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María Cristina Azcona | He venido mi Dios a agradecerte
La salud y el amor que me has brindado,
Y los días que he vivido y disfrutado,
Ya que creo en tu bien y no en la suerte.
Considera que soy joven y fuerte
Para ser albañil desocupado.
Y que merezco ser remunerado
Hasta que me sorprendas con la muerte.
De rodillas te ruego, por lo bajo...
Que consiga una changa por lo menos.
(Le temo más al hambre que a estropajo).
Decile a los que aún son patrones buenos
Que si llegan a darme algún trabajo
Pecados que les cuentes serán menos. | La oración del desocupado |
Antonio Machado |
Maldiciendo su destino
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.
Él sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota
de mar, en la mar inmensa.
En sueños oyó el acento de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
Bajo las palmeras del oasis el agua buena
miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros
animales carniceros...
Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.
Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.
Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad;
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.
Y viendo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche de amor!
Y otra noche
sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y el corazón que bosteza,
y el histrión que declama
Y dijo: Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías:
las blancas sombras se van.
Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de
ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía! | El poeta |
Gabriela Mistral |
Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.
Me parece nuevo o como no visto,
y otra cosa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.
Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto.
Otros olores no hay en la estancia
y por eso él así me ha llamado;
y no hay nadie tampoco en la casa
sino este pan abierto en un plato,
que con su cuerpo me reconoce
y con el mío yo reconozco.
Se ha comido en todos los climas
el mismo pan en cien hermanos:
pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,
pan de Santa Ana y de Santiago.
En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga
y el calor de pichón emplumado...
Después le olvidé, hasta este día
en que los dos nos encontramos,
yo con mi cuerpo de Sara vieja
y él con el suyo de cinco años.
Amigos muertos con que comíalo
en otros valles, sientan el vaho
de un pan en septiembre molido
y en agosto en Castilla segado.
Es otro y es el que comimos
en tierras donde se acostaron.
Abro la miga y les doy su calor;
lo volteo y les pongo su hálito.
La mano tengo de él rebosada
y la mirada puesta en mi mano;
entrego un llanto arrepentido
por el olvido de tantos años,
y la cara se me envejece
o me renace en este hallazgo.
Como se halla vacía la casa,
estemos juntos los reencontrados,
sobre esta mesa sin carne y fruta,
los dos en este silencio humano,
hasta que seamos otra vez uno
y nuestro día haya acabado... | Pan |
César Vallejo |
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.
Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mundo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.
¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.
Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudar a matar al matador ?cosa terrible?
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo. | Me viene, hay días, una gana ubérrima... |
Pablo Neruda | TRUENA sobre los pinos.
La nube espesa desgranó sus uvas,
cayó el agua de todo el cielo vago,
el viento dispersó su transparencia,
se llenaron los árboles de anillos,
de collares de lágrimas errantes.
Gota a gota
la lluvia se reúne
otra vez en la tierra.
Un solo trueno vuela
sobre el mar y los pinos,
un movimiento sordo:
un trueno opaco, oscuro,
son los muebles del cielo
que se arrastran.
De nube en nube caen
los pianos de la altura,
los armarios azules,
las sillas y las camas cristalinas.
Todo lo arrastra el viento.
Canta y cuenta la lluvia.
Las letras de agua caen
rompiendo las vocales
contra los techos. Todo
fue crónica perdida,
sonata dispersada gota a gota:
el corazón del agua y su escritura.
Terminó la tormenta.
Pero el silencio es otro. | Tempestad con silencio |
Federico García Lorca |
¡Alto pinar!
Cuatro palomas por el aire van.
Cuatro palomas
vuelan y tornan.
Llevan heridas
sus cuatro sombras.
¡Bajo pinar!
Cuatro palomas en la tierra están. | Cazador |
Francisco Álvarez |
Si los mínimos dedos de la lluvia
tiemblan sobre tu rostro y se deslizan;
si te envuelve el embozo
de la ligera capa de la brisa;
si el espejo sonríe
cada vez que le miras;
y se elevan del mar múltiples senos
hacia la clara luz de manos tibias;
deja a mis dedos dibujar tu imagen
en prolongada, trémula caricia;
deja a mis brazos circundar los hombros
en actitud tajante, posesiva;
a mi rostro flotar en los radiantes,
oscuros círculos de tus pupilas;
y entera libertad en estas manos,
que anhelantes están de hacerte mía. | Deja |
Ramón López Velarde |
Esta manera de esparcir su aroma
de azahar silencioso en mi tiniebla;
esta manera de envolver en luto
su marfil y su nácar; esta única
manera con que porta la golilla
de encaje; esta manera de tornar
su mutismo en venero de palabras
y su boca en ahorro...
Esta manera
que es reservada y que es acogedora,
con que viene a encontrar mis panegíricos;
esta manera de decir mi nombre
con mofa y mimo, en homenaje y burla,
como que sabe que mi interno drama
es, a la vez, sentimental y cómico;
esta manera con que en la honda noche,
de sobremesa en vagos parlamentos,
se abate su sonrisa desmayada
sobre el mantel; esta feliz manera
con que niega su brazo y con que otorga
la emoción, cuando vamos de paseo
por la alameda colonial y adusta...
Por este suspitante y sobrio estilo
de amor, te reverencio, estrella fiel
que gustas de enlutarte; generoso
y escondido azahar; caritativa
madurez que presides mis treinta años
con la abnegada castidad de un búcaro
cuyas rosas adultas embalsaman
la cebecera de un convaleciente;
enfermera medrosa; cohibida
escanciadora; amiga que te turbas
con turbación de niña al repasar
nuestra común lectura; asustadizo
comensal de mi fiesta; aliada tímida;
torcaz humilde que zureas al alba,
en un tono menor, para ti sola.
¡Bien hayas, creatura pequeñita
y suprema; adueñada de la cumbre
del corazón; artista a un mismo tiempo
mínima y prócer; que en las manos llevas
mi vida como objeto de tu arte!
Estrella y azahar: que te marchites
mecida en una paz celibataria
y que agonices como un lucero
que se extinguiese en el verdor de un prado
o como flor que se transfigurase
en el ocaso azul, como en un lecho. | Por este sobrio estilo |
Fa Claes | ¿Cómo va el mundo, Rijmenam?
¿Matan a golpes a los hutus en Ruanda todavía?
Los cadáveres salían de la pantalla,
medio millón de esqueletos en una semana,
cómo apestaba allí con ese calor,
nadie para enterrar muertos durante
la fiesta de larvas.
Los Salvajes de Europa han dejado
la matanza, Vukovar, Sarajevo,
bastante se tiñeron de sangre.
¿Chechenia? ¿Y Pakistán?
¿Y Corea del Norte? ¿Y Vietnam?
El hambre en Somalia se ha pasado de moda ya,
Guatemala ya no está en la lista, San Salvador
parece muy , muy feliz, y Argentina, Brasil,
México, volcanes, pero apagados
en la miseria y en la sangre.
Ayer Irán tembló: una pequeña parcela,
no es para tanto, ni siquiera tres mil muertos
en uno o dos minutos.
En Japón fue más duro en la Bahía de Sagami,
casi cien mil, un número razonable;
pero hace demasiado tiempo,
y la sensación está olvidada.
¿Qué importa? ¡Es sensación!
La tierra tiembla para tantos
cuando viene su tiempo
y se los sacude de sí.
Sacudirse unas cuantas veces,
no importa,
incluso sin sacudir las cosas van
-un eufemismo de 'tropiezan'-
empeorándose.
Sé lo que me espera,
la puerta está entornada en una mueca
que odio voluptuosamente, pero
por donde pasaré a su tiempo,
y no importa cómo el universo,
el mundo y mi Rijmenam
estén ahora y estén después. | Saludo matutino |
Carlos Bousoño |
Profunda es esta guerra y combate, porque la paz que espera
ha de ser muy profunda;
y el dolor muy delgado
porque el amor de su esperanza
delgado es, e íntimo.
Y como el alma ha de venir a posesión de dones,
conviene que primero
pobre y vacía de ellos sea.
Pobre, como garganta con sed de muchas aguas,
vacía, como el mundo.
Y como la tiniebla se aposenta en el ojo vacío
del alma vaciada
y en la substancia misma de la duda
terrible del que duda
tiniebla substancial parece y es.
Y como toda tiniebla y toda duda
hace a quien duda de tiniebla y duda,
éste se queda en la tiniebla,
en la tapiada oscuridad,
caído en la trampa, sin salida,
cogido para siempre, temeroso, asustado,
giñapo agazapado en un rincón.
(Así en el fondo del calabozo el prisionero
espera el alzado patíbulo, la horca,
el irrisorio tormento,
o bien, en oscura mazmorra no espera
sino la definitiva soledad
quien ha asaltado el camino,
o violentado a la doncella, o acaso asesinado
a quien la defendió.)
Como con pies atados y amordazada boca
y mano encarcelada y ojo ciego,
violador, asesino, ladrón de camino real,
así está Juan, sin nada o nadie
nunca,
purificado por amor
a nadie,
a nada,
nunca,
crucificado, muerto, tenebroso
y en la tiniebla.
Así. | Juan de la cruz en la noche oscura |
Bertolt Brecht | Salmo 5
He apurado la copia hasta el fondo. Es decir, he sido seducido.
Era un niño, y me amaron.
El mundo se desesperaba, pues yo me mantenía puro. Ella
se revolcó por el suelo ante mí, con miembros tiernos
y atrayente trasero. Me mantuve firme.
Para calmarla, cuando se excitó demasiado, yací con ella
y me volví impuro.
El pecado me satisfizo. La filosofía me ayudaba al amanecer,
cuando velaba. Me convertí en lo que querían.
Miré largo tiempo hacia arriba y pensé que el cielo estaba
triste sobre mí. Pero veía que le era indiferente.
Él se amaba a sí mismo.
Ahora hace tiempo que me ahogué. Yazgo hinchado sobre
el fondo.
Los peces viven dentro de mí. El mar se está agotando. | Canción desde el acuario |
Pablo Neruda | 20 poemas de amor y una canción desesperada
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto. | 20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 15 |
Víctor Jiménez | Si siempre ha sido flor
de un día la esperanza
y hasta la piel que tocas
mañana será nada;
si todos somos nadie
y nadie supo nunca
que fuera más que sombra,
que fuera más que duda;
si ni siquiera sé
si aún nos queda tiempo,
¿qué me quieres pedir?
Para darte, ¿qué tengo?
Por no decirte amor,
dolor, ¿te digo olvido?
Por no decirte vida,
herida, ¿qué te digo? | Flor de un día |
Mario Benedetti | Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
uno adelanta manos como un ciego
ciego imprudente por añadidura
pero lo absurdo es que no es ciego
y distingue el relámpago la lluvia
los rostros insepultos la ceniza
la sonrisa del necio las afrentas
un barrunto de pena en el espejo
la baranda oxidada con sus pájaros
la opaca incertidumbre de los otros
enfrentada a la propia incertidumbre
se avanza a tientas / lentamente
por lo común a contramano
de los convictos y confesos
en búsqueda tal vez
de amores residuales
que sirvan de consuelo y recompensa
o iluminen un pozo de nostalgias
se avanza a tientas / vacilante
no importan la distancia ni el horario
ni que el futuro sea una vislumbre
o una pasión deshabitada
a tientas hasta que una noche
se queda uno sin cómplices ni tacto
y a ciegas otra vez y para siempre
se introduce en un túnel o destino
que no se sabe dónde acaba. | A tientas |
Juan José Vélez Otero | La diaria trashumancia del barro,
esta deletérea sensación humana
de saberse nómadas del tiempo
que nos roba la sombra, nos recuerda
la ira de los dioses, la venganza
por el hurto
ancestral del fuego.
