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---|---|---|
Gabriela Mistral |
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir intensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos!
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras donde no están los que no son míos;
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no encuentro los instantes,
porque la noche larga ahora tan solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que viene para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales:
¡siempre será su albura bajando de los cielos!
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada. | Desolación |
Lope de Vega |
Vierte racimos la gloriosa palma,
y sin amor se pone estéril luto;
Dafnes se queja en su laurel sin fruto,
Narciso en blancas hojas se desalma.
Está la tierra sin la lluvia en calma,
viles hierbas produce el campo enjuto,
porque nunca el Amor pagó tributo,
gime en su piedra de Anaxarte el alma.
Oro engendra al amor de agua y de arenas,
porque las conchas aman el rocío,
quedan de perlas orientales llenas.
No desprecies, Lucinda hermosa, el mío,
que al trasponer del sol, las azucenas
pierden el lustre, y nuestra edad el brío. | Vierte racimos la gloriosa palma |
Ramón López Velarde |
Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo
que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo.
A medida que vivo ignoro más las cosas;
no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas,
Sólo estuve sereno, como en un trampolín,
para saltar las nuevas cinturas de las Martas
y con dedos maniáticos de sastre, medir cuartas
a un talle de caricias ideado por Merlín.
Admiro el universo como un azul candado,
gusto del cristianismo porque el Rabí es poeta,
veo arriba el misterio de un único cometa
y adoro en la Mujer el misterio encarnado.
Quiero a mi siglo; gozo de haber nacido en él;
los siglos son en mi alma rombos de una pelota
para la dicha varia y el calosfrío cruel
en que cesa la media y lo crudo se anota.
He oído la rechifla de los demonios sobre
mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar,
y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar
con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre.
Mi carne es combustible y mi conciencia parda;
efímeras y agudas refulgen mis pasiones
cual vidrios de botella que erizaron la barda
del gallinero, contra los gatos y ladrones.
¡Oh, Rabí, si te dignas, está bien que me orientes:
he besado mil bocas, pero besé diez frentes!
Mi voluntad es labio y mi beso es el rito...
¡Oh, Rabí, si te dignas, bien está que me encauces;
como el can de San Roque, ha estado mi apetito
con la vista en el cielo y la antorcha en las fauces! | El perro de san roque |
Gerardo Diego |
Habrá un silencio verde
todo hecho de guitarras destrenzadas
La guitarra es un pozo
con viento en vez de agua. | Guitarra |
José Asunción Silva |
De placeres carnales el abuso,
de caricias y besos,
goza, y ama con toda tu alma, iluso;
agótate en excesos.
Y si de la avariosis te librara
la sabia profilaxia,
al llegar los cuarenta, irás sintiendo
un principio de ataxia.
De la copa que guarda los olvidos
bebe el néctar que agota:
perderás el magín y los sentidos
con la última gota.
Trabaja sin cesar, batalla, suda,
vende vida por oro:
conseguirás una dispepsia aguda
mucho antes que un tesoro.
Y tendrás ¡oh placer! de la pesada
digestión en el lance,
ante la vista ansiosa y fatigada
las cifras de un balance.
Al arte sacrifícate: ¡combina,
pule, esculpe, extrema!
¡Lucha, y en la labor que te asesina,
lienzo, bronce o poema
pon tu esencia, tus nervios, tu alma toda!
¡Terrible empresa vana!
pues que tu obra no estará a la moda
de pasado mañana.
No: sé creyente, fiel, toma otro giro
y la razón prosterna
a los pies del absurdo: ¡compra un giro
contra la vida eterna!
Págalo con tus goces; la fe aviva;
ora, metida, impetra;
y al morir pensarás: ¿Y si allá arriba
no me cubren la letra?
Mas si acaso el orgullo se resiste
a tanta abdicación,
si la fe ciega te parece triste,
confía en la razón.
Desprecia los placeres y, severo,
a la filosofía,
loco por encontrar lo verdadero,
consagra noche y día.
Compara religiones y sistemas
de la Biblia a Stuart Mill,
desde los escolásticos problemas
hasta lo más sutil.
De Spencer y de Wundt, y consagrado
a sondear ese abismo
lograrás este hermoso resultado:
no creer ni en ti mismo.
No pienses en la paz desconocida.
¡Mira! al fin, lo mejor
en el tumulto inmenso de la vida
es la faz interior.
Deja el estudio y los placeres; deja
la estéril lucha vana,
y, como Çakia-Muni lo aconseja
húndete en el Nirvana.
Excita del vivir los desengaños
y en soledad contigo
como un yogui senil pasa los años
mirándote el ombligo.
De la vida del siglo ponte aparte;
del placer y el amigo,
escoge para ti la mejor parte
y métete contigo.
Y cuando llegues en postrera hora
a la última morada,
sentirás una angustia matadora
de no haber hecho nada... | Filosofías |
Odette Alonso |
A Teresa. A Darsi
Yo nunca fui la luz
yo sólo era la lámpara que su mano encendía
o el fuego primigenio que ella me descubrió.
Toda anticipación era ilusoria
yo broté de su mano como una planta nueva
me inflamé en esa llama torpe viento.
Yo nunca fui la luz
y nunca volverá a ser lo que era
polvo que se dispersa y me vacía.
Veo llegar la muerte como un sueño
y el sueño es esa franja transparente
donde todo es mentira. | Transparencia |
Marilina Rébora |
Como un rumor de aguas, la voz oí diciendo:
«No te estés quieta ahí, por algo toma parte.
Ni fría ni caliente, tal irás feneciendo.
Según sean tus obras, así habremos de darte.
»Ten prendida tu lámpara la lámpara de fuego
pues que ya llega el tiempo y tu día es ahora.
El que tiene la hoz, El que dice: Yo siego,
dirá en cualquier momento que ha llegado tu hora.
»Conozco tus trabajos y también tu paciencia,
mas tengo contra ti ese dejarse estar.
Arrepiéntete y vuelve a la obra emprendida,
que si no vendré a ti por tu desobediencia
para, tu candelero, remover del lugar.
Si vences, comerás del árbol de la vida.» | Como un rumor de aguas |
Vicente Gerbasi |
¿Qué fuego de tiniebla, qué círculo de trueno,
cayó sobre tu frente cuando viste esta tierra?
Pasaron costas negras, arbustos inflamados,
barcas con piña, coco, bananas, chirimoyas,
sobre un mar tenebroso con medusas y anémonas.
Y pararon caminos, zamuros, caseríos,
y un niño sin parientes pasar por la llanura,
y un vaquero llamando la sombra del ganado.
Una puerta caliente se abrió para tu vida.
Te llamaron las aguas con sus lenguas oscuras,
los pájaros con gritos, y animales dolientes
que lloran largamente en el alto follaje.
Y llegaste a la puerta de la casa del brujo,
de cuyo techo cuelgan gruesas hojas moradas,
semillas venenosas, corazones de pájaros.
Y viste la melaza correr en los trapiches.
Y el toro que en la tarde avanza hacia la muerte,
atado a dos caballos,
Y viste la serpiente de agua retorcida,
que en la penumbra ahoga a la vaca sedienta.
Y anduviste de noche entre las mariposas
de luto, que visitan los ranchos tenebrosos,
donde habita la fiebre de labios amarillos.
Y viste danzar llamas, las llamas del Tirano,
seguido por el canto del aguaitacamino,
que avanza, misterioso, junto al paso del hombre.
Y dormiste entre hormigas, arañas y escorpiones.
Y grandes flores lilas, con brillos siderales,
se abrieron en tu sueño de encendidos diamantes. | Canto x |
Luis de Góngora |
Corona de Ayamonte, honor del día,
Estas piedras que dio un enfermo a un sano
Hoy os tiro, mas no escondo la mano,
Por que no digan que es cordobesía;
Que dar piedras a Vuestra Señoría
Tirallas es por medio de ese llano,
Pesadas señas de un deseo liviano,
Lisonjas duras de la Musa mía.
Término sean, pues, y fundamento
De vuestro imperio, y de mi fe constante
Tributo humilde, si no ofrecimiento.
Camino, y sin pasar más adelante,
A vuestra deidad hago el rendimiento
Que al montón de Mercurio el caminante. | A la marquesa de ayamonte, dándole unas piedras |
Mario Benedetti | ¿De qué se nutre la nostalgia?
Uno evoca dulzuras
cielos atormentados
tormentas celestiales
escándalos sin ruido
paciencias estiradas
árboles en el viento
oprobios prescindibles
bellezas del mercado
cánticos y alborotos
lloviznas como pena
escopetas de sueño
perdones bien ganados
pero con esos mínimos
no se arma la nostalgia
son meros simulacros
la válida la única
nostalgia es de tu piel. | Nostalgia |
Juan Ramón Mansilla | Mañana. Dormir. Despertar.
La calle, las puertas. Unos peldaños.
Otra puerta más. Y tú.
A contraluz. Mañana. | Mañana |
Mario Benedetti | Todo verdor perecerá
dijo la voz de la escritura
como siempre
implacable
pero también es cierto
que cualquier verdor nuevo
no podría existir
si no hubiera cumplido su ciclo
el verdor perecido
de ahí que nuestro verdor
esa conjunción un poco extraña
de tu primavera
y de mi otoño
seguramente repercute en otros
enseña a otros
ayuda a que otros
rescaten su verdor
por eso
aunque las escrituras
no lo digan
todo verdor
renacerá. | Todo verdor |
Juan Ramón Mansilla | Recuerdos: la mano que rasuraba su vientre,
la que oponía el éter a su boca,
un rápido sopor, las voces,
los contornos borrándose
Nada después.
Nada. Tres horas que un bisturí
amputó a su vida.
Nada hasta despertar tiritando de frío,
la vía conectada a la vena, alguien
que decía «ya está».
Y el viaje de regreso hasta el cuarto:
el acero del ascensor, un pasadizo interminable,
dibujarse voces y contornos lentamente.
Como otros días la luz en la alcoba,
como tu cuerpo en el lecho,
como las formas, los olores, los recuerdos
de otras, tantas jornadas. | Cirugía |
Amado Nervo |
Yo vengo de un brumoso país lejano,
regido por un viejo monarca triste...
