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Luciano Castañón
Cimadevilla, ¿qué hubieran dicho de ti Antonio y Nicolás, Manuel del Cabra! y Blas si hubieran en ti vivido y probado lo que das? Digo: empapándose de lo salobre, de seres riendo sus miserias en tandas, de calles pinas, ropas azul mahón —desteñidas, desflecadas— o colgando en galerías como banderas humanas. Digo, Cimadevilla, si ellos hubieran henchido sus venas de mástiles y canciones, del dispendio de tus hombres —hormigas, fatalistas o rebeldes— gastando lo que no tienen: dinero; pero humor, humor negro, de eso si están nutridos (se lo aseguro yo a los nombres de los hombres que arriba cito ). Hay poetas que cantan a la luna, al jilguero y a la flor, pero que asimismo dicen, o piensan: «Si otros hombres sufren es como si sufriera yo».
Otros poetas
Teresa Domingo Català
La noche llora racimos de cielo en su pliegue, de su sangre, en el vértice mismo de su manto con llamas negras como lágrimas. La noche besa en incierto paso al tiempo que surge entre la niebla. Recóndita, la voz oscura se asoma al precipicio. Camina en círculos, abrasando el nivel del agua. Crea líquenes al respirar su mismo aire. Su piel es la fiebre que asola las luciérnagas, el latido manso de un árbol que cimbrea tempestades, el matorral confuso de las horas. Inclemente, se arroja al disturbio de las voces, palpa los pechos cenagosos del ayer, irrumpe con el gatillo de la nada. Y duerme, perdido el miedo a la tiniebla, en la pureza de sus días.
Racimos de cielo
Francisco de Quevedo
Si no temo perder lo que poseo, ni deseo tener lo que no gozo, poco de la Fortuna en mí el destrozo valdrá, cuando me elija actor o reo. Ya su familia reformó el deseo; no palidez al susto, o risa al gozo le debe de mi edad el postrer trozo, ni anhelar a la Parca su rodeo. Sólo ya el no querer es lo que quiero; prendas de la alma son las prendas mías; cobre el puesto la muerte, y el dinero. A las promesas miro como a espías; morir al paso de la edad espero: pues me trujeron, llévenme los días.
Prevención para la vida y para la muerte
José María Hinojosa
El barco es más barco en alta mar, entre las olas y el huracán. Y el águila, en el aire sabe mejor mirar, embistiendo a las nubes que le impiden volar. Rompe los zancos y comienza a andar, sobre la tierra, sobre la tierra de verdad.
Ambiente
Federico García Lorca
Flor de jazmín y toro degollado. Pavimento infinito. Mapa. Sala. Arpa. Alba. La niña finge un toro de jazmines y el toro es un sangriento crepúsculo que brama. Si el cielo fuera un niño pequeñito, los jazmines tendrían mitad de noche oscura, y el toro circo azul sin lidiadores, y un corazón al pie de una columna. Pero el cielo es un elefante, y el jazmín es un agua sin sangre y la niña es un ramo nocturno por el inmenso pavimento oscuro. Entre el jazmín y el toro o garfios de marfil o gente dormida. En el jazmín un elefante y nubes y en el toro el esqueleto de la niña.
Casida del sueño al aire libre
Gabriela Mistral
Creo en mi corazón, ramo de aromas que mi Señor como una fronda agita, perfumando de amor toda la vida y haciéndola bendita. Creo en mi corazón, el que no pide nada porque es capaz del sumo ensueño y abraza en el ensueño lo creado: ¡inmenso dueño! Creo en mi corazón, que cuando canta hunde en el Dios profundo el franco herido, para subir de la piscina viva recién nacido Creo en mi corazón, el que tremola porque lo hizo el que turbó los mares, y en el que da la Vida orquestaciones como de pleamares. Creo en mi corazón, el que yo exprimo para teñir el lienzo de la vida de rojez o palor y que le ha hecho veste encendida. Creo en mi corazón, el que en la siembra por el surco sin fin fue acrecentando. Creo en mi corazón, siempre vertido, pero nunca vaciado. Creo en mi corazón, en que el gusano no ha de morder, pues mellará a la muerte; creo en mi corazón, el reclinado en el pecho de Dios terrible y fuerte.
Creo en mi corazón
Luis de Góngora
Manda Amor en su fatiga Que se sienta y no se diga; Pero a mí más me contenta Que se diga y no se sienta. En la ley vieja de Amor A tantas fojas se halla Que el que más sufre y más calla, Ese librará mejor; ¡Más triste del amador Que, muerto a enemigas manos, Le hallaron los gusanos Secretos en la barriga! Manda Amor en su fatiga Que se sienta y no se diga; Pero a mí más me contenta Que se diga y no se sienta. Muy bien haré si culpare Por necio cualquier que fuere Que como leño sufriere Y como piedra callare; Mande Amor lo que mandare, Que yo pienso muy sin mengua Dar libertad a mi lengua, Y a sus leyes una higa. Manda Amor en su fatiga Que se sienta y no se diga; Pero a mí más me contenta Que se diga y no se sienta. Bien sé que me han de sacar En el auto con mordaza Cuando Amor sacare a plaza Delincuentes por hablar; Mas yo me pienso quejar, En sintiéndome agraviado, Pues el mar brama alterado Cuando el viento le fatiga. Manda Amor en su fatiga Que se sienta y no se diga; Pero a mí más me contenta Que se diga y no se sienta. Yo sé de algún joveneto Que tiene muy entendido Que guarda más bien Cupido Al que guarda más secreto; Y si muere el indiscreto De amoroso torozón, Morirá sin confesión Por no culpar su enemiga. Manda Amor en su fatiga Que se sienta y no se diga; Pero a mí más me contenta Que se diga y no se sienta.
Manda amor en su fatiga
Ramón López Velarde
Si yo jamás hubiera salido de mi villa, con una santa esposa tendría el refrigerio de conocer el mundo por un solo hemisferio. Tendría, entre corceles y aperos de labranza, a Ella, como octava bienaventuranza. Quizá tuviera dos hijos, y los tendría sin un remordimiento ni una cobardía. Quizá serían huérfanos, y cuidándolos yo, el niño iría de luto, pero la niña no. ¿No me hubieras vivido, tú, que fuiste una aurora, una granada roja de virginales gajos, una devota de María Auxiliadora y un misterio exquisito con los párpados bajos? Hacia tu pie, hermosura y alimento del día, recién nacidos, piando y piando de hambre rodaran los pollitos, como esferas de estambre. Quiero otra vez mis campos, mi villa y mi caballo que en el sol y en la lluvia lanza a mitad del viaje su relincho, penacho gozoso del paisaje. Corazón que en fatigas de vivir vas a nado y que estás florecido, como está la cadera de Venus, y ceniciento cual la madera en que grabó su puño de ánima el condenado: tu tarde será simple, de ejemplar feligrés absorto en el perfume de hogareños panqués y que en la resolana se santigua a las tres. Corazón; te reservo el mullido descanso de la coqueta villa en que el señor mi abuelo contaba las cosechas con su pluma de ganso. La moza me dirá con su voz de alfeñique marchándose al rosario, que le abrace la falda ampulosa, al sonar el último repique. Luego resbalaré por las frutales tapias en recuerdo fanático de mis yertas prosapias. Y si la villa, enfrente de la jocosa luna, me reclama la pérdida de aquel bien que me dio, sólo podré jurarle que con otra fortuna el niño iría de luto, pero la niña no.
Mi villa
Garcilaso de la Vega
¡Oh hado ejecutivo en mis dolores, cómo sentí tus leyes rigurosas! Cortaste el árbol con manos dañosas, y esparciste por tierra fruta y flores. En poco espacio yacen los amores, y toda la esperanza de mis cosas tornados en cenizas desdeñosas, y sordas a mis quejas y clamores. Las lágrimas que en esta sepultura se vierten hoy en día y se vertieron, recibe, aunque sin fruto allá te sean, hasta que aquella eterna noche oscura me cierre aquestos ojos que te vieron, dejándome con otros que te vean.
Soneto xxv
Luis Cañizal de la Fuente
Por la noche, en el corral, el grillo va levantando, ladrillito a ladrillito, el paredón de su canto.
Por la noche
Manuel María Flores
(Cuento Bohemio) La tarde era triste, la nieve caía, su blanco sudario los campos cubría; ni un ave volaba, ni oíase rumor. Apenas la nieve dejando su huella, pasaba muy triste, muy pálida y bella, la niña que ha sido del valle la flor. Llevaba en el cinto su pobre calzado; su hermano pequeño que marcha a su lado le dice: —«No sienten la nieve tus pies?» «Mis pies nada sienten» —responde con calma— «el frío que yo siento lo llevo en el alma; y el frío de la nieve más duro no es». Y dice el pequeño que helado tirita: —«¡Más frío que el de nieve!... ¿Cuál es, hermanita? ¡No hay otro que pueda decirse mayor!...» —«Aquel que de muerte las almas taladre; aquel que en el alma me puso mi madre el día que a mi esposo me unió sin amor».
Frío
Rubén Darío
Maravillosamente danzaba. Los diamantes negros de sus pupilas vertían su destello; era bello su rostro, era un rostro tan bello como el de las gitanas de Miguel Cervantes. Ornábase con rojos claveles detonantes la redondez obscura del casco del cabello, y la cabeza, firme sobre el bronce del cuello, tenía la pátina de las horas errantes. Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras las vagas aventuras y las errantes horas, volaban los fandangos, daba el clavel fragancia; la gitana, embriagada de lujuria y cariño, sintió cómo caía dentro de su corpiño el bello luis de oro del artista de Francia.
La gitanilla
Delfina Acosta
¿Camino de partida o de venida es éste en donde estoy desatinada con un pañuelo ausente de señal? No sé si voy o vengo pues son vagas las sombras de los hombres y mujeres que dejan tras mis huellas sus pisadas. Atiéndeme Señor y dime adónde bajo el chubasco voy descarriada. ¿A cuál de tantas puertas llamaré? ¿Por quién preguntaré? ¿Seré hospedada cuando el relámpago mi rostro alumbre? ¿La gente me dará la tibia manta, el té, la charla y buena despedida? Yo sólo aguardo en estas horas vagas llegar a medianoche a mi destino. ¡Mas heme aquí una estatua extraviada!
Camino
Byron Espinoza
Descuartízame y luego almacena mis restos en la bodega de tus párpados para que así recuerdes tu flagelo y te duelan más que a mí los cuchillos del sexo.
Descuartízame...