Es esto:
caminar sin rumbo hacia el olvido,
sortear las tumbas del deseo
y del fracaso,
compartir la incertidumbre
con las tribus hermanas
oliendo el aire y sus serpientes
lo mismo que una loba.
Nada más solitario que el hombre
y su condición de hombre
fugaz y trashumante
que pasa las tardes mirando las veletas.
Nada más solo
que un poblador del desierto
necesitado y áspero.
Observa, y no lo pienses,
cómo te excluyen los planetas.
Van llegando al estanque las últimas palomas
mientras tiendes los brazos a la noche
en atávico rito de estrellas incipientes.
Mas ya nada te salva.
No hay más remedio, tú eliges:
Nietzsche, el alcohol, la demencia, el suicidio. | La soledad del nómada |
Pablo Neruda | Por el hierro injuriado, por los ojos del yeso
pasa una lengua de años diferentes
del tiempo. Es una cola
de ásperas crines, unas manos de piedra llenas de ira,
y el color de las casa enmudece, y estallan
las decisiones de la arquitectura,
un pie terrible ensucia los balcones:
con lentitud, con sombra acumulada,
con máscaras mordidas de invierno y lentitud,
se pasean los días de alta frente
entre casas sin luna.
El agua y la costumbre y el lodo blanco
que la estrella despide, y en especial
el aire que las campanas han golpeado con furia,
gastan las cosas, tocan
las ruedas, se detienen
en las cigarrerías,
y crece el pelo rojo en las cornisas
como un largo lamento, mientras a lo profundo
caen llaves, relojes,
flores asimiladas al olvido.
Dónde está la violeta recién parida? Dónde
la corbata y el virginal céfiro rojo?
Sobre las poblaciones
una lengua de polvo podrido se adelanta
rompiendo anillos, royendo pintura,
haciendo aullar sin voz las sillas negras,
cubriendo los florones del cemento, los baluartes de metal
destrozado,
el jardín y la lana, las ampliaciones de fotografías ardientes
heridas por la lluvia, la sed de las alcobas, y los grandes
carteles de los cines en donde luchan
la pantera y el trueno,
las lanzas del geranio, los almacenes llenos de miel perdida,
la tos, los trajes de tejido brillante,
todo se cubre de un sabor mortal
a retroceso y humedad y herida.
Tal vez las conversaciones anudadas, el roce de los cuerpos,
la virtud de las fatigadas señoras que anidan en el humo,
los tomates asesinados implacablmente,
el paso de los caballos de un triste regimiento,
la luz, la presión de muchos dedos sin nombre
gastan la fibra plana de la cal,
rodean de aire neutro las fachadas
como cuchillos: mientras
el aire del peligro roe las circunstancias,
los ladrillos, la sal se derraman como aguas
y los carros de gordos ejes tambalean.
Ola de rosas rotas y agujeros! Futuro
de la vena olorosa! Objetos sin piedad!
Nadie circule! Nadie abra los brazos
dentro del agua ciega!
Oh movimiento, oh nombre malherido,
oh cucharada de viento confuso
y color azotado! Oh herida en donde caen
hasta morir las guitarras azules! | La calle destruida |
Felipe Benítez Reyes |
De todo comienza a hacer bastante tiempo.
Y en una habitación cerrada
hay un niño que aún juega con cristales y agujas
bajo la mortandad hipnótica de la tarde.
Comienza a hacer de todo muchos años.
Y la noche, sobrecogida de sí misma,
abre ya su navaja de alta estrella
ante la densa rosa carnal de la memoria.
Comienza a ser el tiempo un lugar arrasado
del que vamos cerrando las fronteras
para cumplir las leyes
de esa cosa inexacta que llamamos olvido.
Y llega la propia vida hasta su orilla
como lleva el azar la maleta de un náufrago
a la playa en que alguien la abre con extrañeza
y esa ridiculez de disfraz desamparado
que adquieren los vestidos de la gente al morir.
Lejano y codiciable,
el tiempo es territorio del que sólo
regresa, sin sentido y demente,
el viento sepulcral de la memoria,
devuelto como un eco.
Como devuelve el mar su podredumbre.
Todas nuestras maletas
reflejan la ordenación desvanecida
de un viaje
que siempre ha sucedido en el pasado.
Y las abrimos
con la perplejidad de quien se encuentra
una maleta absurda
en esa soledad de centinela
que parecen tener las playas en invierno. | El equipaje abierto |
Pablo Neruda | Yo escribí cinco versos:
uno verde,
otro era un pan redondo,
el tercero una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era
corto como un relámpago
y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura.
Y bien, los hombres,
las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera
y con tan poca cosa
construyeron paredes, pisos, sueños.
En una línea de mi poesía
secaron ropa al viento.
Comieron
mis palabras,
las guardaron
junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.
Entonces
llegó un crítico mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros, otros llegaron
ciegos o llenos de ojos,
elegantes algunos
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente
vestidos de cadáveres,
algunos partidarios
del rey y su elevada monarquía,
otros se habían
enredado en la frente
de Marx y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
y entre todos
se lanzaron
con dientes y cuchillos,
con diccionarios y otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a disputar mi pobre poesía
a las sencillas gentes
que la amaban:
y la hicieron embudos,
la enrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron con suave
benignidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole
sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron
un pequeño paquete
que destinaron cuidadosamente
a sus desvanes, a sus cementerios,
luego
se retiraron uno a uno
enfurecidos hasta la locura
porque no fue bastante
popular para ellos
o impregnados de dulce menosprecio
por mi ordinaria falta de tinieblas
se retiraron
todos
y entonces,
otra vez,
junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de nuevo hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz
y en el amor unieron
relámpago y anillo.
Y ahora,
perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla. | Oda a la crítica |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
En medio de la tierra apartaré
las esmeraldas para divisarte
y tú estarás copiando las espigas
con una pluma de agua mensajera.
Qué mundo! Qué profundo perejil!
Qué nave navegando en la dulzura!
Y tú tal vez y yo tal vez topacio!
Ya no habrá división en las campanas.
Ya no habrá sino todo el aire libre,
las manzanas llevadas por el viento,
el suculento libro en la enramada,
y allí donde respiran los claveles
fundaremos un traje que resista
la eternidad de un beso victorioso. | Cien sonetos de amor |
Mario Benedetti | Cuando era como vos me enseñaron los viejos
y también las maestras bondadosas y miopes
que libertad o muerte era una redundancia
a quien se le ocurría en un país
donde los presidentes andaban sin capangas.
Que la patria o la tumba era otro pleonasmo
ya que la patria funcionaba bien
en las canchas y en los pastoreos.
Realmente no sabían un corno
pobrecitos creían que libertad
era tan solo una palabra aguda
que muerte era tan solo grave o llana
y cárceles por suerte una palabra esdrújula.
Olvidaban poner el acento en el hombre.
La culpa no era exactamente de ellos
sino de otros más duros y siniestros
y estos sí
cómo nos ensartaron
en la limpia república verbal
cómo idealizaron
la vidurria de vacas y estancieros
y cómo nos vendieron un ejército
que tomaba su mate en los cuarteles.
Uno no siempre hace lo que quiere
uno no siempre puede
por eso estoy aquí
mirándote y echándote
de menos.
Por eso es que no puedo despeinarte el jopo
ni ayudarte con la tabla del nueve
ni acribillarte a pelotazos.
Vos ya sabés que tuve que elegir otros juegos
y que los jugué en serio.
Y jugué por ejemplo a los ladrones
y los ladrones eran policías.
Y jugué por ejemplo a la escondida
y si te descubrían te mataban
y jugué a la mancha
y era de sangre.
Botija aunque tengas pocos años
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides.
Por eso no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones
todas estas llagas, hinchazones y heridas
que tus ojos redondos
miran hipnotizados
son durísimos golpes
son botas en la cara
demasiado dolor para que te lo oculte
demasiado suplicio para que se me borre.
Pero también es bueno que conozcas
que tu viejo calló
o puteó como un loco
que es una linda forma de callar.
Que tu viejo olvidó todos los números
(por eso no podría ayudarte en las tablas)
y por lo tanto todos los teléfonos.
Y las calles y el color de los ojos
y los cabellos y las cicatrices
y en qué esquina
en qué bar
qué parada
qué casa.
Y acordarse de vos
de tu carita
lo ayudaba a callar.
Una cosa es morirse de dolor
y otra cosa es morirse de vergüenza.
Por eso ahora
me podés preguntar
y sobre todo
puedo yo responder.
Uno no siempre hace lo que quiere
pero tiene el derecho de no hacer
lo que no quiere.
Llora nomás botija
son macanas
que los hombres no lloran
aquí lloramos todos.
Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse.
Llorá
pero no olvides. | Hombre preso que mira a su hijo |
Ramón López Velarde |
Me contó el campanero esta mañana
que el año viene mal para los trigos.
Que Juan es novio de una prima hermana
rica y hermosa. Que murió Susana.
El campanero y yo somos amigos.
Me narró amores de sus juventudes
y con su voz cascada de hombre fuerte,
al ver pasar los negros ataúdes
me hizo la narración de mil virtudes
y hablamos de la vida y de la muerte.
¿Y su boda, señor?
Cállate, anciano.
¿Será para el invierno?
Para entonces,
y si vives, aún cuando su mano
me dé la Muerte, campanero hermano,
haz doblar por mi ánima tus bronces. | El campanero |
Julia de Burgos |
Todo fue maravilla de armonías
en el gesto inicial que se nos daba
entre impulsos celestes y telúricos
desde el fondo de amor de nuestras almas.
Hasta el aire espigóse en levedades
cuando caí rendida en tu mirada;
y una palabra, aún virgen en mi vida,
me golpeó el corazón, y se hizo llama
en el río de emoción que recibía,
y en la flor de ilusión que te entregaba.
Un connubio de nuevas sensaciones
elevaron en luz mi madrugada.
Suaves olas me alzaron la conciencia
hasta la playa azul de tu mañana,
y la carne fue haciéndose silueta
a la vista de mi alma libertada.
Como un grito integral, suave y profundo
estalló de mis labios la palabra;
Nunca tuvo mi boca mas sonrisas,
ni hubo nunca más vuelo en mi garganta!
En mi suave palabra, enternecida,
me hice toda en tu vida y en tu alma;
y fui grito impensado atravesando
las paredes del tiempo que me ataba;
y fui brote espontáneo del instante;
y fui estrella en tus brazos derramada.
Me di toda, y fundiéndome por siempre
en la armonía sensual que tu me dabas;
y la rosa emotiva que se abría
en el tallo verbal de mi palabra,
uno a uno fue dándote sus pétalos,
mientras nuestros instintos se besaban. | Armonía de la palabra y el instinto |
Gabriela Mistral |
Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos!
¡Se nos va todo, se nos va todo! | Ausencia |
Odette Alonso |
A Veleta. A Piri
Alza la tapa.
Escucha.
La música será como un alivio
como un bálsamo azul
como un portazo y luego este silencio.
Los amigos se fueron
perdieron el camino y los recuerdos.
Sólo queda esa música.
Alza la tapa y oye.