Mi numen sólo busca lo que es arcano,
mi numen sólo adora lo que no existe.
Tú lloras por un sueño que está lejano,
tú aguardas un cariño que ya no existe,
se pierden tus pupilas en el arcano
como dos alas negras, y estás muy triste.
Eres mía: nacimos de un mismo arcano
y vamos, desdeñosos de cuanto existe,
en pos de ese brumoso país lejano,
regido por un viejo monarca triste... | Yo vengo de un brumoso país lejano |
Carlos Edmundo de Ory |
Y volver a dormir y despertar del sueño
y este soñar de nuevo envuelto en brumas
y no saber si son lunas o espumas
lo que mueve este mundo tan grande y tan pequeño
Y este ver tristemente cada día encarnada
nuestra vida en el tiempo y nuestro rastro
de carne en el olvido y sólo queda el astro
en todo este misterio del todo y de la nada
Y la vida no es sólo una interrogación
No es sólo ese guarismo de serpiente lasciva
que al morderse la cola una soga nos lega
La vida es una letra de inmenso corazón
que levanta sus brazos frágiles hacia arriba
clamando de continuo
¡La vida es una Y! | Y |
Fray Luis de León |
¡Oh ya seguro puerto
de mi tan luengo error! ¡oh deseado
para reparo cierto
del grave mal pasado!
¡reposo dulce, alegre, reposado!;
techo pajizo, adonde
jamás hizo morada el enemigo
cuidado, ni se asconde
invidia en rostro amigo,
ni voz perjura, ni mortal testigo;
sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:
recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido;
y do está más sereno
el aire me coloca, mientras curo
los daños del veneno
que bebí mal seguro,
mientras el mancillado pecho apuro;
mientras que poco a poco
borro de la memoria cuanto impreso
dejó allí el vivir loco
por todo su proceso
vario entre gozo vano y caso avieso.
En ti, casi desnudo
deste corporal velo, y de la asida
costumbre roto el ñudo,
traspasaré la vida
en gozo, en paz, en luz no corrompida;
de ti, en el mar sujeto
con lástima los ojos inclinando,
contemplaré el aprieto
del miserable bando,
que las saladas ondas va cortando:
el uno, que surgía
alegre ya en el puerto, salteado
de bravo soplo, guía,
apenas el navío desarmado;
el otro en la encubierta
peña rompe la nave, que al momento
el hondo pide abierta;
al otro calma el viento;
otro en las bajas Sirtes hace asiento;
a otros roba el claro
día, y el corazón, el aguacero;
ofrecen al avaro
Neptuno su dinero;
otro nadando huye el morir fiero.
Esfuerza, opón el pecho,
mas ¿cómo será parte un afligido
que va, el leño deshecho,
de flaca tabla asido,
contra un abismo inmenso embravecido?
¡Ay, otra vez y ciento
otras seguro puerto deseado!
no me falte tu asiento,
y falte cuanto amado,
cuanto del ciego error es cudiciado. | Oda xiv - al apartamiento |
Santiago Montobbio | Bajé del sueño, del sol y el miedo.
Bajé y seguí bajando. No había nada.
Deseé volver. Pero en el descenso
había olvidado cómo a la infancia
del primer verso trepar de nuevo.
Y así (niños y niñas) me quedé solo,
de ninguna parte rey y en mi noche
por nadie abandonado. Y esta sola
historia verdadera es el poeta. | Historia verdadera |
Salvador García Ramírez | Siempre amanece por las calles del invierno.
Arremete la lluvia tras los árboles
con rigores de lápida y frescura.
Siempre amanece por los miradores del viento,
en la lengua del Lima lamiéndonos la vista.
De ahí la lejanía,
la penumbra ojival que dan los pórticos,
la bruma derretida,
la piedra minuciosa.
De ahí los peregrinos,
los ángeles remisos, la iglesia diminuta;
también los prosadores.
Yo recuerdo la cuesta de las nubes
en el seno infecundo de los funiculares.
os poentes, sin duda, carregados de azul,
entre vielas estreitas alumbrar las mansiones,
traducir las cartelas bajo el pez fronterizo
de las gárgolas líquenes.
También recuerdo,
de la misma manera que la arena,
el verdín y el escudo en los aleros,
la cruz en las esquinas en huraña vigilia,
el vaivén de un océano obsesivo
a rasgar do nascente.
Sobre la niebla entonces: un indicio,
una aguda premisa para meses inéditos
que cesar del hastío,
un batir de vertientes, a babor de la tierra
cuando casi es Galiza;
o tal vez la erosión, dilatando el prodigio,
de este valle al final que adivina un augurio
donde siempre nos llueve. | Viana do castelo |
Francisco de Quevedo |
Yace en esta tierra fría,
Digna de toda crianza,
La vieja cuya alabanza
Tantas plumas merecía.
No quiso en el cielo entrar
A gozar de las estrellas,
Por no estar entre doncellas
Que no pudiese manchar. | A celestina |
Antonio Machado |
Abril florecía
frente a mi ventana.
Entre los jazmines
y las rosas blancas
de un balcón florido,
vi las dos hermanas.
La menor cosía,
la mayor hilaba ...
Entre los jazmines
y las rosas blancas,
la más pequeñita,
risueña y rosada
?su aguja en el aire?,
miró a mi ventana.
La mayor seguía
silenciosa y pálida,
el huso en su rueca
que el lino enroscaba.
Abril florecía
frente a mi ventana.
Una clara tarde
la mayor lloraba,
entre los jazmines
y las rosas blancas,
y ante el blanco lino
que en su rueca hilaba.
?¿Qué tienes ?le dije?
silenciosa pálida?
Señaló el vestido
que empezó la hermana.
En la negra túnica
la aguja brillaba;
sobre el velo blanco,
el dedal de plata.
Señaló a la tarde
de abril que soñaba,
mientras que se oía
tañer de campanas.
Y en la clara tarde
me enseñó sus lágrimas...
Abril florecía
frente a mi ventana.
Fue otro abril alegre
y otra tarde plácida.
El balcón florido
solitario estaba...
Ni la pequeñita
risueña y rosada,
ni la hermana triste,
silenciosa y pálida,
ni la negra túnica,
ni la toca blanca...
Tan sólo en el huso
el lino giraba
por mano invisible,
y en la oscura sala
la luna del limpio
espejo brillaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas
del balcón florido,
me miré en la clara
luna del espejo
que lejos soñaba...
Abril florecía
frente a mi ventana. | Abril florecía |
Juan Boscán |
Dulce soñar y dulce congojarme,
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba,
si un poco más durara el engañarme;
dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme:
¡oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras si vinieras tan pesado
que asentaras en mí con más reposo!
Durmiendo, en fin, fui bienaventurado,
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado. | Soneto lxi |
Pablo Neruda | PADRE nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire
de toda nuestra extensa latitud silenciosa,
todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:
tu apellido la caña levanta a la dulzura,
el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,
el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar,
la patata, el salitre, las sombras especiales,
las corrientes, las vetas de fosfórica piedra,
todo lo nuestro viene de tu vida apagada,
tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,
tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre.
Tu pequeño cadáver de capitán valiente
ha extendido en lo inmenso su metálica forma,
de pronto salen dedos tuyos entre la nieve
y el austral pescador saca a la luz de pronto
tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes.
De qué color la rosa que junto a tu alma alcemos?
Roja será la rosa que recuerde tu paso.
Cómo serán las manos que toquen tu ceniza?
Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen.
Y cómo es la semilla de tu corazón muerto?
Es roja la semilla de tu corazón vivo.
Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
Junto a mi mano hay otra y hay otra junto a ella,
y otra más, hasta el fondo del continente oscuro.
Y otra mano que tú no conociste entonces
viene también, Bolívar, a estrechar a la tuya:
de Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro,
de la cárcel, del aire, de los muertos de España
llega esta mano roja que es hija de la tuya.
Capitán, combatiente, donde una boca
grita libertad, donde un oído escucha,
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde un laurel de libres brota, donde una nueva
bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora,
Bolívar, capitán, se divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado.
Los malvados atacan tu semilla de nuevo,
clavado en otra cruz está el hijo del hombre.
Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra,
el laurel y la luz de tu ejército rojo
a través de la noche de América con tu mirada mira.
Tus ojos que vigilan más allá de los mares,
más allá de los pueblos oprimidos y heridos,
más allá de las negras ciudades incendiadas,
tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace:
tu ejército defiende las banderas sagradas:
la Libertad sacude las campanas sangrientas,
y un sonido terrible de dolores precede
la aurora enrojecida por la sangre del hombre.
Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos.
La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron,
de nuestra joven sangre venida de tu sangre
saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos.
Yo conocí a Bolívar una mañana larga,
en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento,
Padre, le dije, eres o no eres o quién eres?
Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
"Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo". | Un canto para bolívar |
Consuelo Hernández | No olvides armarte con una libreta de notas
y el lápiz que pacientemente domaste
en tus largos ratos de ocio;
los necesitarás en las horas vacías.
Lleva la picadura del valor
para que resuelvas las eternas noches de insomnio
y ahuyentes el miedo.
¡Y la piel! ¡ay, la piel!
cúbrete bien
las nevadas son fuertes
y el verano es muy corto
ni te darás cuenta cuando pase.
En esos terrenos nórdicos
sólo tu coraje te salvará del naufragio.
Échate encima toda la alegría del mundo
y nunca bañes con sangre el sueño de los pájaros.
Sigue tu viaje sin prisas ni descanso
hasta que puedas sentirte como el río
conocedora absoluta de despeñaderos y praderas. | Consejos para viajeras |
Victoriano Crémer |
¿Cómo no amar la rosa? Pero falta
descubrirla entre tanta incertidumbre,
entre tanta apariencia. ¿Quién no ama
la música si acierta a despojarse
del grito, rebotado por la sangre...?
Conozco su existencia, la sostengo
inevitablemente, como el peso
tranquilo de la luz, belleza ausente
pero cierta, que al hombre corresponde
si busca su caricia en la esperanza.
Esperamos, con hierros, más feroces
que los hambrientos tigres, y tan densos
como dormidas aguas de pantano.
Esperamos: vivimos esperando
el reino de la tierra libertada.
