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87
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---|---|---|
Antonio Machado |
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera. | A un olmo seco |
Jordi Doce | (McLean Hospital, 1953)
Puedo sentir el mar, o un fondo de campanas.
El ruido de gaviotas me reconforta, alivia
mis ataques. De vez en cuando una enfermera
ajusta la almohada o despliega las sábanas
hasta que siento un peso en mi barbilla
y no hay frío. Los gritos que escucho en la distancia
son eco y droga. Me visitan madres, parientes,
pero me canso pronto y ellos dudan. Los días
sisean como ancianas y un instinto de sol
agita las cortinas: es agrio como el alma,
y desmedido, y turbio. Hay una hoja al pairo
en mis venas, y cada noche se abre camino
hasta el nudo preciso de mi piel. Y si atiendo
siento el rumor del agua y de una quilla
partiendo el espinazo de la lengua. | Sylvia plath |
Jorge Luis Borges |
(Atribuido a Borges. Autor: Gustavo Alejandro Castiñeiras. Nombre original: Poema de un Recuerdo)
Dime por favor donde no estás
en qué lugar puedo no ser tu ausencia
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.
Dime por favor en que vacío,
no está tu sombra llenando los centros;
dónde mi soledad es ella misma,
y no el sentir que tú te encuentras lejos.
Dime por favor por qué camino,
podré yo caminar, sin ser tu huella;
dónde podré correr no por buscarte,
y dónde descanzar de mi tristeza.
Dime por favor cuál es la noche,
que no tiene el color de tu mirada;
cuál es el sol, que tiene luz tan solo,
y no la sensación de que me llamas.
Dime por favor donde hay un mar,
que no susurre a mis oídos tus palabras.
Dime por favor en qué rincón,
nadie podrá ver mi tristeza;
dime cuál es el hueco de mi almohada,
que no tiene apoyada tu cabeza.
Dime por favor cuál es la noche,
en que vendrás, para velar tu sueño;
que no puedo vivir, porque te extraño;
y que no puedo morir, porque te quiero.
| Dime |
Carmen Conde Abellán |
A Vicente Aleixandre
Yo misma reclamando a los arcángeles,
¿qué soy más que una voz descompasada?
La tierra suma tierras sin raíces,
oscuros vendavales de tormentas...
Los cuerpos van sin alma, son tan sólo
los pozos del instinto desatado.
¡Qué triste mi yantar de pan sombrío,
mi oscuro acontecer por el trascielo!
Ni lloro ni sonrío, que la risa,
el llanto, son de vivos, y no soy
ni viva ni tan muerta que no sepa
que me puedo morir dentro de poco.
Hablar de lo celeste imaginado.
Latir los estertores de la dicha.
Sentirme delirar, acongojada
por tanto goce limpio en el amor.
¿Acaso todo ello no es posible,
temiendo, como temo, que la vida
se acabe para mí sin prolongarla
en vida de la eterna persistencia?
¡Oh carnes de dolor, hombres funestos;
mujeres de placer, viejos sin lumbre;
criaturas del descuido irresponsable!
Penando por vosotros yo arrebato
mis pulsos en amarga calentura.
A nadie importa nadie. Que asesinos
de otros que serían matadores
componen la corteza de la tierra.
Delatan lenguas frías sus venganzas,
y un pueblo universal ulula odios
encima de la sangre derramada.
¿Qué puedo yo crear; quién hace lirios,
de no ser Dios potente, de este cieno?
¿Quién puede remediar mi incertidumbre,
de no ser Dios eterno, en esta charca?
¡Soñar mis sueños yo, aquellos sueños
de esbeltos palmerales levantinos;
beber brisas salobres, yo, sedienta,
oyendo sollozar por los alcores!
¡Mis años de ilusión, mi fuerza ardiente
librada de mi cuerpo dominado;
mis sueños del amor que nunca llega
colmando aquel soñar de tanto espíritu!
¿Qué hacemos ahora aquí, quién nos requiere
si no es para colmar nuestro fracaso?
¡Oh tristes del llorar, sumad mi queja
al negro de la noche sin orillas!
Muy largo es el dormir sin esperanzas.
Muy largo y muy profundo, despertarse.
Y busco entre vosotros, los ajenos,
la calma de inefables beatitudes.
Hay hombres que no quieren ser el eco
de tales resonancias dolorosas.
Mujeres sin dolor, cuerpos de sexo
que empapan su animal perseverancia.
¿Quién dijo que la voz del que clamara
podría desnudar indiferencias?
¡Que clama mi dolor por lo que sufren,
y estoy sola en amor por cuantos lloran!
¡Decir mis sueños yo, la más doliente
que puso en este mundo sus pisadas!
Contaros que en el sueño de mis ojos
anidan las augustas majestades
de almas sin temblor, sin una sombra,
cubiertas por la flor de mis canciones!
Dormir y no saber; dormirme toda
y nunca despertar de mi distancia...
¿Qué puedo yo ofrecer, qué luna dulce
habría de alumbrar por mis palabras?
Volvedme a mis fronteras, nieblas frías;
volvedme a mi no ser; al gran seguro.
Están sin luz las sendas; los atajos
bañándose en la sangre derrochada.
En dientes sin blancor gimen pedazos
de carnes en agraz. Balan su ira
los castos y en temor, que nada impiden.
Transcurre todo así; bilis y sangre
debajo de los puentes lujuriosos.
Codicias y ruindad, grandes altezas
imperan bien aquí, donde yo clamo.
¡Abridme como res que todos matan,
sacad mi sangre entera, destruidme,
que quiero deshacerme entre vosotros!
¿Soñar mis sueños ya..., decir mis sueños
en este mismo idioma de lamento?
¡No voz del mundo y mía; voz humana
que entiendan y desprecien los humanos!
Celeste y misterioso oído mío,
augusta majestad que me responde:
¿en qué pozo de luz, en qué caverna
de minas sin hollar puedo decirte
la enorme angustia mía, mi ternura,
inútiles las dos? ¡Cómo las siento
secándome la fe de mi destino! | Canto funeral por mi época |
Ramón López Velarde |
¿Imaginas acaso la amargura
que hay en no convivir
los episodios de tu vida pura?
Me está vedado conseguir que el viento
y la llovizna sean comedidos
con tu pelo castaño.
Me está vedado oír en los latidos
de tu paciente corazón (sagrario
de dolor y clemencia),
la fórmula escondida
de mi propia existencia.
Me está vedado, cuando te fatigas
y se fatiga hasta tu mismo traje,
tomarte en brazos, como quien levanta
a su propia ilusión incorruptible
hecha fantasma que renuncia al viaje.
Despertarás una mañana gris
y verás, en la luna de tu armario,
desdibujarse un puño
esquelético, y ante el funerario
aviso, gritarás las cinco letras
de mi nombre, con voz pávida y floja,
¡Y yo me hallaré ausente
de tu final congoja!
¿Imaginas acaso
mi amargura impotente?
Me estás vedada tú... Soy un fracaso
de confesor y médico que siente
perder a la mejor de sus enfermas
y a su más efusiva penitente. | Me estás vedada tú |
Fray Luis de León |
No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuando más alto sube, viene al suelo.
Testigo es manifiesto
el parto de la Tierra mal osado,
que, cuando tuvo puesto
un monte encima de otro, y levantado,
al hondo derrocado,
sin esperanza gime
debajo su edificio que le oprime.
Si ya la niebla fría
al rayo que amanece odiosa ofende
y contra el claro día
las alas oscurísimas estiende,
no alcanza lo que emprende,
al fin y desparece,
y el sol puro en el cielo resplandece.
No pudo ser vencida,
ni la será jamás, ni la llaneza
ni la inocente vida
ni la fe sin error ni la pureza,
por más que la fiereza
del Tigre ciña un lado,
y el otro el Basilisco emponzoñado;
por más que se conjuren
el odio y el poder y el falso engaño,
y ciegos de ira apuren
lo propio y lo diverso, ajeno, estraño,
jamás le harán daño;
antes, cual fino oro,
recobra del crisol nuevo tesoro.
El ánimo constante,
armado de verdad, mil aceradas,
mil puntas de diamante
embota y enflaquece y, desplegadas
las fuerzas encerradas,
sobre el opuesto bando
con poderoso pie se ensalza hollando;
y con cien voces suena
la Fama, que a la Sierpe, al Tigre fiero
vencidos los condena
a daño no jamás perecedero;
y, con vuelo ligero
veniendo, la Vitoria
corona al vencedor de gozo y gloria. | Oda xv - a don pedro portocarrero |
Alfredo Lavergne | Los que huyen Los emigrantes Los expatriados
Los refugiados Los desterrados Los transmigrados
Y sus inventos
Hacen su aparición en el Viejo Mundo
En el Nuevo Mundo En el Nuevo Orden Mundial
Y en el año 90.000 después de J.C.
Un habitante subdesarrollado
De esa naturaleza Analítica o cientifista
Insistirá en las coincidencias
Entre ellos y nosotros.
Que nuestra cabeza es alta
Que nuestro cráneo está dividido en pequeñeces
De pómulos sobresalientes
De superciliar marcado
Y por la mandíbula y dientes de nuestro período
Especulará en la semejanza
Con las necesidades vitales de su sacerdocio. | Antropología cultural |
Teresa Domingo Català | Hermanadas la furia y la blasfemia
en el sino mortal del sacrificio,
se derrite el incienso de los tallos
con un rito de ancestros y pulgares.
El umbral del dolor, que galvaniza
el recuerdo de un Dios inmóvil, roto
por las balas, la noche, la memoria,
acude a cizañar las madreselvas.
Caídos de las torres de los salmos
en una vieja letanía amarga,
vienen a incinerar la madrugada.
Clama el amor la melodía impune,
el canto de las horas desteñidas
que irrumpen en la lacra de los días.
¿Desearán los huesos descarnados
el sigiloso don de los amantes
que confunden las horas con los labios?