Piensa que ellos han vuelto y empujarán la puerta
que traen los rones viejos y la inconformidad
que bailarán de nuevo aquella melodía
aunque no sea igual
aunque no lleguen nunca
aunque alces la tapa y no suene la música. | Caja de música |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
No te toque la noche ni el aire ni la aurora,
sólo la tierra, la virtud de los racimos,
las manzanas que crecen oyendo el agua pura,
el barro y las resinas de tu país fragante.
Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos
hasta tus pies creados para mí en la Frontera
eres la greda oscura que conozco:
en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.
Tal vez tú no sabías, araucana,
que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
mi corazón quedó recordando tu boca,
y fui como un herido por las calles
hasta que comprendí que había encontrado,
amor, mi territorio de besos y volcanes. | Cien sonetos de amor |
Santiago Montobbio | (1926-1948)
Había suficientes parras en tus párpados
para dormir al sol, si así te parecía:
yo sé que sabías eso y también que yo recorro
las mismas calles que cruzaste intentando
convertirlas en múltiple escenario de ti mismo,
las noches que volviste mosaico de ocios o de sueños,
antiguas piezas únicas hechas de alcantarillas dominadas,
de cementerios asaltados, un solo desierto o arco
tensado para extremar, para extremar en lo posible
y hasta el fin la vida. Y yo sé, yo te acompaño
o te conozco sabiendo sobre todo que quisiste
ser hijo de un pretor de Tarragona,
llamarte Creso Libio, nacer de una uva azul
y ser el sátiro y el mago y varios faunos
y que a través de extraños poemas sólo tuyos
conseguiste serlo antes que el agua
a los veintiún años te negara
la vida y las palabras. (No sabes cuántas veces
he repasado tus ojos y tus manos mientras
inútilmente buscaban salir de la cisterna
ni cómo he maldecido el por qué no pensaste
que había llovido quizá demasiado).
Y aunque cuarenta años pasan como nada
cuarenta forma el estúpido espacio
que nos separa cuarenta de tu alumbramiento
al mío, casi cuarenta de tu muerte a ahora.
Pero mentirá quien diga que no nos hemos conocido.
Porque más allá de las ciudades y la sangre,
de verso en verso alguna vez
se anula el tiempo o quizá soy yo, que te recuerdo. | Jorge folch |
Jaime Sabines |
No hay más. Sólo mujer para alegrarnos,
sólo ojos de mujer para reconfortarnos,
sólo cuerpos desnudos,
territorios en que no se cansa el hombre.
Si no es posible dedicarse a Dios
en la época del crecimiento,
¿qué darle al corazón afligido
sino el círculo de muerte necesaria
que es la mujer?
Estamos en el sexo, belleza pura,
corazón solo y limpio. | No hay más, sólo mujer |
Ramón López Velarde |
A fuerza de quererte
me he convertido, Amor,
en alma en pena.
¿Por qué, Fuensanta mía,
si mi pasión de ayer está ya muerta
y en tu rostro se anuncian los estragos
de la vejez temida que se acerca,
tu boca es una invitación al beso
como lo fue en lejanas primaveras?
Es que mi desencanto nada puede
contra mi condición de ánima en pena
si a pesar de tus párpados exangües
y las blancuras de tu faz anémica,
aún se tiñen tus labios
con el color sangriento de las fresas.
A fuerza de quererte
me he convertido, Amor, en alma en pena,
y en el candor angélico de tu alma
seré una sombra eterna... | Tema ii |
Toni García Arias | Siempre he sido débil,
inútil para descifrar el mundo,
para mantener creencias
que me tuviesen en pie,
firme frente al viento.
A veces dudo,
y suelo cometer la locura
de creerme
sólo si tú me nombras,
como si tu voz
fuese el sol
y yo la niebla.
Tan solo eso me bastaría
para creerme;
introducirme en tus noches,
observarte mientras te pones el pijama
o recoges tu ropa,
mientras apagas la luz
adormilada,
y saber
si alguna vez,
aunque sea sin querer,
aunque sea equivocadamente,
si alguna vez
me nombras. | Voz |
Pablo Neruda | Escribiendo
estas
odas
en
este
año mil
novecientos
cincuenta y cinco,
desplegando y tañendo
mi lira obligatoria y rumorosa
sé lo que soy
y adonde va mi canto.
Comprendo
que el comprador de mitos
y misterios
entre
en mi casa de odas,
hecha
con adobe y madera,
y odie
los utencilios,
los retratos
de padre y madre y patria
en las paredes,
la sencillez
del pan
y el salero.
Pero es así la casa de mis odas.
Yo destroné la negra monarquía,
la cabellera inútil de los sueños,
pisé la cola
del reptil mental,
y dispuse las cosas
agua y fuego
de acuerdo con el hombre y con la tierra.
Quiero que todo
tenga
empuñadura,
que todo sea
taza o herramienta.
Quiero que por la puerta de mis odas
entre la gente a la ferretería.
Yo trabajo
cortando
tablas frescas,
acumulando miel
en las barricas,
disponiendo
herraduras, arneses,
tenedores:
que entre aquí todo el mundo,
que pregunte,
que pida lo que quiera.
Yo soy del Sur, chileno,
navegante
que volvió de los mares.
No me quedé en las islas,
coronado.
No me quedé sentado
en ningún sueño.
Regresé a trabajar sencillamente
con todos los demás y para todos.
Para que todos vivan
en ella
hago mi casa
con odas
transparentes. | La casa de las odas |
Alfredo Lavergne | Ni salir Ni entrar Estar
En una población cautiva por la melancolía
O en el conglomerado prisionero de la desconfianza
O en la cronología de la comunidad que toca los Cielos
O en el dinamismo de la masa de animales molidos
O en el país de la fiera que controla esta historia
O en pragmatismo antipoético de mi odio.
Luego de estar Ir
Acurrucarse Girar Pujar
Por un verso hasta encontrarse
Con los listos animales Que partieron Que se quedaron
Con los muy amigos y con los muy enemigos. | Retrovisor ii |
Santiago Montobbio | Besitos y mordisquitos en las orejitas era lo que escribíamos
al final de unas postales no tan obscenas como horteras,
también en los hociquitos y Viva el Mejillón Peludo
cuando las enviábamos a niñas adorablemente estúpidas
y Gola Pola Amapola qué tal las misiones en Angola
o de mayor yo también quiero ser cura
si iban dirigidas al gris colegio horrible,
besitos y mordisquitos o cabramozabigote!
en la época de la continuada borrachera
que un estómago medio buzón medio prodigio
aún digería, besitos, mordisquitos y no sé por qué
ahora también recuerdo ininterrumpidos veranos
y sobre todo a Javier borracho, cayéndose y cantando
a las seis de la madrugada en la Plaza Artós,
Javier parando a un repartidor para enseñarle
cómo en el infantil cuaderno de dibujo
que alguien había ideado regalarle a Ana
el elefante coloreado de amarillo
quedaba superlativamente cojonudo y fíjese usted,
no me he salido para nada de los bordes, ¿verdad
que a la señorita ha de encantarle?: besitos, cervezas,
mordisquitos, noches, desiertos o Javier o la Plaza Artós
en la cara del pobre hombre: inconcebibles cosas así
son las que me vuelven y las que tengo que anotar
para cuando tenga tiempo o ganas de escribir
en falso verso un inservible catálogo
de antigüedades. Y en los márgenes del papel
no puedo olvidarme de apuntar que ya muy al principio
de una adolescencia extremada me acostumbré
a coleccionar en los descosidos bolsillos de mis ojos
huidizas madrugadas, a coleccionar o robar al tiempo
pequeñas muertes, azúcar de piernas, adioses,
pañuelos y lunas, pozos, cuchillos, ternuras
y que esa temprana afición por las cosas que no sirven para nada
sin duda tuvo la primera y quizá más grave culpa
de que acabara aceptando complacido, y sin más,
el convertir en una completa inutilidad mi propia vida,
muy irresponsablemente sonriendo ante los infinitos
lo que hay que ver, un chico de sus posibilidades,
mira que deja el Derecho para perder el tiempo
escribiendo versitos, lo peor es que así
es como acaban comunistas y ya es lástima
que mi particular ejército de abuelas
resignadamente recitaba. | Catálogo de antigüedades |
Miguel de Cervantes y Saavedra |
Rompí, corté, abollé, y dije e hice
más que en el orbe caballero andante;
fui diestro, fui valiente y arrogante,
mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di a la fama que eternice;
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mí todo gigante,
y al duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve a mis pies postrada la Fortuna
y trajo del copete mi cordura
a la calva ocasión al estricote.
Mas, aunque sobre el cuerno de la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura,
tus proezas envidio, ¡oh, gran Quijote! | Don belianís de grecia |
Alejandra Pizarnik |
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.
Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas. | La jaula |
Vicente García | Cuando no queda tiempo,
Cuando por la memoria va cayendo la lluvia del 80,
Cuando la soledad parte mi vida en la niñez, la adolescencia, ahora,
Cuando es inevitable que la nieve bloquee los caminos
En los helados páramos del tiempo,
Cuando el sol ilumina los rincones,
Cuando a los quince escribo tres poemas vacíos que llenan mi existencia,
Cuando de todos los futuros posibles recorro por mis sueños el más afortunado
En busca de la fuente de la eterna alegría. | Poética |
José de Espronceda |
Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.
Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra, del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.
Así brilló un momento mi ventura
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.
Mas, ay, que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía. | Soneto |
Vicente Gerbasi |
A veces caigo en mí, como viniendo de ti,
y me recojo en una tristeza inmóvil,
como una bandera que ha olvidado el viento.
Por mis sentidos pasan ángeles del crepúsculo
y lentos me aprisionan los círculos nocturnos.
Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Escucha. Yo te llamo desde un reloj de piedra,
donde caen las sombras, donde el silencio cae. | Canto v |
Gustavo Adolfo Bécquer |
Te vi un punto y, flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol.
Adondequiera que la vista clavo,
torno a ver las pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada,
unos ojos, los tuyos, nada más.
De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir;
cuando duermo los siento que se ciernen,
de par en par abiertos sobre mí.
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer;
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran, no lo sé. | Rima xiv |
José Asunción Silva |
El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
y, tras lento sufrir,
se curó con copaiba y con las cápsulas
de Sándalo Midy.
Enamorado luego de la histérica Luisa,
rubia sentimental,
se enflaqueció, se fue poniendo tísico
y al año y medio o más
se curó con bromuro y con las cápsulas
de éter de Clertán.
Luego, desencantado de la vida,
filósofo sutil,
a Leopardi leyó, y a Schopenhauer
y en un rato de spleen,
se curó para siempre con las cápsulas
de plomo de un fusil. | Cápsulas |
Luis Álvarez Piner | EN lo alto, el cristal, invisible, perfecto
donde hasta el sol se equivoca y tropieza.
Y la mano de plinto le sirve.
Por la mano se acerca la tierra
hecha sueño de hombre a través
de la sangre vivida. y revienta
en la espuma con que ahora brindamos:
La pleamar, el final de la oscura marea.
Encontrar superficie, salir.
Libertad, soledad. La experiencia
siempre inocente, siempre limpia
es el límite, flor siempre abierta
en la gracia ideal del espíritu
cristal sobre el que hiere la luz su presencia. | La copa de mallarmé |
Víctor Jiménez | Donde hoy una ventana,
hubo ayer una puerta
de par en par abierta
al sol de la mañana.
