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Hilario Barrero
La niebla empaña mi mirada y al pasar por el lago ve dos cisnes felices que escriben en el agua un mensaje secreto con mala ortografía y tinta seca que yo puedo leer y tú no puedes. Tú crees que son dos patos que volando hacia el Sur hacen tiempo en el lago cebándose de pan que les dan los vecinos. Dentro de poco ya no estarán mis cisnes ni tus patos, yo seguiré nublado con la niebla y tú verás más claro cada día.
Miradas
Toni García Arias
Si Dios me diese la oportunidad de regresar a mi pasado, no guardaría tantas lágrimas ni tantos besos. Salpicaría todas las mañanas con un verso nuevo que llevarme a los labios, me dejaría navegar salvaje donde antes me atenazaba el miedo, no amagaría aquel abrazo que se perdió por siempre en lo más profundo del reproche. Invadiría más a menudo tus noches y tus sábanas, asaltaría tu sonrisa para instalar mi bandera. No te dejaría marchar jamás de mis sueños, de mis miedos, de mis derrotas. Si Dios me diese la oportunidad de regresar a mi pasado, correría hacia él con más fuerza para que el tiempo, el siempre tiempo, no pudiese reconocerme, para que yo, al fin, no pudiese recordarme.
Pasado
Manuel Machado
A Miguel Sawa Se perdió en las vagas selvas de un ensueño, y sólo de espaldas la vi desde lejos... Como una caricia dorada, el cabello, tendido, sus hombros cubría. Y, al verlo, siguióla mi alma y fuese muy lejos, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Se fue hasta el castillo del burgrave fiero, que está en la alta roca: los puentes cayeron y se despertaron los sones del hierro. Pasamos... Mi alma, tras ella corriendo, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Se fue hasta las verdes llanuras de Jonia; y el templo cruzó de Partenes. Del mármol eterno dejó las regiones... Y se fue más lejos con mi alma, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Oro y negras piedras, y muros inmensos, y tumbas enormes —sepulcro de un pueblo que mira hacia Oriente con sus ojos muertos—. Siguió... Y arrastraba mi alma más lejos, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Siguió; entre menhires pasamos y horrendos despojos de fieras... Siguió; y a lo lejos, perdióse en las selvas oscuras del sueño dejándome solo, no sé si dormido o despierto.
Eleusis
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Y esta palabra, este papel escrito por las mil manos de una sola mano, no queda en ti, no sirve para sueños, cae a la tierra: allí se continúa. No importa que la luz o la alabanza se derramen y salgan de la copa si fueron un tenaz temblor del vino, si se tiñó tu boca de amaranto. No quiere más la sílaba tardía, lo que trae y retrae el arrecife de mis recuerdos, la irritada espuma, no quiere más sino escribir tu nombre. Y aunque lo calle mi sombrío amor más tarde lo dirá la primavera.
Cien sonetos de amor
José Asunción Silva
En la tarde, en las horas del divino crepúsculo sereno, se pueblan de tinieblas los espacios y las almas de sueños. Sobre un fondo de tonos nacarados la silueta del templo las altas tapias del jardín antiguo y los árboles negros, cuyas ramas semejan un encaje movidas por el viento se destacan oscuras, melancólicas como un extraño espectro! En estas horas de solemne calma vagan los pensamientos y buscan a la sombra de lo ignoto la quietud y el silencio. Se recuerdan las caras adoradas de los queridos muertos que duermen para siempre en el sepulcro y hace tanto no vemos. Bajan sobre las cosas de la vida las sombras de lo eterno y las almas emprenden su viaje al país del recuerdo. También vamos cruzando lentamente de la vida el desierto también en el sepulcro helada sima más tarde dormiremos. Que en la tarde, en las horas del divino crepúsculo sereno se pueblan de tinieblas los espacios y las almas de sueños!
Crepúsculo
Lope de Vega
Canta Amarilis, y su voz levanta mi alma desde el orbe de la luna a las inteligencias, que ninguna la suya imita con dulzura tanta. De su número luego me trasplanta a la unidad, que por sí misma es una, y cual si fuera de su coro alguna, alaba su grandeza cuando canta. Apártame del mundo tal distancia, que el pensamiento en su Hacedor termina, mano, destreza, voz y consonancia. Y es argumento que su voz divina algo tiene de angélica sustancia, pues a contemplación tan alta inclina.
Canta amarilis
Fernando de Herrera
por este campo estéril y ascondido; todo calla y no cesa mi gemido y lloro la desdicha de mi estado. Crece el camino y crece mi cuidado, que nunca mi dolor pone en olvido; el curso al fin acaba, aunque estendido, pero no acaba el daño dilatado. ¿Qué vale contra un mal siempre presente apartarse y huir, si en la memoria se estampa y muestra frescas las señales? Vuela Amor en mi alcance y no consiente, en mi afrenta, que olvide aquella historia que descubrió la senda de mis males.
Voy siguiendo la fuerza de mi hado
Toni García Arias
Esas marcas de salitre que dejan las olas sobre la arena son como nosotros; restos de espuma que el mar, impreciso, no supo pronunciar en futuro. Y el sol las desvanece.
Matriz de las olas
Pablo Neruda
De consumida sal y garganta en peligro están hechas las rosas del océano solo, el agua rota sin embargo, y pájaros temibles, y no hay sino la noche acompañada del día, y el día acompañado de un refugio, de una pezuña, del silencio. En el silencio crece el viento con su hoja única y su flor golpeada, y la arena que tiene sólo tacto y silencio, no es nada, es una sombra, una pisada de caballo vago, no es nada sino una ola que el tiempo ha recibido, porque todas las aguas van a los ojos fríos del tiempo que debajo del océano mira. Ya sus ojos han muerto de agua muerta y palomas, y son dos agujeros de latitud amarga por donde entran los peces de ensangrentados dientes y las ballenas buscando esmeraldas, y esqueletos pálidos caballeros deshechos por las lentas medusas, y además varias asociaciones de arrayán venenoso, manos aisladas, flechas, revólveres de escama, interminablemente corren por sus mejillas y devoran sus ojos de sal destituida. Cuando la luna entrega sus náufragos, sus cajones, sus muertos cubiertos de amapolas masculinas, cuando en el saco de la luna caen los trajes sepultados en el mar con sus largos tormentos, sus barbas derribadas, sus cabezas que el agua y el orgullo pidieron para siempre, en la extensión se oyen caer de rodillas hacia el fondo del mar traídas por la luna en su saco de piedra gastado por las lágrimas y por las mordeduras de pescados siniestros. Es verdad, es la luna descendiendo con crueles sacudidas de esponja, es, sin embargo, la luna tambaleando entre las madrigueras, la luna carcomida por los gritos del agua, los vientres de la luna, sus escamas de acero despedido: y desde entonces al final del Océano desciende, azul y azul, atravesada por azules, ciegos azules de materia ciega, arrastrando su cargamento corrompido, buzos, maderas, dedos, pescadora de la sangre que en las cimas del mar ha sido derramada por grandes desventuras. Pero hablo de una orilla, es allí donde azota el mar con furia y las olas golpean los muros de ceniza. Qué es esto? Es una sombra? No es la sombra, es la arena de la triste república, es un sistema de algas, hay alas, hay un picotazo en el pecho del cielo: oh superficie herida por las olas, oh manantial del mar, si la lluvia asegura tus secretos, si el viento interminable mata los pájaros, si solamente el cielo, sólo quiero morder tus costas y morirme, sólo quiero mirar la boca de las piedras por donde los secretos salen llenos de espuma. Es una región sola, ya he hablado de esta región tan sola, donde la tierra está llena de océano, y no hay nadie sino unas huellas de caballo, no hay nadie sino el viento, no hay nadie sino la lluvia que cae sobre las aguas del mar, nadie sino la lluvia que crece sobre el mar.
El sur del océano
Luis de Góngora
Señora doña puente segoviana, Cuyos ojos están llorando arena, Si es por el río, muy enhorabuena, Aunque estáis para viuda muy galana. De estangurria murió. No hay castellana Lavandera que no llore de pena, Y fulano sotillo se condena De olmos negros a loba luterana. Bien es verdad que dicen los doctores Que no es muerto, sino que del estío Le causan parasismos los calores; Que a los primeros del diciembre frío, De sus mulas harán estos señores Que los orines den salud al río.
Señora doña puente segoviana
Luis Alberto de Cuenca
Te he encontrado en la calle y, luego, hemos cenado juntos. Te lo he dicho otra vez: mi vida quiere ser lo que llamaba Bowra "the pursuit of honour through risk". Y tu sonrisa se transforma en una mueca obscena, y sigues sin saber qué es el pudor. Antes de medianoche estabas muerta ya, amor mío.
Un amor imposible
Rubén Izaguirre Fiallos
Hace unos años no pude ser comunista, porque estaba ocupado tratando de ser un niño.
Xviii
María Eugenia Caseiro
Ya habías alcanzado al ratón de tus axiomas ahora detenido en el reloj Ah!, mi amigo que tu no creas quererme a la hora del baño que te asuste que en tu calidad desaparezcas compañero… y apaciblemente debajo de un arco quede la blancura del gato que fuiste reclinado en la sombra tenue y combada de tus miedos -nueva pista que presume la elipsis sin sentir que te llaman- que atentamente descubres el tiempo bajo el arco golpeando el mármol que eras presencia embelesada que ya no me acompaña Ahora en tu mejor postura eres redondo y feliz como la novia de tus sueños.
El gato bajo el arco
Pablo Neruda
De lo sonoro salen números, números moribundos y cifras con estiércol, rayos humedecidos y relámpagos sucios. De lo sonoro, creciendo, cuando la noche sale sola, como reciente viuda, como paloma o amapola o beso, y sus maravillosas estrellas se dilatan. En lo sonoro la luz se verifica: las vocales se inundan, el llanto cae en pétalos, un viento de sonido como una ola retumba, brilla y peces de frío y elástico la habitan. Peces en el sonido, lentos, agudos, húmedos, arqueadas masas de oro con gotas en la cola, tiburones de escama y espuma temblorosa, salmones azulados de congelados ojos. Herramientas que caen, carretas de legumbres, rumores de racimos aplastados, violines llenos de agua, detonaciones frescas, motores sumergidos y polvorienta sombra, fábricas, besos, botellas palpitantes, gargantas, en torno a mí la noche suena, el día, el mes, el tiempo, sonando como sacos de campanas mojadas o pavorosas bocas de sales quebradizas. Olas del mar, derrumbes, uñas, pasos del mar, arrolladas corrientes de animales deshechos, pitazos en la niebla ronca deciden los sonidos de la dulce aurora despertando en el mar abandonado. A lo sonoro el alma rueda cayendo desde sueños, rodeada aún por sus palomas negras, todavía forrada por sus trapos de ausencia. A lo sonoro el alma acude y sus bodas veloces celebra y precipita. Cáscaras del silencio, de azul turbio, como frascos de oscuras farmacias clausuradas, silencio envuelto en pelo, silencio galopando en caballos sin patas y máquinas dormidas, y velas sin atmósfera, y trenes de jazmín desalentado y cera, y agobiados buques llenos de sombras y sombreros. Desde el silencio sube el alma con rosas instantáneas, y en la mañana del día se desploma, y se ahoga de bruces en la luz que suena. Zapatos bruscos, bestias, utensilios, olas de gallos duros derramándose, relojes trabajando como estómagos secos, ruedas desenrollándose en rieles abatidos, y water-closets blancos despertando con ojos de madera, como palomas tuertas, y sus gargantas anegadas suenan de pronto como cataratas. Ved cómo se levantan los párpados del moho y se desencadena la cerradura roja y la guirnalda desarrolla sus asuntos, cosas que crecen, los puentes aplastados por los grandes tranvías rechinan como camas con amores, la noche ha abierto sus puertas de piano: como un caballo el día corre en sus tribunales. De lo sonoro sale el día de aumento y grado, y también de violetas cortadas y cortinas, de extensiones, de sombra recién huyendo y gotas que del corazón del cielo caen como sangre celeste.
