author
stringclasses
266 values
text
stringlengths
33
21.7k
title
stringlengths
1
87
Francisco de Quevedo
Después que te conocí, Todas las cosas me sobran: El Sol para tener día, Abril para tener rosas. Por mi bien pueden tomar Otro oficio las Auroras, Que yo conozco una luz Que sabe amanecer sombras. Bien puede buscar la noche Quien sus Estrellas conozca, Que para mi Astrología Ya son oscuras y pocas. Gaste el Oriente sus minas Con quien avaro las rompa, Que yo enriquezco la vista Con más oro a menos costa. Bien puede la Margarita Guardar sus perlas en conchas, Que Búzano de una Risa Las pesco yo en una boca. Contra el Tiempo y la Fortuna Ya tengo una inhibitoria: Ni ella me puede hacer triste, Ni él puede mudarme un hora. El oficio le ha vacado A la Muerte tu persona: A sí misma se padece, Sola en ti viven sus obras. Ya no importunan mis ruegos A los cielos por la gloria, Que mi bienaventuranza Tiene jornada más corta. La sacrosanta Mentira Que tantas Almas adoran, Busque en Portugal vasallos, En Chipre busque Coronas. Predicaré de manera Tu belleza por Europa, Que no haya Herejes de Gracias, Y que adoren en ti sola.
Halla en la causa de su amor todos los bienes
Pablo Neruda
De pie como un cerezo sin cáscara ni flores, especial, encendido, con venas y saliva, y dedos y testículos, miro una niña de papel y luna, horizontal, temblando y respirando y blanca y sus pezones como dos cifras separadas, y la rosal reunión de sus piernas en donde su sexo de pestañas nocturnas parpadea. Pálido, desbordante, siento hundirse palabras en mi boca, palabras como niños ahogados, y rumbo y rumbo y dientes crecen naves, y aguas y latitud como quemadas. La pondré como una espada o un espejo, y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas, y morderé sus orejas y sus venas, y haré que retroceda con los ojos cerrados en un espeso río de semen verde. La inundaré de amapolas y relámpagos, la envolveré en rodillas, en labios, en agujas, la entraré con pulgadas de epidermis llorando y presiones de crimen y pelos empapados. La haré huir escapándose por uñas y suspiros, hacia nunca, hacia nada, trepándose a la lenta médula y al oxígeno, agarrándose a recuerdos y razones como una sola mano, como un dedo partido agitando una uña de sal desamparada. Debe correr durmiendo por caminos de piel en un país de goma cenicienta y ceniza, luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas, y con ojos que caen en ella como muertos, y con gotas de negra materia resbalando como pescados ciegos o balas de agua gruesa.
Material nupcial
Juan Luis Panero
Éste es el corrido del caballo blanco que en un día domingo feliz arrancara. José Alfredo Jiménez Sólo bajó del tren, atravesó solo la ciudad desierta, solo entró en el hotel vacío, abrió su solitaria habitación y escuchó con asombro el silencio. Dicen que descolgó el teléfono para llamar a alguien, pero es falso, completamente falso. No había nadie a quien llamar, nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo. Bebió el vaso, las pequeñas pastillas, y esperó la llegada del sueño. Con cierto miedo a su valor —por vez primera había afirmado su existencia—, tal vez curioso, con cansado gesto, sintió el peso de sus párpados caer. Horas después —una extraña sonrisa dibujaba sus labios— se anunció a sí mismo, tercamente, la única certidumbre que al fin había adquirido: jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
A la mañana siguiente
Amado Nervo
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas. ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! Hallé sin duda largas las noches de mis penas; mas no me prometiste tan sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas santamente serenas... Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
En paz
Federico García Lorca
Nadie comprendía el perfume de la oscura magnolia de tu vientre. Nadie sabía que martirizabas un colibrí de amor entre los dientes. Mil caballitos persas se dormían en la plaza con luna de tu frente, mientras que yo enlazaba cuatro noches tu cintura, enemiga de la nieve. Entre yeso y jazmines, tu mirada era un pálido ramo de simientes. Yo busqué, para darte, por mi pecho las letras de marfil que dicen siempre. Siempre, siempre: jardín de mi agonía, tu cuerpo fugitivo para siempre, la sangre de tus venas en mi boca, tu boca ya sin luz para mi muerte.
Gacela del amor imprevisto
Baldomero Fernández Moreno
—«La torre, madre, más alta es la torre de aquel pueblo, la torre de aquella iglesia hunde su cruz en el cielo. »Dime, madre, ¿hay otra torre más alta en el mundo entero?» —«Esa torre sólo es alta, hijo mío, en tu recuerdo».
La torre más alta
Francisco Álvarez
¿No me ves sumergida en el silencio, y amordazada en soledad y olvido? Al pasar por la sombra de mi vida, dame la mano y llévame contigo. Te esperé tantos años sin saberlo, perdida dentro de mi laberinto… ahora que me has abierto la salida, dame la mano y llévame contigo. No quiero abrir el libro del pasado, porque detesto cuanto en él he escrito; uno en blanco abriré para tu pluma; dame la mano y llévame contigo. Llena mis hojas de apretada letra, yo no quiero escribir, hazlo tú mismo, enrojeciéndome de sangre y fuego; dame la mano y llévame contigo. Dondequiera que vayas, te acompaño, porque haré tu camino mi camino; déjame despertar en tus mañanas; dame la mano y llévame contigo. No he de mirar atrás, sólo adelante; perdí el pasado, y el futuro es mío; no te quiero perder; dame la mano, dame la mano y llévame contigo.
Llévame contigo
Ángel García Aller
De una carta sin fecha a César Vallejo Olvidaba decirte que madre sigue repartiendo cada tarde, en la sala de arriba, aquellas hostias de tiempo con que pretendíamos saciar el hambre de los siglos y aliviar la resaca de todo lo sufrido. Tú ya sabes: los noes, los síes, los todavías pronunciados al borde de la duda; el labio difunto -aquel que quiso y no pudo crucificarse en el madero curvado del beso-, la pupila incapaz de ver más allá de la luz impuesta, el mentón en retirada, la palmada sin hombro, el tímpano sin eco, la lágrima indefensa, la muela del olvido, las férulas que suenan... Y es entonces cuando madre -tahona estuosa, tierna dulcera de amor, muerta inmortal-, con su inacabable pan entre las manos, pregunta por ti, por Miguel, por las dos hermanas últimas, por el mendigo que canta, por la enfermera que llora, por el sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas, por el que no tiene cumpleaños, por el que lleva zapato roto bajo la lluvia, por el que ni siquiera recuerda su niñez, por todos, en fin, los que un día se fueron sin saber para quién era la amargura... Y todos, has de saber, acuden en una sola boca, en un solo diente, en un único alveolo para hacer del hambre eucaristía y ayudarnos a pasar aquella migaja que tan inexplicablemente se nos ató al cuello cuando creíamos ser dueños exclusivos del dolor. Ayer, incluso, vino Pedro Rojas -¿lo recuerdas?, aquel que nació muy niñín y mirando al cielo cuando el mundo aún no estaba español hasta la muerte- y se pasó media tarde escribiendo con su dedo gordo en el aire la uve mayúscula de Vida -que ni él mismo recuerda dónde pudo haberla aprendido- y otra media buscando afanosamente en el desván la cuchara que le mataron en el año del balazo. ¿Querrás creer que estaba allí, en el mismo baúl en el que padre creía tener los broches del sonido, en el mismo baúl en el que guardábamos el juguete del niño y el bastón del sabio, las gradas del alfabeto y la letra en que nació la pena? Lo peor es cuando, al caer la noche, regreso a casa y, solo como ahora, sujeto a tenderme como objeto, los húmeros se me ponen a la mala y no sé qué alondra se me pudre en el corazón, qué honda caída se está oficiando en mi alma, e irremisiblemente me da por pensar -¡quién lo diría!- que el mundo, a pesar de madre, es un pan redondo, muy redondo, que se le está quemando a Dios a la puerta del horno, y que, tarde o temprano, aquellos que no conocen con qué levadura se amasan las hostias del tiempo acabarían por comérselo todo para que no nos quedase ni siquiera el consuelo. Entonces, como puedes suponer, ni palabra.
Posdata para prevenir la noche
Toni García Arias
Esta blanca noche de verano se desvanece lentamente hacia la nada; se desvanece y ya no volverá a ser nunca. Apenas el recuerdo podrá derribar una puerta, esculpir un espejo de sombras sobre el que dibujar -equivocadamente- tu rostro y tus manos, el acantilado aquel donde nos hicimos mar, el preciso instante en que, jóvenes y nerviosos, nos supimos, pero no retornará con él el aroma cálido de tu piel, la quietud de tus huellas sobre mis huellas, el vértigo húmedo de tus labios sobre mi boca. Ya no quedará nada; el día de mañana se alimentará de las cenizas de hoy. Mudos quedarán los veranos venideros, como un soplo de frío estancado en mitad de mis sábanas. Intentaré esculpir tus ojos a golpe de recuerdos y fotografías, intentaré recuperarte desde esta lejana derrota de labios muertos, de versos muertos, de palabras y besos sin retorno.
Juventud
Luis de Góngora
Ser pudiera tu pira levantada, De aromátcos leños construida, Oh Fénix en la muerte, si en la vida Ave, aun no de sus pies desengañada. Muere en quietud dichosa y consolada A la región asciende esclarecida, Pues de más ojos que desvanecida Tu pluma fue, tu muerte es hoy llorada. Purificó el cuchillo, en vez de llama, Tu ser primero, y glorïosamente De su vertida sangre renacido, Alas vistiendo, no de vulgar fama, De cristiano valor sí, de fe ardiente, Más deberá a su tumba que a su nido.
Al mismo
Federico García Lorca
Sevilla es una torre llena de arqueros finos. Sevilla para herir. Córdoba para morir. Una ciudad que acecha largos ritmos, y los enrosca como laberintos. Como tallos de parra encendidos. ¡Sevilla para herir! Bajo el arco del cielo, sobre su llano limpio, dispara la constante saeta de su río. ¡Córdoba para morir! Y loca de horizonte, mezcla en su vino lo amargo de Don Juan y lo perfecto de Dioniso. Sevilla para herir. ¡Siempre Sevilla para herir!
Poema de la saeta: sevilla
Pedro Luis Menéndez
Oh tú que das vuelta a la rueda y miras a barlovento. T.S. Eliot Más allá de la torre que siempre se agrietaba ante tantos impulsos tan diversos carne de ciudades leídas una a una Jerusalén Lisboa Alejandría París Contra los muros de Jericó se debaten los muchachos en manos de la esperanza pero nada permanece ni siquiera se transforma en el año ochenta y cuatro llegado de otro ayer huido al cielo vergonzoso sin tierra El agua muerta cuando desafiaba al último ácido puro para no sobrevivir sino en el cuenco de unas manos inútiles Preciosa insensatez de la belleza ruido poderoso demoliendo un vacío de amapolas junto al jardín de los tigres no besaré a Teseo ni cantaré del pámpano su alegría de abril porque ya el gesto se oculta en los rincones malditos la carta sin derrota se oculta en la madera de una cámara muda cerrada a los principios Navegación fallida en los meandros azules que un nuevo ser gobierna precisión de la máquina justicia de lo eléctrico que se abandona al acto mecánico del rito como una tonelada de residuos mortales llegados de occidente para morir sin paz al nuevo orden Hijos de Saddai reconfortaos con mi palabra duna en el desierto movediza inconstancia del sentido destino cruel en llagas de la noche no volverán los dioses a habitar vuestra sangre de tibieza gemidos ya del último silencio última Thule ruego de la vida Con el viento de agosto arrancarás el velo blanquísimo del grito y quedaré después del exterminio llorando en sombra ruinas del naufragio la vela rota de los desconsuelos aquel adiós y el lirio de una nube el cerrado trovar de la memoria sin otra fe que un ámbito desnudo la arquitectura cálida del sueño el simulacro del sueño cincelado en ardientes madrugadas hoy lacias de vapor En aquel tiempo crecían diremos las batallas del hombre los combates sin duelo hasta la nada el genocidio innumerable sacralmente temido por los árboles tensos por las enredaderas caídas y sin vientre Volcanes de una lucha derramada constantemente en ciernes de un ocaso certero Vertiginosas almas de aluvión sinceridades tristes de fatiga en la duda no admirarán la boca de un abrazo feliz ni el resplandor antiguo de una noche estrellada mas vagarán errantes por el espacio absurdo de un planeta acabado y yo ya no estaré mientras el abanico de la luz se derrama no estarán ni tus ojos ni tu asombro sobre la hilera firme de los fríos cadáveres no habrá nadie detrás carne de ciudades leídas una a una más allá de la tierra y de los edificios más allá de esta vida preciosa insensatez de la belleza navegación fallida destino cruel más allá no habrá nadie simulacro del sueño entra en lo eterno más allá.
Segundo canto de la ciudad
Jesús Hilario Tundidor
María Teresa, ahora vira el viento, viene el viento, zumba en mi frente, trae sólo sonora soledad rumba sonora, mísera materia del olvido, y bisbisea, abre la urna del corazón, irrumpe lento, ciego, como si fuese un silbo solo o como una sola luz gastada. Crece. Luz recobrada fluye, choca, tumba el presente, hace pura la vida, pasa como una horrible tolvanera oscura sobre antiguos legajos, viejas historias tristes, trastos que fueron, puyas dolorosas, desvaídas vaguadas, cerros, dunas que remueve, y encuentra allá en el fondo de mi vida ida una pequeña paz: la de tu nombre.