De la tierra evidente, sudorosa
en su preñez de muertos y metales;
fecunda y triste tierra inacabable,
que el hombre enreja, hasta cavar en ella
una profunda cárcel sin estrellas.
Encerrados vivimos. La costumbre
levanta muros, aprisiona cielos,
esparce sones, crucifica rosas,
limita los caminos y reduce
el verbo a pensamiento atormentado.
¡Pensar! ¡Oh triste sino de lo humano!
La altiva fuente de energía se hace
pozo seco de horror, sima del odio;
Porque sin viento, la agresiva nave
se pudre, quieta, sobre el mar inmenso.
Mar de sargazo, omnipotente calma
que en prisiones azules nos retiene,
en tanto el alto cielo transparece
y una paloma bíblica, en el pico
transporta del olivo su mensaje.
¿Cómo no amar la rosa...? Pero falta
descubrirla entre tanta incertidumbre. | Descubrimiento de la rosa |
Francisco de Quevedo |
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo! | Definición del amor |
Miguel Hernández |
No conoció el encuentro
del hombre y la mujer.
El amoroso vello
no pudo florecer.
Detuvo sus sentidos
negándose a saber
y descendieron diáfanos
ante el amanecer.
Vio turbio su mañana
y se quedó en su ayer.
No quiso ser. | No quiso ser |
Amado Nervo |
Hay tanto amor en mi alma que no queda
ni el rincón más estrecho para el odio.
¿Dónde quieres que ponga los rencores
que tus vilezas engendrar podrían?
Impasible no soy: todo lo siento,
lo sufro todo...Pero como el niño
a quien hacen llorar, en cuanto mira
un juguete delante de sus ojos
se consuela, sonríe,
y las ávidas manos
tiende hacia él sin recordar la pena,
así yo, ante el divino panorama
de mi idea, ante lo inenarrable
de mi amor infinito,
no siento ni el maligno alfilerazo
ni la cruel afilada
ironía, ni escucho la sarcástica
risa. Todo lo olvido,
porque soy sólo corazón, soy ojos
no más, para asomarme a la ventana
y ver pasar el inefable Ensueño,
vestido de violeta,
y con toda la luz de la mañana,
de sus ojos divinos en la quieta
limpidez de la fontana... | Tanto amor |
David Escobar Galindo |
Nada es más que un instante. Lo remoto
se quedó detenido en su minuto.
La sucesiva flor soñó su fruto
para prenderlo en el dorado exvoto.
En el instante exprime el sol devoto
su apuesta cotidiana al Absoluto.
Y en esa ardiente vocación de luto
se hunde hasta la más pura flor de loto.
Todo es instante, entonces, resumido
en la hiriente ceniza del olvido,
suma interior de todo lo deseante.
Pero el instante nuestro tuyo y mío
al compartir su huella de rocío
sella la eternidad en el instante. | Nada es más que un instante |
Garcilaso de la Vega |
En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre. | Soneto xxiii |
Carlos Edmundo de Ory |
Amo a una mujer de larga cabellera
Como en un lago me hundo en su rostro suave
En su vientre mi frente boga con lentitud
Palpo muerdo acaricio volúmenes sedosos
Registro cavidades me esponjo de su zumo
Mujer pantano mío araña tenebrosa
Laberinto infinito tambor palacio extraño
Eres mi hermana única de olvido y abandono
Tus pechos y tus nalgas de dobles montes gemelos
me brindan la blancura de paloma gigante
El amor que nos damos es de noche en la noche
En rotundas crudezas la cama nos reúne
Se levantan columnas de olor y de respiros
Trituro masco sorbo me despeño
El deseo florece entre tumbas abiertas
Tumbas de besos bocas o moluscos
Estoy volando enfermo de venenos
Reinando en tus membranas errante y enviciado
Nada termina nada empieza todo es triunfo
de la ternura custodiada de silencio
El pensamiento ha huido de nosotros
Se juntan nuestras manos como piedras felices
Está la mente quieta como inmóvil palmípedo
Las horas se derriten los minutos se agotan
No existe nada más que agonía y placer
Placer tu cara no habla sino que va a caballo
sobre un mundo de nubes en la cueva del ser
Somos mudos no estamos en la vida ridícula
Hemos llegado a ser terribles y divinos
Fabricantes secretos de miel en abundancia
Se oyen los gemidos de la carne incansable
En un instante oí la mitad de mi nombre
saliendo repentino e tus dientes unidos
En la luz puede ver la expresión de tu faz
que parecías otra mujer en aquel éxtasis
La oscuridad me pone furioso no te veo
No encuentro tu cabeza y no sé lo que toco
Cuatro manos se van con sus dueño dormidos
y lejos de ellas vagan también los cuatro pies
Ya no hay dueños no hay más que suspenso y vacío
El barco del placer encalla en alta mar
¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Quién eres?
Para siempre abandono este interrogatorio
Ebrio hechizado loco a las puertas del morbo
grandiosa la pasión espero el turno fálico
De nuevo en una habitación estamos juntos
Desnudos estupendos cómplices de la Muerte. | Amo a una mujer de larga cabellera |
Gabriela Mistral |
Corro de las niñas
corro de mil niñas
a mi alrededor:
¡oh Dios, yo soy dueña
de este resplandor!
En la tierra yerma,
sobre aquel desierto
mordido de sol,
¡mi corro de niñas
como inmensa flor!
En el llano verde,
al pie de los montes,
que hería la voz,
¡el corro era un solo
divino temblor!
En la estepa inmensa,
en la estepa yerta
de desolación,
¡mi corro de niñas
ardiendo de amor!
En vano quisieron
quebrarme la estrofa
con tribulación:
¡el corro la canta
debajo de Dios! | El corro luminoso |
Francisco de Quevedo |
Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.
Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el Sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.
Por ventura la Tierra de envidiosa
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios poderosa;
Que viendo armar de rayos fulminantes,
O Júpiter, tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes. | Al rey felipe iii |
Octavio Paz |
Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento y pleno,
anegando los aires,
verde deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.
Nombras el cielo, niña.
Y el cielo azul, la nube blanca,
la luz de la mañana,
se meten en el pecho
hasta volverlo cielo y transparencia.
Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
baña la tierra negra,
reverdece la flor, brilla en las hojas
y en húmedos vapores nos convierte.
No dices nada, niña.
Y nace del silencio
la vida en una ola
de música amarilla;
su dorada marea
nos alza a plenitudes,
nos vuelve a ser nosotros, extraviados.
¡Niña que me levanta y resucita!
¡Ola sin fin, sin límites, eterna! | Niña |
Juan Ramón Mansilla | Escribo este poema un domingo de abril.
La tarde nublada, voces
de niños en la calle, al otro lado de la verja.
Un árbol se agita con el viento.
Ayer, a estas horas, estaba de viaje.
Aún ahora sigo viajando, yendo
desde estas palabras a otro lugar.
Suena una canción,
leo en un libro de Auden
que las analogías son basura
sobre la que nuestros sentidos basaron la fe.
Si es verdad o no, apenas importa.
He pasado estos días divisando
señales que venían silenciosas
y el recuerdo volvía más reales,
como un fuelle aviva la lumbre
bajo la ceniza que otras llamas han dejado.
Y sé que la analogía es una argucia,
un dilema que a veces seca la garganta,
pero aún así el recuerdo trae
un color que no cambia,
un cuarto hospitalario,
aire nuevo al aire.
También estos deseos invariables
que se van con el tiempo
y quedan. | Analogías |
Jorge Luis Borges |
¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera. | Lo perdido |
Pablo Neruda |
¿Se va la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
Ayer -mirando el último crepúsculo-
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.
Las ciudades -hollines y venganzas-,
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas,
el jefe de ojos turbios.
Sangre de un arrebol sobre los cerros,
sangre sobre las calles y las plazas,
dolor de corazones rotos,
podre de hastíos y de lágrimas.
Un río abraza el arrabal
como una mano helada que tienta en las tinieblas:
sobre sus aguas se avergüenzan
de verse las estrellas.
Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.
Lejos... la bruma de las olvidanzas
-humos espesos, tajamares rotos-,
y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.
Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra. | Barrio sin luz |
José Asunción Silva |
Amo las dichas del hogar sencillo
Apetezco su plácido cariño
Yo quiero que descanse en mis rodillas
La rubia cabecita de algún niño.
GUTIÉRREZ NÁJERA.
Regresar fatigado del trabajo
de la diaria fäena
e ir a mirarse en lo hondo retratado
de sus pupilas negras
cerca del rico piano mientras vaga
sobre las blancas teclas
su mano de marfil soñar despierto
felicidad eterna.
A la luz de la lámpara brillante
ver las rubias cabezas
de los risueños niños de infantiles
ilusiones llenos.
¡La mirada tender sobre la cuna
que cual flor entreabierta
entre sus hojas perfumadas guarda
una existencia nueva!
¡Oh cuadro del hogar! oh perspectiva
cariñosa y risueña,
cuando en el paso por el falso mundo
ancha herida sangrienta,
el desengaño abrió, cuando sentimos
caer mustias y secas
de la primera juventud las rosas,
qué mortal no desea
dejar en tu silencio venturoso
deslizar la existencia
y guardar lo divino y delicado
que el alma herida encierra
en tu seno feliz ¡como la concha
lejos de las tormentas
guarda en el fondo del movible océano
las nacaradas perlas! | Las noches del hogar |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
No estés lejos de mí un solo día, porque cómo,
porque, no sé decirlo, es largo el día,
y te estaré esperando como en las estaciones
cuando en alguna parte se durmieron los trenes.
No te vayas por una hora porque entonces
en esa hora se juntan las gotas del desvelo
y tal vez todo el humo que anda buscando casa
venga a matar aún mi corazón perdido.
Ay que no se quebrante tu silueta en la arena,
ay que no vuelen tus párpados en la ausencia:
no te vayas por un minuto, bienamada,
porque en ese minuto te habrás ido tan lejos
que yo cruzaré toda la tierra preguntando
si volverás o si me dejarás muriendo. | Cien sonetos de amor |
Francisco Álvarez |
Desnuda al pie de la vetusta encina
alza los brazos en ofrecimiento,
y el arroyo se acerca, claro y lento,
roba sus formas y se arremolina.
