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Hilario Barrero | La niebla empaña mi mirada
y al pasar por el lago
ve dos cisnes felices
que escriben en el agua
un mensaje secreto
con mala ortografía y tinta seca
que yo puedo leer y tú no puedes.
Tú crees que son dos patos
que volando hacia el Sur
hacen tiempo en el lago
cebándose de pan
que les dan los vecinos.
Dentro de poco ya no estarán
mis cisnes ni tus patos,
yo seguiré nublado con la niebla
y tú verás más claro cada día. | Miradas |
Toni García Arias | Si Dios me diese la oportunidad
de regresar a mi pasado,
no guardaría tantas lágrimas
ni tantos besos.
Salpicaría todas las mañanas con un verso nuevo
que llevarme a los labios,
me dejaría navegar salvaje
donde antes me atenazaba el miedo,
no amagaría aquel abrazo
que se perdió por siempre
en lo más profundo del reproche.
Invadiría más a menudo tus noches
y tus sábanas,
asaltaría tu sonrisa
para instalar mi bandera.
No te dejaría marchar jamás
de mis sueños, de mis miedos, de mis derrotas.
Si Dios me diese la oportunidad
de regresar a mi pasado,
correría hacia él con más fuerza
para que el tiempo,
el siempre tiempo,
no pudiese reconocerme,
para que yo, al fin,
no pudiese recordarme. | Pasado |
Manuel Machado |
A Miguel Sawa
Se perdió en las vagas
selvas de un ensueño,
y sólo de espaldas
la vi desde lejos...
Como una caricia
dorada, el cabello,
tendido, sus hombros
cubría. Y, al verlo,
siguióla mi alma
y fuese muy lejos,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.
Se fue hasta el castillo
del burgrave fiero,
que está en la alta roca:
los puentes cayeron
y se despertaron
los sones del hierro.
Pasamos... Mi alma,
tras ella corriendo,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.
Se fue hasta las verdes
llanuras de Jonia; y el templo
cruzó de Partenes.
Del mármol eterno
dejó las regiones...
Y se fue más lejos
con mi alma, dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.
Oro y negras piedras,
y muros inmensos,
y tumbas enormes
sepulcro de un pueblo
que mira hacia Oriente
con sus ojos muertos.
Siguió... Y arrastraba
mi alma más lejos,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.
Siguió; entre menhires
pasamos y horrendos
despojos de fieras...
Siguió; y a lo lejos,
perdióse en las selvas
oscuras del sueño
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto. | Eleusis |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
Y esta palabra, este papel escrito
por las mil manos de una sola mano,
no queda en ti, no sirve para sueños,
cae a la tierra: allí se continúa.
No importa que la luz o la alabanza
se derramen y salgan de la copa
si fueron un tenaz temblor del vino,
si se tiñó tu boca de amaranto.
No quiere más la sílaba tardía,
lo que trae y retrae el arrecife
de mis recuerdos, la irritada espuma,
no quiere más sino escribir tu nombre.
Y aunque lo calle mi sombrío amor
más tarde lo dirá la primavera. | Cien sonetos de amor |
José Asunción Silva |
En la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno,
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños.
Sobre un fondo de tonos nacarados
la silueta del templo
las altas tapias del jardín antiguo
y los árboles negros,
cuyas ramas semejan un encaje
movidas por el viento
se destacan oscuras, melancólicas
como un extraño espectro!
En estas horas de solemne calma
vagan los pensamientos
y buscan a la sombra de lo ignoto
la quietud y el silencio.
Se recuerdan las caras adoradas
de los queridos muertos
que duermen para siempre en el sepulcro
y hace tanto no vemos.
Bajan sobre las cosas de la vida
las sombras de lo eterno
y las almas emprenden su viaje
al país del recuerdo.
También vamos cruzando lentamente
de la vida el desierto
también en el sepulcro helada sima
más tarde dormiremos.
Que en la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños! | Crepúsculo |
Lope de Vega |
Canta Amarilis, y su voz levanta
mi alma desde el orbe de la luna
a las inteligencias, que ninguna
la suya imita con dulzura tanta.
De su número luego me trasplanta
a la unidad, que por sí misma es una,
y cual si fuera de su coro alguna,
alaba su grandeza cuando canta.
Apártame del mundo tal distancia,
que el pensamiento en su Hacedor termina,
mano, destreza, voz y consonancia.
Y es argumento que su voz divina
algo tiene de angélica sustancia,
pues a contemplación tan alta inclina. | Canta amarilis |
Fernando de Herrera |
por este campo estéril y ascondido;
todo calla y no cesa mi gemido
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino y crece mi cuidado,
que nunca mi dolor pone en olvido;
el curso al fin acaba, aunque estendido,
pero no acaba el daño dilatado.
¿Qué vale contra un mal siempre presente
apartarse y huir, si en la memoria
se estampa y muestra frescas las señales?
Vuela Amor en mi alcance y no consiente,
en mi afrenta, que olvide aquella historia
que descubrió la senda de mis males. | Voy siguiendo la fuerza de mi hado |
Toni García Arias | Esas marcas de salitre que dejan las olas
sobre la arena
son como nosotros;
restos de espuma que el mar,
impreciso,
no supo pronunciar en futuro. Y el sol las desvanece. | Matriz de las olas |
Pablo Neruda | De consumida sal y garganta en peligro
están hechas las rosas del océano solo,
el agua rota sin embargo,
y pájaros temibles,
y no hay sino la noche acompañada
del día, y el día acompañado
de un refugio, de una
pezuña, del silencio.
En el silencio crece el viento
con su hoja única y su flor golpeada,
y la arena que tiene sólo tacto y silencio,
no es nada, es una sombra,
una pisada de caballo vago,
no es nada sino una ola que el tiempo ha recibido,
porque todas las aguas van a los ojos fríos
del tiempo que debajo del océano mira.
Ya sus ojos han muerto de agua muerta y palomas,
y son dos agujeros de latitud amarga
por donde entran los peces de ensangrentados dientes
y las ballenas buscando esmeraldas,
y esqueletos pálidos caballeros deshechos
por las lentas medusas, y además
varias asociaciones de arrayán venenoso,
manos aisladas, flechas,
revólveres de escama,
interminablemente corren por sus mejillas
y devoran sus ojos de sal destituida.
Cuando la luna entrega sus náufragos,
sus cajones, sus muertos
cubiertos de amapolas masculinas,
cuando en el saco de la luna caen
los trajes sepultados en el mar
con sus largos tormentos, sus barbas derribadas,
sus cabezas que el agua y el orgullo pidieron para siempre,
en la extensión se oyen caer de rodillas
hacia el fondo del mar traídas por la luna
en su saco de piedra gastado por las lágrimas
y por las mordeduras de pescados siniestros.
Es verdad, es la luna descendiendo
con crueles sacudidas de esponja, es, sin embargo,
la luna tambaleando entre las madrigueras,
la luna carcomida por los gritos del agua,
los vientres de la luna, sus escamas
de acero despedido: y desde entonces
al final del Océano desciende,
azul y azul, atravesada por azules,
ciegos azules de materia ciega,
arrastrando su cargamento corrompido,
buzos, maderas, dedos,
pescadora de la sangre que en las cimas del mar
ha sido derramada por grandes desventuras.
Pero hablo de una orilla, es allí donde azota
el mar con furia y las olas golpean
los muros de ceniza. Qué es esto? Es una sombra?
No es la sombra, es la arena de la triste república,
es un sistema de algas, hay alas, hay
un picotazo en el pecho del cielo:
oh superficie herida por las olas,
oh manantial del mar,
si la lluvia asegura tus secretos, si el viento interminable
mata los pájaros, si solamente el cielo,
sólo quiero morder tus costas y morirme,
sólo quiero mirar la boca de las piedras
por donde los secretos salen llenos de espuma.
Es una región sola, ya he hablado
de esta región tan sola,
donde la tierra está llena de océano,
y no hay nadie sino unas huellas de caballo,
no hay nadie sino el viento, no hay nadie
sino la lluvia que cae sobre las aguas del mar,
nadie sino la lluvia que crece sobre el mar. | El sur del océano |
Luis de Góngora |
Señora doña puente segoviana,
Cuyos ojos están llorando arena,
Si es por el río, muy enhorabuena,
Aunque estáis para viuda muy galana.
De estangurria murió. No hay castellana
Lavandera que no llore de pena,
Y fulano sotillo se condena
De olmos negros a loba luterana.
Bien es verdad que dicen los doctores
Que no es muerto, sino que del estío
Le causan parasismos los calores;
Que a los primeros del diciembre frío,
De sus mulas harán estos señores
Que los orines den salud al río. | Señora doña puente segoviana |
Luis Alberto de Cuenca |
Te he encontrado en la calle
y, luego, hemos cenado juntos.
Te lo he dicho otra vez:
mi vida quiere ser lo que llamaba Bowra
"the pursuit of honour through risk".
Y tu sonrisa se transforma
en una mueca obscena,
y sigues sin saber qué es el pudor.
Antes de medianoche
estabas muerta ya, amor mío. | Un amor imposible |
Rubén Izaguirre Fiallos | Hace unos
años
no pude
ser comunista,
porque estaba
ocupado
tratando
de ser un niño. | Xviii |
María Eugenia Caseiro | Ya habías alcanzado
al ratón de tus axiomas
ahora detenido en el reloj
Ah!, mi amigo
que tu no creas quererme a la hora del baño
que te asuste
que en tu calidad
desaparezcas
compañero
y apaciblemente debajo de un arco
quede la blancura del gato que fuiste
reclinado en la sombra
tenue y combada de tus miedos
-nueva pista
que presume la elipsis
sin sentir que te llaman-
que atentamente descubres
el tiempo bajo el arco
golpeando el mármol que eras
presencia embelesada
que ya no me acompaña
Ahora en tu mejor postura
eres redondo y feliz
como la novia de tus sueños. | El gato bajo el arco |
Pablo Neruda | De lo sonoro salen números,
números moribundos y cifras con estiércol,
rayos humedecidos y relámpagos sucios.
De lo sonoro, creciendo, cuando
la noche sale sola, como reciente viuda,
como paloma o amapola o beso,
y sus maravillosas estrellas se dilatan.
En lo sonoro la luz se verifica:
las vocales se inundan, el llanto cae en pétalos,
un viento de sonido como una ola retumba,
brilla y peces de frío y elástico la habitan.
Peces en el sonido, lentos, agudos, húmedos,
arqueadas masas de oro con gotas en la cola,
tiburones de escama y espuma temblorosa,
salmones azulados de congelados ojos.
Herramientas que caen, carretas de legumbres,
rumores de racimos aplastados,
violines llenos de agua, detonaciones frescas,
motores sumergidos y polvorienta sombra,
fábricas, besos,
botellas palpitantes,
gargantas,
en torno a mí la noche suena,
el día, el mes, el tiempo,
sonando como sacos de campanas mojadas
o pavorosas bocas de sales quebradizas.
Olas del mar, derrumbes,
uñas, pasos del mar,
arrolladas corrientes de animales deshechos,
pitazos en la niebla ronca
deciden los sonidos de la dulce aurora
despertando en el mar abandonado.
A lo sonoro el alma rueda
cayendo desde sueños,
rodeada aún por sus palomas negras,
todavía forrada por sus trapos de ausencia.
A lo sonoro el alma acude
y sus bodas veloces celebra y precipita.
