País
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| Poema
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|
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España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Himno de las heroínas de Caraguatay | 610 | Para matar a Pedro
con Flores y Mitre,
las caraguatanas
trabajan salitre.
Que hagan bloqueos
los macacos tristes,
que las caraguatanas
trabajan salitre.
En guardia la espada
y la lanza en ristre,
que las caraguatanas
trabajan salitre.
Truenen los cañones,
disparen los rifles,
que las caraguatanas
trabajan salitre.
Que nadie se aflija,
viva si la Patria
que las caraguatanas
trabajan salitre.
Que nadie se aflija
viva si la Patria
que las caraguatanas
trabajan salitre.
¡Viva el Mariscal invicto!,
y su ejército invencible,
y mueran los enemigos
de la Alianza Triple. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Información política | 496 | (Chanzas)
¡Esto ya pasa de castaño-obscuro!
El gran público pregunta:
¿Cuándo elige esa junta
El Jefe del Partido, futuro?
Todo se vuelve puras componendas
Y dimes y diretes,
Y creo que al final de estas contiendas,
Triunfarán los Arévalos o los Cañetes.
Que haya paz, sobre todo, es lo que importa,
Porque la vida es corta
Y a todos les conviene
Gozar en dulce paz lo que tienen.
Eso de patriotismo
Me revienta, de veras,
Todos dicen lo mismo
Prometiendo reformas lisonjeras.
Resuelvan de una vez, yo siempre, acato
Al que tiene el poder presidencial:
¿Quieren que sea Emilio el candidato?
Pues que venga Aceval.
Moraben |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | La mujer | 418 | Cuando en el TODO ingente, de lobreguez cubierto,
Sin forma la materia vagaba en confusión,
Y sobre las tinieblas del hondo desconcierto
Movíase el omnímodo espíritu de Dios;
Con un designio excelso de su saber profundo.
Al contemplar aquella confusa inmensidad,
Vio que era necesaria la formación de un mundo
Que fuese de su gloria maravilloso altar,
De aquel abismo, entonces, surgió fecunda y bella,
Con el sublime FIAT, la enorme creación,
Y como en antro oscuro, fulgor de una centella
La luz en el espacio de súbito brilló.
Y para que con gozo y admiración le nombre,
Y sus preceptos santos procure obedecer,
A semejanza suya, formó de barro al hombre
Y dióle por morada los campos del Edén.
Su obra después contempló
Con divina complacencia,
Y su excelsa inteligencia
Que algo faltaba notó.
Todo era hermoso y fecundo,
Lleno de santa armonía,
Y, no obstante, parecía
Que estaba muy triste el mundo.
Entonces en la idea del ser omnipotente,
Apareció una imagen, corona del Edén;
"Que sea" dijo, y luego bellísima, sonriente,
Para animar al mundo, formó a la mujer.
Asunción, Octubre de 1879 |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | La santurrona | 423 | Con actitud sumisa el negro manto
Lleva cubriendo su abatida frente,
Y en sus cruzadas manos permanente
Cuelga el rosario junto al libro santo.
Como anegada en místico quebranto
Muestra su faz con expresión doliente,
Y al templo del Señor va penitente,
Fingiendo horror al mundanal encanto.
Hechicera de tímidas conciencias,
Satélite de padres confesores,
Museos de reliquias e indulgencias,
Pincel de los avérnicos horrores,
Siempre oculta entre santas apariencias…
Ahí la tenéis… La conocéis… Lectores. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | La sibila paraguaya | 417 | En solitaria ruina
donde el recuerdo se encierra
de aquella cruenta guerra
que tanto al dolor inclina,
se oyó una voz peregrina
que con dulcísimo acento,
mezcla de triste lamento
y de profético canto,
gozo infundía y quebranto
en un mismo sentimiento:
—No llores más, Patria mía,
levanta la noble frente
y mira el sol refulgente
de un nuevo y hermoso día.
La densa nube sombría
que un tiempo extendió su velo
de muerte sobre tu suelo
se va fugaz disipando
espacio libre dejando
al resplandor de tu cielo.
Los hechos de alta memoria
que tu gran valor aclama,
los eterniza la fama
en los fastos de la Historia.
Tuya es ¡oh Patria! la gloria
de aquella lucha tremenda
cuando en desigual contienda
el más sublime heroísmo
en aras del patriotismo
te dio su mejor ofrenda.
De luto y sangre cubierto
quedó tu inmenso cariño;
lloró sin padres el niño,
el hogar se vio desierto.
Entonces el hado incierto,
viéndote postrada, inerte,
al azar puso tu suerte
y te anubló de tal modo
que en torno tuyo fue todo
envuelto en sombras de muerte.
Y mientras todo lo acalla
el peso de tanta pena,
dice una voz que resuena
en los campos de batalla:
—Aquí estuvo la muralla
de Curupayty famoso,
donde mostró poderoso
su ardimiento el paraguayo
y envió la gloria un rayo
de su cetro esplendoroso.
Allí Humaitá renombrado
muestra su ruina altiva
como un espectro que aviva
el sufrimiento pasado
Allí el valiente soldado,
de pie sobre la trinchera,
entre la metralla fiera
de su valor hizo alarde,
cayendo muerto más tarde
envuelto con su bandera.
Acullá de Tuyutí
la lucha sangrienta fue,
allí la de Tuyucué,
más allá la de Tayí,
lugar donde al frenesí
alzóse el bélico ardor,
cuando en un leño el valor,
con fiera arrogancia ignota,
abordó la férrea flota
del ejército invasor.
En fin, la lucha fue tanta
que no hay pedazo de tierra
donde la sangrienta guerra
no haya posado su planta,
y encendió la llama santa
del patrio amor tal vehemencia
que en la heroica resistencia,
antes que verla rendida,
se sacrificó la vida
por la sacra independencia.
—Así la fama pregona
con su trompa resonante
tu augusto nombre radiante
volando de zona a zona,
y te ciñe una corona
la diosa de la Victoria
para que diga la Historia
que la paraguaya tierra,
si ha sucumbido en la guerra,
se ha levantado en la gloria.
No llores más, Patria mía,
enjuga el llanto, no llores,
y mira los resplandores
de un nuevo y hermoso día.
La Paz que en grata armonía
alegra y anima el mundo,
sobre tu suelo fecundo
extiende su inmenso manto
y torna en alegre canto
tu sentimiento profundo.
Patria donde soberana
la Naturaleza quiso
colocar el paraíso
de la tierra americana,
voluptuosa sultana
que corona su cabeza
con la tropical belleza
entre dos gigantes ríos,
flores y bosques sombríos,
durmiendo está su grandeza;
Tierra que protege y mima
la providente Natura
con la pompa y galanura
del más benéfico clima,
y en donde el amor se anima
con tiernísima ansiedad
mimado por la beldad,
las virtudes y placeres
que le brindan sus mujeres
de incomparable bondad;
Yo que tu bien vaticino,
en lo futuro te veo
más grande que mi deseo
en el cerro del Destino,
y por radiante camino
marchas ovante y segura
al celo de la ventura
que en el porvenir se expande,
ventura grande, tan grande
como lo fue tu amargura.
Así dijo entre la sombra
de la ruina en que se asila
la paraguaya sibila
que las patrias glorias nombra.
Por la solitaria alfombra
de la arboleda sombría,
como lejana armonía
el eco se fue perdiendo,
dulcemente repitiendo
¡No llores más, Patria mía! |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | La solterona | 392 | Nubladas ya sus esperanzas vanas,
Al espejo contempla con tristeza,
Cómo invaden su rostro y su cabeza
Las traidoras arrugas y las canas.
Entonces: ¡Oh Dolor! Pierde las ganas
De dar jalbergue a su infeliz figura,
Y a criticar a las jóvenes empieza
Que la fresca beldad, muestran lozanas.
Ante ella las demás son cualquier cosa,
Dice que tuvo novio y no quiso
Casarse, por ser harto quisquillosa;
Y, en fin, cuando comprende que es preciso
Disipar la ilusión de ser esposa,
Se dedica a ganar el paraíso. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | La yerba mate leyenda | 441 | Al pie de la cordillera
Del fragoroso Amambay,
Qué forma entre el Paraguay
Y el Brasil, alta barrera,
Hubo una tribu guerrera
De famosa valentía,
Que a las otras se imponía
Por su arrojo y su valor,
Siendo también superior
En belleza y gallardía.
Era cacique el osado,
Temido Canindeyú
Que en todo el Mbaracayú
Fue querido y respetado,
Cuando el poder afamado
Del constante jesuita
Con abnegación bendita
Se alzaba en estas regiones,
Para enseñar las lecciones
de la bondad infinita.
Tres misioneros, un día,
Llenos de fe se reunieron,
Y convertir decidieron
La remota toldería,
Teniendo sólo por guía
Su evangélico destino,
Emprendieron el camino
Con el anhelo constante,
De ver un día triunfante
Su propósito divino.
Después de un penoso viaje,
Miserias y sacrificios,
Sin hallar siquiera indicios
De la población salvaje,
Al sorprendente paraje
Llegaron, donde con suma
Violencia, en olas de espuma,
Salta el Paraná, bramando
Turbulento, levantando
Nubes de irisante espuma.
Ante aquel cuadro imponente
Absortos se detuvieron,
Y largo tiempo estuvieron
En actitud reverente,
Viendo aquel caudal ingente
Que con pavoroso estruendo
Se precipita cayendo
Rápido, de salto en salto
Entre rocas de basalto,
Perpetuamente rugiendo.
Y cuando más sorprendidos
Miraban tanta grandeza
Oyeron con extrañeza
Fuertes y agudos silbidos;
Después, como aparecidos
Entre las rocas, se alzaron
Varios indios y avanzaron
Con ademanes guerreros
Hacia los tres misioneros
Que humildes los esperaron.
Con varonil gallardía,
Delante de todos ellos,
Una, de largos cabellos,
India, arrogante venía,
Oráculo y alegría
De aquella tribu guerrera;
Era Guairá, la primera
Entre todas las del valle,
Guairá, la de esbelto talle,
La de hermosa cabellera.
Al ver la humilde postura
De los pobres religiosos,
Los salvajes belicosos
Depusieron su bravura,
Y al mostrarle su figura
En la cruz, del redentor,
Con religioso dolor
Compasivos la miraron
Y en sus almas penetraron
Chispas del divino amor.
Guairá, de aquellos al ver
El estado lastimoso,
Con empeño cariñoso
Les dio un líquido a beber;
Poco después, con placer
su efecto restaurador
Notaron, gozo y vigor
En sus ánimos sintieron,
Y a milagro atribuyeron
La virtud de aquel licor.
Cuando con aquel brebaje
Quedaron azas repuestos
De su fatiga, y dispuestos
Para seguir el viaje,
La hermosa y gentil salvaje,
Delante de ellos marchaba
Con dirección a la taba,
Donde la tribu tenía
su principal toldería,
Y el cacique se encontraba.