Viento de octubre
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Al golpe de la ola contra la piedra indócil la claridad estalla y establece su rosa y el círculo del mar se reduce a un racimo, a una sola gota de sal azul que cae. Oh radiante magnolia desatada en la espuma, magnética viajera cuya muerte florece y eternamente vuelve a ser y a no ser nada: sal rota, deslumbrante movimiento marino. Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio, mientras destruye el mar sus constantes estatuas y derrumba sus torres de arrebato y blancura, porque en la trama de estos tejidos invisibles del agua desbocada, de la incesante arena, sostenemos la única y acosada ternura.
Cien sonetos de amor
Dionisio Ridruejo
Y resbaló el amor estremecido por las mudas orillas de tu ausencia. La noche se hizo cuerpo de tu esencia y el campo abierto se plegó vencido. Un ayer de tus labios en mi oído, una huella sonora, una cadencia, hizo flor de latidos tu presencia en el último borde del olvido. Viniste sobre un aire de amapolas. Como suspiros estallando rojos, bajo el ardor de las estrellas plenas, los labios avanzaron como olas. Y sumiso en el sueño de tus ojos murió el dolor en las floridas venas.
Memoria
Luis Palés Matos
Tuntún de pasa y grifería y otros parejeros tuntunes. Bochinche de ñañiguería donde sus cálidos betunes funde la congada bravía. Con cacareo de maraca y sordo gruñido de gongo, el telón isleño destaca una aristocracia macaca a base de funche y mondongo. Al solemne papalúa haitiano opone la rumba habanera sus esguinces de hombro y cadera, mientras el negrito cubano doma la mulata cerrera. De su bachata por las pistas vuela Cuba, suelto el velamen, recogiendo en el caderamen su áureo niágara de turistas. (Mañana serán accionistas de cualquier ingenio cañero y cargarán con el dinero...) Y hacia un rincón —solar, bahía, malecón o siembre de cañas— bebe el negro su pena fría alelado en la melodía que le sale de las entrañas. Jamaica, la gorda mandinga, reduce su lingo a gandinga. Santo Domingo se endominga y en cívico gesto imponente su numen heroico respinga con cien odas al Presidente. Con su batea de ajonjolí y sus blancos ojos de magia hacia el mercado viene Haití. Las antillas barloventeras pasan tremendas desazones, espantándose los ciclones con matamoscas de palmeras. ¿Y Puerto Rico? Mi isla ardiente, para ti todo ha terminado. En el yermo de un continente, Puerto Rico, lúgubremente, bala como un cabro estofado. Tuntún de pasa y grifería, este libro que va a tus manos con ingredientes antillanos compuse un día... ... y en resumen, tiempo perdido, que me acaba en aburrimiento. Algo entrevisto o presentido, poco realmente vivido y mucho de embuste y de cuento.
Preludio en boricua
Pedro Salinas
Sí. Cuando quiera yo la soltaré. Está presa, aquí arriba, invisible. Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan —cien mil lanzas— los rayos —cien mil rayos— del sol. Pero de noche, cerradas las ventanas para que no la vean —guiñadoras espías— las estrellas, la soltaré. (Apretar un botón.) Caerá toda de arriba a besarme, a envolverme de bendición, de claro, de amor, pura. En el cuarto ella y yo no más, amantes eternos, ella mi iluminadora musa dócil en contra de secretos en masa de la noche —afuera— descifraremos formas leves, signos, perseguidos en mares de blancura por mí, por ella, artificial princesa, amada eléctrica.
35 bujías
José Ángel Buesa
I No, nada llega tarde, porque todas las cosas tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas; sólo que, a diferencia de la espiga y la flor, cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor. No, amor no llegas tarde. Tu corazón y el mío saben secretamente que no hay amor tardío. Amor, a cualquier hora, cuando toca a una puerta, la toca desde adentro, porque ya estaba abierta. Y hay un amor valiente y hay un amor cobarde, pero, de cualquier modo, ninguno llega tarde. II Amor, el niño loco de la loca sonrisa, viene con pasos lentos igual que viene aprisa; pero nadie está a salvo, nadie, si el niño loco lanza al azar su flecha, por divertirse un poco. Así ocurre que un niño travieso se divierte, y un hombre, un hombre triste, queda herido de muerte. Y más, cuando la flecha se le encona en la herida, porque lleva el veneno de una ilusión prohibida. Y el hombre arde en su llama de pasión, y arde, y arde, y ni siquiera entonces el amor llega tarde. III No, yo no diré nunca qué noche de verano me estremeció la fiebre de tu mano en mi mano. No diré que esa noche que sólo a ti te digo se me encendió en la sangre lo que soñé contigo. No, no diré esas cosas, y, todavía menos, la delicia culpable de contemplar tus senos. Y no diré tampoco lo que vi en tu mirada, que era como la llave de una puerta cerrada. Nada más. No era el tiempo de la espiga y la flor, y ni siquiera entonces llegó tarde el amor.
Balada del loco amor
José Ángel Valente
Debo morir. Y sin embargo, nada muere, porque nada tiene fe suficiente para poder morir. No muere el día, pasa; ni una rosa, se apaga; resbala el sol, no muere. Sólo yo que he tocado el sol, la rosa, el día. y he creído, soy capaz de morir.
Consiento
amistad
Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, mas otras apenas vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos. Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá, que nos muestra lo que es la vida. Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros. Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien. Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz. Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies. Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca. Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra. El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones. Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino. Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrán de los que no nos dejarán nada. Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.
El árbol de los amigos
Luis Benítez
Estaba solo entre las cosas como una estrella única en el cielo y un muerto en el centro de la tierra. A su alrededor los hombres traficaban collares de alambre y la vida elevaba su babel, como una araña exacta y silenciosa. Años y años; los hilos de las estaciones lo ataban a sus nudos con la soga de la muerte mientras el silencio le firmaba la boca. Porque huía entre gritos de horribles alaridos, de la mano que golpea la mesa hambrienta en el centro del alma. Y en todas las cosas y en todos los hombres el signo de la muerte que reluce en la sombra.
Hombre masa
Mario Benedetti
Vámonos, derrotando afrentas. ERNESTO "CHE" GUEVARA Así estamos consternados rabiosos aunque esta muerte sea uno de los absurdos previsibles da vergüenza mirar los cuadros los sillones las alfombras sacar una botella del refrigerador teclear las tres letras mundiales de tu nombre en la rígida máquina que nunca nuca estuvo con la cinta tan pálida vergüenza tener frío y arrimarse a la estufa como siempre tener hambre y comer esa cosa tan simple abrir el tocadiscos y escuchar en silencio sobre todo si es un cuarteto de Mozart da vergüenza el confort y el asma da vergüenza cuando tú comandante estás cayendo ametrallado fabuloso nítido eres nuestra conciencia acribillada dicen que te quemaron con qué fuego van a quemar las buenas las buenas nuevas la irascible ternura que trajiste y llevaste con tu tos con tu barro dicen que incineraron toda tu vocación menos un dedo basta para mostrarnos el camino para acusar al monstruo y sus tizones para apretar de nuevo los gatillos así estamos consternados rabiosos claro que con el tiempo la plomiza consternación se nos irá pasando la rabia quedará se hará mas limpia estás muerto estás vivo estás cayendo estás nube estás lluvia estás estrella donde estés si es que estás si estás llegando aprovecha por fin a respirar tranquilo a llenarte de cielo los pulmones donde estés si es que estás si estás llegando será una pena que no exista Dios pero habrá otros claro que habrá otros dignos de recibirte comandante.
Consternados, rabiosos
Miguel Hernández
En el mar halla el agua su paraíso ansiado y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje. El sudor es un árbol desbordante y salado, un voraz oleaje. Llega desde la edad del mundo más remota a ofrecer a la tierra su copa sacudida, a sustentar la sed y la sal gota a gota, a iluminar la vida. Hijo del movimiento, primo del sol, hermano de la lágrima, deja rodando por las eras, del abril al octubre, del invierno al verano, áureas enredaderas. Cuando los campesinos van por la madrugada a favor de la esteva removiendo el reposo, se visten una blusa silenciosa y dorada de sudor silencioso. Vestidura de oro de los trabajadores, adorno de las manos como de las pupilas. Por la atmósfera esparce sus fecundos olores una lluvia de axilas. El sabor de la tierra se enriquece y madura: caen los copos del llanto laborioso y oliente, maná de los varones y de la agricultura, bebida de mi frente. Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos en el ocio sin brazos, sin música, sin poros, no usaréis la corona de los poros abiertos ni el poder de los toros. Viviréis maloliendo, moriréis apagados: la encendida hermosura reside en los talones de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados como constelaciones. Entregad al trabajo, compañeros, las frentes: que el sudor, con su espada de sabrosos cristales, con sus lentos diluvios, os hará transparentes, venturosos, iguales.
El sudor
Luis de Góngora
En la capilla estoy, y condenado A partir sin remedio desta vida; Siento la causa aun más que la partida, Por hambre expulso como sitïado. Culpa sin duda es ser desdichado; Mayor, de condición ser encogida. De ellas me acuso en esta despedida, Y partiré a lo menos confesado. Examine mi suerte el hierro agudo, Que a pesar de sus filos me prometo Alta piedad de vuestra excelsa mano. Ya que el encogimiento ha sido mudo, Los números, Señor, deste soneto Lenguas sean y lágrimas no en vano.
Al excelentísimo señor el conde duque
Federico García Lorca
El lagarto está llorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos. Han perdido sin querer su anillo de desposados. ¡Ay, su anillito de plomo, ay, su anillito plomado! Un cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros. El sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso. ¡Miradlos qué viejos son! ¡Qué viejos son los lagartos! ¡Ay, cómo lloran y lloran, ¡ay! ¡ay! cómo están llorando!
El lagarto está llorando
Juan Ramón Jiménez
Andando, andando. Que quiero oír cada grano de la arena que voy pisando. Andando. Dejad atrás los caballos, que yo quiero llegar tardando (andando, andando) dar mi alma a cada grano de la tierra que voy rozando. Andando, andando. ¡Qué dulce entrada en mi campo, noche inmensa que vas bajando! Andando. Mi corazón ya es remanso; ya soy lo que me está esperando (andando, andando) y mi pie parece, cálido, que me va el corazón besando. Andando, andando. ¡Que quiero ver el fiel llanto del camino que voy dejando!
Andando
Oscar Acosta
Yo vi, joven señora, su bello cuerpo entre las piedras como una orquídea. No había fuego entonces al servicio del hombre, ni dúctiles metales mostraban al asombro del primitivo ser sus formas. Ándabamos descalzos como niños, desnudos como peces en el agua y corríamos libres como ágiles leopardos Era el año dos mil o cuatro mil antes de Jesucristo. Las tribus combatían con pedernales, con piedras y cuchillos. Antes de ir al combate pinto estos signos en la pared antigua de una cálida cueva, junto a otros símbolos que mis antepasados en ocasiones similares escribieron. Ignoro quién recogerá estas frases. Es posible que entonces no seamos, tú y yo, ni estática ceniza ni barro sumergido. Desde mi monarquía compartida, te recuerdo. Y si volvieras a nacer te prometo que siempre serías, como ahora lo eres, mi mujer y mi reina. II En la mesa veo frutas, agua en los cántaros, peces con los ojos abiertos en las cuerdas del patio, el maíz calentándose en los cuartos. El cazador soy yo, el cazador que sale en la noche a buscar el alimento diario, las hojas para el lecho, la fibra para el manto, la flor para tu pelo, la piel para el zapato. Hoy te traigo una flor selvática, una luna caída, un perfume barato, yo quiero que la pongas en tu pecho blanquísimo, en tu seno cubierto con cuero de venado. Eso te traigo ahora, compañera mía, ojo para mi llanto. III Para ti las fúlgidas naranjas, la dura came de las ciruelas, el azúcar mojado de la piña, la suavísima daga del plátano, la invicta blancura de la caña, el agua limpia del cocotero, el vello niño del durazno, la división de la guanábana, la aristocracia de la manzana y la tristeza de la guayaba. Para ti todo eso con la mano que recoge en el monte la fruta, la deja en la mesa de cedro y la corta todas las mañanas.
Escrito en piedra
Toni García Arias
Te pierdo. A cada segundo el olvido me borra un poco más de ti, como un ejército de cenizas que invadiese el mapa de tu rostro, nublándome con su estéril manto cada una de las palabras que un día me dijiste, hasta que, al fin, no queda más que un frágil susurro de lo que fue tu voz en mi memoria. Te pierdo, y cada segundo sin ti me duele una hora, y cada hora, la vida entera. Tu rostro se desvanece, y ya no queda ni un trozo de piel sobre el que aferrarme en sueños, y al irte así, tan lentamente, tan gota a gota, me dejas, al fin, unos besos sin boca, un cielo sin alas.
Besos
Julio Flórez Roa
El verso debe ser claro y sonoro como el agua del mar y como el oro. El verso debe ser firme y radiante, lo mismo que el acero y el diamante. Debe ceñir inmarcesibles galas, subyugar o abatir... y tener alas. Trabajo es gloria: ¡trabajad, poeta, mellad vuestro buril en la faceta! Si queréis oficiar en el santuario de la fama, triunfar en la tarea, cread... y sed orfebre y lapidario: haced un luminar de cada idea y haced de cada verso un solitario.