Desierto está el paisaje. En la colina
rompe el amanecer, y en un momento
invisibles tentáculos de viento
la envuelven en espira clandestina.
Oh, libertad del cuerpo despojado
de vestimenta inútil, que ha logrado
revestirse de luz y de color.
Belleza de los senos descubiertos,
de temblorosos muslos entreabiertos,
y en los ojos azules el candor. | Desnudo |
Hilario Barrero | Me arrimo a ti
en una calle estrecha
y dejo pasar la sombra
que nos viene siguiendo. | Postdata |
Mario Meléndez | Mi hermana me despertó muy temprano
esa mañana y me dijo
"Levántate, tienes que venir a ver esto
el mar se ha llenado de estrellas"
Maravillado por aquella revelación
me vestí apresuradamente y pensé
"Si el mar se ha llenado de estrellas
yo debo tomar el primer avión
y recoger todos los peces del cielo" | Recuerdos del futuro |
Luis de Góngora |
En este occidental, en este, oh Licio,
Climatérico lustro de tu vida,
Todo mal afirmado pie es caída,
Toda fácil caída es precipicio.
¿Caduca el paso? Ilústrese el juïcio.
Desatándose va la tierra unida;
¿Qué prudencia, del polvo prevenida,
La ruina aguardó del edificio?
La piel no sólo sierpe venenosa,
Mas con la piel los años se desnuda,
Y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano!
¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa
Porción depuesta en una piedra muda,
La leve da al zafiro soberano! | Infiere, de los achaques de la vejez |
Genaro Ortega Gutiérrez | Puestos a desmitificar
los elementos románticos que acompañaron
aquella pequeña historia,
deberías obligarte a vaciar de recuerdos
las calles sombreadas por la lluvia
y el cansancio.
Libre al fin
de la tarea harto fatigosa
de encajar perfectamente en los axiomas aprendidos,
sometido al número siete,
palpita muy cálido el corazón. | Vísceras sin sueño |
Luis Cernuda |
Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un
hombre.
Pero el hombre se agita en todas direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que se entrega. | Unos cuerpos son como flores |
Pablo Neruda | Innecesario, viéndome en los espejos
con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno,
establezco cláusulas indefinidamente tristes.
Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,
converso con los sastres en sus nidos:
ellos, a menudo, con voz fatal y fría
cantan y hacen huir los maleficios.
Hay un país extenso en el cielo
con las supersticiosas alfombras del arco iris
y con vegetaciones vesperales:
hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.
Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,
vestido como un ser original y abatido:
amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas, conmovedoras de auxilios,
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
yo rompo extremos queridos: y aún más,
aguardo el tiempo uniforme, sin medidas:
un sabor que tengo en el alma me deprime.
Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptos roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.
Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,
un deudo festival que asuma mis herencias. | Caballo de los sueños |
Ángeles Carbajal | Volveremos a subir '
los peldaños granates de las tardes.
Pero antes, deja que se vaya
todo lo que te abandonó o abandonaste
y adivina quién
lee tus libros y escoge
para ti palabras
que se pronuncian o se callan
sin olvidarse nunca.
Flor de agua entre las manos,
bolígrafo y papel, adivina
quién enamora la luz de invierno
sobre el cesto de fruta de Caravaggio. | La primera palabra de tu regreso |
José Martí |
Ganado tengo el pan: hágase el verso,?
Y en su comercio dulce se ejercite
La mano, que cual prófugo perdido
Entre oscuras malezas, o quien lleva
A rastra enorme peso, andaba ha poco
Sumas hilando y revolviendo cifras.
Bardo ¿consejo quieres? pues descuelga
De la pálida espalda ensangrentada
El arpa dívea, acalla los sollozos
Que a tu garganta como mar en furia
Se agolparán, y en la madera rica
Taja plumillas de escritorio, y echa
Las cuerdas rotas al movible viento.
¡Oh alma! ¡oh alma buena! mal oficio
¡Tienes!: póstrate, calla, cede, lame
Manos de potentado, ensalza, excusa
Defectos, tenlos ?que es mejor manera
De excusarlos, y mansa y temerosa
Vicios celebra, encumbra vanidades:
Verás entonces, alma, cuál se trueca
En plato de oro rico tu desnudo
¡Plato de pobre!
Pero guarda ¡oh alma!
¡Que usan los hombres hoy oro empañado!
Ni de eso cures, que fabrican de oro
Sus joyas el bribón y el barbilindo:
¡Las armas no, ?las armas son de hierro!
Mi mal es rudo: la ciudad lo encona:
Lo alivia el campo inmenso: ¡otro más vasto
Lo aliviará mejor! ?Y las oscuras
Tardes me atraen, cual si mi patria fuera
La dilatada sombra. ¡Oh verso amigo:
Muero de soledad, de amor me muero!
No de vulgar amor: estos amores
Envenenan y ofuscan: no es hermosa
La fruta en la mujer, sino la estrella.
La tierra ha de ser luz, y todo vivo
Debe en torno de sí dar lumbre de astro.
¡Oh, estas damas de muestra! ¡oh, estas copas
De carne! ¡Oh, estas siervas, ante el dueño
Que las enjoya o estremece echadas!
¡Te digo, oh verso, que los dientes duelen
De comer de esta carne!
Es de inefable
Amor del que yo muero, ?del muy dulce
Menester de llevar, como se lleva
Un niño tierno en las cuidosas manos,
Cuanto de bello y triste ven mis ojos.
Del sueño, que las fuerzas no repara
sino de los dichosos, y a los tristes
El duro humor y la fatiga aumenta,
Salto, al Sol, como un ebrio. Con las manos
Mi frente oprimo, y de los turbios ojos
Brota raudal de lágrimas. ¡Y miro
El Sol tan bello y mi desierta alcoba,
Y mi virtud inútil, y las fuerzas
Que cual tropel famélico de hirsutas
Fieras saltan de mí buscando empleo;?
Y el aire hueco palpo, y en el muro
Frío y desnudo el cuerpo vacilante
Apoyo, y en el cráneo estremecido
¡En agonía flota el pensamiento,
Cual leño de bajel despedazado
Que el mar en furia a playa ardiente arroja!
¡Sólo las flores del paterno prado
Tienen olor! ¡Sólo las seibas patrias
Del sol amparan! Como en vaga nube
Por suelo extraño se anda: las miradas
Injurias nos parecen, y el sol mismo,
¡Más que en grato calor, enciende en ira!
¡No de voces queridas puebla el eco
Los aires de otras tierras: y no vuelan
Del arbolar espeso entre las ramas
Los pálidos espíritus amados!
De carne viva y profanadas frutas
Viven los hombres, ?¡ay! mas el proscripto
De sus entrañas propias se alimenta!
¡Tiranos: desterrad a los que alcanzan
El honor de vuestro odio: ?ya son muertos!
Valiera más ¡oh bárbaros! que al punto
De arrebatarlos al hogar, hundiera
En lo más hondo de su pecho honrado
Vuestro esbirro más cruel su hoja más dura!
Grato es morir, horrible, vivir muerto.
¡Mas no! ¡mas no! La dicha es una prenda
De compasión de la fortuna al triste
Que no sabe domarla: a sus mejores
Hijos desgracias da Naturaleza:
Fecunda el hierro al llano, el golpe al hierro! | Hierro |
Rubén Darío |
Dejad que siga y bogue la galera
bajo la tempestad, sobre las olas:
va con rumbo a una Atlántida española,
en donde el porvenir calla y espera.
No se apague el rencor ni el odio muera
ante el pendón que el bárbaro enarbola:
si un día la justicia estuvo sola,
lo sentirá la humanidad entera.
Y bogue entre las olas espumeantes,
y bogue la galera que ya ha visto
cómo son las tormentas de inconstantes.
Que la raza está en pie y el brazo listo,
que va en el barco el capitán Cervantes,
y arriba flota el pabellón de Cristo. | España |
Melchor de Palau | I
Como caballo salvaje,
saltando de nube en nube,
corre inquieto, baja y sube
sin frenos y sin rendaje;
tenido fue por mensaje
de celestiales enojos,
pues, lanzando dardos rojos,
el alto muro derrumba,
y abre inesperada tumba
a polvorientos despojos.
II
Caudillo de la tormenta
que agita los hondos mares,
tronza robles seculares
y al fuego voraz afrenta:
¿quién tomará por su cuenta
domeñar su furia brava?
¿quién del torrente de lava
pondrá dique a la carrera?
El hombre, el hombre a la fiera
convierte en dócil esclava.
III
Franklin, con el rayo en guerra,
en su empeño no decae, y, encadenado,
lo atrae a los senos de la tierra;
ya con su lampo río aterra
a la ignara muchedumbre;
ya con fatídica lumbre
centelleando no corre;
ya no abate excelsa torre
ni perfora la techumbre.
IV
Pero es poco: el hombre quiere
mostrar su egregio blasón,
trocando la condición
del rayo que mata o hiere;
que ha de conseguirlo infiere
frente a frente o de soslayo,
y, in tregua ni desmayo,
tan ardua tarea empieza,
que se ha puesto en la cabeza
dar educación al rayo.
V
Ya por hilos conductores
le dirige con cariño,
como al inseguro niño
que camina entre andadores;
tras luchas y sinsabores,
tal enseñanza recibe,
tanto por él se desvive,
y sus facultades labra
que transmite la palabra,
y, andando el tiempo, la escribe.
VI
Pero es poco: ya triunfante
fijó la indecisa luz
que, con signo de la cruz,
saludaba el caminante;
ya la luna vergonzante
casi a salir no se atreve,
y, con pena que conmueve,
lo contemplan desmedradas,
esas luces decantadas
del gran siglo diez y nueve.
VII
Pero es poco: de los mares
rugientes, al otro lado,
la ambición ha transportado
parte de los patrios lares;
los europeos hogares
enciende con fuego indiano,
y, hendiendo del Oceano
el abismo bullidor, nos repite
con amor el saludo del hermano.
VIII
El convierte en fuerza viva,
y con buen éxito explota,
la fuerza que, por remota,
permaneciera inactiva;
en los alambres cautiva,
es a otros puntos llevada,
y, la soberbia cascada,
de antes indolente arrullo,
murmura con noble orgullo,
al sentirse utilizada.