Llegaron; la cruz triunfó,
Y cuando dieron la vuelta,
Guairá, cristiana y resuelta
Con ellos también marchó,
Y después les enseñó
A preparar la bebida
Que vigoraba la vida,
Bebida que adquirió fama
Y hoy yerba mate se llama,
Cada vez más requerida. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Las aves del paraguay | 680 | ¡Cuán grande naturaleza
Se muestra en ti, sin rival,
Luces toda la riqueza
Y la espléndida belleza
De la zona tropical!
Cordilleras elevadas,
Extensos bosques umbríos
Y llanuras dilatadas,
Altas y hermosas cascadas,
Grandes lagunas y ríos.
Y en bosques, llanos, riberas,
Vagan tus diversas aves
Con sus distintas maneras:
Bellas, raras, agoreras,
Canoras, ledas y graves.
Silvando el Había está,
Dulcemente entre el ramaje,
Y el selvático chajá,
Sus gritos de alerta da,
Posado en alto paraje.
En el bosque, adormecido,
El urutaú, pasa el día,
Y por la noche un gemido,
Lanza, como un alarido,
Lleno de melancolía.
Se escuchan los Yacútoros
En la espesura roncando,
Y, en atronadores coros,
Bandadas de verdes loros
Cruzan los aires gritando.
Y la voraz turba hambrienta
Que entre la carniza está,
Se retira y amedrenta,
Cuando altivo se presenta
El Yryvú ruvichá.
Con lento paso y manera
Grave el alto tuyuyú
Pasea por la ribera,
Y en el llano el ynambú
Reclama su compañera.
Luce el pabellón hispano
En su gran pico el tucá,
Y, cantando en el pantano,
Mal tiempo anuncia cercano
El muy ligero Ypacaá.
Con un tristísimo canto,
Su muerte anuncia el Chochí,
Expresión de su quebranto,
Y entre flores, mientras tanto
Vuela alegre el Mainumby.
Duerme el nocturno Suindá
Posado en el tacurú,
Mientras el Araracá
Su hermoso plumaje está
Luciendo sobre el ombú.
Con arrollante dulzura
El pycuipé suave canta
Cariñoso en la espesura;
Y el Ñacurutú levanta
Su grito en la noche oscura.
El Mytú apetecido
Silva en la selva lejana,
y, entre el ramaje escondido,
Con melancólico sonido
Canta el pájaro campana.
Su presa en el aire estrecha
El valiente Taguató,
Rápido como una flecha,
o ya su víctima acecha
Desde el esbelto pindó.
Dicha a su dueño y encanto
El Cabureí le da,
Y con fatídico canto
De noche miedo y quebranto
Causa el Tayasú guyrá.
Levanta su grito hiriente
La elegante Saría,
Cuando la lluvia presiente,
Y el Pitogüé diligente
Advierte que nos vigía.
En las costas ribereñas
Los Mbiguás zambullidores,
Las blancas garzas zahareñas
Esbeltas zaídas cenceñas
Y los patos silvadores.
Allí el Hocó posado,
Solo, con ojo avizor
Y largo pico afilado,
Mientras del uno al otro lado
Vuela el Martín Pescador.
En la llanura quemada
Siempre el Curucau se ve,
Y entre la espesa enramada,
Siempre inquietos y en bandada
Se mueven los Acaé.
El zancudo Ñahana,
Corriendo entre él aguapé,
Siempre en la laguna está,
Y en el aire viene y va
Zumbando el Yacaveré.
En el inculto pantano
Grita el Chiricó anunciando
El viento norte cercano;
Y el Teru-teru en el llano
Vuela importuno chillando.
El Ypecú con extraña
Flojedad volando va,
Y con rapidez y maña
Víboras caza con saña
El osado Macaguá.
Dentro de la selva umbría,
Los Yacú, por las mañanas,
Con su ronca gritería,
Imitan la algarabía
De carcajadas lejanas.
Con lento vuelo, en bandadas,
Los negros Caráu crasvitan;
Y las verdes y estimadas
Cotorras, alborozadas,
Entre los árboles gritan.
Caza insectos con certera
Rapidez, el Yetapá
De larga cola, y manera,
Que parece una tijera
Cuando por el aire va.
Los carás-carás ligeros
Buscan carne en el contorno,
Y sus negros compañeros,
Los Yrybú carniceros,
Saltan de la presa en torno.
Entre el bosque y en pareja
Vive el Mocoi cogoé
Y por la noche asemeja
Una tristísima queja
El canto del Guaimingüé.
Solitaria en la Llanura,
La pequeña Blanca Flora
Luce su hermosa blancura,
Y la Calandria en la altura
Del árbol trina canora.
Mientras tristemente pía
El pardo Chesy hasy
En la arbolera sombría
El masacaraguaí
Gorgea con alegría.
Flamengos en los playales,
En las lagunas garcetas,
En las ramas cardenales,
Y en campos y pajonales
Chululús y martinetas.
Y la golondrina errante
Y el arisco Picazú,
Y, por fin, se alza el gigante
De las aves, habitante
de los llanos, el Ñandú.
Y otras más que, entre las flores
Entre las ramas, y al vuelo,
Muestran extraños primores,
Cantos, formas y colores,
Embelleciendo tu suelo. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Libertad, igualdad, fraternidad | 368 | Todos de un mismo padre hemos nacido,
Es mengua el privilegio de la cuna,
Ante la Augusta ley que al libre aclama,
No haya en los nombres distinción alguna.
Igualmente la pródiga natura,
Brinda a todos solícita sus dones,
Sus dádivas no marcan jerarquías,
En su distribución no hay distinciones.
La luz del sol radiante, el fresco ambiente,
El agua cristalina, el mar profundo,
El aire, la creación, todo nos dice:
Que la Patria del hombre, es todo el mundo.
Tremenda maldición, sobre los déspotas,
Que ambicionando para sí la tierra,
La libertad mancillan, envolviendo
La humanidad en destructora guerra.
Feliz el día aquel, en que a la fuerza,
La razón se interponga omnipotente,
Y el estampido del cañón se apague,
De la justicia, ante la voz potente.
¡Época venturosa! en que hermanados,
Libres los pueblos se proclaman;
Y rompiendo los cetros de los reyes,
La libertad universal aclamen.
Pueblos del universo: levantarse,
Escupid en la frente a los tiranos,
Alzad el estandarte de los libres,
¡Viva la libertad! ¡Somos hermanos! |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Marchemos, marchemos | 357 | Marchemos, marchemos
volando a la lid,
y toda aregueña
empuñe un fusil.
Dejemos la rueca,
que suene el clarín,
y toda aregueña
empuñe el fusil.
Que agite sus olas
Ypacaraí,
y toda aregueña
empuñe un fusil.
Y el campo se cubra
de rosa y jazmín
que ya la aregueña
empuña un fusil.
Tiemblen las legiones
de cobardes mil,
que ya la aregueña
empuña un fusil.
Qué ven los negros
de inmundo redil,
que ya la aregueña
empuña un fusil.
Teja las coronas
un gran serafín,
que ya la aregueña
empuña un fusil.
Y jurando todas:
¡Vencer o morir!
Diga la aregueña:
¡Al hombro el fusil! |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Mis dos patrias | 440 | Soy de la valiente España,
Hermosa Patria querida
Que mis recuerdos entraña
Y en donde se lee una hazaña
En cada piedra esculpida.
A la paraguaya tierra
El destino me condujo,
Donde cada sitio encierra
Un recuerdo que en la guerra
El heroísmo produjo.
Para uno y otro suelo,
En mí tanto afecto hay
Que al pedir dichas al cielo
Confundo en el mismo anhelo
A España y el Paraguay.
¿Cómo no ha de ser así
Si estrechamente se unieron
Ambas Patrias para mí?
Pues si yo he nacido allí
Aquí mis hijos nacieron.
Y a Dios le pido por eso
Que amorosamente unidas,
Como labios en un beso,
Marchen al mayor progreso
Estas dos patrias queridas. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Mis tres estrellas | 500 | En este mísero suelo,
Para endulzar mi amargura,
Tres seres el almo cielo
Me ha dado, cuyo consuelo
Es bálsamo de ventura.
Una que, tierna y amante
Me arrulló, cuando era niño,
Vive de mí muy distante;
Pero me anima el constante
Recuerdo de su cariño.
Enjugó ella el primer llanto,
En su regazo caliente;
Me arrulló con dulce canto,
Lleno de mimo y encanto
Mi edad primera inocente.
Es la venturosa estrella
Que el alba de mi existencia
Alumbró radiante y bella;
Cabe su ocaso hoy destella
Con pálida refulgencia.
II
Permitió mi buen destino,
Para hacer feliz mi vida,
Que encontrase en el camino
Otro ser que amante vino
A ser mi prenda querida.
El ángel de mis pesares
Con su cariño consuela,
El custodio de mis lares,
El que inspira mis cantares
Y por mi bien se desvela.
Hermosa estrella que luce
En el cenit coruscante,
Y es el fulgor que produce
Un faro que me conduce
En esta vida inconstante.
III
Con angelical inocencia
Ríe en sus primeros años,
Otro ser cuya existencia
Ignora de la experiencia
Los amargos desengaños.
Ver su rostro halagador
A cada momento anhelo,
Porque encuentro en el candor
De su tiernísimo amor
Algo que viene del cielo.
Fúlgida estrella que alumbra
En la etérea lontananza,
Sobre el oriente se encuentra
Y con su luz se vislumbra
Una risueña esperanza.
IV
¡Oh Madre! Tu fuiste el guía
Tutelar de mi niñez;
Esposa, eres mi alegría,
Y tú serás, hija mía.
El consuelo de mi vejez. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Noticias | 375 | La Municipalidad
Hoy tiene un buen Intendente,
Pero, desgraciadamente,
No da un paso la ciudad,
Y sigue el sistema viejo
Con la misma procesión.
Diciendo siempre al Consejo:
No hay sesión.
Es en vano que se trate
De hacer algo provechoso,
Este cuerpo es desidioso
Y la Intendencia se abate,
Pues en verdad manifiesta
Que en la mejor ocasión,
El Consejo le contesta:
No hay sesión.
Triste es ver la decadencia
Del cuerpo Municipal,
Hoy que está la Capital
Con una buena Intendencia,
¡Cuánta mejora se hubiera
Actualmente en la Asunción,
Si el Consejo no dijera:
No hay sesión.
La pobre Plaza Uruguaya
Cada vez peor se ve.
Siento que volviendo vaya
A lo que primero fue.
Suele verse algunas veces
Un grupito de carneros
Apacentando delante
De la casa del Congreso,
Está muy mal, pues no falta
Alguien que diga, al ver esto:
"Están limpiando el camino
Para el periodo nuevo".
Moraben. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Noticias inmejorables | 379 | El Tribunal de Justicia
Tiene mejor casa ahora,
Todos esperan el lógico
Efecto de la mejora
Mejora sobremanera
La escuela de agricultura
Donde se cultiva el tronco
De nuestra dicha futura.
Mejora nuestro tabaco
Con los grandes secaderos,
Que secarán el tabaco
De todos los cosecheros.