Llegará el madrigal de las sospechas
al campo del honor y los relojes
cimbreando el dolor de las estrellas. | Sacrificio |
Luis de Góngora |
Cuatro o seis desnudos hombros
De dos escollos o tres
Hurtan poco sitio al mar,
Y mucho agradable en él.
Cuánto lo sienten las ondas
Batido lo dice el pie,
Que pólvora de las piedras
La agua repetida es.
Modestamente sublime
Ciñe la cumbre un laurel,
Coronando de esperanzas
Al piloto que le ve.
Verdes rayos de una palma,
Si no luciente, cortés,
Norte frondoso, conducen
El derrotado bajel.
Este ameno sitio breve,
De cabra, apenas montés
Profanado, escaló un día
Mal agradecida fe;
Joven, digo, ya esplendor
Del Palacio de su Rey,
El hueco anima de un tronco
Nueve meses habrá o diez,
A quien, si lecho no blando,
Sueño le debe fiel,
Brame el Austro, y de las rocas
Haga lo que del ciprés.
Arrastrando allí eslabones
De su adorado desdén,
Hierbas cultiva no ingratas
En apacible vergel.
¡Oh, cuán bien las solicita
Sudor fácil, y cuán bien
Émulas responden ellas
Del más valiente pincel!
Confusas entre los lirios
Las rosas se dejan ver,
Bosquejando lo admirable
De su hermosura cruel
Tan dulce, tan natural,
Que abejuela alguna vez
Se caló a besar sus labios
En las hojas de un clavel.
Sierpe de cristal, vestida
Escamas de rosicler,
Se escondía ya en las flores
De la imaginada tez,
Cuando velera paloma,
Alado, si no bajel,
Nubes rompiendo de espuma,
En derrota suya un mes,
Le trajo, si no de oliva,
En las hojas de un papel,
Señas de serenidad,
Si el arco de Amor se cree. | Cuatro o seis desnudos hombros |
Lope de Vega |
De una recia calentura,
de un amoroso accidente,
con el frío de los celos
Belardo estaba a la muerte.
Pensando estaba en la causa,
que quiso hallarse presente
para mostrar que ha podido
hallarse a su fin alegre.
De verle morir la ingrata
ni llora ni se arrepiente,
que quien tanto en vida quiso
hoy en la muerte aborrece.
Empezó el pastor sus mandas
y dice: «Quiero que herede
el cuerpo la dura tierra,
que es deuda que se le debe;
sólo quiero que le saquen
los ojos y los entreguen,
porque los llamó su dueño
la ingrata Filis mil veces.
Y mando que el corazón
en otro fuego se queme,
y que las cenizas mismas
dentro de la mar las echen;
que por ser palabras suyas
en la tierra do cayeren
podrán estar bien seguras
de que el viento se las lleve.
Y pues que muero tan pobre
que cuanto dejo me deben,
podrán hacer mi mortaja
de cartas y papeles;
y de lo demás que queda
quiero que a Filis se entregue
un espejo por que tenga
en qué se mire y contemple.
Contemple que su hermosura
es rosa cuando amanece,
y que es la vejez la noche
a cuya sombra se prende;
y que sus cabellos de oro
se verán presto de nieve,
y con más contento y gusto
goce las horas que duerme». | De una recia calentura |
Lope de Vega |
86
Atada al mar Andrómeda lloraba,
los nácares abriéndose al rocío,
que en sus conchas cuajado en cristal frío,
en cándidos aljófares trocaba.
Besaba el pie, las peñas ablandaba
humilde el mar, como pequeño río,
volviendo el sol la primavera estío,
parado en su cénit la contemplaba.
Los cabellos al viento bullicioso,
que la cubra con ellos le rogaban,
ya que testigo fue de iguales dichas,
y celosas de ver su cuerpo hermoso,
las nereidas su fin solicitaban,
que aún hay quien tenga envidia en las desdichas. | De andrómeda |
Mario Benedetti | 1.
Ayer fue yesterday
para buenos colonos
mas por fortuna nuestro
mañana no es tomorrow
2.
Tengo un mañana que es mio
y un mañana que es de todos
el mío acaba mañana
pero sobrevive el otro. | Digamos |
Javier Alvarado | Se ha colocado tu nombre junto al asta
en la bandera de lo absurdo y lo real;
no quería recordar entonces la frase esperada,
ni los días encapotados en que solíamos salir
a mendigar unas cuantas profecías de lluvia.
Tu nombre era real o supuesto
se te desmoronaban los dedos de tierra
con solo palpar la imagen, de algún santo o de algún Cristo
puesto sobre el vidrio. Era tan lejano aquel recinto
una plegaria de luz y un ojo de vidente extraño;
podíamos llamarle Utopía a ese fuego que descansaba
encima de las velas y que se desvanecía con el augurio
de la noche cuarteada, envejecida quizás con el cuenco
de una sombra o con el diamante de una joya conocida.
Tenía miedo a despertarme, lo reconozco
daba vueltas mi cabeza amarrada a la boca del reloj,
los habitantes de mi pueblo se alimentaban de falsas provisiones
y se atrevían a realizar una especie de trueque con la muerte.
No podían vivir de la pesca, el mar era un bocado para los ojos
del augur, el río una ensoñación de musgo retirada a las piedras
que condujimos para construir una alcoba para amortajar el fuego;
La agricultura era una pesadilla,
pues nos volvíamos vegetales con el tiempo.
Alguien al leer este texto podrá confundirlo como surrealista.
Aquí en la mañana puede suceder la vida, allá en el despertar
puede nacer la estrella con su nodriza a los diez días del parto
y con el sepulturero unas horas después
para enterrar el pensamiento del que sueña.
En igual sustancia podía atravesarte a contraluz,
suicidar algunos pájaros y luego dejarlos volar
por los dedos de tus manos,
o dejar sus cantos colgados de tu cuello
con un collar de espinas sangrando con la sangre del vino y de otros sapos.
Así podía merodear por las aceras del ser,
creerme el nómada de una especie recolectando poemas
en una cesta desvencijada que me arrojó el verano.
Así podía llamarse tu nombre junto al sol
y derretirme lentamente
hasta ser la cera
de tu
plegaria
y tu caída. | Duelo nacional |
Anna Ajmátova |
Cuando la luna es de melón una tajada en la ventana
y en redor es la calina cerrada la puerta y la casa encantada
por las azules ramas de glicinas y en la fuente de arcilla hay agua fría
y la nieve del paño y arde una bujía de cera
tal que en la niñez, mariposas zumban
la calma, que no oye mi palabra, retumba
entonces de lo negro de rincones rembrandtianos algo se ovilla de pronto
y se esconde allí a mano, pero no me estremezco, ni me asusto siquiera...
la soledad en sus redes me hizo prisionera
el gato negro el alma me mira, como ojos centenarios
y en el espejo mi doble es tal vez mi contrario.
Voy a dormir dulcemente, buenas noches, noche. | Cuando la luna es de melón |
amistad |
Algunas veces encuentras en la vida
una amistad especial:
ese alguien que al entrar en tu vida
la cambia por completo.
Ese alguien que te hace reir sin cesar;
ese alguien que te hace creer que en el mundo
existen realmente cosas buenas.
Ese alguien que te convence
de que hay una puerta lista
para que tú la abras.
Esa es una amistad eterna...
Cuando estás triste
y el mundo parece oscuro y vacío,
esa amistad eterna levanta tu ánimo
y hace que ese mundo oscuro y vacío
de repente parezca brillante y pleno.
Tu amistad eterna te ayuda
en los momentos difíciles, tristes,
y de gran confusión.
Si te alejas,
tu amistad eterna te sigue.
Si pierdes el camino,
tu amistad eterna te guía y te alegra.
Tu amistad eterna te lleva de la mano
y te dice que todo va a salir bien.
Si tú encuentras tal amistad
te sientes feliz y lleno de gozo
porque no tienes nada de qué preocuparte.
Tienes una amistad para toda la vida,
ya que una amistad eterna no tiene fin. | Algunas amistades son eternas |
Corina Bruni | Por no decir
en el momento exacto:
Tú bien sabes que siempre te he querido
perdí la perspectiva de la vida,
y la felicidad tan perseguida
se escapó
por las calles del silencio.
Por un orgullo necio
,
¡qué fastidio!
hoy pronuncio
frases huecas y faltas de sentido,
mientras vivo el final de un entreacto.
Y todo,
por no decir, en el momento exacto:
Tú bien sabes que siempre te he querido! | En el momento exacto |
Ana Rossetti |
«Cada palabra es una herida mortal.
Debo tener cuidado».
Jorge Díaz
Noche, palabra mía henchida de sucesos
La aflicción, el vacío, la muerte, la tiniebla
avivan en tus sílabas sus temores y ansias.
Extenuado nombre, fatigada corola,
para caer de ti como cansino pétalo,
o hundirse en tus confines, abiertos, afilados,
beso ardiente, última sensación,
locura extrema.
Noche, noche, amor mío,
¿es que acaso me atreveré a saltar
traspasada de ti hasta la muerte?
Lengua: nupcial espada.
Apenas te mencione, convocadas estrellas
insistirán solícitas mostrando el desvarío
de tus ojos vibrátiles.
Oh noche, qué incitante, qué turbadora eres;
madre devoradora, acercas tu regazo,
y cómo quiero huir, cómo desertar quiero
de tus lágrimas ávidas, cómo intento esconderme
de tus manos, oh noche, mi tristeza.
Y quizás seas la única, la palabra final
que todo amor explique. Y el estremecimiento.
Y el magnífico instante que ni aún la memoria
más fiel y enamorada consiente en repetir.
Noche, tristeza mía, todavía es posible
que te llame, y me abreve en el láudano amargo
que destilan tus letras. Que a tu herida entregue
y a tu abismo, mi tristeza, mi noche,
todavía es posible.
Oh noche mía, acaso... acaso te amaría.
A James Forestal, que se arrojó al
vacío antes de terminar de escribir
la palabra ruiseñor, es decir,NIGHTingale | Nightingale |
Juan Ramón Jiménez |
De noche, el oro
es plata.