Cáscaras del silencio, de azul turbio,
como frascos de oscuras farmacias clausuradas,
silencio envuelto en pelo,
silencio galopando en caballos sin patas
y máquinas dormidas, y velas sin atmósfera,
y trenes de jazmín desalentado y cera,
y agobiados buques llenos de sombras y sombreros.
Desde el silencio sube el alma
con rosas instantáneas,
y en la mañana del día se desploma,
y se ahoga de bruces en la luz que suena.
Zapatos bruscos, bestias, utensilios,
olas de gallos duros derramándose,
relojes trabajando como estómagos secos,
ruedas desenrollándose en rieles abatidos,
y water-closets blancos despertando
con ojos de madera, como palomas tuertas,
y sus gargantas anegadas
suenan de pronto como cataratas.
Ved cómo se levantan los párpados del moho
y se desencadena la cerradura roja
y la guirnalda desarrolla sus asuntos,
cosas que crecen,
los puentes aplastados por los grandes tranvías
rechinan como camas con amores,
la noche ha abierto sus puertas de piano:
como un caballo el día corre en sus tribunales.
De lo sonoro sale el día
de aumento y grado,
y también de violetas cortadas y cortinas,
de extensiones, de sombra recién huyendo
y gotas que del corazón del cielo
caen como sangre celeste. | Un día sobresale |
Nicomedes Santa Cruz |
Al maestro Nicolás Guillén
Una voz ancestral,
un tambor africano
y un verso elemental
peruano.
El negro en el Perú
actualmente no sufre,
ya no hay esclavitud
ni azufre.
Le dieron tibio baño
en tina de jabón
porque en su ama dio el germen
que no tuvo el patrón.
Del seno de mi abuela
a mi madre brindó,
el hijo del amito
mamó, mamó, mamó.
Y mi abuelo con su amo
en la Casa ´e Jarana
cantujaron de alirio,
cantujaron replana.
Y en la casa ´e jarana
-con el Amito Viejo-
bailaron mis hermanas
zamacueca y festejo.
El padre de mi amito
de mi abuela gustó
y mi abuelo a su amita burló.
Yo le dijera primo
a ese blanco travieso
de cabello enrizao
y de labio muy grueso...
El negro en el Perú
actualmente no sufre,
ya no hay esclavitud
ni azufre.
Más ha sufrido el negro
nuestro hermano de Cuba
descendiente directo
nagó, yoruba.
Más ha sufrido el negro
muerto en Santo Domingo
por los diarios abusos del gringo.
Más ha sufrido el negro
cantor de Panamá
que el negro jaranista
de acá.
Más ha sufrido el negro
labrador de Haití
que el zambo guaragüero
de aquí.
Más ha sufrido el negro
del morro y la favela
que mi padre y mi madre
y mi abuela.
En fin, más sufre el negro
de Harlem a Lousiana
que nuestra gente negra
peruana...
Y al problema del negro
segregación racial
el mundo permanece
neutral.
Quiero aguda mi rima
como punta de lanza.
Que otra mano la esgrima
si alcanza.
Yo jamás con voz hurgo
perentoria.
Yo ja... ¡Johanesburgo!
¡Pretoria!
Cuando en Johannesburgo
llegue el Día de Sangre
yo quiero estar allí,
compadre.
Cuando en Johannesburgo
llegue el Día de Sangre
debemos estar todos
¡Hijos de negra madre!
Con la voz ancestral
el machete en la mano
y el verso elemental
hermano. | Johanesburgo |
Josefina Plá | ...Un cerrarse de puertas,
a derecha e izquierda;
un cerrarse de puertas silenciosas,
siempre a destiempo,
siempre un poco antes
o un momento demasiado tarde;
hasta que solo queda abierta una,
la única puntual,
la única oscura,
la única sin paisaje y sin mirada. | Las puertas |
Alfredo Lavergne | Del cerro de bella vista a un puerto del Pacífico
Del puerto a la fría capital
De la capital a la eterna primavera
De la primavera a nuestras viejas bananeras
De las bananeras a las tempestades de nieve
De la nieve al territorio del hielo
Y en hielo En su frontera Vivir Quebec
Nuevo Como América Que nace
Con su pasado tan presente
Y que hoy integro al Canto General. | Revelación |
Dámaso Alonso |
A Leopoldo Panero
¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y sacudía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.
Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.
Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
solo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.
Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
...aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Solo la velocidad,
solo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
solo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.
...Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.
Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros? | Mujer con alcuza |
Leopoldo María Panero |
Yo he sabido ver el misterio del verso
que es el misterio de lo que a sí mismo nombra
el anzuelo hecho de la nada
prometido al pez del tiempo
cuya boca sin dientes muestra el origen del poema
en la nada que flota antes de la palabra
y que es distinta a la nada que el poema canta
y también a esa nada en que expira el poema:
tres son pues las formas de la nada
parecidas a cerdos bailando en torno del poema
junto a la casa que el viento ha derrumbado
y ay del que dijo una es la nada
frente a la casa que el viento ha derrumbado:
porque los lobos persiguen el amanecer de las formas
ese amanecer que recuerda a la nada;
triple es la nada y triple es el poema
imaginación escrita y lectura
y páginas que caen alabando a la nada
la nada que no es vacío sino amplitud de palabras
peces shakespearianos que boquean en la playa
esperando allí entre las ruinas del mundo
al señor con yelmo y con espada
al señor sin fruto de la nada.
Testigo es su cadáver aquí donde boquea el poema
de que nada se ha escrito ni se escribió nunca
y ésta es la cuádruple forma de la nada. | La cuádruple forma de la nada |
Federico García Lorca |
Por el arco de Elvira
quiero verte pasar
Para saber tu nombre
y ponerme a llorar.
¿Qué luna gris de las nueve
te desangró la mejilla?
¿Quién recoge tu semilla
de llamarada en la nieve?
¿Qué alfiler de cactus breve
asesina tu cristal?
Por el arco de Elvira
voy a verte pasar
para beber tus ojos
y ponerme a llorar.
¡Qué voz para mi castigo
levantas por el mercado!
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
¡Qué lejos estoy contigo!
¡qué cerca cuando te vas!
Por el arco de Elvira
voy a verte pasar
para sufrir tus muslos
y ponerme a llorar. | Gacela del mercado matutino |
Alfredo Lavergne | Retorno a mi país y llego a otro.
Soy el condenado a buscar...
Esa tierra que especifica mi alma
Esa raíz que no cambia de personalidad
Ese azote de los ojos al cerebro
Ese tiempo testimonial Esa gente que existe en mí
Y mi desesperación
Pasa por calles que tienen su sirena y sirenas. | Melancolía |
Alfredo Lavergne | Por fin creo en algo
Gritó el mortal
Y se formó un movimiento en su cabeza.
Con él
Todos los inventos del exilio bajaban del cielo
Los técnicos Los estilos Las reglas generales
La artesanía El arte Las características propias
El certificado auténtico y la memoria tergiversadora.
Gritaba como hombre imaginado que no se arrepiente
Mientras destrozaba el pasaporte y el retorno. | El avión |
Octavio Paz |
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
"saluda al sol, araña, no seas rencorosa..."
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío. | Elegía interrumpida |
Ana Istarú |
Esta noche de desposada
soy mi balcón.
Ventana soy
sin otro atuendo que el del amor.
Y cuando el día
golpee en el vidrio de mi ventana
he de vestirme con mi sábana de desposada.
Que balcón soy.
Para mostrar el paño blanco
tan blanco por la ventana,
tras esta noche de desposada.
Sin una sola nervadura de la amargura,
sin alfileres púrpuras,
sin una isla ni un algodón
en que alojarse pueda el dolor.
Que blanca y pura
soy mi balcón.
Adiós la sangre.
Adiós la sangre, la sangre y su tiniebla.
Que así desnuda y cubierta
con mi sábana de desposada
yo estoy armada.
Y por las calles de España
y a mi América cansada voy,
para mostrar mi blanca tela,
vagina blanca. Blanco el amor.
Porque esta noche de desposada soy mi balcón. | Esta noche de desposada |
Luis Antonio Chávez | Nos hundimos
en un paraíso de oropéndolas
caminamos
a guisa de buen cubero
en los arrecifes
desnudamos a una mariposa
desde entonces
confabulamos en el néctar de las flores... | Memorial |
Byron Espinoza | Muerdes la última fruta de mi espalda
su jugo me recorre como piel de transparencia.
Floto entonces por tus paraísos y enredaderas
entre el musgo y los eclipses.
Muerdes los agujeros de mi locura hasta el éxtasis de su cansancio.
Pueblo de carreteras y algodones cada paso de tu vuelo
cada aletear de tu camino.
Emergen pequeños cristales del viento
bañados de minutos y colibríes.
Muerdo la última fruta de tu espalda
y la magia se repite. | Muerdes la última fruta de mi espalda... |
José Ángel Buesa |
Recuerdo un pueblo triste y una noche de frío
y las iluminadas ventanillas de un tren.
Y aquel tren que partía se llevaba algo mío,
ya no recuerdo cuándo, ya no recuerdo quién.
Pero sí que fue un viaje para toda la vida
y que el último gesto, fue un gesto de desdén,
porque dejó olvidado su amor sin despedida
igual que una maleta tirada en el andén.
Y así, mi amor inútil, con su inútil reproche,
se acurrucó en su olvido, que fue inútil también.
Como esos pueblos tristes, donde llueve de noche,
como esos pueblos tristes, donde no para el tren. | Canción del viaje |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
Si alguna vez tu pecho se detiene,
si algo deja de andar ardiendo por tus venas,
si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
si tus manos se olvidan de volar y se duermen,
Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos
porque ese último beso debe durar conmigo,
debe quedar inmóvil para siempre en tu boca
para que así también me acompañe en mi muerte.
Me moriré besando tu loca boca fría,
abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,
y buscando la luz de tus ojos cerrados.
Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
iremos confundidos en una sola muerte
a vivir para siempre la eternidad de un beso. | Cien sonetos de amor |
José María Gabriel y Galán |
I
Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta,
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra.
Y fui como mi padre, y fue mi esposa
viviente imagen de la madre muerta.
¡Un milagro de Dios, que ver me hizo
otra mujer como la santa aquella!
Compartían mis únicos amores
la amante compañera,
la patria idolatrada,
la casa solariega,
con la heredada historia,
con la heredada hacienda.
¡Qué buena era la esposa
y qué feraz la tierra!
¡Qué alegre era mi casa
y qué sana mi hacienda,
y con qué solidez estaba unida
la tradición de la honradez a ellas!
Una sencilla labradora, humilde,
hija de oscura castellana aldea;
una mujer trabajadora, honrada,
cristiana, amable, cariñosa y seria,
trocó mi casa en adorable idilio
que no pudo soñar ningún poeta.
¡Oh, cómo se suaviza
el penoso trajín de las faenas
cuando hay amor en casa
y con él mucho pan se amasa en ella
para los pobres que a su sombra viven,
para los pobres que por ella bregan!
¡Y cuánto lo agradecen, sin decirlo,
y cuánto por la casa se interesan,
y cómo ellos la cuidan,
y cómo Dios la aumenta!
Todo lo pudo la mujer cristiana,
logrólo todo la mujer discreta.
La vida en la alquería
giraba en torno a ella
pacífica y amable,
monótona y serena...
¡Y cómo la alegría y el trabajo
donde está la virtud se compenetran!