Donde hubo una campana
tocando a vida cierta,
hoy sólo se despierta
mi pena y se desgrana.
Ansiar tanto el encuentro.
Correr sin que se acabe.
Llegar bajo la luna.
Y está mi infancia dentro.
Y he perdido la llave.
Y no hay puerta ninguna. | San bernardo 10 |
Juan Ramón Jiménez |
Siempre yo penetrándote,
pero tú siempre virgen,
sombra; como aquel día
en que primero vine
llamando a tu secreto,
cargado de afán libre.
¡Virgen oscura y plena,
pasada de hondos iris
que apenas se ven; toda
negra, con las sublimes
estrellas, que no llegan
(arriba) a descubrirte! | Ante la sombra virgen |
Pablo Neruda | Cerca del rumoroso
cereal, de las olas
del viento en las avenas,
el olivo
de volumen plateado,
severo en su linaje,
en su torcido
corazón terrestre;
las gráciles
olivas
pulidas
por los dedos
que hicieron
la paloma
y el caracol
marino:
verdes,
innumerables,
purísimos
pezones
de la naturaleza,
y allí
en
los secos
olivares
donde
tan sólo
cielo azul con cigarras,
y tierra dura
existen,
allí
el prodigio,
la cápsula
perfecta
de la oliva
llenando
con sus constelaciones el follaje:
más tarde
las vasijas,
el milagro,
el aceite.
Yo amo
las patrias del aceite,
los olivares
de Chacabuco, en Chile,
en las mañanas
las plumas de platino
forestales
contra las arrugadas
cordilleras
en Anacapri, arriba,
sobre la luz tirrena,
la desesperación de los olivos,
en el mapa de Europa,
España,
cesta negra de aceitunas
espolvoreada por los azahares
como una ráfaga marina.
Aceite,
recóndita y suprema
condición de la olla,
pedestal de perdices,
llave celeste de la mayonesa,
suave y sabroso
sobre las lechugas
y sobrenatural en el infierno
de los arzobispales pejerreyes.
Aceite, en nuestra voz, en
nuestro coro,
con
íntima
suavidad poderosa
cantas;
eres idioma castellano:
hay sílabas de aceite,
hay palabras
útiles y olorosas
como tu fragante materia.
No sólo canta el vino,
también canta el aceite,
vive en nosotros con su luz madura
y entre los bienes de la tierra
aparto,
aceite,
tu inagotable paz, tu esencia verde,
tu colmado tesoro
que desciende
desde los manantiales del olivo. | Oda al aceite |
Alfonsina Storni |
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás? | La caricia perdida |
Federico García Lorca |
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
*
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
*
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
*
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde. | Preciosa y el aire |
Luis de Góngora |
Vive en este volumen el que yace
En aquel mármol, Rey siempre glorioso;
Sus cenizas allí tienen reposo,
Y dellas hoy él mismo aquí renace.
Con vuestra pluma vuela, y ella os hace,
Culto Cabrera, en nuestra edad famoso;
Con las suyas le hacéis victorïoso
Del Francés, Belga, Lusitano, Trace.
Plumas de un Fénix tal, y en vuestra mano,
¿Qué tiempo podrá haber que las consuma,
Y qué invidia ofenderos, sino en vano?
Escriba lo que vieron, tan gran pluma,
De los dos mundos, uno y otro plano,
De los dos mares, una y otra espuma. | Para el principio de la historia del señor rey don felipe ii |
Pedro Calderón de la Barca |
SEGISMUNDO
¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!
ROSAURA
¡Qué triste voz escucho!
Con nuevas penas y tormentos lucho.
CLARÍN
Yo con nuevos temores.
ROSAURA
¡Clarín!
CLARÍN
¡Señora!
ROSAURA
Huygamos los rigores
desta encantada torre.
CLARÍN
Yo aún no tengo
ánimo de huir, cuando a eso vengo.
ROSAURA
¿No es breve luz aquella
caduca exhalación, pálida estrella,
que en trémulos desmayos,
pulsando ardores y latiendo rayos,
hace más tenebrosa
la obscura habitación con luz dudosa?
Sí, pues a sus reflejos
puedo determinar (aunque de lejos)
una prisión obscura,
que es de un vivo cadáver sepultura,
y porque más me asombre,
en el traje de fiera yace un hombre
de prisiones cargado
y sólo de la luz acompañado.
Pues huir no podemos,
desde aquí sus desdichas escuchemos;
sepamos lo que dice.
Descúbrese Segismundo con una cadena y la luz, vestido de pieles.
SEGISMUNDO
¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y crüel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
ROSAURA
Temor y piedad en mí
sus razones han causado.
SEGISMUNDO
¿Quién mis voces ha escuchado?
¿Es Clotaldo?
CLARÍN
Di que sí.
ROSAURA
No es sino un triste (¡ay de mí!),
que en estas bóvedas frías
oyó tus melancolías.
(Ásela)
SEGISMUNDO
Pues la muerte te daré,
porque no sepas que sé
que sabes flaquezas mías.
Sólo porque me has oído,
entre mis membrudos brazos
te tengo de hacer pedazos.
CLARÍN
Yo soy sordo, y no he podido
escucharte.
ROSAURA
Si has nacido
humano, baste el postrarme
a tus pies para librarme.
SEGISMUNDO
Tu voz pudo enternecerme,
tu presencia suspenderme,
y tu respeto turbarme.
¿Quién eres? que aunque yo aquí
tan poco del mundo sé,
que cuna y sepulcro fue
esta torre para mí;
y aunque desde que nací
(si esto es nacer) sólo advierto
este rústico desierto
donde miserable vivo,
siendo un esqueleto vivo,
siendo un animado muerto;
y aunque nunca vi ni hablé
sino a un hombre solamente
que aquí mis desdichas siente,
por quien las noticias sé
de cielo y tierra; y aunqué
aquí, porque más te asombres
y monstruo humano me nombres,
entre asombros y quimeras,
soy un hombre de las fieras
y una fiera de los hombres.
Y aunque en desdichas tan graves
la política he estudiado,
de los brutos enseñado,
advertido de las aves;
y de los astros süaves
los círculos he medido:
tú sólo, tú, has suspendido
la pasión a mis enojos,
la suspensión a mis ojos,
la admiración al oído.
Con cada vez que te veo
nueva admiración me das,
y cuando te miro más,
aún más mirarte deseo.
Ojos hidrópicos creo
que mis ojos deben ser,
pues cuando es muerte el beber
beben más, y desta suerte,
viendo que el ver me da muerte
estoy muriendo por ver.
Pero véate yo y muera,
que no sé, rendido ya,
si el verte muerte me da
el no verte qué me diera.
Fuera más que muerte fiera,
ira, rabia y dolor fuerte;
fuera muerte, desta suerte
su rigor he ponderado,
pues dar vida a un desdichado
es dar a un dichoso muerte.
ROSAURA
Con asombro de mirarte,
con admiración de oírte,
ni sé qué pueda decirte,
ni qué pueda preguntarte.
Sólo diré que a esta parte
hoy el cielo me ha guiado
para haberme consolado,
si consuelo puede ser
del que es desdichado, ver
a otro que es más desdichado.
Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
Quejoso de la fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
piadoso me has respondido,
pues volviendo en mi sentido
hallo que las penas mías
para hacerlas tú alegrías
las hubieras recogido.
Y por si acaso, mis penas
pueden aliviarte en parte,
óyelas atento, y toma
las que de ellas me sobraren.
Yo soy... | La vida es sueño - jornada i - escena ii |
José Ángel Valente |
Por encima del agua helada
el patito se resbalaba.
Por encima del agua dura,
el patito de la laguna.
Por encima del agua fría,
el patito silba que silba.
Silba que silba se resbalaba
y en vez de llorar silbaba. | Pato de invierno |
Jorge Guillén |
6
Cuanto nosotros somos y tenemos
Forma un curso que va a su desenlace:
La pérdida total.
No es un fracaso.
Es el término justo de una Historia,
Historia sabiamente organizada.
Si naces, morirás. ¿De qué te quejas?
Sean los dioses, ellos, inmortales.
Natural que, por fin, decline y me consuma.
Haya muerte serena entre los míos.
Algún día ¿tal vez penosamente?
Me moriré, tranquilo, sosegado.
No me despertaré por la mañana
Ni por la tarde. ¿Nunca?
¿Monstruo sin cuerpo yo?
Se cumpla el orden.
No te entristezca el muerto solitario.
En esa soledad no está, no existe.
Nadie en los cementerios.
¡Qué solas se quedan las tumbas! | Fuera del mundo |
José Antonio Labordeta | de Vicente Cazcarra
Hoy he visto a tus padres, cuando volvía a casa.
Él me miró en silencio,
con los ojos perdidos del hombre que trabaja,
día y noche, en los trenes. Ella, tu madre,
me anunció tus treinta años igual que yo- cumplidos,
y tu hermana tenía ardor y rabia en las palabras.
Repetimos la historia, tu silencio;
la voz que conocimos ya no existe
y sin embargo, sabemos que envejeces, igual que yo
-soy calvo y apunto para padre-, día a día.
Me hablaron de tus manos, de tus pies...
Los días pasan lentos, uno a uno,
pero dañan y llagan y hacen hueco
y sombra sobre el alma.
Recuérdote
sentado en el pupitre, allá en la vieja aula,
hablando sobre Dios y la justicia,
viendo llegar el cierzo. Cada día que pasa
se te marca también a mí- la llaga
del hombre acorralado.
Es doloroso, ya ves,
saberte casi muerto en medio dela vida.
Tu padre dijo adiós. Tu madre
repitió tus treinta años, y tu hermana
me aviolentó de golpe con tu hombría. | Sexto recuerdo |
Baltasar del Alcázar |
No siento yo, dulcísima María,
con no veros dolor, porque deseo
y amor os representan, y así os veo
y está en vos gozando el alma mía.
En mí juego con vos con osadía
y gozo por verdad lo que no creo,
y en este libre estado que poseo
no hallo quien me turbe el alegría.
Pero buscan mis ojos su derecho
y aléganme con lágrimas y fieros
que no veros con ellos es mal hecho.
Que, pues fueron autores de quereros,
no he de usurparme yo todo el provecho,
y así, por darles parte, acuerdo veros. | No siento yo, dulcísima maría |
Luis Alberto de Cuenca |
Silencio de barreras coralinas en el Fort du Rocher
Escasea el bucán en los depósitos de la Cofradía.
Venías de los Mabinogion.
You lov'd me like a mist junto a los pumas de la noche.
Entre el estruendo de las baterías españolas.
El látigo del ron en la garganta.
La vergonzosa fuga del enemigo.
El fin de un gobernador cobarde.
Feliz balance en Puerto Bello.
Consumar con el sol una jornada victoriosa.
Enarbolaste la bandera negra de Némesis.
Me sentía orgulloso de tu valor.
Y en la choza besar tus labios
y sentirme otra vez marooned. | Marooned |
Luis Cernuda |
Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.
Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.
Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.
La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.
Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.
Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.
Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.
Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.
Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.
Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.
Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte. | A un poeta muerto |
Luis Cañizal de la Fuente |
La hora todavía
se dejaba tocar en la cabeza.
Qué descanso: estar vivo
era seguir durmiendo. | La hora todavía |
Gonzalo Rojas |
A José Lezama Lima (1910-1976)
Respiras por palabras diez mil veces al día,
juras por el amor y le hermosura
y diez mil veces purificas tus pulmones
mordiendo el soplo de la ráfaga extranjera,
pero todo es en vano, la muerte, el paladar,
el pájaro verbal que vuela de tu lengua. | Y nacer es aquí una fiesta innombrable |
Carlos Bousoño |
A Carmen Braga
Desde aquí yo contemplo, tendido, sin memoria
el campo. Piedra y campo, y cielo, y lejanía.