Plata muda el silencio
de oro de mi alma. | Otro silencio |
Leopoldo María Panero |
No soporto la voz humana,
mujer, tapa los gritos del
mercado y que no vuelva
a nosotros la memoria del
hijo que nació de tu vientre.
No hay más corona de
espinas que los recuerdos
que se clavan en la carne
y hacen aullar como
aullaban
en el Gólgota los dos ladrones.
Mujer,
no te arrodilles más ante
tu hijo muerto.
Bésame en los labios
como nunca hiciste
y olvida el nombre
maldito de
Jesucristo.
Así arderá tu cuerpo
y del Sabbath quedará
tan sólo una lágrima
y tu aullido. | El lamento de josé de arimatea |
Jaime Sabines |
Se ha vuelto llanto este dolor ahora
y es bueno que así sea.
Bailemos, amemos, Melibea.
Flor de este viento dulce que me tiene,
rama de mi congoja:
desátame, amor mío, hoja por hoja,
mécete aquí en mis sueños,
te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna:
déjame que te bese una por una,
mujeres tú, mujer, coral de espuma.
Rosario, sí, Dolores cuando Andrea,
déjame que te llore y que te vea.
Me he vuelto llanto nada más ahora
y te arrullo, mujer, llora que llora. | Se ha vuelto llanto este dolor ahora |
Juana de Ibarbourou |
Lo quiero con la sangre, con el hueso,
con el ojo que mira y el aliento,
con la frente que inclina el pensamiento,
con este corazón caliente y preso,
y con el sueño fatalmente obseso
de este amor que me copa el sentimiento,
desde la breve risa hasta el lamento,
desde la herida bruja hasta su beso.
Mi vida es de tu vida tributaria,
ya te parezca tumulto, o solitaria,
como una sola flor desesperada.
Depende de él como del leño duro
la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,
que solo en él respira levantada. | Como una sola flor desesperada |
Victoriano Crémer |
Más que verte, sentirte en las entrañas
y asistir al galope de tu voz en mis venas,
y rehogar el alma en tu aceite y tu lumbre
mientras los dientes mascan tu resollar de tierra.
Pero no basta tu nombre, aunque me azote
como un bosque de espadas violentas;
ni tu aliento abrasado, aunque derrumbe
mis tristes huesos de arena.
Que tu nombre, o tu aliento, o tu mirada
caminos son que al corazón te llegan;
partes crujientes de tu ser más hondo,
sosegados perfiles que te muestran.
(Así el redondo son, lejano y tímido,
no es la campana misma, ni la fiesta;
sino tu voz tan sólo,
su musical presencia).
Te necesito a ti España, toda;
cuarzo gigante, macizo bosque o piedra;
cielo total de corazones
en pena.
Te necesito España
unánime y entera
como el clamor del viento
sobre la mar inmensa.
No España tuya o mía.
¡España nuestra!
Geografía íntegra, trasvasada en halago
de materna entereza.
Porque todos son hijos de tu carne y tu sangre,
sueños de tu vigilia, cuchillos de tu vela... | Canto total a españa |
Julio Aumente | Allí se reclinó el cuerpo cansado
de aquel que buscó y no halló la absoluta belleza,
verde jardín que refresca el surtidor,
no más, no más sino dormir eternamente.
Filósofo abúlico o dacio mílite,
noble patricio o emperador divinizado,
en tan deslumbrador rectángulo de mármol
rosado mineral, tal si de Paros,
con luz lunar iluminada luce
vegetal o animado relieve caliente e inmortal
en cuya puerta, innominada, resquicio cierto incita
a traspasar el dudoso dintel ignoto.
Puerta indecisa que separa
sucio mundo presente de un más dichoso prometido;
Hades funesto así lo aceptas sin pavor alguno,
senda de luz y silencio abierta ante tus pies,
niebla acogedora te envuelve en tu mortal deceso,
esplendor evanescente que hace traslúcido el frío alabastro.
Sarcófago de Córdoba que en ti mismo devoras
cruel ciudad desdichada a la vulgaridad entregada con desidia.
Descansa ahora y luego resucites,
corta fusión perecedera,
para de ti volver, alta realeza,
polvo o aire, del agua, triunfal de nuevo en ti reconvertirme. | Sarcófago de córdoba |
Rubén Darío |
Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.
Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino! | Un soneto a cervantes |
Nicolás Guillén |
José Ramón Cantaliso,
¡canta liso!, canta liso,
José Ramón.
Duro espinazo insumiso:
por eso es que canta liso
José Ramón Cantaliso,
José Ramón.
En bares, bachas, bachatas,
a los turistas a gatas,
y a los nativos también,
a todos, el son preciso
José Ramón Cantaliso
les canta liso, muy liso,
para que lo entiendan bien.
Voz de cancerosa entraña.
humo de solar y caña,
que es nube prieta después:
son de guitarra madura,
cuya cuerda ronca y dura
no se enreda en la cintura,
ni prende fuego en los pies.
El sabe que no hay trabajo,
que el pobre se pudre abajo.
y que tras tanto luchar,
el que no perdió el resuello,
o tiene en la frente un sello,
o está con el agua al cuello
sin poderlo remediar.
Por eso de fiesta en fiesta
con su guitarra protesta,
que es su corazón también,
y a todos el son preciso,
José Ramón Cantaliso
les canta liso, muy liso,
para que lo entiendan bien. | José ramon cantaliso |
Federico García Lorca |
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
*
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río. | La casada infiel |
Federico García Lorca |
La muerte
entra y sale
de la taberna.
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna. | Malagueña |
Vicente Aleixandre |
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo. | Se querían |
Manuel del Cabral |
(de Carta a Rubén)
Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia,
yo decía estas cosas llenas de transparencia.
Estas mismas que ahora tienen otra fragancia,
a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia.
Mas por entre la niebla de mis barbas de loma
me salen los recuerdos, frescos como palomas.
Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo,
el pasado se cae de mis labios, y digo:
Era el tiempo en que tenía
piececitos-aviones
ante el fantasma de la policía.
Y madrugaba nuestra fantasía
para robar centavos,
antes que la mañana
tras la fragancia tibia de la panadería,
fuese de puerta en puerta
por la calle aldeana.
Blanca de mundo y de cuidados vanos
te me fugabas cuanto más crecía,
igual que el globo que se me rompía
si mucho le aventaba entre mis manos.
Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer.
Hoy ya no puedo, infancia, correr como corría.
Me pesa tanto el hombre que no puedo correr.
Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno:
corría con la lluvia, temblaba con el trueno.
¿Tú también lo recuerdas?
La barriga desnuda se chorreaba de miel,
mientras los astilleros dedotes del abuelo
a ratos fabricaban barquitos de papel.
Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa,
como tú ya lo sabes, le pusieron
más espina que rosa.
Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila,
pero tiene parientes... Los que ven mis pupilas.
¿No sientes un caballo, y la gran negra capa
de un jinete que corre pisoteando este mapa?
Esto pone a la infancia a crecer de repente,
lo mismo que de súbito crece un agua de fuente.
¿Y qué pueden los Sócrates? ¿Qué pueden los Darío,
cuando como temblores subterráneos
pasan patas equinas que hacen brotar un río
de venas de llantos sobre campos de cráneos?
Mientras en las esquinas, de una ciudad remota,
la novela de un brazo que alza una mano rota,
dando cuerdas a un débil monótono organillo,
le regala a la infancia su sonoro castillo,
algo que ya no tienen los hombres de la tierra,
hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra
Mañana pelearemos sin ir a la batalla,
pues es la que nos mata, la guerra que se calla,
y sólo encontraremos si algo encontramos hecho,
a la muerte perfecta como un odio en el lecho.
Pero ahora no quiero seguir estos detalles,
déjame que te hable de nuevo de mis cosas,
tal como si de pronto te hallaras por la calle
unos zapatos rotos...
donde un canario tiene su más cómodo nido
de poeta remoto...
Así, Rubén, ayer, y quizá con razón,
le dije cosas raras a mi Compadre Mon.
Por ejemplo:
Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser poeta
el retazo de cielo de un viejo callejón,
que siendo tan pequeño, me ensanchó el corazón.
Limpio como los vientos del molino aldeano
he salido desnudo en carne de conciencia,
y parece que tengo la mañana en la mano.
Hoy puede verme el hombre por mi abierta ventana.
Me hallará transparente como el agua con cielo.
¡Me enseñó a hacer mi casa la mañana!
Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo
sólo escribir la mano de una vida que tiene
aún todo desnudo.
¿Cómo me haré contigo, infancia, que de nuevo,
como un traje ya viejo, pero querido, uso?
Nunca dejé de usarte. Todavía te llevo.
Lloras un agua tan clara,
que no parece dolor.
Hoy está triste tu cara.
Pero no tu corazón.
Mira un niño que corre por la playa, parece
que el otro niño, el mar, habla con él, y crece.
Allí llena de cosmos su voz la caracola,
donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola.
Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin nacer!
Porque al nacer tan grandes
no te vimos crecer.
Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo:
suma sólo del cuándo, secreto fiel del cómo.
Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y fuerte
que de pie ya te vemos, tú velando a la Muerte. | Tono cuarto |
Rubén Darío |
Poesía dulce y mística
busca a la blanca cubana
que se asomó a la ventana
como una visión artística.
Misteriosa y cabalística,
puede dar celos a Diana,
con su faz de porcelana
de una blancura eucarística.
Llena de un prestigio asiático,
roja, en el rostro enigmático,
su boca púrpura finge,
Y al sonreírse vi en ella
el resplandor de una estrella
que fuese alma de una esfinge. | Para una cubana |
Federico García Lorca |
Me miré en tus ojos
pensando en tu alma.
Adelfa blanca.
Me miré en tus ojos
pensando en tu boca.
Adelfa roja.
Me miré en tus ojos.
¡Pero estabas muerta!