Mejora nuestra Aduana
Con los nuevos empleados,
Porque los creen mejores
Que los de días pasados.
Van a mejorar la campaña
Jefes y jueces mejores,
Los pasados fueron buenos,
Y estos serán superiores.
Mejora nuestro Intendente
Todo lo municipal,
Y hasta en mejorar se ocupa
Las fiestas del carnaval.
Mejora nuestro papel,
Mejora nuestro Congreso,
Y marchan nuestras mejoras
A la cumbre del progreso.
Como una prueba eminente
De que en todo hay mejoría,
Se dice que hasta mejora
El servicio del tranvía.
En medio de estas mejoras
Que nos darán mucho brillo,
Cuentan que no imperarán
Las mejoras del bolsillo.
No mejorará la farsa,
Menos la adulonería,
Ni el juego mejorará;
Que no es poca mejoría!
Tío Camándulas |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Plan económico | 308 | Después haber estudiado
Con muchísima atención
El económico estado
En que vive la Nación
Encuentro que la escasez
De billete fiduciario,
Es causa de estrechez
del círculo monetario.
Razón por la cual infiere,
Si en ello no me equivoco,
Que en donde hay poco dinero,
Adelanto que hay muy poco.
Es el factor prepotente
De la fuerza de un gobierno,
como dice un eminente
Economista moderno.
Resumo en este preludio
Mi modesto parecer,
Producto de un largo estudio,
Cuyo plan paso a exponer.
Por de pronto, mi opinión
Es que, sin más dilaciones
Circulen los dos millones
De La Caja de Conversión
Y, prestando abiertamente,
Recibir los pagarés
De cualquier que les presente.
Con este procedimiento
Y justa distribución
Veremos la situación
Mejorada en un momento.
Encarezco lo importante
De un buen reparto, de modo
Que no se lo lleve todo
El primer solicitante.
De esta sencilla manera,
Ese dinero encerrado,
Andará desparramado
Que es su misión verdadera.
Es necesidad urgente,
Por lo exigua de la renta,
Emitir unos cuarenta
Millones próximamente,
Para que el gobierno pueda
Emprender obras de aliento,
Y tenga en cualquier momento
De sobra papel moneda,
Y no se encuentre en apuros
Para tener arreglados
Los compromisos pasados,
Y presentes y futuros.
A fin le llegue a obtener
Esta emisión buena andanza,
Basta tener confianza
En los hombres del poder,
Los cuales con la prudente
Parsimonia requerida,
La irán largando a medida
Que lo juzguen conveniente,
Debe encargarse un papel
Como el último, y veremos,
Antes que lo amorticemos,
La amortización por él.
Y si con habilidad,
Como muestra de honradez,
Se renueva rara vez
En mínima cantidad,
Tendremos que, con los daños
Que el manoseo produce,
Esta emisión se reduce
A cero en muy pocos años.
La riqueza universal,
Dicen muchos que se funda
En la constancia fecunda
Del trabajo en general,
Y que no es atentatorio
Por ende, a la libertad
Que ordene la autoridad
El trabajo obligatorio.
Califico de tirana
La ley que así lo impusiera….
Que trabaje aquel que quiera,
O no, si le da la gana.
Si tengo quien me dé pan,
Y quiero andar a la briba,
Viviendo siempre de arriba,
¿Por qué no ser haragán?
¿Quién vería sin dolor
Imponer al pueblo bajo
La sujección al trabajo,
Cuando el alto en el poder?
A lo dicho: es necesario
Emitir mucho papel,
Y se aumentará con él
El trabajo obligatorio.
Y a pesar que nada sé
De la económica ciencia,
De ella cojo esta sentencia:
Lesse fer, lesse passé..
Tío Camándulas |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Romance de la paraguaya | 399 | Era una noche de luna.
Estando en el Paraguay,
aspirando el grato aroma
de un frondoso naranjal,
vi una joven paraguaya
de tierna y hermosa faz,
sentada al pie de un naranjo,
suspirando sin cesar.
—¿Porqué suspiras, le dije,
con tan profundo dolor?
—¡Ay!, suspiro, porque tengo
desgarrado el corazón..
La guerra de tres naciones
que a mi patria desoló,
en el mundo abandonada
sola y triste me dejó.
Mi padre, siguiendo a López,
allá por Cerro-Corá,
cayó cubierto de heridas
al pasar el Aquidabán.
—¿No tienes algún hermano
que mitigue tu dolor?
—Tuve tres, pero yo sola
gimo en la desolación.
Uno murió en el Pilar,
otro murió en Tuyutí,
y el tercero defendiendo
las trincheras de Humaitá.
—¿Acaso también tu madre
tuvo esa suerte infeliz?
—Después de tantas penurias
murió ella también allí. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Runrunes políticos | 318 | Cinco son las dimisiones
Que se anuncian, nada menos,
Y siendo así, sin ministros
Quedarán los ministerios,
Hasta tanto esas vacantes
No las llenen otros nuevos,
Que aparecerán muy pronto
En más números que aquellos,
Pretendiendo los sillones
De tan elevados puestos,
Hay de sobra en estos casos
Pretendientes para empleos,
Y, sobre todo, tratándose
De empleitos como éstos,
Cuando en el campo se tienden
Animales semi-muertos,
En el espacio se ciernen
Una infinidad de cuervos.
La llegada de Don César
En estos días se anuncia,
Y hay quien diga que ha sentido
El olor de las renuncias;
También corren por ahí
Noticias acentuadas
De que todo ha de arreglarse
Sin consecuencias amargas,
Y, añaden, al decir esto,
Las tan vulgares palabras
Que vienen como de molde,
Entre bueyes no hay cornadas.
Y se susurra que algunos
Dan pávulo a los rencores,
Para entorpecer arreglos
Y armar bochinche mayores
Por lo de a río revuelto
Ganancia de pescadores.
Moraben. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Salto del guairá | 1,638 | Canindeyú gigante! Absorto veo
Cumplido mi deseo.
Ante tu majestad, turba y oprime
El peso del asombro el alma mía,
Y está mi fantasía
Postrada ante el altar de lo sublime.
Un tiempo aquí también desde estas breñas,
Viendo cómo despeñas
Por el agrio talud de la montaña
Tu tremendo caudal arrebatado,
Te contempló, admirado,
El eminente Azara, honor de España.
¡Qué soberbio espectáculo grandioso!
Ni el mar tempestuoso
Tan arrogante poderío ostenta,
Cuando yergue sus hondas encrespadas,
Y en las acantiladas
Costas con alto frémito revienta.
Inmensa mole de aguas despeñadas
En rugientes cascadas.
Densas brumas, corrientes que se embisten,
Furiosos remolinos, grandes bloques
Que los constantes choques
De las olas, inmóviles, resisten.
Peñascos en el hondo precipicio,
Sacados de su quicio,
Restos de murallones que cayeron,
Profundas torrenteras y salidas
Que las rocas vencidas
A las triunfantes aguas concedieron.
Únense impetuosas las corrientes
De todos los torrentes,
Y atacando con ímpetu bravío
El peñascoso cauce que se estrecha,
Se arroja por la brecha
En tremenda avalancha todo el río.
Invencible titán, que sin reposo
Batalla poderoso
Los basálticos diques destruyendo,
¿Cuántos siglos habrá que estás luchando
Y sin cesar bramando
Con ronca voz de pavoroso estruendo?
Con la indómita acción del formidable
Poder incontrastable
Que tu raudal precipitado encierra
En rápido y furente torbelino,
Te has abierto camino
Destrozando la espalda de la sierra.
¡Cuán grande te contemplo y sorprendente,
Luciendo el esplendente
Manto que arrastras de albicante espuma,
Y los nimbos de fúlgida belleza
Que sobre tu cabeza
Dibuja el sol en la flotante bruma!
En la vasta extensión de la comarca
Que fragoroso abarca
El eco atronador de tu bramido,
Ahuyentadas las aves y las fieras,
Lejos de tus riberas,
Pávidas buscan silencioso nido.
Embebido en el sublime encanto
De admiración y espanto
Que infunde tu grandeza prepotente,
Parece que me arrastra el turbulento
Furioso movimiento
Que lleva despeñada tu corriente.
¿Tendrá término un día tu carrera
Tumultuosa y fiera?
¿O siempre bramador, siempre iracundo
En ese arrebatado movimiento
De tu despeñamiento
Durarás tanto como dure el mundo?
Edades pasarán y más edades,
Y éstas, hoy, soledades
Irán poblando las futuras gentes
En sucesión continua, interminable,
Y tú, siempre incansable,
¡Tronando en estas ásperas rompientes!
Yo, que a inmortalizar mi nombre aspiro,
Con envidia te miro;
Mi pequeñez aumenta mi amargura,
Y el afán impotente del desvelo
Sugiéreme el anhelo
De tener junto a ti la sepultura.
¡Canindeyú! Extático en tu orilla
Mi pretensión se humilla:
En vano la osadía del intento
Al estro de mi espíritu enardece,
Que débil desfallece
Ante la esplendidez de tu portento.
En el espumoso manto
De tu soberbia belleza,
Grabar quisiera este canto,
Pobre ofrenda que levanto
En aras de tu grandeza;
Para que en edad futura
Quien viniere a contemplarte,
Viese sobre la blancura
De tu hermosa vestidura
Que fui el primero en cantarte. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Silogismos | 414 | En amores hay dolores
Pues en amar hay pesar,
Y si hay pesar en amar
Son dolores mis amores.
Si sufriendo, estoy queriendo,
Pues quiero, por ser sincero,
Es bien probado, que quiero
Querer estando sufriendo.
Muchos, al amor, gozar
Llaman, porque bien no aman,
Los que bien aman, no llaman,
Dulce gozar, al amor.
La pasión a la razón
Mata, cuando se está amando,
No se puede gozar, cuando
Luchan razón y pasión.
Si hay dolores en amores,
Queriendo se está sufriendo,
Es así que estoy queriendo,
Luego, yo quiero dolores. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | Vida política | 318 | Se dice que nuestras cámaras
Tomarán con mucho empeño
Sus trabajos en el próximo
Período venidero.
Se trata de importantísimos
Trascendentales proyectos,
Como ser: la línea férrea
Que irá desde la Asunción
Hasta el país brasileño,
Atravesando los bosques
de nuestro fecundo suelo;
Aguas corrientes, cloacas,
Que, por ocultos senderos,
Conduzcan las inmundicias.
Cuyo factor es el pueblo,
El empedrado y las obras
Tan necesarias del Puerto,
Cuyo abandono nos pone
En peligro de un encierro,
y, por último, se trata,
De un buen alumbrado eléctrico,
Que nos haga ver de noche
Los estorbos más pequeños
Para que, cuando bebamos,
Al andar no tropecemos.
Si tanto bien se realiza,
Tendremos un gran pretexto,
Para despedir con hurras
Al jefe de este gobierno.
Estamos hoy como ayer,
Lo mismo será mañana,
Aunque no falta quien diga
Que la cuestión adelanta.