IX
Hoy, si abate el muro fuerte,
si, rompiendo pétreos lazos,
arroja un monte en pedazos,
libra al hombre de la muerte:
en su auxilio se convierte
sin miedo que se desmande,
que aunque su energía es grande,
la acción prudente retarda,
y, esclavo sumiso, aguarda
que su dueño se lo mande.
X
Él, que un tiempo la avanzada
fue de la tormenta ruda,
hoy con su poder escuda
la cosecha amenazada;
con índole transformada,
contempladlo a todas horas
cómo en ansias protectoras
siempre en vela se mantiene,
y grita «la nube viene»
a las barcas pescadoras.
XI
Si en un día, no lejano,
fuiste fatal atributo,
precursor de infausto luto
de Júpiter en la mano,
sujeto al imperio humano,
has sufrido tal mudanza,
que ya no eres la venganza
que sepulta en los avernos:
para los pueblos modernos
eres lazo de alianza.
XII
Rayo que hiendes las olas,
pase tu chispa que inspira
por las cuerdas de mi lira,
y vibrarán por sí solas;
crezca en tierras españolas
tu venidera importancia,
yo cantaré tu arrogancia
y fuerza avasalladora,
que lo que he cantado ahora
es la historia de tu infancia | El rayo |
Dina Posada |
Quiero morir
con tu espuma carnal
envolviendo
mi pulso casi de polvo
pulpa y zumo
del íntimo adiós
trazarán la sonrisa
que en tus labios de luto
habrás de repetir
mientras el reloj
te aparte el recuerdo | Carta final |
Octavio Paz |
Tendida,
piedra hecha de mediodía,
ojos entrecerrados donde el blanco azulea,
entornada sonrisa.
Te incorporas a medias y sacudes tu melena de león.
Luego te tiendes,
delgada estría de lava en la roca,
rayo dormido.
Mientras duermes te acaricio y te pulo,
hacha esbelta,
flecha con que incendio la noche.
El mar combate allá lejos con espadas y plumas. | Relámpago en reposo |
Manuel Alcántara |
Resulta que la historia estaba escrita
cuando yo quise hacerla a mi manera.
Cuando yo no quería que volviera
resulta que la historia resucita.
Resulta que en el tiempo de la cita
tendrán que hacer un banco de madera.
Al corazón le viene bien la espera,
quién sabe si además la necesita.
Azafatas de vuelo alicortado
van del café a las piñas tropicales
por aires ciudadanos y ruidosos.
Arriba el tiempo nuevo ha presentado
sus fluorescentes luces credenciales
y enrolla pergaminos luminosos. | Soneto para esperarte en una cafetería |
Leopoldo María Panero |
Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema. | Dedicatoria |
Marilina Rébora |
¡Panadero con pan! ¡Panadero sin pan!,
alborozados niños exclaman. ¡Y que vuelva!,
al tiempo que hacia el aire con infantil afán
resoplan el vilano para que se disuelva.
Otros, junto a la arcada entre patio y zaguán,
constreñida en follaje una fragante selva,
quebrando unos cabillos para deleite están:
han de beber en néctar la dulce madreselva.
Mientras, niñas mayores, los jazmines del cielo
desmenuzan, prolijas, desuniendo las flores
para obtener el vástago de glutinoso pelo;
luego, entornan los ojos, por un instante, quietas,
los pegan a sus párpados pestañas de colores,
y, pequeñas mujeres, se pasean coquetas. | Vilano |
Antonio Fernández Lera | Una lucha entre dos, como un abrazo,
como una voz que se rompe.
Carne sobre luz eléctrica,
fuego sobre la carne, bajo una luz distinta,
y el televisor en tus ojos, encendido.
No quiero nada.
Mi sonrisa es espumosa como la cerveza,
pero yo nunca me doy cuenta
maldita sea, pobre inútil, inservible
como la letra de un tango.
Seguir es dejarme llevar por el viento
cuando el aire se muere,
montar en las alas de un pájaro y volar (volar, volar)
cuando el aire se muere. | El eco de tu voz: 2 |
Claribel Alegría |
Nunca más esta lluvia
ni esa mancha de luz
en el peñasco
ni el borde
de esa nube
ni tu inmóvil sonrisa
fugitiva.
Nunca más este instante
que ya me dice adiós
desde tus ojos. | Día de lluvia |
Luis de Góngora |
No entre las flores, no, señor don Diego,
De vuestros años, áspid duerma breve
El ocio, salamandria más de nieve
Que el vigilante estudio lo es de fuego:
De cuantas os clavó flechas el ciego,
A la que dulce más la sangre os bebe
Hurtadle un rato alguna pluma leve,
Que el aire vago solicite luego.
Quejáos, señor, o celebrad con ella
Del desdén, el favor de vuestra dama,
Sirena dulce si no esfinge bella.
Escribid, que a más gloria Apolo os llama:
Del cielo la haréis tercero estrella,
Y vuestra pluma vuelo de la Fama. | A don diego páez de castillejo y valenzuela |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
La niña de madera no llegó caminando:
allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos,
viejas flores del mar cubrían su cabeza,
su mirada tenía tristeza de raíces.
Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas,
el ir y ser y andar y volver por la tierra,
el día destiñendo sus pétalos graduales.
Vigilaba sin vernos la niña de madera.
La niña coronada por las antiguas olas,
allí miraba con sus ojos derrotados:
sabía que vivimos en una red remota
de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia,
sin saber si existimos o si somos su sueño.
Ésta es la historia de la muchacha de madera. | Cien sonetos de amor |
Lope de Vega |
Canta pájaro amante en la enramada
selva a su amor, que por el verde suelo
no ha visto al cazador que con desvelo
le está escuchando, la ballesta armada.
Tirale, yerra. Vuela, y la turbada
voz en el pico transformada en yelo,
vuelve, y de ramo en ramo acorta el vuelo
por no alejarse de la prenda amada.
Desta suerte el amor canta en el nido;
mas luego que los celos que recela
le tiran flechas de temor de olvido,
huye, teme, sospecha, inquiere, cela,
y hasta que ve que el cazador es ido,
de pensamiento en pensamiento vuela. | Canta pájaro amante |
Francisco de Quevedo |
En aqueste enterramiento
Humilde, pobre y mezquino,
Yace envuelto en oro fino
Un hombre rico avariento.
Murió con cien mil dolores
Sin poderlo remediar,
Tan sólo por no gastar
Ni aun gasta malos humores. | A un avariento |
Luciano Castañón | Brilláis como el oro, residuales peces.
Metálico es vuestro torso verde
o amarillo. ¿En qué tono inaprensible
y vuestro mi pupila ahora se pierde?
Color de peces raudos bajo el agua;
(en el estanque peces de colores);
fantasmal color de peces en la lonja
allí donde mis ojos son deudores.
Te subastan, humilde calamar,
Y a ti también, sardina parabólica:
de ojo bicolor, contorno azulado
y ya sin tu velocidad diabólica.
Besugo, bruñido besugo, cara
de simple, dile con enfado a la mujer
que no te arrastre ni tu lomo clave,
asciende vengativo tu boca de beso
y muerde a la mujer donde más pueda doler.
Eres ancha, ancha raya;
cartílago rosa, raya;
aeroplano plano, raya;
masa viscosa,
pero graciosa
en la resbaladiza losa, raya.
Pero qué feo, pero qué feísimo
es el pez que ahora veo.
Si me insultas diré que son más feos
tu padre y tu madre, y no lo creo.
Congrio tiemble la voz, es
tu boca de rana y labios de risa
estuche pluridentado y temido
por el pescador.
Ya sin vida, qué
bueno eres en tu circunferencia de nido.
Una palidez de enfermo
trasuda el lenguado liso.
Bonito azul, ¿sabes que tu contorno
tan exacto y convergente
lo envidia el geómetra más preciso?
Juntos estáis, ¿por qué, rape y merluza?
Mal compagina la gris elegancia
junto a la cabezota triangular
de caperuza.
Sable, ¿qué enigma esbozas en el suelo?
¿Qué murmura tu ondulación pringosa?
Rígidamente quedas impávido cuando
te dejan tendido sobre la losa.
El suelo de la Rula parece una pecera hueca.
En él ojos equidistantes
oblicuados por la muerte.
En brevísimas cimas, apiñados:
cachalotes locos, arácnidos de mar,
bondadosas tolinas, congrios ávidos,
peces de Cristo, pulpos del demonio
amedrentando un sueño de tentáculos.
Ya no sois peces, oh peces. Sin vuestra
libertad ácuea sólo sois seres ahogados.
Por la baba resbaladizo el suelo.
La alcantarilla rasgada bebe que bebe
el limo residual de peces muertos.
Vientre desnudo,
sangrienta agalla,
aleta y cola
mienten la playa. | La rula |
Pelayo Fueyo | Sueño y me pierdo, doble de ser yo y esa mujer.
F. Pessoa
Quiero llegar a ti desde ti misma,
mirándote desde tus ojos,
besándote con esa boca que me besa.
No puede ser que seamos dos, no puede ser
que seamos
dos.
J. Cortázar
I
El vaho de mi aliento en el espejo:
dibujo un corazón.
Sobre su centro
mi índice descubre lo que de ti no espero:
un transito a mi imagen.
Sin embargo,
el vano de la calle no palpita
con el tono intermedio del reflejo.
Dibujo un corazón.
Sobre su centro
el índice descubre que te has ido.
II
Violaré el territorio de la rosa
que has olido, la rosa
que refleja tu ausencia en el espejo.
Jamás podrás ser mía; con mi dedo
dibujaré la flor de tu silueta
y dejaré mis huellas en el vidrio.
Así, ya sin tu cuerpo,
tu reflejo y tu ausencia en esa rosa,
grabaré mi deseo.
Mas, quién sabe
si volverás aquí para ignorarme,
desdeñando el reflejo y mi grabado
al saber que no espero ya tu cuerpo;
o si, en cambio, querrás tocar la rosa
y añadir ese tacto a mi silueta
cuando la flor no tenga ya sentido,
cuando seas ausencia de ti misma,
y tu presencia estorbe a mi deseo.
