author
stringclasses
266 values
text
stringlengths
33
21.7k
title
stringlengths
1
87
Manuel Bretón de los Herreros
¡Qué dulce es una cama regalada! ¡Qué necio, el que madruga con la aurora, aunque las musas digan que enamora oír cantar un ave la alborada! ¡Oh, qué lindo en poltrona dilatada reposar una hora, y otra hora! Comer, holgar..., ¡Qué vida encantadora, sin ser de nadie y sin pensar en nada! ¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo ya, tendido a la larga, me acomodo. De tus graves alumnos el ejemplo me arrastra bostezando; y, de tal modo tu estúpida modorra a entrarme empieza, que no acabo el soneto... de per...
A la pereza
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Es hoy: todo el ayer se fue cayendo entre dedos de luz y ojos de sueño, mañana llegará con pasos verdes: nadie detiene el río de la aurora. Nadie detiene el río de tus manos, los ojos de tu sueño, bienamada, eres temblor del tiempo que transcurre entre luz vertical y sol sombrío, y el cielo cierra sobre ti sus alas llevándote y trayéndote a mis brazos con puntual, misteriosa cortesía: Por eso canto al día y a la luna, al mar, al tiempo, a todos los planetas, a tu voz diurna y a tu piel nocturna.
Cien sonetos de amor
Mario Benedetti
Más de una vez me siento expulsado y con ganas de volver al exilio que me expulsa y entonces me parece que ya no pertenezco a ningún sitio, a nadie. ¿Será en indicio de que nunca más podré no ser un exiliado? ¿Qué aquí o allá o en cualquier parte siempre habrá alguien que vigile y piense, éste a qué viene? Y vengo sin embargo tal vez a compartir cansancio y vértigo desamparo y querencia también a recibir mi cuota de rencores mi reflexiva comisión de amor en verdad a qué vengo no lo sé con certeza pero vengo.
Pero vengo
Lope de Vega
Al pie de un roble escarchado donde Belardo el amante desbarató un tosco nido que habían tejido las aves, de breves pasadas glorias, de presentes largos males, así se queja diciendo: quien tal hace, que tal pague. La bella Filis un día, al tiempo que el sol esparce sus rayos por todo el suelo, dorando montes y valles, sintiendo que el corazón se le divide en dos partes, así el [lo] mesmo decía: quien tal hace, que tal pague. Hice a los desdenes guerra, guerra desdenes me hacen; maté a Belardo con celos, celos es bien que me maten. No atendí siendo llamada, agora no me oye nadie; con justa causa padezco: quien tal hace, que tal pague. Desamé a Belardo un tiempo, y el amor para vengarse, quiere que le quiera agora, y que él me olvide y desame. Dejadme, pasiones frescas, frescas pasiones, dejadme vivir para que publique: quien tal hace, que tal pague. No le da pena el rigor del frío tiempo que hace, que el fuego de amor la ampara que dentro en su pecho nace. Dando de coraje voces, que revienta de coraje, dice por momentos Filis: quien tal hace, que tal pague. ¿Do está, Belardo, la fe que prometiste guardarme? más yo la quebré primero, tú puedes de mí quejarte. Diste primero en quererme, yo primero en olvidarte, tú harta disculpa tienes: quien tal hace, que tal pague. Sacó del seno un papel y con mil ansias le abre, y antes de leerle todo le arruga, rompe y deshace diciendo: «Yo soy la causa, no tengo de quién quejarme, quien dio la causa revienta: quien tal hace, que tal pague».
Al pie de un roble escarchado
Genaro Ortega Gutiérrez
Solemne desgranas la contenida fascinación por las sombras, racimos, que jamás serán capaces de apresar el infortunio del otoño, el himno tan guardado. Banderas recónditas, pero implacables, que abren las ventanas de par en par y establecen un contrapunto de delicadeza y malicia. Luego has ido fermentando argumentos de esplendor feliz, sutilísimas veredas interiores, limítrofes con el sueño. Arroyos que destilan esperanza en un diálogo interminable con los vidrios del ajuar, cerrado. (Alguna vez los símbolos -erre que erre- fueron un modo singular de resistencia).
Intenso cultivo de ojeras
Santiago Montobbio
Cansado, con las inútiles estrellas de la tierra sólo lleno y cansado como únicamente puede estarlo quien ha tenido en cada momento que soportar la vida como si fuera de otro busca en un joven pasado tal vez inexistente las señas y caminos con los que edificar desde esta noche unos proyectos más ligeros de prisiones y que un recobrado aire sin edad te traiga entonces nombres, historias y retratos que juren que tuviste y que se dispongan por fin a silbarte entre la arena: has de ser el escritor y el cielo, esta no es tu vida, jamás lo ha sido y como ahora tu oficio van a ser los maleficios has de volver a ser de nuevo el poeta extraño que por su olvido busque las comisuras del cielo, sobre muerte palabra y risas tú, sobre tiempo y muerte un pájaro triste de violines magos, miradas en clave ya tú sobre la muerte.
Ahora tu oficio van a ser los maleficios o de las clínicas ingenuidades del poeta
José Gautier Benítez
Sol espléndido y radiante en la ancha esfera sujeto; no te pregunto el secreto de tu esplendor rutilante. Ni por qué, nube distante tiñes de ópalo y rubí; pero perdóname si te pregunto en mi querella, ¿si estará pensando en mí como estoy pensando en ella? Luna, brillante topacio que, entre nebuloso tul, cruzas la techumbre azul de las alas del espacio. Si se fijaron despacio sus bellos ojos en ti, y si la miraste, di si estaba doliente y bella, si estaba pensando en mí como estoy pensando en ella. Mar inmenso que te agitas sobre tu lecho de arena, y que ora en bonanza plena tus olas no precipitas; tú que bañas las benditas riberas donde viví, los sitios donde la vi tan pura, tan dulce y bella, responde, si piensa en mí, como estoy pensando en ella. Brisa, que acaso pasando jugaste con sus cabellos, tú que besaste su cuello su mejilla acariciando, Y que luego murmurando te fuiste lejos de allí, si eres la misma que aquí pasas sin marcar tu huella, responde, si piensa en mí, como estoy pensando en ella. Noche apacible y serena por más que te cause enojos, que sean más bellos sus ojos y más negra su melena, Presta un consuelo a mi pena ya que sufriendo viví, y pues no llega hasta aquí el resplandor de esa estrella, responde, si piensa en mí, como estoy pensando en ella. Nubes que en blanco celaje bordáis el manto del cielo, cual aves que alzan el vuelo sobre el inmenso paisaje, decidme si en vuestro viaje lejos, muy lejos de aquí, llegasteis a verla, y si respondéis a mi querella, si estaba pensando en mí, como estoy pensando en ella. Sol y luna, mar y viento, nubes y noche, ayudadme, y en vuestro idioma contadme si es mío su pensamiento; si es igual su sentimiento a este que mi pecho hiere, decid si mi amor prefiere a la calma que perdió; ¡decidme, en fin, si me quiere lo mismo que la amo yo!
Una pregunta
Manuel Machado
Yo, poeta decadente, español del siglo veinte, que los toros he elogiado, y cantado las golfas y el aguardiente..., y la noche de Madrid, y los rincones impuros, y los vicios más oscuros de estos bisnietos del Cid: de tanta canallería harto estar un poco debo; ya estoy malo, y ya no bebo lo que han dicho que bebía. Porque ya una cosa es la poesía y otra cosa lo que está grabado en el alma mía... Grabado, lugar común. Alma, palabra gastada. Mía... No sabemos nada. Todo es conforme y según.
Yo, poeta decadente
Delfina Acosta
¿Escuchas cómo caen las estrellas? La rosa en mi costado dio su aroma, su ensangrentado aroma que me viste. Pasaron desde entonces muchas rosas, y vive aquella flor de mí salida, de mi infectada herida, siempre roja y siempre negra y llena ya de hormigas. Hay sólo una paloma migratoria del sur volviendo en busca de su norte. Ya nunca más bandadas tan ruidosas ni potros desbocados como ráfagas, ni escarcha titilando entre las rocas, ni el último silencio en la campana. Hay sólo una paloma migratoria. La dicha se deshace como un beso y calla la tristeza en una boca.
El tiempo es beso
Antonio Machado
Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario. Girando en torno a la torre y al caserón solitario, ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno, de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno. Es una tibia mañana. El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana. Pasados los verdes pinos, casi azules, primavera se ve brotar en los finos chopos de la carretera y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente. El campo parece, más que joven, adolescente. Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido, azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido, y mística primavera! ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera, espuma de la montaña ante la azul lejanía, sol del día, claro día! ¡Hermosa tierra de España!
Orillas del duero
Pablo Neruda
Sed de ti me acosa en las noches hambrientas. Trémula mano roja que hasta su vida se alza. Ebria de sed, loca sed, sed de selva en sequía. Sed de metal ardiendo, sed de raíces ávidas...... Por eso eres la sed y lo que ha de saciarla. Cómo poder no amarte si he de amarte por eso. Si ésa es la amarra cómo poder cortarla, cómo. Cómo si hasta mis huesos tienen sed de tus huesos. Sed de ti, guirnalda atroz y dulce. Sed de ti que en las noches me muerde como un perro. Los ojos tienen sed, para qué están tus ojos. La boca tiene sed, para qué están tus besos. El alma está incendiada de estas brasas que te aman. El cuerpo incendio vivo que ha de quemar tu cuerpo. De sed. Sed infinita. Sed que busca tu sed. Y en ella se aniquila como el agua en el fuego.
Sed de ti
cristianos
(Francisco E. Estrello)No es destino de hombres Disputar a los cerdos algarrobas y lodo; ¡Los cerdos y los hombres difieren tanto, en todo! No es destino de hombres Revolcar en el barro una vida hilvanada con puntadas de estrellas. Una vida que lleva vestidura sagrada no ha de ser profanada con posturas plebeyas. No es destino de hombres arrastrar su grandeza por los viejos caminos de maldad enfangados No se plantan las rosas donde crece maleza, Ni jamás brota el agua de los pozos cegados. No es destino de hombres Enturbiar sus pupilas Al mirarse en el fondo de las charcas en sombras. ¡Cómo se vive hondo en las tardes tranquilas Cuando todo el paisaje lleva un claro ropaje! ¡Cómo se vive hondo en las frescas mañanas Que se visten de novias entre luz y campanas! No es destino de hombres Disputar a los cerdos algarrobas y lodo; ¡Los cerdos y los hombres difieren tanto en todo! ...
No es destino de hombres (francisco e. Estrello)
Gloria Fuertes
Marinero sin tierra náufrago sin velamen huérfano de puerto nave sin timón. Rodeado de agua y sediento rodeado de pescado y hambriento rodeado de olas y sin saludos rodeado de dólares y desnudo.
Suceso
Vicente Huidobro
Cantar Todos los días Cantar Ella vendrá tan rápida Que su sombra se quedará olvidada Sin poder encontrar En el camino Las nubes hidrófilas Se rasgan en las cimas de las hojas La lluvia Detrás del agua El sol Al final de una canción Alguien doblará los años Y caerá en mis brazos.