Un día sobresale
Nicomedes Santa Cruz
Al maestro Nicolás Guillén Una voz ancestral, un tambor africano y un verso elemental peruano. El negro en el Perú actualmente no sufre, ya no hay esclavitud ni azufre. Le dieron tibio baño en tina de jabón porque en su ama dio el germen que no tuvo el patrón. Del seno de mi abuela a mi madre brindó, el hijo del amito mamó, mamó, mamó. Y mi abuelo con su amo en la Casa ´e Jarana cantujaron de alirio, cantujaron replana. Y en la casa ´e jarana -con el Amito Viejo- bailaron mis hermanas zamacueca y festejo. El padre de mi amito de mi abuela gustó y mi abuelo a su amita burló. Yo le dijera “primo” a ese blanco travieso de cabello enrizao y de labio muy grueso... El negro en el Perú actualmente no sufre, ya no hay esclavitud ni azufre. Más ha sufrido el negro nuestro hermano de Cuba descendiente directo nagó, yoruba. Más ha sufrido el negro muerto en Santo Domingo por los diarios abusos del gringo. Más ha sufrido el negro cantor de Panamá que el negro jaranista de acá. Más ha sufrido el negro labrador de Haití que el zambo guaragüero de aquí. Más ha sufrido el negro del morro y la favela que mi padre y mi madre y mi abuela. En fin, más sufre el negro de Harlem a Lousiana que nuestra gente negra peruana... Y al “problema del negro” —segregación racial— el mundo permanece neutral. Quiero aguda mi rima como punta de lanza. Que otra mano la esgrima si alcanza. Yo jamás con voz hurgo perentoria. Yo ja... ¡Johanesburgo! ¡Pretoria! Cuando en Johannesburgo llegue el “Día de Sangre” yo quiero estar allí, compadre. Cuando en Johannesburgo llegue el “Día de Sangre” debemos estar todos ¡Hijos de negra madre! Con la voz ancestral el machete en la mano y el verso elemental hermano.
Johanesburgo
Josefina Plá
...Un cerrarse de puertas, a derecha e izquierda; un cerrarse de puertas silenciosas, siempre a destiempo, siempre un poco antes o un momento demasiado tarde; hasta que solo queda abierta una, la única puntual, la única oscura, la única sin paisaje y sin mirada.
Las puertas
Alfredo Lavergne
Del cerro de bella vista a un puerto del Pacífico Del puerto a la fría capital De la capital a la eterna primavera De la primavera a nuestras viejas bananeras De las bananeras a las tempestades de nieve De la nieve al territorio del hielo Y en hielo En su frontera Vivir Quebec Nuevo Como América Que nace Con su pasado tan presente Y que hoy integro al Canto General.
Revelación
Dámaso Alonso
A Leopoldo Panero ¿Adónde va esa mujer, arrastrándose por la acera, ahora que ya es casi de noche, con la alcuza en la mano? Acercaos: no nos ve. Yo no sé qué es más gris, si el acero frío de sus ojos, si el gris desvaído de ese chal con el que se envuelve el cuello y la cabeza, o si el paisaje desolado de su alma. Va despacio, arrastrando los pies, desgastando suela, desgastando losa, pero llevada por un terror oscuro, por una voluntad de esquivar algo horrible. Sí, estamos equivocados. Esta mujer no avanza por la acera de esta ciudad, esta mujer va por un campo yerto, entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes, y tristes caballones, de humana dimensión, de tierra removida, de tierra que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó, entre abismales pozos sombríos, y turbias simas súbitas, llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza. Oh sí, la conozco. Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren, en un tren muy largo; ha viajado durante muchos días y durante muchas noches: unas veces nevaba y hacía mucho frío, otras veces lucía el sol y sacudía el viento arbustos juveniles en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas. Y ella ha viajado y ha viajado, mareada por el ruido de la conversación, por el traqueteo de las ruedas y por el humo, por el olor a nicotina rancia. ¡Oh!: noches y días, días y noches, noches y días, días y noches, y muchos, muchos días, y muchas, muchas noches. Pero el horrible tren ha ido parando en tantas estaciones diferentes, que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban, ni los sitios, ni las épocas. Ella recuerda sólo que en todas hacía frío, que en todas estaba oscuro, y que al partir, al arrancar el tren ha comprendido siempre cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta, ha sentido siempre una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla, como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma, como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo, como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir. Pero las lúgubres estaciones se alejaban, y ella se asomaba frenética a las ventanillas, gritando y retorciéndose, solo para ver alejarse en la infinita llanura eso, una solitaria estación, un lugar señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico por una cruz bajo las estrellas. Y por fin se ha dormido, sí, ha dormitado en la sombra, arrullada por un fondo de lejanas conversaciones, por gritos ahogados y empañadas risas, como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas, sólo rasgadas de improviso por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche, o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas, ...aún mareada por el humo del tabaco. Y ha viajado noches y días, sí, muchos días, y muchas noches. Siempre parando en estaciones diferentes, siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también, ay, para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada, para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables. ...No ha sabido cómo. Su sueño era cada vez más profundo, iban cesando, casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor: sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras, algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche. Y luego nada. Solo la velocidad, solo el traqueteo de maderas y hierro del tren, solo el ruido del tren. Y esta mujer se ha despertado en la noche, y estaba sola, y ha mirado a su alrededor, y estaba sola, y ha comenzado a correr por los pasillos del tren, de un vagón a otro, y estaba sola, y ha buscado al revisor, a los mozos del tren, a algún empleado, a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento, y estaba sola, y ha gritado en la oscuridad, y estaba sola, y ha preguntado en la oscuridad, y estaba sola, y ha preguntado quién conducía, quién movía aquel horrible tren. Y no le ha contestado nadie, porque estaba sola, porque estaba sola. Y ha seguido días y días, loca, frenética, en el enorme tren vacío, donde no va nadie, que no conduce nadie. ...Y esa es la terrible, la estúpida fuerza sin pupilas, que aún hace que esa mujer avance y avance por la acera, desgastando la suela de sus viejos zapatones, desgastando las losas, entre zanjas abiertas a un lado y otro, entre caballones de tierra, de dos metros de longitud, con ese tamaño preciso de nuestra ternura de cuerpos humanos. Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza), abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita, como si caminara surcando un trigal en granazón, sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces, de cercanas cruces, de cruces lejanas. Ella, en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más, se inclina, va curvada como un signo de interrogación, con la espina dorsal arqueada sobre el suelo. ¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera, como si se asomara por la ventanilla de un tren, al ver alejarse la estación anónima en que se debía haber quedado? ¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro sus recuerdos de tierra en putrefacción, y se le tensan tirantes cables invisibles desde sus tumbas diseminadas? ¿O es que como esos almendros que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta, conserva aún en el invierno el tierno vicio, guarda aún el dulce álabe de la cargazón y de la compañía, en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
Mujer con alcuza
Leopoldo María Panero
Yo he sabido ver el misterio del verso que es el misterio de lo que a sí mismo nombra el anzuelo hecho de la nada prometido al pez del tiempo cuya boca sin dientes muestra el origen del poema en la nada que flota antes de la palabra y que es distinta a la nada que el poema canta y también a esa nada en que expira el poema: tres son pues las formas de la nada parecidas a cerdos bailando en torno del poema junto a la casa que el viento ha derrumbado y ay del que dijo una es la nada frente a la casa que el viento ha derrumbado: porque los lobos persiguen el amanecer de las formas ese amanecer que recuerda a la nada; triple es la nada y triple es el poema imaginación escrita y lectura y páginas que caen alabando a la nada la nada que no es vacío sino amplitud de palabras peces shakespearianos que boquean en la playa esperando allí entre las ruinas del mundo al señor con yelmo y con espada al señor sin fruto de la nada. Testigo es su cadáver aquí donde boquea el poema de que nada se ha escrito ni se escribió nunca y ésta es la cuádruple forma de la nada.
La cuádruple forma de la nada
Federico García Lorca
Por el arco de Elvira quiero verte pasar Para saber tu nombre y ponerme a llorar. ¿Qué luna gris de las nueve te desangró la mejilla? ¿Quién recoge tu semilla de llamarada en la nieve? ¿Qué alfiler de cactus breve asesina tu cristal? Por el arco de Elvira voy a verte pasar para beber tus ojos y ponerme a llorar. ¡Qué voz para mi castigo levantas por el mercado! ¡Qué clavel enajenado en los montones de trigo! ¡Qué lejos estoy contigo! ¡qué cerca cuando te vas! Por el arco de Elvira voy a verte pasar para sufrir tus muslos y ponerme a llorar.
Gacela del mercado matutino
Alfredo Lavergne
Retorno a mi país y llego a otro. Soy el condenado a buscar... Esa tierra que especifica mi alma Esa raíz que no cambia de personalidad Ese azote de los ojos al cerebro Ese tiempo testimonial Esa gente que existe en mí Y mi desesperación Pasa por calles que tienen su sirena y sirenas.
Melancolía
Alfredo Lavergne
Por fin creo en algo Gritó el mortal Y se formó un movimiento en su cabeza. Con él Todos los inventos del exilio bajaban del cielo Los técnicos Los estilos Las reglas generales La artesanía El arte Las características propias El certificado auténtico y la memoria tergiversadora. Gritaba como hombre imaginado que no se arrepiente Mientras destrozaba el pasaporte y el retorno.
El avión
Octavio Paz
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al primer muerto nunca lo olvidamos, aunque muera de rayo, tan aprisa que no alcance la cama ni los óleos. Oigo el bastón que duda en un peldaño, el cuerpo que se afianza en un suspiro, la puerta que se abre, el muerto que entra. De una puerta a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo de sentarse, alzar la cara, ver la hora y enterarse: las ocho y cuarto. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. La que murió noche tras noche y era una larga despedida, un tren que nunca parte, su agonía. Codicia de la boca al hilo de un suspiro suspendida, ojos que no se cierran y hacen señas y vagan de la lámpara a mis ojos, fija mirada que se abraza a otra, ajena, que se asfixia en el abrazo y al fin se escapa y ve desde la orilla cómo se hunde y pierde cuerpo el alma y no encuentra unos ojos a que asirse... ¿Y me invitó a morir esa mirada? Quizá morimos sólo porque nadie quiere morirse con nosotros, nadie quiere mirarnos a los ojos. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al que se fue por unas horas y nadie sabe en qué silencio entró. De sobremesa, cada noche, la pausa sin color que da al vacío o la frase sin fin que cuelga a medias del hilo de la araña del silencio abren un corredor para el que vuelve: suenan sus pasos, sube, se detiene... Y alguien entre nosotros se levanta y cierra bien la puerta. Pero él, allá del otro lado, insiste. Acecha en cada hueco, en los repliegues, vaga entre los bostezos, las afueras. Aunque cerremos puertas, él insiste. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Rostros perdidos en mi frente, rostros sin ojos, ojos fijos, vaciados, ¿busco en ellos acaso mi secreto, el dios de sangre que mi sangre mueve, el dios de yelo, el dios que me devora? Su silencio es espejo de mi vida, en mi vida su muerte se prolonga: soy el error final de sus errores. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. El pensamiento disipado, el acto disipado, los nombres esparcidos (lagunas, zonas nulas, hoyos que escarba terca la memoria), la dispersión de los encuentros, el yo, su guiño abstracto, compartido siempre por otro (el mismo) yo, las iras, el deseo y sus máscaras, la víbora enterrada, las lentas erosiones, la espera, el miedo, el acto y su reverso: en mí se obstinan, piden comer el pan, la fruta, el cuerpo, beber el agua que les fue negada. Pero no hay agua ya, todo está seco, no sabe el pan, la fruta amarga, amor domesticado, masticado, en jaulas de barrotes invisibles mono onanista y perra amaestrada, lo que devoras te devora, tu víctima también es tu verdugo. Montón de días muertos, arrugados periódicos, y noches descorchadas y amaneceres, corbata, nudo corredizo: "saluda al sol, araña, no seas rencorosa..." Es un desierto circular el mundo, el cielo está cerrado y el infierno vacío.
Elegía interrumpida
Ana Istarú
Esta noche de desposada soy mi balcón. Ventana soy sin otro atuendo que el del amor. Y cuando el día golpee en el vidrio de mi ventana he de vestirme con mi sábana de desposada. Que balcón soy. Para mostrar el paño blanco tan blanco por la ventana, tras esta noche de desposada. Sin una sola nervadura de la amargura, sin alfileres púrpuras, sin una isla ni un algodón en que alojarse pueda el dolor. Que blanca y pura soy mi balcón. Adiós la sangre. Adiós la sangre, la sangre y su tiniebla. Que así desnuda y cubierta con mi sábana de desposada yo estoy armada. Y por las calles de España y a mi América cansada voy, para mostrar mi blanca tela, vagina blanca. Blanco el amor. Porque esta noche de desposada soy mi balcón.