II
Recuerdo ayer la imagen de una mujer hermosa
y yo, frente al cristal, su punto débil...
y hoy la imagen de un hombre que la quería.
Grito:
no se ha hecho pedazos. Me ha dejado,
por mucho que mis ojos la proyecten.
Ni en el engaño cruje el vidrio.
Creo
que nos hemos amado en otro ámbito
y no nos conocemos en persona.
III
Por fin, los dos materia de un espejo.
Pero...
«Tú, ¿adónde miras?
¿Hacia ti, hacia mí?
¿Podremos vernos?»
Quizás nuestros latidos se reflejen
donde nosotros dos somos un cruce
y estamos enmarcados en el aire. | La dama en el espejo |
Claribel Alegría |
Malogrados los ojos
Oblicua la niña temerosa,
deshechos los bucles.
Los dientes, trizados.
Cuerdas tensas subiéndome del cuello.
Bruñidas las mejillas,
sin facciones.
Destrozada.
Sólo me quedan los fragmentos.
Se han gastado los trajes de entonces.
Tengo otras uñas,
otra piel,
¿Por qué siempre el recuerdo?
Hubo un tiempo de paisajes cuadriculados,
de gentes con ojos mal puestos,
mal puestas las narices.
Lenguas saliendo como espinas
de acongojadas bocas.
Tampoco me encontré.
Seguí buscando
en las conversaciones con los míos,
en los salones de conferencia,
en las bibliotecas.
Todos como yo
rodeando el hueco.
Necesito un espejo.
No hay nada que me cubra la oquedad.
Solamente fragmentos y el marco.
Aristados fragmentos que me hieren
reflejando un ojo,
un labio,
una oreja,
Como si no tuviese rostro,
como si algo sintético,
movedizo,
oscilara en las cuatro dimensiones
escurriéndose a veces en las otras
aún desconocidas.
He cambiado de formas
y de danza.
Voy a morirme un día
y no sé de mi rostro
y no puedo volverme. | Autorretrato |
Miguel Hernández |
Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!
Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.
He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios. | La boca |
Francisco Álvarez |
Déjame penetrar en tu memoria
para arrancar de cuajo con mis manos
los recuerdos crueles, inhumanos,
que oscurecen el cielo de tu historia.
He de restablecer toda la gloria
de los tiempos felices, tan lejanos;
y en tus jardines crecerán lozanos
árboles de pasión, gozo y euforia.
Entrarás en la tierra prometida
libre de soledad, dolor y llanto,
y mi mano estará siempre tendida.
Te cubrirá mi amor bajo su manto,
y cuanto tengo y soy en esta vida,
tuyo será, porque te quiero tanto. | Regeneración |
Gustavo Adolfo Bécquer |
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ?¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ?¿Por qué no lloré yo? | Rima xxx |
Basilio Sánchez | La claridad se agota
sobre los pavimentos.
Poco a poco se nos van las palabras,
se elevan por encima de la línea de sombras
que hay sobre nosotros.
La altura de la mano que sostiene una vela
es la altura del mundo.
Aún no tenemos nada, sólo el vaso de vidrio
que hemos puesto en la mesa, y la esperanza
que hace mover el agua.
Ya todo está tranquilo:
la memoria vuelve verde las hojas;
el frío da reflejos
azules en los ojos; hay una flor oscura,
que todavía no es nuestra, en el umbral.
Un corazón que late vertical en el suelo,
dispuesto a envejecer.
Mi deuda con la vida es este hombre
del tamaño de un puñado de tierra
que ahora escribe. | El umbral |
Toni García Arias | Esa ceniza gris
que invade los objetos,
esta mano varada en mitad de la mesa
aguardando tu mano,
esa latitud sin voz
que son las fotos,
esos espejos que ignoran
lo que fuimos,
esta pluma sin sangre
en las venas,
este folio blanco
como el mar de los muertos,
esta risa sin ti,
este día de luna llena.
Todo esto y otras cosas;
los años imparables contra las rocas,
el sabor de las puertas
al cerrarse. | Puertas |
Pablo Neruda | 20 poemas de amor y una canción desesperada
He ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.
Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Triste ternura mía, qué te haces de repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna. | 20 poemas de amor y una canción desesperadapoema 13 |
Luis Cernuda |
Por el campo tranquilo de septiembre,
del álamo amarillo alguna hoja,
como una estrella rota,
girando al suelo viene.
Si así el alma inconsciente,
Señor de las estrellas y las hojas,
fuese, encendida sombra,
de la vida a la muerte. | Deseo |
Juan José Vélez Otero | YA LO SÉ. NO HACE FALTA que me escribas postales,
ni me envíes esquejes de cristales oscuros.
Hace tiempo que vivo con mis libros a solas
y me invento aventuras en las islas lejanas.
Ya lo sé. Bebo mucho y redacto poemas
que se van al olvido en cajones helados
donde guardo la magia de las nubes de invierno
y una bruma arenosa de veranos difusos.
Aún conservo el espejo que en las tardes me habla
de pezones rosados y caderas fugaces.
Tengo mapas guardados de tesoros deshechos
y las llaves del frío las escondo en el alma,
como éstas que abren el caudal de los versos
y el espectro agotado de cenizas furtivas.
Te olvidaste un pañuelo y una blusa de encajes
en el cuarto de baño, y una barra de labios
me dejaste en la silla donde nadie se sienta.
Ya lo sé. No estoy solo. Tengo aún la memoria
y una voz que dispersa sus espumas al viento,
y unos versos ahogados en un mar de abandono,
y unas pálidas manos que acarician mis horas.
Ya lo sé. No hace falta que me escribas postales,
ni me envíes las fotos de los ecos de un cuerpo.
Tengo flores de sombras en jarrones sin agua
y un sabor en la boca a cadáver hermoso. | Ya lo sé. No hace falta. |
Toni García Arias | Vestía traje de lino pajizo, panamá ladeado.
Recuerdo que en su mano derecha
lucía un bastón con empuñadura de plata.
Cada verano, los vecinos aguardábamos su llegada
como aguardan las velas
el viento que inventa latitudes.
Paco el cubano, le llamaban.
Una sonrisa torcida atravesaba su rostro de punta a punta,
como un puerto carmesí que muestra a los navegantes
una ciudad con la que todos sueñan.
Hablaba de Cuba, del color dorado de la Habana vieja.
Sus palabras se quedaban grabadas en los oídos
como humo que se queda impreso en las paredes
y es imborrable.
Un día se marchó definitivamente. Nadie supo jamás
de sus miserias.
Al preparar este viaje que ahora comienzo,
recuerdo su figura escueta, casi invisible.
Temo que también a mí
me trague tanto verbo y tanta distancia. | Habanera |
Salvador García Ramírez | Insistió.
La garganta en las verjas, las pendientes,
los flancos rosas del derrumbe,
el martillo del agua del envés,
la madera sellada en el balcón
de una larga clausura.
Quién sabe,
su soledad estaba plagada de refugios,
levitaba en la cola de la niebla,
rotaba aún
sin saber donde vuelven las corrientes.
Formábanse la sombra rota,
la pezuña del luto, el baúl, la maleza,
la piel sustituida.
Formábase lo repartido.
- Permiso, licença,
o rodopio do mar
dónde se olvida. | Voltar |
Rubén Darío |
Hay un tropel de potros sobre la pampa inmensa.
¿Es Pan que se incorpora? No: es un hombre que piensa,
es un hombre que tiene una lira en la mano:
él viene del azul, del sol, del Océano.
Trae encendida en vida su palabra potente
y concreta el decir de todo un continente...
Tal vez es desigual... (¡El Pegaso da saltos!)
Tal vez es tempestuoso... (¡Los Andes son tan altos!...)
Pero hay en este verso tan vigoroso y terso
una sangre que apenas veréis en otro verso;
una sangre que cuando en la estrofa circula,
como la luz penetra y como la onda ondula...
Pegaso está contento, Pegaso piafa y brinca,
porque Pegaso pace en los prados del inca.
Y este fuerte poeta de alma tan ardorosa
sabe bien lo que cuentan los labios de la rosa,
comprende las dulzuras del panel y comprende
lo que dice la abeja del secreto del duende...
Pero su brazo es para levantar la trompeta
hacia donde se anuncia la aurora del Profeta;
es hecho para dar a la virtud del viento
la expresión del terrible clarín del pensamiento.
Él sabe de Amazonas, Chimborazos y Andes.
Siempre blande su verso para las cosas grandes.
Va como Don Quijote en ideal campaña,
vive de amor de América y de pasión de España;
y envuelto en armonía y en melodía y canto,
tiene rasgos de héroe y actitudes de santo.
«¿Me permites, Chocano, que como amigo fiel,
te ponga en el ojal esta hoja de laurel?»
Tal dije cuando don J. Santos Chocano,
último de los incas, se tornó castellano. | Preludio |
César Vallejo |
Amada: no has querido plasmarte jamás
como lo ha pensado mi divino amor.
Quédate en la hostia,
ciega e impalpable,
como existe Dios.
Si he cantado mucho, he llorado más
por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor!
Quédate en el seso,
y en el mito inmenso
de mi corazón!
Es la fe, la fragua donde yo quemé
el terroso hierro de tanta mujer;
y en un yunque impío te quise pulir.
Quédate en la eterna
nebulosa, ahí,
en la multicencia de un dulce no ser.
Y si no has querido plasmarte jamás
en mi metafísica emoción de amor,
deja que me azote,
como un pecador. | Para el alma imposible de mi amada |
Marilina Rébora |
¿Y esta melancolía? ¿Por qué tanto abandono
si no hay una razón o por lo menos nueva,
si no existen rencores ni nos muerde el encono?
¿De qué ese sentimiento que al ánimo subleva?
¿A qué causa atribuir tan ciego pesimismo?
¿Qué motivo encontrar a esta tenaz congoja
si son nuestros estados un puro fatalismo?
¿Qué es, por fin, lo que al alma tanto y tanto la enoja?
La ansiedad de vivir en vértigo, de prisa,
exacerba la mente a punto culminante,
ya que ante el tiempo escaso en todo se improvisa
y el destino de un ser se juega en un instante.