Mientras tanto, pasan días,
Y van pasando semanas,
Y pasando van los meses
Y total… no vemos nada.
Y para mí la cuestión
Es muy difícil de arreglarla:
No hay que andar con muchas vueltas,
Ni gastar muchas palabras.
¿Quieren saber ustedes
Cómo se arregla esta danza?
¡Que nombren dos presidentes
Y está la cosa arreglada!
Moraben. |
España | 1846-1935 | Abente y Lago, Victorino | ¡qué chasco! | 342 | Una noche soñé que en blanco lecho
Bellísima mujer me acariciaba;
Y su corazón, violento, se agitaba
Cual si quisiera abandonar el pecho.
Yo, como ella, también sentía estrecho
El espacio en que el mío palpitaba,
Y ávido de placeres se excitaba
Con el deseo convertido en hecho.
Mimos llenos de amor, besos, abrazos…
¡Qué momentos de gozo embriagadores!
Más ¡ay! triste de mí. Lo que en mis brazos
Al despertar hallé: ¡Saben lectores,
Lo que entre ellos tenía aprisionada?
¡Que era de mi cama la almohada!
Asunción, 1876 |
Honduras | 1967 | Abril Espinoza, Javier | En el jardín de tus ojos haciendo pastar conejitos de azúcar | 13,125 | "En el jardín de tus ojos
haciendo pastar conejitos de azúcar"
No la reconocí. O no quise ver a nadie más que no fuera ella misma. Tal
como apareció, exactita, con esos ojos suyos tan fascinantes, por la esquina
oscura donde dormían los escombros de la tienda Moda de París. Desde allí la vi
venir, justo cuando entraba a la calle Cervantes, en donde yo me encontraba
parado… No, más bien recostado, sobre un poste que tenía un farol con una luz
de tonos algo papayentos. La luna estaba en su fase de plenilunio. Y, por los
cuerpos desenterrados del lodo, hallados por los perros entrenados de los
soldados méxicanos durante las labores de rescate del día, era más bien una
noche nauseabunda que radiante. Abajo, en el río Chiquito, los japoneses y los
ingleses hacían trabajar sus tractores: se miraban como hormiguitas, moviéndose
cerca de los campamentos que levantaran, cada una por su lado, las brigadas
médicas cubanas y norteamericanas. Era una noche, si la hubieras visto,
Margarita, arremansada en su abandono. Elevándose, desde esta tierra podrida,
como un gigantesco toldo de circo triste sin estrellas, allá en lo alto. Sin decirte,
Margarita, que todo era silencio terrenal en donde yo me encontraba. Y cuando
tiraba la vista hacia las otras luces papayentas de los escasos faroles que todavía
quedaban de pie en la calle Cervantes, me sobrecogía como si toda la vida
hubiera sido un chicle masticado y escupido por nadie. Y apretaba, apretaba, los
filos de la tijera que guardaba en una bolsa de mis pantalones. Entonces,
Margarita, era cierto, tal como lo pienso ahora que recuerdo los ojos de esa
mujer, que en la masticada del chicle no me había dado tiempo ni para
acordarme ya de nosotros dos.
Ella, la mujer que digo, salió de los escombros de la Moda de París. Se
acercó a mí. En sus labios, porque seguro que se los vi, traía estampada una
sonrisa de como si me hubiera reconocido tras un chorro de años de no verme.
Mas, al llegar un poco más cerca, noté que su sonrisa no tenía nada que ver
conmigo. Sin embargo, fue ese el momento cuando descubrí esos ojos suyos de
jardín y en los que le saltaban, así de repente, de un ojo a otro, unos animalitos
juguetones.
―Señorita…, disculpe.
―Dígame.
―Es que sus ojos…
― ¿Mis ojos?
― Tiene unos conejitos pastando en el jardín de sus ojos.
―Ah, ellos… Son conejos: pero de azúcar.
― Son un peligro.
― No lo entiendo señor.
―Este país se quedó sin azúcar.
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―Comprendo. ¿Va usted a arrancármelos para ponerlos en su café?
―No! Yo tomo mi café sin azúcar.
―Qué alivio.
―¿Nos habíamos visto antes?
―No que yo sepa. Quizás en otro diluvio. Pero si lo dice por el huracán,
todos acabamos por parecernos a alguien.
Pero no le pregunté nada. Ni ella me contestó nada. Simplemente pasó
frente a mí porque tenía que pasar por allí. Distraída y muda. Hasta el infinito. Y
pasó. La vi dirigirse hacia las paredes donde estaban guindadas, de manera algo
improvisada, las pinturas de solidaridad con las víctimas que realizaran los
pintores de la ciudad. Todas ellas, con figuraciones de agua y gente partida en
trozos, o bien con dibujos de seres fantasiosos como mujeres peces, hombres
pulpos, y niños orinando mares. No faltaban en ellas, en diferentes versiones, el
arca de Noé. Yo ya había visto esas pinturas, sin encontrar nada más de lo que
ya visto. Excepto, claro estaba, que en todas ellas no había ni siquiera una flor.
Algo que acabó por desolarme más por estos días. Porque, fuera ya por mi
oficio, o fuera ya por mi carácter, me quedé con la impresión de que el mundo se
hundía sin flores. Y se salvaba, según las versiones del arca de Noé de los
pintores, sin flores. Así que por esa y única razón, no estaba muy conforme de
volver a ver esas pinturas. Y en caso de hacerlo, me prometí, traería pinceles y
colores y pintaría yo mismo, en cualquiera de ellas, una flor. Quizás una guajaca
amarilla, o roja, o violeta. Las guajacas son mágicas. Florecen sin necesidad de
sembrarlas ni abonarlas. Y nacen hasta de las piedras. Los corazones fuertes son
como las huajacas, me he dicho siempre. Aunque ellos, como esa florecilla
silvestre, sean confundidos con los yerbajos.
Cerré los ojos y quise irme de allí. No obstante, luego supe que ella no se
había ido. Miraba las pinturas que yo no quería volver a ver más. Fue entonces
cuando quise verla de nuevo, de lado como estaba ella, completamente
abducida, frente a una calma sirena que surgía entre dos mares tempestuosos.
Me decidí y fui hacia ella. Despacio, haciendo como que miraba con interés las
pinturas que me separaban de la pintura que ella contemplaba, y temblando por
un arbitrario hormigueo, que me bajaba a las piernas, de sólo entrever la
posibilidad de volver a ver los dos conejitos de azúcar que pastaban en sus ojos
de jardín. Me compuse de cuerpo. Y no olvidé ocultar un poco el bulto que
hacían mis tijeras en la bolsa delantera de mis pantalones. Al principio, y
queriendo con ello no ser visto por ella, la miraba de tal manera que yo no
pudiera distraer su atención del cuadro que observaba. Quería, en verdad, evitar
provocarle el disgusto conocido, y con razón, de muchas mujeres cuando se
enfrentan a la inquisición silenciosa de un desconocido al que simplemente ellas
no quieren conocer, ni tienen tampoco por qué querer conocerle. Hubo un
momento, no lo niego, que sentí el nacimiento del escalofrío del miedo, al
instante que yo me acercarme hacia la mujer. De un momento a otro se me cruzó
que lo mejor era regresar lo más pronto posible a mi casa. El toque de queda
sonaría a las doce. Pero también sabía que, esa noche, Hillary Clinton dormiría y
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desayunaría en uno de los muchos albergues habilitados para los damnificados
del huracán. Y que a esas mismas horas, con tanta seguridad desplegada para
que Hillary pudiera dormir tranquila, yo tampoco tenía por qué apresurarme en
llegar a mi casa.
No eran ni las diez. De modo que tenía tiempo de sobra. Sin embargo,
quise alejarme de esa mujer y dejarla tranquila. En fin —me dije—, de todos
modos ya sé cómo son sus ojos. Y sin saber qué hacer, me quedé por allí, en la
calle Cervantes, caminado siempre por el mismo sitio. Di una vuelta sobre mí
mismo, y palpé otra vez el bulto que se formaba en las bolsa de mi pantalón. Sí,
era mi pequeña e inseparable tijera, con la que he podado, durante años, las
plantas de muchos jardínes. Ahora, tal como han acabado las cosas, sólo podía
ocuparme de mi exiguo jardín. Seguidamente alcancé a mirar el insólito ―por
ser de noche― cortejo fúnebre de un niño. Cuatro mujeres solitarias, flacas y
todas vestidas de negro, lo llevaban en un pequeño ataúd de color blanco. En
verdad no era un ataúd. Era más bien una cajita de esas en las que se empacan
bananos para enviarlos al extranjero. El cortejo venía en dirección de donde
quedara alguna vez la Librería Siglo de Oro. Como ya no eran tiempos para
llevar sombrero, yo no llevaba ni siquiera una gorra. Así que sólo extendí mis
manos y las coloqué, entrelazadas en mi cintura, en señal de respeto por un dolor
que pasaba frente a mí. Vi alejarse aquel silencioso e inesperado cortejo, calle
abajo, como si mirara una añeja y constante visión nocturna de este mundo. Y vi
también como desaparecían las mujeres, al dar la vuelta por donde fuera la Casa
Presidencial en años de guerras civiles y de dictaduras militares, con aquel aire
de la desgracia más silenciosa que jamás había podido ver antes. Si no lloré, fue
porque el tiempo no estaba para llorar. Además, se dice que cuando los
jardineros lloran, pueden invocar, sin quererlo, más desgracias.
Después vi llegar y alejarse a la pareja de novios que pasaba, siempre a las
diez de la noche de los últimos días, por la misma calle que ya no era la misma
después del huracán. Un gato pardo salió del techo en forma de pan de una
panadería todavía inundada. El mirrino novió su cola en distintas direcciones. Se
quedó en el techo de pan, dirigiendo sus ojos felinos, hacia donde yo supuse
que aún estaba la mujer de los ojos que yo antes ansiara mirar. Fue entonces
cuando quise dirigirme hacia esa mujer fascinante de otro barrio, de otra ciudad,
o de otro tiempo. Decidido a decirle: que la siguiente pintura era primavera.
Aunque ella insistiera en decirme, tal vez en otro idioma, que era invierno y no
la primavera obstinada que yo pretendía imponerle. O decirle mejor, gritándole a
la cara, que yo no era un damnificado más de esos que iban por ahí. Que no era
el espectro que podía parecerle. Que aún estaba vivo. Y que si no lo creía, podía
tocar la tijera con la que yo aún podía podar mi jardín. Además, y para que
supiera, decirle que lo que en realidad me importaba de ella eran sus ojos de
jardín. «Hágame el favor de mostrármelos, señora» —pensé decirle. Sí, que me
dajara verlos, plenamente y en ese mismo instante, sin que ella pudiera
considerarme el absurdo intencionado que yo ya era sobre dos pies. Decirle, por
ejemplo, y para explicarme con un sobre aviso más natural que su misma
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aparición, que en sus ojos de jardín pastaban dos conejitos de azúcar. «No se
asuste de nada» —le hubiera dicho también. Porque, aún siendo amargo el café
que tomaba en mis mañanas, no era mi intención sacar los conejitos de azúcar
que pastaban en el jardín de sus ojos, para mezclarlos, como ella lógicamente
habría temido, dentro del cafe de mi vieja cafetera verde. Claro, pero eso ya era
otra cosa, y en caso de que así lo hubiera querido su generosidad, me habría
bastado con que me diera una tan sola orejita de cualquiera de sus dos conejitos
de azúcar. Porque así, y no de otra manera, los creí descubrir en el jardín de sus
ojos en cuanto la vi… Sin embargo, para qué regar más de mentiras esta vida de
visiones estrechas, me dije también, vencido. Dispuesto a cambiar de táctica.