Mis ojos miran montes donde sembró la historia
el dulce sueño amargo que sueñan todavía.
Pero el amor fundido en piedra, día a día;
pero el amor mezclado con monte, o con escoria,
es duradero y te amo, oh patria, oh serranía
crespa, que te levantas, bajo el cielo, ilusoria.
Campos que yo conozco, cielos donde he existido;
piedras donde he amasado mi corazón pequeño;
bosques donde he cantado; sueños que he padecido.
Os amo, os amo, campos, montañas, terco empeño
de mi vivir, sabiendo que es vano mi latido
de amor. Mas te amo, patria, vapor, fantasma, sueño. | España en el sueño |
Juan Ramón Mansilla | Viento, viento de nuevo en la tarde de octubre.
Mirando la calle pensaba en la muerte.
La muerte y él. Dos trazos paralelos
que no habrían de cruzarse
ni en el más improbable infinito.
Los fármacos, la fiebre, la tos.
La ventisca, la hojarasca.
Las convulsiones de fuera y las de dentro.
Señales de vida tan ciertas
como el viento en la tarde de octubre
y ese olor a almendras amargas en su alcoba
antes y después de su fallecimiento. | Almendras amargas |
Teresa Domingo Català | Dormir en ti, desnuda de abalorios,
amada por la calma de tus horas,
en tus ciénagas, en tus ciegos páramos,
con los ojos de sístole y penumbra
que arrancan alaridos al invierno.
Dormir en ti; los pájaros nocturnos
se enamoran de besos y cuarteles
donde reposar del vuelo, del fin
del nido y del estrago, y el helecho
gotea agua, lluvia mensajera.
Dormir en ti, en el canchal del río
donde arrasas, en el enigma triste
de los lirios oscuros, en océano
enloquecido por tus manos dulces
que penetra la casa en donde moro.
Dormir en ti, tras los acordes blancos
de tu silencio, que adormila búhos
y lechuzas encarnados en piel,
con sueños habitados de un futuro
lleno de soledad y de catástrofe.
Dormir en ti, al ángel de los hielos,
en tus pechos de diosa primigenia,
con roces de la rosa ensangrentada
y el murmullo del águila triunfante,
dormir, dormir en ti, sí, para siempre. | Dormir en ti |
Juan del Encina |
No te tardes que me muero,
carcelero,
no te tardes que me muero.
Apresura tu venida
porque no pierda la vida,
que la fe no está perdida,
carcelero,
no te tardes que me muero.
Bien sabes que la tardança
trae gran desconfiança;
ven y cumple mi esperança,
carcelero,
no te tardes que me muero.
Sácame desta cadena,
que recibo muy gran pena,
pues tu tardar me condena.
Carcelero,
no te tardes que me muero.
La primer vez que me viste
sin te vencer me venciste;
suéltame, pues me prendiste.
Carcelero,
no te tardes que me muero.
La llave para soltarme
ha de ser galardonarme,
proponiendo no olvidarme.
Carcelero,
no te tardes que me muero.
Fin
Y siempre cuanto vivieres
haré lo que tú quisieres
si merced hacerme quieres.
Carcelero,
no te tardes que me muero. | No te tardes que me muero |
Alfredo Lavergne | Sin el prodigio deseo de mi vena
Sin la cualidad del ópalo
Sin la terapia que divide el don
Sin el pretendido purismo
Sin contar que amo mis manos
Sin denunciar que el hombre nos castiga
O que anoche escribí pateando una tapa.
Que no era primavera Que no había luna
Y que me he encontrado con la forma y el tema
Que nada pretenden. | Arte poética |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
Un signo tuyo busco en todas las otras,
en el brusco, ondulante río de las mujeres,
trenzas, ojos apenas sumergidos,
pies claros que resbalan navegando en la espuma.
De pronto me parece que diviso tus uñas
oblongas, fugitivas, sobrinas de un cerezo,
y otra vez es tu pelo que pasa y me parece
ver arder en el agua tu retrato de hoguera.
Miré, pero ninguna llevaba tu latido,
tu luz, la greda oscura que trajiste del bosque,
ninguna tuvo tus diminutas orejas.
Tú eres total y breve, de todas eres una,
y así contigo voy recorriendo y amando
un ancho Mississippi de estuario femenino. | Cien sonetos de amor |
Paz Díez Taboada | ¿Quién eres tú, Boliche, que con azules lágrimas
me asaltas en la hora del olvido obstinado?
De tu postal, al dorso, las palmeras se cuelgan
como arañas sombrías en un cielo azul-acre,
rodeando, acechantes, al cenachero enclenque
-garabato de bronce sobre el Mediterráneo-.
Aún puedo recordar la vieja cantilena.
Entre juegos, jadeos y risas, la cantaban
niños de ayer, paseando la merienda
-pan de centeno y negro chocolate-:
Bolíiiche, gritan los niños del pueblo,
Bolíiiche, si te he visto no me acuerdo...
¿Quién eres tú, Boliche? Si alguna vez te he visto,
se me escapa tu rostro por el hilo de letras,
desemboca en la rúbrica -lazo azul de misterios-,
y el viaje fatigoso, remando a contra/tiempo,
me estrella en el fracaso de un nombre sin memoria.
El llamarte Boliche me robó tu figura
y me dejó sentada ante el mar del olvido,
mirando cómo avanza la ola de la firma,
larga lengua de asombros que me borra tu imagen. | Boliche |
Mario Meléndez | Qué debo hacer para cantar
si a veces se me pierde el grillo
que llevo adentro
se me desprende la campana
el timbre, el ave
y sólo me queda el latido
de algún jilguero en la memoria
luchando por desatar su melodía
sobre las alas del abecedario
Y cuando encuentro al fin mi flauta
en un estanque del tiempo
se me oscurece la garganta
de pensar a quién
a quién, a quién
dirigiré las notas
de este arcoiris sin luz
de esta ampolleta mal colocada
y casi siempre insatisfecha
Preferiría escuchar por las tardes
a una gaviota sentada en mi cuaderno
jugando a ser paracaídas
en los espacios en blanco
o repetir el grito de unos bigotes
al ser arrancados
de su lugar de origen
Preferiría el sonido de un huevo
sacando la lengua al aceite
apresurado por entrar a la boca
de mil mujeres sin dentadura
Entonces recuerdo
que llevo pegada una mosca
al tímpano del alma
ella se reproduce en mis sueños
y no es violín
porque en la muerte desafina
y se le rompen las cuerdas
al detenerse en la sangre. | Qué debo hacer para cantar |
Víctor Jiménez | (Gaspar Melchor de Jovellanos,
por Francisco de Goya)
Como un lento, oscuro, inmenso
mar que anega el corazón,
crece mi desolación
hoy, más cuanto más lo pienso.
Tan débil, tan indefenso
me hallo ante la soledad,
la responsabilidad,
los ataques, las intrigas...
Y carcomidas mis vigas
por la pobreza y la edad.
Y la sombra me aniquila.
No me queda ni la lumbre
del amor ni mi costumbre
de vida dulce y tranquila.
Sólo la luna vigila
el enjambre de mis sienes.
¿Y me dices tú que vienes
a pintarme? Goya, amigo,
si aún te vale este mendigo
de la dicha, aquí me tienes.
Deja, Gaspar, encendida
la luz de la inteligencia.
Ignora toda presencia.
Acomódate y olvida
cuanto no sea tu vida.
Y ahora al fin, amigo fiel,
que, para siempre, la hiel
más honda de tu amargura
se funda con mi pintura
en la llama del pincel. | El cuadro |
Rubén Darío |
Junto al negro palacio del rey de la isla de Hierro ?(¡Oh, cruel, horrible, destierro!)? ¿Cómo es que
tú, hermana armoniosa, haces cantar al cielo gris, tu pajarera de ruiseñores, tu formidable caja musical?
¿No te entristece recordar la primavera en que oíste a un pájaro divino y tornasol
en el país del sol?
En el jardín del rey de la isla de Oro ?(¡oh, mi ensueño que adoro!)? fuera mejor que tú, armoniosa
hermana, amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; tú que nacistes donde más lindos nacen el clavel de sangre y la rosa de arrebol,
en el país del sol!
O en el alcázar de la reina de la isla de Plata ?(Schubert, solloza la Serenata...)? pudieras también, hermana
armoniosa, hacer que las místicas aves de tu alma alabasen, dulce, dulcemente, el claro de luna, los vírgenes lirios, la monja paloma y el cisne marqués. La mejor plata se funde en un ardiente crisol,
en el país del sol!
Vuelve, pues a tu barca, que tiene lista la vela ?(resuena, lira, Céfiro, vuela)? y parte, armoniosa
hermana, a donde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus rizos de
oro bajo un regio y azul parasol,
en el país del sol! | El país del sol |
Ramón López Velarde |
Por débil y pequeña,
oh flor de paraíso,
cabías en el vértice
del corazón en fiesta que te quiso.
Salíamos al campo
y tu cuerpo minúsculo
se destacaba airoso
en la grana y el oro del crepúsculo.
¡Oh noches enlunadas
oh provinciana orquesta,
oh, tu alma piadosa!
¡Oh mi incansable corazón en fiesta!
Y una noche moriste
con la paz de un lamento
que se va con la brisa
al brocado ideal del firmamento.
Se derramó tu espíritu
cual vaso de ambrosía,
y en tu mano difunta
puso mi amor una azucena pía.
Sorda estás para siempre,
el recuerdo me abrasa
y al tocar en la puerta
turba el ruido el silencio de la casa.
¡Oh ilusión fallecida
en abril! ¡Oh alma presta
a todos los ensueños
del incansable corazón en fiesta! | Muerta |
José Asunción Silva |
La luz vaga... opaco el día,
la llovizna cae y moja
con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.
Por el aire tenebroso ignorada mano arroja
un oscuro velo opaco de letal melancolía,
y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja
al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría,
y al oír en las alturas
melancólicas y oscuras
los acentos dejativos
y tristísimos e inciertos
con que suenan las campanas
¡las campanas plañideras que les hablan a los vivos
de los muertos!
¡Y hay algo angustioso e incierto
que mezcla a ese sonido su sonido,
e inarmónico vibra en el concierto
que alzan los bronces al tocar a muerto,
por todos los que han sido!
Es la voz de una campana
que va marcando la hora,
hoy lo mismo que mañana,
rítmica, igual y sonora,
una campana se queja,
y la otra campana llora,
ésa tiene voz de vieja,
ésta de niña que ora.
Las campanas más grandes, que dan un doble recio
suenan con acento de místico desprecio,
mas la campana que da la hora
ríe, no llora.
Tiene en su timbre seco sutiles ironías,
su voz parece que habla de goces, de alegrías,
de placeres, de citas, de fiestas y de bailes,
de las preocupaciones que llenan nuestros días,
es una voz del siglo entre un coro de frailes,
y con sus notas se ríe,
escéptica y burladora,
de la campana que ruega
de la campana que implora
y de cuanto aquel coro conmemora,
y es porque con su retintín
ella midió el dolor humano
y marcó del dolor el fin;
por eso se ríe del grave esquilón
que suena allá arriba con fúnebre són,
por eso interrumpe los tristes conciertos
con que el bronce santo llora por los muertos...