Esta noche de desposada
Luis Antonio Chávez
Nos hundimos en un paraíso de oropéndolas caminamos a guisa de buen cubero en los arrecifes desnudamos a una mariposa desde entonces confabulamos en el néctar de las flores...
Memorial
Byron Espinoza
Muerdes la última fruta de mi espalda su jugo me recorre como piel de transparencia. Floto entonces por tus paraísos y enredaderas entre el musgo y los eclipses. Muerdes los agujeros de mi locura hasta el éxtasis de su cansancio. Pueblo de carreteras y algodones cada paso de tu vuelo cada aletear de tu camino. Emergen pequeños cristales del viento bañados de minutos y colibríes. Muerdo la última fruta de tu espalda y la magia se repite.
Muerdes la última fruta de mi espalda...
José Ángel Buesa
Recuerdo un pueblo triste y una noche de frío y las iluminadas ventanillas de un tren. Y aquel tren que partía se llevaba algo mío, ya no recuerdo cuándo, ya no recuerdo quién. Pero sí que fue un viaje para toda la vida y que el último gesto, fue un gesto de desdén, porque dejó olvidado su amor sin despedida igual que una maleta tirada en el andén. Y así, mi amor inútil, con su inútil reproche, se acurrucó en su olvido, que fue inútil también. Como esos pueblos tristes, donde llueve de noche, como esos pueblos tristes, donde no para el tren.
Canción del viaje
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Si alguna vez tu pecho se detiene, si algo deja de andar ardiendo por tus venas, si tu voz en tu boca se va sin ser palabra, si tus manos se olvidan de volar y se duermen, Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos porque ese último beso debe durar conmigo, debe quedar inmóvil para siempre en tu boca para que así también me acompañe en mi muerte. Me moriré besando tu loca boca fría, abrazando el racimo perdido de tu cuerpo, y buscando la luz de tus ojos cerrados. Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo iremos confundidos en una sola muerte a vivir para siempre la eternidad de un beso.
Cien sonetos de amor
José María Gabriel y Galán
I Yo aprendí en el hogar en qué se funda la dicha más perfecta, y para hacerla mía quise yo ser como mi padre era y busqué una mujer como mi madre entre las hijas de mi hidalga tierra. Y fui como mi padre, y fue mi esposa viviente imagen de la madre muerta. ¡Un milagro de Dios, que ver me hizo otra mujer como la santa aquella! Compartían mis únicos amores la amante compañera, la patria idolatrada, la casa solariega, con la heredada historia, con la heredada hacienda. ¡Qué buena era la esposa y qué feraz la tierra! ¡Qué alegre era mi casa y qué sana mi hacienda, y con qué solidez estaba unida la tradición de la honradez a ellas! Una sencilla labradora, humilde, hija de oscura castellana aldea; una mujer trabajadora, honrada, cristiana, amable, cariñosa y seria, trocó mi casa en adorable idilio que no pudo soñar ningún poeta. ¡Oh, cómo se suaviza el penoso trajín de las faenas cuando hay amor en casa y con él mucho pan se amasa en ella para los pobres que a su sombra viven, para los pobres que por ella bregan! ¡Y cuánto lo agradecen, sin decirlo, y cuánto por la casa se interesan, y cómo ellos la cuidan, y cómo Dios la aumenta! Todo lo pudo la mujer cristiana, logrólo todo la mujer discreta. La vida en la alquería giraba en torno a ella pacífica y amable, monótona y serena... ¡Y cómo la alegría y el trabajo donde está la virtud se compenetran! Lavando en el regato cristalino cantaban las mozuelas, y cantaba en los valles el vaquero, y cantaban los mozos en las tierras, y el aguador camino de la fuente, y el cabrerillo en la pelada cuesta... ¡Y yo también cantaba, que ella y el campo hiciéronme poeta! Cantaba el equilibrio de aquel alma serena como los anchos cielos, como los campos de mi amada tierra; y cantaba también aquellos campos, los de las pardas, onduladas cuestas, los de los mares de enceradas mieses, los de las mudas perspectivas serias, los de las castas soledades hondas, los de las grises lontananzas muertas... El alma se empapaba en la solemne clásica grandeza que llenaba los ámbitos abiertos del cielo y de la tierra. ¡Qué placido el ambiente, qué tranquilo el paisaje, qué serena la atmósfera azulada se extendía por sobre el haz de la llanura inmensa! La brisa de la tarde meneaba, amorosa, la alameda, los zarzales floridos del cercado, los guindos de la vega, las mieses de la hoja, la copa verde de la encina vieja... ¡Monorrítmica música del llano, qué grato tu sonar, qué dulce era! La gaita del pastor en la colina lloraba las tonadas de la tierra, cargadas de dulzuras, cargadas de monótonas tristezas, y dentro del sentido caían las cadencias como doradas gotas de dulce miel que del panal fluyeran. La vida era solemne; puro y sereno el pensamiento era; sosegado el sentir, como las brisas; mudo y fuerte el amor, mansas las penas austeros los placeres, raigadas las creencias, sabroso el pan, reparador el sueño, fácil el bien y pura la conciencia. ¡Qué deseos el alma tenía de ser buena, y cómo se llenaba de ternura cuando Dios le decía que lo era! II Pero bien se conoce que ya no vive ella; el corazón, la vida de la casa que alegraba el trajín de las tareas, la mano bienhechora que con las sales de enseñanzas buenas amasó tanto pan para los pobres que regaban, sudando, nuestra hacienda. ¡La vida en la alquería se tiñó para siempre de tristeza! Ya no alegran los mozos la besana con las dulces tonadas de la tierra, que al paso perezoso de las yuntas ajustaban sus lánguidas cadencias. Mudos de casa salen, mudos pasan el día en sus faenas, tristes y mudos vuelven; y sin decirse una palabra cenan; que está el aire de casa cargado de tristeza y palabras y ruidos importunan la rumia sosegada de las penas. Y rezamos, reunidos, el Rosario, sin decirnos por quién..., pero es por ella. Que aunque ya no su voz a orar nos llama, su recuerdo querido nos congrega, y nos pone el Rosario entre los dedos y las santas plegarias en la lengua. ¡Qué días y qué noches! ¡Con cuánta lentitud las horas ruedan por encima del alma que está sola llorando en las tinieblas! Las sales de mis lágrimas amargan el pan que me alimenta; me cansa el movimiento, me pesan las faenas, la casa me entristece y he perdido el cariño de la hacienda. ¡Qué me importan los bienes si he perdido mi dulce compañera! ¡Qué compasión me tienen mis criados que ayer me vieron con el alma llena de alegrías sin fin que rebosaban y suyas también eran! Hasta el hosco pastor de mis ganados, que ha medido la hondura de mi pena, si llego a su majada baja los ojos y ni hablar quisiera; y dice al despedirme: «Ánimo, amo; haiga mucho valor y haiga pacencia...» Y le tiembla la voz cuando lo dice, y se enjuga una lágrima sincera, que en la manga de la áspera zamarra temblando se le queda... ¡Me ahogan estas cosas, me matan de dolor estas escenas! ¡Que me anime, pretende, y él no sabe que de su choza en la techumbre negra le he visto yo escondida la dulce gaita aquella que cargaba el sentido de dulzuras y llenaba los aires de cadencias!... ¿Por qué ya no la toca? ¿Por qué los campos su tañer no alegra? Y el atrevido vaquerillo sano que amaba a una mozuela de aquellas que trajinan en la casa, ¿por qué no ha vuelto a verla? ¿Por qué no canta en los tranquilos valles? ¿Por qué no silba con la misma fuerza? ¿Por qué no quiere restallar la honda? ¿Por qué esta muda la habladora lengua, que al amo le contaba sus sentires cuando el amo le daba su licencia? «¡El ama era una santa!...», me dicen todos, cuando me hablan de ella. «¡Santa, santa!», me ha dicho el viejo señor cura de la aldea, aquel que le pedía las limosnas secretas que de tantos hogares ahuyentaban las hambres, y los fríos, y las penas. ¡Por eso los mendigos que llegan a mi puerta llorando se descubren y un padrenuestro por el ama rezan! El velo del dolor me ha oscurecido la luz de la belleza. Ya no saben hundirse mis pupilas en la visión serena de los espacios hondos, puros y azules, de extensión inmensa. Ya no sé traducir la poesía, ni del alma en la médula me entra la intensa melodía del silencio que en la llanura quieta parece que descansa, parece que se acuesta. Será puro el ambiente, como antes, y la atmósfera azul será serena, y la brisa amorosa moverá con sus alas la alameda, los zarzales floridos, los guindos de la vega, las mieses de la hoja, la copa verde de la encina vieja... Y mugirán los tristes becerrillos, lamentando el destete, en la pradera, y la de alegres recentales dulces, tropa gentil, escalará la cuesta balando plañideros al pie de las dulcísimas ovejas; y cantará en el monte la abubilla y en los aires la alondra mañanera seguirá derritiéndose en gorjeos, musical filigrana de su lengua... Y la vida solemne de los mundos seguirá su carrera monótona, inmutable, magnífica, serena... Mas ¿qué me importa todo, si el vivir de los mundos no me alegra, ni el ambiente me baña en bienestares, ni las brisas a música me suenan, ni el cantar de los pájaros del monte estimulan mi lengua, ni me mueve a ambición la perspectiva de la abundante próxima cosecha, ni el vigor de mis bueyes me envanece, ni el paso del caballo me recrea, ni me embriaga el olor de las majadas, ni con vértigos dulces me deleitan el perfume del heno que madura y el perfume del trigo que se encera? Resbala sobre mí sin agitarme la dulce poesía en que se impregnan la llanura sin fin, toda quietudes, y el magnífico cielo, todo estrellas. Y ya mover no pueden mi alma de poeta, ni las de mayo auroras nacarinas con húmedos vapores en las vegas, con cánticos de alondra y con efluvios de rocïadas frescas, ni éstos de otoño atardeceres dulces de manso resbalar, pura tristeza de la luz que se muere y el paisaje borroso que se queja..., ni las noches románticas de julio, magníficas, espléndidas, cargadas de silencios rumorosos y de sanos perfumes de las eras; noches para el amor, para la rumia de las grandes ideas, que a la cumbre al llegar de las alturas se hermanan y se besan... ¡Cómo tendré yo el alma, que resbala sobre ella la dulce poesía de mis campos como el agua resbala por la piedra! Vuestra paz era imagen de mi vida, ¡oh, campos de mi tierra! Pero la vida se me puso triste y su imagen de ahora ya no es ésa: en mi casa, es el frío de mi alcoba, es el llanto vertido en sus tinieblas; en el campo, es el árido camino del barbecho sin fin que amarillea. ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Pero yo ya sé hablar como mi madre, y digo como ella cuando la vida se le puso triste: «¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!»
El ama
Luis de Góngora
Entre las hojas cinco generosa, Si verde pompa no de un campo de oro, Prendas sin pluma a ruiseñor canoro Degolló muda sierpe venenosa; Al culto padre no con voz piadosa, Mas con gemido alterno y dulce lloro, Armonïosas lágrimas al coro De las aves oyó la selva umbrosa. Lloró el Tajo cristal, a cuya espuma Dio poca sangre el mal logrado terno, Terno de aladas cítaras suaves. Que rayos hoy sus cuerdas, y su pluma Brillante siempre luz de un Sol eterno, Dulcemente dejaron de ser aves.
En la muerte de tres hijas del duque de feria
Luis de Góngora
Verso ajeno: Virgen pura, si el Sol, Luna y estrellas. GLOSA Si ociosa no, asistió Naturaleza Incapaz a la tuya, oh gran Señora, Concepción limpia, donde ciega ignora Lo que muda admiró de tu pureza. Díganlo, oh Virgen, la mayor belleza Del día, cuya luz tu manto dora, La que calzas nocturna brilladora, Los que ciñen carbunclos tu cabeza. Pura la Iglesia ya, pura te llama La Escuela, y todo pío afecto sabio Cultas en tu favor da plumas bellas. ¿Qué mucho, pues, si aun hoy sellado el labio, Si la naturaleza aun hoy te aclama Virgen pura, si el Sol, Luna y estrellas?
