballero es don Dinero. Madre, yo al oro me humillo; él es mi amante y mi amado, pues, de puro enamorado, de contino anda amarillo: que, pues, doblón o sencillo, hace todo cuanto quiero, Poderoso caballero es don Dinero. Nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaña; viene a morir en España y es en Génova enterrado. Y pues quien le trae al lado es hermoso, aunque sea fiero, Poderoso caballero es don Dinero. Es galán y es como un oro, tiene quebrado el color, persona de gran valor, tan cristiano como moro; pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, Poderoso caballero es don Dinero. Son sus padres principales y es de noble descendiente, porque en la venas de Oriente todas las sangres son reales; y pues es quien hace iguales al duque y al ganadero, Poderoso caballero es don Dinero. Mas, ¿a quién no maravilla ver su gloria sin tasa que es lo menos de su casa doña Blanca de Castilla? Pero pues da al baxo silla y al cobarde hace guerrero, Poderoso caballero es don Dinero. Sus escudos de armas nobles son siempre tan principales, que sin sus escudos reales no hay escudos de armas dobles; y pues a los mismo robles da codicia su minero, Poderoso caballero es don Dinero. Por importar en los tratos y dar tan buenos consejos, en las casas de los viejos gatos le guardan de gatos. Y pues él rompe recatos y ablanda al juez más severo, Poderoso caballero es don Dinero. Y es tanta su majestad (aunque son sus duelos hartos), que con haberle hecho cuartos no pierde su autoridad: pero pues da calidad al noble y al pordiosero, Poderoso caballero es don Dinero. Nunca vi damas ingratas a su gusto y afición, que a las caras de un doblón hacen sus caras baratas. Y pues las hace bravatas desde una bolsa de cuero, Poderoso caballero es don Dinero. Más valen en cualquier tierra, (mirad si es harto sagaz), sus escudos en la paz, que rodelas en la guerra. Y pues al pobre lo entierra y hace propio al forastero, Poderoso caballero es don Dinero.
Poderoso caballero
Felipe Benítez Reyes
Bien sabes que estos años pasarán, que todo acabará en literatura: la imagen de las noches, la leyenda de la triunfante juventud y las ciudades vividas como cuerpos. Que estos años pasarán ya lo sabes, pues son tuyos como una posesión de nieve y niebla, como es del mar la bruma o es del aire el color de la tarde fugitivo: pertenencias de nadie y de la nada surgidas, que hacia la nada van: ni el mismo mar, ni el aire, ni esa bruma, ni un crepúsculo igual verán tus ojos. Un dibujo en el agua es la memoria, y en sus ondas se expresa el cadáver del tiempo. Tú harás ese dibujo. Y de repente tendrás la sombra muerta del tiempo junto a ti.
El dibujo en el agua
María Cristina Azcona
Verdinegras, las aguas estancadas Quietas están como un espejo oscuro. Súrcalas blanco cisne sin apuro. Suave, en silencio, las alas plegadas. Margaritas, al verlo alborotadas Lo saludan detrás de verde muro Dejándose caer abandonadas Al embrujo del blancor tan puro. De pronto al cisne espanta cruel sonido Dejando a sus amigas sin amado. Huye, blanco de miedo, estremecido. Así el hombre deja al mundo devastado Y yo doy testimonio consabido Del horror de éste, su mortal reinado.
Las margaritas y el cisne
Luis Palés Matos
¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo donde mi pobre gente se morirá de nada! Aquel viejo notario que se pasa los días en su mínima y lenta preocupación de rata; este alcalde adiposo de grande abdomen vacuo chapoteando en su vida tal como en una salsa; aquel comercio lento, igual, de hace diez siglos; estas cabras que triscan el resol de la plaza; algún mendigo, algún caballo que atraviesa tiñoso, gris y flaco, por estas calles anchas; la fría y atrofiante modorra del domingo jugando en los casinos con billar y barajas; todo, todo el rebaño tedioso de estas vidas en este pueblo viejo donde no ocurre nada, todo esto se muere, se cae, se desmorona, a fuerza de ser cómodo y de estar a sus anchas. ¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo! Sobre estas almas simples, desata algún canalla que contra el agua muerta de sus vidas arroje la piedra redentora de una insólita hazaña... Algún ladrón que asalte ese banco en la noche, algún Don Juan que viole esa doncella casta, algún tahur de oficio que se meta en el pueblo y revuelva estas gentes honorables y mansas. ¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo donde mi pobre gente se morirá de nada!
Pueblo
Bertolt Brecht
Tus penas eran mis penas, las mías, tuyas. Si no estabas tú contenta, yo no lo estaba.
Como era ii
Pablo Neruda
Con mi razón apenas, con mis dedos, con lentas aguas lentas inundadas, caigo al imperio de los nomeolvides, a una tenaz atmósfera de luto, a una olvidada sala decaída, a un racimo de tréboles amargos. Caigo en la sombra, en medio de destruidas cosas, y miro arañas, y apaciento bosques de secretas maderas inconclusas, y ando entre húmedas fibras arrancadas al vivo ser de substancia y silencio. Dulce materia, oh rosa de alas secas, en mi hundimiento tus pétalos subo con pies pesados de roja fatiga, y en tu catedral dura me arrodillo golpeándome los labios con un ángel. Es que soy yo ante tu color de mundo, ante tus pálidas espadas muertas, ante tus corazones reunidos, ante tu silenciosa multitud. Soy yo ante tu ola de olores muriendo, envueltos en otoño y resistencia: soy yo emprendiendo un viaje funerario entre tus cicatrices amarillas: soy yo con mis lamentos sin origen, sin alimentos, desvelado, solo, entrando oscurecidos corredores, llegando a tu materia misteriosa. Veo moverse tus corrientes secas, veo crecer manos interrumpidas, oigo tus vegetales oceánicos crujir de noche y furia sacudidos, y siento morir hojas hacia adentro, incorporando materiales verdes a tu inmovilidad desamparada. Poros, vetas, círculos de dulzura, peso, temperatura silenciosa, flechas pegadas a tu alma caída, seres dormidos en tu boca espesa, polvo de dulce pulpa consumida, ceniza llena de apagadas almas, venid a mi, a mi sueño sin medida, caed en mi alcoba en que la noche cae y cae sin cesar como agua rota, y a vuestra vida, a vuestra muerte asidme, a vuestros materiales sometidos, a vuestras muertas palomas neutrales, y hagamos fuego, y silencio, y sonido, y ardamos, y callemos, y campanas.
Entrada a la madera
Garcilaso de la Vega
Mi lengua va por do el dolor la guía; ya yo con mi dolor sin guía camino; entrambos hemos de ir, con puro tino; cada uno a parar do no querría; yo, porque voy sin otra compañía, sino la que me hace el desatino, ella, porque la lleve aquel que vino a hacerla decir más que querría. Y es para mí la ley tan desigual, que aunque inocencia siempre en mí conoce, siempre yo pago el yerro ajeno y mío. ¿Qué culpa tengo yo del desvarío de mi lengua, si estoy en tanto mal, que el sufrimiento ya me desconoce?