Cantar de los cantares
Rafael Pombo
Mariposa, Vagarosa Rica en tinte y en donaire ¿qué haces tú de rosa en rosa? ¿de qué vives en el aire? Yo, de flores Y de olores, Y de espumas de la fuente, Y del sol resplandeciente Que me viste de colores ¿Me regalas tus dos alas? ¡son tan lindas! ¡te las pido! deja que orne mi vestido con la pompa de tus galas Tú, niñito tan bonito, tú que tienes tanto traje, ¿Por qué quieres un ropaje que me ha dado Dios bendito? ¿De qué alitas necesitas si no vuelas cual yo vuelo? ¿qué me resta bajo el cielo si mi todo me lo quitas? Días sin cuento De contento El Señor a ti me envía; Mas mi vida es un solo día, No me lo hagas de tormento ¿te divierte dar la muerte a una pobre mariposa? ¡ay¡ quizás sobre una rosa Me hallarás muy pronto inerte. Oyó el niño Con cariño Esta queja de amargura, Y una gota de miel pura Le ofreció con dulce guiño Ella, ansiosa, Vuela y posa En su palma sonrosada, Y allí mismo, ya saciada, Y de gozo temblorosa, Expiró la mariposa.
El niño y la mariposa
Antonio Machado
Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entré las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y mulas pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra...
A josé maría palacio
Ramón López Velarde
¡Oh pobres almas nuestras que perdieron el nido y que van arrastradas en la falsa corriente del olvido! Y pensar que extraviamos la senda milagrosa en que se hubiera abierto nuestra ilusión, como perenne rosa. Pudieron deslizarse, sin sentir, nuestras vidas con el compás romántico que hay en las músicas desfallecidas. Y pensar que pudimos enlazar nuestras manos y apurar en un beso la comunión de fértiles veranos. Y pensar que pudimos, al acercarse el fin de la jornada, alumbrar la vejez en una dulce conjunción de existencias, contemplando, en la noche ilusionada, el cintilar perenne del Zodíaco sobre la sombra de nuestras conciencias... Mas en vano deliro y te recuerdo, oh virgen esperanza, oh ilusión que te quedas en no sé qué lejanas arboledas y en no sé qué remota venturanza. Sigamos sumergiéndonos... Mas, antes que la sorda corriente nos precipite a lo desconocido, hagamos un esfuerzo de agonía para salir a flote y ver, la última vez, nuestras cabezas sobre las aguas turbias del olvido.
Rumbo al olvido
Manuel Machado
Casi todo alma, vaga Gerineldos por esos jardines del rey, a lo lejos, junto a los macizos de arrayanes... Besos de la reina dicen los morados cercos de sus ojos mustios, dos idilios muertos. Casi todo alma, se pierde en silencio, por el laberinto de arrayanes... ¡Besos! Solo, solo, solo, lejos, lejos, lejos... Como una humareda, como un pensamiento... Como esa persona extraña que vemos cruzar por las calles oscuras de un sueño.
Lirio
Vicente Gerbasi
Siento llegar el día como un rumor de animales, a la orilla del pantano, de la fiebre, del junco, más allá, entre las colinas de viento oscuro, donde la luz se levanta con desgarradas banderas, como resplandor lejano de una montaña de cuarzo. He aquí la sombra en torno a mi existencia, el búho, el río que arrastra oro, la serpiente de coral, el esqueleto del explorador, el fango de mis pies. La noche ha quemado el maíz, ha apagado los metales, ha dado reposo a la adormidera, ha refrescado la sangre, ha libertado los reflejos azules de la selva, de la hoja. Una resonancia, una resonancia oscura es mi corazón: eco en el abismo, piedra que rueda por el monte, brillo en la puerta de la cueva, fosforescencia del hueso. En la infancia, al pie del arco iris o del relámpago, junto al cabrito que saltaba en torno a la madre, jugaba con un pequeño tigre de cálida voz ronca, de suave pelambre estrellada, como un signo del zodíaco, de rabia lenta y tensa, como el despertar de la furia. Ahora siento en el aire límpido del bambú y el helecho, surgir las formas de las doncellas, bajo la fronda, en la selva de árboles aromáticos, coronadas de orquídeas descendiendo al río, a la cascada de transparente curva, que resuena en sus diamantes como una leyenda. Formas de la gracia, sus perfiles abandonan sus melenas a la brisa; formas de la vida y de la muerte, sus senos tiemblan en las penumbras de los juncos; formas del oscuro delirio, sus muslos se suavizan como una fruta partida; formas del tiempo humano, sus pies hacen temblar las flores silvestres. Como el venado tras de su compañera en la colina, persigo a una joven diosa desnuda, bajo el sol. Viene el olor agrio de los árboles destrozados por la ira de la noche; viene el olor de la sangre, del animal devorado, el olor de los minerales, el olor del río entre las raíces y las flexibles lianas. El día derrama su transparente maravilla, como un vuelo, como el color innumerable, como la crisálida de herméticos destellos, como el insecto plateado, como el hechizo en las formas relucientes, como el vuelo de mariposas que salen de una gruta incendiada y comienzan a temblar en el ardiente cristal. Acerco mis labios al claro manantial de íntima música, junto a la sardina y a la piedra limpia y pulida como una joya; mientras la nube pasa y el ave sale de su nido, y la serpiente muestra su lengua maldita, y se enrosca, y espera o avanza por la espalda sudorosa del día. Me hundo en las palpitaciones reverberantes, en las ondas, en el temblor divino, donde se abre la rosa de montaña, en los brillos fugaces, en la imagen insondable de Dios, que ha creado los cielos y la tierra, con esta geografía de fuego, y ha dado a mi corazón la forma del día y de la noche, mientras oigo correr los animales, persiguiéndose, amándose, devorándose, ensangrentando las yerbas, las flores y las peñas. Soy el día, y el viento levanta sus ramajes en mi alma.
Amanecer
Baltasar del Alcázar
Di, rapaz mentiroso, ¿es esto cuanto me prometiste presto y a pie quedo? ¿Andar mirlado entre esperanza y miedo, cercado de respetos, hecho un tanto? ¡Sus!, tus varios favores, risa y llanto, dalos, Amor, a quien se lame el dedo; los que me diste a mí te vuelvo y cedo: no quiero soñar más cosa de espanto. Bien siento las heridas y que salgo de tu poder para ponerme en cura, porque tengo aún abiertas las primeras. Y juro por la fe de hijodalgo de si mi buen propósito me dura, dé en no partir contigo, de hoy más, peras.
Al amor
Federico García Lorca
Lámparas de cristal y espejos verdes. Sobre el tablado oscuro, la Parrala sostiene una conversación con la muerte. La llama, no viene, y la vuelve a llamar. Las gentes aspiran los sollozos. Y en los espejos verdes, largas colas de seda se mueven.
Café cantante
Alfonso X el sabio
Santa María, estrella do día, Móstranos vía Pera Deus et nos guía, Da onsadía que lles fazía Fazer folía mais, Que non devería. Ca veer faze los errados Que perder foran per pecados Entender de que mui colpados Son mais perdidos son perdoados.
Santa maría
Luis de Góngora
Deste más que la nieve blanco toro, Robusto honor de la vacada mía, Y destas aves dos, que al nuevo día Saludaban ayer con dulce lloro, A ti, el más rubio dios del alto coro, De sus entrañas hago ofrenda pía Sobre este fuego, que vencido envía Su humo al ámbar y su llama al oro, Por que a tanta salud sea reducido El nuestro sacro y docto pastor rico, Que aun los que por nacer están le vean, Ya que de tres coronas no ceñido, Al menos mayoral del Tajo, y sean Grana el gabán, armiños el pellico.
En una enfermedad de don antonio de pazos
Carmen Conde Abellán
Hijo de la tierra, te arrojó el Jardín. Aunque veas sombras no quieras lucir. Tu madre era bella, la secan los vientos. Tu madre era tierna, se quema en el yermo. Tu madre mordía la flor del manzano, cuando el hombre puso tu vida en su mano. Tu madre sembraba contigo el centeno, cuando tú bebías la leche en su cuenco. Hijo de la ira de Dios implacable. No podrá salvarte del odio tu madre. No duermas, vigila. No duermas, despierta. Te amenaza fría la heredad desierta. Te persiguen ojos sin dulce descanso. Te aborrece eterna del Creador la mano. Las gacelas corren: correrás tú más. Los leones saltan: tú debes saltar. Los arroyos huyen: tú tienes que huir. Aunque yo lo quiera, ¡no puedes dormir! No duermas, escucha. No duermas, acecha. Silbarán las aves sobre ramas ebrias para hacerte leve esta oscura tierra. Escúchame, hijo: no duermas, no duermas... Por todos los siglos, ¡no duermas, no duermas!
Canción al hijo primero
Federico García Lorca
Árbol de Sangre riega la mañana por donde gime la recién parida. Su voz deja cristales en la herida y un gráfico de hueso en la ventana. Mientras la luz que viene fija y gana blancas metas de fábula que olvida el tumulto de venas en la huida hacia el turbio frescor de la manzana, Adam sueña en la fiebre de la arcilla un niño que se acerca galopando por el doble latir de su mejilla. Pero otro Adán oscuro está soñando neutra luna de piedra sin semilla donde el niño de luz se irá quemando.
Adam
Carmen Conde Abellán
Acércate. Junto a la noche te espero. Nádame. Fuentes profundas y frías avivan mi corriente. Mira qué puras son mis charcas. ¡Qué gozo el de mi yelo!
Ofrecimiento
Federico García Lorca
Si tu madre quiere un rey, la baraja tiene cuatro: rey de oros, rey de copas, rey de espadas, rey de bastos. Corre que te pillo, corre que te agarro, mira que te lleno la cara de barro. Del olivo me retiro, del esparto yo me aparto, del sarmiento me arrepiento de haberte querido tanto.
Los reyes de la baraja
Oliverio Girondo
En la sed en el ser en las psiquis en las equis en las exquisitísicas respuestas en los enlunamientos en lo erecto por los excesos lesos del erofrote etcétera o en el bisueño exhausto del —dame toma date hasta el mismo testuz de tu tan gana— en la no fe que rumia en lo vivisecante los cateos anímicos la metafisirrata en los resumiduendes del egogorgo cósmico en todo gesto injerto en toda forma hundido polimellado adrroto a ras afaz subrripio cocopleonasmo exotro sin lar sin can sin cala sin camastro sin coca sin historia endosorbienglutido por los engendros móviles del gravitar rotando bajo el prurito astrífero junto a las musaslianas chupaporos pulposas y los no menos pólipos hijos del hipo lutio voluntarios del miasma reconculcado opreso entre hueros jamases y garfios de escarmiento paso a pozo nadiando ante harto vagos piensos de finales compuertas que anegan la esperanza con la grismía el dubio los bostezos leopardos la jerga lela en llaga al desplegar la sangre sin introitos enanos en el plecoito lato con todo sueño insomne y todo espectro apuesto gociferando amente en lo no noto nato.