Lavando en el regato cristalino
cantaban las mozuelas,
y cantaba en los valles el vaquero,
y cantaban los mozos en las tierras,
y el aguador camino de la fuente,
y el cabrerillo en la pelada cuesta...
¡Y yo también cantaba,
que ella y el campo hiciéronme poeta!
Cantaba el equilibrio
de aquel alma serena
como los anchos cielos,
como los campos de mi amada tierra;
y cantaba también aquellos campos,
los de las pardas, onduladas cuestas,
los de los mares de enceradas mieses,
los de las mudas perspectivas serias,
los de las castas soledades hondas,
los de las grises lontananzas muertas...
El alma se empapaba
en la solemne clásica grandeza
que llenaba los ámbitos abiertos
del cielo y de la tierra.
¡Qué placido el ambiente,
qué tranquilo el paisaje, qué serena
la atmósfera azulada se extendía
por sobre el haz de la llanura inmensa!
La brisa de la tarde
meneaba, amorosa, la alameda,
los zarzales floridos del cercado,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
¡Monorrítmica música del llano,
qué grato tu sonar, qué dulce era!
La gaita del pastor en la colina
lloraba las tonadas de la tierra,
cargadas de dulzuras,
cargadas de monótonas tristezas,
y dentro del sentido
caían las cadencias
como doradas gotas
de dulce miel que del panal fluyeran.
La vida era solemne;
puro y sereno el pensamiento era;
sosegado el sentir, como las brisas;
mudo y fuerte el amor, mansas las penas
austeros los placeres,
raigadas las creencias,
sabroso el pan, reparador el sueño,
fácil el bien y pura la conciencia.
¡Qué deseos el alma
tenía de ser buena,
y cómo se llenaba de ternura
cuando Dios le decía que lo era!
II
Pero bien se conoce
que ya no vive ella;
el corazón, la vida de la casa
que alegraba el trajín de las tareas,
la mano bienhechora
que con las sales de enseñanzas buenas
amasó tanto pan para los pobres
que regaban, sudando, nuestra hacienda.
¡La vida en la alquería
se tiñó para siempre de tristeza!
Ya no alegran los mozos la besana
con las dulces tonadas de la tierra,
que al paso perezoso de las yuntas
ajustaban sus lánguidas cadencias.
Mudos de casa salen,
mudos pasan el día en sus faenas,
tristes y mudos vuelven;
y sin decirse una palabra cenan;
que está el aire de casa
cargado de tristeza
y palabras y ruidos importunan
la rumia sosegada de las penas.
Y rezamos, reunidos, el Rosario,
sin decirnos por quién..., pero es por ella.
Que aunque ya no su voz a orar nos llama,
su recuerdo querido nos congrega,
y nos pone el Rosario entre los dedos
y las santas plegarias en la lengua.
¡Qué días y qué noches!
¡Con cuánta lentitud las horas ruedan
por encima del alma que está sola
llorando en las tinieblas!
Las sales de mis lágrimas amargan
el pan que me alimenta;
me cansa el movimiento,
me pesan las faenas,
la casa me entristece
y he perdido el cariño de la hacienda.
¡Qué me importan los bienes
si he perdido mi dulce compañera!
¡Qué compasión me tienen mis criados
que ayer me vieron con el alma llena
de alegrías sin fin que rebosaban
y suyas también eran!
Hasta el hosco pastor de mis ganados,
que ha medido la hondura de mi pena,
si llego a su majada
baja los ojos y ni hablar quisiera;
y dice al despedirme: «Ánimo, amo;
haiga mucho valor y haiga pacencia...»
Y le tiembla la voz cuando lo dice,
y se enjuga una lágrima sincera,
que en la manga de la áspera zamarra
temblando se le queda...
¡Me ahogan estas cosas,
me matan de dolor estas escenas!
¡Que me anime, pretende, y él no sabe
que de su choza en la techumbre negra
le he visto yo escondida
la dulce gaita aquella
que cargaba el sentido de dulzuras
y llenaba los aires de cadencias!...
¿Por qué ya no la toca?
¿Por qué los campos su tañer no alegra?
Y el atrevido vaquerillo sano
que amaba a una mozuela
de aquellas que trajinan en la casa,
¿por qué no ha vuelto a verla?
¿Por qué no canta en los tranquilos valles?
¿Por qué no silba con la misma fuerza?
¿Por qué no quiere restallar la honda?
¿Por qué esta muda la habladora lengua,
que al amo le contaba sus sentires
cuando el amo le daba su licencia?
«¡El ama era una santa!...»,
me dicen todos, cuando me hablan de ella.
«¡Santa, santa!», me ha dicho
el viejo señor cura de la aldea,
aquel que le pedía
las limosnas secretas
que de tantos hogares ahuyentaban
las hambres, y los fríos, y las penas.
¡Por eso los mendigos
que llegan a mi puerta
llorando se descubren
y un padrenuestro por el ama rezan!
El velo del dolor me ha oscurecido
la luz de la belleza.
Ya no saben hundirse mis pupilas
en la visión serena
de los espacios hondos,
puros y azules, de extensión inmensa.
Ya no sé traducir la poesía,
ni del alma en la médula me entra
la intensa melodía del silencio
que en la llanura quieta
parece que descansa,
parece que se acuesta.
Será puro el ambiente, como antes,
y la atmósfera azul será serena,
y la brisa amorosa
moverá con sus alas la alameda,
los zarzales floridos,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
Y mugirán los tristes becerrillos,
lamentando el destete, en la pradera,
y la de alegres recentales dulces,
tropa gentil, escalará la cuesta
balando plañideros
al pie de las dulcísimas ovejas;
y cantará en el monte la abubilla
y en los aires la alondra mañanera
seguirá derritiéndose en gorjeos,
musical filigrana de su lengua...
Y la vida solemne de los mundos
seguirá su carrera
monótona, inmutable,
magnífica, serena...
Mas ¿qué me importa todo,
si el vivir de los mundos no me alegra,
ni el ambiente me baña en bienestares,
ni las brisas a música me suenan,
ni el cantar de los pájaros del monte
estimulan mi lengua,
ni me mueve a ambición la perspectiva
de la abundante próxima cosecha,
ni el vigor de mis bueyes me envanece,
ni el paso del caballo me recrea,
ni me embriaga el olor de las majadas,
ni con vértigos dulces me deleitan
el perfume del heno que madura
y el perfume del trigo que se encera?
Resbala sobre mí sin agitarme
la dulce poesía en que se impregnan
la llanura sin fin, toda quietudes,
y el magnífico cielo, todo estrellas.
Y ya mover no pueden
mi alma de poeta,
ni las de mayo auroras nacarinas
con húmedos vapores en las vegas,
con cánticos de alondra y con efluvios
de rocïadas frescas,
ni éstos de otoño atardeceres dulces
de manso resbalar, pura tristeza
de la luz que se muere
y el paisaje borroso que se queja...,
ni las noches románticas de julio,
magníficas, espléndidas,
cargadas de silencios rumorosos
y de sanos perfumes de las eras;
noches para el amor, para la rumia
de las grandes ideas,
que a la cumbre al llegar de las alturas
se hermanan y se besan...
¡Cómo tendré yo el alma,
que resbala sobre ella
la dulce poesía de mis campos
como el agua resbala por la piedra!
Vuestra paz era imagen de mi vida,
¡oh, campos de mi tierra!
Pero la vida se me puso triste
y su imagen de ahora ya no es ésa:
en mi casa, es el frío de mi alcoba,
es el llanto vertido en sus tinieblas;
en el campo, es el árido camino
del barbecho sin fin que amarillea.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Pero yo ya sé hablar como mi madre,
y digo como ella
cuando la vida se le puso triste:
«¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!» | El ama |
Luis de Góngora |
Entre las hojas cinco generosa,
Si verde pompa no de un campo de oro,
Prendas sin pluma a ruiseñor canoro
Degolló muda sierpe venenosa;
Al culto padre no con voz piadosa,
Mas con gemido alterno y dulce lloro,
Armonïosas lágrimas al coro
De las aves oyó la selva umbrosa.
Lloró el Tajo cristal, a cuya espuma
Dio poca sangre el mal logrado terno,
Terno de aladas cítaras suaves.
Que rayos hoy sus cuerdas, y su pluma
Brillante siempre luz de un Sol eterno,
Dulcemente dejaron de ser aves. | En la muerte de tres hijas del duque de feria |
Luis de Góngora |
Verso ajeno:
Virgen pura, si el Sol, Luna y estrellas.
GLOSA
Si ociosa no, asistió Naturaleza
Incapaz a la tuya, oh gran Señora,
Concepción limpia, donde ciega ignora
Lo que muda admiró de tu pureza.
Díganlo, oh Virgen, la mayor belleza
Del día, cuya luz tu manto dora,
La que calzas nocturna brilladora,
Los que ciñen carbunclos tu cabeza.
Pura la Iglesia ya, pura te llama
La Escuela, y todo pío afecto sabio
Cultas en tu favor da plumas bellas.
¿Qué mucho, pues, si aun hoy sellado el labio,
Si la naturaleza aun hoy te aclama
Virgen pura, si el Sol, Luna y estrellas? | A la purísima concepción de nuestra señora |
Gustavo Adolfo Bécquer |
Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, mujer, cuando el amor se olvida,
¿sabes tú adónde va? | Rima xxxviii |
José Asunción Silva |
Cuando ya de la vida
el alma tenga, con el cuerpo, rota,
y duerma en el sepulcro
esa noche, más larga que las otras,
mis ojos, que en recuerdo
del infinito eterno de las cosas,
guardaron sólo, como de un ensueño,
la tibia luz de tus miradas hondas,
al ir descomponiéndose
entre la oscura fosa,
verán, en lo ignorado de la muerte,
tus ojos, ... destacándose en las sombras. | Estrellas fijas |
Alejandra Pizarnik |
ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida | Solamente |
Vicente Huidobro |
Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.
Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.
Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.
Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!
hacedla florecer en el poema.
Sólo para nosotros
viven todas las cosas bajo el sol.
El poeta es un pequeño Dios. | Arte poética |
Ramón López Velarde |
De tu pueblo a tu hacienda te llevabas
la cabellera en libertad y el pecho
guardado por cien místicas aldabas.
Metías en el coche los canarios,
la máquina de Singer, la maceta,
la canasta del pan... Y en el otoño
te ibas rezando leguas de rosarios.
René, el gigante perro del pastor,
en un galope como si nadara,
te escoltaba, buscándote la cara.
Y detrás del René blanco y gigante
en aquel mapamundi de ilusión
cabalgaba sin brida el estudiante.
René hacía tres veces el camino
yendo y viniendo desde ti hasta mí,
ladrando porque no y porque si.
René, acróbata de tu portezuela,
venía a hacer brincar su corazón
escandaloso, arriba de mi arzón.
Luego mordía a las mulas; pero ellas,
al peligroso paso de tu río,
sólo pedían, por sacarte salva,
transfigurarse en un tiro de estrellas.
A ti la voz confidencial del campo
de mañana llamábate la hija
mayor de la comarca, y en la tarde
de todo lo creado la idea fija.
Del mapamundi del amor, no más
yo en estas vacaciones sobrevivo;
pero fuera del mundo van un coche,
un estudiante de Santo Tomás
y un perro que les ladra sin motivo. | Vacaciones |
amistad |
La amistad es uno de los regalos de la vida,
y en ti encuentro una de las buenas.
Nos une el nexo que hemos compartido
durante los años desde que nos conocimos.