Soneto xxxii
Gustavo Adolfo Bécquer
Voy contra mi interés al confesarlo; no obstante, amada mía, pienso, cual tú, que una oda sólo es buena de un billete del Banco al dorso escrita. No faltará algún necio que al oírlo se haga cruces y diga: ?Mujer al fin del siglo diecinueve, material y prosaica... ¡Boberías! Voces que hacen correr cuatro poetas que en invierno se embozan con la lira; ¡Ladridos de los perros a la luna! Tú sabes y yo sé que en esta vida con genio es muy contado el que la escribe, y con oro cualquiera hace poesía.
Rima xxvi
José Gorostiza
Esa palabra que jamás asoma a tu idioma cantado de preguntas, esa, desfalleciente, que se hiela en el aire de tu voz, sí, como una respiración de flautas contra un aire de vidrio evaporada, ¡mírala, ay, tócala! ¡mírala ahora! en esta exangüe bruma de magnolias, en esta nimia floración de vaho que —ensombrecido en luz el ojo agónico y a funestos pestillos anclado el tenue ruido de las alas— guarda un ángel de sueño en la ventana. ¡Qué muros de cristal, amor, qué muros! Ay ¿para qué silencios de agua? Esa palabra, sí, esa palabra que se coagula en la garganta como un grito de ámbar ¡Mírala, ay, tócala! ¡mírala ahora! Mira que, noche a noche, decantada en el filtro de un áspero silencio, quedóse a tanto enmudecer desnuda, hiriente e inequívoca —así en la entraña de un reloj la muerte, así la claridad en una cifra— para gestar este lenguaje nuestro, inaudible, que se abre al tacto insomne en la arena, en el pájaro, en la nube, cuando negro de oráculos retruena el panorama de la profecía. ¿Quién, si ella no, pudo fraguar este universo insigne que nace como un héroe en tu boca? ¡Mírala, ay, tócala, mírala ahora, incendiada en un eco de nenúfares! ¿No aquí su angustia asume la inocencia de una hueca retórica de lianas? Aquí, entre líquenes de orfebrería que arrancan de minúsculos canales ¿no echó a tañer al aire sus cándidas mariposas de escarcha? Qué, en lugar de esa fe que la consume hasta la transparencia del destino ¿no aquí —escapada al dardo tenaz de la estatura— se remonta insensata una palmera para estallar en su ficción de cielo, maestra en fuegos no, mas en puros deleites de artificio? Esa palabra, sí, esa palabra, esa, desfalleciente, que se ahoga en el humo de una sombra, esa que gira —como un soplo— cauta sobre bisagras de secreta lama, esa en que el aura de la voz se astilla, desalentada, como si rebotara en una bella úlcera de plata, esa que baña sus vocales ácidas en la espuma de las palomas sacrificadas, esa que se congela hasta la fiebre cuando no, ensimismada, se calcina en la brusca intemperie de una lágrima, ¡mírala, ay, tócala! ¡mírala ahora! ¡mírala, ausente toda de palabra, sin voz, sin eco, sin idioma, exacta, mírala cómo traza en muros de cristal amores de agua!
Preludio
Antonio Colinas
Que este celeste pan del firmamento me alimente hasta el último suspiro. Que estos campos tan fieros y tan puros me sean buenos, cada día más buenos. Que si en tiempo de estío se me encienden las manos con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno los sienta como escarcha en mi tejado. Que cuando me parezca que he caído, porque me han derribado, sólo esté arrodillándome en mi centro. Que si alguien me golpea muy fuerte sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo de la fuente serena. Que si la vida es un acabar, cual veleta, chirriando en lo más alto, allá arriba me calme para siempre, se disuelva mi hierro en el azul. Que si alguien, de repente, vino para arrancarme cuanto sembré y planté llorando por las nubes, me torne en nube yo, me torne en planta, que sean aún semillas mis dos ojos en los ojos sin lágrimas del perro. Que si hay enfermedad sirva para curarme, sea sólo el inicio de mi renacimiento. Que si beso y parece que el labio sabe a muerte, amor venza a la muerte en ese beso. Que si rindo mi mente y detengo mis pasos, que si cierro la boca para decirte todo, y dejo de rozar tu carne ya sembrada, que si cierro los ojos y venzo sin luchar (victoria en la que nada soy ni obtengo), te tenga a ti, silencio de la cumbre, o a ese sol abatido que es la nieve, donde la nada es todo. Que respirar en paz la música no oída sea mi último deseo, pues sabed que, para quien respira en paz, ya todo el mundo está dentro de él y en él respira. Que si insiste la muerte, que si avanza la edad, y todo y todos a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa, me venza el mundo al fin en esa luz que restalla. Y su fuego me vaya deshaciendo como llama de vela: con dulzura, despacio, muy despacio, como giran arriba extasiados los planetas.
Letanía del ciego que ve
Luis de Góngora
No destrozada nave en roca dura Tocó la playa más arrepentida, Ni pajarilla de la red tendida Voló más temeroso a la espesura; Bella ninfa la planta mal segura No tan alborotada ni afligida Hurtó de verde prado, que escondida Víbora regalaba en su verdura, Como yo, Amor, la condición airada, Las rubias trenzas y la vista bella Huyendo voy, con pie ya desatado, De mi enemiga en vano celebrada. Adiós, ninfa crüel; quedaos con ella, Dura roca, red de oro, alegre prado.
No destrozada nave en roca dura
Blanca Andreu
Dame la noche que no intercede, la noche migratoria con cifras de cigüeña, con la grulla celeste y su alamar guerrero, palafrén de la ola oscuridad. Dame tu parentesco con una sombra de oro, dame el mármol y su perfil leve y ciervo, como de estrofa antigua. Dame mis manos degolladas por la noche que no intercede, palafrén de las más altas mareas, mis manos degolladas entre los altos cepos y las llamas lunares, mis manos migratorias por el cielo de agosto. Dame mis manos degolladas por el antiguo oficio de la infancia, mis manos que sajaron el cuello de la noche, el destello del sueño con metáforas verdes, el vino blasonado que se quedó dormido. Amor de los incendios y de la perfección, amor entre la gracia y el crimen, como medio cristal y media viña blanca, como vena furtiva de paloma: sangre de ciervo antiguo que perfume las cerraduras de la muerte.