Introducción
José Ángel Buesa
Mi corazón, un día, tuvo un ansia suprema, que aún hoy lo embriaga cual lo embriagara ayer; Quería aprisionar un alma en un poema, y que viviera siempre... Pero no pudo ser. Mi corazón, un día, silenció su latido, y en plena lozanía se sintió envejecer; Quiso amar un recuerdo más fuerte que el olvido y morir recordando... Pero no pudo ser. Mi corazón, un día, soñó un sueño sonoro, en un fugaz anhelo de gloria y de poder; Subió la escalinata de un palacio de oro y quiso abrir las puertas... Pero no pudo ser. Mi corazón, un día, se convirtió en hoguera, por vivir plenamente la fiebre del placer; Ansiaba el goce nuevo de una emoción cualquiera, un goce para él solo... Pero no pudo ser. Y hoy llegas tú a mi vida, con tu sonrisa clara, con tu sonrisa clara, que es un amanecer; y ante el sueño más dulce que nunca antes soñara, quiero vivir mi sueño... Pero no puede ser. Y he de decirte adiós para siempre, querida, sabiendo que te alejas para nunca volver, Quisiera retenerte para toda la vida... ¡Pero no puede ser! ¡Pero no puede ser!
Poema del fracaso
Salvador García Ramírez
Superpones la calma, una calma geométrica. Desnivelas remansos de terraza en estanque, de boj en escalera. Acordonas las formas de los dioses y das principio al libro en los estantes, al estuco y los mármoles, a las victorias. Agrietas la madera de un pasillo. La penumbra conduces por azules y blancos y, en silencio, filtras las diez en la capilla, las cinco en las alfombras. En el hueco de un banco predispones un pájaro con cara de marqués, um macaco que toca la trompeta, un gato, otro gato. Ordenas las coronas en sus nichos, las musas clasificas, los ángeles, las diosas,... a cada cual le das su balaustrada. Subrayas de azulete los refugios, cubres de parra el cenador. Las janelas orientas a los árboles, a las huertas que zumban, al cuerno del que caza, a la saudade. Amalgamas retiro y elegancia, destino y aureola, intimidad, batalla, portugués, ruta y colonia. Asumes la quietud de cada flanco y aún resulta difícil no sangrar por su azulejo.
Palacio fronteira
Mario Meléndez
Me he decidido a vivir y creo afirmar que mis latidos se convencieron de ello He tenido ofrecimientos sinceros para cohabitar /la extremidad de una telaraña o para servir como testigo de matrimonio forzado Es más he sido amante de la noche con sólo cantos /y bostezos repetidos No me gustan los aviones porque menosprecian /a las aves Tampoco soy creyente incondicional de las pasas /en las empanadas de las secretarias con dos idiomas o de la crema /humectante como único remedio para las arrugas Me he decidido a vivir y creo afirmar que mi nariz se ha convencido de ello Escojo la corbata que hace juego con el mundo elijo los zapatos que le vienen a mi sombra /y a mis sueños gastados No miento al decir que lavo detalladamente /la fruta que ingiero por temor a la hepatitis lo mismo hago con los espárragos y las botellas Me encanta encadenarme a los parquímetros y anclar en una esquina y detenerla con la frente y avanzar por el cemento entre ruedas venenosas luego frenar tenderme en línea recta en perspectiva en ángulos de piedra y de madera Escupo el largo y viejo ceremonial de los santos sobre sus fieles devotos sobre sus libros /desahuciados Y a cada cual lo suyo a cada camisa su cuello a cada pierna de mujer y a cada cadera su vestido a cada misa su vino y su pan de miga inconclusa Nada escribo sobre los ascensores Es de mala educación eructar al desayuno /o en la cena? Me he decidido a vivir y creo afirmar que mi poesía se ha convencido de ello Me he decidido a vivir a la manera de los gorriones /y de las aves sencillas a la manera de una lluvia que me hace estornudar a la manera de entender lo poco que entiendo.
Me he decidido a vivir
José Zorrilla
Como gustéis, igual es, que nunca me hago esperar. Pues, señor, yo desde aquí, buscando mayor espacio para mis hazañas, di sobre Italia, porque allí tiene el placer un palacio. De la guerra y del amor antigua y clásica tierra, y en ella el Emperador, con ella y con Francia en guerra, díjeme: «¿Dónde mejor? Donde hay soldados hay juego, hay pendencias y amoríos». Di, pues, sobre Italia luego, buscando a sangre y a fuego amores y desafíos. En Roma, a mi apuesta fiel, fijé entre hostil y amatorio, en mi puerta este cartel: Aquí está don Juan Tenorio para quien quiera algo de él. De aquellos días la historia a relataros renuncio; remítome a la memoria que dejé allí, y de mi gloria podéis juzgar por mi anuncio. Las romanas caprichosas, las costumbres licenciosas, yo gallardo y calavera, ¿quién a cuento redujera mis empresas amorosas? Salí de Roma por fin como os podéis figurar, con un disfraz harto ruin y a lomos de un mal rocín, pues me quería ahorcar. Fui al ejército de España; mas todos paisanos míos, soldados y en tierra extraña, dejé pronto su compaña tras cinco o seis desafíos. Nápoles, rico vergel de amor, de placer emporio, vio en mi segundo cartel: Aquí está don Juan Tenorio, y no hay hombre para él. Desde la princesa altiva a la que pesca en ruin barca, no hay hembra a quien no suscriba, y cualquier empresa abarca si en oro o valor estriba. Búsquenle los reñidores; cérquenle los jugadores; quien se precie que le ataje, a ver si hay quien le aventaje en juego, en lid o en amores. Esto escribí; y en medio año que mi presencia gozó Nápoles, no hay lance extraño, no hubo escándalo ni engaño en que no me hallara yo. Por dondequiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé y a las mujeres vendí. Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé y en todas partes dejé memoria amarga de mí. Ni reconocí sagrado, ni hubo razón ni lugar por mi audacia respetado; ni en distinguir me he parado al clérigo del seglar. A quien quise provoqué, con quien quiso me batí, y nunca consideré que pudo matarme a mí aquel a quien yo maté. A esto don Juan se arrojó, y escrito en este papel está cuanto consiguió, y lo que él aquí escribió, mantenido está por él.
Escena xii
Oliverio Girondo
Es una intensísima corriente un relámpago ser de lecho una dona mórbida ola un reflujo zumbo de anestesia una rompiente ente florescente una voraz contráctil prensil corola entreabierta y su rocío afrodisíaco y su carnalesencia natal letal alveolo beodo de violo es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que estrellan y disgregan aunque Dios sea su vientre pero también es la crisálida de una inalada larva de la nada una libélula de médula una oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frotes un chupochupo súcubo molusco que gota a gota agota boca a boca la mucho mucho gozo la muy total sofoco la toda ¡shock! tras ¡shock! la íntegra colapso es un hermoso síncope con foso un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico un ¡knock out! técnico dichoso si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno el sedimento aglutinante de un precipitado de labios el obsesivo residuo de una solución insoluble un mecanismo radioanímico un terno bípedo bullente un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio y espasmos lírico-dramáticos aunque tal vez sea un espejismo un paradigma un eromito una apariencia de la ausencia una entelequia inexistente las trenzas náyades de Ofelia o sólo un trozo ultraporoso de realidad indubitable una despótica materia el paraíso hecho carne una perdiz a la crema.
Ella
Consuelo Hernández
"¿Por qué cuando dices Vancouver palideces?" Agua donde un rostro se diluye imborrable luz en los cristales su transparencia me llama como faro a la extraviada. Señora del mar y la montaña poblada de enigmas y sonrisas en mi cuerpo de recuerdos se levanta culebreando un remolino de nostalgias. Ciudad donde los soles se derriten con la lluvia sobre pinos centenarios vine a robarle a sus bosques silenciosos una estrella desierta que me alumbre. Ahora, cuando la tarde es pátina de luz y cansada me debato en la mitad de mi vida regresa puntual y transparente. Hoy, precisamente, me salva su recuerdo.
Vancouver
Federico García Lorca
Muerto se quedó en la calle con un puñal en el pecho. No lo conocía nadie. ¡Cómo temblaba el farol! Madre. ¡Cómo temblaba el farolito de la calle! Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos abiertos al duro aire. Que muerto se quedó en la calle que con un puñal en el pecho y que no lo conocía nadie.
Sorpresa
Pablo Neruda
HAGO girar mis brazos como dos aspas locas... en la noche toda ella de metales azules. Hacia donde las piedras no alcanzan y retornan. Hacia donde los fuegos oscuros se confunden. Al pie de las murallas que el viento inmenso abraza. Corriendo hacia la muerte como un grito hacia el eco. El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche y la ola del designio, y la cruz del anhelo. Dan ganas de gemir el más largo sollozo. De bruces frente al muro que azota el viento inmenso. Pero quiero pisar más allá de esa huella: pero quiero voltear esos astros de fuego: lo que es mi vida y es más allá de mi vida, eso de sombras duras, eso de nada, eso de lejos: quiero alzarme en las últimas cadenas que me aten, sobre este espanto erguido, en esta ola de vértigo, y echo mis piedras trémulas hacia este país negro, solo, en la cima de los montes, solo, como el primer muerto, rodando enloquecido, presa del cielo oscuro que mira inmensamente, como el mar en los puertos. Aquí, la zona de mi corazón, llena de llanto helado, mojada en sangres tibias. Desde él, siento saltar las piedras que me anuncian. En él baila el presagio del humo y la neblina. Todo de sueños vastos caídos gota a gota. Todo de furias y olas y mareas vencidas. Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano. Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en mi vida. Y en él cimbro las hondas que van volteando estrellas! Y en él suben mis piedras en la noche enemiga! Quiero abrir en los muros una puerta. Eso quiero. Eso deseo. Clamo. Grito. Lloro. Deseo. Soy el más doloroso y el más débil. Lo quiero. El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche. Pero mis hondas giran. Estoy. Grito. Deseo. Astro por astro, todos fugarán en astillas. Mi fuerza es mi dolor, en la noche. Lo quiero. He de abrir esa puerta. He de cruzarla. He de vencerla. Han de llegar mis piedras. Grito. Lloro. Deseo. Sufro, sufro y deseo. Deseo, sufro y canto. Río de viejas vidas, mi voz salta y se pierde. Tuerce y destuerce largos collares aterrados. Se hincha como una vela en el viento celeste. Rosario de la angustia, yo no soy quien lo reza. Hilo desesperado, yo no soy quien lo tuerce. El salto de la espada a pesar de los brazos. El anuncio en estrellas de la noche que viene. Soy yo: pero es mi voz la existencia que escondo. El temporal de aullidos y lamentos y fiebres. La dolorosa sed que hace próxima el agua. La resaca invencible que me arrastra a la muerte. Gira mi brazo entonces, y centellea mi alma. Se trepan los temblores a la cruz de mis cejas. He aquí mis brazos fieles! He aquí mis manos ávidas! He aquí la noche absorta! Mi alma grita y desea! He aquí los astros pálidos todos llenos de enigma! He aquí mi sed que aúlla sobre mi voz ya muerta! He aquí los cauces locos que hacen girar mis hondas! Las voces infinitas que preparan mi fuerza! Y doblado en un nudo de anhelos infinitos, en la infinita noche, suelto y suben mis piedras. Más allá de esos muros, de esos límites, lejos. Debo pasar las rayas de la lumbre y la sombra. Por qué no he de ser yo? Grito. Lloro. Deseo. Sufro, sufro y deseo. Cimbro y zumban mis hondas. El viajero que alargue su viaje sin regreso. El hondero que trice la frente de la sombra. Las piedras entusiastas que hagan parir la noche. La flecha, la centella, la cuchilla, la proa. Grito. Sufro. Deseo. Se alza mi brazo, entonces, hacia la noche llena de estrellas en derrota. He aquí mi voz extinta. He aquí mi alma caída. Los esfuerzos baldíos. La sed herida y rota. He aquí mis piedras ágiles que vuelven y me hieren. Las altas luces blancas que bailan y se extinguen. Las húmedas estrellas absolutas y absortas. He aquí las mismas piedras que alzó mi alma en combate. He aquí la misma noche desde donde retornan. Soy el más doloroso y el más débil. Deseo. Deseo, sufro, caigo. El viento inmenso azota. Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano! Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en la sombra! En la noche toda ella de astros fríos y errantes, hago girar mis brazos como dos aspas locas.
Hago girar mis brazos...
Luis Cañizal de la Fuente
I ¡Valtellina aprendida de memoria hace diez años, sobre los papeles, en figura cambiante de lo que nunca fuiste!: ni pergamino casi transparente, ni ternilla de un blanco repulsivo ni trémula cuajada para fauces. II Valtellina bufanda sin sombrero, malhumor ascendente desde el amanecer, humor agrio de sol entre las barbas, minuto centelleante carretera abajo. III Y cuando nada importas a tirios ni a troyanos, y trescientos deshielos han comido la melena de piedra del león de tu historia, y cuando ya tus hombres no queman, ya no bregan ni obedecen a Dios ni se sublevan —a lo sumo, sestean ante un vaso de blanco y dicen en dialecto que regalan un gato al español que pasa y curiosea—, entonces encontrar el pecho de San Pablo en tu valle zurrado de peleas, ya sólo cicatrices recubiertas de hierba. IV Descubrirlo esta tarde, cuando nadie hace caso; descubrirlo pulido por la lluvia, entre el barro resbalado. Y entonces abrazarse contra el pecho de tabla de San Pablo en figura de pueblo y desconcierto de animales mojados entre establos cerrados y bombilla penosa y apenada en el marco febril de la ventana.