Cada año transcurrido, nos ha acercado más.
Nos hemos querido en momentos de enfermedad,
de desconsuelo, y de tantas cosas más.
Juntos celebramos nuestra juventud.
Contigo, aprendí a reirme de mí.
Has llenado mi corazón y mi mente
con recuerdos para toda una vida.
Mi afecto por ti ya no cabe en una amistad;
eres parte de mi familia.
Que el futuro nos traiga la alegría del éxito
y una eterna amistad que nos ayude
en los momentos difíciles que el destino nos depare. | Tu amistad |
Federico García Lorca |
El diamante de una estrella
Ha rayado el hondo cielo,
Pájaro de luz que quiere
Escapar del universo
Y huye del enorme nido
Donde estaba prisionero
Sin saber que lleva atada
Una cadena en el cuello.
Cazadores extrahumanos
Están cazando luceros,
Cisnes de plata maciza
En el agua del silencio.
Los chopos niños recitan
La cartilla. Es el maestro
Un chopo antiguo que mueve
Tranquilo sus brazos viejos.
Ahora en el monte lejano
jugarán todos los muertos
a la baraja. ¡Es tan triste
la vida en el cementerio!
¡Rana, empieza tu cantar!
¡Grillo, sal de tu agujero!
Haced un bosque sonoro
Con vuestras flautas. Yo vuelo
Hacia mi casa intranquilo.
Se agitan en mi recuerdo
Dos palomas campesinas
Y en el horizonte, lejos,
Se hunde el arcaduz del día.
¡Terrible noria del tiempo! | El diamante |
José de Espronceda |
Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
una limosna por amor de Dios.
El palacio, la cabaña
son mi asilo,
si del ábrego el furor
troncha el roble en la montaña,
o que inunda la campaña
El torrente asolador.
Y a la hoguera
me hacen lado
los pastores
con amor.
Y sin pena
y descuidado
de su cena
ceno yo,
o en la rica
chimenea,
que recrea
con su olor,
me regalo
codicioso
del banquete
suntüoso
con las sobras
de un señor.
Y me digo: el viento brama,
caiga furioso turbión;
que al son que cruje de la seca leña,
libre me duermo sin rencor ni amor.
Mío es el mundo como el aire libre...
Todos son mis bienhechores,
y por todos
a Dios ruego con fervor;
de villanos y señores
yo recibo los favores
sin estima y sin amor.
Ni pregunto
quiénes sean,
ni me obligo
a agradecer;
que mis rezos
si desean,
dar limosna
es un deber.
Y es pecado
la riqueza:
la pobreza
santidad:
Dios a veces
es mendigo,
y al avaro
da castigo,
que le niegue
caridad.
Yo soy pobre y se lastiman
todos al verme plañir,
sin ver son mías sus riquezas todas,
qué mina inagotable es el pedir.
Mío es el mundo: como el aire libre...
Mal revuelto y andrajoso,
entre harapos
del lujo sátira soy,
y con mi aspecto asqueroso
me vengo del poderoso,
y a donde va, tras él voy.
Y a la hermosa
que respira
cien perfumes,
gala, amor,
la persigo
hasta que mira,
y me gozo
cuando aspira
mi punzante
mal olor.
Y las fiestas
y el contento
con mi acento
turbo yo,
y en la bulla
y la alegría
interrumpen
la armonía
mis harapos
y mi voz:
Mostrando cuán cerca habitan
el gozo y el padecer,
que no hay placer sin lágrimas, ni pena
que no traspire en medio del placer.
Mío es el mundo; como el aire libre...
Y para mí no hay mañana,
ni hay ayer;
olvido el bien como el mal,
nada me aflige ni afana;
me es igual para mañana
un palacio, un hospital.
Vivo ajeno
de memorias,
de cuidados
libre estoy;
busquen otros
oro y glorias,
yo no pienso
sino en hoy.
Y do quiera
vayan leyes,
quiten reyes,
reyes den;
yo soy pobre,
y al mendigo,
por el miedo
del castigo,
todos hacen
siempre bien.
Y un asilo donde quiera
y un lecho en el hospital
siempre hallaré, y un hoyo donde caiga
mi cuerpo miserable al espirar.
Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan, si doliente pido
una limosna por amor de Dios. | El mendigo |
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita |
Quiero seguir a ti, flor de las flores,
siempre decir cantar de tus loores;
non me partir de te servir,
mejor de las mejores.
Grand fianza he yo en ti, Señora,
la mi esperanza en ti es toda hora;
de tribulación sin tardanza,
venme librar agora.
Virgen muy santa, yo paso atribulado,
pena tanta, con dolor atormentado,
en tu esperanza coita atanta
que veo, mal pecado.
Estrella de la mar, puerto de folgura,
de dolor complido e de tristura,
venme librar e conortar,
Señora del altura.
Nunca fallesce la tu merced complida,
siempre guareces de coitas e das vida;
nunca parece nin entristece
quien a ti non olvida.
Sufro grand mal sin merecer, a tuerto,
esquivo tal, porque pienso ser muerto;
más tú me val, que non veo ál,
que me saque a puerto. | Cantica de loores de santa maría |
Basilio Sánchez | Todo lo que ahora abarca la mirada,
la memoria, los momentos perdidos,
todo aquello
que ignoré de la vida,
que apenas reconozco, bajo su lentitud, en este hueco
que conforman mis manos.
Ese rumor que intuyo cuando escribo esta página,
este presentimiento, esta insistencia
que después me conduce, más allá de mí mismo,
hasta un lugar cercano
al de mi nacimiento, al de mi muerte.
Nada a mi alrededor, sólo la leve
respiración pausada
de un animal que mira con la cabeza vuelta.
Bastará con mis ojos,
con esta mano antigua que aproximo a su boca,
para que se levante y huya. | El lugar de los hechos |
Miguel de Unamuno |
Luciérnaga celeste, humilde estrella
de navegante guía: la Boquilla
de la Bocina que a hurtadillas brilla,
violeta de luz, pobre centella
del hogar del espacio; ínfima huella
del paso del Señor; gran maravilla
que broche del vencejo en la gavilla
de mies de soles, sólo ella los sella.
Era al girar del universo quicio
basado en nuestra tierra; fiel contraste
del Hombre Dios y de su sacrificio.
Copérnico, Copérnico, robaste
a la fe humana su más alto oficio
y diste así con su esperanza al traste. | Luciérnaga celeste |
Mario Benedetti | Mi amigo
que es un poeta
convocó a los poetas.
Hay que escribir un poema
sobre la bomba atómica
es un horror,
nos dijo,
un horror horroroso,
es el fin es la nada,
es la muerte.
Nos dijo,
no es que te mueras sólo
en tu cama,
rodeado
del llanto y la familia,
del techo y las paredes.
No es que llegue una bala
perdida o encontrada
a cortarte el aliento,
a meterse en tu sueño.
No es que el cáncer te marque
te perfore,
te borre.
No es tu muerte,
la tuya,
la nada que ganaste,
es el aire viciado,
es la ruina de todo
lo que existe,
de todo.
Nadie llorará a nadie,
nadie tendrá sus lágrimas.
Y eso es lo más horrible,
la muerte sin testigos,
sin últimas palabras
y sin sobrevivientes.
La muerte toda muerte,
toda muerte.
¿Me entienden?
Hay que escribir un poema
sobre la bomba atómica.
Quedamos en silencio
con las bocas abiertas,
tragamos el terror
como saliva helada,
luego nos fuimos todos
a cumplir la consigna.
Juro que lo he intentado
que lo estoy intentando,
pero pienso en la bomba
y el lápiz se me cae
de la mano.
No puedo.
A mi amigo el poeta,
le dire que no puedo. | Poema frustrado |
Pablo Neruda | Cuál es cuál, cuál es el cómo?
Quién sabe cómo conducirse?
Qué naturales son los peces!
Nunca parecen inoportunos.
Están en el mar invitados
y se visten correctamente
sin una escama de menos,
condecorados por el agua.
Yo todos los días pongo
no sólo los pies en el plato,
sino los codos, los riñones,
la lira, el alma, la escopeta.
No sé qué hacer con las manos
y he pensado venir sin ellas,
pero dónde pongo el anillo?
Qué pavorosa incertidumbre!
Y luego no conozco a nadie.
No recuerdo sus apellidos.
Me parece conocer a usted.
No es usted un contrabandista?
Y usted señora no es la amante
del alcohólico poeta
que se paseaba sin cesar,
sin rumbo fijo por las cornisas?
Voló porque tenía alas.
Y usted continúa terrestre.
Me gustaría haberla entregado
como india viuda a un gran brasero,
no podríamos quemarla ahora?
Resultaría palpitante!
Otra vez en una Embajada
me enamoré de una morena,
no quiso desnudarse allí,
y yo se lo increpé con dureza:
estás loca, estatua silvestre,
cómo puedes andar vestida?
Me desterraron duramente
de ésa y de otras reuniones,
si por error me aproximaba
cerraban ventanas y puertas.
Anduve entonces con gitanos
y con prestidigitadores,
con marineros sin buque,
con pescadores sin pescado,
pero todos tenían reglas,
inconcebibles protocolos
y mi educación lamentable
me trajo malas consecuencias.
Por eso no voy y no vengo,
no me visto ni ando desnudo,
eché al pozo los tenedores,
las cucharas y los cuchillos.
Sólo me sonrío a mí solo,
no hago preguntas indiscretas
y cuando vienen a buscarme,
con gran honor, a los banquetes,
mando mi ropa, mis zapatos,
mi camisa con mi sombrero,
pero aún así no se contentan:
iba sin corbata mi traje.
Así para salir de dudas
me decidí a una vida honrada
de la más activa pereza,
purifiqué mis intenciones,
salí a comer conmigo solo
y así me fui quedando mudo.
A veces me saque a bailar,
pero sin gran entusiasmo,
y me acuesto solo, sin ganas,
por no equivocarme de cuarto.
Adiós porque vengo llegando.
Buenos días, me voy de prisa.
Cuando quieran verme ya saben:
búsquenme donde no estoy
y si les sobra tiempo y boca
pueden hablar con mi retrato. | Sobre mi mala educación |
Víctor Botas | Las olas que vinieron a morir a mis pies cada verano, desde
mil novecientos cuarenta y seis.
El cigarrillo roto del cenicero azul.
Mi mano con la pluma que no entiendo.
La rosa inalcanzable de Jorge Luis Borges.
La amistad de unos pocos.
El clavel amarillo que ignoré esta mañana en una tienda de flores.
La piedra con la que tropecé el pasado mes de julio en Puente Viesgo.
El salto delicado de los gatos.
Los payasos del Price que yo miraba atónito, a los cinco o seis años.
La cara muerta de mi abuelo que se me está borrando.
Paulina en el Gran Canal de Venecia, un día de mil novecientos
setenta y uno.
El grano que ahora tengo en la mejilla.
José Luis García Martín camino de Oliver con un puñado de libros y
revistas bajo el brazo.
Mis hijas que jugaban junto a la gran roca que hay en la playa de
Biarritz.
Mis hijos que todavía juegan en el mismo lugar.
La mala leche con que pago a Hacienda.
El capot de mi coche tragándose impertérrito la larga cinta gris de la
carretera.
Los ojos que no ven más que otros ojos que pasan junto al mar cada
mañana
y que, como las olas, se estremecen, azules y cambiantes.
El sabor de un café, rayando el alba,
en el barrio Latino de París.