Dame la noche que no intercede
Ismael Enrique Arciniegas
Al través de las brumas y la nieve, En el rostro el dolor, la vista inquieta, El pie cansado vacilante mueve... Allá va, ¿no lo veis? ¡Pobre poeta! Sobre el herido corazón coloca La lira meliodosa, y macilento, Sentado al pie de la desnuda roca, Así prorrumpe en desmayado acento: «Ved las hojas marchitas, ved el ave, Envueltas van en raudo torbellino... ¿A dónde van? ¿A dónde voy? ¡Quién sabe! ¡Yo también soy como ellas peregrino! »Huyendo voy del tráfago mundano Con el rostro en las manos escondido. Mudable y débil corazón humano, ¡Hasta dónde, hasta dónde has descendido! »Ya a Dios los necios hombres escarnecen Y alzan al dios del interés loores. ¡Sus almas sin amor ni fe parecen Nidos sin aves, fuentes sin rumores! »Jamás la ola aunque con furia luche Conmoverá las rocas; ¡e imposible Que el triste grito del alción se escuche De la tormenta entre el fragor terrible! »La Poesía morirá en la lucha, El destino cruel sus horas cuenta; ¡Poetas! vuestros cantos nadie escucha, ¡Sois el alción de la social tormenta! »Yo vi en mis sueños de poeta un día De laurel en mi lira una corona; Hoy triste siento que en la frente mía Un gajo de ciprés se desmorona. »Yo quise alzar el vuelo a las ignotas Fuentes de eterna luz, ¡al infinito! Y hoy en el mundo, con las alas rotas, Cual ave sola en su prisión me agito. »Como una clara estrella vi en mi anhelo Sonreír en mi cielo la esperanza. Hoy cubren negras sombras ese cielo, ¡Hoy la luz a mi alma ya no alcanza! »Huyendo el mundo y su incesante ruido, Vengo a esta soledad sombría y honda. Ella por siempre mi último gemido, ¡Mi último canto y mi vergüenza esconda! »Tu muerte ¡oh Poesía! el siglo canta, Y del campo inmortal de las ideas El himno del trabajo se levanta Y dice al porvenir: ¡Bendito seas! »¡La indiferencia con su ceño grave Me relega al silencio y al olvido! Pobre y triste poeta ¡Soy un ave Que al fin se muere sin hallar un nido!» Dijo, y rompió la lira melodiosa Do entonaba sus cantos y querellas... Y al cielo levantó la faz llorosa, ¡Y en el cielo brotaban las estrellas!
El último canto
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Aquí te amo. En los oscuros pinos se desenreda el viento. Fosforece la luna sobre las aguas errantes. Andan días iguales persiguiéndose. Se desciñe la niebla en danzantes figuras. Una gaviota de plata se descuelga del ocaso. A veces una vela. Altas, altas estrellas. O la cruz negra de un barco. Solo. A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda. Suena, resuena el mar lejano. Este es un puerto. Aquí te amo. Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte. Te estoy amando aún entre estas frías cosas. A veces van mis besos en esos barcos graves, que corren por el mar hacia donde no llegan. Ya me veo olvidado como estas viejas anclas. Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde. Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta. Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante. Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos. Pero la noche llega y comienza a cantarme. La luna hace girar su rodaje de sueño. Me miran con tus ojos las estrellas más grandes. Y como yo te amo, los pinos en el viento, quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.
20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 18
León Felipe
Con las piedras sagradas de los templos caídos grava menuda hicieron los martillos largos de los picapedreros analíticos. Después, sobre esta grava, se ha vertido el asfalto negro y viscoso de los pesimismos. Y ahora... Ahora, con esta mezcla extraña, se han abierto calzadas y caminos por donde el cascabel de la esperanza acelera su ritmo.
Con las piedras sagradas
William Shakespeare
Cuando pienso que todo cuanto crece dura en su perfección un breve instante, como de la mañana el sol radiante que, al avanzar la tarde, se oscurece; cuando miro que todo se envejece como flor mañanera y rozagante que pronto se deshoja, agonizante, y al morir el crepúsculo perece; se aflige mi alma y por tu suerte llora; mas todo cuanto pierdes en frescura, con sus matices el ensueño dora, y a medida que el tiempo tu hermosura con implacable saña decolora, con desquite, mi amor te transfigura.
Cuando pienso que todo cuanto crece...
José Luis Piquero
Sólo la amistad es un hecho consumado Sully Prudhomme Nos vemos a menudo. Cenamos mucho juntos. A veces, a la hora peor, cogiendo el taxi, los miro como a extraños. Despedirse y sonreirnos tanto son muecas del alcohol. ¿Quiénes son estos? O a la vuelta del viaje -se ha pasado muy bien-, súbitamente singularizados por el próximo lunes de estupor y tareas sin amigos, mientras se da por hecho la siguiente y yo siento ese vértigo de volver a ser yo tras un nosotros demasiado compacto y comprensible. Hemos hablado tanto... No me acuerdo de nada. Eh, vayamos por partes. Si recuerdo con un pequeño esfuerzo, copa en mano, al que dice en plural de pareja la frase de moda entre nosotros: Os queremos, aún se puede salvar la noche de parejas sin hijos que se quieren unas a otras, cenan civilizadamente y toman copas juntas. Es curioso: los amigos que tengo ya tengo que salvarlos con arduos subterfugios de la benevolencia. A ver. Tiempos de crisis: alguien te da la mano con un pequeño alivio, dos mil duros. Confidencias: nos dimos la ocasión unos a otros de parecer a un tiempo complicados y vulnerables. Se puede querer mucho e inteligentemente a alguien así. Qué más. Las vacaciones: nos bañamos desnudos y era rabiosamente bello y salvaje. Una hermosa victoria -pero no muy secreta (imprescindible)- sobre los bebedores de café. Como follamos todos, es un placer el préstamo de cuartos, sin pre- guntas: connivencia de iguales. No cambiamos las sábanas. Canciones boquiabiertas en fotos sonrientes, esa mirada grave de padecer-con cuando algún problema, postales -os queremos- y postales, diminutivos cómplices, etcétera y etcétera. Pues la verdad: nos vamos a morir de amor de amigos. Pero entonces, ¿por qué tanta extrañeza y el vértigo inquietante de no saber a quién, por qué, qué tanto, al des- pedirnos? Será que amar es eso, que nos quieran -susurra el generoso corazón- después de los mil duros y bañarse y las fotos y demás, como una consecuencia: todo es lógico. Y quizá es que me asustan innecesariamente las cosas que entendemos con esa claridad rotunda de que dos y dos sean cuatro en un mundo tan cómodo, tan fácil como pasarlo bien con los amigos en una noche ociosa y solidaria. Desprevenidos, tontos de puro no saber ni preguntarse, con la intoxicación amable de quererse sin culpas, no temiendo que el día menos pensado nos estalle en las manos el engaño aritmé- tico de la felicidad. El hecho consumado no precisa razones. Sin embargo, lo siento, esto es muy raro y yo aún no sé qué coño pintamos todos juntos.
Amigos
Jorge Debravo
La noche, deseosa, apenumbrada, te quitó sin pensar las zapatillas... y —por sentirse blanca y alumbrada— desnudó blancamente tus rodillas. Luego —por diversión, sin decir nada— la noche se llevó tu blusa larga y te arrancó la falda ensimismada como una cosa tímida y amarga. Después te colocaste travesura: desnudaste tus pechos por ternura y —hablando de un amor vago, inconexo— Porque si y porque no, a medio reproche, desnudaste también, entre la noche, la noche pequeñita de tu sexo.
Desvestido
Mario Benedetti
No sabes como necesito tu voz; necesito tus miradas aquellas palabras que siempre me llenaban, necesito tu paz interior; necesito la luz de tus labios !!! Ya no puedo... seguir así !!! ...Ya... No puedo mi mente no quiere pensar no puede pensar nada más que en ti. Necesito la flor de tus manos aquella paciencia de todos tus actos con aquella justicia que me inspiras para lo que siempre fue mi espina mi fuente de vida se ha secado con la fuerza del olvido... me estoy quemando; aquello que necesito ya lo he encontrado pero aun !!!Te sigo extrañando!!!