En el trasmundo tiembla una bombilla
Francisco de Aldana
Mil veces callo, que romper deseo el cielo a gritos, y otras tantas tiento dar a mi lengua voz y movimiento, que en silencio mortal yacer la veo. Anda cual velocísimo correo por dentro el alma el suelto pensamiento, con alto, y de dolor, lloroso acento, casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo. No halla la memoria o la esperanza rastro de imagen dulce y deleitable con que la voluntad viva segura. Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza, muerte que tarda, llanto inconsolable, desdén del cielo, error de la ventura.
Mil veces callo
Lope de Vega
Ya no quiero más bien que sólo amaros, ni más vida, Lucinda, que ofreceros la que me dais, cuando merezco veros, ni ver más luz que vuestros ojos claros. Para vivir me basta desearos, para ser venturoso, conoceros, para admirar el mundo, engrandeceros, y para ser Eróstrato, abrasaros, La pluma y lengua, respondiendo a coros, quieren al cielo espléndido subiros, donde están los espíritus más puros; que entre tales riquezas y tesoros, mis lágrimas, mis versos, mis suspiros, de olvido y tiempo vivirán seguros.
Ya no quiero más bien
Jorge Debravo
Uno quisiera siempre tener su mano amiga, su buen pan compañero, su dulce café, su amigo inseparable para cada momento. Quisiera no encontrar un solo fruto amargo, una casa sangrando, un niño abandonado, un anciano caído debajo del fracaso. Pero a veces los días se ponen grises, nos miran con miradas enemigas, y se ríen de nosotros, se burlan de nosotros, nos enseñan cadáveres de jornaleros tristes, de muchachas vencidas, de niños sin tinero. Se mira uno las uñas, como haciéndose viejo, encoge las rodillas para no perecer, y nada, nada bueno agita las campanas, nada bueno florece en los hombros del mundo. Entonces es que uno llama al apio y le dice, llama al rábano amargo y le dice también que esta corteza de hombre debe ser un castigo, un paisaje maldito donde el hombre no quiere, no soporta vivir porque le sorben sangre, porque le chupan sangre hasta dejarlo ciego.
Este sitio de angustia
Gabriela Mistral
Entre los gestos del mundo recibí el que me dan las puertas. En la luz yo las he visto o selladas o entreabiertas y volviendo sus espaldas del color de la vulpeja. ¿Por qué fue que las hicimos para ser sus prisioneras? Del gran fruto de la casa son la cáscara avarienta. El fuego amigo que gozan a la ruta no lo prestan. Canto que adentro cantamos lo sofocan sus maderas y a su dicha no convidan como la granada abierta: ¡Sibilas llenas de polvo, nunca mozas, nacidas viejas! Parecen tristes moluscos sin marea y sin arenas. Parecen, en lo ceñudo, la nube de la tormenta. A las sayas verticales de la Muerte se asemejan y yo las abro y las paso como la caña que tiembla. «¡No!», dicen a las mañanas aunque las bañen, las tiernas. Dicen «¡No!» al viento marino que en su frente palmotea y al olor de pinos nuevos que se viene por la Sierra. Y lo mismo que Casandra, no salvan aunque bien sepan: porque mi duro destino él también pasó mi puerta. Cuando golpeo me turban igual que la vez primera. El seco dintel da luces como la espada despierta y los batientes se avivan en escapadas gacelas. Entro como quien levanta paño de cara encubierta, sin saber lo que me tiene mi casa de angosta almendra y pregunto si me aguarda mi salvación o mi pérdida. Ya quiero irme y dejar el sobrehaz de la Tierra, el horizonte que acaba como un ciervo, de tristeza, y las puertas de los hombres selladas como cisternas. Por no voltear en la mano sus llaves de anguilas muertas y no oírles más el crótalo que me sigue la carrera. Voy a cruzar sin gemido la última vez por ellas y a alejarme tan gloriosa como la esclava liberta, siguiendo el cardumen vivo de mis muertos que me llevan. No estarán allá rayados por cubo y cubo de puertas ni ofendidos por sus muros como el herido en sus vendas. Vendrán a mí sin embozo, oreados de luz eterna. Cantaremos a mitad de los cielos y la tierra. Con el canto apasionado heriremos puerta y puerta y saldrán de ellas los hombres como niños que despiertan al oír que se descuajan y que van cayendo muertas.
Puertas
Gustavo Pereira
Puesto que no puedo reír como antes Permítaseme esta forma de mostrar los dientes como se debe.
Epitafio para ser colocado en la tumba de chaplin
Juan Ramón Jiménez
Me colmó el sol del poniente el corazón de onzas doradas. Me levanté por la noche a verlas. ¡No valían nada! De onzas de plata la luna del alba me llenó mi alma. Cerré mi puerta en el día por verlas. ¡No valían nada!
Las luces
Antonio Machado
Son de abril las aguas mil. Sopla el viento achubascado, y entre nublado y nublado hay trozos de cielo añil. Agua y sol. El iris brilla. En una nube lejana, zigzaguea una centella amarilla. La lluvia da en la ventana y el cristal repiqueteo. A través de la neblina que forma la lluvia fina, se divisa un prado verde, y un encinar se esfumina, y una sierra gris se pierde. Los hilos del aguacero sesgan las nacientes frondas, y agitan las turbias ondas en el remanso del Duero. Lloviendo está en los habares y en las pardas sementeras; hay sol en los encinares, charcos por las carreteras. Lluvia y sol. Ya se oscurece el campo, ya se ilumina; allí un cerro desparece, allá surge una colina. Ya son claros, ya sombríos los dispersos caseríos, los lejanos torreones. Hacia la sierra plomiza van rodando en pelotones nubes de guata y ceniza.
En abril, las aguas mil
José Antonio Labordeta
Cuando vuelvas cuando cansado te sientes al borde del camino y contemples el mar como una luz vencida y el otoño te traiga el amargo sabor de los días agrestes RECUERDA, como si nada fuese a suceder, tus infinitos pasos huellas sobre las yerbas de otros días. Luego crece crece hasta sucumbir como un gigante como una hormiga inútil Tú y yo y el celeste paisaje de las noches habremos sido viento palabras apresadas miedo vencido inútil NADA.
Tribulatorio (f)
Pablo Neruda
Cuando a regiones, cuando a sacrificios manchas moradas como lluvias caen, el vino abre las puertas con asombro, y en el refugio de los meses vuela su cuerpo de empapadas alas rojas. Sus pies tocan los muros y las tejas con humedad de lenguas anegadas, y sobre el filo del día desnudo sus abejas en gotas van cayendo. Yo sé que el vino no huye dando gritos a la llegada del invierno, ni se esconde en iglesias tenebrosas a buscar fuego en trapos derrumbados, sino que vuela sobre la estación, sobre el invierno que ha llegado ahora con un puñal entre las cejas duras. Yo veo vagos sueños, yo reconozco lejos, y miro frente a mí, detrás de los cristales, reuniones de ropas desdichadas. A ellas la bala del vino no llega, su amapola eficaz, su rayo rojo, mueren ahogados en tristes tejidos, y se derrama por canales solos, por calles húmedas, por ríos sin nombre, el vino amargamente sumergido, el vino ciego y subterráneo y solo. Yo estoy de pie en su espuma y sus raíces, yo lloro en su follaje y en sus muertos, acompañado de sastres caídos en medio del invierno deshonrado, yo subo escalas de humedad y sangre tanteando las paredes, y en la congoja del tiempo que llega sobre una piedra me arrodillo y lloro. Y hacia túneles acres me encamino vestido de metales transitorios, hacia bodegas solas, hacia sueños, hacia betunes verdes que palpitan, hacia herrerías desinteresadas, hacia sabores de lodo y garganta, hacia imperecederas mariposas. Entonces surgen los hombres del vino vestidos de morados cinturones, y sombreros de abejas derrotadas, y traen copas llenas de ojos muertos, y terribles espadas de salmuera, y con roncas bocinas se saludan cantando cantos de intención nupcial. Me gusta el canto ronco de los hombres del vino, y el ruido de mojadas monedas en la mesa, y el olor de zapatos y de uvas y de vómitos verdes: me gusta el canto ciego de los hombres, y ese sonido de sal que golpea las paredes del alba moribunda. Hablo de cosas que existen, Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando! Hablo de la saliva derramada en los muros, hablo de lentas medias de ramera, hablo del coro de los hombres del vino golpeando el ataúd con un hueso de pájaro. Estoy en medio de ese canto, en medio del invierno que rueda por las calles, estoy en medio de los bebedores, con los ojos abiertos hacia olvidados sitios, o recordando en delirante luto, o durmiendo en cenizas derribado. Recordando noches, navíos, sementeras, amigos fallecidos, circunstancias, amargos hospitales y niñas entreabiertas: recordando un golpe de ola en cierta roca con un adorno de harina y espuma, y la vida que hace uno en ciertos países, en ciertas costas solas, un sonido de estrellas en las palmeras, un golpe del corazón en los vidrios, un tren que cruza oscuro de ruedas malditas y muchas cosas tristes de esta especie. A la humedad del vino, en las mañanas, en las paredes a menudo mordidas por los días de invierno que caen en bodegas sin duda solitarias, a esa virtud del vino llegan luchas, y cansados metales y sordas dentaduras, y hay un tumulto de objeciones rotas, hay un furioso llanto de botellas, y un crimen, como un látigo caído. El vino clava sus espinas negras, y sus erizos lúgubres pasea, entre puñales, entre medianoches, entre roncas gargantas arrastradas, entre cigarros y torcidos pelos, y como ola de mar su voz aumenta aullando llanto y manos de cadáver. Y entonces corre el vino perseguido y sus tenaces odres se destrozan contra las herraduras, y va el vino en silencio, y sus toneles, en heridos buques en donde el aire muerde rostros, tripulaciones de silencio, y el vino huye por las carreteras, por las iglesias, entre los carbones, y se caen sus plumas de amaranto, y se disfraza de azufre su boca, y el vino ardiendo entre calles usadas buscando pozos, túneles, hormigas, bocas de tristes muertos, por donde ir al azul de la tierra en donde se confunden la lluvia y los ausentes.
Estatuto del vino
Amado Nervo
Jesús no vino del mundo de «los cielos». Vino del propio fondo de las almas; de donde anida el yo: de las regiones internas del Espíritu. ¿Por qué buscarle encima de las nubes? Las nubes no son el trono de los dioses. ¿Por qué buscarle en los candentes astros? Llamas son como el sol que nos alumbra, orbes, de gases inflamados... Llamas nomás. ¿Por qué buscarle en los planetas? Globos son como el nuestro, iluminados por una estrella en cuyo torno giran. Jesús vino de donde vienen los pensamientos más profundos y el más remoto instinto. No descendió: emergió del océano sin fin del subconsciente; volvió a él, y ahí está, sereno y puro. Era y es un eón. El que se adentra osado en el abismo sin playas de sí mismo, con la luz del amor, ese le encuentra.
Jesús
Antonio Machado
En una tarde clara y amplia como el hastío, cuando su lanza blande el tórrido verano, copiaban el fantasma de un grave sueño mío mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano. La gloria del ocaso era un purpúreo espejo, era un cristal de llamas, que al infinito viejo iba arrojando el grave soñar en la llanura... Y yo sentí la espuela sonora de mi paso repercutir lejana en el sangriento ocaso, y más allá, la alegre canción de un alba pura.
Horizonte
Leopoldo María Panero
Sólo la nieve sabe la grandeza del lobo la grandeza de Satán vencedor de la piedra desnuda de la piedra desnuda que amenaza al hombre y que invoca en vano a Satán señor del verso, de ese agujero en la página por donde la realidad cae como agua muerta.
Himno a satán
Oscar Acosta
Los amantes se tienden en el lecho y suavemente van ocultando las palabras y los besos. Están desnudos como niños desvalidos y en sus sentidos se concentra el mundo. No hay luz y sombra para sus ojos apagados y la vida no tiene para ellos forma alguna. La hermosa cabellera de la mujer puede ser una rosa, el agua tibia o un surtidoe enamorado. El fuego es solamente un golpe oscuro. Los amantes están tendidos en el lecho.
Los amantes
Mario Meléndez
Soy el objeto que soy y a veces también soy otro y estoy lejos sentado en agua y tierra y en el eco de las lenguas ardientes Y duermo, sí, duermo la colosal aventura de la palabra humana acuchillada y ebria sangrante en el recuerdo de los muertos que parecieran venir de adentro y sollozaran al verme escribir sus nombres Y ahora, cuando sale de mi boca esa tonada de lluvia y sol mojado me recuesto por todas partes y respiro cicatrices y recojo las migajas que le sobran a mi alma y tengo frío y me despierto en medio de las rosas sin entender quien vive o ama todavía Por eso es que mi ombligo no tiene edad y sigo esperando el día de los besos perdidos aún cuando mis uñas no tienen ganas y mi cabeza está más triste y oscura que nunca aún cuando mis sueños son anónimos y mis huesos ya no encuentran el murmullo de los siglos Y vuelvo a deletrear cenizas y vuelvo a perseguir mi sombra y a este árbol que agoniza entre mis dedos lo enterraré conmigo y volaremos en espiral como los dientes de algún resorte y moriremos juntos, sin ataúd como las cuerdas de una guitarra olvidada y moriremos por siempre y será un premio un premio a nuestros pies y a nuestra médula un premio a nuestra antología de vidrio Y lloraremos gusanos y lloraremos ratas y lloraremos hormigas sin fecha y gatos de luto y lloraremos sonrisas en los ojos ajenos y negros bosques donde una flor se arrancará los cabellos Porque este cielo aún no me conoce aún no oye el acorde que llevo en los sesos no me conoce, y soy el objeto que soy y a veces también soy otro y estoy lejos y me extiendo por muros y calles y pueblo estrellas y dejo la luna en la mesa, sin avisar y me emborracho a la salud de nadie y me despierto en medio de las cruces con una vigilia de araña y con un beso dedicado a cada muerto y a cada muerto un abrazo y un latido de tumba y a cada muerto un suspiro un trozo de mi antiguo corazón que se derrama como un río de gemidos.