La angustia de saber que tan sólo me salvan unas cuantas
líneas vacilantes.
Los cincuenta años que cumpliré, dentro de once meses y medio.
Esta leve lumbalgia al levantarme de la silla
| El perplejo |
José Ángel Buesa |
Por un agua de hastío voy moviendo estos remos,
que pasan tanto al irme y tan poco al volver;
pero quizá un día no nos separaremos,
mujer mía y ajena, como el amanecer.
No importa que me quede ni importa que me vaya,
mientras pasan las nubes sin dejar de pasar,
porque tu corazón es igual que una playa,
que, pudiendo ser tierra, nunca llega a ser mar.
Tu amor nunca responde cuando mi amor te nombra;
tu amor, que sin ser mío, tantas veces perdí;
y yo empuño los remos y viajo hacia las sombras,
pues todo se hace sombra si estoy lejos de ti.
Filibustero loco tras el botín de un beso,
viajo por aguas tristes que me entristecen más;
pero tu amor es siempre camino de regreso,
mujer que nunca llegas y que nunca te vas.
Tu amor es un remoto país desconocido,
más allá del mañana, más allá del ayer;
y ya sólo recuerdo las veces que me he ido
recordando las veces que tuve que volver.
Hay virtudes tan tristes, que es mejor ser culpable,
y más si es una culpa de amor amarte así;
pero, si en nuestras vidas hay algo inevitable,
inevitable tú serás para mí.
Ya me duelen las manos de remar en mi hastío;
pero yo sé que un día dejaré de remar,
y he de mirar el mundo como si fuera mío,
y romperé los remos en la orilla del mar... | Segundo poema de la espera |
José Luis Piquero | Tu torpe Ich komme aus salva la tarde
de un día atroz. Pronuncias
encantadoramente
mal todas las palabras. Te has dejado
el libro en casa y yo te lo agradezco
sin decir nada. Llueve
tras el cristal oscuro que duplica
nuestras cabezas juntas. Soy feliz
y durante un instante son felices
la vida, los idiomas y las clases nocturnas,
la lluvia, las ventanas, los inviernos...
Mas, ¿qué será de mí mañana? Sigue
salvándome. No te marches a casa.
Durmamos en la Escuela. Yo te enseño
a pronunciar ich heisse y noch einmal.
De repente, una noche, nada importa.
Los gestos son los mismos tiernos gestos de siempre
y podemos jurarnos lo que quieras.
Pon tus ojos en mí, mira mis manos.
Repetiremos juntos un curso y luego otro.
Si es verdad que los hombres se mueren de sí mismos
yo no me moriré. Tú no te mueras.
Vamos a recorrer estos pasillos.
Nunca me dejes solo. No te vayas
a casa cuando el timbre suene y suene... | Der, die, das |
Víctor Jiménez | Tal vez la dicha sea, entre otras cosas
cotidiana y hermosamente simples,
venir, como esta tarde, a recogerte,
a la salida del colegio, ¿sabes?,
y bajo el sol dorándose en tu pelo,
llevarte de la mano y sorprenderme,
como si del olvido regresara,
de ver que ya me llegas justo al pecho
y de lo mucho que a ella te pareces;
y al aire nuevo de la primavera,
pasear por el parque y de palomas
llenarme el corazón y la mirada
cuando alegre me cuentas que sacaste
un siete en Naturales y que Bea
te ha invitado a su fiesta de cumpleaños.
Acaso sea la dicha, como tú,
una niña traviesa que se esconde
detrás de una caricia o de la puerta
de esta cafetería donde estoy
merendando contigo mientras Laura
Pausini, tu cantante preferida,
se pregunta en estéreo ¿POR QUÉ NO? | La dicha |
Antonio Machado |
Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol,
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan. | A la muerte de rubén darío |
Felipe Benítez Reyes |
La luna era ese párpado cerrado
que flotaba en el circo de la nada
y el niño retenía la mirada
su hipnótico vagar de astro cegado.
La noche es un jardín narcotizado
con esencias de alquimia y sombra helada
y tu infancia una estrella disecada
en el taller de niebla del pasado.
La luna vive ahora en los relojes
que lanzan sus saetas venenosas
sobre la esfera blanca de este sueño.
De este sueño sin fin del que recoges
la ceniza dorada de esas cosas
de las cuales un día fuiste dueño. | El soneto nocturno |
Claribel Alegría |
Quiero ser todo en el amor
el amante
la amada
el vértigo
la brisa
el agua que refleja
y esa nube blanca
vaporosa
indecisa
que nos cubre un instante. | Quiero ser todo en el amor |
Gustavo Adolfo Bécquer |
Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor.... Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias. | Rima xlii |
Ana Istarú |
Sobre tu frente
los lirios mal heridos.
Si de un racimo terso
como agosto,
al leño duro vas y vienes
¿qué me queda?
Acuno tu vehemencia,
la sosiego,
un pecho y otro doy
a tu embestida. Cristales
me acoracen. ¿Qué me queda?
La luna por almohada
ha de lavarte
la pena calcinada de la nuca.
La hilacha fiera
de la angustia
traza tristes telares,
tiende un ovillo persistente
en tus pupilas.
He de zurcir en tu iris gramos brillantes.
Tanta faena. ¿Qué más yo puedo,
qué dos brazos cruzados,
qué nada que me asista, ni qué nadie? ¿Y así?
Sobre tu frente
estos lirios mal heridos:
pues hierbabuena y mi fe.
¡Bebe el milagro! | Sobre tu frente |
Santiago Montobbio | Igual que las fotografías, los abrazos o recuerdos,
el sexo es poco más que un miedo, uno más
entre los tantísimos trucos
que trabajosamente acunamos, para seguir viviendo.
Un cansancio necesario, una sabida pero inconfesada treta
que nos permita sentarnos en un bar
hasta que sin quemar se consuman las colillas de la lluvia
y abrazar después en ellas aquellos anticuados fantasmas
que fueron nuestros o que, simplemente,
a nuestro vacío nombre respondieron.
Un cansancio, una azucarada daga, cinco o parecidas tretas
y total para poder decir este pecho es mío,
en sábanas así ha de palpitar el mundo,
o risibles cosas de este estilo;
para engañarnos aún y hacer ver que somos nuestros,
que somos en la desgarrada soledad de alguien,
que no me abandones, amor, que cuánto nos queremos
y sino mira cómo conservamos adolescentes trucos
con los que aún fingimos creer
estar haciendo feliz al otro. | Cinco o parecidas tretas |
Juan de Mena |
V
La gran Babilonia, que uvo cercado
la madre de Nino de tierra cozida,
si ya por el suelo nos es destruida,
¡Quánto más presto lo mal fabricado!
E si los muros que Febo a travado
argólica fuerça pudo subverter,
¿qué fábrica pueden mis manos fazer
que no faga curso segund lo passado? | Pone en exemplo |
Gustavo Adolfo Bécquer |
Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza;
y hasta el sauce, inclinándose a su peso,
al río que le besa, vuelve un beso. | Rima ix |
Nicolás Guillén |
Van a fusilar
a un hombre que tiene los brazos atados.
Hay cuatro soldados
para disparar.
Son cuatro soldados
callados,
que están amarrados,
lo mismo que el hombre amarrado que van
a matar.
¿Puedes escapar?
¡No puedo correr!
¡Ya van a tirar!
¡Qué vamos a hacer!
Quizá los rifles no estén cargados...
¡Seis balas tienen de fiero plomo!
¡Quizá no tiren esos soldados!
¡Eres un tonto de tomo y lomo!
Tiraron.
(¿Cómo fue que pudieron tirar?)
Mataron.
(¿Cómo fue que pudieron matar?)
Eran cuatro soldados
callados,
y les hizo una seña, bajando su sable,
un señor oficial;
eran cuatro soldados
atados,
lo mismo que el hombre que fueron
los cuatro a matar. | Fusilamiento |
Félix María de Samaniego |
Apacentando un Joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
«¡Favor!, que viene el lobo, labradores».
Éstos, abandonando sus labores,
acuden prontamente,
y hallan que es una chanza solamente.
Vuelve a clamar, y temen la desgracia;
segunda vez los burla. ¡Linda gracia!
Pero ¿qué sucedió la vez tercera?
Que vino en realidad la hambrienta fiera.
Entonces el Zagal se desgañita,
y por más que patea, llora y grita,
no se mueve la gente escarmentada,
y el lobo le devora la manada.
¡Cuántas veces resulta de un engaño,
contra el engañador el mayor daño! | El zagal y las ovejas |
Francisco de Medrano |
A S. PEDRO, EN UNA BORRASCA, VINIENDO DE ROMA
Pescador soberano, en cuyas redes
los monarcas mayores han estado
dichosamente presos, y cambiado
en gloria sus prisiones y en mercedes;
tú que abrir y cerrar el çielo puedes,
con poderosa llave, a tu ganado,
y alcaçar en la tierra has alcançado
con colunas de pórfido y paredes:
los ojos vuelve al mar enfureçido,
y pues tal vez osó mojar tu planta
aun siendo 'ollado de tu fee animosa,
su 'inchazón rompe, acalla su rüido,
y enseñado dicípulo, levanta
mi fee y mis pies con mano poderosa. | Soneto iii |
Blanca Andreu |
Amor mío, mira mi boca de vitriolo
y mi garganta de cicuta jónica,
mira la perdiz de ala rota que carece de casa y muere
por los desiertos de tomillo de Rimbaud,
mira los árboles como nervios crispados del día
llorando agua de guadaña.
Esto es lo que yo veo en la hora lisa de abril,
también en la capilla del espejo esto veo,
y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra
Alejandría
ni escribir cartas para Rilke el poeta. | Amor mío |
Teresa Domingo Català | Las cariátides andan sobre piedras
como cisnes que anhelan otros cisnes
en los puertos surgidos de la luna.
Las cariátides y Pigmalión
conversan ateridos y distantes
sobre el cruel simulacro de la vida.
Mientras, transcurre la hora oscura
con el temblor añadido del invierno,
con la carne manchada por las flores.
Las cariátides quieren ser la noche,
esponjarse en sus húmedos lugares,
y brillar como grillos antropófagos.
Pigmalión se deslíe y sus palabras
constelan el aire, los madrigales,
y envenenan los besos terroríficos. .
¿Cómo no temer el tiempo impío
en que arden las crines ya salvajes
de las estatuas frías como un sol
apagado en la soledad del cosmos?
¿Cómo no amar el sortilegio
que cubre de sombras y de escamas
la tiniebla eterna que fluctúa
entre luces novas y saltamontes?
Las cariátides tocadas por el verbo
vuelven a ser mármol, a ser cisne
tallado en un litoral de isla. | Cariátides |
Josefina Plá | Ay, cómo abrirte este dolor de llaves,
en soledad de pulso amurallado.
Lo que ya se llevaron, cómo darte,
sueño, renunciación, ausencia, olvido.
Cómo franquear a tu claror las puertas
tras las cuales murió crucificado
cada latido virgen de tu nombre,
desposado no obstante de tu imagen.
Cómo agotar la senda de la ausencia,
el rumbo del viaje jamás hecho,
las jornadas cautivas del suspiro.
Ay, cómo en ascua recobrar ceniza,
y de la piedra absorta hacer el nardo
que se encienda a la orilla de tu sangre...
1953
| Cómo |
Jorge Debravo |
El hombre no ha nacido
para tener las manos
amarradas al poste de los rezos.