Lo que necesito de ti
Jordi Doce
No hay tiempo en el instante del asombro, sino el cruce tal vez de muchos tiempos, baraja ensimismada en un abismo con fondo en el imán de lo indecible. Hacia esa lumbre miran tus palabras. Hacia esa tea que sostiene, alerta, el ávido crupier de los sentidos. Desenreda sus hilos el instante: la ingrávida sorpresa, el resplandor, la feliz aprensión con que una puerta invita a completar nuestra existencia… Ignoras que esa luz no te consiente. Tiempo palpable en el umbral incierto, tu afán es un enjambre de palabras que esculpen en el aire su derrota.
Revés del asombro
Gabriela Mistral
Azul loco y verde loco del lino en rama y en flor. Mareando de oleadas baila el lindo azuleador. Cuando el azul se deshoja, sigue el verde danzador: verde-trébol, verde-oliva y el gayo verde-limón. ¡Vaya hermosura! ¡Vaya el Color! Rojo manso y rojo bravo ?rosa y clavel reventón?. Cuando los verdes se rinden, él salta como un campeón. Bailan uno tras el otro, no se sabe cuál mejor, y los rojos bailan tanto que se queman en su ardor. ¡Vaya locura! ¡Vaya el Color! El amarillo se viene grande y lleno de fervor y le abren paso todos como viendo a Agamenón. A lo humano y lo divino baila el santo resplandor: aromas gajos dorados y el azafrán volador. ¡Vaya delirio! ¡Vaya el Color! Y por fin se van siguiendo al pavo-real del sol, que los recoge y los lleva como un padre o un ladrón. Mano a mano con nosotros todos eran, ya no son: ¡El cuento del mundo muere al morir el Contador!
Ronda de los colores
Mario Benedetti
Un viento misionero sacude las persianas no sé qué jueves trae no sé qué noche lleva ni siquiera el dialecto que propone creo reconocer endechas rotas trocitos de hurras y batir de palmas pero todo se mezcla en un aullido que también puede ser deleite o salmo el viento bate franjas de aluminio llega de no sé dónde a no sé dónde y en ese rumbo enigma soy apenas una escala precaria y momentánea no abro hospitalidad no ofrezco resistencia simplemente lo escucho arrinconado mientras en el recinto vuelan nombres papeles y cenizas después se posarán en su baldosa en su alegre centímetro en su lástima ahora vuelan cómo barriletes como murciélagos como hojas lo curioso lo absurdo es que a pesar de que aguardo mensajes y pregones de todas las memorias y de todos los puntos cardinales lo raro lo increíble es que a pesar de mi desamparada expectativa no sé qué dice el viento del exilio.
Viento del exilio
Julia de Burgos
I - OCASO ¡Cómo suena en mi alma la idea de una noche completa en tus brazos diluyéndome toda en caricias mientras tú te me das extasiado! ¡Qué infinito el temblor de miradas que vendrá en la emoción del abrazo, y qué tierno el coloquio de besos que tendré estremecida en tus labios! ¡Cómo sueño las horas azules que me esperan tendida a tu lado, sin más luz que la luz de tus ojos, sin más lecho que aquel de tu brazo! ¡Cómo siento mi amor floreciendo en la mística voz de tu canto: notas tristes y alegres y hondas que unirán tu emoción a tu rapto! ¡Oh la noche regada de estrellas que enviará desde todos sus astros la más pura armonía de reflejos como ofrenda nupcial a mi tálamo! II - MEDIA NOCHE Se ha callado la idea turbadora y me siento en el sí de tu abrazo, convertida en un sordo murmullo que se interna en mi alma cantando. Es la noche una cinta de estrellas que una a una a mi lecho han rodado; y es mi vida algo así como un soplo ensartado de impulsos paganos. Mis pequeñas palomas se salen de su nido de anhelos extraños y caminan su forma tangible hacia el cielo ideal de tus manos. Un temblor indeciso de trópico nos penetra la alcoba. ¡Entre tanto, se han besado tu vida y mi vida... y las almas se van acercando! ¡Cómo siento que estoy en tu carne cual espiga a la sombra del astro! ¡Cómo siento que llego a tu alma y que allá tú me estás esperando! Se han unido, mi amor, se han unido nuestras risas más blancas que el blanco, y ¡oh milagro! en la luz de una lágrima se han besado tu llanto y mi llanto... ¡Cómo muero las últimas millas que me ataban al tren del pasado! ¡Qué frescura me mueve a quedarme en el alba que tú me has brindado! III - ALBA ¡Oh la noche regada de estrellas que envió desde todos sus astros la más pura armonía de reflejos como ofrenda nupcial a mi tálamo! ¡Cómo suena en mi alma la clara vibración pasional de mi amado, que se abrió todo en surcos inmensos donde anduve mi amor, de su brazo! La ternura de todos los surcos se ha quedado enredando en mis pasos, y los dulces instantes vividos siguen, tenues, en mi alma soñando... La emoción que brotó de su vida -que fue en mí manantial desbordado-, ha tomado la ruta del alba y ahora vuela por todos los prados. Ya la noche se fue; queda el velo que al recuerdo se enlaza, apretado, y nos mira en estrellas dormidas desde el cielo en nosotros rondando... Ya la noche se fue; y a las nuevas emociones del alba se ha atado. Todo sabe a canciones y a frutos, y hay un niño de amor en mi mano. Se ha quedado tu vida en mi vida como el alba se queda en los campos; y hay mil pájaros vivos en mi alma de esta noche de amor en tres cantos.
Noche de amor en tres cantos
Corina Bruni
El eco de tu voz, que me persigue en mis horas de insomnio, es un lamento… Y pienso: “Quizá estás triste…, quizá estás solo bajo el firmamento.” Tu soledad se funde en mi presente. Con las manos crispadas, intento, en vano, atrapar el viento que se lleva el eco de tu voz… Y un suspiro me dice: “No podrás; se disolvió…, lo siento!”
Tu soledad
Nacho Buzón
tenía el tiempo metido en una botella de vino lo agitaba lo emborrachaba después me lo bebía y me sentía mejor tenía mi vida metida en una botella de vino la agitaba la emborrachaba después me la bebía y me sentía peor (a la mañana siguiente claro)
A la mañana siguiente
Gil Vicente
Halcón que se atreve con garza guerrera, peligros espera. Halcón que se vuela con garza a porfía cazarla quería y no la recela. Mas quien no se vela de garza guerrera, peligros espera. La caza de amor es de altanería: trabajos de día, de noche dolor. Halcón cazador con garza tan fiera, peligros espera.
Halcon que se atreve
José Luis Piquero
Aquí, sin novia y con hermano casado hace muy poco (con problemas laborales pequeños y prolijos detalles sobre el piso), tú eres el convidado menos importante. Se te recuerda apenas que has de sentirte solo en la casa ya grande, con tus padres, o quizá te pregunten para cuándo será lo tuyo (pero a Lo Tuyo hoy no la han invitado). Mientras, tu hermano fuma y bebe con confianza, esgrimiendo el pitillo como un bastón de mando. Sabe tal vez que son copa y pitillo signos de alguna cosa, mínimos correlatos de la Declaración, de los Permisos, de las Letras del Coche y de la Esposa. Te queda tu papel: ser invisible y atento, sonreír y tomar nota de los temas viriles. Aprender. Seguro que el futuro te reserva a ti también mejor puesto en el clan, banquete con familia que aconseja, pitillo no casual, copa sin freno. Y a quién desplazarán tus asuntos domésticos?