Al gravitar rotando
Gerardo Diego
A mis amigos de Santander que festejaron mi nombramiento profesional. Debiera hora deciros: —«Amigos, muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios. Permitidme que os lo diga en tono lírico, en verso, sí, pero libre y de capricho. Amigos: dentro de unos días me veré rodeado de chicos, de chicos torpes y listos, y dóciles y ariscos, a muchas leguas de este Santander mío, en un pueblo antiguo, tranquilo y frío, y les hablaré de versos y de hemistiquios, y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo), y de pluscuamperfectos y de participios, y el uno bostezará y el otro me hará un guiño. Y otro, seguramente el más listo, me pondrá un alias definitivo. Y así pasarán cursos monótonos y prolijos. Pero un día tendré un discípulo, un verdadero discípulo, y moldearé su alma de niño y le haré hacerse nuevo y distinto, distinto de mí y de todos: él mismo. Y me guardará respeto y cariño. Y ahora os digo: amigos, brindemos por ese niño, por ese predilecto discípulo, por que mis dedos rígidos acierten a moldear su espíritu, y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo, y por que siga su camino intacto y limpio, y porque este mi discípulo, que inmortalice mi nombre y mi apellido, ... sea el hijo, el hijo de uno de vosotros, amigos.
Brindis
José Antonio Labordeta
Apenas un recuerdo, un vago sueño de pasados domingos sin iluminarias donde los camareros se aburrían en establecimientos de segunda categoría. Todo lo demás es un recuerdo nostálgico de prensados días escolares en el juvenil guardapolvo de los lunes. Un sueño escaso de lluvias impares, de noches inconclusas en mi pijama a rayas, de furtivas huidas sin permiso y, quizás, de algún funeral sin esperanza. Años cautivos que huyeron de nosotros a través de uno textos donde puede leerse: Hoy no llueve... Domingo... Quizás mañana muertos... Mi padre me ha pegado... Ya no hay amor... La una menos diez... Huimos... Y huimos para siempre.
Esto fue...
Santiago Montobbio
Igual que no es ningún genio quien sospecha que la lentitud venenosa de un otoño tiene por testigo final a cualquier calle la tinta de este papel también es la tinta última y en la improbable forma con que consiga abrazarme a su mentira jamás podrá ser más cierta la vida. Pues no porque se repitan hasta la fatiga dejo de saber que mis poemas no son más que los retratos de unos penúltimos suicidios, el puño que si se abre todas las llagas de la sombra tiene y también el corazón que suspira por la sigilosa huida que se transfigura en las ventanas. Que juntos quizá forman un instante solo y tenso en lo rojo o en la noche, un pobre tiempo fiero en el que el corazón aprieta y muerde para que después la vida se descanse y con igual tristeza retome mi cintura; instantes de derrotas y de muros, desangelados arañazos o torpes ensayos que con insistente timidez anuncian despedidas estos mis ocres versos en silencio sabedores de que si de la noche salgo no estoy en ningún sitio
Huecograbado
Lope de Vega
Mil años ha que no canto porque ha mil años que lloro trabajos de mi destierro, que fueran de muerte en otros. Sin cuerdas el instrumento, desacordado de loco, con cuatro clavijas menos, cubierto y lleno de polvo, ratones han hecho nido en medio del lazo de oro por donde el aire salía, blando, agudo, grave y ronco. Muchos piensan, y se engañan, que pues callo piedras cojo, y mala landre me dé si no es de pereza todo; fuera de que ha pocos días que ciertos poetas mozos dan en llamarme Belardos, hurtándome el nombre solo. Substitutos de mis bienes y libres de mis enojos, revocan mis testamentos, de mi desdicha envidiosos. Un codicilo se canta, en que dicen que revoco todas las mandas pasadas: Dios sabe lo que me corro. Los estrelleros de Venus le dan más priesa que al moro que de Sidonia partía a impedir el desposorio. En fe de mi nombre antiguo cantan pensamientos de otros, quizá porque siendo males yo triste los pague todos. Por algún pequeño hurto echan de la casa a un mozo y si algo falta después. aquel se lo llevó todo. ¡Oh Filis, cuán engañada te han tenido maliciosos, pues ha tres años y más que aun a solas no te nombro! Si escribo de ajenos gustos algunos versos quejosos, gentilhombres de tu boca, te los pintan como propios; y con estar por tu causa que aun apenas me conozco, y con tres años de ausencia quieren decir que te adoro; y plega a Dios que si hoy día a su brazo poderoso para ti no pido un rayo, que a mí mate con otro. ¿Soy por dicha Durandarte? ¿Soy Leandro? ¿Soy Andronio; o soy discípulo suyo o tú del viento furioso? ¡Mal hayan las tortolillas, mal haya el tronco y el olmo de do salieron las varas que el vulgo ha tirado al toro! Lisardo, aquel ahogado como Narciso en el pozo, antes que a la guerra fuese dijo bien esto del olmo: ¡Oh, guarde Dios a Riselo, guarda mayor de mi soto, que mi vega maldecía por barbechar sus rastrojos! Todo el mundo dice y hace; yo lo pago y no lo como, y hecho Atlante de malicias sustento un infierno en hombros.
Mil años ha que no canto
Lope de Vega
Deseando estar dentro de vos propia, Lucinda, para ver si soy querido, miré ese rostro que del cielo ha sido con estrellas y sol natural copia; y conociendo su bajeza impropia, vime de luz y resplandor vestido, en vuestro sol como Faetón perdido, cuando abrasó los campos de Etiopia, Ya cerca de morir dije: «Tenéos, deseos locos, pues lo fuistes tanto, siendo tan desiguales los empleos». Mas fue el castigo, para más espanto, dos contrarios, dos muertes, dos deseos, pues muero en fuego y me deshago en llanto.
Deseando estar dentro de vos propia
Delfina Acosta
A Gabriela Mistral Antes de echar mi cuerpo al ebrio río, muy ebria ya, entré por las abiertas puertas del templo; oí a una rata huir. El atrio era una vieja madriguera. Y le dije a mi Dios, en cualquier parte, que pecar, no pequé, y ni siquiera... Un relámpago atroz iluminó las pocas velas y tronó la iglesia. No supe qué decir, mas las palabras fluían de mis lágrimas, sinceras. Los santos parecían escucharme con esa educación de gente vieja. Y por si ahí estaba, a Dios le dije, que amar, amé. Mis huesos di a las fieras. Jesucristo en la cruz olía a herrumbre. El río me aguardaba entre las piedras.
Desolada
Víctor Botas
El paso innumerable de las olas. La inquietante presencia del crepúsculo. La noche en el sauzal, depositando su voluntad de sombras. Pero no estabas tú, y aquel instante en vano negará su propensión a olvido.
Paisaje
Jorge Luis Borges
No sé cuál es la cara que me mira cuando miro la cara del espejo; no sé qué anciano acecha en su reflejo con silenciosa y ya cansada ira. Lento en mi sombra, con la mano exploro mis invisibles rasgos. Un destello me alcanza. He vislumbrado tu cabello que es de ceniza o es aún de oro. Repito que he perdido solamente la vana superficie de las cosas. El consuelo es de Milton y es valiente, Pero pienso en las letras y en las rosas. Pienso que si pudiera ver mi cara sabría quién soy en esta tarde rara.
Un ciego
Alejandra Pizarnik
Mensajeros en la noche anunciaron lo que no oímos. Se buscó debajo del aullido de la luz. Se quiso detener el avance de las manos enguantadas que estrangulaban a la inocencia. Y si se escondieron en la casa de mi sangre, ¿cómo no me arrastro hasta el amado que muere detrás de mi ternura? ¿Por qué no huyo y me persigo con cuchillos y me deliro? De muerte se ha tejido cada instante. Yo devoro la furia como un ángel idiota invadido de malezas que le impiden recordar el color del cielo. Pero ellos y yo sabemos que el cielo tiene el color de la infancia muerta.
La danza inmóvil
Gabriela Mistral
Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro; pero te amo y mi amor no se confía a este hablar de los hombres, tan oscuro. Tú lo quisieras vuelto en alarido, y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido, antes de la garganta, antes del pecho. Estoy lo mismo que estanque colmado y te parezco un surtidor inerte. ¡Todo por mi callar atribulado que es más atroz que el entrar en la muerte!
El amor que calla
Julio Flórez Roa
Azul... azul... azul estaba el cielo. El hálito quemaste del estío comenzaba a dorar el terciopelo del prado, en donde se remansa el río. A lo lejos, el humo de un bohío, tal de una novia el intocado velo, se alza hasta perderse en el vacío con un ondulante y silencioso vuelo. De pronto me dijiste: —El amor mío es puro y blando, así como ese río que rueda allá sobre el lejano suelo— y me miraste al terminar, tranquila, con el alma asomada a tu pupila. Y estaba azul tu alma como el cielo.
Candor
Ramón López Velarde
A D. Ignacio I. Gastélum Mejor será no regresar al pueblo, al edén subvertido que se calla en la mutilación de la metralla. Hasta los fresnos mancos, los dignatarios de cúpula oronda, han de rodar las quejas de la torre acribillada en los vientos de fronda. Y la fusilería grabó en la cal de todas las paredes de la aldea espectral, negros y aciagos mapas, porque en ellos leyese el hijo pródigo al volver a su umbral en un anochecer de maleficio, a la luz de petróleo de una mecha su esperanza deshecha. Cuando la tosca llave enmohecida tuerza la chirriante cerradura, en la añeja clausura del zaguán, los dos púdicos medallones de yeso, entornando los párpados narcóticos, se mirarán y se dirán: «¿Qué es eso?» Y yo entraré con pies advenedizos hasta el patio agorero en que hay un brocal ensimismado, con un cubo de cuero goteando su gota categórica como un estribillo plañidero. Si el sol inexorable, alegre y tónico, hace hervir a las fuentes catecúmenas en que bañábase mi sueño crónico; si se afana la hormiga; si en los techos resuena y se fatiga de los buches de tórtola el reclamo que entre las telarañas zumba y zumba; mi sed de amar será como una argolla empotrada en la losa de una tumba. Las golondrinas nuevas, renovando con sus noveles picos alfareros los nidos tempraneros; bajo el ópalo insigne de los atardeceres monacales, el lloro de recientes recentales por la ubérrima ubre prohibida de la vaca, rumiante y faraónica, que al párvulo intimida; campanario de timbre novedoso; remozados altares; el amor amoroso de las parejas pares; noviazgos de muchachas frescas y humildes, como humildes coles, y que la mano dan por el postigo a la luz de dramáticos faroles; alguna señorita que canta en algún piano alguna vieja aria; el gendarme que pita... ...Y una íntima tristeza reaccionaria.
El retorno maléfico
Antonio Machado
La aurora asomaba lejana y siniestra. El lienzo de Oriente sangraba tragedias, pintarrajeadas con nubes grotescas. ..................................................... En la vieja plaza de una vieja aldea, erguía su horrible pavura esquelético el tosco patíbulo de fresca madera... La aurora asomaba lejana y siniestra.