Dios no quiere rodillas humilladas
en los templos,
sino piernas de fuego galopando,
manos acariciando las entrañas del hierro,
mentes pariendo brasas,
labios haciendo besos.
Digo que yo trabajo,
vivo, pienso,
y que esto que yo hago es un buen rezo,
que a Dios le gusta mucho
y respondo por ello.
Y digo que el amor
es el mejor sacramento,
que os amo, que amo
y que no tengo sitio en el infierno. | Digo |
Julia de Burgos |
No es él el que me lleva?
Es mi vida que en su vida palpita.
Es la llamada tibia de mi alma
que se ha ido a cantar entre sus rimas.
Es la inquietud de viaje de mi espíritu
que ha encontrado en su rumbo eterna vía.
El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre entre las cimas;
manantial abrazando lluvia y tierra;
fundidos en un soplo ola y brisa;
blanca mano enlazando piedra y oro;
hora cósmica uniendo noche y día.
El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre en las heridas.
Uno mismo y por siempre en la conciencia.
Uno mismo y por siempre en la alegría.
Yo saldré de su pecho a ciertas horas,
cuando él duerma el dolor en sus pupilas,
en cada eco bebiéndome lo eterno,
y en cada alba cargando una sonrisa.
Y seré claridad para sus manos
cuando se vuelquen a trepar los días,
en la lucha sagrada del instinto
por salvarse de ráfagas suicidas.
Si extraviado de senda, por los locos
enjaulados del mundo, fuese un día,
una luz disparada por mi espíritu
le anunciará el retorno hasta mi vida.
No es él el que me lleva?
Es su vida que corre por la mía.
Se recogió la vida para verme pasar.
Me fui perdiendo átomo por átomo de mi carne
y fui resbalándome poco a poco al alma.
Peregrina en mí misma, me anduve un largo instante.
Me prolongué en el rumbo de aquel camino errante
que se abría en mi interior,
y me llegué hasta mí, íntima.
Conmigo cabalgando seguí por la sombra del tiempo
y me hice paisaje lejos de mi visión.
Me conocí mensaje lejos de la palabra.
Me sentí vida al reverso de una superficie de colores y formas.
Y me vi claridad ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el hombre.
* * * *
Ha sonado un reloj la hora escogida de todos.
¿La hora? Cualquiera. Todas en una misma.
Las cosas circundantes reconquistan color y forma.
Los hombres se mueven ajenos a sí mismos
para agarrar ese minuto índice
que los conduce por varias direcciones estáticas.
Siempre la misma carne apretándose muda a lo ya hecho.
Me busco. Estoy aún en el paisaje lejos de mi visión.
Sigo siendo mensaje lejos de la palabra.
La forma que se aleja y que fue mía un instante
me ha dejado íntima.
Y me veo claridad ahuyentando la sombra
vaciada en la tierra desde el hombre. | Canción de la verdad sencilla |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
Diego Rivera con la paciencia del oso
buscaba la esmeralda del bosque en la pintura
o el bermellón, la flor súbita de la sangre
recogía la luz del mundo en tu retrato.
Pintaba el imperioso traje de tu nariz,
la centella de tus pupilas desbocadas,
tus uñas que alimentan la envidia de la luna,
y en tu piel estival, tu boca de sandía.
Te puso dos cabezas de volcán encendidas
por fuego, por amor, por estirpe araucana,
y sobre los dos rostros dorados de la greda
te cubrió con el casco de un incendio bravío
y allí secretamente quedaron enredados
mis ojos en su torre total: tu cabellera. | Cien sonetos de amor |
Claribel Alegría |
Otro círculo
amor
que hemos cumplido
¿será este el último
en cerrarse? | Círculos |
Javier Alvarado | En este enterradero todos tenemos epitafio
Una oscura canción que nos persigue desde el pasado hasta el presente
Como una guirnalda de pobres vegetales,
Estos muertos que me habitan a veces, que tanto cargo
Que corrijo en sus posturas, en sus gestos, en sus hábitos,
Que corren detrás de mí como el niño tras el llanto amargo del agua
Se van navegando junto a mi sangre
Como se va escapando el invierno en su fragata.
¿A dónde se fue quedando el ropaje de nuestros primeros abuelos
Y el disfraz de loca y pordiosera de mi abuela
Con su legajo estival después de pasar por los chamuscados
Telares del viento, si eso dicen que la locura entra por el aire
A su viento, donde todos hemos de ir con el primer himno o la campanada
Terrena de esta suerte, de ser huérfano en la luz,
En la territorialidad y en el polvo?
¿A dónde está ella y el cruel abuelo
Que fue dispersando sus hijos por la tierra
(Vitervo, Bredio, Janeth)
Como las cuentas prófugas de un collar
Que halamos con la rabia del tiempo, con esa sacudida
De los animales que vuelven del espasmo
Cuando la noche se posa sobre nosotros
Como un gigantesco amaranto o como un pulpo
Que se ha sacado partituras con el orgasmo pétreo de su tinta?
Oh, mis primeros muertos que el chubasco del invierno
Me trae en desordenadas imágenes
Donde se contemplan el bestiario de las musas
Si no he podido contemplar la levadura de sus huesos
¿Dónde está su tumba, abuela inmemorial de maíz y greda
Marcaria Espinoza la que se fue sin ataúd
Sólo con la mortaja de llanto de sus hijos ausentes
En su humildad y en su locura?
Nosotros abandonaremos estos cuerpos, habitaremos estas burbujas
Que el invierno escupe.
Habrá tumbas desde el cielo a la fragata,
Nos hospedaremos en tu casa y seremos todos tan reales y desconocidos.
Éste es tu enterradero de El Ciprián, donde todos tendremos epitafio. | Enterradero de el ciprián |
Luis Benítez | ah los terrores que nos visitan de noche
que no se ocultan del día
los que no inspira ninguna cosa grande
ningún desconocido continente pisado recién el
borde
ni tampoco un leal enemigo
francamente buscado en una tapia
ni el asombroso eclipse que deja el mediodía en
sombra
ni un terrible Señor de los Ejércitos
en desiertos abrasados por el sol de los pueblos
aventureros
ah los miedos los pequeños miedos de pequeños
hombres
no los miedos que eran a su modo honra de un
animal
desnudo en la enorme extensión de cosas que no
tenían nombre
no a estar solo y de pie
entre un inmenso campo y un inmenso cielo
no a la sombra adornada de ojos fosforescentes
a la muerte de noche
entre los dientes del animal más bello de la tierra
una muerte de hombre
no a la caída propiciada por el rayo
al torrente al alud al fuego de la tierra
ni al otro fuego prometido debajo de la tierra
ah los miedos que no origina
un dios terrible salido de la foresta
ni un pariente medieval con su cohorte de brujas
y de fetos
no el sudor frío frente a frente espada contra
espada
flecha contra winchester dardo contra lanza
ha cambiado la muerte de palabras
no es la certeza de una lluvia ardiente
ni el pronóstico que un insecto lleva entre raíces
al fin también una buena causa como la antigua
peste
ah los miedos que tú conoces
y que son los míos exactamente ésos
no se ocultan debajo de la cama
no precisan el crujir de la madera el aullido de
nada
pueblan nuestros sueños de rostros y de notas
ellos duermen y caminan con nosotros
beben se alimentan vuelven siempre. | Los miedos |
Luis Alberto de Cuenca |
Un pastel en los labios, un olvido
con nata en la memoria de la frente.
De chocolate y oro la pendiente
del seno, las ardillas del vestido.
La bizarra silueta de un bandido
en los ojos. La imagen balbuciente
del aquel primer amor, su negligente
porte de adolescente forajido.
Fresas y soledad en las mejillas,
celofán de los hombros, tulipanes
de brisa y risa y mar y tierna veda
de minúsculos tigres, o abubillas
al acecho de fieros gavilanes.
El cremoso susurro de la seda. | Alicia liddell abandona el país de las maravillas |
Fray Luis de León |
Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece; fértil suelo,
producidor eterno de consuelo:
de púrpura y de nieve
florida, la cabeza coronado,
y dulces pastos mueve,
sin honda ni cayado,
el Buen Pastor en ti su hato amado.
Él va, y en pos dichosas
le siguen sus ovejas, do las pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace
y cuanto más se goza más renace.
Y dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña,
y les da mesa llena,
pastor y pasto él solo, y suerte buena.
Y de su esfera, cuando
la cumbre toca, altísimo subido,
el sol, él sesteando,
de su hato ceñido,
con dulce son deleita el santo oído.
Toca el rabel sonoro,
y el inmortal dulzor al alma pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa
y lanza en aquel bien libre de tasa.
¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera
pequeña parte alguna decendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pusiese
y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese,
conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y, desatada
de esta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar errada. | Oda xiii - de la vida del cielo |
Luis Álvarez Piner | HORIZONTE cuadrado para el signo
que, sin quebrar la transparencia,
escribe el nombre de la noche.
Lo incapaz de ser canto
allí se vara, signo muerto. El dedo
señala a oscuras la misión precisa
del ser que somos y de la hora que es.
Nunca el cristal, sabiéndose frontera,
sufrió tan gran dolor de ser cristal.
¿A qué parte lo externo? Llanto abstracto,
testamento sin muerto ni herederos.
El dedo aquí señala paraíso:
Lo que no es noche, y sin eternidades,
ve lo eterno nocturno y lo señala.
Como un doctrino, el corazón despierto
lee lo escrito y piensa que la noche
toda es consciente de su sueño;
que las estrellas son, también, cristales. | Nocturno de la ventana |
Mario Benedetti | Me das tu cuerpo patria y yo te doy mi río
tú noches de tu aroma / yo mis viejos acechos
tú sangre de tus labios / yo manos de alfarero
tú el césped de tu vértice / yo mi pobre ciprés
me das tu corazón ese verdugo
y yo te doy mi calma esa mentira
tú el vuelo de tus ojos / yo mi raíz al sol
tú la piel de tu tacto / yo mi tacto en tu piel
me das tu amanecida y yo te doy mi ángelus
tú me abres tus enigmas / yo te encierro en mi azar
me expulsas de tu olvido / yo nunca te he olvidado
te vas te vas te vienes / me voy me voy te espero | Trueque |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
A ti te hiere aquel que quiso hacerme daño,
y el golpe del veneno contra mí dirigido
como por una red pasa entre mis trabajos
y en ti deja una mancha de óxido y desvelo.
No quiero ver, amor, en la luna florida
de tu frente cruzar el odio que me acecha.
No quiero que en tu sueño deje el rencor ajeno
olvidada su inútil corona de cuchillos.
Donde voy van detrás de mí pasos amargos,
donde río una mueca de horror copia mi cara,
donde canto la envidia maldice, ríe y roe.
Y es ésa, amor, la sombra que la vida me ha dado:
es un traje vacío que me sigue cojeando
como un espantapájaros de sonrisa sangrienta. | Cien sonetos de amor |
Aurelio González Ovies | Enero. Sus últimas
estancias. El sol
está más alto.
Alguna lagartija asoma
entre los setos.
Brotan ya los narcisos
con la misma pasión que un día
sentí sobre mi cuerpo.
Respiro hondo. Rejuvenezco
un poco y siento
-qué contradicción dulce-
que envejezco. | Deshielo |
Jorge Luis Borges |
Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta. | El cómplice |
amistad |
Cuando estés perdido bajo un cielo triste y gris
y nada, nada te haga felíz,
pon tu pensamiento en mí y nómbrame sin más,
recuerda que siempre tendrás mi amistad.