Banquete familiar
Ángel González
Voz que soledad sonando por todo el ámbito asola, de tan triste, de tan sola, todo lo que va tocando. Así es mi voz cuando digo —de tan solo, de tan triste— mi lamento, que persiste bajo el cielo y sobre el trigo. —¿Qué es eso que va volando? —Sólo soledad sonando.
Voz que soledad sonando
León Felipe
¡Qué lástima que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan! ¡Qué lástima que yo no pueda entonar con una voz engolada esas brillantes romanzas a las glorias de la patria! ¡Qué lástima que yo no tenga una patria! Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa desde una tierra a otra tierra, desde una raza a otra raza, como pasan esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca. ¡Qué lástima que yo no tenga comarca, patria chica, tierra provinciana! Debí nacer en la entraña de la estepa castellana y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada; pasé los días azules de mi infancia en Salamanca, y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña. Después... ya no he vuelto a echar el ancla, y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta para poder cantar siempre en la misma tonada al mismo río que pasa rodando las mismas aguas, al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa. ¡Qué lástima que yo no tenga una casa! Una casa solariega y blasonada, una casa en que guardara, a más de otras cosas raras, un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada (que me contaran viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala) y el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla. ¡Qué lástima que yo no tenga un abuelo que ganara una batalla, retratado con una mano cruzada en el pecho, y la otra en el puño de la espada! Y, ¡qué lástima que yo no tenga siquiera una espada! Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria, ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada? ¡Qué voy a cantar si soy un paria que apenas tiene una capa! Sin embargo... en esta tierra de España y en un pueblo de la Alcarria hay una casa en la que estoy de posada y donde tengo, prestadas, una mesa de pino y una silla de paja. Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia y muy blanca que está en la parte más baja y más fresca de la casa. Tiene una luz muy clara esta sala tan amplia y tan blanca... Una luz muy clara que entra por una ventana que da a una calle muy ancha. Y a la luz de esta ventana vengo todas las mañanas. Aquí me siento sobre mi silla de paja y venzo las horas largas leyendo en mi libro y viendo cómo pasa la gente a través de la ventana. Cosas de poca importancia parecen un libro y el cristal de una ventana en un pueblo de la Alcarria, y, sin embargo, le basta para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma. Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa cuando pasan ese pastor que va detrás de las cabras con una enorme cayada, esa mujer agobiada con una carga de leña en la espalda, esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana, y esa niña que va a la escuela de tan mala gana. ¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana siempre y se queda a los cristales pegada como si fuera una estampa. ¡Qué gracia tiene su cara en el cristal aplastada con la barbilla sumida y la naricilla chata! Yo me río mucho mirándola y la digo que es una niña muy guapa... Ella entonces me llama ¡tonto!, y se marcha. ¡Pobre niña! Ya no pasa por esta calle tan ancha caminando hacia la escuela de muy mala gana, ni se para en mi ventana, ni se queda a los cristales pegada como si fuera una estampa. Que un día se puso mala, muy mala, y otro día doblaron por ella a muerto las campanas. Y en una tarde muy clara, por esta calle tan ancha, al través de la ventana, vi cómo se la llevaban en una caja muy blanca... En una caja muy blanca que tenía un cristalito en la tapa. Por aquel cristal se la veía la cara lo mismo que cuando estaba pegadita al cristal de mi ventana... Al cristal de esta ventana que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja tan blanca. Todo el ritmo de la vida pasa por el cristal de mi ventana... ¡Y la muerte también pasa! ¡Qué lástima que no pudiendo cantar otras hazañas, porque no tengo una patria, ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla, ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada, y soy un paria que apenas tiene una capa... venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
Qué lástima
Ramón López Velarde
Tú, Fuensanta, me libras de los lazos del mal; queman mi boca exangüe de Isaías los carbones; por ti me dan los cielos profundas contriciones y el ensueño me otorga su gracia episcopal. Para comer las viandas del convite nupcial en que se han desposado nuestros dos corazones, tomo el báculo y ciño mis pies y mis riñones cual se hacía en las fiestas del Cordero Pascual. Las llaves con que he abierto tu corazón, mis llaves sagradas son las mismas de Pedro el Pescador; y mis alejandrinos, por tristes y por graves, son como los versículos proféticos de un canto, y hasta las doce horas de mis días de amor serán los doce frutos del Espíritu Santo.
Alejandrinos eclesiásticos
Alfredo Buxán
Alguien supo desde el primer momento que sólo soy un muerto que ha venido a aprender ese estupor, un pobre muerto que no puede dormir, un muerto que ausculta con paciencia la rumia de vivir. Vana ambición, sin duda, cuando la ejerce un muerto.
Presentimiento
Mario Benedetti
Mirate así qué cangrejo monstruoso atenazó tu infancia qué paliza paterna te generó cobarde qué tristes sumisiones te hicieron despiadado no escapes a tus ojos mirate así ónde están las walkirias que no pudiste la primera marmita de tus sañas te metiste en crueldades de once varas y ahora el odio te sigue como un buitre no escapes a tus ojos mirate así aunque nadie te mate sos cadáver aunque nadie te pudra estás podrido dios te ampare o mejor dios te reviente.
Torturador y espejo
Rubén Izaguirre Fiallos
Ayer murió Agustín Lara y hoy mi papá hace fila para ver su féretro. Mañana, yo, voy a nacer.
Ciudad de méxico, noviembre/1970
Delfina Acosta
El pueblo alumbra noches muy serenas, mas fiada de tus ojos, Jesucristo, mejor contemplo el viejo firmamento, el árbol bajo el astro y los caminos. En noches de neblina yo te veo. Qué paz, Señor, teniéndote conmigo, pues eres tú la puerta que me guarda del mundo que aun afuera es un peligro. Mas cuánta es mi orfandad si con consejos o enfados me abandonas. Me encapricho con tu querer y enojo. Soy la enferma que sana con la voz del prometido. Tu pan y tu agua busco noche y día. Tan sólo en tu belleza ya persisto. Por eso, apasionada, en ti me lloro y en ti me alegro si me crucifico.
En tu nombre
Luis de Góngora
Duélete de esa puente, Manzanares; Mira que dice por ahí la gente Que no eres río para media puente, Y que ella es puente para muchos mares. Hoy, arrogante, te ha brotado a pares Húmedas crestas tu soberbia frente, Y ayer me dijo humilde tu corriente Que eran en marzo los caniculares. Por el alma de aquel que ha pretendido Con cuatro onzas de agua de chicoria Purgar la villa y darte lo purgado, Me dí ¿cómo has menguado y has crecido? ¿Cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria? —Bebióme un asno ayer, y hoy me ha meado.