Lope de Vega
«—¿Apartaste, ingrata Filis, del amor que me mostrabas para ponerlo en aquel que pensando en ti se enfada? ¡Plegue a Dios no te arrepientas cuando conozcas tu falta, mas no te conocerás, que aun para ti eres ingrata! ¡Filis, mal hayan los ojos que en un tiempo te miraban! Aguardando estoy a verte tanto cuanto ya te ensanchas, arrepentida llorando el bien de que ahora te apartas; víspera suele el bien ser del mal que ahora no te halla, pero aguarda, que él vendrá cuando estés más descuidada. ¡Filis, mal hayan los ojos que en un tiempo te miraban! ¡Oh cuántas y cuántas veces me acuerdo de las palabras, cruel, con que me engañaste y con que a todos engañas! A ti te engañaste sola, pues te he de ver engañada, deste que tú tanto adoras y de mí sin esperanza. ¡Filis, mal hayan los ojos que en un tiempo te miraban! Miréte con buenos ojos, pensando que me mirabas como te miraba yo por mi bien y tu desgracia; que en esto, bien claro está, eras tú la que ganabas, mas a fin no mereciste tanto bien siendo tan mala—». ¡Filis, mal hayan los ojos que en un tiempo te miraban!
Apartaste, ingrata filis
Pedro Salinas
Tema De mirarte tanto y tanto, de horizonte a la arena, despacio, del caracol al celaje, brillo a brillo, pasmo a pasmo, te he dado nombre; los ojos te lo encontraron, mirándote. Por las noches, soñando que te miraba, al abrigo de los párpados maduró, sin yo saberlo, este nombre tan redondo que hoy me descendió a los labios. Y lo dicen asombrados de lo tarde que lo dicen. ¡Si era fatal el llamártelo! ¡Si antes de la voz, ya estaba en el silencio tan claro! ¡Si tú has sido para mí, desde el día que mis ojos te estrenaron, el contemplado, el constante Contemplado!
El contemplado
Antonio Fernández Lera
Qué quieres que te diga, me gustas así, abierta, de par en par, a los ojos del mundo, como una verdad pura, desnuda.
El origen del mundo
Carlos Bousoño
Eres feliz. Saber no quieras lo que brilla en los ojos humanos. Sonríe tú como mañana fresca, como tarde colmada en su ocaso. Porque eres eso, sí: la tarde pura en que a veces yo mojo mis manos, en que a veces yo hundo mi rostro. ¡La tarde pura en su placer dorado! La savia dulce de la primavera, toda la luz de la tarde en un cántico, sube entonces feliz y presurosa desde tu corazón hasta mis labios.
Eres feliz
Toni García Arias
Él le cuenta falsas historias, viajes que nunca sucedieron, y le susurra al oído cuánto la quiere, mientras ella juega con sus anillos tímida y nerviosa. Ella mira apasionadamente su boca carnosa, y se deja seducir por el cálido movimiento que producen sus labios al moverse. Le confiesa que al llegar la noche le mostrará su secreto. Y él le susurra al oído que nunca dejará de amarla, que siempre la llevará entre sus venas; y se estrechan las manos con más fuerza, y bajan las miradas con vergüenza, y se besan, y sonríen, y de eso hace ya miles de años.
Historia
Ramón López Velarde
Prolóngase tu doncellez como una vacua intriga de ajedrez. Torneada como una reina de cedro, ningún jaque te despeina. Mis peones tantálicos al rondarte a deshora, fracasan en sus ímpetus vandálicos. La lámpara sonroja tu balcón; despilfarras el tiempo y la emoción. Yo despilfarro, en una absurda espera, fantasía y hoguera. En la velada incompatible, frústrase el yacimiento espiritual y de nuestras arterias el caudal. Los pródigos al uso que vengan a nosotros a aprender cómo se dilapida todo el ser. Tu destino y el mío, contrapuestos, vuelcan el apogeo de la vida febril e insomne que se va, en la ida de un cofre que rebosa y se malgasta en una fecha ociosa. Las monedas excomulgadas de nuestro adulto corazón caen al vacío, con lúgubre opacidad, cual si cayera una irreparable sordera. Y frente al ínclito derroche de los tesoros que atesora el yacimiento de las almas, algo muy hondo en mí, se escandaliza y llora.
Despilfarras el tiempo
José Ángel Valente
Homenaje a Rosalía de Castro Se fue en el viento, volvió en el aire. Le abrí en mi casa la puerta grande. Se fue en el viento. Quedé anhelante. Se fue en el viento, volvió en el aire. Me llevó adonde no había nadie. Se fue en el viento, quedó en mi sangre. Volvió en el aire.
La poesía
Gustavo Adolfo Bécquer
Sobre la falda tenía el libro abierto; en mi mejilla tocaban sus rizos negros; no veíamos letras ninguno creo; mas guardábamos ambos hondo silencio. ¿Cuánto duró? Ni aun entonces pude saberlo. Sólo sé que no se oía más que el aliento, que apresurado escapaba del labio seco. Sólo sé que nos volvimos los dos a un tiempo, y nuestros ojos se hallaron ¡y sonó un beso! * Creación de Dante era el libro; era su Infierno. Cuando a él bajamos los ojos, yo dije trémulo: ¿Comprendes ya que un poema cabe en un verso? Y ella respondió encendida: ¡Ya lo comprendo!
Rima xxix
Garcilaso de la Vega
Pensando que el camino iba derecho, vine a parar en tanta desventura, que imaginar no puedo, aún con locura, algo de que esté un rato satisfecho. El ancho campo me parece estrecho, la noche clara para mí es escura; la dulce compañía, amarga y dura, y duro campo de batalla el lecho. Del sueño, si hay alguno, aquella parte sola, que es imagen de la muerte, se aviene con el alma fatigada. En fin que como quiera estoy de arte, que juzgo ya por hora menos fuerte, aunque en ella me vi, la que es pasada.
Soneto xvii
Antonia Álvarez Álvarez
Aromada de amor, dulce y discreta, escondida en la hierba y vergonzosa, nace al sol de febrero que la esposa, semioculta al abrigo de una grieta. Eremita sin dueño y sin maceta, humildemente bella y olorosa, viene envuelta en verdor y es mariposa que aletea en los versos del poeta. Ramillete de añil, flor de lo umbrío, pincelada de cielo y de dulzura sin aderezos casi, ni atavío. Hoy puse en un jarrón tu esencia pura para empaparme en toda tu hermosura y soñarte alhajada de rocío.
Violeta
Delmira Agustini
Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego... Pido a tus manos todopoderosas ¡su cuerpo excelso derramado en fuego sobre mi cuerpo desmayado en rosas! La eléctrica corola que hoy despliego brinda el nectario de un jardín de Esposas; para sus buitres en mi carne entrego todo un enjambre de palomas rosas. Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles, mi gran tallo febril... Absintio, mieles, viérteme de sus venas, de su boca... ¡Así tendida, soy un surco ardiente donde puede nutrirse la simiente de otra Estirpe sublimemente loca!
Otra estirpe
Mario Benedetti
De vez en cuando la alegría tira piedritas contra mi ventana quiere avisarme que está ahí esperando pero me siento calmo casi diría ecuánime voy a guardar la angustia en un escondite y luego a tenderme cara al techo que es una posición gallarda y cómoda para filtrar noticias y creerlas quién sabe dónde quedan mis próximas huellas ni cuándo mi historia va a ser computada quién sabe qué consejos voy a inventar aún y qué atajo hallaré para no seguirlos está bien no jugaré al desahucio no tatuaré el recuerdo con olvidos mucho queda por decir y callar y también quedan uvas para llenar la boca está bien me doy por persuadido que la alegría no tire más piedritas abriré la ventana abriré la ventana.
Piedritas en la ventana
Pablo Neruda
NO han muerto! Están en medio de la pólvora, de pie, como mechas ardiendo. Sus sombras puras se han unido en la pradera de color de cobre como una cortina de viento blindado, como una barrera de color de furia, como el mismo invisible pecho del cielo. Madres! Ellos están de pie en el trigo, altos como el profundo mediodía, dominando las grandes llanuras! Son una campanada de voz negra que a través de los cuerpos de acero asesinado repica la victoria. Hermanas como el polvo caído, corazones quebrantados, tened fe en vuestros muertos! No sólo son raíces bajo las piedras teñidas de sangre, no sólo sus pobres huesos derribados definitivamente trabajan en la tierra, sino que aun sus bocas muerden pólvora seca y atacan como océanos de hierro, y aun sus puños levantados contradicen la muerte. Porque de tantos cuerpos una vida invisible se levanta. Madres, banderas, hijos! Un solo cuerpo vivo como la vida: un rostro de ojos rotos vigila las tinieblas con una espada llena de esperanzas terrestres! Dejad vuestros mantos de luto, juntad todas vuestras lágrimas hasta hacerlas metales: que allí golpeamos de día y de noche, allí pateamos de día y de noche, allí escupimos de día y de noche hasta que caigan las puertas del odio! Yo no me olvido de vuestras desgracias, conozco vuestros hijos y si estoy orgulloso de sus muertes, estoy también orgulloso de sus vidas. Sus risas relampagueaban en los sordos talleres, sus pasos en el Metro sonaban a mi lado cada día, y junto a las naranjas de Levante, a las redes del Sur, junto a la tinta de las imprentas, sobre el cemento de las arquitecturas he visto llamear sus corazones de fuego y energías. Y como en vuestros corazones, madres, hay en mi corazón tanto luto y tanta muerte que parece una selva mojada por la sangre que mató sus sonrisas, y entran en él las rabiosas nieblas del desvelo con la desgarradora soledad de los días. Pero más que la maldición a las hienas sedientas, al estertor bestial que aúlla desde el África sus patentes inmundas, más que la cólera, más que el desprecio, más que el llanto, madres atravesadas por la angustia y la muerte, mirad el corazón del noble día que nace, y sabed que vuestros muertos sonríen desde la tierra levantando los puños sobre el trigo.
Canto a las madres de los milicianos muertos
Luis de Góngora
Aunque a rocas de fe ligada vea Con lazos de oro la hermosa nave Mientras en calma humilde, en paz süave Sereno el mar la vista lisonjea; Y aunque el céfiro esté (porque le crea) Tasando el viento que en las velas cabe, Y el fin dichoso del camino grave En el aspecto celestial se lea, He visto blanqueando las arenas De tantos nunca sepultados huesos, Que el mar de Amor tuvieron por seguro, Que dél no fío, si sus flujos gruesos Con el timón o con la voz no enfrenas, ¡Oh dulce Arión, oh sabio Palinuro!