Convencido de que si me decidía a hablarle, lo haría con la humanidad que
arropa a los separados cuando estos intentan volver a estar juntos. Mas, al darme
la vuelta para ir hacia ella y hablarle de todo, menos de lo que había pensado,
ella simplemente ya no estaba.
Aunque sólo soy un jardinero, y pese a lo hermoso que es ver nacer desde
una simple hierba hasta una estupenda y colorida flor, nunca he creído en el
amor a primera vista. De cualquier manera, esté o no esté de acuerdo, se sigue
diciendo que el amor es ciego. Son decires, en mi opinión, que ya no pertenecen
a los principios de este siglo, mucho menos a mí. Soy, por otra parte, sólo un ser
que envejece. No ha sido nunca mi intención, en mis paseos en solitario,
encontrar, en nadie, ojos de jardín con conejos de azúcar. Margarita, que me
conoce mejor, lo sabe. Sin embargo, y eso es algo que no tengo la mínima
intención de explicármelo con otros modos, he pasado estos últimos días
creyendo que esa opinión de la ceguera y el querer, es tan poco honrada como
hacer el amor con los ojos cerrados. Quizás por eso, o para platicar alguna vez
con alguien, es que he continuado regresando a la calle Cervantes. Desde
entonces, he visto otros cortejos fúnebres de niños. Y cortejos de gente que dejó
de ser niña hace mucho o poco tiempo. He vuelto a ver a la pareja de novios que
siempre pasa a las diez de la noche, por la misma calle que ya no era la misma
después del huracán. He visto, además de aquel gato pardo, a otros gatos que
salen del techo en forma de pan de la panadería que todavía sigue estando
inundada. He visto, incluso, el mismo cuadro de la calma sirena que surge entre
dos mares tempestuosos. Sí, el que esa mujer fascinante de otro mundo, pero tan
parecido al nuestro, miraba aquella vez con embeleso hipnótico. Pero a ella, lo
que es a ella, no la han vuelto a ver mis ojos. Más allá de ella, y del abismo
físico que nos separa a unos de otros, me queda de ella, sin poderlo podar, un
recuerdo que me acobarda los sentidos.
Un día creí verla cruzar por uno de los puentes destrozados que unen a la
parte vieja de la ciudad con la nueva. Pero, ¿qué decir?.. Nada. Porque sólo era
la sombra en vela de un tiempo luminoso que hace ya mucho tiempo que yo
perdí. Para colmo, no podemos salir muy seguido a las calles. La seguridad de
los días en que vinieran todos los gobernantes de la tierra, incluída Hillary, ha
pasado por encontrar mejor sitio en las leyendas urbanas. Hoy hay otro tipo de
seguridad. Es una seguridad asentada en el terror cotidiano, y de la que no se
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sabe si es para favorecerlo a uno, o para acabar de hundirnos a todos. Tal
fenómeno de seguridad se ha acentuado, por culpa de unas piedras lunares del
Apollo 17. Son unas piedrecitas que le mandara Nixon a nuestros pasados
gobernantes. Gesto de buena voluntad entre los señores del mundo, o quién sabe
por qué razones fueron distribuidas por todo el continente. De ellas se dice que
han desaparecido, y se ha esparcido la noticia de que están siendo vendidas en el
mercado negro. Yo, francamente, no sé cómo podrían ser tales piedras. En
cambio, las piedras que sí veo vender a diario en la ciudad, son unas bolitas con
las que empiezan a alucinar los jóvenes de por estos lados de mi vecindario
Otra vez me pareció ver a la mujer de ojos de jardín. Fue en un albergue.
De esos en donde la gente y sus familias damnificadas, cuentan las horas de
atrás para adelante y de adelante para atrás: yo no diría que cuenten mal el
tiempo, sino más bien que el tiempo ha dejado de contar con ellos. Mas, como
ya cualquiera podría imaginar, al final descubrí que sólo era otra mujer. Esa otra
mujer, mientras tendía las ropas de sus hijos, estaba cegada por un ardoroso
brillo de sol que le daba un aspecto muy parecido a la mujer de los ojos de jardín
en que pastaban dos conejitos de azúcar. De la mujer que tendía ropas, y si
tuviera alguna semejanza con alguien que yo conociera, diría que se parece más
a la mujer esculpida en mármol que hiciera un lejanísimo escultor italiano. Lo
digo, porque, en los calendarios de fin de año que regalaba antes a sus clientes la
nacatamalera Chinda Díaz, yo vi muchas veces esa escultura. Abajo de los
calendarios, estaba escrito: «La Piedad».
Con el asunto ese de las piedras lunares, en realidad he venido pensando
que ya no deseo ver a esa mujer. Ni mucho menos deseo convencerla más de
que el próximo cuadro que miró, era primavera. Y no invierno, como ella
lógicamente tendría que pensar. Ni siquiera quiero decirle que lo único que me
importaba de ella, era ver sus ojos de jardín en los que pastaban dos conejitos de
azúcar… Pero hoy ha hecho un frío enorme en la ciudad. Los taxistas de Nueva
York han recolectado en el Shea Stadium quinientas toneladas de ayuda para
enviarla a las zonas afectadas de Chamelecón y el río Ulúa. Eso dicen las
noticias. Y dicen, también, que dos perros han muerto de frío. La Sociedad
Protectora de Animales ha elevado una enérgica protesta ante el Gabinete de la
Reconstrucción del País, para que se proteja también a los animales de la
intemperie nacional en que hoy se vive. Veo y oigo cosas que jamás han existido
nunca en este país. Es la primera vez que oigo, por ejemplo, de la Sociedad
Protectora de Animales.
Yo sigo tomando mi café sin azúcar. Lo hago desde temprano. Y siempre
en mi vieja cafetera verde. No hay día que no limpie, de alimañas y otros bichos,
mi cada vez más limitado jardíncito. Lo que le pasa a mi jardín, es lo que le pasa
a toda esta tierra, que cada día se desmorona un poco más el terrenito que ocupa.
Pese a todo, a diario podo la maleza que hallo en mis plantas y flores. Y
continúo descubriendo, en el agua de los charcos de mi patio, que el brillo
apagado de mis zapatos es robado por el brillo empañado de mi andar en estas
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noches de frío. A lo mejor mis zapatos están rotos y no quiero darme cuenta.
Quizás es una estrategia de mi mente, que se resiste a pasar ocupada en cómo
hacerse de otros zapatos. Por lo demás, sé decir que he visto y sentido cosas
peores en mi vida. Mas no evito envidiar a los niños, que pueden jugar descalzos
en las calles.
También es cierto que tengo otras preocupaciones inmediatas. No debo,
por ejemplo, demorarme más en ir a inyectarme las vacunas antitetánicas. Al
mismo tiempo puedo inyectarme las otras vacunas. Allá, en el parque Central, se
las están aplicando a la población contra la leptospirosis y el hanta virus. Debo
decir, sin embargo, que esta noche he vuelto a tener la cálida sensación de que
pronto veré el jardín de los ojos de esa mujer fascinante de otro mundo, y el que,
a veces, encuentro tan parecido al nuestro. Sólo de esa manera es que puedo
explicarme de cómo es esa mujer. El cuidar jardines ha sido todo en lo que me
he ocupado. No soy más que un jardinero. Un jardinero en tierra de huracanes.
Me han dicho, hace mucho, que cada vez que cruza una estrella por el
firmamento tiemblan los girasoles. Pero eso nunca lo he comprobado. De los
girasoles, eso sí sé, se puede hacer un buen aceite vegetal. Hay tantas cosas que
uno jamás logrará explicarse. Muchas personas logran explicarse muchas cosas.
Yo no. Soy uno de los que nunca encuentran la explicación de ciertas cosas
importantes. Ni siquiera he logrado explicarme, nunca de los nuncas existentes,
el lado oscuro del destino de mis iguales. Ni, mucho menos, el mío propio.
Si algo diría a mi favor, es el hecho de que hace mucho tiempo que dejé el
vicio de las fantasías. Sobre todo, de las fantasías que le llegan a uno despierto.
Antes del huracán, uno de mis vecinos, joven él, contó haber soñado con una
mujer. Soñar con una mujer no tiene nada de extraño. Pero mi vecino, aseguraba
que esa mujer nunca había existido en su vida, por lo que tenía la ilusión de que
la hallaría, buscándola sin descanso, y de juerga en juerga, entre todas las otras
mujeres que encontrara. Yo nunca soñaría ni he soñado con la mujer de la que
hablo. Bueno, antes sí; pero después, hasta los sueños se desmoronan como la
tierra. Sin embargo, he visto temblar los girasoles, y quizás por eso tengo la
sospecha de que tarde o temprano la volveré a ver de nuevo. Verla sería mejor
que soñarla.
Lo raro es que esa sospecha no se me hace tan inusual, como sí me lo
parece este clima de fantasmales fríos y airados chubascos. Hay calores con
vientos fuertes y glaciales. Pero esto es el trópico. La situación climática se
vuelve tan impredecible, que me hará posponer, hasta otra luna llena, el injerto
de mi nueva planta de heliotropos. Así que el palo de naranjo, el que antes podía
ver desde mi ventana, deberá esperar un poco para tener la amiga que le
prometi… Decía, antes de volver esta noche a la calle Cervantes, que tarde o
temprano tendré que ver, otra vez, los ojos de jardín haciendo pastar conejitos de
azúcar de esa mujer. De ella, ya lo dije, no me interesa otra cosa. Ni siquiera me
gustaría saber su nombre. Como dije, me envuelve la sensación de ver pronto a
esa mujer. Y es una sensación que me crece, alimentada por el siguiente y
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esperanzador incidente: acabo de observar que el cuadro que ella miraba, el de la
Sirena saliendo de dos mares tempestuosos, ha sido removido del lugar que
ocupaba en la calle Cervantes. Su sitio ha sido ocupado por otro cuadro muy
curioso. Es un cuadro que por su tamaño, tema, composición y color, es idéntico
al anterior. Y si no fuera por el simple detalle de que cuando uno se acerca, mira
en realidad un par de conejitos de azúcar pastando en unos ojos de jardín,
afirmaría que es el mismo cuadro que miraba aquella mujer. Es más: juraría que
la mujer entró por alguna parte de ese cuadro de ahora.
En fin, es muy problable que yo también esté apunto de cruzar una puerta.