A la purísima concepción de nuestra señora
Gustavo Adolfo Bécquer
Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. Dime, mujer, cuando el amor se olvida, ¿sabes tú adónde va?
Rima xxxviii
José Asunción Silva
Cuando ya de la vida el alma tenga, con el cuerpo, rota, y duerma en el sepulcro esa noche, más larga que las otras, mis ojos, que en recuerdo del infinito eterno de las cosas, guardaron sólo, como de un ensueño, la tibia luz de tus miradas hondas, al ir descomponiéndose entre la oscura fosa, verán, en lo ignorado de la muerte, tus ojos, ... destacándose en las sombras.
Estrellas fijas
Alejandra Pizarnik
ya comprendo la verdad estalla en mis deseos y en mis desdichas en mis desencuentros en mis desequilibrios en mis delirios ya comprendo la verdad ahora a buscar la vida
Solamente
Vicente Huidobro
Que el verso sea como una llave que abra mil puertas. Una hoja cae; algo pasa volando; cuanto miren los ojos creado sea, y el alma del oyente quede temblando. Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata. Estamos en el ciclo de los nervios. El músculo cuelga, como recuerdo, en los museos; mas no por eso tenemos menos fuerza: el vigor verdadero reside en la cabeza. Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! hacedla florecer en el poema. Sólo para nosotros viven todas las cosas bajo el sol. El poeta es un pequeño Dios.
Arte poética
Ramón López Velarde
De tu pueblo a tu hacienda te llevabas la cabellera en libertad y el pecho guardado por cien místicas aldabas. Metías en el coche los canarios, la máquina de Singer, la maceta, la canasta del pan... Y en el otoño te ibas rezando leguas de rosarios. René, el gigante perro del pastor, en un galope como si nadara, te escoltaba, buscándote la cara. Y detrás del René blanco y gigante en aquel mapamundi de ilusión cabalgaba sin brida el estudiante. René hacía tres veces el camino yendo y viniendo desde ti hasta mí, ladrando porque no y porque si. René, acróbata de tu portezuela, venía a hacer brincar su corazón escandaloso, arriba de mi arzón. Luego mordía a las mulas; pero ellas, al peligroso paso de tu río, sólo pedían, por sacarte salva, transfigurarse en un tiro de estrellas. A ti la voz confidencial del campo de mañana llamábate la hija mayor de la comarca, y en la tarde de todo lo creado la idea fija. Del mapamundi del amor, no más yo en estas vacaciones sobrevivo; pero fuera del mundo van un coche, un estudiante de Santo Tomás y un perro que les ladra sin motivo.
Vacaciones
amistad
La amistad es uno de los regalos de la vida, y en ti encuentro una de las buenas. Nos une el nexo que hemos compartido durante los años desde que nos conocimos. Cada año transcurrido, nos ha acercado más. Nos hemos querido en momentos de enfermedad, de desconsuelo, y de tantas cosas más. Juntos celebramos nuestra juventud. Contigo, aprendí a reirme de mí. Has llenado mi corazón y mi mente con recuerdos para toda una vida. Mi afecto por ti ya no cabe en una amistad; eres parte de mi familia. Que el futuro nos traiga la alegría del éxito y una eterna amistad que nos ayude en los momentos difíciles que el destino nos depare.
Tu amistad
Federico García Lorca
El diamante de una estrella Ha rayado el hondo cielo, Pájaro de luz que quiere Escapar del universo Y huye del enorme nido Donde estaba prisionero Sin saber que lleva atada Una cadena en el cuello. Cazadores extrahumanos Están cazando luceros, Cisnes de plata maciza En el agua del silencio. Los chopos niños recitan La cartilla. Es el maestro Un chopo antiguo que mueve Tranquilo sus brazos viejos. Ahora en el monte lejano jugarán todos los muertos a la baraja. ¡Es tan triste la vida en el cementerio! ¡Rana, empieza tu cantar! ¡Grillo, sal de tu agujero! Haced un bosque sonoro Con vuestras flautas. Yo vuelo Hacia mi casa intranquilo. Se agitan en mi recuerdo Dos palomas campesinas Y en el horizonte, lejos, Se hunde el arcaduz del día. ¡Terrible noria del tiempo!
El diamante
José de Espronceda
Mío es el mundo: como el aire libre, otros trabajan porque coma yo; todos se ablandan si doliente pido una limosna por amor de Dios. El palacio, la cabaña son mi asilo, si del ábrego el furor troncha el roble en la montaña, o que inunda la campaña El torrente asolador. Y a la hoguera me hacen lado los pastores con amor. Y sin pena y descuidado de su cena ceno yo, o en la rica chimenea, que recrea con su olor, me regalo codicioso del banquete suntüoso con las sobras de un señor. Y me digo: el viento brama, caiga furioso turbión; que al son que cruje de la seca leña, libre me duermo sin rencor ni amor. Mío es el mundo como el aire libre... Todos son mis bienhechores, y por todos a Dios ruego con fervor; de villanos y señores yo recibo los favores sin estima y sin amor. Ni pregunto quiénes sean, ni me obligo a agradecer; que mis rezos si desean, dar limosna es un deber. Y es pecado la riqueza: la pobreza santidad: Dios a veces es mendigo, y al avaro da castigo, que le niegue caridad. Yo soy pobre y se lastiman todos al verme plañir, sin ver son mías sus riquezas todas, qué mina inagotable es el pedir. Mío es el mundo: como el aire libre... Mal revuelto y andrajoso, entre harapos del lujo sátira soy, y con mi aspecto asqueroso me vengo del poderoso, y a donde va, tras él voy. Y a la hermosa que respira cien perfumes, gala, amor, la persigo hasta que mira, y me gozo cuando aspira mi punzante mal olor. Y las fiestas y el contento con mi acento turbo yo, y en la bulla y la alegría interrumpen la armonía mis harapos y mi voz: Mostrando cuán cerca habitan el gozo y el padecer, que no hay placer sin lágrimas, ni pena que no traspire en medio del placer. Mío es el mundo; como el aire libre... Y para mí no hay mañana, ni hay ayer; olvido el bien como el mal, nada me aflige ni afana; me es igual para mañana un palacio, un hospital. Vivo ajeno de memorias, de cuidados libre estoy; busquen otros oro y glorias, yo no pienso sino en hoy. Y do quiera vayan leyes, quiten reyes, reyes den; yo soy pobre, y al mendigo, por el miedo del castigo, todos hacen siempre bien. Y un asilo donde quiera y un lecho en el hospital siempre hallaré, y un hoyo donde caiga mi cuerpo miserable al espirar. Mío es el mundo: como el aire libre, otros trabajan porque coma yo; todos se ablandan, si doliente pido una limosna por amor de Dios.
El mendigo
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita
Quiero seguir a ti, flor de las flores, siempre decir cantar de tus loores; non me partir de te servir, mejor de las mejores. Grand fianza he yo en ti, Señora, la mi esperanza en ti es toda hora; de tribulación sin tardanza, venme librar agora. Virgen muy santa, yo paso atribulado, pena tanta, con dolor atormentado, en tu esperanza coita atanta que veo, mal pecado. Estrella de la mar, puerto de folgura, de dolor complido e de tristura, venme librar e conortar, Señora del altura. Nunca fallesce la tu merced complida, siempre guareces de coitas e das vida; nunca parece nin entristece quien a ti non olvida. Sufro grand mal sin merecer, a tuerto, esquivo tal, porque pienso ser muerto; más tú me val, que non veo ál, que me saque a puerto.
Cantica de loores de santa maría
Basilio Sánchez
Todo lo que ahora abarca la mirada, la memoria, los momentos perdidos, todo aquello que ignoré de la vida, que apenas reconozco, bajo su lentitud, en este hueco que conforman mis manos. Ese rumor que intuyo cuando escribo esta página, este presentimiento, esta insistencia que después me conduce, más allá de mí mismo, hasta un lugar cercano al de mi nacimiento, al de mi muerte. Nada a mi alrededor, sólo la leve respiración pausada de un animal que mira con la cabeza vuelta. Bastará con mis ojos, con esta mano antigua que aproximo a su boca, para que se levante y huya.
El lugar de los hechos
Miguel de Unamuno
Luciérnaga celeste, humilde estrella de navegante guía: la Boquilla de la Bocina que a hurtadillas brilla, violeta de luz, pobre centella del hogar del espacio; ínfima huella del paso del Señor; gran maravilla que broche del vencejo en la gavilla de mies de soles, sólo ella los sella. Era al girar del universo quicio basado en nuestra tierra; fiel contraste del Hombre Dios y de su sacrificio. Copérnico, Copérnico, robaste a la fe humana su más alto oficio y diste así con su esperanza al traste.
Luciérnaga celeste
Mario Benedetti
Mi amigo que es un poeta convocó a los poetas. Hay que escribir un poema sobre la bomba atómica es un horror, nos dijo, un horror horroroso, es el fin es la nada, es la muerte. Nos dijo, no es que te mueras sólo en tu cama, rodeado del llanto y la familia, del techo y las paredes. No es que llegue una bala perdida o encontrada a cortarte el aliento, a meterse en tu sueño. No es que el cáncer te marque te perfore, te borre. No es tu muerte, la tuya, la nada que ganaste, es el aire viciado, es la ruina de todo lo que existe, de todo. Nadie llorará a nadie, nadie tendrá sus lágrimas. Y eso es lo más horrible, la muerte sin testigos, sin últimas palabras y sin sobrevivientes. La muerte toda muerte, toda muerte. ¿Me entienden? Hay que escribir un poema sobre la bomba atómica. Quedamos en silencio con las bocas abiertas, tragamos el terror como saliva helada, luego nos fuimos todos a cumplir la consigna. Juro que lo he intentado que lo estoy intentando, pero pienso en la bomba y el lápiz se me cae de la mano. No puedo. A mi amigo el poeta, le dire que no puedo.
Poema frustrado
Pablo Neruda
Cuál es cuál, cuál es el cómo? Quién sabe cómo conducirse? Qué naturales son los peces! Nunca parecen inoportunos. Están en el mar invitados y se visten correctamente sin una escama de menos, condecorados por el agua. Yo todos los días pongo no sólo los pies en el plato, sino los codos, los riñones, la lira, el alma, la escopeta. No sé qué hacer con las manos y he pensado venir sin ellas, pero dónde pongo el anillo? Qué pavorosa incertidumbre! Y luego no conozco a nadie. No recuerdo sus apellidos. —Me parece conocer a usted. —No es usted un contrabandista? —Y usted señora no es la amante del alcohólico poeta que se paseaba sin cesar, sin rumbo fijo por las cornisas? —Voló porque tenía alas. —Y usted continúa terrestre. —Me gustaría haberla entregado como india viuda a un gran brasero, no podríamos quemarla ahora? Resultaría palpitante! Otra vez en una Embajada me enamoré de una morena, no quiso desnudarse allí, y yo se lo increpé con dureza: estás loca, estatua silvestre, cómo puedes andar vestida? Me desterraron duramente de ésa y de otras reuniones, si por error me aproximaba cerraban ventanas y puertas. Anduve entonces con gitanos y con prestidigitadores, con marineros sin buque, con pescadores sin pescado, pero todos tenían reglas, inconcebibles protocolos y mi educación lamentable me trajo malas consecuencias. Por eso no voy y no vengo, no me visto ni ando desnudo, eché al pozo los tenedores, las cucharas y los cuchillos. Sólo me sonrío a mí solo, no hago preguntas indiscretas y cuando vienen a buscarme, con gran honor, a los banquetes, mando mi ropa, mis zapatos, mi camisa con mi sombrero, pero aún así no se contentan: iba sin corbata mi traje. Así para salir de dudas me decidí a una vida honrada de la más activa pereza, purifiqué mis intenciones, salí a comer conmigo solo y así me fui quedando mudo. A veces me saque a bailar, pero sin gran entusiasmo, y me acuesto solo, sin ganas, por no equivocarme de cuarto. Adiós porque vengo llegando. Buenos días, me voy de prisa. Cuando quieran verme ya saben: búsquenme donde no estoy y si les sobra tiempo y boca pueden hablar con mi retrato.