Aunque a rocas de fe ligada vea
Octavio Paz
Sombra, trémula sombra de las voces. Arrastra el río negro mármoles ahogados. ¿Cómo decir del aire asesinado, de los vocablos huérfanos, cómo decir del sueño? Sombra, trémula sombra de las voces. Negra escala de lirios llameantes. ¿Cómo decir los nombres, las estrellas, los albos pájaros de los pianos nocturnos y el obelisco del silencio? Sombra, trémula sombra de las voces. Estatuas derribadas en la luna. ¿Cómo decir, camelia, la menos flor entre las flores, cómo decir tus blancas geometrías? ¿Cómo decir, oh Sueño, tu silencio en voces?
Nocturno
Jaime Sabines
Para hacer funcionar a las estrellas es necesario apretar el botón azul. Las rosas están insoportables en el florero. ¿Por qué me levanto a las tres de la mañana mientras todos duermen? ¿Mi corazón sonámbulo se pone a andar sobre las azoteas detectando los crímenes, investigando el amor? Tengo todas las páginas para escribir, tengo el silencio, la soledad, el amoroso insomnio; pero sólo hay temblores subterráneos, hojas de angustia que aplasta una serpiente en sombra. No hay nada que decir: es el presagio, sólo el presagio de nuestro nacimiento.
Para hacer funcionar a las estrellas
Rosalía de Castro
A través del follaje perenne Que oír deja rumores extraños, Y entre un mar de ondulante verdura, Amorosa mansión de los pájaros, Desde mis ventanas veo El templo que quise tanto. El templo que tanto quise... Pues no sé decir ya si le quiero, Que en el rudo vaivén que sin tregua Se agitan mis pensamientos, Dudo si el rencor adusto Vive unido al amor en mi pecho.
Orillas del sar
Pablo Neruda
ESCLAVA mía, témeme. Ámame. Esclava mía! Soy contigo el ocaso más vasto de mi cielo, y en él despunta mi alma como una estrella fría. Cuando de ti se alejan vuelven a mí mis pasos. Mi propio latigazo cae sobre mi vida. Eres lo que está dentro de mí y está lejano. Huyendo como un coro de nieblas perseguidas. Junto a mí, pero dónde? Lejos, lo que está lejos. Y lo que estando lejos bajo mis pies camina. El eco de la voz más allá del silencio. Y lo que en mi alma crece como el musgo en las ruinas.
Esclava mía...
Odette Alonso
Supe de la neblina y salí al mundo. El miedo era un planeta extraño verte venir desde la acera opuesta toda tu luz burlando el mediodía. Yo que apuré el asfalto todo el viento del mundo reteniéndome. De qué sirve el amor qué extraña esencia nutre su llegada para que se convierta en una espera en una melodía. Calle para mis pasos y el mar que desemboca a la vuelta de tus ojos como el deseo de ser mar encrucijada. Qué luz viene de ti que me enceguece. No puedo darte la felicidad sino su anverso. Voy a decir amor trazo de sombra y no te marches. El miedo es un planeta absurdo y cierto.
Antesala del miedo
Gerardo Diego
He aquí helados, cristalinos, sobre el virginal regazo, muertos ya para el abrazo, aquellos miembros divinos. Huyeron los asesinos. Qué soledad sin colores. Oh, Madre mía, no llores. Cómo lloraba María. La llaman desde aquel día la Virgen de los Dolores. ¿Quién fue el escultor que pudo dar morbidez al marfil? ¿Quién apuró su buril en el prodigio desnudo? Yo, Madre mía, fui el rudo artífice, fui el profano que modelé con mi mano ese triunfo de la muerte sobre el cual tu piedad vierte cálidas perlas en vano.
Penúltima estación
Jaime Sabines
No es que muera de amor, muero de ti. Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma, de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti. Muero de ti y de mi, muero de ambos, de nosotros, de ese, desgarrado, partido, me muero, te muero, lo morimos. Morimos en mi cuarto en que estoy solo, en mi cama en que faltas, en la calle donde mi brazo va vacío, en el cine y los parques, los tranvías, los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza y mi mano tu mano y todo yo te sé como yo mismo. Morimos en el sitio que le he prestado al aire para que estés fuera de mí, y en el lugar en que el aire se acaba cuando te echo mi piel encima y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, dichosa, penetrada, y cierto , interminable. Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos entre los dos, ahora, separados, del uno al otro, diariamente, cayéndonos en múltiples estatuas, en gestos que no vemos, en nuestras manos que nos necesitan. Nos morimos, amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso, en tus muslos dulcísimos y vivos, en tu carne sin fin, muero de máscaras, de triángulos oscuros e incesantes. Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo, de nuestra muerte ,amor, muero, morimos. En el pozo de amor a todas horas, inconsolable, a gritos, dentro de mi, quiero decir, te llamo, te llaman los que nacen, los que vienen de atrás, de ti, los que a ti llegan. Nos morimos, amor, y nada hacemos sino morirnos más, hora tras hora, y escribirnos y hablarnos y morirnos.
No es que muera de amor...
Juan Ramón Mansilla
Atardece de nuevo y un día más ciudades diferentes nos enseñan sucesivos ocasos. Mañana volveremos a encontrarnos, pero hoy, ¿cómo hablarte de las horas que vendrán y otra vez no serán nuestras? Está tendido el horizonte y la penumbra se despliega. Dentro de poco llegará el momento en que todo se detiene y cada cual, por su cuenta, cierra los ojos y muerde los labios. Con todo, ¿dejaremos que esto sea algo amargo y terrible, que el resto pierda su dulzura como un durazno al caer y pudrirse en el suelo? Asuntos que el atardecer diluye para así llenar su copa o abrir una segunda luz, un camino, capaz de orientarnos hacia la irisación de otra mañana.
Atardecer
Mario Benedetti
Cuando éramos niños los viejos tenían como treinta un charco era un océano la muerte lisa y llana no existía luego cuando muchachos los viejos eran gente de cuarenta un estanque era océano la muerte solamente una palabra ya cuando nos casamos los ancianos estaban en cincuenta un lago era un océano la muerte era la muerte de los otros ahora veteranos ya le dimos alcance a la verdad el océano es por fin el océano pero la muerte empieza a ser la nuestra.
Pasatiempo
Manuel María Flores
Adiós para siempre, mitad de mi vida, un alma tan sólo teníamos los dos; mas hoy es preciso que esta alma divida la amarga palabra del último adiós. ¿Por qué nos separan? ¿No saben acaso que pasa la vida cual pasa la flor? cruzamos el mundo como aves de paso... mañana la tumba, ¿por qué hoy el dolor? ¿La dicha secreta de dos que se adoran enoja a los cielos, y es fuerza sufrir? ¿Tan sólo son gratas las almas que lloran al torvo destino?... ¿La ley es morir?... ¿Quién es el destino?... Te arroja a mis brazos, en mi alma te imprime, te infunde en mi ser, y bárbaro luego me arranca a pedazos el alma y la vida contigo... ¿por qué? Adiós... es preciso. No llores... y parte. La dicha de vernos nos quitan no más; pero un solo instante dejar de adorarte, hacer que te olvide, ¿lo pueden? ¡Jamás! Con lazos eternos nos hemos unido; en vano el destino nos hiere a los dos... ¡las almas que se aman no tienen olvido, no tienen ausencia, no tienen adiós!
Adiós
Marilina Rébora
Detrás de mis paredes, feliz a mi manera, extraigo del azul la esencia de mi verso y escribo entre las nubes —¡añorante quimera!—, con las letras del alma, un vocablo disperso. Ignorando el tropel que redobla en la acera, extraña a la vorágine que rige el universo, no turba mi interior el bullicio de afuera y así conmigo misma, escribiendo, converso. Pero en el corazón no puede haber engaño, como dentro del alma no cabe la mentira— que en solitaria paz nos vemos al desnudo, sin vanidad ni orgullo, ajenos al cruel daño de la simulación que hipócrita conspira— y entonces a los cielos, para inspirarme, acudo.
Paz interior
Fa Claes
Espera un momento aquí, volveré. Ante todo tengo que desaparecer en mí mismo un rato, busco mi Creador, Dios, algo grandioso, algo eterno, algo que me satisfaga o que por lo menos cause la impresión de que para siempre permanecerá y cumplirá totalmente. Un instante que comprenda todo y que nunca me abandone. Ese momento de que hablé espera aquí, y mira, volveré, no regresaré jamás yo, que en este momento estoy haciéndome..
Génesis
Fa Claes
Sesenta y ocho y estoy sentado aquí con mi añoranza de antes de cincuenta años, como si ella llegara al fin, se desnudara y en ella metiera yo mi beatitud. Sesenta y ocho y estoy sentado aquí con mi perspectiva de mil millones de veces, mil quintillones de años, y de todo lo que he esperado o creído o con lo que nunca he podido soñar ni pizca, por muy poco que sea, es verdad. Sesenta y ocho. ¿Eones? ¡Ojalá!, años. La diferencia es un pelo no más ancho que el que hay entre Rijmenam y el horizonte perceptible. Esa distancia con un gesto único se puede determinar: de aquí hasta allá. Sesenta y ocho años de preguntas, nada más que preguntas quién, cuándo, qué, dónde, cómo y por qué.
Sesenta y ocho
Antonio Fernández Lera
Esta es la noche de las lagartijas, al acecho en sus escondrijos. Esta es la noche de las cucarachas en el silencio del pasillo. Su canción se arrastra por el suelo y nos expulsa del paraíso.
Poema imprevisto: 1
Aurelio González Ovies
Los caseros no atienden a sus ojos, pero detrás de sus negras pestañas oculta una tristeza tan redonda que apenas le permite la mirada. Por eso algunas veces con la cola, cuando escucha el sigilo de las vacas, dibuja sobre el barro en que reposa retazos de impotencia y de desgana. Y poco a poco el giro de las moscas que rondan sobre él noche y mañana, le han dado un parecido con las cosas que a la muerte se pudren olvidadas. Su hocico respingón ya tiene forma del aullido más último del alma, y de aquella nariz de caracola tan única en los rastros de la caza, cuelga la transparencia de una gota que ya no puede secarse con la pata. Y aunque sigue esperando, de su boca sale de vez en cuando esa palabra con que expresan los perros su derrota; y lloriquea y cae y se levanta...