Y es eso lo que al cabo del día nos aplasta
para cuyo consuelo la oración sólo basta. | Vértigo |
José Ángel Valente |
Hablaba de prisa.
Hablaba sin oír ni ver ni hablar.
Hablaba como el que huye,
emboscado de pronto entre falsos follajes
de simpatía e irrealidad.
Hablaba sin puntuación y sin silencios,
intercalando en cada pausa gestos de ensayada
alegría para evitar acaso la furtiva pregunta,
la solidaridad con su pasado,
su desnuda verdad.
Hablaba como queriendo borrar su vida ante un
testigo incómodo,
para lo cual se rodeaba de secundarios seres
que de sus desprecios alimentaban
una grosera vanidad.
Compraba así el silencio a duro precio,
la posición estable a duro precio,
el derecho a la vida a duro precio,
a duro precio el pan.
Metal noble tal vez que el martillo batiera
para causa más pura.
Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira
y de infidelidad. | Poeta en tiempo de miseria |
Miguel Hernández |
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero. | Elegía |
Rubén Darío |
El retorno a la tierra natal ha sido tan
sentimental, y tan mental, y tan divino,
que aún las gotas del alba cristalinas están
en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino.
Por el Anfión antiguo y el prodigio del canto
se levanta una gracia de prodigio y encanto
que une carne y espíritu, como en el pan y el vino.
En el lugar en donde tuve la luz y el bien,
¿qué otra cosa podría sino besar el manto
a mi Roma, mi Atenas o mi Jerusalén?
Exprimidos de idea, y de orgullo y cariño,
de esencia de recuerdo, de arte de corazón,
concreto ahora todos mis ensueños de niño
sobre la crín anciana de mi amado León.
Bendito el dromedario que a través del desierto
condujera al Rey Mago, de aureolada sien,
y que se dirigía por el camino cierto
en que el astro de oro conducía a Belén.
Amapolas de sangre y azucenas de nieve
he mirado no lejos del divino laurel,
y he sabido que el vino de nuestra vida breve
precipita hondamente la ponzoña y la hiel.
Mas sabe el optimista, religioso y pagano,
que por César y Orfeo nuestro planeta gira,
y que hay sobre la tierra que llevar en la mano,
dominadora siempre, o la espada, o la lira.
El paso es misterioso. Los mágicos diamantes
de la corona o las sandalias de los pies
fueron de los maestros que se elevaron antes,
y serán de los genios que triunfarán después.
Parece que Mercurio llevara el caduceo
de manera triunfal en mi dulce país,
y que brotara pura, hecha por mi deseo,
en cada piedra una mágica flor de lis.
Por atavismo griego o por fenicia influencia,
siempre he sentido en mí ansia de navegar,
y Jasón me ha legado su sublime experiencia
y el sentir en mi vida los misterios del mar.
¡Oh, cuántas veces, cuántas oí los sones
de las sirenas líricas en los clásicos mares!
¡Y cuántas he mirado tropeles de tritones
y cortejos de ninfas ceñidas de azahares!
Cuando Pan vino a América, en tiempos fabulosos
en que había gigantes y conquistaban Pan
y Baco tierra incógnita, y tigres y molosos
custodiaban los templos sagrados de Copán,
se celebraban cultos de estrellas y de abismos;
se tenía una sacra visión de Dios. Y era
ya la vital conciencia que hay en nosotros mismos
de la magnificencia de nuestra Primavera.
Los atlántidas fueron huéspedes nuestros. Suma
revelación un tiempo tuvo el gran Moctezuma,
y Hugo vio en Momotombo órgano de verdad.
A través de las páginas fatales de la historia,
nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria,
nuestra tierra está hecha para la Humanidad.
Pueblo vibrante, fuerte, apasionado, altivo;
pueblo que tiene la conciencia de ser vivo,
y que reuniendo sus energías en haz
portentoso, a la Patria vigoroso demuestra
que puede bravamente presentar en su diestra
el acero de guerra o el olivo de paz.
Cuando Dante llevaba a la Sorbona ciencia
y su maravilloso corazón florentino,
creo que concretaba el alma de Florencia,
y su ciudad estaba en el libro divino.
Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña.
Mis ilusiones, y mis deseos, y mis
esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña.
Y León es hoy a mí como Roma o París.
Quisiera ser ahora como el Ulises griego
que domaba los arcos, y los barcos y los
destinos. Quiero ahora deciros ¡hasta luego!
¡Porque no me resuelvo a deciros adiós! | Retorno |
Ramón López Velarde |
A Pedro de Alba
Con planta imponderable
cruzas el mundo y cruzas mi conciencia,
y es tu sufrido rostro como un éxtasis
que se dilata en una transparencia.
¡Pobrecilla sonámbula!
Pareces, en tu ruta de novicia,
ir diciendo al azar: «No me hagáis daño;
temo que me maltrate una caricia».
Devuelves su matiz inmaculado
al paisaje ilusorio en que te posas
y restituyes en su integridad
inocente a los hombres y a las cosas.
Así cruzas el mundo,
con ingrávidos pies, y en transparencia
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: «Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia». | Pobrecilla sonámbula |
José Antonio Labordeta | Javalambre con nieve. Sobre el pecho,
como una inmensa herida,
los Mansuetos se abren: Carne joven
en la vieja tierra. Gira el cielo.
Pasan, camino de la mar,
los enormes camiones de transporte:
¡Adiós!
¡Adiós!
Hoy, San Martín mudéjar, me nostalgia
los amigos que tuve, allá, en mi infancia.
Miro hacia el fondo: Villaespesa.
Todo lleva consigo
la tierra que surge desde dentro:
Teruel:
Áridas voces de mineros, ascienden
del violento carmín de tu paisaje. | Teruel |
Delfina Acosta | Él hizo mi mirada distraída,
la llamarada añil de tu silencio,
las seis en punto y el adiós más mustio
frente a las olas rubias de aquel puerto.
Él hizo las primeras golondrinas,
el frío de esa tarde y aquel miedo
de que llegaras tarde o no llegaras
cuando era una muchacha más del viento.
Mi alma llena de gorriones mudos
Él hizo, y la hojarasca del infierno.
También los pasos lejos de mi vida,
y el rayo de este absurdo pensamiento.
Yo escribo un verso torpe y distraído,
que sucio, desvestido, perro fiel,
es mi hijo amado, padre y madre míos,
mientras la noche ladra contra Él. | Dios que es él |
Consuelo Hernández | Dejar atrás mi pueblo,
el recuerdo elemental de cada amigo
los paseos de domingo salvadores
y los almuerzos en mesa compartida
Rodar por otros rumbos, ausente de los míos
fijar nuevos sentidos impuestos por el lloro
del agua vespertina que nunca me abandona.
Cambiar el sol por nieve, y el calor por la helada
vivir entre extraños una vida menos sustancial
y tener como amiga la acacia siempre ausente.
Otros seres se cruzan por mi vida
sin poder saber nunca si están de mi parte
o detrás de las máscaras me clavan su cuchillo...
Todo lo que he dejado
hoy
se yergue como torre al centro de mí misma. | Todo lo que he dejado |
Lope de Vega |
Quiero escribir, y el llanto no me deja,
pruebo a llorar, y no descanso tanto,
vuelvo a tomar la pluma, y vuelve el llanto,
todo me impide el bien, todo me aqueja.
Si el llanto dura, el alma se me queja,
si el escribir, mis ojos, y si en tanto
por muerte o por consuelo me levanto,
de entrambos la esperanza se me aleja.
Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra
el centro deste pecho que enciende
le di (si en tanto bien pudieres verte),
que haga de mis lágrimas la letra,
pues ya que no lo siente, bien entiende,
que cuanto escribo y lloro, todo es muerte. | Quiero escribir |
Pablo Neruda | Cien sonetos de amor
Pensé morir, sentí de cerca el frío,
y de cuanto viví sólo a ti te dejaba:
tu boca eran mi día y mi noche terrestres
y tu piel la república fundada por mis besos.
En ese instante se terminaron los libros,
la amistad, los tesoros sin tregua acumulados,
la casa transparente que tú y yo construimos:
todo dejó de ser, menos tus ojos.
Porque el amor, mientras la vida nos acosa,
es simplemente una ola alta sobre las olas,
pero ay cuando la muerte viene a tocar a la puerta
hay sólo tu mirada para tanto vacío,
sólo tu claridad para no seguir siendo,
sólo tu amor para cerrar la sombra. | Cien sonetos de amor |
Juan Ramón Jiménez |
Como médanos de oro,
que vienen y que van
en el mar de la luz,
son los recuerdos.
El viento se los lleva,
y donde están están,
y están donde estuvieron
y donde habrán de estar...
(Médanos de oro).
Lo llenan todo, mar
total de oro insondable,
con todo el viento en él...
(Son los recuerdos). | El recuerdo |
Marilina Rébora |
Quisiera saber, madre, de San Marcos y el león;
de San Roque y su perro, San Francisco y las aves;
San Huberto y el ciervo, San Jorge y el dragón;
de San Pedro y el gallo, con sus signos y claves.
De San Martín de Porres, que barriendo su alcoba
a las graciosas lauchas se prodigaba tierno
para que se durmieran tranquilas en la escoba,
de sí mismo olvidándose, aterido en invierno.
No me digas que no, ni te rías tampoco.
Háblame de los Santos, di por qué se les reza;
quisiera parecérmeles, conocerlos un poco,
tener un corderito para mi compañía,
llevar, lo mismo que ellos, un nimbo en la cabeza
y estar en los altares contigo, madre, un día. | Los santos |
Federico García Lorca |
Cantan los niños
En la noche quieta:
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
LOS NIÑOS
¿Qué tiene tu divino
Corazón en fiesta?
YO
Un doblar de campanas,
Perdidas en la niebla.
LOS NIÑOS
Ya nos dejas cantando
En la plazuela.
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
¿Qué tienes en tus manos
De primavera?
YO
Una rosa de sangre
Y una azucena.
LOS NIÑOS
Mójalas en el agua
De la canción añeja.
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
¿Qué sientes en tu boca
Roja y sedienta?
YO
El sabor de los huesos
De mi gran calavera.