Vuelo subterráneo
Gerardo Diego
A Blas Taracena Era en Numancia, al tiempo que declina la tarde del agosto augusto y lento, Numancia del silencio y de la ruina, alma de libertad, trono del viento. La luz se hacía por momentos mina de transparencia y desvanecimiento, diafanidad de ausencia vespertina, esperanza, esperanza del portento. Súbito, ¿dónde?, un pájaro sin lira, sin rama, sin atril, canta, delira, flota en la cima de su fiebre aguda. Vivo latir de Dios nos goteaba, risa y charla de Dios, libre y desnuda. Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba.
Revelación
Federico García Lorca
¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero. ¿Quién me compraría a mí este cintillo que tengo y esta tristeza de hilo blanco, para hacer pañuelos? ¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero!
Es verdad
Francisco de la Torre
Sigo, silencio, tu estrellado manto, de transparentes lumbres guarnecido, enemiga del sol esclarecido, ave noturna de agorero canto. El falso mago Amor, con el encanto de palabras quebradas por olvido, convirtió mi razón y mi sentido, mi cuerpo no, por deshacelle en llanto. Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste la ocasión principal de mi tormento, por quien fui venturoso y desdichado, oye tú solo mi dolor, que al triste a quien persigue cielo violento no le está bien que sepa su cuidado.
Sigo silencio
Federico García Lorca
La rosa no buscaba la aurora: Casi eterna en su ramo buscaba otra cosa. La rosa no buscaba ni ciencia ni sombra: Confín de carne y sueño buscaba otra cosa. La rosa no buscaba la rosa: Inmóvil por el cielo ¡buscaba otra cosa!
Casida de la rosa
Gustavo Adolfo Bécquer
En la imponente nave del templo bizantino, vi la gótica tumba a la indecisa luz que temblaba en los pintados vidrios. Las manos sobre el pecho, y en las manos un libro, una mujer hermosa reposaba sobre la urna, del cincel prodigio. Del cuerpo abandonado, al dulce peso hundido, cual si de blanda pluma y raso fuera se plegaba su lecho de granito. De la sonrisa última el resplandor divino guardaba el rostro, como el cielo guarda del sol que muere el rayo fugitivo. Del cabezal de piedra sentados en el filo, don ángeles, el dedo sobre el labio, imponían silencio en el recinto. No parecía muerta; de los arcos macizos parecía dormir en la penumbra, y que en sueños veía el paraíso. Me acerqué de la nave al ángulo sombrío con el callado paso que llegamos junto a la cuna donde duerme un niño. La contemplé un momento, y aquel resplandor tibio, aquel lecho de piedra que ofrecía próximo al muro otro lugar vacío, en el alma avivaron la sed de lo infinito, el ansia de esa vida de la muerte para la que un instante son los siglos ... * Cansado del combate en que luchando vivo, alguna vez me acuerdo con envidia de aquel rincón oscuro y escondido. De aquella muda y pálida mujer me acuerdo y digo: ?¡Oh, qué amor tan callado, el de la muerte! ¡Qué sueño el del sepulcro, tan tranquilo!
Rima lxxvi
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Tal vez no ser es ser sin que tú seas, sin que vayas cortando el mediodía como una flor azul, sin que camines más tarde por la niebla y los ladrillos, sin esa luz que llevas en la mano que tal vez otros no verán dorada, que tal vez nadie supo que crecía como el origen rojo de la rosa, sin que seas, en fin, sin que vinieras brusca, incitante, a conocer mi vida, ráfaga de rosal, trigo del viento, y desde entonces soy porque tú eres, y desde entonces eres, soy y somos, y por amor seré, serás, seremos.
Cien sonetos de amor
Víctor Jiménez
Con la luna has llegado hasta el umbral sin que a tu voz ladraran mis mastines. Segura y fácilmente has abierto la puerta de mis ojos, como si siempre hubieran sido tuyos. Luego, en silencio -mientras iban cayendo una a una todas tus prendas en el suelo- el lóbrego pasillo que sube al corazón. Y, por fin, has entrado desnuda, como lumbre. Con las manos abiertas yo te esperaba en sombra, solo en la soledad de mi vigilia. Y encendiste la luz con sólo un beso.
Como lumbre
Pablo Neruda
Estuvo allí, un pesado fragmento fugitivo, cuando murió la nave la dejaron allí, sobre la arena, ella no tiene muerte: polvo de sal en su esqueleto, tiempo en la cruz de su esperanza, se fue oxidando como la herradura lejos de su caballa, cayó el olvido en su soberanía. La bondad de un amigo la levantó de la perdida arena y creyó de repente que el temblor de un navío la esperaba, que cadenas sonoras la esperaban y a la ola infinita, al trueno de los mares volvería. Atrás quedó la luz de Antofagasta,, ella iba por los mares pero herida, no iba atada a la proa, no resbalaba por el agua amarga. Iba, herida y dormida pasajera, iba hacia el Sur, errante pero muerta, no sentía su sangre, su corriente, no palpitaba al beso del abismo. Y al fin en San Antonio bajó, subió colinas, corrió un camión con ella, era en el mes de octubre, y orgullosa cruzó sin penetrarse el río, el reino de la primavera, el caudaloso aroma que se ciñe a la costa como la red sutil de la fragancia, como el vestido claro de la vida. En mi jardín reposa de las navegaciones frente al perdido océano que cortó como espada, y poco a poco las enredaderas subirán su frescura por los brazos de hierro, y alguna vez florecerán claveles en su sueño terrestre, porque llegó para dormir y ya no puedo restituirla al mar. Ya no navegará nave ninguna. Ya no anclará sino en mis duros sueños.
Oda al ancla
David Escobar Galindo
Por nómadas caminos secundarios se llega siempre al sur, piedras abajo, hasta encontrar los rastros del origen. En estas tierras bajas se aglomeran vestigios de extraviados manantiales, basureros gemelos del crepúsculo, serenas maquinarias desterradas, y también las familias de los dioses que como enjambres fértiles siguen goteando miel por las truncas proezas del enigma.
Por nómadas caminos
Miguel de Unamuno
Te da en la frente el sol de la mañana recién nacido, pálida doncella, misteriosa visión, fugaz estrella, que te derrites en la luz. Hermana de la que nace cuando la campana tocando a la oración doliente sella la fatiga de un día más, la mella que sume el alma en la mortal desgana. El alba y el ocaso cruzan manos, y así, a la silla de la reina, al día ya la noche, rendidos soberanos, Los llevan a enterrar. Triste sería que al despertar de nuestros sueños varios luz y sombra lucharán a porfía.
Te da en la frente el sol de la mañana
Dina Posada
Pronto se romperá la cadencia que sostienen mis días lunares encanecerán mis venas mi talle tendrá voz de verano acabado cálidos destellos llevarán el paso a mis horas —no agobies el gesto mi universo rebasa los límites de mi cuerpo— Despéñate en el tiempo que me bebe muerde esta vida que me corre sin freno reparte tus dedos en la plenitud de mi tacto La lumbre de mi lento atardecer será faro de recios brazos en las arrugas de tu aliento
Climaterio
Nicanor Parra
LA POESÍA MORIRÁ SI NO SE LA OFENDE hay que poseerla y humillarla en público después se verá lo que se hace
La poesía morirá
Manuel Machado
FLORES A Ramón del Valle Inclán Antonio, en los acentos de Cleopatra encantado, la copa de oro olvida que está de néctar llena. Y, creyente en los sueños que evoca la sirena, toda en los ojos tiene su alma de soldado. La reina, hoja tras hoja, deshojando sus flores, en la copa de Antonio las deja dulcemente... Y prosigue su cuento de batallas y amores, aprendido en las magas tradiciones de Oriente... Detiénese... Y Antonio ve su copa olvidada... Mas pone ella la mano sobre el borde de oro, y, sonriendo, lenta hacia sí la retira... Después, siempre a los ojos del guerrero asomada, sella sus gruesos labios con un beso sonoro... Y da la copa a un siervo, que la bebe y expira...
Oriente
Baltasar del Alcázar
Si a vuestra voluntad yo soy de cera, ¿cómo se compadece que a la mía vengáis a ser de piedra dura y fría? De tal desigualdad, ¿qué bien se espera? Ley es de amor querer a quien os quiera, y aborrecerle, ley de tiranía: mísera fue, señora, la osadía que os hizo establecer ley tan severa. Vuestros tengo riquísimos despojos, a fuerza de mis brazos granjeados: que vos, nunca rendírmelos quisistis; y pues Amor y esos divinos ojos han sido en el delito los culpados, romped la injusta ley que establecistis.
Si a vuestra voluntad yo soy de cera
Lope de Vega
Yo me muero de amor, que no sabía, aunque diestro en amar cosas del suelo, que no pensaba yo que amor del cielo con tal rigor las almas encendía. Si llama la moral filosofía deseo de hermosura a amor, recelo que con mayores ansias me desvelo cuanto es más alta la belleza mía. Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante! ¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros, qué tiempo que perdí como ignorante! Mas yo os prometo agora de pagaros con mil siglos de amor cualquiera instante que por amarme a mí dejé de amaros.
Yo me muero de amor
Bertolt Brecht
Pero chiquilla, te recomiendo algo de seducción en los grititos: carnal me gusta el alma y con alma la carne. La castidad no puede rebajar la lujuria; si estuviese hambriento me gustaría saciarme. Me apetece que la virtud tenga trasero y que el trasero tenga sus virtudes. Desde que el dios aquel cabalgó al cisne a más de una chica le da miedo, aunque también sufra con gusto que él se aferre al canto del cisne.
Lección de amor
Amado Nervo
Como duerme la chispa en el guijarro y la estatua en el barro, en ti duerme la divinidad. Tan sólo en un dolor constante y fuerte al choque, brota de la piedra inerte el relámpago de la deidad. No te quejes, por tanto, del destino, pues lo que en tu interior hay de divino sólo surge merced a él. Soporta, si es posible, sonriendo, la vida que el artista va esculpiendo, el duro choque del cincel. ¿Qué importan para ti las horas malas, si cada hora en tus nacientes alas pone una pluma bella más? Ya verás al cóndor en plena altura, ya verás concluida la escultura, ya verás, alma, ya verás...
Deidad
José María Hinojosa
A Luis Buñuel Los árboles negros, cruzan sus ramas, pidiendo un poco de agua. Los árboles negros, clavan su mirada, en el cielo. A los árboles negros, no les cae agua, y casi secos, fijan sus ojos en la tierra sin jugo y sin aliento.
Sequía
Mario Benedetti
Mi táctica es mirarte aprender como sos quererte como sos mi táctica es hablarte y escucharte construir con palabras un puente indestructible mi táctica es quedarme en tu recuerdo no sé cómo ni sé con qué pretexto pero quedarme en vos mi táctica es ser franco y saber que sos franca y que no nos vendamos simulacros para que entre los dos no haya telón ni abismos mi estrategia es en cambio más profunda y más simple mi estrategia es que un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites.
Táctica y estrategia
Federico García Lorca
El remanso del aire bajo la rama del eco. El remanso del agua bajo fronda de luceros. El remanso de tu boca bajo espesura de besos.
Variación
Rafael Alberti
Por las calles, ¿quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Tonto llovido del cielo, del limbo, sin un ochavo. Mal pollito colipavo, sin plumas, digo, sin pelo. ¡Pío-pic!, pica, y al vuelo todos le pican a él. ¿Quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Tan campante, sin carrera, no imperial, sí tomatero, grillo tomatero, pero sin tomate en la grillera. Canario de la fresquera, no de alcoba o mirabel. ¿Quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Tontaina tonto del higo, rodando por las esquinas bolas, bolindres, pamplinas y pimientos que no digo. Mas nunca falta un amigo que le mendigue un clavel. ¿Quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Patos con gafas, en fila, lo raptarán tontamente en la berlina inconsciente de San Jinojito el lila. ¿Qué runrún, qué retahíla sube el cretino eco fiel? ¡Oh, oh, pero si es aquél el tonto de Rafael!
El tonto de rafael
Meira Delmar
Porque nació frente al alba y en el sitio de la brisa, le dieron un nombre claro de flor o de lluvia fina. Un nombre para decirlo en medio de la sonrisa, enamorados los ojos y el corazón: ¡Barranquilla! Porque nació frente al alba ¡y el alba es buena madrina! Con lino de sol y sombra tejieron años los días y una mañana sin nubes despertó moza la niña. Con los cabellos al viento, la dulce piel encendida, y el andar sin descanso tal aire de gallardía que el alma de las palmeras arrodillóse vencida... Porque nació frente al alba ¡y el alba es buena madrina! Breves jazmines alados -casi de luz detenida- crecen con gracia delgada cuando sus pasos atisban... La tarde cuida su gozo, la noche su sueño cuida, y ella se viste con seda de flores amanecidas sobre la cumbre del árbol tan solo para vestirla... Seda dorada del roble con hebras de melodía, seda de la acacia roja, seda de las campanillas que tienen fugaz el aire y como el aire palpitan... Rodea sus altas sienes un vuelo de golondrinas y abre jacintos de oro su diestra mano clarísima. Porque nació frente al alba ¡Y el alba es buena madrina! El mar de gritos azules, el mar del habla encendida, le trae canciones remotas y barcas de otras orillas. El río, tenaz viajero, con largo asombro la mira, y le regala blancura de garzas estremecidas que suben a la comarca donde la estrella se inicia. Y el viento pirata, el viento de clara estirpe marina, le ciñe el talle redondo con brazos de lejanía, ¡y se la lleva consigo donde la tierra limita con el batir de campanas de la triunfal alegría! Porque nació frente al alba, y porque el alba madrina, le dio aquel nombre que pide, para decirlo, sonrisa... El nombre que puede ser de flor o de lluvia fina, y que también lleva el Ángel de júbilo: ¡Barranquilla!