Argos
en español
Para tu cumpleaños... Deseo que recibas estos regalos especiales. Felicidad, en lo profundo de tu ser. Serenidad, con cada amanecer. Exito, en cada respecto. Sinceridad, de amigos que te quieran. Amor, que sea eterno. Recuerdos entrañables, de momentos del ayer. Un presente esplendoroso repleto de bendiciones. Un sendero, que conduzca a un hermoso mañana. Anhelos, que se conviertan en realidad. Y reconocimientos, de todas las cosas maravillosas que hay en ti. ¡Que tengas un cumpleaños muy feliz!
Cumpleaños
Luis de Góngora
Máquina funeral, que desta vida Nos decís la mudanza, estando queda; Pira, no de aromática arboleda, Si a más gloriosa Fénix construida; Bajel en cuya gabia esclarecida Estrellas, hijas de otra mejor Leda, Serenan la Fortuna, de su rueda La volubilidad reconocida, Farol luciente sois, que solicita La razón, entre escollos naufragante, Al puerto; y a pesar de lo luciente, Obscura concha de una Margarita Que, rubí en caridad, en fe diamante, Renace a nuevo Sol en nuevo Oriente.
Del túmulo que hizo córdoba en las honras
Luis Cernuda
Quiero vivir cuando el amor muere; muere, muere pronto, amor mío. Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo, aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño, aunque grite: Vivir así es cosa de muerte. Pobres amantes, clamáis a fuerza de ser jóvenes; sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida, caiga su frente cansadamente entre las manos junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro pero en vosotros aún va fresco y fragante el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente. Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria. Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre. Ante vuestros ojos, amantes, cuando el amor muere, vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente; el amor, cuna adorable para los deseos exaltados, los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo el rasguear de una guitarra en el ocio marino y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera; vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares todo queda afanoso y callado. Así suele quedar el pecho de los hombres cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada, y tras su delicia interrumpida un afán insistente puebla el nuevo silencio. Pobres amantes, ¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis, cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala? Los atardeceres de manos furtivas, el trémulo palpitar, los labios que suspiran, la adoración rendida a un leve sexo vanidoso, los ay mi vida y los ay muerte mía, todo, todo, amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve. Oh, amantes, encadenados entre los manzanos del edén, cuando el amor muere, vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa, y vuestros brazos caen como cataratas macilentas, vuestro pecho queda como roca sin ave, y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario, fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños, dejando allí caer, ignorantes como niños, la libertad, la perla de los días. Pero tú y yo sabemos, río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta, que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros por las encantadoras mallas del amor, cuando el deseo es como una cálida azucena que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado, cuánto vale una noche como ésta, indecisa entre la primavera última y el estío primero, este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia de los otros, solo yo con mi vida, con mi parte en el mundo. Jóvenes sátiros que vivís en la selva, labios risueños ante el exangüe Dios cristiano, a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía pies de jóvenes sátiros, danzad más presto cuando el amante llora, mientras lanza su tierna endecha de: Ah, cuando el amor muere. Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido; vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla, y el deseo girará locamente en pos de los hermosos cuerpos que vivifican el mundo un solo instante.
Dans ma péniche
Dina Posada
Después de romper el áspero castrante hostil cerrojo de las ataduras apuñalé al pecado cayendo agónicas mis trabas y mis culpas Dejé de pedir permiso para vivir Disponiendo conocerte abrí tus brazos en cruz —cristo de mis pasiones— y hundí el sabor de mi presencia en tus pies en tu cuello en la blanca playa de tu espalda Recorriéndote fui creciendo hoja de tu rama rama de tu árbol árbol de tu bosque hoja loca al vaivén de tu tronco elocuente Empinando a la fiebre mi despertar caminé y rodé en tus cumbres y tu sexo brotó dejando su vasta lluvia en mi rezumante tierra nueva.
Fuego sobre el madero
Alfredo Lavergne
En ese mundo sin siesta Muestran Ofrecen Venden Las postales que coleccionan turistas Cerebro Sexo Color Y no saben que si se detienen De noche o de día Los robots Las turbinas Los motores Pueden escucharse los lamentos de los humanos Y el timbre de voz de los inmigrantes.
Impermeable
Hilario Barrero
Facilius in morbos incidunt adolescentes, gravius aegrobant, tristius curantur. De Senectute, Cicerón Del esplendor de entonces nada queda. La nieve ha silenciado el fuego del jardín, las rosas bautizadas por la hermosa mirada del jardinero muerte, convirtieron su esencia al deseo pagano, apóstata la espina de su agua. La casa se reviste de polvo venenoso y la hierba del ocio florece entre la plata: una lengua de ruina lamiendo los retratos. Se acerca a la ventana lentamente y descorre el visillo que tiembla polvoriento, mira el jardín helado y maldice su suerte. Siente un puño de sangre entre sus venas, una rosa de ira entre su pecho, un tiro entre la nuca despejada y cierra la ventana para siempre. De espaldas al jardín la luz es una gasa que le ciega su firma y su palabra abriéndole una deuda con la vida. Tan sucio está de soledad y barro que ya no ve la rosa del verano que sentencia con fúnebre perfume su desahuciado nombre en la navaja. La azada de su sexo ya oxidada no llegará a estrenar la primavera.
Jardín
Vicente Aleixandre
(MUERTE Y RECONOCIMIENTO) La soledad, en que hemos abierto los ojos. La soledad en que una mañana nos hemos despertado, caídos, derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos. Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén y, revuelto con la tierra súbita, se levanta y casi no puede reconocerse. Y se mira y se sacude y ve alzarse la nube de polvo que él no es, y ve aparecer sus miembros, y se palpa: «Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo, y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza»; y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado, y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus pies y él emerge, no sé si dolorido, no sé si brillando, y alza los ojos y el cielo destella con un pesaroso resplandor, y en el borde se sienta y casi siente deseos de llorar. Y nada le duele, pero le duele todo. Y arriba mira el camino, y aquí la hondonada, aquí donde sentado se absorbe y pone la cabeza en las manos; donde nadie le ve, pero un cielo azul apagado parece lejanamente contemplarle. Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado toda la vida como un instante, me miro. Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida? ¿Me preguntaré así cuando en el fin me conozca, cuando me reconozca y despierte, recién levantado de la tierra, y me tiente, y sentado en la hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar? No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida ha cesado. No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir. No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía misma, hubiera al fin de expulsar. No: alma más bien en que todo yo he vivido, alma por la que me fue la vida posible y desde la que también alzaré mis ojos finales cuando con estos mismos ojos que son los tuyos, con los que mi alma contigo todo lo mira, contemple con tus pupilas, con las solas pupilas que siento bajo los párpados, en el fin el cielo piadosamente brillar.
Mirada final
Garcilaso de la Vega
Ilustre honor del nombre de Cardona, décima moradora del Parnaso, a Tansillo, a Minturno, al culto Taso sujeto noble de inmortal corona; si en medio del camino no abandona la fuerza y el espirtu a vuestro Laso, por vos me llevará mi osado paso a la cumbre difícil de Helicona. Podré llevar entonces, sin trabajo, con dulce son que el curso al agua enfrena, por un camino hasta agora enjuto, el patrio celebrado y rico Tajo, que del valor de su luciente arena a vuestro nombre pague el gran tributo.
Soneto xxiv
Pablo Neruda
ESTA vez dejadme ser feliz, nada ha pasado a nadie, no estoy en parte alguna, sucede solamente que soy feliz por los cuatro costados del corazón, andando, durmiendo o escribiendo. Qué voy a hacerle, soy feliz. Soy más innumerable que el pasto en las praderas, siento la piel como un árbol rugoso y el agua abajo, los pájaros arriba, el mar como un anillo en mi cintura, hecha de pan y piedra la tierra el aire canta como una guitarra. Tú a mi lado en la arena eres arena, tú cantas y eres canto, el mundo es hoy mi alma, canto y arena, el mundo es hoy tu boca, dejadme en tu boca y en la arena ser feliz, ser feliz porque si, porque respiro y porque tú respiras, ser feliz porque toco tu rodilla y es como si tocara la piel azul del cielo y su frescura. Hoy dejadme a mí solo ser feliz, con todos o sin todos, ser feliz con el pasto y la arena, ser feliz con el aire y la tierra, ser feliz, contigo, con tu boca, ser feliz.
Oda al día feliz
Fa Claes
Sé que en el fondo debo cantar, debería vitorear: el avellano está brotando, el cerezo florece, y el melocotonero y el ciruelo; la primavera llega, temprana e impetuosa, todo florece a un tiempo. Todo florece y brilla el sol. Alarmado lo veo. Tanto esfuerzo gatea por mis pensamientos y mi esperanza. Bajo el esfuerzo se refugia la tristeza. De pronto somos la vieja generación, setenta y más. No me abandona la idea de que hayan pasado ya. ¿Han pasado? Por excepcional que sea, la duda que de otra suerte te mina viene a consolarte. Todavía no ha pasado. Aún el sol brilla, veo el avellano con hojas, el cerezo en flor. ¿Pasado? Todavía no, vivo aún con tristeza. ¿Piensas? Vivo bastante a menudo con gusto. Lo que es una lástima, me canso rápidamente y puedo soportar más sol en mi frío cuerpo. Arrugas y espaldas encorvadas de los otros no son consuelo. Y dime ahora, ¿de dónde saco mi gozo entonces? La verdadera alegría se encuentra en la estructuración del pensamiento. Eres estructura de células hechas de miles de millones de partículas, las mismas que el avellano, y el cerezo y el sol. Así son las cosas. Lo demás es cantar. Lo demás es luz.
Inestable
Lope de Vega
Ya vengo con el voto y la cadena, desengaño santísimo, a tu casa, porque de la mayor coluna y basa cuelgue de horror y de escarmiento llena. Aquí la vela y la rompida entena pondrá mi amor que el mar del mundo pasa, y no con alma ingrata y mano escasa, la nueva imagen de mi antigua pena. Pero aguárdame un poco, desengaño, que se me olvidan en la rota nave ciertos papeles, prendas y despojos. Mas no me aguardes, que serás engaño, que si Lucinda a lo que vuelvo sabe, tendráme un siglo con sus dulces ojos.