Duélete de esa puente, manzanares
Roque Dalton
Finaliza Septiembre. Es hora de decirte lo difícil que ha sido no morir. Por ejemplo, esta tarde tengo en las manos grises libros hermosos que no entiendo, no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia y me cae sin motivo el recuerdo del primer perro a quien amé cuando niño. Desde ayer que te fuiste hay humedad y frío hasta en la música. Cuando yo muera, sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable, mi bandera sin derecho a cansarse, la concreta verdad que repartí desde el fuego, el puño que hice unánime con el clamor de piedra que eligió la esperanza. Hace frío sin ti. Cuando yo muera, cuando yo muera dirán con buenas intenciones que no supe llorar. Ahora llueve de nuevo. Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto como hoy. Siento unas ganas locas de reír o de matarme.
Hora de la ceniza
Fa Claes
¿Es inhumano lo que quiero? La vida me muestra las frutas y la sociedad dice: ¡déjalas! Es inhumano lo que la vida Y la sociedad me hacen. Sólo cuando me refugio -se llama resignación eso, eso es humano, dicen- después de un rato ya no siento cómo el cuchillo talla mi carne y ellos roban -inhumanos- la libra entera. Míralas: chicas de veinte; son humanas en su piel lisa que yo no puedo tocar, cada año; tienen veinte años, y tiemblo. En mi cuerpo, el anhelo; en mi cabeza, la idea; en mi corazón, un universo y yo; todo eso junto en Rijmenam -inhumano- un hombre que no sabe qué hacer conmigo.
Inhumano
Francisco de Quevedo
«Tras vos un Alquimista va corriendo, Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda? Vos os volvéis murciégalo sin duda, Pues vais del Sol y de la luz huyendo. »Él os quiere gozar a lo que entiendo Si os coge en esta selva tosca y ruda, Su aljaba suena, está su bolsa muda, El perro, pues no ladra, está muriendo. »Buhonero de signos y Planetas, Viene haciendo ademanes y figuras Cargado de bochornos y Cometas.» Esto la dije, y en cortezas duras De Laurel se ingirió contra sus tretas, Y en escabeche el Sol se quedó a oscuras.
A dafne, huyendo de apolo
Amado Nervo
Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla? Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido? Fui templario, ¿do está mi recia malla? ¿En qué campo sangriento de batalla me dejaron así, triste y vencido? ¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena su fulgor mi conciencia? Tengo miedo a la duda terrible que envenena, y me miras rodar sobre la arena ¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo! ¡Oh!, siglo decadente, que te jactas de poseer la verdad, tú que haces gala de que con Dios, y con la muerte pactas, devuélveme mi fe, yo soy un Chactas que acaricia el cadáver de su Atala... Amaba y me decías: «analiza», y murió mi pasión; luchaba fiero con Jesús por coraza, triza a triza, el filo penetrante de tu acero. ¡Tengo sed de saber y no me enseñas; tengo sed de avanzar y no me ayudas; tengo sed de creer y me despeñas en el mar de teorías en que sueñas hallar las soluciones de tus dudas! Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo batallar sin amor, sin fe serena que ilumine mi ruta, y tengo miedo... ¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo, vestal, ¡que no me maten en la arena!
Incoherencias
Emilio Prados
Tan chico el almoraduj y... ¡cómo huele! Tan chico. De noche, bajo el lucero, tan chico el almoraduj y, ¡cómo huele! Y... cuando en la tarde llueve, ¡cómo huele! Y cuando levanta el sol, tan chico el almoraduj ¡cómo huele! Y, ahora, que del sueño vivo ¡cómo huele, tan chico, el almoraduj! ¡Cómo duele!... tan chico el almoraduj Tan chico.
Rincón de la sangre
Ramón López Velarde
Hambre y sed padezco: Siempre me he negado a satisfacerlas en los turbadores gozos de ciudades —flores de pecado—. Esta hambre de amores y esta sed de ensueño que se satisfagan en el ignorado grupo de muchachas de un lugar pequeño. Vasos de devoción, arcas piadosas en que el amor jamás se contamina; jarras cuyas paredes olorosas dan al agua frescura campesina... Todo eso sois muchachas cortijeras amigas del buen sol que os engalana, que adivináis las cosas venideras cual hacerlo pudiese una gitana. Amo vuestros hechizos provincianos, muchachas de los pueblos y mi vida gusta beber del agua contenida en el hueco que forman vuestras manos. Pláceme en los convites campesinos, cuando la sombra juega en los manteles, veros dar la locura de los vinos, pan de alegría y ramos de claveles. En el encanto de la humilde calle sois a un tiempo, asomadas a la reja, el son de esquilas, la alternada queja de las palomas, y el olor del valle. Buenas mozas: no abrigo más empeños que oír vuestras canciones vespertinas, llegando a confundirme en las esquinas entre el grupo de novios lugareños. Mi hambre de amores y mi sed de ensueño que se satisfagan en el ignorado grupo de doncellas de un lugar pequeño.
A la gracia primitiva de las aldeanas
Rubén Darío
I ¿Cuentos quieres, niña bella? Tengo muchos que contar: de una sirena de mar, de un ruiseñor y una estrella, de una cándida doncella que robó un encantador, de un gallardo trovador y de una odalisca mora, con sus perlas de Bassora y sus chales de Lahor. II Cuentos dulces, cuentos bravos, de damas y caballeros, de cantores y guerreros, de señores y de esclavos; de bosques escandinavos y alcázares de cristal; cuentos de dicha inmortal, divinos cuentos de amores que reviste de colores la fantasía oriental. III Dime tú: ¿de cuáles quieres? Dicen gentes muy formales que los cuentos orientales les gustan a las mujeres; así, pues, si eso prefieres verás colmado tu afán, pues sé un cuento musulmán que sobre un amante versa, y me lo ha contado un persa que ha venido de Hispahán. IV Enfermo del corazón un gran monarca de Oriente, congregó inmediatamente los sabios de su nación; cada cual dio su opinión, y sin hallar la verdad en medio de su ansiedad, acordaron en consejo llamar con presura a un viejo astrólogo de Bagdad. V Emprendió viaje el anciano; llegó, miró las estrellas; supo conocer en ellas las cuitas del soberano; y adivinando el arcano como viejo sabidor, entre el inmenso estupor de la cortesana grey, le dijo al monarca: ?!Oh Rey! Te estás muriendo de amor. VI Luego, el altivo monarca, con órdenes imperiosas llama a todas las hermosas mujeres de la comarca que su poderío abarca; y ante el viejo de Bagdad, escoge su voluntad de tanta hermosura en medio, la que deba ser remedio que cure su enfermedad. VII Allí ojos negros y vivos; bocas de morir al verlas, con unos hilos de perlas en rojo coral cautivos; allí rostros expresivos; allí como una áurea lluvia, una cabellera rubia; allí el ardor y la gracia, y las siervas de Circasia con las esclavas de Nubia. VIII Unas bellas, adornadas con diademas en las frentes, con riquísimos pendientes y valiosas arracadas; otras con telas preciadas cubriendo su morbidez; y otras, de marmórea tez, bajas las frentes y mudas, completamente desnudas en toda su esplendidez. IX En tan preciada revista, ve el Rey una linda persa de ojos bellos y piel tersa, que al verle baja la vista; el alma del Rey conquista con su semblante la hermosa, y agitada y ruborosa tiembla llena de temor cuando el altivo Señor le dice: ?Serás mi esposa. X Así fue. La joven bella de tez blanca y negros ojos, colmó los reales antojos y el Rey se casó con ella. ¿Feliz, dirás, tal estrella, Emelina? No fue así: no es feliz la Reina allí la linda persa agraciada, porque ella está enamorada de Balzarad el rawí. XI Balzarad tiene en verdad una guzla en la garganta, guzla dúlcida que encanta cuando canta Balzarad. Vióle un día la beldad y oyó cantar al rawí; de sus labios de rubí brotó un suspiro temblante... Y Balzarad fue el amante de la celestial hurí. XII Por eso es que triste se halla siendo del monarca esposa, y el tiempo pasa quejosa en una interior batalla. Del Rey la cólera estalla, y así le dice una vez: ?Mujer llena de doblez: di si amas a otro, falaz.? Y entonces de ella en la faz surgió vaga palidez. XIII ?Sí ?le dijo?, es la verdad; de mi destino es la ley: yo no puedo amarte, ¡Oh Rey! porque adoro a Balzarad.? El Rey, en la intensidad, de su ira, entonces, calló; mudo, la espalda volvió; mas se vía en su mirada del odio la llamarada, la venganza en que pensó. XIV Al otro día la hermosa de parte de él recibió una caja que la envió de filigrana preciosa; abrióla presto curiosa y lanzó, fuera de sí, un grito; que estaba allí entre la caja, guardada, lívida y ensangrentada la cabeza del rawí. XV En medio de su locura y en lo horrible de su suerte, avariciosa de muerte ponzoñoso filtro apura. Fue el Rey donde la hermosura, y estaba allí la beldad fría y siniestra, en verdad, medio desnuda y ya muerta, besando la horrible y yerta cabeza de Balzarad. XVI El Rey se puso a pensar en lo que la pasión es, y poco tiempo después el Rey se volvió a enfermar.