Adelfa negra. | Remansillo |
Lope de Vega |
Esparcido el cabello por la espalda
que fue del sol desprecio y maravilla,
Silvia cogía por la verde orilla
del mar de Cádiz conchas en su falda.
El agua entre el hinojo de esmeralda,
para que entrase más, su curso humilla;
tejió de mimbre una alta canastilla,
y púsola en su frente por guirnalda.
Mas cuando ya desamparó la playa,
«Mal haya, dijo, el agua, que tan poca
con su sal me abrasó pies y vestidos».
Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya
la sal que tiene tu graciosa boca,
que así tiene abrasados mis sentidos». | Esparcido el cabello por la espalda |
Gabriela Mistral |
La mesa, hijo, está tendida
en blancura quieta de nata,
y en cuatro muros azulea,
dando relumbres, la cerámica.
Ésta es la sal, éste el aceite
y al centro el Pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del Pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.
Baja la mano de comer,
que tu madre también la baja.
Los trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este Pan «cara de Dios»(*)
no llega a mesas de las casas.
Y si otros niños no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocaras,
y no tomarlo mejor sería
con mano y mano avergonzadas.
Hijo, el Hambre, cara de mueca,
en remolino gira las parvas,
y se buscan y no se encuentran
el Pan y el hambre corcovada.
Para que lo halle, si ahora entra,
el Pan dejemos hasta mañana;
el fuego ardiendo marque la puerta,
que el indio quechua nunca cerraba,
¡y miremos comer al Hambre,
para dormir con cuerpo y alma! | La casa |
Gutierre de Cetina |
Amor mueve mis alas, y tan alto
las lleva el amoroso pensamiento,
que de hora en hora así subiendo siento
quedar mi padescer más corto y falto.
Temo tal vez mientra mi vuelo exalto,
mas llega luego a mí el conoscimiento
y pruébase que es poco en tal tormento
por inmortal honor un mortal salto.
Que si otro puso al mar perpetuo nombre
do el soberbio valor le dio la muerte,
presumiendo de sí más que podía,
de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre
que si al cielo llegar negó su suerte,
la vida le faltó, no la osadía.» | Amor m'impenna l'ale, e tanto in alto |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
De pena en pena cruza sus islas el amor
y establece raíces que luego riega el llanto,
y nadie puede, nadie puede evadir los pasos
del corazón que corre callado y carnicero.
Así tú y yo buscamos un hueco, otro planeta
en donde no tocara la sal tu cabellera,
en donde no crecieran dolores por mi culpa,
en donde viva el pan sin agonía.
Un planeta enredado por distancia y follajes,
un páramo, una piedra cruel y deshabitada,
con nuestras propias manos hacer un nido duro,
queríamos, sin daño ni herida ni palabra,
y no fue así el amor, sino una ciudad loca
donde la gente palidece en los balcones. | Cien sonetos de amor |
Ramón López Velarde |
Plaza de Armas, plaza de musicales nidos,
frente a frente del rudo y enano soportal;
plaza en que se confunden un obstinado aroma
lírico y una cierta prosa municipal;
plaza frente a la cárcel lóbrega y frente al lúcido
hogar en que nacieron y murieron los míos;
he aquí que te interroga un discípulo, fiel
a tus fuentes cantantes y tus prados umbríos.
¿Qué se hizo, Plaza de Armas, el coro de chiquillas
que conmigo llegaban en la tarde de asueto
del sábado, a tu kiosko, y que eran actrices
de muñeca excesiva y de exiguo alfabeto?
¿Qué fue de aquellas dulces colegas que rieron
para mí, desde un marco de verdor y de rosas?
¿Qué de las camaradas de los juegos impúberes?
¿Son vírgenes intactas o madres dolorosas?
Es verdad, sé el destino casto de aquella pobre
pálida, cuyo rostro, como una indulgencia
plenaria, miré ayer tras un vidrio lloroso;
me ha inundado en recuerdos pueriles la presencia
de Ana, que al tutearme decía el «tú» de antaño
como una obra maestra, y que hoy me habló con
ceremonia forzada; he visto a Catalina,
exangüe, al exhibir su maternal fortuna
cuando en un cochecillo de blondas y de raso
lleva el fruto cruel y suave de su idilio
por los enarenados senderos...
Más no sé
de todas las demás que viven en exilio.
Y por todas quiero. He de saber de todas
las pequeñas torcaces que me dieron el gusto
de la voz de mujer. ¡Torcaces que cantaban
para mí, en la mañana de un día claro y justo!
Dime, plaza de nidos musicales, de las
actrices que impacientes por salir a la escena
del mundo, chuscamente fingían gozosos líos
de noviazgos y negros episodios de pena.
Dime, Plaza de Armas, de las párvulas lindas
y bobas, que vertieron con su mano inconsciente
un perfume amistoso en el umbral del alma
y una gota del filtro del amor en mi frente.
Mas la plaza está muda, y su silencio trágico
se va agravando en mí con el mismo dolor
del bisoño escolar que sale a vacaciones
pensando en la benévola acogida de Abel,
y halla muerto, en la sala, al hermano menor. | En la plaza de armas |
Basilio Fernández | Nunca reclines un ángel oh bellísima de estío
hacia el violín sibarita
Hay que dejar caer la voz
para hacer pie sobre las amapolas.
Bien sé que una mejilla
es tan mortal como las pompas de jabón
Bien sé que los transeúntes
están hallando el área de las flores
Por eso te ruego ruiseñor
que te adhieras a la caída de la hoja
Alista tu materia prima para las talas de amor
Disfrázate de ciervo descalzo y sin autoridad
sobre el mar
y rescatarás su alma de las traidoras
golondrinas | Bellísima de estío |
en español |
En tu cumpleaños y siempre...
Un mensaje de cumpleaños
que para ti he escogido
y en cuyas lineas deseo
que llegue a ti mi cariño
y con él mi felicitación
y mis votos más sinceros
por tu dicha en el día de hoy
y en los años venideros. | Cumpleaños |
Rosalía de Castro |
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos? | Dicen que no hablan las plantas |
Oscar Acosta |
De tu rostro purísimo y resplandeciente
surge una luz silenciosa
que todo lo desnuda, descubre
paraísos y mares de ceniza,
oculta sombras con su bella campana
y vuela como un pájaro.
Olvidar tu rostro es ahogar el corazón,
tratar de ignorarlo es vivir
a ciegas, dando tumbos;
no es necesario volver a decir
que tu rostro nos promete un reino
en un universo inmóvil y destruido. | El rostro |
Fray Luis de León |
A Cherinto
No te engañe el dorado
vaso ni, de la puesta al bebedero
sabrosa miel, cebado;
dentro al pecho ligero,
Cherinto, no traspases el postrero
asensio; ten dudosa
la mano liberal, que esa azucena,
esa purpúrea rosa,
que el sentido enajena,
tocada, pasa al alma y la envenena.
Retira el pie; que asconde
sierpe mortal el prado, aunque florido
los ojos roba; adonde
aplace más, metido
el peligroso lazo está, y tendido.
Pasó tu primavera;
ya la madura edad te pide el fruto
de gloria verdadera;
¡ay! pon del cieno bruto
los pasos en lugar firme y enjuto,
antes que la engañosa
Circe, del corazón apoderada,
con copa ponzoñosa
el alma trasformada,
te ajunte nueva fiera a su manada.
No es dado al que allí asienta,
si ya el cielo dichoso no le mira,
huir la torpe afrenta;
o arde oso en ira
o, hecho jabalí, gime y suspira.
No fíes en viveza:
atiende al sabio rey Solimitano;
no vale fortaleza:
que al vencedor Gazano
condujo a triste fin femenil mano;
imita al alto Griego,
que sabio no aplicó la noble antena
al enemigo ruego
de la blanda Serena,
por do por siglos mil su fama suena;
decía comoviendo
el aire en dulce son: «La vela inclina,
que, del viento huyendo,
por los mares camina,
Ulises, de los Griegos luz divina;
allega y da reposo
al inmortal cuidado, y entretanto
conocerás curioso
mil historias que canto,
que todo navegante hace otro tanto;
Todos de su camino
tuercen a nuestra voz y, satisfecho
con el cantar divino
el deseoso pecho,
a sus tierras se van con más provecho.
Que todo lo sabemos
cuanto contiene el suelo, y la reñida
guerra te cantaremos
de Troya, y su caída,
por Grecia y por los dioses destruida.»
Ansí falsa cantaba
ardiendo en crueldad; mas él prudente
a la voz atajaba
el camino en su gente
con la aplicada cera suavemente.
Si a ti se presentare,
los ojos sabio cierra; firme atapa
la oreja, si llamare;
si prendiere la capa,
huye, que sólo aquel que huye escapa. | Oda ix - las serenas |
Miguel de Unamuno |
¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!
Pero no me lo digas; tus cantares
son, con el coro de tus varios mares,
una voz sola que cantando gime.
Ese mero gemido nos redime
de la letra fatal, y sus pesares,
bajo el oleaje de nuestros azares,
el secreto secreto nos oprime.
La sinrazón de nuestra suerte abona,
calla la culpa y danos el castigo;
la vida al que nació no le perdona;
de esta enorme injusticia sé testigo,
que así mi canto con tu canto entona,
y no me digas lo que no te digo. | ¡dime qué dices, mar! |
Gloria Fuertes |
Se suicidó
la estatua del dictador.
La estatua vivía en el centro del estanque.
Una noche de viento
la estatua se lanzó al agua.
La estatua del dictador
murió ahogada.
Sólo las gaviotas la echaron de menos. | Se suicidó la estatua del dictador |
José María Gabriel y Galán |
¡A mí n'ámas me gusta
que dali gustu al cuerpo!
Si yo fuera bien rico,
jacía n'ámas eso:
jechalmi güenas siestas
embajo de los fresnos,
jartalmi de gaspachos
con güevos y poleos,
cascalmi güenos fritis
con bolas y pimientos,
mercal un güen caballo,
tenel un jornalero
que to me lo jiciera
pa estalmi yo bien quieto,
andal bien jateao,
jechal cá instanti medio,
fumal de nuevi perras
y andalmi de paseo
lo mesmo que los curas,
lo mesmo que los médicos...