Ya vengo con el voto y la cadena
Nimia Vicéns
Un puerquito rubio estaba muy triste, echado en la esquina de un sucio corral. Estaba muy triste, y su sueño era que alguna mañana le nacieran alas de cristal... El puerquito rubio no tuvo la culpa de que lo dejaran sin poder volar. Cuando repartieron aves para el aire, peces para el mar y conchas de nácar para el arenal, al puerquito rubio tocó el lodazal. Cuando quieres trinos el puerquito rubio tiene que hozar; y cuando se oye su pru-pru tan trsite, el sueña que canta sobre el lodazal. No le dieron nombre para la poesía; su nombre el poeta no mencionaría con las golondrinas, con las mariposas... Nadie le diría: —Puerquito de sueño, puerquito de rosas, eres de cristal. Esta mañanita, porque yo le canto su sueño tan lindo de querer volar, el puerquito rubio todo enfangadito se ha echado a llorar. —Puerquito, no llores, si tú eres de sueño, si tú eres de rosas, eres de cristal. !Que hermoso milagro hace mi cantar! El puerquito alegre se ha puesto a jugar en la triste esquina del sucio corral: hoza asombradito estrellas de agua sobre el lodazal. !Sobre su lomito parece que nacen, parece que brillan alas de cristal! !Que hermoso milagro en el lodazal!...
Sueño del puerquito rubio
Teresa Palazzo Conti
A veces vivo un poco, y ostento la evidencia como un coleccionista. Algún trofeo rutila en las escarchas de mi nombre y emerge la que era en el engaño del verbo flagelado. Mi intemperie descansa un instante en el pedestal de hierba de sus ojos, hasta volver, crucificada, a la oración unitaria de la casa.
La mentira
Juan de Arguijo
Yo vi del rojo sol la luz serena turbarse, y que en un punto desaparece su alegre faz, y en torno se oscurece el cielo, con tiniebla de horror llena. El Austro proceloso airado suena, crece su furia, y la tormenta crece, y en los hombros de Atlante se estremece el alto Olimpo, y con espanto truena; Mas luego vi romperse el negro velo deshecho en agua, y a su luz primera restituirse alegre el claro día, Y de nuevo esplendor ornado el cielo miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera igual mudanza a la fortuna mía?
A la mudanza de la fortuna
Leopoldo María Panero
A mi tía Margot Se diría que está aún en la balaustra del balcón mirando a nadie, llorando, Se diría que eres aún visto como siempre que eres aún en la tierra un niño difunto. Se diría, se arriesga el poema por alguien como un disparo de pistola, en la noche, en la noche sembrada de ojos desiertos, los ojos solos de monstruos. Todos nosotros somos niños muertos, clavados en la balaustra como por encanto, como sólo saben esperar los muertos. Se diría que has muerto y eres alguien por fin, un retrato en la pared de los muertos, un retrato de cumpleaños con velas para los muertos. Pero a nadie le importan los niños, los muertos, a nadie los niños que viajan solos por el país de los muertos, y para qué, te dices, abrir los ojos al país de los ciegos, abrir los ojos hoy, mañana, para siempre. Era mejor Oeste, tierras vírgenes, héroes en los ojos de un cine desesperado, y los dioses que matan a los hombres feroces, los dioses más feroces que los hombres los dioses crueles de la infancia, los dioses de la inocente crueldad, pensabas que se alimentan de ciegos y de quienes mendigan su ser en una picaresca sórdida, si hombres hay, homicida. Pero aventura no hay, lo sabes, más que por alguien, para alguien, como un poema, como el riesgo de un vuelo en el aire sin tránsito. Y es por ello por lo que no hay infancia en el país desierto. Por ello también por lo que nadie podría jamás sospechar que conservas esa belleza demente de la infancia, ese furor contra lo útil de tu cuerpo, y esa mudez en los ojos, esa belleza sólo vendible al cielo del suicidio, sólo a esos ojos: esa existencia. Pero la vida sigue como el puente de Eliot, como un puente de muertos o un flujo de sombras que se cogen de la mano ciega en el lodo para saber que están muertos y viven. Esa vida de la que hablan en el infierno, entre sí los muertos, los alucinados, los absurdos, los orgullosos sonámbulos disputando con sangre una certeza alucinante; es un fuerte dios pardo. Una basta tragedia que hacen por navidades, los viejecitos, los difuntos, con personas de olvido, con máscaras y ritos de otros tiempos, rótulos de neón y fuegos fatuos: así obra desde entonces, desde entonces, esa raza misteriosa que pasa a tu lado sin mirarte o mirarse, desde entonces, desde el día primero en que te asomaste con pánico a su delirio. Desde que viven, quizá, desde que no hay tiempo sino destino y trazo de vida invulnerable a la decisión de una mirada fuerte. Quien es visto o quien cae en ese río sordo es lo mismo, es un muerto que se levanta día tras día para mendigar la mirada. Porque todos llevamos dentro un niño muerto, llorando, que espera también esta mañana, esta tarde como siempre festejar con los Otros, los invisibles, los lejanos algún día por fin su cumpleaños.
Pavane pour un enfant défunt
Luciano Castañón
Calles, callejuelas tristes en las que todo es vereda. Encuentras la que no buscas y buscas la que no encuentras. Entra, tú, mira qué nombres: Tránsito de las Ballenas, Virgen de la Soledad, el Callejón de las Fieras. Si los quieres religiosos hay Las Cruces y el Rosario; belicoso: Artillería; la Corrada es asturiano. Calles trazadas por un delineante loco que tras reír su locura innominado se fue. Sube, baja, tuerce el pie no hay iguales ni dos losas ni dos casas. Con las nasas no se cazan mariposas. Callejuelas, callejones de Cimadevilla, que atenazáis corazones.
Calles
Delfina Acosta
Nos íbamos a casar. Teníamos los anillos. La fecha fijada en Pascuas, y por supuesto, padrinos. Fue tras la misa del gallo cuando a una cita nos fuimos. Estrellas ya trasnochadas entonces fueron testigos. Señor cura, nos queremos como mujer y marido. Señor juez, habrá una boda dentro de cuatro domingos. Cuánto gira la veleta cuando el viento no es el mismo. Él guiñó el ojo a mi hermana, y yo a su mejor amigo. Se rompió como un espejo maléfico el compromiso, y un as de espadas llevó la carta de mi destino. Después del último beso al pie de un cielo sombrío, se puso triste la tarde, más triste por ser domingo. La plaza extendía sombra y daba el reloj las cinco. Le devolví las alhajas, el chal y los abanicos, pero no le devolví porque me daba lo mismo, las veinte cartas de amor quemadas con el olvido. La luna impar se dibuja en cielo de doble filo. Tirita buscando a ratos mantón que le dé cobijo. Las seis. Suenan las campanas del ángelus vespertino, y el pueblo se va de fiesta al escuchar sus tañidos. Nos íbamos a casar a la luz llena de cirios. Yo, con un traje muy largo. Él, con pañuelo de lino. Yo, con ajuar de mi madre. Él, de uniforme marino. Se rompió como un espejo maléfico el compromiso, y ajuar y traje rasgué, haciendo de él tres vestidos.
La veleta del pueblo
Pablo Neruda
ANDUVE, San Martín, tanto y de sitio en sitio que descarté tu traje, tus espuelas, sabía que alguna vez, andando en los caminos hechos para volver, en los finales de cordillera, en la pureza de la intemperie que de ti heredarnos, nos íbamos a ver de un día a otro. Cuesta diferenciar entre los nudos de ceibo, entre raíces, entre senderos señalar tu rostro, entre los pájaros distinguir tu mirada, encontrar en el aire tu existencia. Eres la tierra que nos diste, un ramo de cedrón que golpea con su aroma, que no sabemos dónde está, de dónde llega su olor de patria a las praderas. Te galopamos, San Martín, salimos amaneciendo a recorrer tu cuerpo, respiramos hectáreas de tu sombra, hacemos fuego sobre tu estatura. Eres extenso entre todos los héroes. Otros fueron de mesa en mesa, de encrucijada en torbellino, tú fuiste construido de confines, y empezamos a ver tu geografía, tu planicie final, tu territorio. Mientras mayor el tiempo disemina como agua eterna los terrones del rencor, los afilados hallazgos de la hoguera, más terreno comprendes, más semillas de tu tranquilidad pueblan los cerros, más extensión das a la primavera. El hombre que construye es luego el humo de lo que construyó, nadie renace de su propio brasero consumido: de su disminución hizo existencia, cayó cuando no tuvo más que polvo. Tu abarcaste en la muerte más espacio. Tu muerte fue un silencio de granero. Pasó la vida tuya, y otras vidas, se abrieron puertas, se elevaron muros y la espiga salió a ser derramada. San Martín, otros capitanes fulguran más que tú, llevan bordados sus pámpanos de sal fosforescentes, otros hablan aún como cascadas, pero no hay uno como tú, vestido de tierra y soledad, de nieve y trébol. Te encontramos al retornar del río, te saludamos en la forma agraria de la Tucumania florida, y en los caminos, a caballo te cruzamos corriendo y levantando tu vestidura, padre polvoriento. Hoy el sol y la luna, el viento grande maduran tu linaje, tu sencilla composición: tu verdad era verdad de tierra, arenoso amasijo, estable como el pan, lámina fresca de greda y cereales, pampa pura. Y así eres hasta hoy, luna y galope, estación de soldados, intemperie, por donde vamos otra vez guerreando, caminando entre pueblos y llanuras, estableciendo tu verdad terrestre, esparciendo tu germen espacioso, aventando las páginas del trigo. Así sea, y que no nos acompañe la paz hasta que entremos después de los combates, a tu cuerpo y duerma la medida que tuvimos en tu extensión de paz germinadora.
San martín (1810)
Salvador Rueda
Deteniendo severo magistrado su pie ante las canéforas preciosas, mira en sus caras de puprpúreas rosas el pudor por carmines dibujado. El temblador ropaje replegado les da esbeltez de vírgenes graciosas y llevan en las manos primorosas ricas bandejas de oro cincelado. Sobre el metal que espejeando brilla, del sacrificio llevan la cuchilla que al magistrado, cándidas, ofrecen. Y le bridan también trigo flamante, que en las caneas de oro rutilante rubios granizos con el Sol parecen.
Las canéforas
Juan Ramón Jiménez
Señor, matadme, si queréis. (Pero, señor, ¡no me matéis!) Señor dios, por el sol sonoro, por la mariposa de oro, por la rosa con el lucero, los corretines del sendero, por el pecho del ruiseñor, por los naranjales en flor, por la perlería del río, por el lento pinar umbrío, por los recientes labios rojos de ella y por sus grandes ojos... ¡Señor, Señor, no me matéis! (...Pero matadme, si queréis)
A dios en primavera
Lope de Vega
A ti la lira, a ti de Delfo y Delo, Juana, la voz, los versos y la fama, que mientras más tu hielo me desama, más arde Amor en su inmortal desvelo. Crióme ardiente salamandra el cielo, como sirena a ti, menos la escama, para ser mariposa no eres llama, fuerza será mariposear en hielo. Mi amor es fuego, elementar segundo, de Scitia tu desdén los hielos bebe; tal imposible a mi esperanza fundo. Pues a decir que fuéramos se atreve (cuando no los hubiere en todo el mundo) yo Amor, Juana desdén, su pecho nieve.