¡No la oigáis, oh bronces! ¡no la oigáis, campanas,
que con la voz grave de ese clamoreo,
rogáis por los seres que duermen ahora
lejos de la vida, libres del deseo,
lejos de las rudas batallas humanas!
¡Seguid en el aire vuestro bamboleo,
no la oigáis, campanas!
¿Contra lo imposible qué puede el deseo?
Allá arriba suena,
rítmica y serena,
esa voz de öro
y sin que lo impidan sus graves hermanas
que rezan en coro,
la campana del reló
suena, suena, suena ahora
y dice que ella marcó
con su vibración sonora
de los olvidos la hora,
que después de la velada,
que pasó cada difunto,
en una sala enlutada
y con la familia junto
en dolorosa actitud
mientras la luz de los cirios
alumbraba el ataúd
y las coronas de lirios,
que después de la tristura
de los gritos de dolor,
de las frases de amargura,
del llanto desgarrador,
marcó ella misma el momento
en que con la languidez
del luto huyó el pensamiento
del muerto, y el sentimiento...
seis meses más tarde o diez...
Y hoy, día de muertos, ahora que flota,
en las nieblas grises la melancolía,
en que la llovizna cae, gota a gota,
y con sus tristezas los nervios embota,
y envuelve en un manto de la ciudad sombría,
ella que ha medido la hora y el día
en que a cada casa, lúgubre y vacía
tras del luto breve volvió la alegría;
ella que ha marcado la hora del baile
en que al año justo, un vestido aéreo,
estrena la niña, cuya madre duerme
olvidada y sola, en el cementerio
suena indiferente a la voz de fraile
del esquilón grave y a su canto serio;
ella que ha medido la hora precisa,
en que a cada boca, que el dolor sellaba,
como por encanto volvió la sonrisa,
esa precursora de la carcajada,
ella que ha marcado la hora en que el viudo
habló de suicidio y pidió el arsénico
cuando aun en la alcoba, recién perfumada,
flotaba el aroma del ácido fénico
y ha marcado luego la hora en que, mudo
por las emociones con que el goce agobia,
para que lo unieran con sagrado nudo,
a la misma iglesia fue con otra novia;
¡ella no comprende nada del misterio
de aquellas quejumbres que pueblan el aire,
y lo ve en la vida todo jocoserio
y sigue marcando con el mismo modo
el mismo entusiasmo y el mismo desgaire
la huida del tiempo que lo borra todo!
Y eso es lo angustioso y lo incierto
que flota en el sonido
ésa es la nota irónica que vibra en el concierto
que alzan los bronces al tocar a muerto.
¡Por todos los que han sido!
ésa es la voz fina y sutil,
de vibraciones de cristal,
que con acento juvenil
indiferente al bien y al mal,
mide lo mismo la hora vil,
que la sublime o la fatal
y resuena en las alturas,
melancólicas y oscuras
sin tener en su tañido
claro, rítmico y sonoro,
los acentos dejativos
y tristísimos e inciertos
de aquel misterioso coro,
con que ruegan las campanas, las campanas,
¡las campanas plañideras
que les hablan a los vivos
de los muertos! | Día de difuntos |
Pablo Neruda | Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas,
y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,
y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas,
y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas,
como un collar de palpitantes ostras sexuales
rodean mi residencia solitaria,
como enemigos establecidos contra mi alma,
como conspiradores en traje de dormitorio
que cambiaran largos besos espesos por consigna.
El radiante verano conduce a los enamorados
en uniformes regimientos melancólicos,
hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas:
bajo los elegantes cocoteros, junto al océano y la luna
hay una continua vida de pantalones y polleras,
un rumor de medias de seda acariciadas,
y senos femeninos que brillan como ojos.
El pequeño empleado, después de mucho,
después del tedio semanal, y las novelas leídas de noche,
en cama,
ha definitivamente seducido a su vecina,
y la lleva a los miserables cinematógrafos
donde los héroes son potros o príncipes apasionados,
y acaricia sus piernas llenas de dulce vello
con sus ardientes y húmedas manos que huelen a cigarrillo.
Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos
se unen como dos sábanas sepultándome,
y las horas después del almuerzo en que los jóvenes estudiantes,
y los jóvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban,
y los animales fornican directamente,
y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban coléricas,
y los primos juegan extrañamente con sus primas,
y los médicos miran con furia al marido de la joven paciente,
y las horas de la mañana en que el profesor, como por des-
cuido,
cumple con su deber conyugal, y desayuna,
y, más aún, los adúlteros, que se aman con verdadero amor
sobre lechos altos y largos como embarcaciones:
seguramente, eternamente me rodea
este gran bosque respiratorio y enredado
con grandes flores como bocas y dentaduras
y negras raíces en forma de uñas y zapatos. | Caballero solo |
José Luis Piquero | X, el más implacable cazador de autógrafos de Asturias, siempre acechante ante cualquier popular, famoso o importante que aterrice en nuestra región, consiguió cobrarse varias piezas en la fiesta de...
(Leído en la prensa)
Vestido con mal gusto y ese aspecto
de perro triste, eres mi pesadilla
y también una incógnita. Quisiera
saber cómo es el mundo cuando abres
los ojos para ver la gloria ajena,
y si serás feliz y todo eso.
E intento comprender y, elucubrando,
empiezo a imaginar más amplias miras
para lo tuyo: mención en el Guinnes,
congresos de cazadores de autógrafos,
un mundo clandestino -como el nuestro-
con revistas, no sé, correspondencia...
O tu fascinación sencillamente
por gentes que han de serte tan extrañas
y complicadas como tú lo eres
para mí, o lo que dirán tus padres,
una forma cualquiera de pasar,
de haber estado aquí.
Mientras nosotros
fingimos no escuchar, tú cuentas otra
historia a uno que finge que te escucha
(cómo dijo y el gesto de las manos
y el ambiente que había) y luego exhibes
con orgullo las pruebas indudables
del contacto (la firma y una foto),
y de eso vives, de eso te alimentas.
Ojalá no tuviera la sospecha
de que nos parecemos demasiado
y que compadecerte es un pretexto.
Acaso tú eres más sabio que yo:
Un perdedor sin más. Todos perdemos. | Cazador de autógrafos |
Amado Nervo |
¿Adónde fuiste, Amor; adónde fuiste?
Se extinguió del poniente el manso fuego,
y tú que me decías: «hasta luego,
volveré por la noche»... ¡no volviste!
¿En qué zarzas tu pie divino heriste?
¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego?
¿Qué nieve supo congelar tu apego
y a tu memoria hurtar mi imagen triste?
...Amor, ¡ya no vendrás! En vano, ansioso,
de mi balcón atalayando vivo
el campo verde y el confín brumoso;
y me finge un celaje fugitivo
nave de luz en que, al final reposo,
va tu dulce fantasma pensativo. | El celaje |
Gonzalo Rojas |
En cuanto a la imaginación de las piedras casi todo lo de carácter copioso es poco fidedigno:
de lejos sin discusión su preñez animal es otra,
coetáneas de las altísimas no vienen de las estrellas,
su naturaleza no es alquímica sino música,
pocas son palomas, casi todas son bailarinas, de ahí su encanto;
por desfiguradas o selladas, su majestad es la única que comunica con la Figura,
pese a su fijeza no son andróginas,
respiran por pulmones y antes de ser lo que son fueron máquinas de aire,
consta en libros que entre ellas no hay Himalayas,
ni rameras,
no usan manto y su único vestido es el desollamiento,
son más mar que el mar y han llorado,
aun las más enormes vuelan de noche en todas direcciones y no enloquecen,
son ciegas de nacimiento y ven a Dios,
la ventilación es su substancia,
no han leído a Wittgenstein pero saben que se equivoca,
no entierran a sus muertos,
la originalidad en materia de rosas les da asco,
no creen en la inspiración ni comen luciérnagas,
ni en la farsa del humor,
les gusta la poesía con tal que no suene,
no entran en comercio con los aplausos,
cumplen 70 años cada segundo y se ríen de los peces,
lo de los niños en probeta las hace bostezar,
los ejércitos gloriosos les parecen miserables,
odian los aforismos y el derramamiento,
son geómetras y en las orejas llevan aros de platino,
viven del ocio sagrado. | En cuanto a la imaginación de las piedras |
Gabriela Mistral |
Este largo cansancio se hará mayor un día
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué, no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir... | Este largo cansancio |
Pablo Neruda | AY la mentira que vivimos
fue el pan nuestro de cada día.
Señores del siglo veintiuno,
es necesario que se sepa
lo que nosotros no supimos,
que se vea el contra y el por,
porque no lo vimos nosotros,
y que no coma nadie más
el alimento mentiroso
que en nuestro tiempo nos nutría.
Fue el siglo comunicativo
de las incomunicaciones:
los cables debajo del mar
fueron a veces verdaderos
cuando la mentira llegó
a tener mayor latitud
y longitudes que el océano:
los lenguajes se acostumbraron
a aderezar el disimulo,
a sugerir las amenazas,
y las largas lenguas del cable
enrollaron como serpientes
el mentidero colosal
hasta que todos compartimos
la batalla de la mentira
y después de mentir corriendo
salimos mintiendo a matar,
llegamos mintiendo a morir.
Mentíamos con los amigos
en la tristeza o el silencio
y el enemigo nos mintió
con la boca llena de odio.
Fue la edad fría de la guerra.
La edad tranquila del odio.
Una bomba de cuando en cuando
quemaba el alma de Viet Nam.
Y Dios metido en su escondite
acechaba como una araña
a los remotos provincianos
que con soñolienta pasión
caían en el adulterio. | Sepan lo sepan lo sepan |
Jaime Sabines |
Todos te desean pero ninguno te ama.
Nadie puede quererte, serpiente,
porque no tienes amor,
porque estás seca como la paja seca
y no das fruto.
Tienes el alma como la piel de los viejos.
Resígnate. No puedes hacer más
sino encender las manos de los hombres
y seducirlos con las promesas de tu cuerpo.
Alégrate. En esa profesión del deseo
nadie como tú para simular inocencia
y para hechizar con tus ojos inmensos. | Casida de la tentadora |
Francisco Álvarez |
Quisiera ser tu propio pensamiento,
la inseparable sombra que te siga
si no ya como amante, como amiga,
en sol, en luna, en luz de apartamento.
Quisiera ser el vaho de tu aliento,
la inquietud afectiva que te intriga,
de tu edificio columnata y viga,
de tus heridas oloroso ungüento.
Tanto quiero ser tuya, hacerte mío,
que dejaré mi espíritu vacío
para que lo satures de tu esencia.
Remolca mi silueta en tu sendero,
sombra adherida a tu vagar ligero,
y absórbeme en tu piel y en tu existencia. | En ti |
Pablo Neruda | Aunque los pasos toquen mil años este sitio,
no borrarán la sangre de los que aquí cayeron.
Y no se extinguirá la hora en que caísteis,
aunque miles de voces crucen este silencio.
La lluvia empapará las piedras de la plaza,
pero no apagará vuestros nombres de fuego.
Mil noches caerán con sus alas oscuras,
sin destruir el día que esperan estos muertos.
El día que esperamos a lo largo del mundo
tantos hombres, el día final del sufrimiento.