Si yo fuera bien rico,
jacía n'ámas eso,
¡que a mí n'ámas me gusta
que dali gustu al cuerpo! | Sibarita |
José Martí |
Una copa con alas: quién la ha visto
antes que yo? Yo ayer la vi. Subía
con lenta majestad, como quien vierte
óleo sagrado: y a sus bordes dulces
mis regalados labios apretaba:?
Ni una gota siquiera, ni una gota
del bálsamo perdí que hubo en tu beso!
Tu cabeza de negra cabellera
?Te acuerdas?? con mi mano requería,
porque de mí tus labios generosos
no se apartaran. ?Blanda como el beso
que a ti me transfundía, era la suave
atmósfera en redor: La vida entera
sentí que a mí abrazándote, abrazaba!
Perdí el mundo de vista, y sus ruidos
y su envidiosa y bárbara batalla!
Una copa en los aires ascendía
y yo, en brazos no vistos reclinado
tras ella, asido de sus dulces bordes:
Por el espacio azul me remontaba!
Oh amor, oh inmenso, oh acabado artista:
en rueda o riel funde el herrero el hierro:
una flor o mujer o águila o ángel
en oro o plata el joyador cincela:
Tú sólo, sólo tú, sabes el modo
de reducir el Universo a un beso! | Copa con alas |
Garcilaso de la Vega |
Si a vuestra voluntad yo soy de cera,
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar, es de sentido fuera;
¿de do viene una cosa, que, si fuera
menos veces de mí probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera?
Y es que yo soy de lejos inflamado
de vuestra ardiente vista y encendido
tanto, que en vida me sostengo apenas;
mas si de cerca soy acometido
de vuestros ojos, luego siento helado
cuajárseme la sangre por las venas. | Soneto xviii |
Vicente García | Después de tantos años,
La lluvia te ha calado hasta los huesos
Y tú sigues en pie bajo la lluvia.
Con la esperanza, al menos
De hallar en las palabras
No tan sólo hermosura, sino ánimo,
Aunque a veces encuentres el desánimo,
Aunque a veces encuentres la tristeza. | Después de tantos años |
Jorge Luis Borges |
Grata la voz del agua
a quien abrumaron negras arenas,
grato a la mano cóncava
el mármol circular de la columna,
gratos los finos laberintos del agua
entre los limoneros,
grata la música del zéjel,
grato el amor y grata la plegaria
dirigida a un Dios que está solo,
grato el jazmín.
Vano el alfanje
ante las largas lanzas de los muchos,
vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
que tus dulzuras son adioses,
que te será negada la llave,
que la cruz del infiel borrará la luna,
que la tarde que miras es la última. | Alhambra |
Gerardo Diego |
A Antonio Machado
Sentado en el columpio
el ángelus dormita
Enmudecen los astros y los frutos
Y los hombres heridos
pasean sus surtidores
como delfines líricos
Otros más agobiados
con los ríos al hombro
peregrinan sin llamar en las posadas
La vida es un único verso interminable
Nadie llegó a su fin
Nadie sabe que el cielo es un jardín
Olvido.
El ángelus ha fallecido
Con la guadaña ensangrentada
un segador cantando se alejaba. | Ángelus |
Pablo Neruda | Poeta provinciano,
pajarero,
vengo y voy por el mundo,
desarmado,
sin otrosí, silbando,
sometido
al sol y su certeza,
a la lluvia, a su idioma de violín,
a la sílaba fría de la ráfaga.
Sí sí sí sí sí sí,
soy un desesperado pajarero,
no puedo corregirme
y aunque no me conviden
los pájaros a la enramada,
al cielo
o al océano,
a su conversación, a su banquete,
yo me invito a mí mismo
y los acecho
sin prejuicio ninguno:
jilgueros amarillos,
tordos negros,
oscuros cormoranes pescadores
o metálicos mirlos,
ruiseñores,
vibrantes colibríes,
codornices,
águilas inherentes
a los montes de Chile,
loicas de pecho puro
y sanguinario,
cóndores iracundos
y zorzales,
peucos inmóviles, colgados del cielo,
diucas que me educaron con su trino,
pájaros de la miel y del forraje,
del terciopelo azul o la blancura,
pájaros por la espuma coronados
o simplemente vestidos de arena,
pájaros pensativos que interrogan
la tierra y picotean su secreto
o atacan la corteza del gigante
o abren el corazón de la madera
o construyen con paja, greda y lluvia
la casa del amor y del aroma
o jardineros suaves
o ladrones
o inventores azules de la música
o tácitos testigos de la aurora.
Yo, poeta
popular, provinciano, pajarero,
fui por el mundo buscando la vida:
pájaro a pájaro conocí la tierra;
reconocí dónde volaba el fuego:
la precipitación de la energía
y mi desinterés quedó premiado
porque aunque nadie me pagó por eso
recibí aquellas alas en el alma
y la inmovilidad no me detuvo. | El poeta se despide de los pájaros |
Fernando de Herrera |
tanto que desprecié el temor cobarde;
subí a do el fuego más me enciende y arde
cuanto más la esperanza se desvía.
Gasté en error la edad florida mía,
ahora veo el daño, pero tarde,
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.
Tal vez prüebo mas, ¿qué me vale? alzarme
del grave peso que mi cuello oprime,
aunque falta a la poca fuerza el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho. | Osé y temí |
Luis de Góngora |
Ya que con más regalo el campo mira
(Pues del hórrido manto se desnuda)
Purpúreo el Sol y, aunque con lengua muda,
Suave Filomena ya suspira,
Templa, noble garzón, la noble lira,
Honren tu dulce plectro y mano aguda
Lo que al son torpe de mi avena ruda
Me dicta Amor, Calíope me inspira.
Ayúdame a cantar los dos extremos
De mi pastora, y cual parleras aves
Que a saludar al Sol a otros convidan,
Yo ronco, tú sonoro, despertemos
Cuantos en nuestra orilla cisnes graves
Sus blancas plumas bañan y se anidan. | Ya que con más regalo el campo mira |
Pablo Neruda | 20 poemas de amor y una canción desesperada
En su llama mortal la luz te envuelve.
Absorta, pálida doliente, así situada
contra las viejas hélices del crepúsculo
que en torno a ti da vueltas.
Muda, mi amiga,
sola en lo solitario de esta hora de muertes
y llena de las vidas del fuego,
pura heredera del día destruido.
Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro.
De la noche las grandes raíces
crecen de súbito desde tu alma,
y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas,
de modo que un pueblo pálido y azul
de ti recién nacido se alimenta.
Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava
del círculo que en negro y dorado sucede:
erguida, trata y logra una creación tan viva
que sucumben sus flores, y llena es de tristeza. | 20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 2 |
Antonio Colinas |
Il vostro passo di velluto
E il vostro sguardo di vergine violata.
Dino Campana
Simonetta,
por tu delicadeza
la tarde se hace lágrima,
funeral oración,
música detenida.
Simonetta Vespucci,
tienes el alma frágil
de virgen o de amante.
Ya Judith despeinada
o Venus húmeda
tienes el alma fina de mimbre
y la asustada inocencia
del soto de olivos.
Simonetta Vespucci,
por tus dos ojos verdes
Sandro Boticelli
te ha sacado del mar,
y por tus trenzas largas
y por tus largos muslos,
Simonetta Vespucci
que has nacido en Florencia. | Simonetta vespucci |
León Felipe |
A la memoria de Héctor Marqués, capitán de la Marina mercante española, que murió en alta mar y lo enterraron en Nueva York.
Marineros,
¿por qué le dais a la tierra lo que no es suyo
y se lo quitáis al mar?
¿Por qué le habéis enterrado, marineros,
si era un soldado del mar?
Su frente encendida, un faro;
ojos azules, carne de iodo y de sal.
Murió allá arriba, en el puente,
en su trinchera, como un soldado del mar;
con la rosa de los vientos en la mano
deshojando la estrella de navegar.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros?
¡Y en una tierra sin conchas! ¡¡En la playa negra!! ... Allá,
en la ribera siniestra
del otro mar;
¡Nueva York!
piedra, cemento y hierro en tempestad.
Donde el ojo ciclópeo del gran faro
que busca a los ahogados no puede llegar;
donde se acaban las torres y los puentes;
donde no se ve ya
la espuma altiva de los rascacielos;
en los escombros de las calles sórdidas
que rompen en el último arrabal;
donde se vuelve la culebra sombría de los elevados
a meterse otra vez en la ciudad...
Allí, la arcilla opaca de los cementerios, marineros,
allí habéis enterrado al capitán.
¿Por qué le habéis enterrado, marineros,
por qué le habéis enterrado,
si murió como el mejor capitán,
y su alma viento, espuma y cabrilleo
está ahí, entre la noche y el mar...? | Elegía |
Consuelo Hernández | ¿Por qué?
¿De dónde vienes?
¿ Y quién te trae a perturbar
el tecleo de esta computadora
en la última tarde de este año?
Llegas como volando
entre las alas de las cacatúas
y entre las voces de las cigarras
que gritan tu nombre al río Potomac.
¿Quién te desliza hasta mis predios secretos
donde planto semillas que germinarán más lejos?
¿Quién arranca de mi garganta
este quejido ronco
que sale con un son
distinto al de mi voz
zigzagueando en las calles
como onda sideral
que se lleva tu nombre?
¿De qué sortilegio soy objeto?
O es acaso la magia
tejida entre las notas
que viaja de tu piano
a mi computadora...
Mi corazón sale a encontrarte
por las calles que conducen a tu casa,
en el aire que da luz a tus ojos
y mi garganta grita con la materia
que hace la garganta de los cóndores
y la lluvia moja
y la lluvia persiste
en las plazas
a la orilla de mi mar
ojo que se quedó abierto
mirando a la nada infinita.