Dedicatoria de la lira
Jorge Luis Borges
Un hombre trabajado por el tiempo, un hombre que ni siquiera espera la muerte (las pruebas de la muerte son estadísticas y nadie hay que no corra el albur de ser el primer inmortal), un hombre que ha aprendido a agradecer las modestas limosnas de los días: el sueño, la rutina, el sabor del agua, una no sospechada etimología, un verso latino o sajón, la memoria de una mujer que lo ha abandonado hace ya tantos años que hoy puede recordarla sin amargura, un hombre que no ignora que el presente ya es el porvenir y el olvido, un hombre que ha sido desleal y con el que fueron desleales, puede sentir de pronto, al cruzar la calle, una misteriosa felicidad que no viene del lado de la esperanza sino de una antigua inocencia, de su propia raíz o de un dios disperso. Sabe que no debe mirarla de cerca, porque hay razones más terribles que tigres que le demostrarán su obligación de ser un desdichado, pero humildemente recibe esa felicidad, esa ráfaga. Quizá en la muerte para siempre seremos, cuando el polvo sea polvo, esa indescifrable raíz, de la cual para siempre crecerá, ecuánime o atroz, nuestro solitario cielo o infierno.
Alguien
Ramón López Velarde
A Francisco González León Fuensanta, dulce amiga, blanca y leve mujer, dueña ideal de mi primer suspiro y mis copiosas lágrimas de ayer; enlutada que un día de entusiasmo soñé condecorar, prendiendo, en la alborada de las nupcias, en el gro mobiliario de tu pecho una fecunda rama de azahar; dime: ¿es verdad que ha muerto mi quimera, y el idólatra de tu palidez no volverá a soñar con el milagro de la diáfana rosa de tu tez? (Así interrogo en la profunda noche mientras las nubes van cual pesadillas lóbregas, y gimen, a distancia, unos huérfanos sin pan). De las cercanas torres bajo el fúnebre son de un toque de difuntos, y Fuensanta clama en un gesto de desolación: «¿No escuchas las esquilas agoreras? »¡Tocan a muerto por nuestra ilusión! Me duele ser crüel y quitar de tus labios la última gota de la vieja miel. »Mas el cadáver del amor con alas con que en horas de infancia me quisiste, yo lo he de estrechar contra mi pecho fiel, y en una urna presidirá los lutos de mi hogar». (Hemos callado porque nuestras almas están bien enclavadas en su cruz. Me despido... Ella guía, llevando, en un trasunto de Evangelio, en las frágiles manos una luz. Pero apenas llegados al umbral —suspiro de alma en pena o soplo del Espíritu del mal—, un golpe de aire mata la bujía... Aúlla un perro en la calma sepulcral). Fue así como Fuensanta y el idólatra nos dijimos adiós en las tinieblas de la noche fatal...
El adiós
Delfina Acosta
Los goznes de los versos han cedido al golpe de tu puño en carne viva. “No debe ser así; la rosa enferma, la ronca voz de la melancolía primero están”, dijeron los poetas de ayer que cabalgaban tras la brisa, y condenaron luego tus palabras a las que dieron fuego por malditas. Y yo no sé . El hecho es que me gusta el guiño siempre azul de la poesía de los antiguos vates y también la lengua vivaracha de tu rima. ¿Qué puedo yo decirte? Sé tan sólo que recogiste el mundo en la medida de un verso que unas veces fue un escándalo y a ratos una vieja maravilla. Neruda, porque fuiste de tu pueblo, y te llevaste a cuestas infinitas, pesadas cargas de sudor ajeno en los barrosos muelles o en las minas, nos queda de tu canto aquel trabajo del hombre y su mirada sorprendida a un metro de distancia de su cielo buscando diariamente una alegría.
Los goznes de los versos...
Mario Benedetti
Si a uno le dan palos de ciego la única respuesta eficaz es dar palos de vidente.
Contraofensiva
Pedro Miguel Lamet
De la boca asombrosa de la nada, que era el eco de un Alguien en busca de su espejo había estallado el mundo como un cuadro. Ni pincel ni color. Algodones de nubes poblaron el azul y un perfil encrestado de montañas se alzaba sin un nombre, una voz, un destino, la entrañable mirada que los llegara a ser definitivamente. Las frutas aliviaban el verde de los árboles rezumándose inútiles en espera de labios, y el mar, desde las rocas a nadie había amado aún. Dios silbaba en las ramas de los chopos arias de solitario y reía, escurriendo silencios, en el nadar incierto de los peces. 0 era un trino de pájaros no oídos o sorpresa ausentada de la nieve, o brisa juguetona por los pétalos que nunca nadie olió como a perfume. Todo el mundo era un huérfano carente de palabra. Huían los caminos sin sentirse caminos. Soñaba la madera con transformarse en silla, en porche, en la mesa redonda con un jarro de flores que mira a la ventana, o en el arca con sombra por cobijar al lino, que aún pendía, añorando el calor de una piel, del frágil ser del tallo. Era el mundo un edén sin el temblor de un dueño, un bosque sin pisadas, el hueco de un vacío sin tan siquiera el verbo soledad, brillante alumbramiento para nadie. El Creador se asomaba acodado en el marco y, después de un suspiro, se decía: «Es hermoso el retrato, mas le falta el brillo de los ojos». Caía todo el ser en búsqueda del tiempo. Moría en sí el espacio perdido en el deseo de alcanzar su conciencia. « ¡Qué sola -dijo Dios es la pura belleza! » «Vengamos de algún modo a gozar de la sombra de los robles en las tardes de sol y a dejar, con el paso, una forma de huella en la arena mojada de las playas; a engendrar con las piedras los hogares y a poblar a la noche de canciones. Que el jilguero se adorne con la risa y el haya se haga cuna y la rosa, recuerdo de la ausencia. Inclinose el Creador, miró su Ser copiándose en la paz de las aguas. Cogió en su mano tierra y sopló hacia aquel mundo sus sueños infinitos. Cuando Adán despertó, un azul transparente vibró en la savia oculta de las cosas. Ascendió a la montaña, se deslizó en la ola y en el nervio secreto de los árboles. Un pedazo de El se paseaba nombrando al universo. Había amanecido. «Ya tenemos espejo», exclamó el Hacedor sentado en su tertulia trinitaria. «Que sepa el hombre ahora del gozo de mirarse prolongado.» Y tomando su forma, dejó surgir lo otro a la medida misma de su sueño. «Serás como la loma redondamente tibia o la orilla de mar y el pecho reluciente de paloma. Serás ella, para que Adán se abra al abismo del tú, su mitad mejorada y sepa al contemplar sus ausencias.» Eva abrió las pestañas igual que la obertura de una gran sinfonía. Y Adán supo que el mar, la lluvia entre la hierba y el rugido del viento, tendrían para siempre un deje de infinito. Besó una mano a Eva rompiendo con su beso el límite sabido de las cosas. «Ya sé, Señor, que soy.» En el umbral ardiente de su abrazo sembraba ya su herencia, el mundo iluminado. Una sombra le urgía: «Ve a poseerlo.» Y otra íntima voz: «Sé solo, sé, y contémplalo.»
De la boca asombrosa de la nada
Luciano Castañón
«Huele a salitre». Estas ellas y estos ellos también son personas, pero con sumisión, sexo, harapos y edad indefinible. Escasas de dinero y con más indigencia que descanso, trasladan los peces muertos —caja o cesto o balde de la cabeza en lo cimero— desde la Rula a las bodegas que pueblan las estrechas —y muy redondamente deshuesadas— calles del barrio. «Huele a salitre». Esas sí que son personas, tienen su despectivo apodo: focas. Focas de rostro burilado por el menesteroso oficio, rostro que raramente ríe la tristeza de su enfado. Ríen no obstante sus bolsos al son y peso metálico de las piececillas que justifican sus viajes grávidos. —Toma y daca—, en la bodega es el cambio. Cuando las focas regresan —de vacío e ilusionadas— las chapas rózanse con peso cálido. «Huele a salitre»: es la saya, el pantalón, la palma de la mano, el zueco y la alpargata; es el brillo de la escama y el hilillo salitroso que por la cara resbala. Su oficio: —vaivén de focas— ¿quién se lo compra?
Huele a salitre
Roque Dalton
Yo escribí de los muertos sin saber de sus rudas zarabandas nocturnas… Fue cuando murió mi primer hijo y mi novia murió a su manera y mi madre se quedó sin morir pero no importa porque ya había barrido gritando de sus ojos la luz… Sin invitación sin desnudez apropiada sin miedo justo a mi medida llegué hasta sus territorios terribles con el cabello roto y el hambre vocinglera: Reñían horriblemente, como hermanos. Sus uñas de aire rasgaban sus mejillas y sus pechos de aire y su furia caía sobre los hombros de mis ojos como si la batalla solamente sirviera para insultarme por vivir… De entre todos ellos Oolgue hacía brillar como una luna su ancha ferocidad que merecía el respaldo del mármol o de la peor espina. Golpeaba a los demás y a mi miedo con más crueldad que un niño, como si desde el principio del tiempo hubiese recibido sin quererlo la espantosa encomienda de vengar a Dios. Oh, amigos, es duro ver matando a los que descansan en paz, es más grave que quedarse solo sabiendo que uno no sirve ni para que lo maten! Holgué me dejó escapar aquella noche porque era evidente en mi temblor de manos el odio por la vida. Desde el más allá de la muerte sus tenues camaradas me miraron partir con un desprecio inmenso absolutamente avergonzado de mi respiración…
Muertos
Ricardo Molinari
Cantar. Cante al dichoso día el viento y a la mañana, el sol llene de luces; la pintada ala cante acompañando. La flor repose sobre la hoja. Atento quedará el jardín. Solo. —Tú conduces, hermoso viento, un crespo mar, cantando.— A la luz clara empiece el hilo sordo a tejer su ordenado mundo. Agua ausente. —El laurel a su favor vuelva. Si olvidos tuvo, hoy el tordo sobre sus ramos canta. Volador obscuro. Manso pico. (En la fragua del día luce alegre. La callada infancia del clavel lo mira.) Nada lo distrae. Cantar, dichoso día. Espacio. Cielo nuevo. El derramado río a la onda encuentre, solo. Huerto fresco. (Pimpollo dulce. Tú gobiernas una provincia de agua y un poblado país. ¡Qué feliz eres! El desierto duerme en tus ojos. Hojas tiernas.) Al jubiloso día cante el viento; la desatada trompa en esperanzas sueñe: batalla hermosa. Soberano cielo. De amores siempre esté contento el pecho; el libre corazón en danzas goce, inconstante. Soledad. En vano ya no se muere, en la tierra dura. Laurel, callado vínculo, cintura de hojas; riberas. Encendido canto. 5 Ocioso canto. Cantar al día, que tiene nubes y soles y el ulular del aire entero. —Hoy subes a mí, canto, y soy dichoso porque me alejas de la muerte íntima. Sí. Silencioso y puro. Alegre suerte. El navío brazo busque un golfo claro. Ofrecido sueño, siempre. —No lo ofusque lo ausente, espere herido. El mar, el soñado mar entre ondas, fértil. Esperar ¡Espérame golfo frío!... Sosegada luz. Ocioso canto. La hoja sobre la hoja qué feliz, y el victorioso clavel, tierno. —El día moja su sombra en el mar. El mar que entre ondas y peces nace. Eterno prado. Mirar una flor, qué hermoso. Trace mi soledad una bella sombra. Sola. Transparente. Qué importa el día. La estrella ve el mundo, río luciente, sin apetecerlo. —Al mío vuelva yo siempre. Navío entre piedras. Soledad...