Sobre mi mala educación
Víctor Botas
Las olas que vinieron a morir a mis pies cada verano, desde mil novecientos cuarenta y seis. El cigarrillo roto del cenicero azul. Mi mano con la pluma que no entiendo. La rosa inalcanzable de Jorge Luis Borges. La amistad de unos pocos. El clavel amarillo que ignoré esta mañana en una tienda de flores. La piedra con la que tropecé el pasado mes de julio en Puente Viesgo. El salto delicado de los gatos. Los payasos del Price que yo miraba atónito, a los cinco o seis años. La cara muerta de mi abuelo que se me está borrando. Paulina en el Gran Canal de Venecia, un día de mil novecientos setenta y uno. El grano que ahora tengo en la mejilla. José Luis García Martín camino de Oliver con un puñado de libros y revistas bajo el brazo. Mis hijas que jugaban junto a la gran roca que hay en la playa de Biarritz. Mis hijos que todavía juegan en el mismo lugar. La mala leche con que pago a Hacienda. El capot de mi coche tragándose impertérrito la larga cinta gris de la carretera. Los ojos que no ven más que otros ojos que pasan junto al mar cada mañana y que, como las olas, se estremecen, azules y cambiantes. El sabor de un café, rayando el alba, en el barrio Latino de París. La angustia de saber que tan sólo me salvan unas cuantas líneas vacilantes. Los cincuenta años que cumpliré, dentro de once meses y medio. Esta leve lumbalgia al levantarme de la silla…
El perplejo
José Ángel Buesa
Por un agua de hastío voy moviendo estos remos, que pasan tanto al irme y tan poco al volver; pero quizá un día no nos separaremos, mujer mía y ajena, como el amanecer. No importa que me quede ni importa que me vaya, mientras pasan las nubes sin dejar de pasar, porque tu corazón es igual que una playa, que, pudiendo ser tierra, nunca llega a ser mar. Tu amor nunca responde cuando mi amor te nombra; tu amor, que sin ser mío, tantas veces perdí; y yo empuño los remos y viajo hacia las sombras, pues todo se hace sombra si estoy lejos de ti. Filibustero loco tras el botín de un beso, viajo por aguas tristes que me entristecen más; pero tu amor es siempre camino de regreso, mujer que nunca llegas y que nunca te vas. Tu amor es un remoto país desconocido, más allá del mañana, más allá del ayer; y ya sólo recuerdo las veces que me he ido recordando las veces que tuve que volver. Hay virtudes tan tristes, que es mejor ser culpable, y más si es una culpa de amor amarte así; pero, si en nuestras vidas hay algo inevitable, inevitable tú serás para mí. Ya me duelen las manos de remar en mi hastío; pero yo sé que un día dejaré de remar, y he de mirar el mundo como si fuera mío, y romperé los remos en la orilla del mar...
Segundo poema de la espera
José Luis Piquero
Tu torpe Ich komme aus salva la tarde de un día atroz. Pronuncias encantadoramente mal todas las palabras. Te has dejado el libro en casa y yo te lo agradezco sin decir nada. Llueve tras el cristal oscuro que duplica nuestras cabezas juntas. Soy feliz y durante un instante son felices la vida, los idiomas y las clases nocturnas, la lluvia, las ventanas, los inviernos... Mas, ¿qué será de mí mañana? Sigue salvándome. No te marches a casa. Durmamos en la Escuela. Yo te enseño a pronunciar ich heisse y noch einmal. De repente, una noche, nada importa. Los gestos son los mismos tiernos gestos de siempre y podemos jurarnos lo que quieras. Pon tus ojos en mí, mira mis manos. Repetiremos juntos un curso y luego otro. Si es verdad que los hombres se mueren de sí mismos yo no me moriré. Tú no te mueras. Vamos a recorrer estos pasillos. Nunca me dejes solo. No te vayas a casa cuando el timbre suene y suene...
Der, die, das
Víctor Jiménez
Tal vez la dicha sea, entre otras cosas cotidiana y hermosamente simples, venir, como esta tarde, a recogerte, a la salida del colegio, ¿sabes?, y bajo el sol dorándose en tu pelo, llevarte de la mano y sorprenderme, como si del olvido regresara, de ver que ya me llegas justo al pecho y de lo mucho que a ella te pareces; y al aire nuevo de la primavera, pasear por el parque y de palomas llenarme el corazón y la mirada cuando alegre me cuentas que sacaste un siete en Naturales y que Bea te ha invitado a su fiesta de cumpleaños. Acaso sea la dicha, como tú, una niña traviesa que se esconde detrás de una caricia o de la puerta de esta cafetería donde estoy merendando contigo mientras Laura Pausini, tu cantante preferida, se pregunta en estéreo ¿POR QUÉ NO?
La dicha
Antonio Machado
Si era toda en tu verso la armonía del mundo, ¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, corazón asombrado de la música astral, ¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno y con las nuevas rosas triunfantes volverás? ¿Te han herido buscando la soñada Florida, la fuente de la eterna juventud, capitán? Que en esta lengua madre la clara historia quede; corazones de todas las Españas, llorad. Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro, esta nueva nos vino atravesando el mar. Pongamos, españoles, en un severo mármol, su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más: Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo, nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.
A la muerte de rubén darío
Felipe Benítez Reyes
La luna era ese párpado cerrado que flotaba en el circo de la nada —y el niño retenía la mirada su hipnótico vagar de astro cegado. La noche es un jardín narcotizado con esencias de alquimia y sombra helada —y tu infancia una estrella disecada en el taller de niebla del pasado. La luna vive ahora en los relojes que lanzan sus saetas venenosas sobre la esfera blanca de este sueño. De este sueño sin fin del que recoges la ceniza dorada de esas cosas de las cuales un día fuiste dueño.
El soneto nocturno
Claribel Alegría
Quiero ser todo en el amor el amante la amada el vértigo la brisa el agua que refleja y esa nube blanca vaporosa indecisa que nos cubre un instante.
Quiero ser todo en el amor
Gustavo Adolfo Bécquer
Cuando me lo contaron sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas; me apoyé contra el muro, y un instante la conciencia perdí de dónde estaba. Cayó sobre mi espíritu la noche, en ira y en piedad se anegó el alma. ¡Y entonces comprendí por qué se llora, y entonces comprendí por qué se mata! Pasó la nube de dolor.... Con pena logré balbucear breves palabras... ¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo... Me hacía un gran favor... Le di las gracias.
Rima xlii
Ana Istarú
Sobre tu frente los lirios mal heridos. Si de un racimo terso como agosto, al leño duro vas y vienes ¿qué me queda? Acuno tu vehemencia, la sosiego, un pecho y otro doy a tu embestida. Cristales me acoracen. ¿Qué me queda? La luna por almohada ha de lavarte la pena calcinada de la nuca. La hilacha fiera de la angustia traza tristes telares, tiende un ovillo persistente en tus pupilas. He de zurcir en tu iris gramos brillantes. Tanta faena. ¿Qué más yo puedo, qué dos brazos cruzados, qué nada que me asista, ni qué nadie? ¿Y así? Sobre tu frente estos lirios mal heridos: pues hierbabuena y mi fe. ¡Bebe el milagro!
Sobre tu frente
Santiago Montobbio
Igual que las fotografías, los abrazos o recuerdos, el sexo es poco más que un miedo, uno más entre los tantísimos trucos que trabajosamente acunamos, para seguir viviendo. Un cansancio necesario, una sabida pero inconfesada treta que nos permita sentarnos en un bar hasta que sin quemar se consuman las colillas de la lluvia y abrazar después en ellas aquellos anticuados fantasmas que fueron nuestros o que, simplemente, a nuestro vacío nombre respondieron. Un cansancio, una azucarada daga, cinco o parecidas tretas y total para poder decir este pecho es mío, en sábanas así ha de palpitar el mundo, o risibles cosas de este estilo; para engañarnos aún y hacer ver que somos nuestros, que somos en la desgarrada soledad de alguien, que no me abandones, amor, que cuánto nos queremos y sino mira cómo conservamos adolescentes trucos con los que aún fingimos creer estar haciendo feliz al otro.
Cinco o parecidas tretas
Juan de Mena
V La gran Babilonia, que uvo cercado la madre de Nino de tierra cozida, si ya por el suelo nos es destruida, ¡Quánto más presto lo mal fabricado! E si los muros que Febo a travado argólica fuerça pudo subverter, ¿qué fábrica pueden mis manos fazer que no faga curso segund lo passado?
Pone en exemplo
Gustavo Adolfo Bécquer
Besa el aura que gime blandamente las leves ondas que jugando riza; el sol besa a la nube en occidente y de púrpura y oro la matiza; la llama en derredor del tronco ardiente por besar a otra llama se desliza; y hasta el sauce, inclinándose a su peso, al río que le besa, vuelve un beso.
Rima ix
Nicolás Guillén
Van a fusilar a un hombre que tiene los brazos atados. Hay cuatro soldados para disparar. Son cuatro soldados callados, que están amarrados, lo mismo que el hombre amarrado que van a matar. —¿Puedes escapar? —¡No puedo correr! —¡Ya van a tirar! —¡Qué vamos a hacer! —Quizá los rifles no estén cargados... —¡Seis balas tienen de fiero plomo! —¡Quizá no tiren esos soldados! —¡Eres un tonto de tomo y lomo! Tiraron. (¿Cómo fue que pudieron tirar?) Mataron. (¿Cómo fue que pudieron matar?) Eran cuatro soldados callados, y les hizo una seña, bajando su sable, un señor oficial; eran cuatro soldados atados, lo mismo que el hombre que fueron los cuatro a matar.
Fusilamiento
Félix María de Samaniego
Apacentando un Joven su ganado, gritó desde la cima de un collado: «¡Favor!, que viene el lobo, labradores». Éstos, abandonando sus labores, acuden prontamente, y hallan que es una chanza solamente. Vuelve a clamar, y temen la desgracia; segunda vez los burla. ¡Linda gracia! Pero ¿qué sucedió la vez tercera? Que vino en realidad la hambrienta fiera. Entonces el Zagal se desgañita, y por más que patea, llora y grita, no se mueve la gente escarmentada, y el lobo le devora la manada. ¡Cuántas veces resulta de un engaño, contra el engañador el mayor daño!
El zagal y las ovejas
Francisco de Medrano
A S. PEDRO, EN UNA BORRASCA, VINIENDO DE ROMA Pescador soberano, en cuyas redes los monarcas mayores han estado dichosamente presos, y cambiado en gloria sus prisiones y en mercedes; tú que abrir y cerrar el çielo puedes, con poderosa llave, a tu ganado, y alcaçar en la tierra has alcançado con colunas de pórfido y paredes: los ojos vuelve al mar enfureçido, y pues tal vez osó mojar tu planta aun siendo 'ollado de tu fee animosa, su 'inchazón rompe, acalla su rüido, y enseñado dicípulo, levanta mi fee y mis pies con mano poderosa.
Soneto iii
Blanca Andreu
Amor mío, mira mi boca de vitriolo y mi garganta de cicuta jónica, mira la perdiz de ala rota que carece de casa y muere por los desiertos de tomillo de Rimbaud, mira los árboles como nervios crispados del día llorando agua de guadaña. Esto es lo que yo veo en la hora lisa de abril, también en la capilla del espejo esto veo, y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra Alejandría ni escribir cartas para Rilke el poeta.
Amor mío
Teresa Domingo Català
Las cariátides andan sobre piedras como cisnes que anhelan otros cisnes en los puertos surgidos de la luna. Las cariátides y Pigmalión conversan ateridos y distantes sobre el cruel simulacro de la vida. Mientras, transcurre la hora oscura con el temblor añadido del invierno, con la carne manchada por las flores. Las cariátides quieren ser la noche, esponjarse en sus húmedos lugares, y brillar como grillos antropófagos. Pigmalión se deslíe y sus palabras constelan el aire, los madrigales, y envenenan los besos terroríficos. . ¿Cómo no temer el tiempo impío en que arden las crines ya salvajes de las estatuas frías como un sol apagado en la soledad del cosmos? ¿Cómo no amar el sortilegio que cubre de sombras y de escamas la tiniebla eterna que fluctúa entre luces novas y saltamontes? Las cariátides tocadas por el verbo vuelven a ser mármol, a ser cisne tallado en un litoral de isla.