Cuatro letras
en mi corazón
gritan tu nombre
cuatro letras ahogan mi garganta
cuatro letras humedecen mi piel
y mis sueños
cuatro letras:
Amor. | Cuatro letras |
Basilio Fernández | Helada en el susto verde
te soñé
latiendo en las claridades
Vientos sin rumbo alumbraban
tu sangre viva en la nieve
crucificada en las venas
Por tu candor de aluminio
claveles degollaría
en invisibles licores
Y en transparencias vacías
galopando en los confines
te raptaré nadadora | Ascensión a la rosa |
Julia de Burgos |
Despierta de caricias,
aún siento por mi cuerpo corriéndome tu abrazo.
Estremecido y tenue sigo andando en tu imagen.
¡Fue tan hondo de instintos mi sencillo reclamo...
!De mí se huyeron horas de voluntad robusta,
y humilde de razones, mi sensación dejaron.
Yo no supe de edades ni reflexiones yertas.
¡Yo fui la Vida, amado !
La vida que pasaba por el canto del ave
y la arteria del árbol.
Otras notas más suaves pude haber descorrido,
pero mi anhelo fértil no conocía de atajos:
me agarré a la hora loca,
y mis hojas silvestres sobre ti se doblaron.
Me solté a la pureza de un amor sin ropajes
que cargaba mi vida de lo irreal a lo humano,
y hube de verme toda en un grito de lágrimas,
¡en recuerdo de pájaros!
Yo no supe guardarme de invencibles corrientes
¡Yo fui la Vida, amado !
La vida que en ti mismo descarriaba su rumbo
para darse a mis brazos. | Canción desnuda |
Infantiles |
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran,
¡ay!, ¡ ay!, cómo están llorando! | El lagarto está llorando |
Víctor Botas | Tú no habías nacido. Todo era
entonces diferente: los armarios
inmensos y más dulces
y encendidas las frutas. Hubo noches
en blanco y temerosas, en que pudo
ser resumen del mundo aquella mano
sobre mi frente húmeda. (Ahora
lo está siendo esa risa con que sacas
punta a la situación, mientras en vano
trato de imaginarme qué paredes
te tocará mirar en la agonía.) | A patricia |
Leopoldo Marechal |
Con pie de pluma recorrí tu esfera,
Mundo gracioso del esparcimiento;
Y no fue raro que jugara el viento
Con la mentira de mi primavera.
Dormido el corazón, extraño fuera
Que hubiese dado lumbre y aposento
Al suplicante Amor, cuyo lamento
Llama de noche al corazón y espera.
Si, fría el alma y agobiado el lomo,
Llegué a tu soledad reveladora
Con pie de pluma y corazón de plomo,
¡Deja que un arte más feliz asuma,
Gracioso mundo, y que te busque ahora
Con pie de plomo y corazón de pluma! | De la cordura |
Rafael Alberti |
Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España.
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, a caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme agua. | Canción 8 |
Gabriel Celaya |
Levanta tu edificio. Planta un árbol.
Combate si eres joven. Y haz el amor, ¡ah, siempre!
Mas no olvides al fin construir con tus triunfos
lo que más necesitas: Una tumba, un refugio. | Consejo mortal |
Pablo Neruda | Dónde estará la Guillermina?
Cuando mi hermana la invitó
y yo salí a abrirle la puerta,
entró el sol, entraron estrellas,
entraron dos trenzas de trigo
y dos ojos interminables.
Yo tenía catorce años
y era orgullosamente oscuro,
delgado, ceñido y fruncido,
funeral y ceremonioso:
yo vivía con las arañas
humedecido por el bosque
me conocían los coleópteros
y las abejas tricolores,
yo dormía con las perdices
sumergido bajo la menta.
Entonces entró la Guillermina
con dos relámpagos azules
que me atravesaron el pelo
y me clavaron como espadas
contra los muros del invierno.
Esto sucedió en Temuco.
Allá en el Sur, en la frontera.
Han pasado lentos los años
pisando como paquidermos,
ladrando como zorros locos,
han pasado impuros los años
crecientes, raídos, mortuorios,
y yo anduve de nube en nube,
de tierra en tierra, de ojo en ojo,
mientras la lluvia en la frontera
caía, con el mismo traje.
Mi corazón ha caminado
con intransferibles zapatos,
y he digerido las espinas:
no tuve tregua donde estuve:
donde yo pegué me pegaron,
donde me mataron caí
y resucité con frescura
y luego y luego y luego y luego,
es tan largo contar las cosas.
No tengo nada que añadir.
Vine a vivir en este mundo.
Dónde estará la Guillermina? | Dónde estará la guillermina? |
Luis de Góngora |
Descaminando, enfermo, peregrino
En tenebrosa noche, con pie incierto
La confusión pisando del desierto,
Voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
Distincto oyó de can siempre despierto,
Y en pastoral albergue mal cubierto
Piedad halló, si no halló camino.
Salió el sol, y entre armiños escondida,
Soñolienta beldad con dulce saña
Salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
Más le valiera errar en la montaña,
Que morir de la suerte que yo muero. | De un caminante enfermo |
Lupercio Leonardo de Argensola |
Dentro quiero vivir de mi fortuna
y huir los grandes nombres que derrama
con estatuas y títulos la Fama
por el cóncavo cerco de la luna.
Si con ellos no tengo cosa alguna
común de las que el vulgo sigue y ama,
bástame ver común la postrer cama,
del modo que lo fue la primer cuna.
Y entre estos dos umbrales de la vida,
distantes un espacio tan estrecho,
que en la entrada comienza la salida,
¿qué más aplauso quiero, o más provecho,
que ver mi fe de Filis admitida
y estar yo de la suya satisfecho? | Dentro quiero vivir de mi fortuna |
Francisco de Quevedo |
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero. | Poderoso caballero es don dinero |
Ángeles Carbajal | La arena de otra orilla,
la noche de otro cielo,
una silenciosa madrugada
con el mar al fondo
como un sueño.
Otras manos en mis manos.
Otras calles y no éstas.
Mi vida
es una cita a ciegas
a la que nunca llegas tú,
o de la que ya te has ido
para siempre. | Maleficio |
Federico García Lorca |
Las manos de mi cariño
te están bordando una capa
con agremán de alhelíes
y con esclavina de agua.
Cuando fuiste novio mío,
por la primavera blanca,
los cascos de tu caballo
cuatro sollozos de plata.
La luna es un pozo chico,
las flores no valen nada,
lo que valen son tus brazos
cuando de noche me abrazan,
lo que valen son tus brazos
cuando de noche me abrazan. | Zorongo |
Vicente García | Te marcharás un día.
Tan sólo, en este tiempo,
Demoras la partida.
¿ A qué lugar ? Lo ignoras.
Allí donde te dejen
Vivir de alguna forma.
Olvida tu pasado,
Tus errores, y guarda
Un poco de entusiasmo
Para salir indemne,
Para andar por la vida
Y retrasar la muerte. | Proyectos |
Luis de Góngora |
De mi sastre en el hurtar
la mano es tan singular,
que si cae la tela en ella
cuando la empieza a doblar,
ya puedo doblar por ella.
Y cuando pasa a trazar
la tela ya referida,
no hay como verle sacar
la medida para hurtar,
cuando él hurta sin medida. | El sastre |
Genaro Ortega Gutiérrez | Lo escuchas desde la orilla remotísima
de la lluvia, aunque la piel
estremecida se te levanta en llanto
y las palabras danzan
en el vértigo herido de tu esqueleto.
Lo oyes con los ojos,
como algo antiguo y perenne que es,
por sí sólo,
un sistema válido de correspondencias
entre la calidez de la piedra
y la distancia del sentimiento.
Que a lo mejor son amargas circunstancias,
pero configuran una personalidad compleja. | Talón de aquiles |
Miguel Ángel Asturias |
(Cantata)
1954
¡Patria de las perfectas luces, tuya
la ingenua, agraria y melodiosa fiesta,
campos que cubren hoy brazos de cruces!
¡Patria de los perfectos lagos, altos
espejos que tu mano acerca al cielo
para que vea Dios tantos estragos!
¡Patria de los perfectos montes, cauda
de verdes curvas imantando auroras,
hoy por cárcel te dan tus horizontes!
¡Patria de los perfectos días, horas
de pájaros, de flores, de silencio
que ahora, ¡oh dolor!, son agonías!
¡Patria de los perfectos cielos, dueña
de tardes de oro y noches de luceros,
alba y poniente que hoy visten tus duelos!
¡Patria de los perfectos valles, tienden
de volcán a volcán verdes hamacas
que escuchan hoy llorar casas y calles!
¡Patria de los perfectos frutos, pulpa
de paraíso en cáscara de luces,
agridulces ahora por tus lutos!
¡Patria del armadillo y la luciérnaga
del pavoazul y el pájaro esmeralda,
por la que llora sin cesar el grillo!
¡Patria del monaguillo de los monos,
el atel colilargo, los venados,
los tapires, el pájaro amarillo
y los cenzontles reales, fuego en plumas
del colibrí ligero, juego en voces
de la protesta de tus animales!
Loros de verde que a tu oído gritan
no ser del oro verde que ambicionan
los que la libertad, Patria, te quitan.
Guacamayas que son tu plusvalía
por el plumaje de oro, cielo y sangre,
proclamándote va su gritería...
¡Patria de las perfectas aves, libre
vive el quetzal y encarcelado muere,
la vida es libertad, Patria, lo sabes!
¡Patria de los perfectos mares, tuyos
de tu profundidad y ricas costas,
más salóbregos hoy por tus pesares!
¡Patria de las perfectas mieses, antes
que tuyas, júbilo del pueblo, gente
con la que ahora en el pesar te creces!
¡Patria de los perfectos goces, hechos
de sonido, color, sabor, aroma,
que ahora para quién no son atroces!
¡Patria de las perfectas mieles, llanto
salado hoy, llanto en copa de amargura,
no la apartes de mí, no me consueles!