Un día de justicia conquistada en la lucha,
y vosotros, hermanos caídos, en silencio,
estaréis con nosotros en ese vasto día
de la lucha final, en ese día inmenso. | Siempre |
Infantiles |
La pata desplumada,
cua, cua, cua,
como es patosa,
cua, cua, cua,
ha metido la pata,
cua, cua, cua,
en una poza.
-¡Grua!, ¡grua!, ¡grua!
En la poza había un Cerdito
vivito y guarreando,
con el barro de la poza,
el cerdito jugando.
El cerdito le dijo:
-Saca la pata,
pata hermosa.
Y la pata patera
le dio una rosa.
Por la granja pasean
comiendo higos.
¡El cerdito y la pata
se han hecho amigos! | La pata mete la pata |
Antonio Fernández Lera | Muevo los brazos
en el aire frío
como un cuerpo de paja
pintarrajeado
Prendedme fuego
Muevo los labios
Vosotros Eh Vosotros
Prendedme fuego
Pero no se oye
Vosotros Eh Vosotros
Prendedme fuego
Pero no se oye
Muevo los brazos
Y me dejo llevar por la furia del viento
que arrastra tierra y hojarasca
Muevo los brazos
El agua de los ríos desaparece
Los gorriones picotean mis manos
La lluvia moja mis huesos
La muerte duerme a mis pies
Prendedme fuego | El perro de la muerte |
César Vallejo |
La noche es una copa de mal. Un silbo agudo
del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler.
Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste,
la onda aún es negra y me hace aún arder?
La tierra tiene bordes de féretro en la sombra.
Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver.
Mi carne nada, nada
en la copa de sombra que me hace aún doler;
mi carne nada en ella
como en un pantanoso corazón de mujer.
Ascua astral... He sentido
secos roces de arcilla
sobre mi loto diáfano caer.
¡Ah, mujer! Por ti existe
la carne hecha de instinto. ¡Ah, mujer!
Por eso ¡oh negro cáliz! aun cuando ya te fuiste,
me ahogo con el polvo
¡y piafan en mis carnes más ganas de beber! | La copa negra |
Miguel de Unamuno |
Rosa de nube de carne
Ofelia de Dinamarca,
tu mirada, sueñe o duerma,
es de Esfinge la mirada.
En el azul del abismo
de tus niñas - todo o nada,
?ser o no ser?-, ¿es espuma
o poso de vida tu alma?
No te vayas monja, espérame
cantando viejas baladas,
suéñame mientras te sueño,
brízame la hora que falta.
Y si los sueños se esfuman
- ?el resto es silencio? -, almohada
hazme de tus muslos, virgen. | Ofelia de dinamarca |
Federico García Lorca |
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques,
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor
que se fue por el aire! | Baladilla de los tres ríos |
Pedro Salinas |
Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.
Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos.
En una piedra está
la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan sólo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.
También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
Nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendario: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso:
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.
Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse: palpan, palpan.
Pero una voz oscura tras la frente,
¿nuestra frente o la suya?
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada,
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin casarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías. | La memoria en las manos |
Julio Flórez Roa |
¿Ves ese roble que abatir no pudo
ayer el huracán que asoló el monte
y que finge en el monte un alto y rudo
centinela que mira el horizonte?
El rayo apenas lo agrietó; sereno
sobre su vieja alfombra de hojarasca
se yergue aún como retando al trueno
que la furia azuzó de la borrasca.
Se tú como ese roble: que la herida
que abra en tu pecho el dardo de la suerte
sin causarte escozor sane enseguida.
Labora y triunfa como sano y fuerte
para que el lauro que te da la vida
flote sobre el remanso de la muerte. | A mi hijo, león julio |
Mario Benedetti | Qual è l'incarnato dell`onda?
Valerio Magrelli
¿Qué es en definitiva el mar?
¿por qué seduce? ¿por qué tienta?
suele invadirnos como un dogma
y nos obliga a ser orilla
nadar es una forma de abrazarlo
de pedirle otra vez revelaciones
pero los golpes de agua no son magia
hay olas tenebrosas que anegan la osadía
y neblinas que todo lo confunden
el mar es una alianza o un sarcófago
del infinito trae mensajes ilegibles
y estampas ignoradas del abismo
trasmite a veces una turbadora
tensa y elemental melancolía
el mar no se avergüenza de sus náufragos
carece totalmente de conciencia
y sin embargo atrae tienta llama
lame los territorios del suicida
y cuenta historias de final oscuro
¿qué es en definitiva el mar?
¿Por qué fascina? ¿por qué tienta?
es menos que un azar / una zozobra /
un argumento contra dios / seduce
por ser tan extranjero y tan nosotros
tan hecho a la medida
de nuestra sinrazón y nuestro olvido
es probable que nunca haya respuesta
pero igual seguiremos preguntando
¿qué es por ventura el mar?
¿por qué fascina el mar? ¿qué significa
ese enigma que queda
más acá y más allá del horizonte? | El mar |
Amado Nervo |
Yo ya me despedía.... y palpitante
cerca mi labio de tus labios rojos,
«Hasta mañana», susurraste;
yo te miré a los ojos un instante
y tú cerraste sin pensar los ojos
y te di el primer beso: alcé la frente
iluminado por mi dicha cierta.
Salí a la calle alborozadamente
mientras tu te asomabas a la puerta
mirándome encendida y sonriente.
Volví la cara en dulce arrobamiento,
y sin dejarte de mirar siquiera,
salté a un tranvía en raudo movimiento;
y me quedé mirándote un momento
y sonriendo con el alma entera,
y aún más te sonreí... Y en el tranvía
a un ansioso, sarcástico y curioso,
que nos miró a los dos con ironía,
le dije poniéndome dichoso:
-«Perdóneme, Señor esta alegría.» | El primer beso |
Francisco de Medrano |
A LAS RUINAS DE ITÁLICA, QUE AHORAN LLAMAN SEVILLA LA VIEJA, JUNTO DE LAS QUALES ESTÁ SU EREDAMIENTO MIRARBUENO
Estos de pan llevar campos ahora,
fueron un tiempo Itálica. Este llano
fue templo. Aquí a Teodosio, allí a Trajano
puso estatuas su patria vençedora.
En este çerco fueron Lamia y Flora
llama y admiraçión deel vulgo vano;
en este cerco el luchador profano
deel aplauso esperó la voz sonora.
¡Cómo feneçió todo, ay!; mas erguidas,
a pesar de fortuna y tiempo, vemos
estas y aquellas piedras combatidas.
Pues si vencen la edad y los estremos
deel mal, piedras calladas y sufridas,
suframos, Amarilis, y callemos. | Soneto xxvi |
María Eugenia Caseiro | Mirar desde la altura de un padrenuestro las azoteas envueltas
en la niebla, los amores furtivos, las peleas de vecinos y las
cabezas de los paseantes, es un oficio que se pierde en los
balcones de las viejas usureras y escurridizas como lentejas en
días de hambre.
No hay nada como ir en pos de la puerta deseada sobre los pies
desarmados de cadenas, libres de pisar las colonias de
hormigas que acampan y duermen debajo de los árboles;
caminar sin tiempo y sin penitencias para dejar en la tierra, al
menos una leve huella de pisadas. | Un nuevo oficio |
Luis de Góngora |
Esta en forma elegante, oh peregrino,
De pórfido luciente dura llave
El pincel niega al mundo más süave,
Que dio espíritu a leño, vida a lino.
Su nombre, aun de mayor aliento dino
Que en los clarines de la Fama cabe,
El campo ilustra de ese mármol grave.
Venérale, y prosigue tu camino.
Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces si no sombras, Morfeo.
Tanta urna, a pesar de su dureza,
Lágrimas beba y cuantos suda olores
Corteza funeral de árbol sabeo. | Inscripción para el sepulcro de domínico greco |
Francisco de Quevedo |
Lo que me quita en fuego, me da en nieve
La mano que tus ojos me recata;
Y no es menos rigor con el que mata,
Ni menos llamas su blancura mueve.
La vista frescos los incendios bebe,
Y volcán por las venas los dilata;
Con miedo atento a la blancura trata
El pecho amante, que la siente aleve.
Si de tus ojos el ardor tirano
Le pasas por tu mano por templarle,
Es gran piedad del corazón humano;
Mas no de ti, que puede al ocultarle,
Pues es de nieve, derretir tu mano,
Si ya tu mano no pretende helarle. | A aminta, que se cubrió los ojos con la mano |
Luis de Góngora |
Sacro pastor de pueblos, que en florida
Edad, pastor, gobiernas tu ganado,
Más con el silbo que con el cayado
Y más que con el silbo con la vida;
Canten otros tu casa esclarecida,
Mas tu Palacio, con razón sagrado,
Cante Apolo de rayos coronado,
No humilde Musa de laurel ceñida.
Tienda es gloriosa, donde en lechos de oro
Victorïosos duermen los soldados
Que ya despertarán a triunfo y palmas;
Milagroso sepulcro, mudo coro
De muertos vivos, de ángeles callados,
Cielo de cuerpos, vestuario de almas. | A don sancho dávila |
Ángeles Carbajal | Hoy de nuevo he buscado
la mesa de un café
para leer,
para escribir este poema,
para no entender
lo que no entiendo,
para imaginarte
como tantas veces,
en la penumbra
de las horas lentas,
entre las páginas
de un libro
y otro libro,
paseando bajo la lluvia,
en los museos
de Viena, de París, de Roma...
en el amarillo toscana
de una pared
de la Toscana,
en el prau carballalu
una tarde de yerba
y de tormenta,
en las noches azules de lavanda,
una mañana de campanas
en la abadía de Melk,
en las clases de francés,
quels étaient son nom,
sa demeure, sa vie, son passé,
il souhaitait connaitre
les meubles de sa chambre,
toutes les robes qu'elle avait portées,
delante de un gran cuadro de Marc Rothko,
en Monteverdi y en Beethoven,
en los horizontes cercanos del invierno,
y dondequiera
que mis ojos se posaran
era siempre el mismo mi deseo:
tus manos cerca, tu voz,
volver a casa
y que estuvieras tú. | Tú |
Lope de Vega |
Sulca del mar de Amor las rubias ondas,
barco de Barcelona, y por los bellos
lazos navega altivo, aunque por ellos
tal vez te muestres y tal vez te escondas.
Ya no flechas, Amor, doradas ondas
teje de sus espléndidos cabellos;
tú con los dientes no le quites dellos
para que a tanta dicha correspondas.
Desenvuelve los rizos con decoro,
los paralelos de mi sol desata,
boj o colmillo de elefante moro;
y en tanto que esparcidos los dilata,
forma por la madeja sendas de oro
antes que el tiempo los convierta en plata. | A un peine que no sabía el poeta |
Andrés Bello | ¿Qué son las fuentes en que el oro brilla,
y el mármol de colores,
a par del Nilo, y de esta verde orilla
esmaltada de flores?
No es tan grato el incienso que consume
en el altar la llama,
como entre los aromos el perfume
que el céfiro derrama.
Ni en el festín real me gozo tanto,
como en oír la orquesta
alada, que, esparciendo dulce canto,
anima la floresta.
¿Véis cuál se pinta en la corriente clara
el puro azul del cielo?
El cinto desatadme, y la tïara,
y el importuno velo.
¿Véis en aquel remanso trasparente
zabullirse la garza?