LOS NIÑOS
Bebe el agua tranquila
De la canción añeja.
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
¿Por qué te vas tan lejos
De la plazuela?
YO
¡Voy en busca de magos
Y de princesas!
LOS NIÑOS
¿Quién te enseñó el camino
De los poetas?
YO
La fuente y el arroyo
De la canción añeja.
LOS NIÑOS
¿Te vas lejos, muy lejos
Del mar y de la tierra?
YO
Se ha llenado de luces
Mi corazón de seda,
De campanas perdidas,
De lirios y de abejas,
Y yo me iré muy lejos,
Más allá de esas sierras,
Más allá de los mares
Cerca de las estrellas,
Para pedirle a Cristo
Señor que me devuelva
Mi alma antigua de niño,
Madura de leyendas,
Con el gorro de plumas
Y el sable de madera.
LOS NIÑOS
Ya nos dejas cantando
En la plazuela.
¡Arroyo claro,
Fuente serena!
Las pupilas enormes
De las frondas resecas,
Heridas por el viento,
Lloran las hojas muertas. | Balada de la placeta |
Genaro Ortega Gutiérrez | Gracias a la generosidad de la lluvia
has mesurado esta tarde
los extremos recónditos del jardín:
un fotograma en blanco y negro. Lentitud
que ennoblece la llanura del plano
y te convoca a la calidez
de otra historia, reduciéndolo todo
a su última pasión nefanda.
Como un amor adolescente
o un atentado terrorista,
en cuya gravitación se mueve, inexorable,
la palabra que conspira
-desalmada-,
puesta al servicio de unos dogmas
que buscan equivalencia
entre el espíritu y la forma,
entre el amanecer y el mar.
Quizás,
después de todo,
la verdadera poesía está
fuera del tiesto. | El ojo del huracán |
Octavio Paz |
La noche nace en espejos de luto.
Sombríos ramos húmedos
ciñen su pecho y su cintura,
su cuerpo azul, infinito y tangible.
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.
La noche es verde, vasta y silenciosa.
La noche es morada y azul.
Es de fuego y es de agua.
La noche es de mármol negro y de humo.
En sus hombros nace un río que se curva,
una silenciosa cascada de plumas negras.
La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
Noche, dulce fiera,
boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,
océano,
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras,
indefensa y voraz como el amor,
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,
río de terciopelo y ceguera,
respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona:
el desdichado, el hueco,
el que lleva por máscara su rostro,
cruza tus soledades, a solas con su alma.
Tu silencio lo llama,
rozan su piel tus alas negras,
donde late el olvido sin fronteras,
mas él cierra los poros de su alma
al infinito que lo tienta,
ensimismado en su árida pelea.
Nadie lo sigue, nadie lo acompaña.
En su boca elocuente la mentira se anida,
su corazón está poblado de fantasmas
y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.
Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma.
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
el muro del perdón o de la muerte.
Pero su corazón aún abre las alas
como un águila roja en el desierto.
Suenan las flautas de la noche.
El mundo duerme y canta.
Canta dormido el mar;
ojo que tiembla absorto,
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
lecho de transparencia para su desnudez.
Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un solitario pensamiento,
como un fantasma que buscara un cuerpo. | El desconocido |
David Escobar Galindo |
Hacia la perspectiva de las dunas,
esa ilusión comienza a dibujarse.
Una mancha de lluvia en movimiento.
Un volumen de insólitos cristales.
Una escultura onírica de sal.
Y un soplo de repente, humana ráfaga. | Hacia la perspectiva de las dunas |
Macedonio Fernández |
No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.
Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes. | Hay un morir |
Mario Benedetti | Cuando el no ser queda en suspenso
se abre la vida ese paréntesis
con un vagido universal de hambre
somos hambrientos desde el vamos
y lo seremos hasta el vámonos
después de mucho descubrir
y brevemente amar y acostumbrarnos
a la fallida eternidad
la vida se clausura en vida
la vida ese paréntesis
también se cierra incurre
en un vagido uiniversal
el último
y entonces sólo entonces
el no ser sigue para siempre | La vida ese paréntesis |
Fa Claes | Por una vez quiero todos mis pensamientos juntos,
una vida entera, mil quintillones de ficheros,
que abarco de un vistazo.
Temo que me cubran por completo,
enano entre rascacielos
que se espesan sobre mi cabeza.
Entonces desde dentro se vuelven arena
y se derrumban, una loma como una pirámide,
y nadie nunca sabe ni qué ni por qué.
Por consiguiente da perfectamente igual.
En Rijmenam bajo un Himalaya de pensamientos
de mí mismo, hasta yo mismo no sé qué ni por qué. | Ojeada |
Pablo Neruda | Esta campana rota
quiere sin embargo cantar:
el metal ahora es verde,
color de selva tiene la campana,
color de agua de estanques en el bosque,
color del día en las hojas.
El bronce roto y verde,
la campana de bruces
y dormida
fue enredada por las enredaderas,
y del color oro duro del bronce
pasó a color de rana:
fueron las manos del agua,
la humedad de la costa,
que dio verdura al metal,
ternura a la campana.
Esta campana rota
arrastrada en el brusco matorral
de mi jardín salvaje,
campana verde, herida,
hunde sus cicatrices en la hierba:
no llama a nadie más, no se congrega
junto a su copa verde
más que una mariposa que palpita
sobre el metal caído y vuela huyendo
con alas amarillas. | Esta campana rota... |
José Ángel Valente |
Un día nos veremos
al otro lado de la sombra del sueño.
Vendrán a ti mis ojos y mis manos
y estarás y estaremos
como si siempre hubiéramos estado
al oro lado de la sombra del sueño. | Canción para franquear la sombra |
Luis de Góngora |
Los días de Noé bien recelara
Si no hubiera, Señor, jurado el cielo
En su arco tu piedad, o hubiera el hielo
Dejado al arca ondas que surcara.
Denso es mármol la que era fuente clara
A ninfa que peinaba undoso pelo;
Montes coronan de cristal el suelo;
Atado el Betis a su margen para.
A inclemencias, pues, tantas no perdona
El Fénix de Austria, al mar fiando, al viento,
No aromáticos leños, sino alados.
Aun a tu Iglesia más que a su corona
Importan sus progresos acertados:
Serena aquel, aplaca este elemento. | De la jornada que su majestad hizo a andalucía |
Fa Claes | ¿La certeza respecto al hombre?
Hay una: morirá.
Y por más que el mundo jure y
rabie resistencia: ¡eso jamás!
Probaremos a toda costa
que somos inmortales
y, si no sale bien,
salta, mozo, salta
en el pozo de la fe.
Y saltar es lo que hacen, hombre,
por centenares, a millares, en compañía;
y están seguros de esto:
cuanto más gente salta,
tanto más segura se torna su fe. | Certeza |
David Escobar Galindo |
Caminaba por calles
donde la luz se demoraba mucho,
quizás contando gajos de San Carlos.
Eran esos lugares apacibles,
de inmóviles señoras a las puertas
y costureras en un fondo de humo.
Yo no nací para las avenidas
-hago una salvedad: Campos Elíseos-,
sino para los quietos callejones,
para los caminitos con recodos.
¡Es una ceremonia tan magnánima
la de admirar antiguos adoquines,
con ojos inocentes que nos siguen
desde el gastado albor de los encajes!
A la par de las verjas,
los pequeños jardines eran reinos
donde una rosa siempre gobernaba.
Una rosa distinta cada día:
la de ayer más fragante,
la de hoy más empinada,
la de mañana casi con luz propia,
la de después con tiernas telarañas.
Era tan dulce el aire
como si hubiera hecho la siesta
junto a la dulcería «Las Gardenias»;
y yo, cuidándome de no ser visto,
cortaba un ramo de aire,
y lo iba saboreando hasta el cansancio,
con la perseverancia del profeta.
Alguna vez, las calles
se llenaban de lluvia:
era como si todas las cortinas
se rebelaran tras de sus balcones,
con un murmullo alegre y recatado,
que le daba al ambiente
esa ternura de filial crepúsculo.
No sé por qué la lluvia
siempre me sorprendió cuando la tarde
ya no tenía apenas resplandores.
Era una lluvia viva, desde luego.
Una lluvia caliente y vaporosa.
La lluvia que sonaba entre los árboles
como la antigua y auroral marimba,
tocada por ancianos.
Me enseñaron las calles
la paciencia del río cotidiano,
la claridad humilde del remanso
que refleja una garza imaginaria.
Supe después la fuerza de los ríos,
brilló después se fue volviendo espacio
donde ya era posible
inventar una estrella.
Pero nunca dejé de caminar
por las calles tranquilas, suburbanas,
igual que el enlutado personaje
de Magritte, sin edad, siempre de espaldas.
Quizás los muros se descascaraban,
quizás las puertas eran más herméticas.
Yo siempre caminaba por las calles
donde la luz se demoraba mucho,
donde la vida era el indescifrado,
sereno laberinto.
Nunca dejé de andar por esas calles,
porque sé que una de ellas desemboca
en la Plaza del sueño. | El caballero de magritte |
Jordi Doce | Al hilo de la siesta las callejas se adensan
en un silencio impenetrable; es entonces
cuando, en este verano solícito, la luz
ensaya su apariencia más palpable
y gravita tenaz sobre el asfalto,
confirma las virtudes del sosiego.
Crecen en esta hora extrañas formas
de la belleza: el fardo demudado del aire,
la quietud de metal de las ramas, la terca
grisalla de estos muros que la hierba puntea.
Miro el conjunto con desgana
desde el abrigo fiel de nuestro cuarto
y me miro igualmente a su través:
apenas una sombra en el cristal,
un súbito estremecimiento,
este molino en la cabeza
que me recuerda el tiempo transcurrido.
Tendida entre las sábanas, casi desnuda,
te desperezas vacilante,
con gestos tan fingidos que tú misma sonríes.
Tomo conciencia entonces de mi cuerpo
y me aguija esta rara semejanza
con las cosas que ahora nos rodean:
así las calles o mi cuerpo, tanto da,
la gris materia inerte
a manos de la luz o de tus manos,
lo que espera a vivir, y a vivir con violencia,
en el seguro pálpito que envuelve y enardece. | Blue hotel |