El cadalso
José Asunción Silva
¡Aserrín! ¡Aserrán! Los maderos de San Juan, piden queso, piden pan, los de Roque alfandoque, los de Rique alfeñique ¡Los de triqui, triqui, tran! Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela, con movimiento rítmico se balancea el niño y ambos agitados y trémulos están; la abuela le sonríe con maternal cariño mas cruza por su espíritu como un temor extraño por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño los días ignorados del nieto guardarán. Los maderos de San Juan piden queso, piden pan. ¡Triqui, triqui, triqui, tran! Esas arrugas hondas recuerdan una historia de sufrimientos largos y silenciosa angustia y sus cabellos, blancos, como la nieve, están. De un gran dolor el sello marcó la frente mustia y son sus ojos turbios espejos que empañaron los años, y que ha tiempos, las formas reflejaron de cosas y seres que nunca volverán. Los de Roque, alfandoque ¡Triqui, triqui, triqui, tran! Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda, lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra, donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están, del nieto a la memoria, con grave son que encierra todo el poema triste de la remota infancia cruzando por las sombras del tiempo y la distancia, ¡de aquella voz querida las notas vibrarán! Los de Rique, alfeñique ¡Triqui, triqui, triqui, tran! Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela con movimiento rítmico se balancea el niño y ambos conmovidos y trémulos están, la Abuela se sonríe con maternal cariño mas cruza por su espíritu como un temor extraño por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño los días ignorados del nieto guardarán. ¡Aserrín! ¡Aserrán! Los maderos de San Juan piden queso, piden pan, los de Roque alfandoque los de Rique alfeñique ¡triqui, triqui, triqui, tran! ¡triqui, triqui, triqui, tran!
Los maderos de san juan
Jordi Doce
El grajo que reposa en esta página –el mismo que ha graznado en tantas otras, profetizando noches, carencias, desengaños– no tiene constancia de su rango: el frío del norte enciende su instinto al azar por los caminos del aire, pendiente de los hitos del insecto y la semilla. Es grajo sin saberlo. No conoce las ropas que le cuelga mi superstición, los temores y equívocos que su vuelo despierta bajo la terca lividez del cielo. Vive ajeno de sí, absuelto por un clima sin clemencia: yo lo contemplo desde la ventana de mi vieja inquietud. El pulso punitivo de mi ensueño construye un nido en esta página. No sé si el grajo viene o es su sombra la que ahora mira sin mirar, plegadas las alas, con ojos que me juzgan transparente, este grajo que trazo con mis dedos y en el frío de marzo grazna su indiferencia. El negro de sus alas rima con la pizarra cuando de pronto tuerce el cuello buscando no sé qué, tal vez una salida. Ignora que fabulo su reposo a fin de que él encarne mis temores.
Visita del grajo
amistad
Esta mañana desperté emocionado con todas las cosas que tengo que hacer antes que el reloj sonara. Tengo responsabilidades que cumplir hoy. Soy importante. Mi trabajo es escoger qué clase de día voy a tener. Hoy puedo quejarme porque el día esta lluvioso o puedo dar gracias a Dios porque las plantas están siendo regadas. Hoy me puedo sentir triste porque no tengo más dinero o puedo estar contento que mis finanzas me empujan a planear mis compras con inteligencia. Hoy puedo quejarme de mi salud o puedo regocijarme de que estoy vivo. Hoy puedo lamentarme de todo lo que mis padres no me dieron mientras estaba creciendo o puedo sentirme agradecido de que me permitieran haber nacido. Hoy puedo llorar porque las rosas tienen espinas o puedo celebrar que las espinas tienen rosas. Hoy puedo autocompadecerme por no tener muchos amigos o puedo emocionarme y embarcarme en la aventura de descubrir nuevas relaciones. Hoy puedo quejarme porque tengo que ir a trabajar o puedo gritar de alegría porque tengo un trabajo. Hoy puedo quejarme porque tengo que ir a la escuela o puedo abrir mi mente enérgicamente y llenarla con nuevos y ricos conocimientos. Hoy puedo murmurar amargamente porque tengo que hacer las labores del hogar o puedo sentirme honrado porque tengo un techo para mi mente, cuerpo y alma. Hoy el día se presenta ante mi esperando a que yo le de forma y aquí estoy, soy el escultor. Lo que suceda hoy depende de mi, yo debo escoger qué tipo de día voy a tener. Que tengas un gran día... a menos que tengas otros planes.
¿cómo va a ser tu día hoy?
Vicente Aleixandre
Confundes ese mar silencioso que adoro con la espuma instantánea del viento entre los árboles. Pero el mar es distinto. No es viento, no es su imagen. No es el resplandor de un beso pasajero, ni es siquiera el gemido de unas alas brillantes. No confundáis sus plumas, sus alisadas plumas, con el torso de una paloma. No penséis en el pujante acero del águila. Por el cielo las garras poderosas detienen el sol. Las águilas oprimen a la noche que nace, la estrujan -todo un río de último resplandor va a los mares- y la arrojan remota, despedida, apagada, allí donde el sol de mañana duerme niño sin vida. Pero el mar, no. No es piedra, esa esmeralda que todos amasteis en las tardes sedientas. No es piedra rutilante toda labios tendiéndose, aunque el calor tropical haga a la playa latir, sintiendo el rumoroso corazón que la invade. Muchas veces pensasteis en el bosque. Duros mástiles altos, árboles infinitos bajo las ondas adivinasteis poblados de unos pájaros de espumosa blancura. Visteis los vientos verdes inspirados moverlos, y escuhasteis los trinos de unas gargantas dulces: ruiseñor de los mares, noche tenue sin luna, fulgor bajo las ondas donde pechos heridos cantan tibios en ramos de coral con perfume. Ah, sí, yo sé lo que adorasteis. Vosotros pensativos en la orilla, con vuestra mejilla en la mano aún mojada, mirasteis esas ondas, mientras acaso pensabais en un cuerpo: un solo cuerpo dulce de un animal tranquilo. Tendisteis vuestra mano y aplicasteis su calor a la tibia tersura de una piel aplacada. ¡Oh suave tigre a vuestros pies dormido! Sus dientes blancos visibles en las fauces doradas, brillaban ahora en paz. Sus ojos amarillos, minúsculas guijas casi de nácar al poniente, cerrados, eran todo silencio ya marino. Y el cuerpo derramado, veteado sabiamente de una onda poderosa, era bulto entregado, caliente, dulce solo. Pero de pronto os levantasteis. Habíais sentido las alas oscuras, envío mágico del fondo que llama a los corazones. Mirasteis fijamente el empezado rumor de los abismos. ¿Qué formas contemplasteis? ¿Qué signos, inviolados, qué precisas palabras que la espuma decía, dulce saliva de unos labios secretos que se entreabren, invocan, someten, arrebatan? El mansaje decía... Yo os vi agitar los brazos. Un viento huracanado movió vuestros vestidos iluminados por el poniente trágico. Vi vuestra cabellera alzarse traspasada de luces, y desde lo alto de una roca instantánea presencié vuestro cuerpo hendir los aires y caer espumante en los senos del agua; vi dos brazos largos surtir de la negra presencia y vi vuestra blancura, oí el último grito, cubierto rápidamente por los trinos alegres de los ruiseñores del fondo.
Destino trágico
Rubén Darío
Es algo formidable que vio la vieja raza: robusto tronco de árbol al hombro de un campeón salvaje y aguerrido, cuya fornida maza blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón. Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, pudiera tal guerrero, de Arauco en la región, lancero de los bosques, Nemrod que todo caza, desjarretar un toro, o estrangular un león. Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán. «¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta. Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta», e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
Caupolicán
Carlos Bousoño
Algo en mi sangre espera todavía. Algo en mi sangre en que tu voz aún suena. Pero no. Inútilmente yo te llamo. Aquella voz que te llamaba es ésta. Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen donde los tuyos la mañana aquella. Ven hacia mí. La tierra toda oscila, se mueve, cruje. Vístete. Despierta. Oh, qué encendida el alma en su secreto puro, si vinieras. Sin esperanza, entre la luz del día, mi voz te llama. El eco. La respuesta.
Algo en mi sangre espera todavía
Mario Benedetti
Igual que la de Bécquer el arpa de la araña en un ángulo oscuro espera o desespera el aire de la siesta mueve sin destruirla la seda de cordaje hay una breve escala de silencios por fin una mosca inocente o quizá alucinada sucumbe ante el hechizo y paga con su vida el haber profanado el hermetismo de la sencillez.
La red
Luis Cernuda
Tus ojos son de donde la nieve no ha manchado la luz, y entre las palmas el aire invisible es de claro. Tu deseo es de donde a los cuerpos se alía lo animal con la gracia secreta de mirada y sonrisa. Tu existir es de donde percibe el pensamiento, por la arena de mares amigos, la eternidad en tiempo.
País
Mario Benedetti
Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin utopías cómo voy a creer que la esperanza es un olvido o que el placer una tristeza cómo voy a creer / dijo el fulano que el universo es una ruina aunque lo sea o que la muerte es el silencio aunque lo sea cómo voy a creer que el horizonte es la frontera que el mar es nadie que la noche es nada cómo voy a creer / dijo el fulano que tu cuerpo / mengana no es algo más de lo que palpo o que tu amor ese remoto amor que me destinas no es el desnudo de tus ojos la parsimonia de tus manos cómo voy a creer / mengana austral que sos tan sólo lo que miro acaricio o penetro cómo voy a creer / dijo el fulano que la útopia ya no existe si vos / mengana dulce osada / eterna si vos / sos mi utopía.
Utopías
Jaime Sabines
Yo no lo sé de cierto, pero supongo que una mujer y un hombre un día se quieren, se van quedando solos poco a poco, algo en su corazón les dice que están solos, solos sobre la tierra se penetran, se van matando el uno al otro. Todo se hace en silencio. Como se hace la luz dentro del ojo. El amor une cuerpos. En silencio se van llenando el uno al otro. Cualquier día despiertan, sobre brazos; piensan entonces que lo saben todo. Se ven desnudos y lo saben todo. (Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)
Yo no lo sé de cierto...