Panegírico
Miguel Florián
Retrocedemos por los caminos harapientos de la sombra, galopamos por los acantilados de la miseria, ansiamos polvo, áspero polvo, y dichosos caemos hacia la masa informe de los gérmenes. Ansiamos raíces, nosotros, los aéreos. Amamos polvo, oscuro, untoso polvo, el osario donde se tienden los nombres, lava gris de la hojarasca redimida, hacia el sueño retrocedemos con nuestros cabellos enredados en muérdagos. De nada sirve que la luz nos envuelva con su manto espectral, volvemos hacia atrás, buscamos la caída a lo ignorado, necesitados de lo informe, avarientos de vértigos. Nada anuncian las flores del almendro, intactas y rojizas después de la nevada, ni el seno abierto de la mujer como un ave indefensa. Añoramos cada estallido de la herrumbre, cada cicatriz sobre el tronco del roble, los cascos del caballo sobre el légamo cuando dispersan el tiempo, el sueño que es olvido, y esa madre auríspice que gime desde sus vísceras abiertas y nos llama a su sangre, a lo innombrable.
Pietà
Pablo Neruda
Yo toco el odio como pecho diurno, yo sin cesar, de ropa en ropa vengo durmiendo lejos. No soy, no sirvo, no conozco a nadie, no tengo armas de mar ni de madera, no vivo en esta casa. De noche y agua está mi boca llena. La duradera luna determina lo que no tengo. Lo que tengo está en medio de las olas. Un rayo de agua, un día para mí: un fondo férreo. No hay contramar, no hay escudo, no hay traje, no hay especial solución insondable, ni párpado vicioso. Vivo de pronto y otras veces sigo. Toco de pronto un rostro y me asesina. No tengo tiempo. No me busquéis entonces descorriendo el habitual hilo salvaje o la sangrienta enredadera. No me llaméis: mi ocupación es ésa. No preguntéis mi nombre ni mi estado. Dejadme en medio de mi propia luna, en mi terreno herido.
Vals
Garcilaso de la Vega
Si quejas y lamentos pueden tanto, que enfrenaron el curso de los ríos, y en los diversos montes y sombríos los árboles movieron con su canto; si convertieron a escuchar su llanto los fieros tigres, y peñascos fríos; si, en fin, con menos casos que los míos bajaron a los reinos del espanto, ¿por qué no ablandará mi trabajosa vida, en miseria y lágrimas pasada, un corazón conmigo endurecido? Con más piedad debría ser escuchada la voz del que se llora por perdido que la del que perdió y llora otra cosa.
Soneto xv
Mario Benedetti
Ahora sí que es de noche y tenebrosa te acordás cuando el bando reclamaba una sola confianza por ambiente y de pocas bujías el apagón es grande y extendido ahora sí que es de noche y de noche todas las leyes son pardas la libertad está como boca de lobo la justicia no se ve ni las manos el apagón es grande y extendido prestame tu luciérnaga de pueblo su latido sin sombra su foco inagotable mirá si estamos todos como perros guardianes y después apagala apagala y después pensemos o rumiemos o soñemos con los ojos bien abiertos hasta que llegue inexorable el día.
Oda al apagón
Ramón López Velarde
(A Eduardo J. Correa) Tenías un rebozo en que lo blanco iba sobre lo gris con gentileza para hacer a los ojos que te amaban un festejo de nieve en la maleza. Del rebozo en la seda me anegaba con fe, como en un golfo intenso y puro, a oler abiertas rosas del presente y herméticos botones del futuro. (En abono de mi sinceridad séame permitido un alegato: entonces era yo seminarista sin Baudelaire, sin rima y sin olfato). ¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo de maleza y de nieve, en cuya seda me adormí, aspirando la quintaesencia de tu espalda leve?
Tenías un rebozo de seda
Ángeles Carbajal
En la calle tomada por el frío y por los compradores de regalos cruzamos unas palabras que me recuerdan días de paciencia y desventura. Una fotografía de entonces tiene un fondo de árboles incandescentes y una flor de humo deshaciéndose en el aire. Tal vez no sabían a nada aquellas navidades y sin embargo algo de ellas se adhiere aún a los labios parecido al sabor del desamparo. Recuerdo ahora las aceras plateadas alargando las noches como se alarga una espera; nunca nos sentimos tan solos, ni tan juntos.
Viejos amigos
Anna Ajmátova
Cuando en la noche oscura espero su llegada, se me antoja que todo pende de un hilo. ¿Qué valen los honores, la libertad incluso, cuando ella acude presta y toca el caramillo? Mira, ¡ahí viene! Ella se echa a un lado el velo y se me queda mirando larga y fijamente. Yo digo: "¿Has sido tú la que le dictó a Dante las páginas sobre el infierno?" Y ella responde: "Yo soy aquella."
La musa
Jorge Teillier
Sentados frente al fuego que envejece miro su rostro sin decir palabra. Miro el jarro de greda donde aún queda vino, miro nuestras sombras movidas por las llamas. Esta es la misma estación que descubrimos juntos, a pesar de su rostro frente al fuego, y de nuestras sombras movidas por las llamas. Quizás si yo pudiera encontrar una palabra. Esta es la misma estación que descubrimos juntos: aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia. Pero nuestras sombras movidas por las llamas viven más que nosotros. Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos. —Yo llenaba esas manos de cerezas, esas manos llenaban mi vaso de vino—. Ella mira el fuego que envejece.
Sentados frente al fuego
Pablo Neruda
NUEVOS puentes de Praga, habéis nacido en la vieja ciudad, rosa y ceniza, para que el hombre nuevo pase el río. Mil años gastaron los ojos de los dioses de piedra que desde el viejo Puente Carlos han visto ir y venir y no volver las viejas vidas, desde Malá Strana los pies que hacia Moravia se dirigieron, los pesados pies del tiempo, los pies del viejo cementerio judío bajo veinte capas de tiempo y polvo pasaron y bailaron sobre el puente, mientras las aguas color de humo corrían del pasado, hacia la piedra. Moldava, poco a poco te ibas haciendo estatua, estatua gris de un río que moría con su vieja corona de hierro en la frente, pero de pronto el viento de la historia sacude tus pies y tus rodillas, y cantas, rio, y bailas, y caminas con una nueva vida. Las usinas trabajan de otro modo. El retrato olvidado del pueblo en las ventanas sonríe saludando, y he aquí ahora los nuevos puentes: la claridad los llena, su rectitud invita y dice: "Pueblo, adelante, hacia todos los años que vienen, hacia todas las tierras del trigo, hacia el tesoro negro de la mina repartido entre todos los hombres". Y pasa el río bajo los nuevos puentes cantando con la historia palabras puras que llenarán la tierra. No son pies invasores los que cruzan los nuevos puentes, ni los crueles carros del odio y de la guerra: son pies pequeños de niños, firmes pasos de obrero. Sobre los nuevos puentes pasas, oh primavera, con tu cesta de pan y tu vestido fresco, mientras el hombre, el agua, el viento amanecen cantando.
Los puentes
Marilina Rébora
Preséntase San Goar y suspende la capa en un rayo de sol, al suponerlo un «palo», pues que no advierte cómo desde un cristal escapa, satisfecho, después de encontrar tal regalo. Del haz de luz —entonces— el atavío cuelga, frente al mirar atónito de todo circunstante que conviene en silencio, ya que la duda huelga al ver aquel prodigio que tiene por delante. San Goar nada ve: obediente se inclina ante el Obispo trémulo que se ha quedado mudo y para quien el Santo la información termina. Luego —y mientras testigos lanzan voces a coro— de la percha de luz, toma, con un saludo, la capa que lo envuelve en un halo de oro.
San goar
Ismael Enrique Arciniegas
Una flauta en la montaña... es la flauta del pastor... la luna los campos baña... ¡Vuelve el antiguo dolor! Esa música que viene un recuerdo a despertar, ¡cuán honda tristeza tiene! ¡cómo hace a solas llorar! Cogiendo en el huerto flores una mañana la vi. La misma canción de amores, cogiendo flores, le oí. Tocando, en la noche en calma, su flauta sigue el pastor. Llora el recuerdo en el alma... ¡Volvió el antiguo dolor!
La flauta del pastor
Nicanor Parra
Decidme hijos hay Marx Sí padre: Marx hay Cuántos Marxes hay? Un solo Marx no + Dónde está Marx? En el culo* en la tierra y en todo lugar Aleluya? Aleluya! * dice culo léáse cielo
Cachureo
Luis de Góngora
De pura honestidad templo sagrado, Cuyo bello cimiento y gentil muro De blanco nácar y alabastro duro Fue por divina mano fabricado; Pequeña puerta de coral preciado, Claras lumbreras de mirar seguro, Que a la esmeralda fina el verde puro Habéis para viriles usurpado; Soberbio techo, cuyas cimbrias de oro Al claro sol, en cuanto en torno gira, Ornan de luz, coronan de belleza; Ídolo bello, a quien humilde adoro, Oye piadoso al que por ti suspira, Tus himnos canta, y tus virtudes reza.