Háblame, búscame y al lugar que quieras iré,
a tu lado, allí estaré.
Todo lo que tienes que hacer es sentir que no te olvidé,
soy tu amiga, sí, tu amiga fiel.
Cuando estés vencido y en ti no encuentres paz
y al dolor te entregues por los demás,
mira dentro tuyo y allí me encontrarás,
soy esa pequeña luz de amistad.
Háblame, búscame, y al lugar que quieras iré,
a tu lado siempre, allí estaré.
La distancia no existirá para este cariño jamás
soy tu amiga, sí, tu amiga.
Ya sabes que en mi alma tienes lugar
un puerto donde llegar, abierto para tus sueños,
tus penas y sentimientos, y yo te lo ofrezco.
Háblame, búscame, y al lugar que quieras iré,
a tu lado siempre, allí estaré.
Todo lo que tienes que hacer es sentir que no te olvidé,
soy tu amiga, sí, tu amiga fiel. | Tu amiga fiel |
Marilina Rébora |
Colegio del Estado. Primer Grado Inferior.
Niñitas y varones con delantales blancos.
Las niñas con su moño, en mariposa o flor.
Los niños, ya se sabe, desbordando los bancos.
La Señorita Elisa, al frente de la clase,
con su dulce mirada, redondas las mejillas:
El que se porte mal, solía decir, que pase.
Y era la penitencia, sentarlo en sus rodillas.
Entre vivos recuerdos, evoco un compañero
mayor y pelirrojo, que me enseñaba el puño
al salir a la calle, con gesto de camorra;
y que, al verme en la plaza, se acercaba ligero,
me tomaba la mano con loco refunfuño,
lanzando alegremente a los aires la gorra. | Primer grado |
San Juan de la Cruz |
I
En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,
a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía.
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
y en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
II
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!,
matando muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido
que estaba oscuro y ciego
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras! | Canciones del alma |
Luis de Góngora |
En el cristal de tu divina mano
De Amor bebí el dulcísimo veneno,
Néctar ardiente que me abrasa el seno,
Y templar con la ausencia pensé en vano.
Tal, Claudia bella, del rapaz tirano
Es arpón de oro tu mirar sereno,
Que cuanto más ausente dél, más peno,
De sus golpes el pecho menos sano.
Tus cadenas al pie, lloro al rüido
De un eslabón y otro mi destierro,
Más desviado, pero más perdido.
¿Cuándo será aquel día que por yerro,
Oh serafín, desates, bien nacido,
Con manos de cristal nudos de hierro? | En el cristal de tu divina mano |
Antonio Machado |
Galerías del alma... ¡El alma niña!
Su clara luz risueña;
y la pequeña historia,
y la alegría de la vida nueva...
¡Ah, volver a nacer, y andar camino,
ya recobrada la perdida senda!
Y volver a sentir en nuestra mano
aquel latido de la mano buena
de nuestra madre... Y caminar en sueños
por amor de la mano que nos lleva.
*
En nuestras almas todo
por misteriosa mano se gobierna.
Incomprensibles, mudas,
nada sabemos de las almas nuestras.
Las más hondas palabras
del sabio nos enseñan
lo que el silbar del viento cuando sopla
o el sonar de las aguas cuando ruedan. | Renacimiento |
Víctor Botas | El 2 de septiembre del año 31 antes de Cristo
Octavio (aún no era Augusto
lo sería
en enero del 27)
borra del mar de Actium,
bajo un sol impasible,
el gran sueño imperial de Cleopatra.
En Mühlberg, Carlos V, el 25
de abril de 1547,
desde el lecho doliente de un ataque de gota,
humilla al luterano
Juan Federico de Sajonia,
y Wittemberg
patria de la Reforma
vuelve a poder católico.
El 21
de octubre de 1805, Nelson
herido ya de muerte,
derrota en Trafalgar y simultánea-
mente a las dos armadas
enemigas.
El 5 de junio de 1942, el almirante
japonés Yamamoto, ante el desastre
inevitable, ordena
cambiar rumbo a sus naves
de Midway, entre golpes
de mar y espuma y viento.
El miércoles 6 de abril de 1994,
en un lugar tan trivial como lo es una cafetería,
una mujer y un hombre se enredaron
en tácito combate de miradas.
Quién me diera
no haber sido aquel hombre. | Anales |
Oliverio Girondo |
Menos rodante dado
deliquio sumo psíquico que mana del gozondo
sed viva
encelo ebrio
chupón
chupalma ogro de mil fauces que dragan
pero ese sí más llaga
por no decir llagón
de rojo vivo cráter y lava en ascua viva
pocón
sopoco íntegro
menos en merma
a pique
sin hábitos de corcho
hacia el estar no estando | Menos |
Vicente Aleixandre |
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.
Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,
por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,
oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole.
Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor el nunca incandescente hueso del hombre.
Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano,
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne. | Mano entregada |
Luis Benítez | Boca de pájaro
en tus ojos de hierro hoy se oxida el dolor.
En la mañana que tiembla
y en el sol que la entibia
en el final de la noche con garras de muerto
en todos los lugares comunes a saber:
luna
lluvia
estrellas
está tu origen y el origen de tu nombre.
Eres el cuchillo que corta el pan de los pobres
y la mano que enciende el cigarro del triste.
Bienvenida gritan mis cosas mi pasado
juguetes lápices caricias bienvenida
mis años verdes y mis años grises
la alegría de los hombres que ahora puedo ver.
Mi amada con boca de diosa pagana
borracha en su manto que sonríe
mi amada con promesas de espanto
mi amada una y mil veces viva y definitiva. | Todo lo que diré de ti |
Alfredo Lavergne | ¿Quién o quiénes
Desde el continente observan este barco?.
¿Con quién o con qué hombres
Estoy disputándome
El horizonte?. | Mar de fondo |
Manuel Altolaguirre |
A Octavio Paz
Alzan la voz cruel
quienes no vieron el paisaje,
los que empujaron por el declive pedregoso
la carne ajena,
quienes debieron ser almas de todos
y se arrancaban de ellos mismos
cuerpos parásitos
para despeñarlos.
Mil muertos de sus vidas brotaban,
mil muertos solitarios
que miraban desde el suelo,
durante el último viaje,
la colosal estatua a la injusticia.
No eran muertos,
eran oprimidos,
seres aplastados,
ramas cortadas de un amante o de un padre,
seres conducidos por un deseo imposible,
topos de vicio
que no hallarán la luz
por sus turbias y blandas galerías.
Alzan la voz cruel
quienes no vieron el paisaje,
los que triunfaron
por la paz interior de sus mentiras.
¡Oh mundo desigual!
Mis ojos lloren
el dolor, la maldad:
la verdad humana. | La voz cruel |
Mario Benedetti | Llegaste temprano al buen humor
al amor cantado
al amor decantado
llegaste temprano
al ron fraterno
a las revoluciones
cada vez que te arrancaban del mundo
no había calabozo que te viniera bien
asomabas el alma por entre los barrotes
y no bien los barrotes se afojaban turbados
aprovechabas para librar el cuerpo
usabas la metáfora ganzúa
para abrir los cerrojos y los odios
con la urgencia inconsolable de quien quiere
regresar al asombro de los libres
le tenías ojeriza a lo prohibido
a las desgarraduras para ínfula y orquesta
al dedo admonitorio de algún colega exento
algún apócrito buen samaritano
que desde europa te quería enseñar
a ser un buen latinoamericano
le tenías ojeriza a la pureza
porque sabías cómo somos de impuros
cómo mezclamos sueños y vigilia
cómo nos pesan la razón y el riesgo
por suerte eras impuro
evadido de cárceles y cepos
no de responsabilidades y otros goces
impuro como un poeta
que eso eras
además de tantas otras cosas
ahora recorro tramo a tramo
nuestros muchos acuerdos
y también nuestros pocos desacuerdos
y siento que nos quedan diálogos inconclusos
recícrocas preguntas nunca dichas
malentendidos y bienentendidos
que no podremos barajar de nuevo
pero todo vuelve a adquirir su sentido
si recuerdo tus ojos de muchacho
que eran casi un abrazo casi un dogma
el hecho es que llegaste
temprano al buen humor
al amor cantando
al amor decantado
al ron fraterno
a las revoluciones
pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá que hacer
con
tanta
vida. | A roque |
Josefina Plá | De las más hondas raíces se me alargan tus manos,
y ascienden por mis venas como cegadas lunas
a desangrar mis sienes hacia el blancor postrero
y tejer en mis ojos su ramazón desnuda.
En mi carne de estío, como en hamaca lenta,
ellas la adolescente de tu placer columpian.
-Tus manos, que no son. Mis años, que ya han sido.
Y un sueño de rodillas tras la palabra muda-.
...Dedos sabios de ritmo, unánimes de gracia.
Cantaban silenciosos la gloria de la curva:
cadera de mujer o contorno de vaso.
Diez espinas de beso que arañan mi garganta,
untadas de agonía las diez pálidas uñas,
yo los llevo en el pecho como ramos de llanto.
1939
| Tus manos |
Pablo Neruda | TODO el día una línea y otra línea,
un escuadrón de plumas,
un navío
palpitaba en el aire,
atravesaba
el pequeño infinito
de la ventana desde donde busco,
interrogo, trabajo, acecho, aguardo.
La torre de la arena
y el espacio marino
se unen allí, resuelven
el canto, el movimiento.
Encima se abre el cielo.
Entonces así fue: rectas, agudas,
palpitantes, pasaron
hacia dónde? Hacia el Norte, hacia el Oeste,
hacia la claridad,
hacía la estrella,
hacia el peñón de soledad y sal
donde el mar desbarata sus relojes.
Era un ángulo de aves
dirigidas
aquella latitud de hierro y nieve
que avanzaba
sin tregua
en su camino rectilíneo:
era la devorante rectitud
de una flecha evidente,
los números del cielo que viajaban
a procrear formados
por imperioso amor y geometría.
Yo me empeñé en mirar hasta perder
los ojos y no he visto
sino el orden del vuelo,
la multitud del ala contra el viento:
vi la serenidad multiplicada
por aquel hemisferio transparente
cruzado por la oscura decisión
de aquellas aves en el firmamento.
No vi sino el camino.
Todo siguió celeste.
Pero en la muchedumbre de las aves
rectas a su destino
una bandada y otra dibujaban
victorias
triangulares
unidas por la voz de un solo vuelo,
por la unidad del fuego,
por la sangre,
por la sed, por el hambre,
por el frío,
por el precario día que lloraba
antes de ser tragado por la noche,
por la erótica urgencia de la vida:
la unidad de los pájaros
volaba
hacia las desdentadas costas negras,
peñascos muertos, islas amarillas,
donde el sol dura más que su jornada
y en el cálido mar se desarrolla
el pabellón plural de las sardinas.
En la piedra asaltada
por los pájaros
se adelantó el secreto:
piedra, humedad, estiércol, soledad,
fermentarán y bajo el sol sangriento
nacerán arenosas criaturas
que alguna vez regresarán volando
hacia la huracanada luz del frío,
hacia los pies antárticos de Chile.
Ahora cruzan, pueblan la distancia
moviendo apenas en la luz las alas
como si en un latido las unieran,
vuelan sin desprenderse
del cuerpo
migratorio
que en tierra se divide
y se dispersa.