Cariátides
Josefina Plá
Ay, cómo abrirte este dolor de llaves, en soledad de pulso amurallado. Lo que ya se llevaron, cómo darte, sueño, renunciación, ausencia, olvido. Cómo franquear a tu claror las puertas tras las cuales murió crucificado cada latido virgen de tu nombre, desposado no obstante de tu imagen. Cómo agotar la senda de la ausencia, el rumbo del viaje jamás hecho, las jornadas cautivas del suspiro. Ay, cómo en ascua recobrar ceniza, y de la piedra absorta hacer el nardo que se encienda a la orilla de tu sangre... 1953
Cómo
Jorge Debravo
El hombre no ha nacido para tener las manos amarradas al poste de los rezos. Dios no quiere rodillas humilladas en los templos, sino piernas de fuego galopando, manos acariciando las entrañas del hierro, mentes pariendo brasas, labios haciendo besos. Digo que yo trabajo, vivo, pienso, y que esto que yo hago es un buen rezo, que a Dios le gusta mucho y respondo por ello. Y digo que el amor es el mejor sacramento, que os amo, que amo y que no tengo sitio en el infierno.
Digo
Julia de Burgos
No es él el que me lleva? Es mi vida que en su vida palpita. Es la llamada tibia de mi alma que se ha ido a cantar entre sus rimas. Es la inquietud de viaje de mi espíritu que ha encontrado en su rumbo eterna vía. El y yo somos uno. Uno mismo y por siempre entre las cimas; manantial abrazando lluvia y tierra; fundidos en un soplo ola y brisa; blanca mano enlazando piedra y oro; hora cósmica uniendo noche y día. El y yo somos uno. Uno mismo y por siempre en las heridas. Uno mismo y por siempre en la conciencia. Uno mismo y por siempre en la alegría. Yo saldré de su pecho a ciertas horas, cuando él duerma el dolor en sus pupilas, en cada eco bebiéndome lo eterno, y en cada alba cargando una sonrisa. Y seré claridad para sus manos cuando se vuelquen a trepar los días, en la lucha sagrada del instinto por salvarse de ráfagas suicidas. Si extraviado de senda, por los locos enjaulados del mundo, fuese un día, una luz disparada por mi espíritu le anunciará el retorno hasta mi vida. No es él el que me lleva? Es su vida que corre por la mía. Se recogió la vida para verme pasar. Me fui perdiendo átomo por átomo de mi carne y fui resbalándome poco a poco al alma. Peregrina en mí misma, me anduve un largo instante. Me prolongué en el rumbo de aquel camino errante que se abría en mi interior, y me llegué hasta mí, íntima. Conmigo cabalgando seguí por la sombra del tiempo y me hice paisaje lejos de mi visión. Me conocí mensaje lejos de la palabra. Me sentí vida al reverso de una superficie de colores y formas. Y me vi claridad ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el hombre. * * * * Ha sonado un reloj la hora escogida de todos. ¿La hora? Cualquiera. Todas en una misma. Las cosas circundantes reconquistan color y forma. Los hombres se mueven ajenos a sí mismos para agarrar ese minuto índice que los conduce por varias direcciones estáticas. Siempre la misma carne apretándose muda a lo ya hecho. Me busco. Estoy aún en el paisaje lejos de mi visión. Sigo siendo mensaje lejos de la palabra. La forma que se aleja y que fue mía un instante me ha dejado íntima. Y me veo claridad ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el hombre.
Canción de la verdad sencilla
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Diego Rivera con la paciencia del oso buscaba la esmeralda del bosque en la pintura o el bermellón, la flor súbita de la sangre recogía la luz del mundo en tu retrato. Pintaba el imperioso traje de tu nariz, la centella de tus pupilas desbocadas, tus uñas que alimentan la envidia de la luna, y en tu piel estival, tu boca de sandía. Te puso dos cabezas de volcán encendidas por fuego, por amor, por estirpe araucana, y sobre los dos rostros dorados de la greda te cubrió con el casco de un incendio bravío y allí secretamente quedaron enredados mis ojos en su torre total: tu cabellera.
Cien sonetos de amor
Claribel Alegría
Otro círculo amor que hemos cumplido ¿será este el último en cerrarse?
Círculos
Javier Alvarado
En este enterradero todos tenemos epitafio Una oscura canción que nos persigue desde el pasado hasta el presente Como una guirnalda de pobres vegetales, Estos muertos que me habitan a veces, que tanto cargo Que corrijo en sus posturas, en sus gestos, en sus hábitos, Que corren detrás de mí como el niño tras el llanto amargo del agua Se van navegando junto a mi sangre Como se va escapando el invierno en su fragata. ¿A dónde se fue quedando el ropaje de nuestros primeros abuelos Y el disfraz de loca y pordiosera de mi abuela Con su legajo estival después de pasar por los chamuscados Telares del viento, si eso dicen que la locura entra por el aire A su viento, donde todos hemos de ir con el primer himno o la campanada Terrena de esta suerte, de ser huérfano en la luz, En la territorialidad y en el polvo? ¿A dónde está ella y el cruel abuelo Que fue dispersando sus hijos por la tierra (Vitervo, Bredio, Janeth) Como las cuentas prófugas de un collar Que halamos con la rabia del tiempo, con esa sacudida De los animales que vuelven del espasmo Cuando la noche se posa sobre nosotros Como un gigantesco amaranto o como un pulpo Que se ha sacado partituras con el orgasmo pétreo de su tinta? Oh, mis primeros muertos que el chubasco del invierno Me trae en desordenadas imágenes Donde se contemplan el bestiario de las musas Si no he podido contemplar la levadura de sus huesos ¿Dónde está su tumba, abuela inmemorial de maíz y greda Marcaria Espinoza la que se fue sin ataúd Sólo con la mortaja de llanto de sus hijos ausentes En su humildad y en su locura? Nosotros abandonaremos estos cuerpos, habitaremos estas burbujas Que el invierno escupe. Habrá tumbas desde el cielo a la fragata, Nos hospedaremos en tu casa y seremos todos tan reales y desconocidos. Éste es tu enterradero de El Ciprián, donde todos tendremos epitafio.
Enterradero de el ciprián
Luis Benítez
ah los terrores que nos visitan de noche que no se ocultan del día los que no inspira ninguna cosa grande ningún desconocido continente pisado recién el borde ni tampoco un leal enemigo francamente buscado en una tapia ni el asombroso eclipse que deja el mediodía en sombra ni un terrible Señor de los Ejércitos en desiertos abrasados por el sol de los pueblos aventureros ah los miedos los pequeños miedos de pequeños hombres no los miedos que eran a su modo honra de un animal desnudo en la enorme extensión de cosas que no tenían nombre no a estar solo y de pie entre un inmenso campo y un inmenso cielo no a la sombra adornada de ojos fosforescentes a la muerte de noche entre los dientes del animal más bello de la tierra una muerte de hombre no a la caída propiciada por el rayo al torrente al alud al fuego de la tierra ni al otro fuego prometido debajo de la tierra ah los miedos que no origina un dios terrible salido de la foresta ni un pariente medieval con su cohorte de brujas y de fetos no el sudor frío frente a frente espada contra espada flecha contra winchester dardo contra lanza ha cambiado la muerte de palabras no es la certeza de una lluvia ardiente ni el pronóstico que un insecto lleva entre raíces al fin también una buena causa como la antigua peste ah los miedos que tú conoces y que son los míos exactamente ésos no se ocultan debajo de la cama no precisan el crujir de la madera el aullido de nada pueblan nuestros sueños de rostros y de notas ellos duermen y caminan con nosotros beben se alimentan vuelven siempre.
Los miedos
Luis Alberto de Cuenca
Un pastel en los labios, un olvido con nata en la memoria de la frente. De chocolate y oro la pendiente del seno, las ardillas del vestido. La bizarra silueta de un bandido en los ojos. La imagen balbuciente del aquel primer amor, su negligente porte de adolescente forajido. Fresas y soledad en las mejillas, celofán de los hombros, tulipanes de brisa y risa y mar y tierna veda de minúsculos tigres, o abubillas al acecho de fieros gavilanes. El cremoso susurro de la seda.
Alicia liddell abandona el país de las maravillas
Fray Luis de León
Alma región luciente, prado de bienandanza, que ni al hielo ni con el rayo ardiente fallece; fértil suelo, producidor eterno de consuelo: de púrpura y de nieve florida, la cabeza coronado, y dulces pastos mueve, sin honda ni cayado, el Buen Pastor en ti su hato amado. Él va, y en pos dichosas le siguen sus ovejas, do las pace con inmortales rosas, con flor que siempre nace y cuanto más se goza más renace. Y dentro a la montaña del alto bien las guía; ya en la vena del gozo fiel las baña, y les da mesa llena, pastor y pasto él solo, y suerte buena. Y de su esfera, cuando la cumbre toca, altísimo subido, el sol, él sesteando, de su hato ceñido, con dulce son deleita el santo oído. Toca el rabel sonoro, y el inmortal dulzor al alma pasa, con que envilece el oro, y ardiendo se traspasa y lanza en aquel bien libre de tasa. ¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera pequeña parte alguna decendiese en mi sentido, y fuera de sí la alma pusiese y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese, conocería dónde sesteas, dulce Esposo, y, desatada de esta prisión adonde padece, a tu manada viviera junta, sin vagar errada.
Oda xiii - de la vida del cielo
Luis Álvarez Piner
HORIZONTE cuadrado para el signo que, sin quebrar la transparencia, escribe el nombre de la noche. Lo incapaz de ser canto allí se vara, signo muerto. El dedo señala a oscuras la misión precisa del ser que somos y de la hora que es. Nunca el cristal, sabiéndose frontera, sufrió tan gran dolor de ser cristal. ¿A qué parte lo externo? Llanto abstracto, testamento sin muerto ni herederos. El dedo aquí señala paraíso: Lo que no es noche, y sin eternidades, ve lo eterno nocturno y lo señala. Como un doctrino, el corazón despierto lee lo escrito y piensa que la noche toda es consciente de su sueño; que las estrellas son, también, cristales.
Nocturno de la ventana
Mario Benedetti
Me das tu cuerpo patria y yo te doy mi río tú noches de tu aroma / yo mis viejos acechos tú sangre de tus labios / yo manos de alfarero tú el césped de tu vértice / yo mi pobre ciprés me das tu corazón ese verdugo y yo te doy mi calma esa mentira tú el vuelo de tus ojos / yo mi raíz al sol tú la piel de tu tacto / yo mi tacto en tu piel me das tu amanecida y yo te doy mi ángelus tú me abres tus enigmas / yo te encierro en mi azar me expulsas de tu olvido / yo nunca te he olvidado te vas te vas te vienes / me voy me voy te espero
Trueque
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor A ti te hiere aquel que quiso hacerme daño, y el golpe del veneno contra mí dirigido como por una red pasa entre mis trabajos y en ti deja una mancha de óxido y desvelo. No quiero ver, amor, en la luna florida de tu frente cruzar el odio que me acecha. No quiero que en tu sueño deje el rencor ajeno olvidada su inútil corona de cuchillos. Donde voy van detrás de mí pasos amargos, donde río una mueca de horror copia mi cara, donde canto la envidia maldice, ríe y roe. Y es ésa, amor, la sombra que la vida me ha dado: es un traje vacío que me sigue cojeando como un espantapájaros de sonrisa sangrienta.
Cien sonetos de amor
Aurelio González Ovies
Enero. Sus últimas estancias. El sol está más alto. Alguna lagartija asoma entre los setos. Brotan ya los narcisos con la misma pasión que un día sentí sobre mi cuerpo. Respiro hondo. Rejuvenezco un poco y siento -qué contradicción dulce- que envejezco.
Deshielo
Jorge Luis Borges
Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos. Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta. Me engañan y yo debo ser la mentira. Me incendian y yo debo ser el infierno. Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo. Mi alimento es todas las cosas. El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo. Debo justificar lo que me hiere. No importa mi ventura o mi desventura. Soy el poeta.