Una puerta de la que nunca se sabe si está abierta o cerrada. Una entrada a la que
al parecer pueden entrar todos, pero a la que al mismo tiempo todos se empeñan
en ignorar. Yo, en cambio, no resisto más. Ya me cansé de no querer explicarme
nada de nada. Estoy listo. El chicle no será más masticado. Siento el olor de las
flores de custambusy que tanto le gustaba a mi esposa. Es el aroma preferido e
inconfundible de los que una vez se amaron. Ahora lo entiendo. Por más que
vengan a decirme que es el mar el que se muere, no creo que pueda resistir más.
Y lo entiendo. Es este el momento en que vengo a comprender algo de verdad…
Dejaré, pues, que mis pasos me lleven hacia todas las puertas que ellos quieran
llevarme. Abrazaré mis tijeras de jardinero junto a mi enfermizo y mal irrigado
corazón. Y entraré por la puerta que me toque entrar. Porque esos ojos de jardín,
en los que pastan todavía dos conejitos de azúcar, sólo pueden ser los ojos tuyos,
Margarita, que han venido para escurrir de una vez el agua que me quedó en el
cuerpo.
***
Fin |
Honduras | 1967 | Abril Espinoza, Javier | Río San Juan | 13,531 | Camino líquido de garzas blancas
noventa kilómetros abajo del Río San Juan
en Bartola,
verde posada
de una viva postal del trópico
nunca enviada al Polo Norte
Y frente a Costa Rica
-que pobres y que ricos los ticos-,
junto a ese río,
de este lado del querer, donde
los antiguos ramas fueron dioses y mártires,
dijo ella:
«Alguien necesita ser amada…»
Un pájaro gris sobrevoló junto a tu voz,
y sabiendo que ya te amaba
callé,
callé,
callé,
diciéndote con la noche,
diciéndote con el río,
diciéndote con el gris:
«Y alguien necesita amar…»
Un mosquitero de explorador africano en Cuba
—tan grande fue Compás Segundo—,
después,
después,
después,
nos envolvía con todo y cama de leño genízaro
Solo el aire del río entraba,
sólo la ventana del cielo entraba,
sólo la onomatopéyica natural de la selva entraba
-lo que quedaba de ella-,
porque el reciente buey de la barranca en el poder
-que era grasa pura y delgada de justicia-,
tenía tantas vacas en sus fincas
por las cuales derribar cientos de árboles….
Sólo los dos,
sólo los dos,
solos los dos,
entrábamos y salíamos y entrábamos,
solos los dos
-y no era triste porque fue verdad-,
fuimos hacia el humedal de los sueños
Y nada se oía,
tanto,
tanto,
como el tacto cruzado de nuestra presencia,
como el „necesito ser amada“ de tu ciencia,
como el „necesito amar “ de mi ignorancia
-aún sabiendo que ya te amaba desde antes-,
como la fragua de todo encuentro
y su mágico sonido de la creación del mundo
que nos llevaba,
al amanecer,
al amanecer,
con botas y ropas campesinas
hacia el temor de la mordida de la serpiente terciopelo
Tú debiste
cerrar los ojos y acostar tu mejilla junto a la de al lado,
y ya no importar,
ni mañana ni ayer
como hoy sí sabríamos recordarlo
Alguien debió en ese instante,
en aquél instante
en este instante,
cruzar de nuevo los raudales del diablo
del río San Juan,
enterrar el ojo del almirante Nelson en El Castillo,
ser un derrotado filibustero americano que no llegó a tiempo para quemar Granada,
leer epigramas enamorados del padre y poeta Cardenal,
olvidar a Osama y la guerra de ventrílocuos terrores,
escribir tu nombre de paz
a lo largo de las riveras del río San Juan hasta la Ras,
y pintarlo
con colores de Solentiname
cayendo la tarde desde Los Chiles.
II
Ser danto y venado cola blanca
entraba pues también en el inventario,
pero más que ello,
era intentar cruzar ambos aquél instante
para que no fuera, este presente,
un estante de polillas…
Era sólo de cruzar mares y tierras
para hospedarnos en un rinconcito del cualquier cielo,
libres de toda pena,
en el refugio silvestre y terrenal
de nuestra naturaleza, agradecida,
pero sin dueños…
III
Era
-a quien sí y a quien ya no importa-
el Refugio de Bartola,
sobre el río San Juan,
dentro de territorios de la reserva Indio Maíz
Atrás quedaron
las dos cholas colgadas en sus hamacas,
atrás,
el mono aullador que no se dejaba fotografiar,
atrás,
Marcelino y su soledad,
atrás,
el gato de monte que también quería camarón de agua dulce
Y lo sabremos los dos
porque atrás quedó también el jueves santo,
porque ya no temimos a la serpiente terciopelo
Lo sabremos,
y lo sabrá el río San Juan
-por donde pasara la fiebre del oro del oeste norteamericano-,
pero lo sabremos los dos,
ante todo,
porque nadie necesitaba ser tan amada
como yo necesitaba amarte en el río San Juan… |
Perú | 1894-1987 | Abril de Vivero , Pablo | Como sombra ignorada | 10,957 | No tener un regazo que nos brinde, piadoso,
tras los rudos cansancios del humano fracaso,
la ilusoria certeza de un sereno reposo.
¡No tener un regazo!
No tener una estrella cuyos níveos fulgores
en el alma nos rimen la sonata más bella,
en la noche enlutada de los torvos dolores,
¡No tener una estrella!
No tener un perfume redentor del cautivo
corazón, que en las redes del pesar se consume,
con la amarga nostalgia del recuerdo más vivo,
¡No tener un perfume!
No tener una amada, melancólica y buena,
que nos cante, muy quedo, la canción ya olvidada
del amor, y que sepa suavizar nuestra pena…
¡No tener una amada!
Y estar lejos, muy lejos del edén florecido;
y seguir siendo triste, soñador, dolorido,
y pasar por la vida como sombra ignorada,
sin tener para el alma que triunfó del olvido,
¡ni regazo, ni estrella, ni perfume, ni amada!… |
Perú | 1894-1987 | Abril de Vivero , Pablo | Estética | 8,437 | (Realidad, incierta realidad o sueño.
Mujer siempre dormida en el poema.
Gacela despierta en suave paisaje de nube.
ausente de césped y horizonte |
Perú | 1894-1987 | Abril de Vivero , Pablo | Exaltación de las materias elementales | 12,295 | Exaltación de las materias elementales
(En desnudez intacta,
escalofrío, desmayo y sueño.
Debajo de sus senos nace un río
que olvida los temblores de su cuerpo).
¿Te quieres dar a mí hasta palidecer
desmayada en la noche?
¿Y que tu cabellera encienda
los trópicos íntimos del amor?
¿Sentir la claridad del alba
anegada en tus senos?
¿Hundirte en mí,
en la temeraria orfandad de la sangre?
Yo sueño verte un día
desnuda de tallos y de aurora,
señalando la transformación de las esferas,
alta de mediodía, cenital y luminosa,
solitaria, única: ¡eterna rosa! |
Perú | 1894-1987 | Abril de Vivero , Pablo | Las alas rotas | 13,576 | Tú desde entonces eras la elegida
para mi corazón aventurero,
y tenías que ser para mí, pero
¡estabas tan distante de mi vida!
Estabas tan lejana y escondida
en no sé qué recodo de un sendero,
que te buscaba en vano… ¡oh!, el artero
destino cruel de mi ilusión florida.
En la inquietud de mi peregrinaje,
todos los privilegios del paisaje
decoraron mis múltiples derrotas.
Y al fin mi corazón, por un acaso,
se durmió para siempre en tu regazo,
ciego de luz y con las alas rotas!… |
Perú | 1894-1987 | Abril de Vivero , Pablo | Patética | 9,859 | Patética
Caída del éxtasis,
en el atardecer, entre pasiones e incendio,
música de silencio.
Tu frente se eleva como el fuego.
Se oyen los ríos, la corriente de la libertad y del paisaje.
La hoja independiente, la gota de agua,
iguales a un cosmos o poema.
Estás allí donde la sangre canta,
en lo desnudo del aire, en la vena del alba. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Anoche fuiste noche… | 917 | Anoche fuiste noche. Mi mismo sueño. Saliste de mi como de una ducha. Yo tuve el sentido del agua en tus costados. Recién, fuiste tú salida de mi. Vuelta a mi. En mi, antes nunca habías sido. Te sentí en tus lentos pies. En tu apenas tierra después de nuestro goce.
La oscuridad de tu vientre me limitó en paraíso. Yo sentí miedo peludo, sexual, de carpa de circo en soledad.
Tu goce es el único misterio que quiero poseer en sismógrafo.
El goce de la mujer es tan fino, que puebla al hombre y pasa sus tejidos mejor que los rayos X.
Yo no sé hasta dónde se me fuga la mujer en el goce.
Siento celos de las condiciones sexuales del hotel.
(De Hollywood) |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Elegía a la mujer inventada | 1,512 | Xavier Abril: texto y poemas, por Ricardo González-Vigil
by admin
Este texto fue originalmente publicado por el reconocido crítico literario peruano Ricardo González-Vigil junto con una breve selección de poemas de Xavier Abril en el libro Poesía Peruana siglo XX. Del modernismo a los años 50. Tomo I. Ediciones Copé, publicado en 1999.
Por: Ricardo González-Vigil
Crédito de foto: Cortesía Sandro Chiri
Xavier Abril
(Lima, 1905 – Montevideo, 1990)
Con sus colaboraciones en la revista Amauta, Abril introdujo en nuestras letras el Surrealismo. Con originalidad asumió en Hollywood y particularmente Difícil trabajo, volumen con varios textos memorables, las lecciones de los surrealistas franceses, sobre todo André Breton y Paul Eluard. La super-realidad (o sobre-realidad) explorada a través del sueño, la locura, la pasión y la taquicardia psíquica, mediante una prosa de intensa plasticidad.
Conocedor lúcido de la modernidad artística (ha demostrado sus dotes críticas y bagaje cultural en sus estudios sobre Vallejo, Mallarmé, Eguren, Juan Ríos, etc.), Abril es también un fino degustador de los clásicos del pasado. Por ello, arribó pronto a un control de la aventura surrealista, revitalizando la arquitectura y cohesión del poema, con referencias directas a autores como Berceo, Arcipreste de Hita, Jorge Manrique y san Juan de la Cruz; el resultado fue un libro de talla hispanoamericana: Descubrimiento del alba. Los poemas posteriores acentúan esta “vuelta al orden”, revitalizando con mayor decisión las formas métricas tradicionales. Esta textura postvanguardista debe verse como una comunión mayor con la línea mallarmeana anterior a Un coup de dés (con el notorio refuerzo de Paul Valéry) y en general con las fuentes románticas, parnasianas y simbolistas de la Modernidad; paralelamente debe verse como un progresivo cultismo formal al servicios de una simbología cada vez más abstracta e intelectual, cada vez menos onírica y visceral, en la que la reflexión sobre el sentido de la poesía alcanza un relieve similar al de los temas constantes del amor, el olvido y el enfrentamiento agónico a la muerte.