La cabeza del rawí
Gerardo Diego
Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja; nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas. Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras. Quién pudiera como tú, a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso pero con distinta agua. Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras.
Romance del duero
Juan Ramón Jiménez
En el balcón, un instante nos quedamos los dos solos. Desde la dulce mañana de aquel día, éramos novios. —El paisaje soñoliento dormía sus vagos tonos, bajo el cielo gris y rosa del crepúsculo de otoño.— Le dije que iba a besarla; bajó, serena, los ojos y me ofreció sus mejillas, como quien pierde un tesoro. —Caían las hojas muertas, en el jardín silencioso, y en el aire erraba aún un perfume de heliotropos.— No se atrevía a mirarme; le dije que éramos novios, ...y las lágrimas rodaron de sus ojos melancólicos.
Adolescencia
Josefina Plá
Esa sombra La veréis alargarse cada vez como un agua vertida sin remedio como un manto cayendo despacio de sus hombros como si fuese él mismo arrepentido que quisiera volver sobre sus pasos -reptil de limpia muerte sin cadáver- La veréis ahilar su arroyo sobre un suelo por siempre horizontal a la aventura Y será también la única10 que dormirá con él reconciliada con la sombra total de que se desgajó enemiga de todos los espejos un día.
Invención de la muerte
Luciano Castañón
Recuerdo con amoroso dolor la dilapidación tonta del obrero sonriendo —sábado y domingo— la miseria de su sueldo. Me apenan los nueve duros semanales —por el año treinta— de mi padre. Si unos quisieran ver su desvergüenza y otros comprender el sentido de su miseria... Cuando las adormideras son rotas —hirviente el corazón y cálida la garganta— es consecuente que la sangre corra. A veces en Cimadevilla vive un obrero que no es marinero
Mi padre no era marinero
Paz Díez Taboada
Era muy tarde ya desde el comienzo y la luz se enfriaba tras la lluvia. Era muy tarde cuando la sonrisa luchaba con la sombra. Siempre fue tarde. Siempre fue la lluvia. Fue oscuro el día y vacilante el paso. Pero en la noche trazan las estrellas mágicas convergencias. Y los caminos, rectos.
Nocturno
Pedro Salinas
¿El pájaro? ¿Los pájaros? ¿Hay sólo un solo pájaro en el mundo que vuela con mil alas, y que canta con incontables trinos, siempre solo? ¿Son tierra y cielo espejos? ¿Es el aire espejeo del aire, y el gran pájaro único multiplica su soledad en apariencias miles? (¿Y por eso le llamamos los pájaros?) ¿O quizá no hay un pájaro? ¿Y son ellos, fatal plural inmenso, como el mar, bandada innúmera, oleaje de alas, donde la vista busca y quiere el alma distinguir la verdad del solo pájaro, de su esencia sin fin, del uno hermoso?
¿qué pájaros?
Nicomedes Santa Cruz
Muerte, si otra muerte hubiera Que de ti me libertara a esa muerte pagara porque a ti, muerte te diera. (Anónimo) La Señora Silenciosa, La Veterana Infalible. La Muerte, cosa terrible, La Muerte... ¡tremenda cosa! Qué fuerza tan misteriosa, implacable, traicionera: Llegas al que no te espera, huyes del que te reclama, ríes del pobre que clama: ¡Muerte, si otra muerte hubiera...! Quisiera librar al mundo de tu macabra misión. Quisiera darte prisión en un abismo profundo. Quisiera, por un segundo, contemplarte cara a cara y que el Cosmos me dotara de indestructible poder conjugando un verbo Ser que de ti me libertara. Muerte, yo te desafío, tu presencia no me extraña, me burlo de tu guadaña y de tus huesos me río. Muerte, no le temo al frío Que los corazones para. Muerte, si otra te matara, al saberte ya destruida, con la prenda más querida a esa Muerte pagara. Muerte que todo lo callas estás en todo lugar, en las nubes, en el mar, en los campos de batalla. Cada bala de metralla es tu palabra certera... Si de otra muerte muriera, si otra muerte me llevase a esa Muerte pagase porque a ti, muerte te diera.
Muerte, si otra muerte hubiera
Gustavo Adolfo Bécquer
Una mujer me ha envenenado el alma, otra mujer me ha envenenado el cuerpo; ninguna de las dos vino a buscarme, yo de ninguna de las dos me quejo. Como el mundo es redondo, el mundo rueda; si mañana, rodando, este veneno envenena a su vez ¿por qué acusarme? ¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?
Rima lxxix
Ricardo Dávila Díaz Flores
Tanto tiempo buscándola y ella estaba aquí, en mis ojos cerrados, en la noche sola; aquí, detrás de lo visible, en la edad antigua de la niebla. La amé ese día por toda la eternidad. Yo llevaba un ramo de palabras cuando caminé hacia ella. -No las pondré en agua -me dijo-, ni he de secarlas para el recuerdo. Se morirán cuando las toque el aire. Nos vestimos con fuego y levantamos nuestros cuerpos con el viento. - Te haré un vestido de tierra -le dije-, con la humedad del mar lo zurciré y con la piel de cielo. - Aquí no existen las palabras –insistió-. - ¿Y en dónde sí?-le pregunté-. - Allá, en la mentira. La amé ese día, todo el día, en la niebla, en la nada. Quise hablar, en verdad deseaba curar mi voz en su alma. - Silencio- me dijo-, en mis ojos están todas las cartas de amor que se han escrito sobre la tierra. La amé ese día, y era mía como la vida misma, pero me atreví a preguntarle su nombre. -¿Eres mío, y no sabes que mi nombre es el tuyo? ¡Despiértate! No me volverás a ver.