El cómplice
amistad
Cuando estés perdido bajo un cielo triste y gris y nada, nada te haga felíz, pon tu pensamiento en mí y nómbrame sin más, recuerda que siempre tendrás mi amistad. Háblame, búscame y al lugar que quieras iré, a tu lado, allí estaré. Todo lo que tienes que hacer es sentir que no te olvidé, soy tu amiga, sí, tu amiga fiel. Cuando estés vencido y en ti no encuentres paz y al dolor te entregues por los demás, mira dentro tuyo y allí me encontrarás, soy esa pequeña luz de amistad. Háblame, búscame, y al lugar que quieras iré, a tu lado siempre, allí estaré. La distancia no existirá para este cariño jamás soy tu amiga, sí, tu amiga. Ya sabes que en mi alma tienes lugar un puerto donde llegar, abierto para tus sueños, tus penas y sentimientos, y yo te lo ofrezco. Háblame, búscame, y al lugar que quieras iré, a tu lado siempre, allí estaré. Todo lo que tienes que hacer es sentir que no te olvidé, soy tu amiga, sí, tu amiga fiel.
Tu amiga fiel
Marilina Rébora
Colegio del Estado. Primer Grado Inferior. Niñitas y varones con delantales blancos. Las niñas con su moño, en mariposa o flor. Los niños, ya se sabe, desbordando los bancos. La Señorita Elisa, al frente de la clase, con su dulce mirada, redondas las mejillas: —El que se porte mal, solía decir, que pase. Y era la penitencia, sentarlo en sus rodillas. Entre vivos recuerdos, evoco un compañero mayor y pelirrojo, que me enseñaba el puño al salir a la calle, con gesto de camorra; y que, al verme en la plaza, se acercaba ligero, me tomaba la mano con loco refunfuño, lanzando alegremente a los aires la gorra.
Primer grado
San Juan de la Cruz
I En una noche oscura con ansias en amores inflamada ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada, a oscuras y segura por la secreta escala disfrazada, ¡oh dichosa ventura! a oscuras y en celada estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa en secreto que nadie me veía ni yo miraba cosa sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía adonde me esperaba quien yo bien me sabía en sitio donde nadie aparecía. ¡Oh noche, que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada! En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba allí quedó dormido y yo le regalaba y el ventalle de cedros aire daba. El aire de la almena cuando yo sus cabellos esparcía con su mano serena y en mi cuello hería y todos mis sentidos suspendía. Quedéme y olvidéme el rostro recliné sobre el amado; cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado. II ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro. ¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe y toda deuda paga!, matando muerte en vida la has trocado. ¡Oh lámparas de fuego en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido que estaba oscuro y ciego con extraños primores calor y luz dan junto a su querido! ¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno donde secretamente solo moras y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno cuán delicadamente me enamoras!
Canciones del alma
Luis de Góngora
En el cristal de tu divina mano De Amor bebí el dulcísimo veneno, Néctar ardiente que me abrasa el seno, Y templar con la ausencia pensé en vano. Tal, Claudia bella, del rapaz tirano Es arpón de oro tu mirar sereno, Que cuanto más ausente dél, más peno, De sus golpes el pecho menos sano. Tus cadenas al pie, lloro al rüido De un eslabón y otro mi destierro, Más desviado, pero más perdido. ¿Cuándo será aquel día que por yerro, Oh serafín, desates, bien nacido, Con manos de cristal nudos de hierro?
En el cristal de tu divina mano
Antonio Machado
Galerías del alma... ¡El alma niña! Su clara luz risueña; y la pequeña historia, y la alegría de la vida nueva... ¡Ah, volver a nacer, y andar camino, ya recobrada la perdida senda! Y volver a sentir en nuestra mano aquel latido de la mano buena de nuestra madre... Y caminar en sueños por amor de la mano que nos lleva. * En nuestras almas todo por misteriosa mano se gobierna. Incomprensibles, mudas, nada sabemos de las almas nuestras. Las más hondas palabras del sabio nos enseñan lo que el silbar del viento cuando sopla o el sonar de las aguas cuando ruedan.
Renacimiento
Víctor Botas
El 2 de septiembre del año 31 antes de Cristo Octavio (aún no era Augusto —lo sería en enero del 27) borra del mar de Actium, bajo un sol impasible, el gran sueño imperial de Cleopatra. En Mühlberg, Carlos V, el 25 de abril de 1547, desde el lecho doliente de un ataque de gota, humilla al luterano Juan Federico de Sajonia, y Wittemberg —patria de la Reforma— vuelve a poder católico. El 21 de octubre de 1805, Nelson herido ya de muerte, derrota en Trafalgar y simultánea- mente a las dos armadas enemigas. El 5 de junio de 1942, el almirante japonés Yamamoto, ante el desastre inevitable, ordena cambiar rumbo a sus naves de Midway, entre golpes de mar y espuma y viento. El miércoles 6 de abril de 1994, en un lugar tan trivial como lo es una cafetería, una mujer y un hombre se enredaron en tácito combate de miradas. Quién me diera no haber sido aquel hombre.
Anales
Oliverio Girondo
Menos rodante dado deliquio sumo psíquico que mana del gozondo sed viva encelo ebrio chupón chupalma ogro de mil fauces que dragan pero ese sí más llaga por no decir llagón de rojo vivo cráter y lava en ascua viva pocón sopoco íntegro menos en merma a pique sin hábitos de corcho hacia el estar no estando
Menos
Vicente Aleixandre
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia. Tu delicada mano silente. A veces cierro mis ojos y toco leve tu mano, leve toque que comprueba su forma, que tienta su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso. Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta, por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce; por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias, para rodar por ellas en tu escondida sangre, como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara por dentro, recorriendo despacio como sonido puro ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas, oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole. Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa mi amor —el nunca incandescente hueso del hombre—. Y que una zona triste de tu ser se rehúsa, mientras tu carne entera llega un instante lúcido en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano, de tu porosa mano suavísima que gime, tu delicada mano silente, por donde entro despacio, despacísimo, secretamente en tu vida, hasta tus venas hondas totales donde bogo, donde te pueblo y canto completo entre tu carne.
Mano entregada
Luis Benítez
Boca de pájaro en tus ojos de hierro hoy se oxida el dolor. En la mañana que tiembla y en el sol que la entibia en el final de la noche con garras de muerto en todos los lugares comunes a saber: luna lluvia estrellas está tu origen y el origen de tu nombre. Eres el cuchillo que corta el pan de los pobres y la mano que enciende el cigarro del triste. Bienvenida gritan mis cosas mi pasado juguetes lápices caricias bienvenida mis años verdes y mis años grises la alegría de los hombres que ahora puedo ver. Mi amada con boca de diosa pagana borracha en su manto que sonríe mi amada con promesas de espanto mi amada una y mil veces viva y definitiva.
Todo lo que diré de ti
Alfredo Lavergne
¿Quién o quiénes Desde el continente observan este barco?. ¿Con quién o con qué hombres Estoy disputándome El horizonte?.
Mar de fondo
Manuel Altolaguirre
A Octavio Paz Alzan la voz cruel quienes no vieron el paisaje, los que empujaron por el declive pedregoso la carne ajena, quienes debieron ser almas de todos y se arrancaban de ellos mismos cuerpos parásitos para despeñarlos. Mil muertos de sus vidas brotaban, mil muertos solitarios que miraban desde el suelo, durante el último viaje, la colosal estatua a la injusticia. No eran muertos, eran oprimidos, seres aplastados, ramas cortadas de un amante o de un padre, seres conducidos por un deseo imposible, topos de vicio que no hallarán la luz por sus turbias y blandas galerías. Alzan la voz cruel quienes no vieron el paisaje, los que triunfaron por la paz interior de sus mentiras. ¡Oh mundo desigual! Mis ojos lloren el dolor, la maldad: la verdad humana.
La voz cruel
Mario Benedetti
Llegaste temprano al buen humor al amor cantado al amor decantado llegaste temprano al ron fraterno a las revoluciones cada vez que te arrancaban del mundo no había calabozo que te viniera bien asomabas el alma por entre los barrotes y no bien los barrotes se afojaban turbados aprovechabas para librar el cuerpo usabas la metáfora ganzúa para abrir los cerrojos y los odios con la urgencia inconsolable de quien quiere regresar al asombro de los libres le tenías ojeriza a lo prohibido a las desgarraduras para ínfula y orquesta al dedo admonitorio de algún colega exento algún apócrito buen samaritano que desde europa te quería enseñar a ser un buen latinoamericano le tenías ojeriza a la pureza porque sabías cómo somos de impuros cómo mezclamos sueños y vigilia cómo nos pesan la razón y el riesgo por suerte eras impuro evadido de cárceles y cepos no de responsabilidades y otros goces impuro como un poeta que eso eras además de tantas otras cosas ahora recorro tramo a tramo nuestros muchos acuerdos y también nuestros pocos desacuerdos y siento que nos quedan diálogos inconclusos recícrocas preguntas nunca dichas malentendidos y bienentendidos que no podremos barajar de nuevo pero todo vuelve a adquirir su sentido si recuerdo tus ojos de muchacho que eran casi un abrazo casi un dogma el hecho es que llegaste temprano al buen humor al amor cantando al amor decantado al ron fraterno a las revoluciones pero sobre todo llegaste temprano demasiado temprano a una muerte que no era la tuya y que a esta altura no sabrá que hacer con tanta vida.
A roque
Josefina Plá
De las más hondas raíces se me alargan tus manos, y ascienden por mis venas como cegadas lunas a desangrar mis sienes hacia el blancor postrero y tejer en mis ojos su ramazón desnuda. En mi carne de estío, como en hamaca lenta, ellas la adolescente de tu placer columpian. -Tus manos, que no son. Mis años, que ya han sido. Y un sueño de rodillas tras la palabra muda-. ...Dedos sabios de ritmo, unánimes de gracia. Cantaban silenciosos la gloria de la curva: cadera de mujer o contorno de vaso. Diez espinas de beso que arañan mi garganta, untadas de agonía las diez pálidas uñas, yo los llevo en el pecho como ramos de llanto. 1939
Tus manos
Pablo Neruda
TODO el día una línea y otra línea, un escuadrón de plumas, un navío palpitaba en el aire, atravesaba el pequeño infinito de la ventana desde donde busco, interrogo, trabajo, acecho, aguardo. La torre de la arena y el espacio marino se unen allí, resuelven el canto, el movimiento. Encima se abre el cielo. Entonces así fue: rectas, agudas, palpitantes, pasaron hacia dónde? Hacia el Norte, hacia el Oeste, hacia la claridad, hacía la estrella, hacia el peñón de soledad y sal donde el mar desbarata sus relojes. Era un ángulo de aves dirigidas aquella latitud de hierro y nieve que avanzaba sin tregua en su camino rectilíneo: era la devorante rectitud de una flecha evidente, los números del cielo que viajaban a procrear formados por imperioso amor y geometría. Yo me empeñé en mirar hasta perder los ojos y no he visto sino el orden del vuelo, la multitud del ala contra el viento: vi la serenidad multiplicada por aquel hemisferio transparente cruzado por la oscura decisión de aquellas aves en el firmamento. No vi sino el camino. Todo siguió celeste. Pero en la muchedumbre de las aves rectas a su destino una bandada y otra dibujaban victorias triangulares unidas por la voz de un solo vuelo, por la unidad del fuego, por la sangre, por la sed, por el hambre, por el frío, por el precario día que lloraba antes de ser tragado por la noche, por la erótica urgencia de la vida: la unidad de los pájaros volaba hacia las desdentadas costas negras, peñascos muertos, islas amarillas, donde el sol dura más que su jornada y en el cálido mar se desarrolla el pabellón plural de las sardinas. En la piedra asaltada por los pájaros se adelantó el secreto: piedra, humedad, estiércol, soledad, fermentarán y bajo el sol sangriento nacerán arenosas criaturas que alguna vez regresarán volando hacia la huracanada luz del frío, hacia los pies antárticos de Chile. Ahora cruzan, pueblan la distancia moviendo apenas en la luz las alas como si en un latido las unieran, vuelan sin desprenderse del cuerpo migratorio que en tierra se divide y se dispersa. Sobre el agua, en el aire, el ave innumerable va volando, la embarcación es una, la nave transparente construye la unidad con tantas alas, con tantos ojos hacia el mar abiertos que es una sola paz la que atraviesa y sólo un ala inmensa se desplaza. Ave del mar, espuma migratoria, ala del Sur, del Norte, ala de ola, racimo desplegado por el vuelo, multiplicado corazón hambriento, llegarás, ave grande, a desgranar el collar de los huevos delicados que empolla el viento y nutren las arenas hasta que un nuevo vuelo multiplica otra vez vida, muerte, desarrollo, gritos mojados, caluroso estiércol, y otra vez a nacer, a partir, lejos del páramo y hacia otro páramo. Lejos de aquel silencio, huid, aves del frío hacia un vasto silencio rocalloso y desde el nido hasta el errante número, flechas del mar, dejadme la húmeda gloria del transcurso, la permanencia insigne de las plumas que nacen, mueren, duran y palpitan creando pez a pez su larga espada, crueldad contra crueldad la propia luz y a contraviento y contramar, la vida.