La evolución estética de Abril guarda una estrecha correspondencia con la de Martín Adán: Hollywood posee muchos nexos con La casa de cartón y La rosa escrita con Travesía de extramares. Claro que Abril tiene unas inclinaciones a la prédica “comprometida”, de ideología revolucionaria (veta de poca solidez poética, en su caso: Declaración en nuestros días), que lo alejan de Adán. Además su admiración por Un golpe de dados… de Mallarmé como pieza clave de la “modernidad” poética, fructificó en algunos textos que exploran lo “visual” de las palabras “diagramadas” (por decirlo así) en la página; verbigracia, “Un poema qu integra el cosmos”. Premio Nacional de Literatura concedido, después de muchas dilaciones, en 1982.
OBRA POÉTICA: 1) Hollywood (relatos contemporáneos). Madrid, Ed. Ulises, 1931. 2) Difícil trabajo (antología 1926-1930). Prólogo de Emilio Adolfo Westphalen. Madrid, Ed. Plutarco, 1935. 3) Descubrimiento del alba. Lima. Ed. Front, 1937. 4) Figuran varios poemas dispersos e inéditos en el Homenaje de la revista Creación & Crítica, números 9-10. Lima, noviembre-diciembre de 1971. 5) La rosa escrita. Montevideo, Ed. Front, 1987. La segunda edición, con presentación de Sandro Chiri Jaime: Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1966. 6) Declaración de nuestros días. Estudio preliminar de Concha Meléndez. Montevideo, Ed. Front, 1988.
abril
El poeta Xavier Abril
ANOCHE FUISTE NOCHE…
Anoche fuiste noche. Mi mismo sueño. Saliste de mi como de una ducha. Yo tuve el sentido del agua en tus costados. Recién, fuiste tú salida de mi. Vuelta a mi. En mi, antes nunca habías sido. Te sentí en tus lentos pies. En tu apenas tierra después de nuestro goce.
La oscuridad de tu vientre me limitó en paraíso. Yo sentí miedo peludo, sexual, de carpa de circo en soledad.
Tu goce es el único misterio que quiero poseer en sismógrafo.
El goce de la mujer es tan fino, que puebla al hombre y pasa sus tejidos mejor que los rayos X.
Yo no sé hasta dónde se me fuga la mujer en el goce.
Siento celos de las condiciones sexuales del hotel.
(De Hollywood)
NATURALEZA
No alcanzaré a ser puro mientras no crezca yerba de mis pies. Hasta no saber oscuramente que en mi fluye el agua, crece el fuego, trashuman animales.
POEMA DEL SUEÑO DORMIDO
El hombre desvelado es más fino que la brisa nacida en la frente de las mujeres dormidas. Y si pronuncia palabra es más silencioso que la llegada del alba.
La soledad de los árboles es menos penetrante que el desvelo. El insomnio está lleno de ratones y dientes y pestañas. Verdadera fauna nerviosa de la que se sale solo por milagro.
INTIMIDAD
Estás en mi tan lenta que parece agua continua. Te veo caer en mis últimos sueños, en blancos espacios de soledad. A la distancia mínima del deseo y de la belleza.
Oigo la música de tu cuerpo en la yema de mis dedos
(De Difícil trabajo)
ESTÉTICA
(Realidad, incierta realidad o sueño.
Mujer siempre dormida en el poema.
Gacela despierta en suave paisaje de nube,
ausente de césped y horizonte.
POESÍA ES A CONDICIÓN DE OLVIDO)
ELEGÍA A LA MUJER INVENTADA
(Sin formas la conocéis:
es la yedra obstinada,
la reja y el amor
apenas lágrimas de otro tiempo)
Una mujer o su sombra de yedra
llena esta soledad de lámparas vacías.
En la memoria del corazón
está marchita una flor,
un nombre de mujer.
Los ojos de la ausencia
están llenos de lluvia, de paisajes helados y sin árboles.
¿Quién conoce el nombre de esa mujer
que olvida su cabellera en los ríos del alba?
¡Qué difícil es distinguir entre la noche
y una mujer ahogada hace tiempo en un estanque!
El desmayo de una flor no se compara
al silencio de sus párpados cerrados |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Estás Eguren | 9,829 | Estás Eguren,
siempre con la i de viaje;
volverás a confundirte entre las figuras que cantaste,
en lo que nunca dijiste,
callado de abrumarte.
¡Yo sé que estás Eguren en la corriente que jamás
nombraste! |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Estética | 12,571 | (Realidad, incierta realidad o sueño.
Mujer siempre dormida en el poema.
Gacela despierta en suave paisaje de nube.
ausente de césped y horizonte
POESÍA ES A CONDICIÓN DE OLVIDO). |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Exaltación de las materias elementales | 8,508 | (En desnudez intacta,
escalofrío, desmayo y sueño.
Debajo de sus senos nace un río
que olvida los temblores de su cuerpo).
¿Te quieres dar a mí hasta palidecer
desmayada en la noche?
¿Y que tu cabellera encienda
los trópicos íntimos del amor?
¿Sentir la claridad del alba
anegada en tus senos?
¿Hundirte en mí,
en la temeraria orfandad de la sangre?
Yo sueño verte un día
desnuda de tallos y de aurora,
señalando la transformación de las esferas,
alta de mediodía, cenital y luminosa,
solitaria, única: ¡eterna rosa! |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Intimidad | 10,051 | Estás en mí tan lenta
que parece agua continua.
Te veo caer
/en mis últimos
sueños,
en blancos espacios de soledad.
A la distancia
/mínima del deseo y la belleza.
Oigo la música de tu cuerpo
en la yema de mis dedos. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | La rosa de su nombre | 857 | La rosa, la rosa siempre,
La rosa que me acompaña.
Aquí está de rosa a rosa
esperando la condena
Del que a la rosa entrega,
Disperso bajo la Luna,
Soñando la rosa que era
No busquéis rosa ninguna.
Descubridla en Primavera. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | La rosa eterna | 12,396 | En la mañana vacía
vestida de su alborada;
en la tarde fenecía
cual la rosa de la nada.
Estaba abierta de día,
de noche estaba cerrada;
cantaba como gemía,
sentía cuanto lloraba,
La flor del mundo ignorada,
que sólo el alma adivina,
de su tallo se alejaba
a ser la rosa divina. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | La rosa multiple | 860 | ¡Oh rosa de lejanía,
rosa de rosa lejana,
que su nostalgia bebía
en jardines de Nirvana!
Así la rosa se hacía
al misterio más liviana;
en los sueños revivía
el tiempo que fue lozana.
La rosa torna a la rosa
en vuelo de luz, dichosa,
del cielo rosa al devenir.
Íntegra forma volvía
a sentir lo que sentía
en soledad de vivir. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Naturaleza | 864 | No alcanzaré a ser puro mientras
no crezca yerba de mis pies.
Hasta no saber oscuramente que
en mi fluye el agua, crece el fuego,
trashuman animales. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Orden | 711 | Contra la tiranía,
contra el esqueleto de la
burguesía que está poniendo
blanco y va a asustar al
número |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Paisaje de mujer | 8,912 | Tu vives lenta y suave en tono de nube antigua.
Tu país se eleva a la altura del canto elemental
de las aves y de las florecillas silvestres.
No te ignoran los regatos perdidos
ni las huellas ocultas en el invierno.
El temblor de un tallo responde en tu despertar,
tu cabellera es la flora del paraíso. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Patética | 12,043 | Caída del éxtasis,
en el atardecer, entre pasiones e incendio,
música de silencio.
Tu frente se eleva como el fuego.
Se oyen los ríos, la corriente de la libertad y del paisaje.
La hoja independiente, la gota de agua,
iguales a un cosmos o poema.
Estás allí donde la sangre canta,
en lo desnudo del aire, en la vena del alba |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Poema del sueño dormido | 818 | El hombre desvelado es más fino que la brisa nacida en la frente de las mujeres dormidas. Y si pronuncia palabra es más silencioso que la llegada del alba.
La soledad de los árboles es menos penetrante que el desvelo. El insomnio está lleno de ratones y dientes y pestañas. Verdadera fauna nerviosa de la que se sale solo por milagro. |
Perú | 1905-1990 | Abril de Vivero , Xavier | Tono último del alba | 11,339 | A una sola línea del sueño, del color que es su vida. El mundo de
mis manos se vuelve sutil en su cuello. Luego, se pierde el mundo.
Esto ya es el gozo, la media luna, el canto de primavera. De sus axi-
las veo emerger la estación, el verano.
Adormecida en el alba entre dos rayos. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Amanecer | 25,094 | Mundo carnal, la primavera,
resina en los dedos, pegajosos
después de abrazar el árbol de palma y
la corteza pegada,
su opresión débil que despierta
con un toque de rojo y los ojos
velado por la tristeza, la prohibición
se puede descubrir el centro
del corazón.
¿Cuál fue mi voluntad
pero subir a los árboles,
llegar a la cima
y ver las estrellas por la noche
brillando en silencio?
Se despertó en el mundo, ahora amanece
y sin su voluntad se queda atónito,
la pereza infinita, la soledad
de nuestro manantial infinito
alegría que exhala esta amenaza,
esta melancolía. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Asignación | 10,895 | Yo soy una bandera.
En esta torre
detección nació de los poemas
y esta verdad se convierte en golpes
orbe como un desvalido, de la que somos
el futuro con esperanza,
o su toque y la tuya, dios doble
que es uno, como el pan
los organismos que comparten, la batalla
el amor de la carne.
Todo el mundo pertenece
esta naturaleza, pero no
por la posesión
el mundo y las cosas.
Mi pasión no era sin condiciones,
su contacto final?
Lo que quedó de la vida
fugaz y adolescente, en caso de salir
otra nueva mentira disfrazada,
Yo todavía me reconocen,
uno y diferente?
nadie domina
que amenaza a la elevación de vértigo |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Ave félIX | 10,721 | Nunca empiezan y nunca acaban
los días, nos ocultan sus razones
para seguir, bajo este cielo rojo
hundido entre las brumas
y el hacha matinal
de tus deseos.
Alguien queda
en las colinas pálidas
A menudo he pensado
en la tristeza, un revoltillo
de ilusiones con fe, una señal
alrededor de las palabras
y tibios ecos
de aquel pasado todavía vivo.
Pero —así cantan los poetas—
no he de volver, aunque no tenga
sitio, ni sed etimológica,
por donde huir, ni lágrimas
—el cascabel del desahogo—
o luna:
la luna está rellena de diabetes,
mañana no querré pensarte.
Mañana.
Sí, por fin
la esperanza al alcance de la mano,
con leyes invisibles
que nos engañarán, no hay duda,
porque seguimos siendo ciegos
al mediodía.
Estas figuras espectrales
—la exactitud, las cifras,
su confianza en el azar,
entre las páginas disperso—
van más allá de la aventura
y más allá de las mentiras
de la verdad, larvada.
Atrévete a saber, pensé.
Mas no era eso.
E igual tampoco puedes
negar lo que te di, mudarte
y elaborar otras teorías
que se parezcan,
introduciendo el plasma
por tus ojos
o por tu corazón neumático.