Romance de barranquilla
Félix María de Samaniego
Estaba un ratoncillo aprisionado en las garras de un león; el desdichado en la tal ratonera no fue preso por ladrón de tocino ni de queso, sino porque con otros molestaba al león, que en su retiro descansaba. Pide perdón, llorando su insolencia; al oír implorar la real clemencia, responde el rey en majestuoso tono —no dijera más Tito—: «Te perdono». Poco después cazando el león tropieza en una red oculta en la maleza: quiere salir, mas queda prisionero; atronando la selva ruge fiero. El libre ratoncillo, que lo siente, corriendo llega: roe diligente los nudos de la red de tal manera, que al fin rompió los grillos de la fiera. Conviene al poderoso para los infelices ser piadoso; tal vez se puede ver necesitado del auxilio de aquel más desdichado.
El león y el ratón
Gabriela Mistral
Por que duermas, hijo mío, el ocaso no arde más: no hay más brillo que el rocío, más blancura que mi faz. Por que duermas, hijo mío, el camino enmudeció: nadie gime sino el río; nada existe sino yo. Se anegó de niebla el llano. Se encongió el suspiro azul. Se ha posado como mano sobre el mundo la quietud. Yo no sólo fui meciendo a mi niño en mi cantar: a la Tierra iba durmiendo el vaivén del acunar...
La noche
Rubén Darío
El varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís, está con un rudo y torvo animal, bestia temerosa, de sangre y de robo, las fauces de furia, los ojos de mal: el lobo de Gubbia, el terrible lobo, rabioso, ha asolado los alrededores; cruel ha deshecho todos los rebaños; devoró corderos, devoró pastores, y son incontables sus muertes y daños. Fuertes cazadores armados de hierros fueron destrozados. Los duros colmillos dieron cuenta de los más bravos perros, como de cabritos y de corderillos. Francisco salió: al lobo buscó en su madriguera. Cerca de la cueva encontró a la fiera enorme, que al verle se lanzó feroz contra él. Francisco, con su dulce voz, alzando la mano, al lobo furioso dijo: ?¡Paz, hermano lobo! El animal contempló al varón de tosco sayal; dejó su aire arisco, cerró las abiertas fauces agresivas, y dijo: ?¡Está bien, hermano Francisco! ¡Cómo! ?exclamó el santo?. ¿Es ley que tú vivas de horror y de muerte? ¿La sangre que vierte tu hocico diabólico, el duelo y espanto que esparces, el llanto de los campesinos, el grito, el dolor de tanta criatura de Nuestro Señor, no han de contener tu encono infernal? ¿Vienes del infierno? ¿Te ha infundido acaso su rencor eterno Luzbel o Belial? Y el gran lobo, humilde: ?¡Es duro el invierno, y es horrible el hambre! En el bosque helado no hallé qué comer; y busqué el ganado, y en veces comí ganado y pastor. ¿La sangre? Yo vi más de un cazador sobre su caballo, llevando el azor al puño; o correr tras el jabalí, el oso o el ciervo; y a más de uno vi mancharse de sangre, herir, torturar, de las roncas trompas al sordo clamor, a los animales de Nuestro Señor. Y no era por hambre, que iban a cazar. Francisco responde: ?En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste. Mas el alma simple de la bestia es pura. Tú vas a tener desde hoy qué comer. Dejarás en paz rebaños y gente en este país. ¡Que Dios melifique tu ser montaraz! ?Está bien, hermano Francisco de Asís. ?Ante el Señor, que todo ata y desata, en fe de promesa tiéndeme la pata. El lobo tendió la pata al hermano de Asís, que a su vez le alargó la mano. Fueron a la aldea. La gente veía y lo que miraba casi no creía. Tras el religioso iba el lobo fiero, y, baja la testa, quieto le seguía como un can de casa, o como un cordero. Francisco llamó la gente a la plaza y allí predicó. Y dijo: ?He aquí una amable caza. El hermano lobo se viene conmigo; me juró no ser ya vuestro enemigo, y no repetir su ataque sangriento. Vosotros, en cambio, daréis su alimento a la pobre bestia de Dios. ?¡Así sea!, contestó la gente toda de la aldea. Y luego, en señal de contentamiento, movió testa y cola el buen animal, y entró con Francisco de Asís al convento. * Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo en el santo asilo. Sus bastas orejas los salmos oían y los claros ojos se le humedecían. Aprendió mil gracias y hacía mil juegos cuando a la cocina iba con los legos. Y cuando Francisco su oración hacía, el lobo las pobres sandalias lamía. Salía a la calle, iba por el monte, descendía al valle, entraba en las casas y le daban algo de comer. Mirábanle como a un manso galgo. Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, desapareció, tornó a la montaña, y recomenzaron su aullido y su saña. Otra vez sintióse el temor, la alarma, entre los vecinos y entre los pastores; colmaba el espanto los alrededores, de nada servían el valor y el arma, pues la bestia fiera no dio treguas a su furor jamás, como si tuviera fuegos de Moloch y de Satanás. Cuando volvió al pueblo el divino santo, todos lo buscaron con quejas y llanto, y con mil querellas dieron testimonio de lo que sufrían y perdían tanto por aquel infame lobo del demonio. Francisco de Asís se puso severo. Se fue a la montaña a buscar al falso lobo carnicero. Y junto a su cueva halló a la alimaña. ?En nombre del Padre del sacro universo, conjúrote ?dijo?, ¡oh lobo perverso!, a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal? Contesta. Te escucho. Como en sorda lucha, habló el animal, la boca espumosa y el ojo fatal: ?Hermano Francisco, no te acerques mucho... Yo estaba tranquilo allá en el convento; al pueblo salía, y si algo me daban estaba contento y manso comía. Mas empecé a ver que en todas las casas estaban la Envidia, la Saña, la Ira, y en todos los rostros ardían las brasas de odio, de lujuria, de infamia y mentira. Hermanos a hermanos hacían la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, hembra y macho eran como perro y perra, y un buen día todos me dieron de palos. Me vieron humilde, lamía las manos y los pies. Seguía tus sagradas leyes, todas las criaturas eran mis hermanos: los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos. Y así, me apalearon y me echaron fuera. Y su risa fue como un agua hirviente, y entre mis entrañas revivió la fiera, y me sentí lobo malo de repente; mas siempre mejor que esa mala gente. y recomencé a luchar aquí, a me defender y a me alimentar. Como el oso hace, como el jabalí, que para vivir tienen que matar. Déjame en el monte, déjame en el risco, déjame existir en mi libertad, vete a tu convento, hermano Francisco, sigue tu camino y tu santidad. El santo de Asís no le dijo nada. Le miró con una profunda mirada, y partió con lágrimas y con desconsuelos, y habló al Dios eterno con su corazón. El viento del bosque llevó su oración, que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...
Los motivos del lobo
Pablo Neruda
ALLÍ germinaban los toquis. De aquellas negras humedades, de aquella lluvia fermentada en la copa de los volcanes salieron los pechos augustos, las claras flechas vegetales, los dientes de piedra salvaje, los pies de estaca inapelable, la glacial unidad del agua. Arauco fue un útero frío, hecho de heridas, machacado por el ultraje, concebido entre las ásperas espinas, arañado en los ventisqueros, protegido por las serpientes. Así la tierra extrajo al hombre. Creció como una fortaleza. Nació de la sangre agredida. Amontonó su cabellera como un pequeño puma rojo y los ojos de piedra dura brillaban desde la materia como fulgores implacables salidos de la cacería.
Surgen los hombres
Mario Meléndez
Y el gusano mordió mi cuerpo y dando gracias lo repartió entre los suyos diciendo "Hermanos este es el cuerpo de un poeta tomad y comed todos de él pero hacedlo con respeto cuidad de no dañar sus cabellos o sus ojos o sus labios los guardaremos como reliquia y cobraremos entrada por verlos" Mientras esto ocurría algunos arreglaban las flores otros medían la hondura de la fosa y los más osados insultaban a los deudos o simplemente dormían a la sombra de un espino Pero una vez acabado el banquete el mismo gusano tomó mi sangre y dando gracias también la repartió entre los suyos diciendo "Hermanos esta es la sangre de un poeta sangre que será entregada a vosotros para el regocijo de vuestras almas bebamos todos hasta caer borrachos y recuerden el último en quedar de pie reunirá los restos del difunto" Y el último en quedar de pie no solamente reunió los restos del difunto los ojos, los labios, los cabellos y una parte apreciable del estómago y los muslos que no fueron devorados junto con las ropas y uno que otro objeto de valor sino que además escribió con sangre con la misma sangre derramada escribió sobre la lápida "Aquí yace Mario Meléndez un poeta las palabras no vinieron a despedirlo desde ahora los gusanos hablaremos por él"
La última cena
Marilina Rébora
«La única tristeza» —insinúa Clotilde— «es la de no ser santo», añadiendo, «aquí abajo». ¿Pues no basta, me digo, un corazón humilde ni el espíritu hecho a piadoso trabajo? ¿Tampoco es suficiente tolerar la injusticia, eludir el halago con natural modestia, desconocer a un tiempo altivez y codicia o cumplir los deberes sin acusar molestia? No; que el ser sobrehumano, aquel que a sí renuncia, el mismo que se niega y carga con su cruz, el que calla dolores y alegrías anuncia para alentar al prójimo con el amor debido, es el que alcanza —único— áureo nimbo de luz, el santo que Clotilde lamenta no haber sido.
Clotilde, en la mujer pobre de león bloy
Mario Benedetti
No lo creo todavía estás llegando a mi lado y la noche es un puñado de estrellas y de alegría palpo gusto escucho y veo tu rostro tu paso largo tus manos y sin embargo todavía no lo creo tu regreso tiene tanto que ver contigo y conmigo que por cábala lo digo y por las dudas lo canto nadie nunca te reemplaza y las cosas más triviales se vuelven fundamentales porque estás llegando a casa sin embargo todavía dudo de esta buena suerte porque el cielo de tenerte me parece fantasía pero venís y es seguro y venís con tu mirada y por eso tu llegada hace mágico el futuro y aunque no siempre he entendido mis culpas y mis fracasos en cambio sé que en tus brazos el mundo tiene sentido y si beso la osadía y el misterio de tus labios no habrá dudas ni resabios te querré más todavía.
Todavía
Mario Benedetti
Cuando uno se enamora las cuadrillas del tiempo hacen escala en el olvido la desdicha se llena de milagros el miedo se convierte en osadía y la muerte no sale de su cueva enamorarse es un presagio gratis una ventana abierta al árbol nuevo una proeza de los sentimientos una bonanza casi insoportable y un ejercicio contra el infortunio por el contrario desenamorarse es ver el cuerpo como es y no como la otra mirada lo inventaba es regresar más pobre al viejo enigma y dar con la tristeza en el espejo.
Enamorarse y no
Pablo Neruda
He vencido al ángel del sueño, el funesto alegórico: su gestión insistía, su denso paso llega envuelto en caracoles y cigarras, marino, perfumado de frutos agudos. Es el viento que agita los meses, el silbido de un tren, el paso de la temperatura sobre el lecho, un opaco sonido de sombra que cae como trapo en lo interminable, una repetición de distancias, un vino de color confundido, un paso polvoriento de vacas bramando. A veces su canasto negro cae en mi pecho, sus sacos de dominio hieren mi hombro, su multitud de sal, su ejército entreabierto recorren y revuelven las cosas del cielo: él galopa en la respiración y su paso es de beso: su salitre seguro planta en los párpados con vigor esencial y solemne propósito: entra en lo preparado como un dueño: su substancia sin ruido equipa de pronto, su alimento profético propaga tenazmente. Reconozco a menudo sus guerreros, sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones, y su necesidad de espacio es tan violenta que baja hasta mi corazón a buscarlo: él es el propietario de las mesetas inaccesibles, él baila con personajes trágicos y cotidianos: de noche rompe mi piel su ácido aéreo y escucho en mi interior temblar su instrumento. Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas, sueños cuyos latidos me quebrantan: su material de alfombra piso en silencio, su luz de amapola muerdo con delirio. Cadáveres dormidos que a menudo danzan asidos al peso de mi corazón, qué ciudades opacas recorremos! Mi pardo corcel de sombra se agiganta, y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras gastadas, sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball, del viento ceñidos pasamos: y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo, los pájaros, las campanas conventuales, los cometas: aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento, ése tal vez nos vio pasar centelleando. Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles, en un desmantelado buque prófugo, lejos, amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel: la medianoche ha llegado y un gong de muerte golpea en torno mío como el mar. Hay en la boca el sabor, la sal del dormido. Fiel como una condena, a cada cuerpo la palidez del distrito letárgico acude: una sonrisa fría, sumergida, unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores, una respiración que sordamente devora fantasmas. En esa humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa, cerrada como una bodega, el aire es criminal: las paredes tienen un triste color de cocodrilo, una contextura de araña siniestra: se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto: las uvas negras inmensas, repletas, cuelgan de entre las ruinas como odres: oh Capitán, en nuestra hora de reparto abre los mudos cerrojos y espérame: allí debemos cenar vestidos de luto: el enfermo de malaria guardará las puertas. Mi corazón, es tarde y sin orillas, el día, como un pobre mantel puesto a secar, oscila rodeado de seres y extensión: de cada ser viviente hay algo en la atmósfera: mirando mucho el aire aparecerían mendigos, abogados, bandidos, carteros, costureras, y un poco de cada oficio, un resto humillado quiere trabajar su parte en nuestro interior. Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia, conquistado, sin duda, por lo vespertino.