Luis de Góngora
En los pinares de Júcar Vi bailar unas serranas, Al son del agua en las piedras Y al son del viento en las ramas. No es blanco coro de ninfas De las que aposentan el agua O las que venera el bosque, Seguidoras de Dïana: Serranas eran de Cuenca, Honor de aquella montaña, Cuyo pie besan dos ríos Por besar de ellas las plantas. Alegres corros tejían, Dándose las manos blancas De amistad, quizá temiendo No la truequen las mudanzas. ¡Qué bien bailan las serranas! ¡Qué bien bailan! El cabello en crespos nudos Luz da al Sol, oro a la Arabia, Cuál de flores impedido, Cuál de cordones de plata. Del color visten del cielo, Si no son de la esperanza, Palmillas que menosprecian Al zafiro y la esmeralda. El pie (cuando lo permite La brújula de la falda) Lazos calza, y mirar deja Pedazos de nieve y nácar. Ellas, cuyo movimiento Honestamente levanta El cristal de la columna Sobre la pequeña basa. ¡Qué bien bailan las serranas! ¡Qué bien bailan! Una entre los blancos dedos Hiriendo negras pizarras, Instrumento de marfil Que las musas le invidiaran, Las aves enmudeció, Y enfrenó el curso del agua; No se movieron las hojas, Por no impedir lo que canta: Serranas de Cuenca Iban al pinar, Unas por piñones, Otras por bailar. Bailando y partiendo Las serranas bellas, Un piñón con otro, Si ya no es con perlas, De Amor las saetas Huelgan de trocar, Unas por piñones, Otras por bailar. Entre rama y rama, Cuando el ciego dios Pide al Sol los ojos Por verlas mejor, Los ojos del Sol Las veréis pisar. Unas por piñones, Otras por bailar.
En los pinares de júcar
José Luis Piquero
Yo soy malo. ¿Recuerdas cuando Gina me lo llamaba -Malo-, no con esa complicidad coqueta tras mi típica broma cruel a costa de alguien, sino en serio y con la gravedad de lo que es cierto y muy triste (ya estábamos a punto de dejarlo). Es curioso: de niños somos ‘malos’ sin más; después ser malo se llena de matices: eres cínico (malo), rebelde (malo), contestón (malo). Llegas a adulto y las palabras recuperan su antigua contundencia: te miran con sorpresa y rebuscado espanto y ¡Tú eres malo!, dice alguien resumiéndolo todo, tus traiciones cotidianas, tus infidelidades, tu vicio: causar daño. Vicios: Bichos. Ninguna casa está libre de bichos. En cada grieta, bajo tu colchón. Huyen de ti, te pican, te dan miedo. Se alimentan de ti.
Malo
Federico García Lorca
Cuando yo me muera, enterradme con mi guitarra bajo la arena. Cuando yo me muera, entre los naranjos y la hierbabuena. Cuando yo me muera, enterradme si queréis en una veleta. ¡Cuando yo me muera!
Memento
Leopoldo Marechal
En el gastado corazón del Tiempo se clavan las agujas de todos los cuadrantes. Hay un pavor de soles que naufragan sin ruido: la noche se cansé de enterrar a sus mundos. ¡Llora por los relojes que no saben dormir! Las campanas se niegan a morder el silencio. Tras un rebaño do horas gastaron sus colmillos de bronce las campanas... ¡Ahora comprendo el viaje de tus cosas! El sol ya no quería romperse en tus banderas. Para mullir tu fuga, en el camino, se desplumaron todas las águilas del viento. Tus pasos clavetean un gran tapiz de lejanía... Son pájaros furtivos tus recuerdos: amaban grandes ríos arbolados de muerte. ¡Estuche de palabras donde guardar el roto muñeco de los años! Nuestras anclas no muerden el fondo de las horas. Los péndulos cabeceantes dibujan negativas en la noche. ¡Tierra que nunca se gastó en mis pasos! ¿Qué historia contaremos a los días? ¿Cómo arriar el velamen de las mañanas, ávido remero? ¡Todo está bien, ya soy un poco dios en esta soledad, con este orgullo de hombre que ha tendido a las cosas una ballesta de palabras!
Nocturno
Lope de Vega
Versos de amor, conceptos esparcidos, engendrados del alma en mis cuidados, partos de mis sentidos abrasados, con más dolor que libertad nacidos; expósitos al mundo, en que perdidos, tan rotos anduvistes y trocados, que sólo donde fuistes engendrados fuérades por la sangre conocidos; pues que le hurtáis el laberinto a Creta, a Dédalo los altos pensamientos, la furia al mar, las llamas al abismo, si aquel áspid hermoso nos aceta, dejad la tierra, entretened los vientos, descansaréis en vuestro centro mismo.
Versos de amor
Gustavo Adolfo Bécquer
Alguna vez la encuentro por el mundo, y pasa junto a mí; y pasa sonriéndose, y yo digo: ?¿Cómo puede reír? Luego asoma a mi labio otra sonrisa, máscara del dolor, y entonces pienso: ?Acaso ella se ríe, como me río yo.
Rima xlix
Luis de Góngora
Ave real de plumas tan desnuda, Que aun de carne voló jamás vestida, Cuya garra, no en miembros dividida, Inexorable es guadaña aguda; Lisonjera a los cielos o sañuda Contra los elementos de una vida, Florida en años, en beldad florida, Cuál menos piedad árbitra lo duda, No a deidad fabulosa hoy arrebata Garzón, que en vez del venatorio acero Cristal ministre impuro, si no alado Espíritu que, en cítara de plata, Al Júpiter dirige verdadero Un dulce y otro cántico sagrado.
En la muerte de un caballero mozo
cristianos
(Arturo Gutierrez Martin)Dondequiera que pongas tu mirada, dondequiera que fijes tu atención, dondequiera que un átomo subsista, ENCONTRARAS A DIOS. En las formas diversas de las nubes, en los rayos dorados que da el sol, en el brillo que lanzan las estrellas, ENCONTRARAS A DIOS. En los dulces balidos que en los prados el rebaño da al silbo del pastor, en los trinos cambiantes de las aves. ENCONTRARAS A DIOS. En la sangre que corre por tus venas, en la misma conciencia del tu YO, en los propios latidos de tu pecho, ENCONTRARAS A DIOS. En la santa figura de la madre cuyo seno la vida te donó, en la franca sonrisa de una hermana, ENCONTRARAS A DIOS. En las lindas pupilas de la joven que de amores prendió tu corazón, en la grata visión de un ser querido, ENCONTRARAS A DIOS. En las horas de sombra y amargura cuando a solas estés con tu dolor si le buscas en la sombría noche ENCONTRARAS A DIOS.
Encontrarás a dios (arturo gutierrez martin)
Delfina Acosta
Voy a contarte un cuento que otras saben. Las menos como tú jamás supieron. Era un juego de a dos pues se enfrentaban un rey hermoso y una reina a besos. Y érase que ella alegre se moría como última tecla en cada beso. Y él riendo tomaba con su boca un poco de su lengua y de su aliento. Pasó el verano bajo el puente chino, sopló el otoño y garuó el invierno, volvió la primavera y se marchó detrás de un par de niños aquel juego. Y érase esa mujer que aún lo amaba, y moría de pena, pero en serio. Y érase la tristeza en el ciprés la hora en que llovía en ese reino.
El beso
María Eugenia Caseiro
La calle es un burdel donde las horas toman cuenta. El vagabundo gris a un paso de anotar la despedida recupera el mortecino brillar de las farolas. Se alarga la calle, en su desdén se pierde la visión hasta tocar el fin del mundo a estribor, bordea la primera estrella las grutas sin salida, el precipicio en que un fantasma envenenado duele en la mujer que busca un puente y la razón fracasa. La calle es un dolor, una punzada donde confluyen las premoniciones un corazón cansado que envejece, su melodía sin voz se lleva las últimas raigambres… Sueña la calle su primer bostezo entre viejas fachadas de edificios.
La calle
León Felipe
No me contéis más cuentos, que vengo de muy lejos y sé todos los cuentos. No me contéis más cuentos. Contad y recontadme este sueño. Romped, rompedme los espejos. Deshacedme los estanques, los lazos, los anillos, los cercos, las redes, las trampas y todos los caminos paralelos. Que no quiero, que no quiero, que no quiero, que no quiero que me arrullen con cuentos, Que no quiero, Que no quiero, Que no quiero, Que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos, que no quiero, que no quiero, que no quiero, que no quiero que me entierren con cuentos, que no quiero, que no quiero, que no quiero, que no quiero verme clavado en el tiempo, que no quiero verme en el agua, que no quiero verme en la tierra tampoco, que no quiero, a su ovillo, como un hilo de barba sujeto. Quiero verme en el viento, quiero verme en el viento, quiero verme en el viento, quiero verme en el viento... quiero... ¡quiero!... sueño... ¡sueño! Soy gusano que sueña... y sueño verme un día volando en el viento.
Quiero... Sueño
Rubén Darío
Escrita en viejo dialecto eolio hallé esta página dentro un infolío y entre los libros de un monasterio del venerable San Agustín. Un fraile acaso puso el escolio que allí se encuentra; dómine serio de flacas manos y buen latín. Hay sus lagunas. ... Cuando los toros de las campañas bajo los oros que vierte el hijo de Hiperión, pasan mugiendo, y en las eternas rocas salvajes de las cavernas esperezándose ruge el león; cuando en las vírgenes y verdes parras sus secas notas dan las cigarras, y en los panales de Himeto deja su rubia carga la leve abeja que en bocas rojas chupa la miel, junto a los mirtos, bajo los lauros, en grupo lírico van los centauros con la armonía de su tropel. Uno las patas rítmicas mueve, otro alza el cuello con gallardía como en hermoso bajorrelieve que a golpes mágicos Scopas haría; otro alza al aire las manos blancas mientras le dora las finas ancas con baño cálido la luz del sol; y otro, saltando piedras y troncos, va dando alegres sus gritos roncos como el ruido de un caracol. Silencio. Señas hace ligero el que en la tropa va delantero; porque a un recodo de la campaña llegan en donde Diana se baña. Se oye el ruido de claras linfas y la algazara que hacen las ninfas. Risa de plata que el aire riega hasta sus ávidos oídos llega; golpes en la onda, palabras locas, gritos joviales de frescas bocas, y los ladridos de la traílla que Diana tiene junto a la orilla del fresco río, donde está ella blanca y desnuda como una estrella. Tanta blancura, que al cisne injuria, abre los ojos de la lujuria: sobre las márgenes y rocas áridas vuela el enjambre de las cantáridas con su bruñido verde metálico, siempre propicias al culto fálico. Amplias caderas, pie fino y breve; las dos colinas de rosa y nieve... ¡Cuadro soberbio de tentación! ¡Ay del cuitado que a ver se atreve lo que fue espanto para Acteón! Cabellos rubios, mejillas tiernas, marmóreos cuellos, rosadas piernas, gracias ocultas del lindo coro, en el herido cristal sonoro; seno en que hiciérase sagrada copa; tal ve en silencio la ardiente tropa. ¿Quién adelanta su firme busto? ¿Quirón experto? ¿Folo robusto? Es el más joven y es el más bello; su piel es blanca, crespo el cabello, los cascos finos, y en la mirada brilla del sátiro la llamarada. En un instante, veloz y listo, a una tan bella como Kalisto, ninfa que al alta diosa acompaña, saca de la onda donde se baña: la grupa vuelve, raudo galopa; tal iba el toro raptor de Europa con el orgullo de su conquista. ¿A do va Diana? Viva la vista, la planta alada, la cabellera mojada y suelta; terrible, fiera, corre del monte por la extensión; ladran sus perros enfurecidos; entre sus dedos humedecidos; lleva una flecha para el ladrón. Ya a los centauros a ver alcanza la cazadora; ya el dardo lanza, y un grito se oye de hondo dolor: la casta diva de la venganza mató al raptor... La tropa rápida se esparce huyendo, forman los cascos sonoro estruendo. Llegan las ninfas. Lloran. ¿Qué ven? En la carrera la cazadora con su saeta castigadora a la robada mató también.