El mismo nombre
Nicolás Guillén
No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa yo, tú. Tú eres pobre, lo soy yo; soy de abajo, lo eres tú; ¿de dónde has sacado tú, soldado, que te odio yo? Me duele que a veces tú te olvides de quién soy yo; caramba, si yo soy tú, lo mismo que tú eres yo. Pero no por eso yo he de malquererte, tú; si somos la misma cosa, yo, tú, no sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo. Ya nos veremos yo y tú, juntos en la misma calle, hombro con hombro, tú y yo, sin odios ni yo ni tú, pero sabiendo tú y yo, a dónde vamos yo y tú... ¡no sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo!
No sé por qué piensas tú
Mario Benedetti
Entre siempre y jamás el rumbo el mundo oscilan y ya que amor y odio nos vuelven categóricos pongamos etiquetas de rutina y tanteo -jamás volveré a verte -unidos para siempre -no morirán jamás -siempre y cuando me admitan -jamás de los jamases -(y hasta la fe dialéctica de) por siempre jamás -etcétera etcétera de acuerdo pero en tanto que un siempre abre un futuro y un jamás se hace un abismo mi siempre puede ser jamás de otros tantos siempre es una meseta con borde con final jamás es una oscura caverna de imposibles y sin embargo a veces nos ayuda un indicio que cada siempre lleva su hueso de jamás que los jamases tienen arrebatos de siempres así incansablemente insobornablemente entre siempre y jamás fluye la vida insomne pasan los grandes ojos abiertos de la vida.
Entre siempre y jamás
Luis Álvarez Piner
ENTRE las muchas cosas en que mi olvido medra no estás tú, laboriosa y oscura ciudad corroída del humo. Escorias y algas te reconstruyen en un remiso amanecer continuo. Mas la memoria permanece informe mientras yo no la toco; que yo quiero el recuerdo en su tiempo y no en el mío. El tiempo mío es verdad y se debe a la muerte. ¿Dónde ya los pataches que dejé en plenitud de arboladura? Fue un triste otoño el suyo: eran los últimos caballos de la fuga de aquel mundo. En la memoria flotan llevando aquellos días en sus bodegas, vienen hacia mí sin esperar jamás el abordaje. Inmensas arpas frente al sol temeroso, siguen sonando, salvadas del ocio fatal y empapan el reseco aire de ahora con su viejo salitre. Aún recuerdo mi luz de amanecer y soy el dique gris, la ensenada sombría cruzada largamente de gaviotas. Si aquella muerte os dieron los días del recuerdo resucitáis en esta realidad que os deparo. Mis manos tienen fecha y envejecen la luz. Todo sigue con riesgo de perderse pero aquí estáis: Os reconozco. Vais a dejar la carga más atrás salvado el arrecife de los ojos (que asoma en vuestras aguas hoy crecidas). A carbonear de amanecida y encender vuestras lámparas gigantes y amarillas en la parte de sombra que aún resiste, mientras al fondo —como en un establo espesos bueyes dóciles—, se mecen los colmados madereros. Todo está como estaba. Sólo yo convencional, jugando con ventaja devuelvo el tiempo al tiempo y escondiendo la muerte por mis manos salvo audaz la partida.
El olvido recuerdo y viceversa
Luis de Góngora
Ánsares de Menga Al arroyo van: Ellos visten nieve, Él corre cristal. El arroyo espera Las hermosas aves, Que cisnes suaves Son de su ribera; Cuya Venus era Hija de Pascual. Ellos visten nieve, Él corre cristal. Pudiera la pluma Del menos bizarro Conducir el carro De la que fue espuma. En beldad, no en suma, Lucido caudal, Ellos visten nieve, Él corre cristal. Trenzado el cabello Los sigue Minguilla, Y en la verde orilla Desnuda el pie bello, Granjeando en ello Marfil oriental Ellos -(los que)- visten nieve, Él corre cristal. La agua apenas trata Cuando dirás que Se desata el pie, Y no se desata, Plata dando a plata Con que, liberal, Los viste de nieve, Le presta cristal
Ánsares de menga
Lope de Vega
«—Di, Zaida, ¿de qué me avisas? ¿Quieres que muera y que calle? No des crédito a mujeres no fundadas en verdades; que si pregunto en qué entiendes o quién viene a visitarte, son fiestas de mi tormento ver qué visitas te aplacen. Si dices que estás corrida de que Zaide poco sabe, no sé poco, pues que supe conocerte y adorarte. Si dices son por mi causa las que en el rostro te salen, por la tuya con mis ojos tengo regada tu calle. Confiesas que soy valiente, que tengo otras muchas partes; pocas tengo, pues no puedo de una mentira vengarme. Mas si ha querido mi suerte que ya el quererte te canse, no pongas inconvenientes mas de que quieres dejarme. No entendí que eras mujer a quien novedad aplace, mas son tales mis desdichas, que en mí lo imposible hacen; hánme puesto en tal extremo que el bien tengo por ultraje: alabasme para hacerme la nata de los galanes. Yo soy quien pierdo en perderte y gano mucho en ganarte, y aunque hablas en mi ofensa no dejaré de adorarte. Dices que si fuera mudo fuera posible adorarme; si en tu daño no lo he sido, enmudezca el desculparme. Si te ha ofendido mi vida, quieres señora matarme, basta decir que hablé [e] para que el pesar me acabe. Es mi pecho calabozo de tormentos inmortales, mi boca la del silencio, que no ha menester alcaide. Que el hacer plato y banquetes es de hombres principales, mas dalles de sus favores sólo pertenece a infames. Zaida cruel, que dijiste que no supe conservarte, mejor te supe obligar que tú has sabido pagarme. Mienten los moros y moras, miente el infame de Tarfe, que si yo le amenazara bastara para matarle. A ese perro mal nacido a quien yo mostré el turbante, no fío yo dél secretos, que en bajos pechos no caben. Yo le he de quitar la vida y he de escribir con su sangre lo que tú Zaida replico: Quien tal hizo, que tal pague—».
De qué me avisas
Luis de Góngora
Tres veces de Aquilón el soplo airado Del verde honor privó las verdes plantas, Y al animal de Colcos otras tantas Ilustró Febo su vellón dorado, Después que sigo (el pecho traspasado De aguda flecha) con humildes plantas, (¡Oh bella Clori!) tus pisadas sanctas Por las floridas señas que da el prado. A vista voy (tiñendo los alcores En roja sangre) de tu dulce vuelo, Que el cielo pinta de cient mil colores, Tanto, que ya nos siguen los pastores Por los extraños rastros que en el suelo Dejamos, yo de sangre, tú de flores.
A doña catalina de la cerda
Miguel de Unamuno
Este buitre voraz de ceño torvo que me devora las entrañas fiero y es mi único constante compañero labra mis penas con su pico corvo. El día en que le toque el postrer sorbo apurar de mi negra sangre, quiero que me dejéis con él solo y señero un momento, sin nadie como estorbo. Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía mientras él mi último despojo traga, sorprender en sus ojos la sombría mirada al ver la suerte que le amaga sin esta presa en que satisfacía el hambre atroz que nunca se le apaga.
A mi buitre