Colección nocturna
José de Espronceda
El estandarte ved que en Ceriñola el gran Gonzalo desplegó triunfante, la noble enseña ilustre y española que al indio domeñó y al mar de Atlante; regio pendón que al aire se tremola, don de CRISTINA, enseña relumbrante, verla podremos en la lid reñida rasgada sí, pero jamás vencida.
Octava real
Vicente Aleixandre
En volandas, como si no existiera el avispero, aquí me tienes con los ojos desnudos, ignorando las piedras que lastiman, ignorando la misma suavidad de la muerte. ¿Te acuerdas? He vivido dos siglos, dos minutos, sobre un pecho latiente, he visto golondrinas de plomo triste anidadas en ojos y una mejilla rota por una letra. La soledad de lo inmenso mientras media la capacidad de una gota. Hecho pura memoria, hecho aliento de pájaro, he volado sobre los amaneceres espinosos, sobre lo que no puede tocarse con las manos. Un gris, un polvo gris parado impediría siempre el beso sobre la tierra, sobre la única desnudez que yo amo, y de mi tos caída como una pieza no se esperaría un latido, sino un adiós yacente. Lo yacente no sabe. Se pueden tener brazos abandonados. Se pueden tener unos oídos pálidos que no se apliquen a la corteza ya muda. Se puede aplicar la boca a lo irremediable. Se puede sollozar sobre el mundo ignorante. Como una nube silenciosa yo me elevaré de mí mismo. Escúchame. Soy la avispa imprevista. Soy esa elevación a lo alto que como un ojo herido se va a clavar en el azul indefenso. Soy esa previsión triste de no ignorar todas las venas, de saber cuándo, cuándo la sangre pasa por el corazón y cuándo la sonrisa se entreabre estriada. Todos los aires azules... No. Todos los aguijones dulces que salen de las manos, todo ese afán de cerrar párpados, de echar oscuridad o sueño, de soplar un olvido sobre las frentes cargadas, de convertirlo todo en un lienzo sin sonido, me transforma en la pura brisa de la hora, en ese rostro azul que no piensa, en la sonrisa de la piedra, en el agua que junta los brazos mudamente. En ese instante último en que todo lo uniforme pronuncia la palabra: ACABA.
Acaba
Gerardo Diego
Sonidos y perfumes, Claudio Aquiles, giran al aire de la noche hermosa. Tú sabes dónde yerra un son de rosa, una fragancia rara de añafiles con sordina, de crótalos sutiles y luna de guitarras. Perezosa tu orquesta, mariposa a mariposa, hasta noventa te abren sus atriles. Iberia, Andalucía, España en sueños, lentas Granadas, frágiles Sevillas, Giraldas tres por ocho, altas Comares. Y metales en flor, celestes leños elevan al nivel de las mejillas lágrimas de claveles y azahares.
A c. A. Debussy
Dulce María Loynaz
Los juegos de agua brillan a la luz de la luna como si fueran largos collares de diamantes: Los juegos de agua ríen en la sombra...Y se enlazan y cruzan y cintilan dibujando radiantes garabatos de estrellas... Hay que apretar el agua para que suba fina y alta...Un temblor de espumas la deshace en el aire; la vuelve a unir...desciende luego, abriéndose en lentos abanicos de plumas... Pero no irá muy lejos...Esta es agua sonámbula que baila y que camina por el filo de un sueño, transida de horizontes en fuga, de paisajes que no existen...Soplada por un grifo pequeño. ¡Agua de siete velos desnudándote y nunca desnuda! ¡Cuándo un chorro tendrás que rompa el broche de mármol que te ciñe, y al fin por un instante alcance a traspasar como espada, la Noche!
Juegos de agua
Luis de Góngora
Ícaro de bayeta, si de pino Cíclope no, tamaño como el rollo, ¿Volar quieres con alas a lo pollo, Estando en cuatro pies a lo pollino? ¿Qué Dédalo te induce peregrino A coronar de nubes el meollo, Si las ondas que el Betis de su escollo Desata han de infamar tu desatino? No des más cera al Sol, que es bobería, Funeral avestruz, máquina alada, Ni alimentes gacetas en Europa. Aguarda a la ciudad, que a mediodía, Si mase Duelo no en capirotada, La servirá mase Bochorno en sopa.
Al túmulo de écija
Federico García Lorca
Cuando sale la luna se pierden las campanas y aparecen las sendas impenetrables. Cuando sale la luna, el mar cubre la tierra y el corazón se siente isla en el infinito. Nadie come naranjas bajo la luna llena. Es preciso comer fruta verde y helada. Cuando sale la luna de cien rostros iguales, la moneda de plata solloza en el bolsillo.
La luna asoma
Antonio Machado
La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma quieta, ha de tener su marmol y su día, su infalible mañana y su poeta. En vano ayer engendrará un mañana vacío y por ventura pasajero. Será un joven lechuzo y tarambana, un sayón con hechuras de bolero, a la moda de Francia realista un poco al uso de París pagano y al estilo de España especialista en el vicio al alcance de la mano. Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza, aún tendrá luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras; florecerán las barbas apostólicas, y otras calvas en otras calaveras brillarán, venerables y católicas. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero, la sombra de un lechuzo tarambana, de un sayón con hechuras de bolero; el vacuo ayer dará un mañana huero. Como la náusea de un borracho ahíto de vino malo, un rojo sol corona de heces turbias las cumbres de granito; hay un mañana estomagante escrito en la tarde pragmática y dulzona. Mas otra España nace, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza. Una España implacable y redentora, España que alborea con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea.
El mañana efímero
Gabriela Mistral
Le he encontrado en el sendero. No turbó su ensueño el agua ni se abrieron más las rosas; abrió el asombro mi alma. ¡Y una pobre mujer tiene su cara llena de lágrimas! Llevaba un canto ligero en la boca descuidada, y al mirarme se le ha vuelto grave el canto que entonaba. Miré la senda, la hallé extraña y como soñada. ¡Y en el alba de diamante tuve mi cara con lágrimas! Siguió su marcha cantando y se llevó mis miradas... Detrás de él no fueron más azules y altas las salvias. ¡No importa! Quedó en el aire estremecida mi alma. ¡Y aunque ninguno me ha herido tengo la cara con lágrimas! Esta noche no ha velado como yo junto a la lámpara; como él ignora, no punza su pecho de nardo mi ansia; pero tal vez por su sueño pase un olor de retamas, ¡porque una pobre mujer tiene su cara con lágrimas! Iba sola y no temía; con hambre y sed no lloraba; desde que lo vi cruzar, mi Dios me vistió de llagas. Mi madre en su lecho reza por mí su oración confiada. Pero ¡yo tal vez por siempre tendré mi cara con lágrimas!
El encuentro
Infantiles
¡Qué miedo el azul del cielo! ¡Negro! ¡Negro de día, en agosto! ¡Qué miedo! ¡Qué espanto en la siesta azul! ¡Negro! ¡Negro en las rosas y el río! ¡Qué miedo! ¡Negro, de día, en mí tierra -¡negro!- sobre las paredes blancas! ¡Qué miedo!
Trascielo del cielo azul
Roque Dalton
Y sin embargo, amor, a través de las lágrimas, yo sabía que al fin iba a quedarme desnudo en la ribera de la risa. Aquí, hoy, digo: siempre recordaré tu desnudez en mis manos, tu olor a disfrutada madera de sándalo clavada junto al sol de la mañana; tu risa de muchacha, o de arroyo, o de pájaro; tus manos largas y amantes como un lirio traidor a sus antiguos colores; tu voz, tus ojos, lo de abarcable en ti que entre mis pasos pensaba sostener con las palabras. Pero ya no habrá tiempo de llorar. Ha terminado la hora de la ceniza para mi corazón. Hace frío sin ti, pero se vive.
Y sin embargo, amor
Luis de Góngora
Prisión del nácar era articulado De mi firmeza un émulo luciente, Un dïamante, ingenïosamente En oro también él aprisionado. Clori, pues, que a su dedo apremïado De metal aun precioso no consiente, Gallarda un día, sobre impacïente, Lo redimió del vínculo dorado. Mas ay, que insidïoso latón breve En los cristales de su bella mano Sacrílego divina sangre bebe: Púrpura ilustró menos indïano Marfil; invidïosa sobre nieve, Claveles deshojó la Aurora en vano.
De una dama
Antonio Fernández Lera
Crear el habitáculo propicio para la recepción de lo sublime. Reservar un espacio para la música inaudita, paraíso del tiempo. Contener el aliento ante la perspectiva inalcanzable y ser capaces de seguir viviendo.
Poema kantiano: instrucciones
Gabriel Celaya
Iban los dos vestidos con descaro —minifalda, melenas— cogidos de la mano, tan jóvenes que casi daban miedo, tan absortos en un cero que, aunque no se veían, les unía absolutos algo fieramente puro. Iban a cualquier parte cogidos de la mano. Se amaban sin tristeza, ni alegría, ni nada. Y a veces se miraban, pero no se veían. Y luego se sentaban en un banco cualquiera. Pero no se veían. Ella era muy bonita; parecía aturdida; él, feroz y esmirriado. No hablaban. No tenían ya nada que decirse. Ya no se deseaban. Pero seguían juntos, cogidos de la mano, frente a algo que espantaba. Mientras el transistor seguía sonando.
Una pareja perdida
Luis de Góngora
Un culto Risco en venas hoy suaves Concetüosamente se desata, Cuyo néctar, no ya líquida plata, Hace canoras aun las piedras graves. Tú, pues, que el pastoral cayado sabes Con mano administrar al cielo grata, De vestir, digno, manto de escarlata, Y de heredar a Pedro en las dos llaves, Éste, si numeroso dulce, escucha, Torrente, que besar desea la playa De tus ondas, oh mar, siempre serenas. Si armonïoso leño silva mucha Atraer pudo, vocal Risco atraya un Mar, dones hoy todo a sus arenas.
A don fray diego de mardones
Luis de Góngora
Pisó las calles de Madrid el fiero Monóculo galán de Galatea, Y cual suele tejer bárbara aldea Soga de gozques contra forastero, Rígido un bachiller, otro severo, (Crítica turba al fin, si no pigmea) Su diente afila y su veneno emplea En el disforme cíclope cabrero. A pesar del lucero de su frente, Le hacen oscuro, y él en dos razones, Que en dos truenos libró de su Occidente: «Si quieren», respondió, «los pedantones Luz nueva en hemisferio diferente, Den su memorïal a mis calzones».
De los que censuraron su polifemo
Pablo Neruda
De cuando en cuando soy feliz!, opiné delante de un sabio que me examinó sin pasión y me demostró mis errores. Tal vez no había salvación para mis dientes averiados, uno por uno se extraviaron los pelos de mi cabellera: mejor era no discutir sobre mi tráquea cavernosa: en cuanto al cauce coronario estaba lleno de advertencias como el hígado tenebroso que no me servia de escudo o este riñón conspirativo. Y con mi próstata melancólica y los caprichos de mi uretra me conducían sin apuro a un analítico final. Mirando frente a frente al sabio sin decidirme a sucumbir le mostré que podía ver, palpar, oír y padecer en otra ocasión favorable. Y que me dejara el placer de ser amado y de querer: me buscaría algún amor por un mes o por una semana o por un penúltimo día. El hombre sabio y desdeñoso me miró con la indiferencia de los camellos por la luna y decidió orgullosamente olvidarse de mi organismo. Desde entonces no estoy seguro de si yo debo obedecer a su decreto de morirme o si debo sentirme bien como mi cuerpo me aconseja. Y en esta duda yo no sé si dedicarme a meditar o alimentarme de claveles.