Recreaciones arqueológicas
Manuel Alcántara
Lo mejor del recuerdo es el olvido... Málaga naufragaba y emergía... Manuel, junto a la mar, desentendido; yo era un niño jugando a la alegría. Ahora juego a todo lo que obliga la impuesta profesión de ser humano, y a veces, al final de la fatiga, enseño a andar palabras de la mano. Ser hombre es ir andando hacia el olvido haciéndose una patria en la esperanza; cuerpo a cuerpo con Dios se está vendido y a gritos no se alcanza. ( Dentro de poco se dirá que fuiste, que alguien llamado así, vivió y amaba...) Ser hombre es una larga historia triste y un buen día se acaba. Desde mis veinticinco historias vengo. Nada me importó nada. Pero cualquier capítulo lo tengo miniado en letra triste y colorada. Un hombre hecho y deshecho os habla. Soy distinto cada año. Tengo un desconocido por el pecho. Sí. Miradme a los versos. No os engaño. Tengo el sombrío bosque de la frente esperando que llueva; mientras, el alma suena bajo el puente, y cuando el alma suena es que a Dios lleva. Vuelvo a andar el camino desandado y en mi paso resuenan las cadenas. Recuerda el corazón acostumbrado..., ¡qué buen fisonomista de las penas! Unas pocas palabras me mantienen: duda, esperanza, amor... Siempre me pierdo... Amor, duda, esperanza... Siempre vienen... La ilusión, si la he visto, no me acuerdo. Lo mejor del recuerdo es el olvido... Málaga naufragaba y emergía... Manuel, junto a la mar, desentendido; hubo una vez un niño en la bahía. Y hay un hombre de pie sobre mis huellas indefenso y sonoro, a ras del suelo, que se irá mientras hacen las estrellas propaganda de Dios allá en el cielo.
Biografía
Dulce María Loynaz
A mis pies la hoja seca viene y va con el viento; hace tiempo que la miro, hecho un hilo, de fino, el pensamiento... Es una sola hoja pequeñita, la misma que antes vino junto a mi pie y se fue y volvió temblando... ¿Me enseñará un camino?
Hoja seca
Julia de Burgos
Te quiero... y me mueves el tiempo de mi vida sin horas. Te quiero en los arroyos pálidos que viajan en la noche, y no termina nunca de conducir estrellas a la mar. Te quiero en aquella mañana desprendida del vuelo de los siglos que huyó su nave blanca hasta el agua sin ondas donde nadaban tristes, tu voz y mi canción. Te quiero en el dolor sin llanto que tanta noche ha recogido el sueño en le cielo invertido en mis pupilas para mirarte cósmica, en la voz socavada de mi ruido de siglos derrumbándose. Te quiero (grito de noche blanca...) en el insomnio reflexivo de donde ha vuelto en pájaros mi espíritu. Te quiero... Mi amor se escapa leve de expresiones y rutas, y va rompiendo sombras y alcanzando tu imagen desde el punto inocente donde soy yerba y trino.
Te quiero
Roque Dalton
País mío no existes sólo eres una mala silueta mía una palabra que le creí al enemigo Antes creía que solamente eras muy chico que no alcanzabas a tener de una vez Norte y Sur pero ahora sé que no existes y que además parece que nadie te necesita no se oye hablar a ninguna madre de ti Ello me alegra porque prueba que me inventé un país aunque me deba entonces a los manicomios Soy pues un diosecillo a tu costa (Quiero decir: por expatriado yo tú eres ex — patria)
El gran despecho
Octavio Paz
Nace de mí, de mi sombra, amanece por mi piel, alba de luz somnolienta. Paloma brava tu nombre, tímida sobre mi hombro.
Tu nombre
Francisco de Quevedo
¿Cuándo seré infeliz sin mi gemido? ¿Cuándo sin el ajeno fortunado? El desprecio me sigue desdeñado; la invidia, en dignidad constituido. U del bien u del mal vivo ofendido; y es ya tan insolente mi pecado, que, por no confesarme castigado, acusa a Dios con llanto inadvertido. Temo la muerte, que mi miedo afea; amo la vida, con saber es muerte: tan ciega noche el seso me rodea. Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte, caudal que en desengaños no se emplea, cuanto se aumenta, Caridón, se vierte.
Que desengaños son la verdadera riqueza
José Luis Piquero
¿Recuerdas una tarde que estuvimos en ese bar que no me gusta, en Foncalada, entre viejos que leían periódicos temblones y una mujer absurda merendando. Y tú firmabas sobre una servilleta, una vez y otra vez, una vez y otra vez, como una autómata, silenciosa y mecánica. Era cualquier enfado. No recuerdo ni cuándo sucedió. Pero mi miedo y yo fingíamos mirar algo muy importante, un cartel, nada, más allá de la barra o en la puerta, para no ver el signo multiplicado de tu soledad, esa oscura manera en que tú te afirmabas sobre un mundo inseguro que te daba la espalda. Hoy confundo esa imagen y esa tarde con estos otros días, hostiles, en la crisis de lo nuestro; tu soledad de entonces, mi impotencia con otra confusión de los dos juntos y a solas, como extraños, sin nada que decir. Y ya no sé ordenar los trozos que componen el mapa de tú y yo queriéndonos en días que preserva el recuerdo, yendo a sitios, char- lando, o en la cama, desnudos, conociéndonos bien. Sólo somos pareja: el vínculo por el que nos asocian los demás. Toda unión alimenta algún monstruo pequeño e invisible que formula preguntas. Será porque creamos una identidad nueva, postiza y de los dos, y no somos nosotros sino ese monstruo insomne a cuyo ritmo nos aco- modamos. ¿Qué dice el monstruo de esto? Querernos ignorándolo todo, sin intrusos, la naturalidad de las cosas sencillas que hacemos tan bien, parece formar parte de todo lo que escapa muy despacio, como un barco se aleja de la rada o como se acumulan días indiferen- tes tras un aniversario. Como una edad o un sueño desprendido, olvidado en soledad. Y de qué nos sirve el mundo demasiado real al que nos sujetamos por sistema. Las cifras y los libros, la gente que discute en alta voz sobre todas las cosas que en la vida no son nunca casuales; compromisos, las leyes que son nada en el reino ruidoso del amor. Todo grave, explicado civilizadamente, con la noción exacta de lo que puede hacerse y lo que no, de lo que hay que decir y no decir. ¿Nos hizo más felices? ¿Es más digno hablar tanto, tener gustos complejos y gastar el dinero con prudencia según dónde y con quién? ¿Dónde estamos aquellos que pudieron amarse con palabras sencillas? El final de un amor es un nuevo reparto de papeles. Por eso me he acordado de esa tarde en un bar, entre desconocidos (como nosotros), solos, con nuestra cobardía y nuestro miedo, mientras tú te buscabas a ciegas, confundiéndote, en la foto borrosa de ese grupo de tres que hemos sido tú y yo, y yo buscaba y busco todavía un culpable -una excusa- más allá de nosotros, por si ya no nos salvan ni razones ni besos y hay que enterrar al monstruo y dar explicaciones a parientes y amigos.
En una crisis
Miguel de Unamuno
Noche blanca en que el agua cristalina duerme queda en su lecho de laguna sobre la cual redonda llena luna que ejército de estrellas encamina vela, y se espeja una redonda encina en el espejo sin rizada alguna; noche blanca en que el agua hace de cuna de la más alta y más honda doctrina. Es un rasgón del cielo que abrazado tiene en sus brazos la Naturaleza; es un rasgón del cielo que ha posado y en el silencio de la noche reza la oración del amante resignado sólo al amor, que es su única riqueza.
Junto a la laguna del cristo en la aldehuela de...
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Pienso, esta época en que tú me amaste se irá por otra azul sustituida, será otra piel sobre los mismos huesos, otros ojos verán la primavera. Nadie de los que ataron esta hora, de los que conversaron con el humo, gobiernos, traficantes, transeúntes, continuarán moviéndose en sus hilos. Se irán los crueles dioses con anteojos, los peludos carnívoros con libro, los pulgones y los pipipasseyros. Y cuando esté recién lavado el mundo nacerán otros ojos en el agua y crecerá sin lágrimas el trigo.
Cien sonetos de amor
Santiago Montobbio
Las memorias se venden bien, pero su precio oscila. Depende de si guardan árboles, lagos, travesuras de infancia, columpios o lunas, algo que se llamó ideales y también amores, abuelas tiernas, huesos, frutas. Sí: los sueños ya suben mucho, y sobre todo algunos. Y para poco gasto tenemos las de algunos que sólo cuentan tiempos perdidos y que a los sumo fingen llagas de sombra con rostros de tarde o de tortuga. Nada es. Pero alcanza a cualquier bolsillo. Yo ya siempre lo había dicho: las memorias de los poetas castrados nunca valdrán un duro.
Lo dijo el policía
José María Hinojosa
He perdido la memoria de los siglos; sólo conservo alientos de papiros añejos. Y tengo la nostalgia de mí mismo de cuando sabios eran mis consejos, del tiempo en que mi olor no era el de museo. No puedo resistir ver correr de mis ojos arenales de lágrimas formados por escombros. Yo perdí la noción del calendario y de días microbios, pero continuaré mi papel de hierático, con sonrisa de insomnio, en este film inacabado. Mi voz, mi signo indescifrado, no lo busquéis en el presente, buscadlo en el pasado.
He perdido
Amado Nervo
Señor, Tú regaste los campos de flores que llenan el aire de aroma y frescor, cubriste los cielos de inmensos fulgores y diste a los mares su eterno rumor. Doquier resplandece tu amor sin segundo; la tierra proclama tu gloria doquier; y en medio a esos himnos que brotan del mundo, yo quiero elevarte mi voz de placer.
Ofrecimiento
Juana de Ibarbourou
Porque es áspera y fea, porque todas sus ramas son grises, yo le tengo piedad a la higuera. En mi quinta hay cien árboles bellos, ciruelos redondos, limoneros rectos y naranjos de brotes lustrosos. En las primaveras, todos ellos se cubren de flores en torno a la higuera. Y la pobre parece tan triste con sus gajos torcidos que nunca de apretados capullos se viste... Por eso, cada vez que yo paso a su lado, digo, procurando hacer dulce y alegre mi acento: «Es la higuera el más bello de los árboles todos del huerto». Si ella escucha, si comprende el idioma en que hablo, ¡qué dulzura tan honda hará nido en su alma sensible de árbol! Y tal vez, a la noche, cuando el viento abanique su copa, embriagada de gozo le cuente: ¡Hoy a mí me dijeron hermosa!