Sobre el agua, en el aire,
el ave innumerable va volando,
la embarcación es una,
la nave transparente
construye la unidad con tantas alas,
con tantos ojos hacia el mar abiertos
que es una sola paz la que atraviesa
y sólo un ala inmensa se desplaza.
Ave del mar, espuma migratoria,
ala del Sur, del Norte, ala de ola,
racimo desplegado por el vuelo,
multiplicado corazón hambriento,
llegarás, ave grande, a desgranar
el collar de los huevos delicados
que empolla el viento y nutren las arenas
hasta que un nuevo vuelo multiplica
otra vez vida, muerte, desarrollo,
gritos mojados, caluroso estiércol,
y otra vez a nacer, a partir, lejos
del páramo y hacia otro páramo.
Lejos
de aquel silencio, huid, aves del frío
hacia un vasto silencio rocalloso
y desde el nido hasta el errante número,
flechas del mar, dejadme
la húmeda gloria del transcurso,
la permanencia insigne de las plumas
que nacen, mueren, duran y palpitan
creando pez a pez su larga espada,
crueldad contra crueldad la propia luz
y a contraviento y contramar, la vida. | Migración |
Basilio Fernández | La lengua es un sistema de signos que procede como el
juego de ajedrez
Saussure
La dejadez, la intemporalidad
subsiste como el humo,
inaugura conjuras de silencio
de fe sin ficciones
como vanas sombras de juventud.
Hay claves indecibles de secuencias,
textos de libros gnósticos,
ocres perdidos en la creación incesante del
albaricoque.
A veces un ruiseñor se extingue en el aire
como un reflejo,
pero nadie ha visto su esquema
en la delgada frontera de abril y octubre
ni su didáctica en el horizonte del gozo.
Ignoramos siempre si se acaba o se empieza,
inexorable palíndromo del canto,
ecuación sin aristas,
sin propósito último
avezado al cansancio de quererte
en plena crisis de la niebla que sube
y levanta un mausoleo al amor.
Belleza equivocada
de mirar la lluvia
mientras sueño con mis estadísticas
y el tiempo me impulsa
más allá de los accidentes imprevistos. | Blessing |
Ángel González |
Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no sepas qué hacer vente conmigo
pero luego no digas que no sabes lo que haces.
Haces haces de leña en las mañanas
y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por los pétalos,
como te muevas te arrancaré el aroma.
Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte esta es la puerta:
se llama Ángel y conduce al llanto. | Breves acotaciones para una biografía |
Teresa Domingo Català | El día es el eclipse de la noche.
Como un sarcófago
que se abre para recoger a un muerto,
respira la mañana antropomorfa.
Como un luto, reviven las ventiscas
insoladas, sollozan los escombros,
se atreven a llorar los papagayos.
En la tierra baldía se desnuda
el pavor, la terrible calavera
disfrazada de sol, un azar puro.
Qué comen los caimanes, qué luz comen
para poder dormir cuando amanece.
Aletargados, piensan en el aire,
conjuran, para eliminar el día,
con el sueño avivado por la pústula.
Caerán los jazmines en sus bocas
como nudos y pergaminos tristes
que sólo flor darán en sus estómagos. | Los caimanes |
Antonio Fernández Lera | Como el pez al agua,
como el agua a la tierra,
como la tierra al sol,
como el sol al árbol,
como el árbol a la lluvia:
forma creada con las manos,
fuegos y alas en los ojos:
fulgor de forma que se cruza
con otro haz de luz en el cerebro:
creando saltos de la sangre en las venas
y reposos de arterias en los huesos. | Ecos del jardín 1 |
Fa Claes | Diga pamplinas sobre la lengua exterior e interior,
me voy al huerto, voy a cavar,
Añés prefiere puerro este invierno,
preparo un bancal para plantarlo,
acaso mañana ya.
Adiós, Merleau-Ponty, Lacan,
Wittgenstein y compañía,
hombres letrados todos juntos,
que sólo filosofan
porque la criada lava sus calzoncillos,
plancha sus camisas, hierve sus sopas.
Señores, he hablado con ustedes;
es decir, les he oído a ustedes,
su palmadita y su risa sardónica.
Ninguno de ustedes
escuchó al otro o a mí.
Juntos seguían simultáneamente
su ininterrumpida charla.
Con asombro atento he callado
y riendo entre dientes -pero eso no lo pueden saber-
ahuyenté su relincho hacia el armario , ¡atrás!, digo. | Filosófico |
León Felipe |
Bacía, Yelmo, Halo.
Este es el orden, Sancho.
De aquí no se va nadie.
Mientras esta cabeza rota
del Niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.
Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo
ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de Mambrino
halo ya, no yelmo ni bacía
se acomode a las sienes de Sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas.
Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas,
y el místico, y el suicida. | Pie para el niño de vallecas |
Pablo Neruda | Como cenizas, como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya parte del metal,
confuso,pesando, haciéndose polvo
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.
Aquello todo tan rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol,
callado, por alrededor, de tal modo,
mezclando todos los limbos sus colas.
Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?
El rodeo constante, incierto, tan mudo,
como las lilas alrededor del convento,
o la llegada de la muerte a la lengua del buey
que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar.
Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando,
como con una espada entre indefensos.
Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas
que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
Ese sonido ya tan largo
que cae listando de piedras los caminos,
más bien, cuando sólo una hora
crece de improviso, extendiéndose sin tregua.
Adentrp del anillo del verano
una vez los grandes zapallos escuchan,
estirando sus plantas conmovedoras,
de eso, de lo que solicitándose mucho,
de lo lleno, oscuros de pesadas gotas. | Galope muerto |
Lope de Vega |
«Mira, Zaide, que te digo
que no pases por mi calle,
no hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
no preguntes en qué entiendo
ni quien viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
ni qué colores me aplacen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes,
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo ginete,
que danzas, cantas y tañes,
gentilhombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado entre linajes,
el gallo de los bravatos,
la nata de los donaires;
que pierdo mucho en perderte
y gano mucho en ganarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte;
mas por ese inconviniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus liviandades;
habrá menester ponerte
la que quisiere llevarte
un alcázar en los pechos
y en los labios un alcaide.
Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque los quieren briosos,
que hiendan y que desgarren;
mas con esto, Zaide amigo,
si algún banquete les hacen
del plato de sus favores
quieren que coman y callen.
Costoso me fue el que heciste;
que dichoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras
como supiste obligarme.
Mas no bien saliste apenas
de los jardines de Atarfe,
cuando heciste de la mía
y de tu desdicha alarde.
A un morillo mal nacido
he sabido que enseñaste
la trenza de mis cabellos
que te puse en el turbante.
No quiero que me la vuelvas,
ni que tampoco la guardes,
mas quiero que entiendas, moro,
que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo,
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río;
¡qué donoso disparate!
no guardaste tu secreto
¿y quieres que otro lo guarde?
No puedo admitir disculpa,
otra vez torno [a] avisarte
que ésta será la postrera
que te hable y que me hables».
Dijo la discreta Zaida
al gallardo Abencerraje,
y al despedirse replica
«Quien tal hace, que tal pague». | Mira, zaide, que te digo |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
La luz que de tus pies sube a tu cabellera,
la turgencia que envuelve tu forma delicada,
no es de nácar marino, nunca de plata fría:
eres de pan, de pan amado por el fuego.
La harina levantó su granero contigo
y creció incrementada por la edad venturosa,
cuando los cereales duplicaron tu pecho
mi amor era el carbón trabajando en la tierra.
Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,
pan que devoro y nace con luz cada mañana,
bienamada, bandera de las panaderías,
una lección de sangre te dio el fuego,
de la harina aprendiste a ser sagrada,
y del pan el idioma y el aroma. | Cien sonetos de amor |
Pelayo Fueyo | Desconocidos entre desconocidos,
Un extraño me espía en los espejos.
J. L. García Martín
I
Todas las sensaciones de este cuerpo
por un tiempo y espacio,
y el modo de encauzar tantas visiones
sin perder estos ojos,
me convierten en símbolo de mí
de mi esencia mostrada
en carne temblorosa de una estatua
que me voy descubriendo, poco a poco,
en mi propio retrato progresivo
dibujado de pronto en el espejo.
II
El mismo que recibe su mirada
con la caricatura
de un cómplice abandono.
El que inventa
las arrugas futuras en un rostro
que creyó transcurrido en negativo.
Te tocas,
y te encuentras primero con el frío,
con la piel del cristal.
Tú estás adentro,
al fondo de esa imagen: impaciente
por saberte presente en el deseo,
a pesar del azar de la memoria.
III
El espejo de mano,
del indolente vidrio del tocador,
arranca
los perfiles de aquel que sólo busca
sorprender a su antigua vanidad.
Así yo lo traiciono,
porque mis propios ojos
no pueden reprocharse, frente a frente,
lo inútil de seguir con ese juego,
como el adivinar los contrafuertes
que sostienen mi forma obsesionada.
Sin embargo,
mi intimidad tendrá el doble reflejo
de lo superficial y lo profundo,
de lo comprometido y lo distante,
a expensas del espejo;
y este mismo
compensará mi olvido de aquel rito
infantil, añadiendo
su mano al tocador de mis perfiles,
arrancando su propia vanidad
del espejo que ahora lo refleja,
cuando yo ya me olvide de mi forma,
cuando sea disculpa de su causa
por mis viejos motivos,
y terminen por verse, cara a cara,
los espejos que yo solo reflejo.
IV
El humo de las voces del salón
fue adquiriendo mis rasgos, con mi fuga.
Yo lo olí desde lejos,
como el que sabe que posee el fuego,
la dirección del viento, y su desnudo.
Masticaban mi máscara de cera,
mi postura estudiada, y aun los cuerpos
espontáneos que había criticado.
Sin embargo, era un precio
muy barato el que tuve que abonar
por contemplar mi rostro sin palabras,
asumir ese espectro,
y, con su misma falsa ingenuidad,
corregir el discurso, y ese humo.
que ya eran sus rostros en presencia. | Yo mismo en el espejo |
Ramón López Velarde |
A José D. Frías
Sonámbula y picante,
mi voz es la gemela
de la canela.
Canela ultramontana
e islamita,
por ella mi experiencia
sigue de señorita.
Criado con ella,
mi alma tomó la forma
de su botella.
Si digo carne o espíritu,
paréceme que el diablo
se ríe del vocablo;
mas nunca vaciló
mi fe si dije «yo».
Yo, varón integral,
nutrido en el panal
de Mahoma
y en el que cuida Roma
en la Mesa Central.
Uno es mi fruto:
vivir en el cogollo
de cada minuto.
Que el milagro se haga,
dejándome aureola
o trayéndome llaga.
No porto insignias
de masón
ni de Caballero
de Colón.
A pesar del moralista
que la asedia
y sobre la comedia
que la traiciona,
es santa mi persona,
santa en el fuego lento
con que dora el altar
y en el remordimiento
del día que se me fue
sin oficiar.
En mis andanzas callejeras
del jeroglífico nocturno,
cuando cada muchacha
entorna sus maderas,
me deja atribulado
su enigma de no ser
ni carne ni pescado.
Aunque toca al poeta
roerse los codos,
vivo la formidable
vida de todas y de todos;
en mí late un pontífice
que todo lo posee
y todo lo bendice;
la dolorosa Naturaleza
sus tres reinos ampara
debajo de mi tiara;
y mi papal instinto
se conmueve
son la ignorancia de la nieve
y la sabiduría del jacinto. | Todo |