Sin embargo me muevo
Jaime Sabines
PRIMERA PARTE I Déjame reposar, aflojar los músculos del corazón y poner a dormitar el alma para poder hablar, para poder recordar estos días, los más largos del tiempo. Convalecemos de la angustia apenas y estamos débiles, asustadizos, despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño para verte en la noche y saber que respiras. Necesitamos despertar para estar más despiertos en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos. Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas, por eso es que este hachazo nos sacude. Nunca frente a tu muerte nos paramos a pensar en la muerte, ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría. No lo sabemos bien, pero de pronto llega un incesante aviso, una escapada espada de la boca de Dios que cae y cae y cae lentamente. Y he aquí que temblamos de miedo, que nos ahoga el llanto contenido, que nos aprieta la garganta el miedo. Nos echamos a andar y no paramos de andar jamás, después de medianoche, en ese pasillo del sanatorio silencioso donde hay una enfermera despierta de ángel. Esperar que murieras era morir despacio, estar goteando del tubo de la muerte, morir poco, a pedazos. No ha habido hora más larga que cuando no dormías, ni túnel más espeso de horror y de miseria que el que llenaban tus lamentos, tu pobre cuerpo herido. II Del mar, también del mar, de la tela del mar que nos envuelve, de los golpes del mar y de su boca, de su vagina obscura, de su vómito, de su pureza tétrica y profunda, vienen la muerte, Dios, el aguacero golpeando las persianas, la noche, el viento. De la tierra también, de las raíces agudas de las casas, del pie desnudo y sangrante de los árboles, de algunas rocas viejas que no pueden moverse, de lamentables charcos, ataúdes del agua, de troncos derribados en que ahora duerme el rayo, y de la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo, viene Dios, el manco de cien manos, ciego de tantos ojos, dulcísimo, impotente. (Omniausente, lleno de amor, el viejo sordo, sin hijos, derrama su corazón en la copa de su vientre.) De los huesos también, de la sal más entera de la sangre, del ácido más fiel, del alma más profunda y verdadera, del alimento más entusiasmado, del hígado y del llanto, viene el oleaje tenso de la muerte, el frío sudor de la esperanza, y viene Dios riendo. Caminan los libros a la hoguera. Se levanta el telón: aparece el mar. (Yo no soy el autor del mar.) III Siete caídas sufrió el elote de mi mano antes de que mi hambre lo encontrara, siete veces mil veces he muerto y estoy risueño como en el primer día. Nadie dirá: no supo de la vida más que los bueyes, ni menos que las golondrinas. Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro, hijo de Dios desmemoriado, hermano del viento. ¡A la chingada las lágrimas!,dije, y me puse a llorar como se ponen a parir. Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras, las mujeres, el tiempo, me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba (si es que tengo una tumba algún día). Me gusta mi rosal de cera en el jardín que la noche visita. Me gustan mis abuelos de Totomoste y me gustan mis zapatos vacíos esperándome como el día de mañana. ¡A la chingada la muerte!, dije, sombra de mi sueño, perversión de los ángeles, y me entregué a morir como una piedra al río, como un disparo al vuelo de los pájaros. IV Vamos a hablar del Príncipe Cáncer, Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata, que se divierte arrojando dardos a los ovarios tersos, a las vaginas mustias, a las ingles multitudinarias. Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer en la raíz del cuello, sobre la subclavia, tubérculo del bueno de Dios, ampolleta de la buena muerte, y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo. El Señor Cáncer, El Señor Pendejo, es sólo un instrumento en las manos obscuras de los dulces personajes que hacen la vida. En las cuatro gavetas del archivero de madera guardo los nombres queridos, la ropa de los fantasmas familiares, las palabras que rondan y mis pieles sucesivas. También están los rostros de algunas mujeres los ojos amados y solos y el beso casto del coito. Y de las gavetas salen mis hijos. ¡Bien haya la sombra del árbol llegando a la tierra, porque es la luz que llega! V De las nueve de la noche en adelante, viendo televisión y conversando estoy esperando la muerte de mi padre. Desde hace tres meses, esperando. En el trabajo y en la borrachera, en la cama sin nadie y en el cuarto de niños, en su dolor tan lleno y derramado, su no dormir, su queja y su protesta, en el tanque de oxígeno y las muelas del día que amanece, buscando la esperanza. Mirando su cadáver en los huesos que es ahora mi padre, e introduciendo agujas en las escasas venas, tratando de meterle la vida, de soplarle en la boca el aire... (Me avergüenzo de mí hasta los pelos por tratar de escribir estas cosas. ¡Maldito el que crea que esto es un poema!) Quiero decir que no soy enfermero, padrote de la muerte, orador de panteones, alcahuete, pinche de Dios, sacerdote de penas. Quiero decir que a mí me sobre el aire... VI Te enterramos ayer. Ayer te enterramos. Te echamos tierra ayer. Quedaste en la tierra ayer. Estás rodeado de tierra desde ayer. Arriba y abajo y a los lados por tus pies y por tu cabeza está la tierra desde ayer. Te metimos en la tierra, te tapamos con tierra ayer. Perteneces a la tierra desde ayer. Ayer te enterramos en la tierra, ayer. VII Madre generosa de todos los muertos, madre tierra, madre, vagina del frío, brazos de intemperie, regazo del viento, nido de la noche, madre de la muerte, recógelo, abrígalo, desnúdalo, tómalo, guárdalo, acábalo. VIII No podrás morir. Debajo de la tierra no podrás morir. Sin agua y sin aire no podrás morir. Sin azúcar, sin leche, sin frijoles, sin carne, sin harina, sin higos, no podrás morir. Sin mujer y sin hijos no podrás morir. Debajo de la vida no podrás morir. En tu tanque de tierra no podrás morir. En tu caja de muerto no podrás morir. En tus venas sin sangre no podrás morir. En tu pecho vacío no podrás morir. En tu boca sin fuego no podrás morir. En tus ojos sin nadie no podrás morir. En tu carne sin llanto no podrás morir. No podrás morir. No podrás morir. No podrás morir. Enterramos tu traje, tus zapatos, el cáncer; no podrás morir. Tu silencio enterramos. Tu cuerpo con candados. Tus canas finas, tu dolor clausurado. No podrás morir. IX Te fuiste no sé a dónde. Te espera tu cuarto. Mi mamá, Juan y Jorge te estamos esperando. Nos han dado abrazos de condolencia, y recibimos cartas, telegramas, noticias de que te enterramos, pero tu nieta más pequeña te busca en el cuarto, y todos, sin decirlo, te estamos esperando. X Es un mal sueño largo, una tonta película de espanto, un túnel que no acaba lleno de piedras y de charcos. ¡Qué tiempo éste, maldito, que revuelve las horas y los años, el sueño y la conciencia, el ojo abierto y el morir despacio! XI Recién parido en el lecho de la muerte, criatura de la paz, inmóvil, tierno, recién niño del sol de rostro negro, arrullado en la cuna del silencio, mamando obscuridad, boca vacía, ojo apagado, corazón desierto. Pulmón sin aire, niño mío, viejo, cielo enterrado y manantial aéreo voy a volverme un llanto subterráneo para echarte mis ojos en tu pecho. XII Morir es retirarse, hacerse a un lado, ocultarse un momento, estarse quieto, pasar el aire de una orilla a nado y estar en todas partes en secreto. Morir es olvidar, ser olvidado, refugiarse desnudo en el discreto calor de Dios, y en su cerrado puño, crecer igual que un feto. Morir es encenderse bocabajo hacia el humo y el hueso y la caliza y hacerse tierra y tierra con trabajo. Apagarse es morir, lento y aprisa tomar la eternidad como a destajo y repartir el alma en la ceniza. XIII Padre mío, señor mío, hermano mío, amigo de mi alma, tierno y fuerte, saca tu cuerpo viejo, viejo mío, saca tu cuerpo de la muerte. Saca tu corazón igual que un río, tu frente limpia en que aprendí a quererte, tu brazo como un árbol en el frío saca todo tu cuerpo de la muerte. Amo tus canas, tu mentón austero, tu boca firme y tu mirada abierta, tu pecho vasto y sólido y certero. Estoy llamando, tirándote la puerta. Parece que yo soy el que me muero: ¡padre mío, despierta! XIV No se ha roto ese vaso en que bebiste, ni la taza, ni el tubo, ni tu plato. Ni se quemó la cama en que moriste, ni sacrificamos un gato. Te sobrevive todo. Todo existe a pesar de tu muerte y de mi flato. Parece que la vida nos embiste igual que el cáncer sobre tu omóplato. Te enterramos, te lloramos, te morimos, te estás bien muerto y bien jodido y yermo mientras pensamos en lo que no hicimos y queremos tenerte aunque sea enfermo. Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos a no ser habitantes de tu infierno. XV Papá por treinta o por cuarenta años, amigo de mi vida todo el tiempo, protector de mi miedo, brazo mío, palabra clara, corazón resuelto, te has muerto cuando menos falta hacías, cuando más falta me haces, padre, abuelo, hijo y hermano mío, esponja de mi sangre, pañuelo de mis ojos, almohada de mi sueño. Te has muerto y me has matado un poco. Porque no estás, ya no estaremos nunca completos, en un sitio, de algún modo. Algo le falta al mundo, y tú te has puesto a empobrecerlo más, y a hacer a solas tus gentes tristes y tu Dios contento. XVI (Noviembre 27) ¿Será posible que abras los ojos y nos veas ahora? ¿Podrás oírnos? ¿Podrás sacar tus manos un momento? Estamos a tu lado. Es nuestra fiesta, tu cumpleaños, viejo. Tu mujer y tus hijos, tus nueras y tus nietos venimos a abrazarte, todos, viejo. ¡Tienes que estar oyendo! No vayas a llorar como nosotros porque tu muerte no es sino un pretexto para llorar por todos, por los que están viviendo. Una pared caída nos separa, sólo el cuerpo de Dios, sólo su cuerpo. XVII Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza. No eras distinto a mí, ni eras lo mismo. Eras, cuando estoy triste, mi tristeza. Eras, cuando caía, eras mi abismo, cuando me levantaba, mi fortaleza. Eras brisa y sudor y cataclismo, y eras el pan caliente sobre la mesa. Amputado de ti, a medias hecho hombre o sombra de ti, sólo tu hijo, desmantelada el alma, abierto el pecho, Ofrezco a tu dolor un crucifijo: te doy un palo, una piedra, un helecho, mis hijos y mis días, y me aflijo. SEGUNDA PARTE I Mientras los niños crecen, tú, con todos los muertos, poco a poco te acabas. Yo te he ido mirando a través de las noches por encima del mármol, en tu pequeña casa. Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas, otro día sin garganta, la piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose, tronchando obscuramente el trigal de tus canas. Todo tú sumergido en humedad y gases haciendo tus desechos, tu desorden, tu alma, cada vez más igual tu carne que tu traje, más madera tus huesos y más huesos las tablas. Tierra mojada donde había tu boca, aire podrido, luz aniquilada, el silencio tendido a todo tu tamaño germinando burbujas bajo las hojas de agua. (Flores dominicales a dos metros arriba te quieren pasar besos y no te pasan nada.) II Mientras los niños crecen y las horas nos hablan tú, subterráneamente, lentamente, te apagas. Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra, veta de horror para el que te escarba. ¡Es tan fácil decirte "padre mío" y es tan difícil encontrarte, larva de Dios, semilla de esperanza! Quiero llorar a veces, y no quiero llorar porque me pasas como un derrumbe, porque pasas como un viento tremendo, como un escalofrío debajo de las sábanas, como un gusano lento a lo largo del alma. ¡Si sólo se pudiera decir: "papá, cebolla, polvo, cansancio, nada, nada, nada" !Si con un trago te tragara! ¡Si con este dolor te apuñalara! ¡Si con este desvelo de memorias -herida abierta, vómito de sangre- te agarrara la cara! Yo sé que tú ni yo, ni un par de valvas, ni un becerro de cobre, ni unas alas sosteniendo la muerte, ni la espuma en que naufraga el mar, ni -no- las playas, la arena, la sumisa piedra con viento y agua, ni el árbol que es abuelo de su sombra, ni nuestro sol, hijastro de sus ramas, ni la fruta madura, incandescente, ni la raíz de perlas y de escamas, ni tío, ni tu chozno, ni tu hipo, ni mi locura, y ni tus espaldas, sabrán del tiempo obscuro que nos corre desde las venas tibias a las canas. (Tiempo vacío, ampolla de vinagre, caracol recordando la resaca.) He aquí que todo viene, todo pasa, todo, todo se acaba. ¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros? ¿para qué levantamos la palabra? ¿de qué sirvió el amor? ¿cuál era la muralla que detenía la muerte? ¿dónde estaba el niño negro de tu guarda? Ángeles degollados puse al pie de tu caja, y te eché encima tierra, piedras, lágrimas, para que ya no salgas, para que no salgas. III Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo y van y vienen máscaras. Amanece el dolor un día tras otro, nos rodeamos de amigos y fantasmas, parece a veces que un alambre estira la sangre, que una flor estalla, que el corazón da frutas, y el cansancio canta. Embrocados, bebiendo en la mujer y el trago, apostando a crecer como las plantas, fijos, inmóviles, girando en la invisible llama. Y mientras tú, el fuerte, el generoso, el limpio de mentiras y de infamias, guerrero de la paz, juez de victorias -cedro del Líbano, robledal de Chiapas- te ocultas en la tierra, te remontas a tu raíz obscura y desolada. IV Un año o dos o tres, te da lo mismo. ¿Cuál reloj en la muerte?, ¿qué campana incesante, silenciosa, llama y llama? ¿qué subterránea voz no pronunciada? ¿qué grito hundido, hundiéndose, infinito de los dientes atrás, en la garganta aérea, flotante, pare escamas? ¿Para esto vivir? ¿para sentir prestados los brazos y las piernas y la cara, arrendados al hoyo, entretenidos los jugos en la cáscara? ¿para exprimir los ojos noche a noche en el temblor obscuro de la cama, remolino de quietas transparencias, descendimiento de la náusea? ¿Para esto morir? ¿para inventar el alma, el vestido de Dios, la eternidad, el agua del aguacero de la muerte, la esperanza? ¿morir para pescar? ¿para atrapar con su red a la araña? Estás sobre la playa de algodones y tu marca de sombras sube y baja. V Mi madre sola, en su vejez hundida, sin dolor y sin lástima, herida de tu muerte y de tu vida. Esto dejaste. Su pasión enhiesta, su celo firme, su labor sombría. Árbol frutal a un paso de la leña, su curvo sueño que te resucita. Esto dejaste. Esto dejaste y no querías. Pasó el viento. Quedaron de la casa el pozo abierto y la raíz en ruinas. Y es en vano llorar. Y si golpeas las paredes de Dios, y si te arrancas el pelo o la camisa, nadie te oye jamás, nadie te mira. No vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida.
Algo sobre la muerte del mayor sabines