La higuera
Marilina Rébora
Mírate en el espejo que tu imagen proyecta, esperando un instante a que se muestre clara; verás, a pesar tuyo, la figura imperfecta y las desarmonías patentes de la cara. Sin contemplarte pues como estampa dilecta, en tus propios defectos, exhaustiva, repara, para reconocer por fin lo que te afecta como quien llanamente una verdad declara. A lo real concorde y en idéntico modo habrás de examinar prolija tu conciencia: sentimientos, virtudes, pasiones sobre todo; comprobarás errores y lagunas de olvidos, mas para tu consuelo —que es también una ciencia— piensa que Dios se vale de los arrepentidos.
Espejos
Federico García Lorca
En la torre amarilla, dobla una campana. Sobre el viento amarillo, se abren las campanadas. En la torre amarilla, cesa la campana. El viento con el polvo, hace proras de plata.
Campana
Alfonsina Storni
Llegará un día en que la raza humana Se habrá secado como planta vana, Y el viejo sol en el espacio sea Carbón inútil de apagada tea. Llegará un día en que el enfriado mundo Será un silencio lúgubre y profundo: Una gran sombra rodeará la esfera Donde no volverá la primavera; La tierra muerta, como un ojo ciego, Seguirá andando siempre sin sosiego, Pero en la sombra, a tientas, solitaria, Sin un canto, ni un ¡ay!, ni una plegaria. Sola, con sus criaturas preferidas En el seno cansadas y dormidas. (Madre que marcha aún con el veneno de los hijos ya muertos en el seno.) Ni una ciudad de pie... Ruinas y escombros Soportará sobre los muertos hombros. Desde allí arriba, negra la montaña La mirará con expresión huraña. Acaso el mar no será más que un duro Bloque de hielo, como todo oscuro. Y así, angustiado en su dureza, a solas Soñará con sus buques y sus olas, Y pasará los años en acecho De un solo barco que le surque el pecho. Y allá, donde la tierra se le aduna, Ensoñará la playa con la luna, Y ya nada tendrá más que el deseo, Pues la luna será otro mausoleo. En vano querrá el bloque mover bocas Para tragar los hombres, y las rocas Oír sobre ellas el horrendo grito Del náufrago clamando al infinito: Ya nada quedará; de polo a polo Lo habrá barrido todo un viento solo: Voluptuosas moradas de latinos Y míseros refugios de beduinos; Oscuras cuevas de los esquimales Y finas y lujosas catedrales; Y negros, y amarillos y cobrizos, Y blancos y malayos y mestizos Se mirarán entonces bajo tierra Pidiéndose perdón por tanta guerra. De las manos tomados, la redonda Tierra, circundarán en una ronda. Y gemirán en coro de lamentos: ¡Oh cuántos vanos, torpes sufrimientos! ?La tierra era un jardín lleno de rosas Y lleno de ciudades primorosas; ?Se recostaban sobre ríos unas, Otras sobre los bosques y lagunas. ?Entre ellas se tendían finos rieles, Que eran a modo de esperanzas fieles, ?Y florecía el campo, y todo era Risueño y fresco como una pradera; ?Y en vez de comprender, puñal en mano Estábamos, hermano contra hermano; ?Calumniábanse entre ellas las mujeres Y poblaban el mundo mercaderes; ?Íbamos todos contra el que era bueno A cargarlo de lodo y de veneno... ?Y ahora, blancos huesos, la redonda Tierra rodeamos en hermana ronda. ?Y de la humana, nuestra llamarada, ¡Sobre la tierra en pie no queda nada! * * * Pero quién sabe si una estatua muda De pie no quede aún sola y desnuda. Y así, surcando por las sombras, sea El último refugio de la idea. El último refugio de la forma Que quiso definir de Dios la norma Y que, aplastada por su sutileza, Sin entenderla, dio con la belleza. Y alguna dulce, cariñosa estrella, Preguntará tal vez: ¿Quién es aquélla? ¿Quién es esa mujer que así se atreve, Sola, en el mundo muerto que se mueve? Y la amará por celestial instinto Hasta que caiga al fin desde su plinto. Y acaso un día, por piedad sin nombre Hacia esta pobre tierra y hacia el hombre, La luz de un sol que viaje pasajero Vuelva a incendiarla en su fulgor primero, Y le insinúe: Oh fatigada esfera: ¡Sueña un momento con la primavera! ?Absórbeme un instante: soy el alma Universal que muda y no se calma... ¡Cómo se moverán bajo la tierra Aquellos muertos que su seno encierra! ¡Cómo pujando hacia la luz divina Querrán volar al que los ilumina! Mas será en vano que los muertos ojos Pretendan alcanzar los rayos rojos. ¡En vano! ¡En vano!... ¡Demasiado espesas Serán las capas, ay, sobre sus huesas!... Amontonados todos y vencidos, Ya no podrán dejar los viejos nidos, Y al llamado del astro pasajero, Ningún hombre podrá gritar: ¡Yo quiero!...
Letanías de la tierra muerta
Ramón López Velarde
Se distraen las penas en los cuartos de hoteles con el heterogéneo concurso divertido de yanquees, sacerdotes, quincalleros infieles, niñas recién casadas y mozas del partido. Media luz... Copia al huésped la desconchada luna en su azogue sin brillo; y flota en calendarios, en cortinas polvosas y catres mercenarios la nómada tristeza de viajes sin fortuna. Lejos quedó el terruño, la familia distante, y en la hora gris del éxodo medita el caminante que hay jornadas luctuosas y alegres en el mundo: que van pasando juntos por el sórdido hotel con el cosmopolita dolor del moribundo los alocados lances de la luna de miel.
Noches de hotel
Gustavo Adolfo Bécquer
¡Qué hermoso es ver el día coronado de fuego levantarse, y, a su beso de lumbre, brillar las olas y encenderse el aire! ¡Qué hermoso es tras la lluvia del triste otoño en la azulada tarde, de las húmedas flores el perfume aspirar hasta saciarse! ¡Qué hermoso es cuando en copos la blanca nieve silenciosa cae, de las inquietas llamas ver las rojizas lenguas agitarse! Qué hermoso es cuando hay sueño, dormir bien... y roncar como un sochantre y comer... y engordar... ¡y qué desgracia que esto sólo no baste!.
Rima lxvii
Vicente Aleixandre
(El Enterrado) Allá en el fondo del pozo donde las florecillas donde las lindas margaritas no vacilan donde no hay viento o perfume de hombre donde jamás el mar impone su amenaza allí allí está quedo ese silencio hecho como un rumor ahogado con un puño Si una abeja si un ave voladora si ese error que no se espera nunca se produce el frío permanece El sueño en vertical hundió la tierra y ya el aire está libre Acaso una voz una mano ya suelta un impulso hacia arriba aspira a luna a calma a tibieza a ese veneno de una almohada en la boca que se ahoga ¡Pero dormir es tan sereno siempre! Sobre el frío sobre el hielo sobre una sombra de mejilla sobre una palabra yerta y más ya ida sobre la misma tierra siempre virgen Una tabla en el fondo oh pozo innúmero esa lisura ilustre que comprueba que una espalda es contacto es frío seco es sueño siempre aunque la frente esté borrada Pueden pasar ya nubes Nadie sabe Ese clamor ¿Existen las campanas? Recuerdo que el color blanco o las formas recuerdo que los labios, sí, hasta hablaban Era el tiempo caliente. Luz inmólame Era entonces cuando el relámpago de pronto quedaba suspendido hecho de hierro Tiempo de los suspiros o de adórame cuando nunca las aves perdían plumas Tiempo de suavidad y permanencia Los galopes no daban sobre el pecho no quedaban los cascos, no eran cera Las lágrimas rodaban como besos Y en el oído el eco era ya sólido Así la eternidad era el minuto El tiempo sólo una tremenda mano sobre el cabello largo detenida Oh sí. En este hondo silencio o humedades bajo las siete capas de cielo azul yo ignoro la música cuajada en hielo súbito la garganta que se derrumba sobre los ojos la íntima onda que se anega sobre los labios Dormido como una tela siento crecer la hierba verde suave que inútilmente aguarda ser curvado Una mano de acero sobre el césped un corazón un juguete olvidado un resorte una lima un beso un vidrio Una flor de cristal que así impasible chupa de tierra un silencio o memoria.
En el fondo del pozo
José Asunción Silva
NOCTURNO III Una noche una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas, Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas, a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida como si un presentimiento de amarguras infinitas, hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara, por la senda que atraviesa la llanura florecida caminabas, y la luna llena por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca, y tu sombra fina y lángida y mi sombra por los rayos de la luna proyectada sobre las arenas tristes de la senda se juntaban. Y eran una y eran una ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! Esta noche solo, el alma llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte, separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia, por el infinito negro, donde nuestra voz no alcanza, solo y mudo por la senda caminaba, y se oían los ladridos de los perros a la luna, a la luna pálida y el chillido de las ranas, sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas, ¡entre las blancuras níveas de las mortüorias sábanas! Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte, Era el frío de la nada... Y mi sombra por los rayos de la luna proyectada, iba sola, iba sola ¡iba sola por la estepa solitaria! Y tu sombra esbelta y ágil fina y lánguida, como en esa noche tibia de la muerta primavera, como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas! ¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...
Una noche
Gabriela Mistral
I. Amarás la belleza, que es la sombra de Dios sobre el Universo. II. No hay arte ateo. Aunque no ames al Creador, lo afirmarás creando a su semejanza. III. No darás la belleza como cebo para los sentidos, sino como el natural alimento del alma. IV. No te será pretexto para la lujuria ni para la vanidad, sino ejercicio divino. V. No la buscarás en las ferias ni llevarás tu obra a ellas, porque la Belleza es virgen, y la que está en las ferias no es Ella. VI. Subirá de tu corazón a tu canto y te habrá purificado a ti el primero. VII. Tu belleza se llamará también misericordia, y consolará el corazón de los hombres. VIII. Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón. IX. No te será la belleza opio adormecedor, sino vino generoso que te encienda para la acción, pues si dejas de ser hombre o mujer, dejarás de ser artista. X. De toda creación saldrás con vergüenza, porque fue inferior a tu sueño, e inferior a ese sueño maravilloso de Dios, que es la Naturaleza.
Decálogo del artista
Antonio Machado
El primero es Gonzalo de Berceo llamado, Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino, que yendo en romería acaeció en un prado, y a quien los sabios pintan copiando un pergamino. Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María, y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria, y dijo: Mi dictado non es de juglaría; escrito lo tenemos; es verdadera historia. Su verso es dulce y grave; monótonas hileras de chopos invernales en donde nada brilla; renglones como surcos en pardas sementeras, y lejos, las montañas azules de Castilia. Él nos cuenta el repaire del romeo cansado; leyendo en santorales y libros de oración, copiando historias viejas, nos dice su dictado, mientras le sale afuera la luz del corazón.