¡Patria de las perfectas siembras, calzan
con hambre de maíz sus pies desnudos,
los que huyen hoy, tus machos y tus hembras! | Guatemala |
en español |
Feliz, feliz cumpleaños
deseo para ti
que Dios omnipotente
te quiera bendecir.
A Dios le doy gracias
que con su amor sin par
a fin de otro año hermoso
te permitió llegar.
Feliz, feliz cumpleaños
que Dios en su bondad
te dé más larga vida,
salud, felicidad. | Cumpleaños |
Mario Meléndez | Llévame hacia el sur
de tus caderas
donde la humedad
envuelve los árboles
que brotan de tu cuerpo
Llévame a la tierra profunda
que asoma entre tus piernas
a ese pequeño norte de tus senos
Llévame al desierto frío
que amenaza tu boca
al desterrado oasis de tu ombligo
Llévame al oeste de aquellos pies
que fueron míos
de aquellas manos que encerraron
el mar y las montañas
Llévame a otros pueblos
con el primer beso
a la región interminable
de lengua y flores
a ese camino genital
a ese río de ceniza que derramas
Llévame a todas partes, amor
y a todas partes conduce mis dedos
como si tú fueras la patria
y yo, tu único habitante | Llévame |
Salvador García Ramírez | Um não sei quê, que nasce não sei onde.
vem não sei como, e doi não sei porquê
LUIS DE CAMÕES
Yo fui feliz un mediodía
robado a la tarifa del invierno.
Crucé los sellos del deber y tuve
en postigos del Sur
el ocio imponderable de otro mar
abriéndome las venas.
La belleza alisaba las costuras
del luego en otra parte
o por si acaso,
embebía la dimensión del hueco
que la historia reparte en las esquinas
de las plazas minúsculas.
Hilé los pasadizos, los túneles sin fecha
suspendido en el hombro del número perfecto.
Rocé las crines,
la calma súbita,
la botella de luz
con que acoge el reloj de los vestíbulos.
Corren por mí las calles del encuentro.
Las uvas del futuro endulzan
el puerto que entretuve,
tan propiamente cómplices,
la vez que fui feliz y posesivo. | Fevereiro |
José Martí |
Ved: sentado lo llevo
Sobre mi hombro:
Oculto va, y visible
Para mí solo!
Él me ciñe las sienes
Con su redondo
Brazo, cuando a las fieras
Penas me postro:?
Cuando el cabello hirsuto
Yérguese y hosco,
Cual de interna tormenta
Símbolo torvo,
Como un beso que vuela
Siento en el tosco
Cráneo: su mano amansa
El bridón loco!?
Cuando en medio del recio
Camino lóbrego,
Sonrío, y desmayado
Del raro gozo,
La mano tiendo en busca
De amigo apoyo,?
Es que un beso invisible
Me da el hermoso
Niño que va sentado
Sobre mi hombro. | Sobre mi hombro |
Antonio Machado |
El acusado es pálido y lampiño.
Arde en sus ojos una fosca lumbre,
que repugna a su máscara de niño
y ademán de piadosa mansedumbre.
Conserva del obscuro seminario
el talante modesto y la costumbre
de mirar a la tierra o al breviario.
Devoto de María,
madre de pecadores,
por Burgos bachiller en teología,
presto a tomar las órdenes menores.
Fue su crimen atroz. Hartóse un día
de los textos profanos y divinos,
sintió pesar del tiempo que perdía
enderezando hipérbatons latinos.
Enamoróse de una hermosa niña,
subiósele el amor a la cabeza
como el zumo dorado de la viña,
y despertó su natural fiereza.
En sueños vio a sus padres ?labradores
de mediano caudal? iluminados
del hogar por los rojos resplandores,
los campesinos rostros atezados.
Quiso heredar. ¡Oh guindos y nogales
del huerto familiar, verde y sombrío,
y doradas espigas candeales
que colmarán las trojes del estío!.
Y se acordó del hacha que pendía
en el muro, luciente y afilada,
el hacha fuerte que la leña hacía
de la rama de roble cercenada.
................................................
Frente al reo, los jueces con sus viejos
ropones enlutados;
y una hilera de obscuros entrecejos
y de plebeyos rostros: los jurados.
El abogado defensor perora,
golpeando el pupitre con la mano;
emborrona papel un escribano,
mientras oye el fiscal, indiferente,
el alegato enfático y sonoro,
y repasa los autos judiciales
o, entre sus dedos, de las gafas de oro
acaricia los límpidos cristales.
Dice un ujier: «Va sin remedio al palo».
El joven cuervo la clemencia espera.
Un pueblo, carne de horca, la severa
justicia aguarda que castiga al malo. | Un criminal |
Luis de Góngora |
Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
Por las puertas salía del Oriente,
Ella de flores la rosada frente,
Él de encendidos rayos coronado.
Sembraban su contento o su cuidado,
Cuál con voz dulce, cuál con voz doliente,
Las tiernas aves con la luz presente
En el fresco aire y en el verde prado,
Cuando salió bastante a dar Leonora
Cuerpo a los vientos y a las piedras alma,
Cantando de su rico albergue, y luego
Ni oí las aves más, ni vi la Aurora;
Porque al salir, o todo quedó en calma,
O yo (que es lo más cierto), sordo y ciego. | Tras la bermeja aurora el sol dorado |
Luis de Góngora |
Despidióse el francés con grasa buena,
(Con buena gracia digo, señor Momo),
Hizo España el deber con el Vandomo,
Y al pagar le hará con el de Pena.
Reales fiestas le impidió al de Humena
La ya engastada Margarita en plomo,
Aunque no hay toros para Francia como
Los de Guisando, su comida y cena.
Estrellóse la gala de diamantes
Tan al tope, que alguno fue topacio,
Y aun don Cristalïán mintió finezas.
Partióse al fin, y tan brindadas antes
Nos dejó las saludes de Palacio,
Que otro día enfermaron Sus Altezas. | Volviéndose a francia el duque de humena |
Juan Ramón Jiménez |
Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.
Si queréis que entre las rosas
ría hacia los matinales
resplandores de la vida,
que sea lo que queráis.
Si queréis que entre los cardos
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
que sea lo que queráis.
Gracias si queréis que mire,
gracias si queréis cegarme;
gracias por todo y por nada,
y sea lo que queráis.
Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis. | Dios de amor |
Federico García Lorca |
Caña de voz y gesto,
una vez y otra vez
tiembla sin esperanza
en el aire de ayer.
La niña suspirando
lo quería coger;
pero llegaba siempre
un minuto después.
¡Ay sol! ¡Ay luna, luna!
Un minuto después.
Sesenta flores grises
enredaban sus pies.
Mira cómo se mece
una vez y otra vez,
virgen de flor y rama,
en el aire de ayer. | Árbol de canción |
Carlos Bousoño |
Íbamos de camino.
Mi cariño en sus brisas te oreaba.
Tu cabello llevado entre los céfiros
era también como brisa del alma.
Eras también como brisa en la brisa.
¡Qué claridad rumorosa mis ansias!
¡Oh transparencia vital que encendía
toda mi vida cual fuego en luz blanca!
De mi alma entonces salía silvestre
el aire fresco de la madrugada.
Allá dentro, por dentro, ¡qué pura
la caricia amorosa del alba!
¡Qué delicadas nubes se encendían
y qué irisadas aguas!
El mundo era el sonido
y en mi interior sonaba. | El amor |
Juan Ramón Jiménez |
Cierra, cierra la puerta,
como a ella le gustaba...
¡Que se encuentre a su gusto
su recuerdo! | La ausente |
Ángel González |
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
Mar de invierno. El agua gris
mancha de frío las rocas.
Tus piernas, tus dulces piernas,
enternecen a las olas.
Un cielo sucio se vuelca
sobre el mar. El viento borra
el perfil de las colinas
de arena. Las tediosas
charcas de sal y de frío
copian tu luz y tu sombra.
Algo gritan, en lo alto,
que tú no escuchas, absorta.
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas. | Son las gaviotas |
José Luis Rey Cano |
Para María José
Te quiero porque hay nubes amarillas
tu vestido en la lluvia
campanillas azules en los pies
se quieren cuando entra lentamente la luz
Te quiero cuando llegan los piratas
y la luna y la arena son todo mi tesoro
y acabo de lavar la ropa de los niños
y he perdido un recuerdo
los he visto quererse flotando sobre el mundo
Y ella tuvo la espuma yo la quise en el aire
y cogió él la luz cuando os besabais
nos queremos callando se quisieron a gritos
y las islas subieron y tocaron el sol
sí la quiso desnuda te he querido y dormías
en un mar infinito y un planeta naranja | Baltimore |
Rubén Darío |
¡Pradera, feliz día! Del regio Buenos Aires
quedaron allá lejos el fuego y el hervor;
hoy en tu verde triunfo tendrán mis sueños vida,
respiraré tu aliento, me bañaré en tu sol.
Muy buenos días, huerto. Saludo la frescura
que brota de las ramas de tu durazno en flor;
formada de rosales, tu calle de Florida
mira pasar la Gloria, la Banca y el Sport.
Un pájaro poeta rumia en su buche versos;
chismoso y petulante, charlando va un gorrión;
las plantas trepadoras conversan de política;
las rosas y los lirios del arte y del amor.
Rigiendo su cuadriga de mágicas libélulas,
de sueños millonarios, pasa el travieso Puck;
y, espléndida sportwoman, en su celeste carro,
la emperatriz Titania seguida de Oberón.
De noche, cuando muestra su medio anillo de oro
bajo el azul tranquilo, la amada de Pierrot,
es una fiesta pálida la que en el huerto reina,
toca en la lira el aire su do-re-mi-fa-sol.
Curiosas las violetas a su balcón se asoman.
Y una suspira: «¡lástima que falte el ruiseñor!»
Los silfos acompasan la danza de las brisas
en un walpurgis vago de aromas y de visión.
De pronto se oye el eco del grito de la pampa;
brilla como una puesta del argentino sol;
y un espectral jinete como una sombra cruza,
sobre su espalda un poncho; sobre su faz, dolor.