Las ropas deponed; y al blando ambiente,
el cabello se esparza. | A moisés |
Melchor de Palau | A mi profesor el distinguido ingeniero
ROGELIO DE INCHAURRANDIETA
ODA
Ábreme, Tierra, las profundas hojas
que muestran de tu vida los afanes,
y, nuevamente, las antorchas rojas
enciende de tus hórridos volcanes;
que, a su luz, quiero recorrer tu historia,
cantar tus hechos, ensalzar tu gloria.
¡Cuántos siglos y siglos han pasado
en que sólo la bárbara codicia
abrió tu seno, de metal preñado!
¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo,
indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo!
Bien comprendo la pena que sufriste
cuando a los sabios viste
rasgar el velo azul del firmamento,
astros y soles reducir a cuento,
y, desprendidos de tus dulces brazos,
de otros planetas estudiar los lazos,
y perseguir el vago movimiento.
Doliote ver a tus ansiosos hijos
en otros mundos los anhelos fijos;
pero tú, como madre cariñosa,
perdonaste su amante desvarío,
y, llorando a tus solas su desvío,
hacinabas prudente y afanosa
preciosos materiales para el día
en que viera la luz la Geología:
y aquel día llegó; por fin el sabio
bajó hacia el suelo los alzados ojos,
reemplazó la piqueta al astrolabio,
y removió tus fósiles despojos.
Y él, que del primer libro
buscara ansioso la edición primera,
miró impresas con hondos caracteres
las formas primitivas de los seres
que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera.
Con sorpresas crecientes,
a la luz de la Ciencia,
en sobrepuestas losas funerarias,
descubrió la existencia
de ya perdidas razas embrionarias,
y de razas que aún están presentes:
vio en tus hondas heridas
el paso de unas vidas a otras vidas,
y te abarcó en conjunto,
desde el sublime punto
en que Dios te llamó con voz de trueno,
y el caos arrojote de su seno.
Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado!
tus lágrimas copiosas desprendidas
el monte abandonaron por el llano.
en los cóncavos senos recogidas,
rellenaron el férvido Oceano:
flotó en la nada tu gigante cuna,
la gravedad colgote en el espacio,
pabellones de nácar y topacio
te dio el Sol en las gasas de sus nieblas,
y, rasgando las lóbregas tinieblas,
para tus noches encendió la luna.
La materia candente
se enfrió de las aguas al contacto,
como el dolor que siente
del llanto amigo silencioso tacto;
formada la película primera
sintió del fuego el ardoroso brío,
y a ondular comenzó, de igual manera
que las mieses ondulan en estío;
pero vencido y encerrado luego
por nuevas capas el hirviente fuego,
desahogó su furor lanzando al alto
columnas mil de lava y de basalto.
Como sencilla virgen ruborosa,
al vislumbrar el sol entre celajes,
con florecientes y verdosos trajes
cubrió su desnudez la tierra hermosa;
y, mientras las erráticas estrellas
la ley fijaban de sus claras huellas,
arrebatando al iris los colores,
pintó la Flora sus primeras flores:
la Fauna apareció; vida rastrera
tuvieron los primeros moradores,
que terminó en el cieno;
el aire impuro, irrespirable era,
y nunca vieron el azul sereno:
no bastó de las conchas la defensa
de los arrastres a evitar la ofensa;
y en pétreas fosas yacen,
que ni al golpe del hierro se deshacen;
el sabio, al ascender de prole en prole,
dic con la de hulla portentosa mole,
profeta de la industria de estos días,
y, al vislumbrar plausibles armonías
entre aquel mineral y nuestra fragua,
y estudiar de su enlace la potencia,
bendijo a la divina Providencia
que, antes de darnos sed, dionos el agua.
En oscuras cavernas hacinados
animales halló tan asombrosos,
que, aunque muertos están y destrozados,
ponen miedo en los pechos animosos:
aves que al sol lucieron sendas galas,
que, en rastreante vuelo,
recorrían el suelo,
y que de piedra tienen hoy las alas:
sepultos en el lodo,
los escualos y saurios devorantes,
los mamutes gigantes,
que de rehacer la Ciencia encuentra modo;
razas que un día el orbe dominaron,
y, por fortuna, a no volver pasaron:
tan sólo allá en las márgenes del Nilo,
recuerdo vivo, asoma el cocodrilo.
Cual madre cariñosa
que, presintiendo de otro ser la vida,
apercibe afanosa
cuanto al reposo y al placer convida;
así, Naturaleza
con diligente mano,
ya la morada a preparar empieza
para el huésped cercano;
apaga los volcanes
cuya luz le ofendiera;
de los raudos inquietos huracanes
amengua la carrera;
y, en sus antros ignotos,
encierra los terribles terremotos.
Con valladar de arena,
del mar soberbio la pujanza enfrena;
cuelga del árbol el añal tributo
de su sabroso fruto;
con incienso de flores embalsama
las brisas regaladas,
pajarillos cantores pululan
por las verdes enramadas
y, templando el ardor del seco estío,
llueve sobre las hojas el rocío.
En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema, feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto amorosa compañera.
Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno,
Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias manos, pregonando á las claras
que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos.
De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar resiste.
Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el humanal linaje, ¡ tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se volvien
Mas ya todo acabó; con nuevo brío
retoñó el árbol áa cercén cortado,
volvió a hacer nido el pajarillo alado,
volvió a su cauce el abundoso río,
y, del sol a la luz y de la luna,
volvió el mar a mecerse en su ancha cuna.
Geología esplendente,
peana de la historia que en ti fija
la planta prepotente,
y recibe de ti blasón y gloria;
tu luz es la tan pura
que presidió del mundo el nacimiento,
y, en las ondas del viento,
dic un ósculo a su virgen hermosura.
Tuyo es el sacro fuego
que mantienen incógnitas Vestales
de la tierra en el centro, sin sosiego.
Ciencia nacida ayer, ya eres gigante;
para a tu arbitrio manejar la tierra,
y remover cuanto su fondo encierra,
heredaste los músculos de Atlante.
Hasta en Nerón el hombre has convertido;
pues, rasgando los senos de su madre,
sus entrañas has hecho que taladre
para ver el lugar donde ha nacido.
Tú miras otras ciencias de estos días
como al sol del saber raudas se elevan,
mas de improviso caen, porque llevan
alas de cera, débiles teorías.
Tú buscas en la muerte caminos de verdad,
y de esta suerte, con firme planta,
subes por escalas de piedra, hasta las nubes.
Colección tienes ordenada y rica
de fósiles y huellas naturales,
(medallas que ninguno falsifica),
tus teorías son fijas e inmortales,
que en mármoles se basan y en granitos;
tus antiguos anales
por el dedo de Dios están escritos | A la geología |
cristianos |
(Zaida C. de Ramón)JESUS dice en su Palabra
un dicho muy acertado:
"Yo soy el Pan de la vida,
cree en mí y serás saciado."
Como fuente de agua viva
que siempre estará saltando
es el agua que Yo doy,
" Pruébala, te la estoy dando"
Si tienes sed, ven y bebe,
dijo JESUS dando un paso
Si crees en mi Palabra
nunca vivirás frustrado.
¿Sabes lo que necesitas
para que vivas triunfando?
Es un grano de mostaza,
es la FE, mi Pueblo amado.
Si tú sabes que te amo,
que siempre estoy a tu lado
Si lo que tenía que hacer
lo hice hace 2000 años.
Derramé toda mi sangre
en la cruz, en el Calvario
para que tuvieras paz
y fueras justificado.
¿Por qué entonces te lamentas?
¿Por qué te sientes cargado?
¿Por qué no ensalzas mi Nombre
en vez de estarte quejando?
Mantén tus ojos en mí
y la FE te estaré dando
y verás que con paciencia
podrás seguir caminando.
Háblale a todos de mí,
testifica a los no salvos
Da por gracia a los demás
lo que por gracia te he dado.
Entonces tú tendrás gozo,
siempre estarás preparado
para aquel grandioso día
en que yo vendré a buscarlos.
Por eso gózate en mí;
gusta de mí, Pueblo amado,
Deléitate en mi Palabra
y confiesa que has triunfado. | Has triunfado (zaida c. De ramón) |
Pablo Neruda | DE tantos hombres que soy, que somos,
no puedo encontrar a ninguno:
se me pierden bajo la ropa,
se fueron a otra ciudad.
Cuando todo está preparado
para mostrarme inteligente
el tonto que llevo escondido
se toma la palabra en mi boca.
Otras veces me duermo en medio
de la sociedad distinguida
y cuando busco en mí al valiente,
un cobarde que no conozco
corre a tomar con mi esqueleto
mil deliciosas precauciones.
Cuando arde una casa estimada
en vez del bombero que llamo
se precipita el incendiario
y ése soy yo. No tengo arreglo.
Qué debo hacer para escogerme?
Cómo puedo rehabilitarme?
Todos los libros que leo
celebran héroes refulgentes
siempre seguros de sí mismos:
me muero de envidia por ellos,
en los filmes de vientos y balas
me quedo envidiando al jinete,
me quedo admirando al caballo.
Pero cuando pido al intrépido
me sale el viejo perezoso,
y así yo no sé quién soy,
no sé cuántos soy o seremos.
Me gustaría tocar un timbre
y sacar el mí verdadero
porque si yo me necesito
no debo desaparecerme.
Mientras escribo estoy ausente
y cuando vuelvo ya he partido:
voy a ver si a las otras gentes
les pasa lo que a mí me pasa,
si son tantos como soy yo,
si se parecen a sí mismos
y cuando lo haya averiguado
voy a aprender tan bien las cosas
que para explicar mis problemas
les hablaré de geografía. | Muchos somos |
Genaro Ortega Gutiérrez | Pocas cosas
más elocuentes que los silencios de las gárgolas,
cuando las noticias meteorológicas
confirman una tendencia imparable
de fatuos relámpagos,
si flamean las rodillas y la lengua demanda peces,
pues no es extraño que sean
otros labios cercanos
quienes cultiven la semilla robada a la noche,
su madurez preinstalada
como voz que rebota por dentro
-aún lectora tardía-,
y sale al paso del trueno
o crece en elasticidad.
El ojo de la aguja.
La mirada de la aguja.
Los belfos del viento por las arcadas. | Azul en el ombligo |
Federico García Lorca |
Con todo el yeso
de los malos campos
eras junco de amor, jazmín mojado.
Con sur y llama
de los malos cielos
eras rumor de nieve por mi pecho.
Cielos y campos
anudaban cadenas en mis manos.
Campos y cielos
azotaban las llagas de mi cuerpo. | Gacela del amor maravilloso |
Blas de Otero |
Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalar las ruinas.
Romper el mar
en el mar, como un himen inmenso,
mecen los árboles el silencio verde,
las estrellas crepitan, yo las oigo.
Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
ese río del tiempo hacia la muerte.
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contramuerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos.
Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela.
Pero la muerte, desde dentro, mata.
...El mar la mar, como un himen inmenso,
los árboles moviendo el verde aire,
la nieve en llamas de la luz en vilo... | La tierra |
Rafael de León |
Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.
Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.
Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: ¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo! ?
Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.
Yo te escuchaba, distante,
entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda
correr un escalofrío...
Y repetí como un eco:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Tú, entre sueños, ya cantabas
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.
Yo, arquitecto de ilusiones
levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas
con un balcón de suspiros.
¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria
cuando tengamos un hijo!
En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana,
entre romero y membrillo.
¡Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!
Tu velo blanco de novia,
por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago,
doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro,
yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.
Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.
Te llaman doña Manuela,
llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.
Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.
Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.
Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!...» | Romance de aquel hijo que no tuve contigo |