Mis poetas
Fa Claes
¿Ves tú la interrelación? Para eso se necesita un corazón, eso es el primero y después un amplio, un grande, un sanísimo sentido común, algo creciendo desde bajo la tierra, ortigas y cardos, la plena lozanía, algo natural como el sol, como el instante al lo que sigue otro instante, un trueno después del rayo para quien sobra. Eso no es tan difícil. Es tan sencillo como el filósofo sentado al sol en la terraza tomándose un café. Unos cosechaban los granos, otros los transportaban, los tostaban, hervían el agua. Otros pronunciaban la palabra y él la mordisquea y mordisquea y habla y construye y Babel crece sobre Babel el inconcebiblemente alto espejismo. Espera hasta que vuelva el atardecer, espera hasta la noche. Alrededor de la estrella polar el cielo gira, alrededor de su interrelación, alrededor de Rijmenam.
Interrelación
Ramón López Velarde
A Antonia Mercé Ya brotas de la escena cual guarismo tornasol, y desfloras el mutismo con los toques undívagos de tu planta certera que fiera se amanera al marcar hechicera las multánimes giros de una sola quimera. Ya tus ojos entraron al combate como dos uvas de un goloso uvate; bajo tus castañuelas se rinden los destinos, y se cuelgan de ti los sueños masculinos, cual de la cuerda endeble de una lira, los trinos. Ya te adula la orquesta con servil dejo libidinoso de reptil, y danzando lacónica, tu reojo me plagia, y pisas mi entusiasmo con una cruel magia como estrofa danzante que pisa una hemorragia. Ya vuelas como un rito por los planos limítrofes de todos los arcanos; las almas que tu arrullo va limpiando de escoria quisieran renunciar su futuro y su historia, por dormirse en la tersa amnistía de tu gloria. Guarismo, cuerda, y ejemplar figura: tu rítmica y eurítmica cintura nos roba a todos nuestra flama pura; y tus talones tránsfugas, que se salen del mundo por la tangente dócil de un celaje profundo, se llevan mis holgorios el azul pudibundo.
La estrofa que danza
Marilina Rébora
Dijiste: «Mar de vidrio», Señor, y es lo que quiero; un mar que te refleje en toda tu grandeza, por sobre el cual camines —tu lámpara, el lucero— para ver, al trasluz, del mundo la tristeza. Dijiste mar de vidrio, un cristal sin bisel ni resquebrajaduras, sólo un único trozo, en cuya superficie se reproduzca fiel el que ríe feliz o el que ahoga un sollozo. Y el mar tuyo, Señor, ése al que te refieres, ¿tendrá, al igual que el nuestro, arenas, caracoles? ¿Ondularáse en olas, si es así que lo quieres? ¿Revolarán gaviotas por verse en sus espejos? ¿Dormirá en él un sol o acaso muchos soles, también vidrio sus crestas, de coral, con reflejos?
Mar de vidrio
Jordi Doce
Escucha el ulular del viento contra el muro; la hiedra, las acacias baten la piedra sin descanso y dividen el tiempo como tiernas cuchillas. Yo te he visto en los intervalos: la luz a rachas alumbraba tu rostro en la tormenta. Eras tú y no eras: pues en la oscuridad yo te llamaba y tú me respondías, y también era tuya esa negrura, tuya como el eco absurdo del viento.
Canción de tormenta
Julia de Burgos
Soy una amanecida del amor? Raro que no me sigan centenares de pájaros picoteando canciones sobre mi sombrilla blanca. (Será que van cercando, en vigilia de nubes, la claridad inmensa donde avanza mi alma). Raro que no me carguen pálidas margaritas por la ruta amorosa que han tomado mis alas. (Será que están llorando a su hermana más triste, que en silencio se ha ido a la hora del alba). Raro que no me vista de novia la más leve de aquellas brisas suaves que durmieron mi infancia. (Será que entre los árboles va enseñando a mi amado los surcos inocentes por donde anduve, casta?) Raro que no me tire su emoción el rocío, en gotas donde asome risueña la mañana. (Será que por el surco de angustia del pasado, con agua generosa mis decepciones baña). Soy una amanecida del amor? En mí cuelgan canciones y racimos de pétalos, y muchos sueños blancos, y emociones aladas. Raro que no me entienda el hombre, conturbado por la mano sencilla que recogió mi alma. (Será que en él la noche se deshoja más lenta, o tal vez no comprenda la emoción depurada?)
Amanecida
Marilina Rébora
No le hables de la muerte, háblale de las flores, de la aurora dorada y el ocaso de fuego, del azul del océano y el arco de colores, de los ríos de plata y el astro sin sosiego. Cuéntale del amante los dichosos amores, del reír de los niños eternamente en juego, del canto del poeta y de los trovadores, del que con fe suplica y hace escuchar su ruego. Es criatura de amor: infúndele confianza, que es menester salvarla de la melancolía, guardarle para sí, indemne, la esperanza, sin que sepa de angustias, dolor ni sufrimiento. Sostenla, porque en su alma haya siempre alegría, al cielo la mirada, el espíritu al viento.
No le hables de la muerte
Juan Ramón Jiménez
¡Ojos que quieren mirar alegres y miran tristes! ¡Ay, no es posible que un muro viejo dé brillos nuevos; que un seco tronco (abra otras hojas) abra otros ojos que estos, que quieren mirar alegres y miran tristes! ¡Ay, no es posible!
Ojos de ayer
Bertolt Brecht
Pero ya sólo el hielo, en la fría noche, agrupaba los cuerpos blanquecinos en el bosque de alisos. Semidespiertos, escuchaban de noche, no susurros de amor sino, aislados y pálidos, el aullar de los perros helados. Ella se apartó por la noche el pelo de la frente, y se esforzó por sonreír, él miró, respirando hondo, mudo, hacia el deslucido cielo. Y por las noches miraban al suelo cuando sobre ellos infinitos pájaros de gran tamaño en bandadas procedentes del Sur se arremolinaban, excitado bullicio. Sobre ellos cayó una lluvia negra.
Pero en la fría noche
Gustavo Pereira
A Luis Camilo Guevara Uno tiene derecho a acongojarse a sentirse vencido pero en el mundo no quieren a los tristes Uno está en el deber de levantarse agarrar su cayado echar a andar Optar por esconderse entre sí mismo Irse a la misma mierda Desamarrar sus diablos O simplemente hacerse el monigote el salsero mayor el chicle más orondo de la fiesta.
En el mundo no quieren a los tristes
José Luis Piquero
Perder placer es triste Luis Cernuda Cuando estoy en su casa duermo solo. No me he atrevido nunca a afrontar el pasillo que velan los ronquidos frágiles de sus padres. A veces, en la noche, noto el hueco invisible que no ocupamos juntos. Y entonces pienso siempre en el amor que no hicimos en días de intimidad pospuesta y acaso sin saberlo. No en las húmedas noches ni en los prados borrosos de calor ni en las playas soleadas: en el vagón sin ella y en las tardes de clases y en los libros leídos y olvidados y en las peleas tontas y en esas dos semanas de necia calentura hasta que dijo sí. Ah, las aguas paradas, el corazón inquieto. Perder placer es triste y el deseo irremplazable muere a cada instante en un mundo de amantes silenciosos. Pero por la mañana, cuando se van sus padres -vermú dominical-, ella viene a mi cama, soñolienta y desnuda. Su ternura que es próspera llena un hueco en el mundo y deja al corazón sin argumentos.
Huecos
Pablo Neruda
HAY algo denso, unido, sentado en el fondo, repitiendo su número, su señal idéntica. Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo, en su fina materia hay olor a edad, y el agua que trae el mar, de sal y sueño. Me rodea una misma cosa, un solo movimiento: el peso del mineral, la luz de la miel, se pegan al sonido de la palabra noche: la tinta del trigo, del marfil, del llanto, envejecidas, desteñidas, uniformes, se unen en torno a mí como paredes. Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo, como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto. Pienso, aislado en lo extremo de las estaciones, central, rodeado de geografía silenciosa: una temperatura parcial cae del cielo, un extremo imperio de confusas unidades se reúne rodeándome.
Unidad
Vicente Aleixandre
Pero es más triste todavía, mucho más triste. Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie. Más triste, más. Como ese vaho que de la tierra exhala depués la pulpa muerta. Como esa mano que del cuerpo tendido se eleva y quiere solamente acariciar las luces, la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda. Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma. Alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando tan delicadamente sobre la triste forma abandonada. Alma de niebla dulce, suspendida sobre su ayer amante, cuerpo inerme que pálido se enfría con las nocturnas horas y queda quito, solo, dulcemente vacío. Alma de amor que vela y se separa vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.
El cuerpo y el alma
Odette Alonso
Por Tosca, a Margarita Terminó la función y me he soñado arcángel cuando soy sólo un violinista dormido ante su atril. Vacía la taberna vacío el corazón como una plaza pública me encuentro frente a ti frente a mí misma. También yo fui una niña y luego fui un traidor y luego un marinero naufragando en el agua podrida de su charca. Y quise desnudarme echarme sobre ti como sobre el abismo y después no ser yo sino tu piel el insalvable pozo de tus ojos o un violinista dormido ante su atril soñando que despierta y que te ama.
Onírica última función
Amado Nervo
¡Qué milagrosa es la Naturaleza! Pues, ¿no da luz la nieve? Inmaculada y misteriosa, trémula y callada, paréceme que mudamente reza al caer... ¡Oh nevada!: tu ingrávida y glacial eucaristía hoy del pecado de vivir me absuelva y haga que, como tú, mi alma se vuelva fúlgida, blanca, silenciosa y fría.
Jaculatoria a la nieve
Miguel de Unamuno
Pasásteis como pasan por el roble las hojas que arrebata en primavera pedrisco intempestivo; pasásteis, hijos de mi raza noble, vestida el alma de infantil eusquera, pasásteis al archivo de mármol funeral de una iglesia que en el regazo recogido y verde el Pirineo vasco al tibio sol del monte se acurruca. Abajo, el Bidasoa va y se pierde en la mar; un peñasco recoge de sus olas el gemido, que pasan, tal las hojas rumorosas, tal vosotros, oscuros hijos sumisos del hogar henchido de silenciosa tradición. Las fosas que a vuestros huesos, puros, blancos, les dan de última cuna lecho, fosas que abrió el cañón en sorda guerra, no escucharán el canto de la materna lluvia que el helecho deja caer en vuestra patria tierra como celeste llanto... No escucharán la esquila de la vaca que en la ladera, al pie del caserío, dobla su cuello al suelo, ni a lo lejos la voz de la resaca de la mar que amamanta a vuestro río y es canto de consuelo. Fuísteis como corderos, en los ojos guardando la sonrisa dolorida lágrimas del ocaso, de vuestras madres el alma de hinojos, ¡y en la agonía de la paz la vida rendísteis al acaso..!. ¿Por qué? ¿Por qué? Jamás esta pregunta terrible torturó vuestra inocencia; nacísteis... nadie sabe por qué ni para qué... ara la yunta, y el campo que ara es toda su conciencia, y canta y vuela el ave... ¡Orhoit Gutaz! Pedís nuestro recuerdo y una lección nos dais de mansedumbre; calle el porqué..., vivamos como habéis muerto, sin porqué, es lo cuerdo... los ríos a la mar..., es la costumbre y con ella pasamos...
Pasásteis como pasan por el roble...