Migración
Basilio Fernández
La lengua es un sistema de signos que procede como el juego de ajedrez Saussure La dejadez, la intemporalidad subsiste como el humo, inaugura conjuras de silencio de fe sin ficciones como vanas sombras de juventud. Hay claves indecibles de secuencias, textos de libros gnósticos, ocres perdidos en la creación incesante del albaricoque. A veces un ruiseñor se extingue en el aire como un reflejo, pero nadie ha visto su esquema en la delgada frontera de abril y octubre ni su didáctica en el horizonte del gozo. Ignoramos siempre si se acaba o se empieza, inexorable palíndromo del canto, ecuación sin aristas, sin propósito último avezado al cansancio de quererte en plena crisis de la niebla que sube y levanta un mausoleo al amor. Belleza equivocada de mirar la lluvia mientras sueño con mis estadísticas y el tiempo me impulsa más allá de los accidentes imprevistos.
Blessing
Ángel González
Cuando tengas dinero regálame un anillo, cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca, cuando no sepas qué hacer vente conmigo —pero luego no digas que no sabes lo que haces. Haces haces de leña en las mañanas y se te vuelven flores en los brazos. Yo te sostengo asida por los pétalos, como te muevas te arrancaré el aroma. Pero ya te lo dije: cuando quieras marcharte esta es la puerta: se llama Ángel y conduce al llanto.
Breves acotaciones para una biografía
Teresa Domingo Català
El día es el eclipse de la noche. Como un sarcófago que se abre para recoger a un muerto, respira la mañana antropomorfa. Como un luto, reviven las ventiscas insoladas, sollozan los escombros, se atreven a llorar los papagayos. En la tierra baldía se desnuda el pavor, la terrible calavera disfrazada de sol, un azar puro. Qué comen los caimanes, qué luz comen para poder dormir cuando amanece. Aletargados, piensan en el aire, conjuran, para eliminar el día, con el sueño avivado por la pústula. Caerán los jazmines en sus bocas como nudos y pergaminos tristes que sólo flor darán en sus estómagos.
Los caimanes
Antonio Fernández Lera
Como el pez al agua, como el agua a la tierra, como la tierra al sol, como el sol al árbol, como el árbol a la lluvia: forma creada con las manos, fuegos y alas en los ojos: fulgor de forma que se cruza con otro haz de luz en el cerebro: creando saltos de la sangre en las venas y reposos de arterias en los huesos.
Ecos del jardín 1
Fa Claes
Diga pamplinas sobre la lengua exterior e interior, me voy al huerto, voy a cavar, Añés prefiere puerro este invierno, preparo un bancal para plantarlo, acaso mañana ya. Adiós, Merleau-Ponty, Lacan, Wittgenstein y compañía, hombres letrados todos juntos, que sólo filosofan porque la criada lava sus calzoncillos, plancha sus camisas, hierve sus sopas. Señores, he hablado con ustedes; es decir, les he oído a ustedes, su palmadita y su risa sardónica. Ninguno de ustedes escuchó al otro o a mí. Juntos seguían simultáneamente su ininterrumpida charla. Con asombro atento he callado y riendo entre dientes -pero eso no lo pueden saber- ahuyenté su relincho hacia el armario , ¡atrás!, digo.
Filosófico
León Felipe
Bacía, Yelmo, Halo. Este es el orden, Sancho. De aquí no se va nadie. Mientras esta cabeza rota del Niño de Vallecas exista, de aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida. Antes hay que deshacer este entuerto, antes hay que resolver este enigma. Y hay que resolverlo entre todos, y hay que resolverlo sin cobardía, sin huir con unas alas de percalina o haciendo un agujero en la tarima. De aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida. Y es inútil, inútil toda huida (ni por abajo ni por arriba). Se vuelve siempre. Siempre. Hasta que un día (¡un buen día!) el yelmo de Mambrino —halo ya, no yelmo ni bacía— se acomode a las sienes de Sancho y a las tuyas y a las mías como pintiparado, como hecho a la medida. Entonces nos iremos todos por las bambalinas. Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas, y el místico, y el suicida.
Pie para el niño de vallecas
Pablo Neruda
Como cenizas, como mares poblándose, en la sumergida lentitud, en lo informe, o como se oyen desde el alto de los caminos cruzar las campanadas en cruz, teniendo ese sonido ya parte del metal, confuso,pesando, haciéndose polvo en el mismo molino de las formas demasiado lejos, o recordadas o no vistas, y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra se pudren en el tiempo, infinitamente verdes. Aquello todo tan rápido, tan viviente, inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma, esas ruedas de los motores, en fin. Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol, callado, por alrededor, de tal modo, mezclando todos los limbos sus colas. Es que de dónde, por dónde, en qué orilla? El rodeo constante, incierto, tan mudo, como las lilas alrededor del convento, o la llegada de la muerte a la lengua del buey que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar. Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir, entonces, como aleteo inmenso, encima, como abejas muertas o números, ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar, en multitudes, en lágrimas saliendo apenas, y esfuerzos humanos, tormentas, acciones negras descubiertas de repente como hielos, desorden vasto, oceánico, para mí que entro cantando, como con una espada entre indefensos. Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda? Ese sonido ya tan largo que cae listando de piedras los caminos, más bien, cuando sólo una hora crece de improviso, extendiéndose sin tregua. Adentrp del anillo del verano una vez los grandes zapallos escuchan, estirando sus plantas conmovedoras, de eso, de lo que solicitándose mucho, de lo lleno, oscuros de pesadas gotas.
Galope muerto
Lope de Vega
«—Mira, Zaide, que te digo que no pases por mi calle, no hables con mis mujeres, ni con mis cautivos trates, no preguntes en qué entiendo ni quien viene a visitarme, qué fiestas me dan contento ni qué colores me aplacen; basta que son por tu causa las que en el rostro me salen, corrida de haber mirado moro que tan poco sabe. Confieso que eres valiente, que hiendes, rajas y partes, y que has muerto más cristianos que tienes gotas de sangre; que eres gallardo ginete, que danzas, cantas y tañes, gentilhombre, bien criado cuanto puede imaginarse; blanco, rubio por extremo, señalado entre linajes, el gallo de los bravatos, la nata de los donaires; que pierdo mucho en perderte y gano mucho en ganarte, y que si nacieras mudo fuera posible adorarte; mas por ese inconviniente determino de dejarte, que eres pródigo de lengua y amargan tus liviandades; habrá menester ponerte la que quisiere llevarte un alcázar en los pechos y en los labios un alcaide. Mucho pueden con las damas los galanes de tus partes, porque los quieren briosos, que hiendan y que desgarren; mas con esto, Zaide amigo, si algún banquete les hacen del plato de sus favores quieren que coman y callen. Costoso me fue el que heciste; que dichoso fueras, Zaide, si conservarme supieras como supiste obligarme. Mas no bien saliste apenas de los jardines de Atarfe, cuando heciste de la mía y de tu desdicha alarde. A un morillo mal nacido he sabido que enseñaste la trenza de mis cabellos que te puse en el turbante. No quiero que me la vuelvas, ni que tampoco la guardes, mas quiero que entiendas, moro, que en mi desgracia la traes. También me certificaron cómo le desafiaste por las verdades que dijo, que nunca fueran verdades. De mala gana me río; ¡qué donoso disparate! no guardaste tu secreto ¿y quieres que otro lo guarde? No puedo admitir disculpa, otra vez torno [a] avisarte que ésta será la postrera que te hable y que me hables—». Dijo la discreta Zaida al gallardo Abencerraje, y al despedirse replica «Quien tal hace, que tal pague».
Mira, zaide, que te digo
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor La luz que de tus pies sube a tu cabellera, la turgencia que envuelve tu forma delicada, no es de nácar marino, nunca de plata fría: eres de pan, de pan amado por el fuego. La harina levantó su granero contigo y creció incrementada por la edad venturosa, cuando los cereales duplicaron tu pecho mi amor era el carbón trabajando en la tierra. Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca, pan que devoro y nace con luz cada mañana, bienamada, bandera de las panaderías, una lección de sangre te dio el fuego, de la harina aprendiste a ser sagrada, y del pan el idioma y el aroma.
Cien sonetos de amor
Pelayo Fueyo
Desconocidos entre desconocidos, Un extraño me espía en los espejos. J. L. García Martín I Todas las sensaciones de este cuerpo por un tiempo y espacio, y el modo de encauzar tantas visiones sin perder estos ojos, me convierten en símbolo de mí —de mi esencia mostrada— en carne temblorosa de una estatua que me voy descubriendo, poco a poco, en mi propio retrato progresivo dibujado de pronto en el espejo. II El mismo que recibe su mirada con la caricatura de un cómplice abandono. El que inventa las arrugas futuras en un rostro que creyó transcurrido en negativo. Te tocas, y te encuentras primero con el frío, con la piel del cristal. Tú estás adentro, al fondo de esa imagen: impaciente por saberte presente en el deseo, a pesar del azar de la memoria. III El espejo de mano, del indolente vidrio del tocador, arranca los perfiles de aquel que sólo busca sorprender a su antigua vanidad. Así yo lo traiciono, porque mis propios ojos no pueden reprocharse, frente a frente, lo inútil de seguir con ese juego, como el adivinar los contrafuertes que sostienen mi forma obsesionada. Sin embargo, mi intimidad tendrá el doble reflejo de lo superficial y lo profundo, de lo comprometido y lo distante, a expensas del espejo; y este mismo compensará mi olvido de aquel rito infantil, añadiendo su mano al tocador de mis perfiles, arrancando su propia vanidad del espejo que ahora lo refleja, cuando yo ya me olvide de mi forma, cuando sea disculpa de su causa por mis viejos motivos, y terminen por verse, cara a cara, los espejos que yo solo reflejo. IV El humo de las voces del salón fue adquiriendo mis rasgos, con mi fuga. Yo lo olí desde lejos, como el que sabe que posee el fuego, la dirección del viento, y su desnudo. Masticaban mi máscara de cera, mi postura estudiada, y aun los cuerpos espontáneos que había criticado. Sin embargo, era un precio muy barato el que tuve que abonar por contemplar mi rostro sin palabras, asumir ese espectro, y, con su misma falsa ingenuidad, corregir el discurso, y ese humo. que ya eran sus rostros en presencia.
Yo mismo en el espejo
Ramón López Velarde
A José D. Frías Sonámbula y picante, mi voz es la gemela de la canela. Canela ultramontana e islamita, por ella mi experiencia sigue de señorita. Criado con ella, mi alma tomó la forma de su botella. Si digo carne o espíritu, paréceme que el diablo se ríe del vocablo; mas nunca vaciló mi fe si dije «yo». Yo, varón integral, nutrido en el panal de Mahoma y en el que cuida Roma en la Mesa Central. Uno es mi fruto: vivir en el cogollo de cada minuto. Que el milagro se haga, dejándome aureola o trayéndome llaga. No porto insignias de masón ni de Caballero de Colón. A pesar del moralista que la asedia y sobre la comedia que la traiciona, es santa mi persona, santa en el fuego lento con que dora el altar y en el remordimiento del día que se me fue sin oficiar. En mis andanzas callejeras del jeroglífico nocturno, cuando cada muchacha entorna sus maderas, me deja atribulado su enigma de no ser ni carne ni pescado. Aunque toca al poeta roerse los codos, vivo la formidable vida de todas y de todos; en mí late un pontífice que todo lo posee y todo lo bendice; la dolorosa Naturaleza sus tres reinos ampara debajo de mi tiara; y mi papal instinto se conmueve son la ignorancia de la nieve y la sabiduría del jacinto.
Todo