De pura honestidad templo sagrado
Hilario Barrero
Es la segunda piel, la anónima fachada, enterrada y bien viva, palpitando, una envoltura frágil que encubre su obediente hidrografía. Sin mar donde llegar se desvía por montes y caminos, se enfrente a Polifemo, ruge, cruza sierras latiendo, se adentra en la memoria de la vena, se serena, se defiende si siente el aguijón, como aceite resbala, como gacela herida se retira. Igual que el mar tropieza, retrocede y está siempre naciendo, a veces, retrasada, asoma su algodón de escandaloso rojo en un delta de meses y recuentos. El cansancio la llena de salitre y en un osario de asombro milagroso coagulada se asfixia al salir a la vida.
Sangre
José Lezama Lima
Sin dientes, pero con dientes como sierra y a la noche no cierra el negro terciopelo que lo entierra entre el clavel y el clavón crujiente. Bailados sueños y las jácaras molientes sacan el vozarrón Santiago de la tierra. Noctámbulo tizón traza en vuelo ardientes elipses en Nápoles donde el agua yerra. Muérdago en semilla hinchado por la brisa risota en el infierno, el tiburón quemado escamas sueltas, tonsura yerto. En el fin de los fines ¿qué es esto? Roto maíz entuerto en el faisán barniza y en la horca se salva encaramado.
Retrato de don francisco de quevedo
Ángel González
Vosotras, piedras violentamente deformadas, rotas por el golpe preciso del cincel, exhibiréis aún durante siglos el último perfil que os dejaron: senos inconmovibles a un suspiro, firmes piernas que desconocen la fatiga, músculos tensos en su esfuerzo inútil, cabelleras que el viento no despeina, ojos abiertos que la luz rechazan. Pero vuestra arrogancia inmóvil, vuestra fría belleza, la desdeñosa fe del inmutable gesto, acabarán un día. El tiempo es más tenaz. La tierra espera por vosotras también. En ella caeréis por vuestro peso, seréis, si no cenizas, ruinas, polvo, y vuestra soñada eternidad será la nada. Hacia la piedra regresaréis piedra, indiferente mineral, hundido escombro, después de haber vivido el duro, ilustre, solemne, victorioso, ecuestre sueño de una gloria erigida a la memoria de algo también disperso en el olvido.
Mensaje a las estatuas
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Suave es la bella como si música y madera, ágata, telas, trigo, duraznos transparentes, hubieran erigido la fugitiva estatua. Hacia la ola dirige su contraria frescura. El mar moja bruñidos pies copiados a la forma recién trabajada en la arena y es ahora su fuego femenino de rosa una sola burbuja que el sol y el mar combaten. Ay, que nada te toque sino la sal del frío! Que ni el amor destruya la primavera intacta. Hermosa, reverbero de la indeleble espuma, deja que tus caderas impongan en el agua una medida nueva de cisne o de nenúfar y navegue tu estatua por el cristal eterno.
Cien sonetos de amor
Santiago Montobbio
Como jamás habíamos pensado que Dios podía ser tan pequeño como para dudar de su propia existencia nos sorprendió encontrarlo con los dientes desnudos en las orillas del frío. Dichosos por saber que lo teníamos dentro, lo tendimos al sol, como si fuera una fiesta.
¿fábula y signo?
Federico García Lorca
Chove en Santiago meu doce amor. Camelia branca do ar brila entebrecida ô sol. Chove en Santiago na noite escura. Herbas de prata e de sono cobren a valeira lúa. Olla a choiva pol-a rúa, laio de pedra e cristal. Olla no vento esvaído soma e cinza do teu mar. Soma e cinza do teu mar Santiago, lonxe do sol. Ãgoa da mañán anterga trema no meu corazón.
Madrigal a cibda de santiago
Miguel de Unamuno
Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que mon destin est de mourir en rêvant. (Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX, «La tranquillité») Morir soñando, sí, mas si se sueña morir, la muerte es sueño; una ventana hacia el vacío; no soñar; nirvana; del tiempo al fin la eternidad se adueña. Vivir el día de hoy bajo la enseña del ayer deshaciéndose en mañana; vivir encadenado a la desgana ¿es acaso vivir? ¿y esto qué enseña? ¿Soñar la muerte no es matar el sueño? ¿Vivir el sueño no es matar la vida? ¿A qué poner en ello tanto empeño?: ¿aprender lo que al punto al fin se olvida escudriñando el implacable ceño -cielo desierto- del eterno Dueño?
Morir soñando
Teresa Domingo Català
Florecemos, aupados por la lumbre, con la inocencia de agua que respira el anónimo olor de los claveles. Nos embrujan las plantas y los pájaros, el desuello, las flores invernales, como una cantinela abovedada que resurge del polvo de los días. La noche es una estrella sin raíces que ampara el canto triste de las horas en las que se suceden ansia y espejo. Es la naturaleza de la noche escuchar el silencio de los búhos, atesorar el llanto del murciélago.
Las flores
Luciano Castañón
Mujeres no tan viejas como la erosión inmemorial de tus sillares, Colegiata vieja; mas sí tanto como las indefectibles viejas acuclilladas en el escalón de tu siempre ¿por qué? cerrada puerta. Fuman a veces como fieras, dando viabilidad de huída al humo su sumida desdentadura —por la forzada desdentadura de sus faltriqueras—. Agudo es el ángulo de sus rodillas porque no estiran las piernas. También su brazo se geometriza doblando el codo y la muñeca; está aquél muy al sur de la mano que, plegada, sostiene el serio sur de la cal Pueden escupir chanzas, y la ofensiva gracia, pero, eso sí, siempre latirá en las viejas la pesadumbre abisal de su pobreza. «Quiero y no puedo». (Parece que sólo pueden las que por dinero tienen ganado el cielo. Y a veces pasan cerca.)
Viejas y colegiata
Felipe Benítez Reyes
El viento golpea la puerta del cuarto siempre cerrado. El viento llama a la puerta. El viento quiere abrir la puerta en que detiene su camino ese caballo blanco con ojos de cristal. El viento araña la puerta con su garra de dragón errabundo. Los sioux y comanches van tensando sus arcos. La paloma mecánica mueve sus alas frías. Pero el viento derriba al fin la puerta. Y deja ver la habitación de sombra y amargura.
Infancia
Antonio Machado
¡Ah, cuando yo era niño soñaba con los héroes de la Ilíada! Áyax era más fuerte que Diomedes, Héctor, más fuerte que Ayax, y Aquiles el más fuerte; porque era el más fuerte...¡Inocencias de la infancia! ¡Ah, cuando yo era niño soñaba con los héroes de la Ilíada!
Proverbios y cantares xviii
Juan Ramón Mansilla
Y no tendrá dominio la muerte Dylan Thomas No sé si este poema es el que tú necesitas, si sus sonidos dicen más que sus silencios. Tómalos como abrigo de lana, como plato caliente. Si no en ti, en alguna parte de ti habrán de sonar, aunque yo no sepa guiarlos. ¿Quién puede, con palabras, guiar una voz cuando el decir y el sonar no son idénticos? Ahora pienso en ti. Es bondadoso este evocar venido con el frío como el mejor regalo. ¿Pensarás tú en mí? ¿En qué porción del espacio se unirán los recuerdos? Debe de existir algo sagrado si este pensar te trae y me lleva. Un dios manchado con mi misma carne, respirando con tu mismo aliento. Nada es firme, ya sé, los vientos pasan trayendo vientos de otras tierras. También este viento con pájaros que me estrecha contigo como si tuviera miedo. Miedo a nombrar y romper estos días, miedo de que te canses y vayas de pronto, miedo a no saber despedirme y a carecer de antídoto contra el miedo. Ya he dicho demasiadas veces adiós y todas esas veces he muerto un poco. No me digas adiós, quédate siempre, y no tendrá dominio la muerte. En la hora suprema sabremos por fin lo que el tiempo ha hecho de nosotros.
Fugaz
Mario Benedetti
Todo campo es el nuestro por ejemplo está éste verde dispuesto verde los surcos y los surcos las nubes con sus gordas pantorrillas de lluvia está tambien el otro campo de pronto abismo recién nacidos muertos sin haberse atrevido a estrenar sus pavores está el amor de siempre el corazón del tacto la noche de la piel los poros y los poros y la gloria y el beso está la llamarada la hoguera de la piel el cuerpo brasa infame el hombre que no sabe por qué lo incendia el hombre verde dispuesto verde campo de pronto abismo los surcos y los surcos las nubes con sus gordas pantorrillas de lluvia recién nacidos muertos sin haberse atrevido a estrenar sus pavores está el amor de siempre está la llamarada el corazón del tacto la hoguera de la piel la noche de la piel el cuerpo brasa infame los poros y los poros y el hombre que no sabe y la gloria y el beso por qué lo incendia el hombre desde un sitio cualquiera montaña o selva o sótano hay alguien que hace señas agitando su vida todo campo es el nuestro
Señas del che
Luis Cernuda
Te hubiera dado el mundo, muchacho que surgiste al caer de la luz por tu Conquero, tras la colina ocre, entre pinos antiguos de perenne alegría. Eras emanación del mar cercano? Eras el mar aún más que las aguas henchidas con su aliento, encauzadas en río sobre tu tierra abierta, bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores. Eras el mar aún más tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; eras forma primera, eras fuerza inconsciente de su propia hermosura. Y tus labios, de bisel tan terso, eran la vida misma, como una ardiente flor nutrida con la savia de aquella piel oscura que infiltraba nocturno escalofrío. Si el amor fuera un ala. La incierta hora con nubes desgarradas, el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa, la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, te enviaban a mí, a mi afán ya caído, como verdad tangible. Expresión amorosa de aquel mismo paraje, entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro mundo, eras tú una verdad, sola verdad que busco, mas que verdad de amor, verdad de vida; y olvidando que sombra y pena acechan de continuo esa cúspide virgen de la luz y la dicha, quise por un momento fijar tu curso ineluctable. Creí en ti, muchachillo. Cuando el amor evidente, con el irrefutable sol del mediodía, suspendía mi cuerpo en esa abdicación del hombre ante su dios, un resto de memoria levantaba tu imagen como recuerdo único. Y entonces, con sus luces el violento Atlántico, tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, estaban en mí mismo dichos en tu figura, divina ya para mi afán con ellos, porque nunca he querido dioses crucificados, tristes dioses que insultan esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.
Un muchacho andaluz
Alejandra Pizarnik
Emboscado en mi escritura cantas en mi poema. Rehén de tu dulce voz petrificada en mi memoria. Pájaro asido a su fuga. Aire tatuado por un ausente. Reloj que late conmigo para que nunca despierte.
Tu voz