?¿Quién eres, solitario viajero de la noche?
?Yo soy la Poesía que un tiempo aquí reinó:
Yo soy el primer gaucho que parte para siempre,
de nuestra vieja patria llevando el corazón. | Del campo |
María Eugenia Caseiro | Soy araña feliz sobre la tela
en el ir y venir de las agujas
hasta sentirme olvidada
de las flor mistificada y de los parques.
Que no me engulla el sol y el agua
para luego segarme.
Soy feliz cuando las puertas
se convierten en perros guardianes
y me siento protegida de la lluvia.
Es mejor cerrar los ojos
que no sepan del color, ni los oídos escuchen
la facundia de las viejas cotorras.
Que las paredes aprendan
a amoldarse al silencio de la piedra,
que el maleficio no llegue
porque hay muertos que suelen repetirse
y nada hay de extraordinario
en que otro día sin suerte
dejen de una vez la puerta abierta
te arrebaten de nuevo el mismo muerto
y se te vaya dos veces, o tres, o cien
¿quién sabe cuántas veces?
Soy feliz cuando las puertas no permiten
que salgan los de adentro
cuando los que aún no llegan
se pierden sin saber si han de llegar
porque hay muertos que suelen repetirse
y nada hay de extraordinario en que se te vaya de nuevo
¿quién sabe cuántas veces?
Nada sé de colocar alfombras
para dar la bienvenida a los extraños;
que se vayan con sus risas de cristal partido,
con sus cofres de badana
y sus cajitas de música
Que se vallan
muy lejos de mis puertas
que saben guarecer de la inútil profecía.
¡Olvídense de mí!
viejos doctores de los presentimientos
Quiero ser feliz convertida en araña.
Déjenme a solas custodiada por mis puertas
porque hay muertos que suelen repetirse
y ya no quiero ver pasar
una y otra vez el mismo féretro. | De profecías y puertas |
José Ángel Valente |
A usted le doy una flor,
si me permite,
un gato y un micrófono,
un destornillador totalmente en desuso,
una ventana alegre.
Agítelos.
Haga un poema
o cualquier otra cosa.
Léasela al vecino.
Arrójela feliz al sumidero.
Y buenos días,
no vuelva nunca más, salude
a cuantos aún recuerden
que nos vamos pudriendo de impotencia. | A usted |
Juan Ramón Jiménez |
¡Hoja verde
con sol rico,
carne mía
con mi espíritu! | Extasis |
Rubén Darío |
Miré al sentarme a la mesa,
bañado en la luz del día
el retrato de María,
la cubana japonesa.
El aire acaricia y besa,
como un amante lo haría,
la orgullosa bizarría
de la cabellera espesa.
Diera un tesoro el Mikado
por sentirse acariciado
por princesa tan gentil,
digna de que un gran pintor
la pinte junto a una flor
en un vaso de marfil. | Para la misma |
Fa Claes | El siglo veinte desfila.
Lenin delante con pátera
con sangre de proletas . Stalin luego,
bailando la danza macabra sobre el cuerpo de Trotski.
Siguen el canalla Hitler y su manada,
perros llenos de desprecio de sí mismos
para quienes el hombre era ficción.
Detrás de orgullo cerrado gatea
Hiro Hito, de la misma calaña.
El sol naciente se hundió
en sangre.
Roosevelt, Truman, Bush.
¿Creí en ellos? Cada uno de ellos
era una desilusión.
¿Qué otro guasón triste desfilará
en América después del siglo veinte?
Los conocí sólo de nombre,
a los poderosos de la tierra.
No los reconocí
porque no conocen otro derecho
que el del perro más fuerte,
porque no conocen otro amor
que el del perro más apasionado,
porque no conocen otra vida
que la de de perros.
Cuando considero que gobiernan
el mundo, que Rijmenam
no escapa de su abrazo,
aprieto los labios,
mi corazón se retuerce y
con indecisión meneo la cabeza.
No, pienso, no, no lo conozco a él,
Chirac, Yeltsin, Milosevich,
Bill Clinton.
No lo conozco a él, Mobutu,
Assad, Papa Doc,
pequeño renacuajo de mal mayor.
No lo niegues, cada uno de ellos
tiene sus cualidades.
Exactamente esas no me gustan.
No pienso que nosotros
-ellos y yo, quiero decir-
podemos ser amigos.
Tengo una falta absoluta de respeto
para quien solamente evoca la apariencia
de ejercer el poder
y por consiguiente abusa del poder. | Desfile |
Luis de Góngora |
Por niñear, un picarillo tierno,
Hurón de faltriqueras, subtil caza,
A la cola de un perro ató por maza
(Con perdón de los clérigos) un cuerno.
El triste perrinchón en el gobierno
De una tan gran carroza se embaraza;
Grítale el pueblo, haciendo de la plaza
(Si allá se alegran) un alegre infierno.
Llegó en esto una viuda mesurada,
Que entre los signos, ya que no en la gloria,
Tiene a su esposo, y dijo: «Es gran bajeza
Que un gozque arrastre así una ejecutoria
Que ha obedecido tanta gente honrada,
Y se la ha puesto sobre su cabeza.» | Por niñear, un picarillo tierno |
Pablo Neruda | Hoy me he tendido junto a una joven pura
como a la orilla de un océano blanco,
como en el centro de una ardiente estrella
de lento espacio.
De su mirada largamente verde
la luz caía como un agua seca,
en transparentes y profundos círculos
de fresca fuerza.
Su pecho como un fuego de dos llamas
ardía en dos regiones levantado,
y en doble río llegaba a sus pies,
grandes y claros.
Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo
llenándolo de frutas extendidas
y oculto fuego. | Ángela adónica |
Luis Cernuda |
Quisiera saber por qué esta muerte
al verte, adolescente rumoroso,
mar dormido bajo los astros ciegos,
aún constelado por escamas de sirenas,
o seda que despliegan
cambiante de fuegos nocturnos
y acordes palpitantes,
rubio igual que la lluvia,
sombrío igual que la vida es a veces.
Aunque sin verme desfiles a mi lado,
huracán ignorante,
estrella que roza mi mano abandonada su eternidad,
sabes bien, recuerdo de siglos,
cómo el amor es lucha
donde se muerden dos cuerpos iguales.
Yo no te había visto;
miraba los animalillos gozando bajo el sol verdeante,
despreocupado de los árboles iracundos,
cuando sentí una herida que abrió la luz en mí;
el dolor enseñaba
cómo una forma opaca, copiando luz ajena,
parece luminosa.
Tan luminosa,
que mis horas perdidas, yo mismo,
quedamos redimidos de la sombra,
para no ser ya más
que memoria de luz;
de luz que vi cruzarme,
seda, agua o árbol, un momento. | Quisiera saber por qué esta muerte |
Delfina Acosta |
Somos amantes. Suelen los poetas
con infantiles coplas y sonetos
celebrar el tañir de las campanas
como la hora nupcial de nuestro encuentro.
Dirían más, pero se callan porque
se abrevia así el relato en dulce cuento.
Es la sombra que atiende el buen negocio,
madama de aire triste; los dineros
pagados por el cuarto azul agrandan
sus ojos apagados, mas los juegos
de los amantes en las escaleras
no la dejan dormir. Se siente el cielo
cuando en la calle oscura y sin un ánima
ya somos de la acera dos silencios
por una tos la culpa de un ladrido.
¡ Qué accidente ! ¿Quién más irá a saberlo? | Cuarto azul |
Alfredo Lavergne | Oh agua.
Mientras por ella avanzo
A ella alabo. | Ferai un vers de dreit nien |
Leopoldo Marechal |
Creo en la vida todopoderosa,
en la vida que es luz, fuerza y calor;
porque sabe del yunque y de la rosa
creo en la vida todopoderosa
y en su sagrado hijo, el buen Amor.
Tal vez nació cual el vehemente sueño
del numen de un espíritu genial;
brusca la senda, el porvenir risueño,
nació tal vez cual el vehemente sueño
de un apóstol que busca un ideal.
Padeció, la titán, bajo los yugos
de una falsa y mezquina religión;
veinte siglos se hicieron sus verdugos
y aun padece, titán, bajo sus yugos
esperando la luz de la razón.
Fue en la humana estultez crucificada;
murió en el templo y resurgió en la luz...
¡Y, desde alli, vendra como una espada,
contra esa Fe que germino en la nada,
contra ese dios que enmascaro la cruz!
Creo en la carne que pecando sube,
creo en la Vida que es el Mal y el Bien;
la gota de agua del pantano es nube.
Creo en la carne que pecando sube
y en el Amor que es Dios.
¡Por siempre amén! | Credo a la vida |
Lope de Vega |
El pastor que en el monte anduvo al hielo,
al pie del mismo, derribando un pino,
en saliendo el lucero vespertino
enciende lumbre y duerme sin recelo.
Dejan las aves con la noche el vuelo,
el campo el buey, la senda el peregrino,
la hoz el trigo, la guadaña el lino,
que al fin descansa cuando cubre el cielo.
Yo solo, aunque la noche con su manto
esparza sueño y cuanto vive aduerma,
tengo mis ojos de descanso faltos.
Argos los vuelve la ocasión y el llanto,
sin vara de Mercurio que los duerma,
que los ojos del alma están muy altos. | El pastor que en el monte |
Odette Alonso |
Sentada ante la rueca
Helena piensa en Paris.
Sus hijos crecen
y Menelao dormita entre las mantas
en un rincón desde donde la mira a veces.
Ella hilando la rueca
está pensando en Paris
la hermosura y el pánico
y tal vez una lágrima o un pálpito
mientras el hilo corre entre sus dedos
y Menelao dormita
y sus hijos persiguen mariposas
y Paris es un sueño que el tiempo le devuelve detenido
engalanado vencedor de nada
en esta dulce tarde en que Helena está hilando su recuerdo
con una limpia lágrima o un pálpito. | Helena o la otra cara del silencio |