Qué locura elegir,
sin ganas, consumiéndote;
ser elegido.
Y nos engañaremos:del sueño,
alguien enemigo
debajo de las máscaras no hay nada,
sólo los humoristas, que resisten.
No quiero ser poeta
sino detritus,
mil hojas
de dulces diccionarios
—mis animales, torpes monstruos—
con una fiebre intermitente
y su ruido de huesos,
humos helados
que aumentan el tamaño de las sombras.
Casualidad o no,
aún soy lo que quería
y una leyenda de este género
gusta siempre en la vida de un poeta
y de una musa como tú.
Ah, joven yeti, en la covacha
de esta desanudada identidad.
Príncipe de la callejuela,
feliz entonces
registrando en las cámaras
y en la vieja pocilga
del tercer piso,
desempolvando ahora
la memoria, desocupándola
para empezar un nuevo viaje.
Con pizcas de curiosidad
quiero ir a China para conocerte.
Que nadie te detenga.
Nada más.
(Inédito)
de la hache, y cómo lanza
sus dardos ululantes
en esa habitación que vive en ti.
Amanecer, yo te saludo,
mas quién olvida
que no quise ganar, que sólo
me conformaba con el juego
del Libro del futuro.
Allí manipulé mi historia
como si fuera un mito
despreocupado, y mis pasiones,
garfios para el combate,
con sus bulbos de luz.
¡Hijos de esas estrellas
que oscuramente continúan
su amor arborescente
hacia nosotros,
recorriéndonos!
Hijos del frío. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Diseminación | 23,338 | Los poemas que nunca escribiré
se han convertido en humo
afirmativo y en volutas
que no desaparecen, se disuelven.
Blanco humo de las chimeneas
que contiene poemas de todos los colores. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Don de la ingenuidad | 24,387 | Cuando regreses
a la ciudad verás las ilusiones
que madrugan con sus acentos
incapaces de desprenderse
del pasado, que ignoran
lo mismo que nosotros.
Tú ni siquiera sabes por qué vives,
cómo es posible limitar
la realidad de varias formas,
si es tuyo este deseo
en la utopía de los débiles,
rebeldes, nunca hermosos.
No dormirán las culpas hasta tarde
y en su espiral el ruido
con su dragón ajuglarado
bisbiseará un nuevo día:
Horarios imposibles,
beata actividad.
Contra ti mismo cuántas veces;
cuántos modos conoces
de hacerte daño.
Ya no quedan violines
y la melancolía de las fuentes
posee menos memoria
que sentido común.
He de explicarlo casi todo.
El tiempo, como un herpes, su sintaxis
sin posibilidad. Irás
pero no volverás.
Este país tiene la pata herida.
Yo quise destruirme
fregando platos,
dije lo que me apetecía.
En los desfiladeros
de mis eses,
con el afán
de principios de curso
superé mi propia rutina
y eliminé
lo que no soportaban.
Unos dicen que ha muerto,
otros que nunca morirá.
Aún así
te convences con poco.
Colono de una lengua
que hoy sigues recordando,
quiero reírme
de esas largas genealogías
mientras diseño aquí mi casa:
encinas y palmeras,
tamarindos,
palabras con descuento
e insistencia:
es tu virtud.
Y otro episodio
dentro de ese vacío
infantiloide
que debes aceptar
intermitente,
la descripción de un personaje
con flexibilidad: ser puente o río.
Inédito |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | El clavo | 20,003 | Todo lo revivido se estremece.
Repites las historias muy despacio
con los nombres del mundo de los muertos
pues lo bello, al final, resulta triste.
Las huidas sin carrera son la imagen
grotesca de los sueños, el agua que se escapa
entre las manos y, por eso, prefieres
cambiar aquellos nombres y lugares, dejar
sólo los hechos con los sentimientos
que arrastran.
Puede ser una señal
y casi te deslumbra.
En el dolor, no obstante,
el abrazo es más rápido que un cepo.
Ser uno mismo, sí, pero antes ser de otros. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | El rey hoja | 12,652 | Ver significa primavera
y una corona adolescente
entrelazada de atributos.
Pero una venda forma enigmas
e, igual que el pan que crece oculto
en nuestro cuerpo, ignora el daño:
sólo nos guían los adornos
que a través de su flauta — algo se cumple
o se descifra — inician otra fuga.
En la persecución seremos vegetales. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | El vigía | 20,036 | Veo en el horizonte un humo verde
reptando, caprichoso,
igual que una culebra entre las rocas.
Y cerca, en el camino a mitad de este sendero,
la verja vegetal que lo recubre
lujosa, decadente,
escarchadas y lánguidas
clarean unas ramas.
Parecen tensas venas que sujetan
a punto de partirse este paisaje
en la ventana de la fantasía.
Protege la muralla.
Y cómo cubre cárdena su imagen
y oscila en la penumbra,
cómo se pierde, y cómo se difunde.
Justo ahí donde empieza la escalera,
una escalera natural
de piedra, justo ahí es donde paro,
y me vuelvo otra vez.
Y aquí yo, y tú también,
ya nosotros.
Con miedo incluso, incluso
incertidumbre, en triple dirección.
Con la mano temblando al escribir
esta venérea milicia, noble
título, y mucho más real; pues sabemos
que no nos pertenece casi nada,
que todo es suyo y nuestro,
y que yo no soy nadie.
¿Algo es mío?
¿Cómo es posible ahora
escuchar su advertencia?
¿Cómo estar en lo cierto
y descifrar los símbolos osados
que la belleza desinteresada
rasga en nuestras imágenes?
¿Preguntas
indefinidamente sin respuesta?
Daré la voz de alarma
ante cualquier extraño movimiento.
Tengo explícitas órdenes
de tirar a matar. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Elegía | 25,053 | La noche es el escudo
que abarca su mirada,
la tierra que rodea
desde el riesgo a la tumba.
Ya amanece
en la posada del acantilado
donde cuelga un farol
y un letrero que gime en las tormentas
infernales de invierno.
Aquí vibra el dominio de la espada,
mano que empuña su destino
libre y que atraviesa
el territorio de la dignidad.
Yo prometo
la tierra de los sueños,
lejana de las leyes de los hombres
que ahora contemplamos.
Voz inerte,
viento, nostalgia. No te apresarán
los perros convocados que persiguen
el olor de una muerte fugitiva,
ni cederán el hambre, los pies siempre cansados,
la persistencia del dolor.
Yo sé
que este horizonte púrpura consigue,
como fuego y presagio,
el rastro insoportable de la cólera,
la luz de la esperanza. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Emoción breve | 19,262 | Por la escalera azul de la mañana
el deshollinador.
Su piel de escamas y sus cejas
serpentinas, felices
bailan. Todo podrá cambiarse,
dice. Nada me toca. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Espacio I | 25,739 | Llegas de cualquier sitio
y, elegido al azar,
sin mapas, sin señales,
el otro lado esconde la sorpresa
feliz y azul.
Entonces permanece la ruptura
intacta. Entonces fuera o dentro impide
su difusión.
El viaje trae un orden en cadena,
un movimiento ansioso que repite
su dispersa memoria:
ya nadie nos indica que el error
desconocido o su secreto
sirva robado y oprimido,
tiempo arenoso que se va.
Todo va a ser abandonado. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Espacio 2 | 19,655 | Llegas a cualquier sitio
a través de un poema:
el mundo viaja solo, y tú también
en su infinita red de vanidades
te dejas arrastrar
por símbolos, deseos,
buscando su sabor
con recuerdos gastados.
No te canses. Tampoco insistas.
Para qué preocuparse.
Quien más quiere avanzar más retrocede
en este laberinto donde olvidas
el único color de los matices,
su frágil soledad difuminada,
y arrojas sus palabras al vacío
y al caos.
Nunca el caos, camino equivocado. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Flor pensativa | 17,398 | A Stéphanie Ameri
Entonces entender es la fractura,
otra omisión
que no se justifica.
Vas surgiendo
desvaída en el punto en que se rompe
aquel olor de hojas que la brisa
como una nueva explicación del mundo
distrae, alegremente.
Estás sentada.
Tan despeinada y pálida después
del esfuerzo infeliz y del trabajo.
No hay repetición.
Son nombres
que ofreces al azar y, sin embargo,
impensables sin esa compasión
que crece derramada por tu boca,
ese licor de la imprudencia.
Ahora
descansas. Estás sola.
Y es un filo brillante
que a todo da sentido, siempre ahí
desde lo más oscuro, sin ser dicho. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Galope | 19,093 | Lejos la extraña luz
que atraviesa la noche, y más extraña
la luz de los poemas, este espacio
tan breve que ilumina
hacia adentro y nos punza.
Como si la distancia
que apenas calculamos,
se desbocara sola
arrastrándonos fuera,
lejos de todo. Lejos.
Se parece al deseo
de ser nosotros, sí, nosotros mismos
ahora, mas no hay nada,
no hay almas.
Hay relojes
antiguos con delgadas manecillas
locas, y lentos medallones de oro
prendidos en tu pecho.
Como una inmensidad que nos rodea
sin sentido, a nada nos reduce
y abandona lo suyo.
La soledad es ciega y es salvaje.
Sujétate a sus crines despeinadas
y agárrate bien fuerte. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | La casa de los relojes | 14,554 | Empezar es decir revolución
en el único abrazo.
Esta mentira
sabe que no me perteneces
y quisiera, ignorante,
detener su caudal sin que rebose,
ascender la ilusión, su centro mismo.
Así también de nuestros ojos
mientras lo más profundo se te escapa,
el presagio se inclina,
se dobla por sí solo
y finge el sentimiento.
Las avispas
anidan en la chimenea
y el olor de la carne se ha resuelto
en la casa apagada.
Del salón
comienza el laberinto
que serpea brillando por el borde
de la memoria, tentador y bello,
hacia el mundo animal que una vez fuimos.
Hacia atrás no se puede.
Allá al fondo
el sueño en que apoyarse yo quisiera
saber por qué se pierde
si ahora me detengo y te distingo.
Y todos los relojes funcionando. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Metamorfosis de las llamas | 11,480 | A Luis García Montero
El hombre señalaba el cementerio
y me dijo asustado:
El sigilo del miedo
de pronto es cazador y se avergüenza
sintiéndose verdugo.
Para que haya un orden
tienes que estar debajo.
Demasiado
esfuerzo. Será nada.
Entonces se sonrió
saliendo hacia la luz desde la sombra.
Yo sé bien que detrás
hay algo que se mueve,
y conservo su imagen.
Una noche
aquí estuvo y sentí
todo el miedo del mundo. Nunca más.
Señalaba despacio
la ancha tierra, el cielo alto,
y les puso otros nombres.
Me contó que al final es un latido,
uno solo, y que el riesgo belleza
si se cierran los ojos.
Yo después escribí
linda crisálida que nace muerta
y vuela con los sueños lamentables
y vuela, y vuela, así cambian las cosas. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Omnia | 12,941 | Aquello fue verdad, su búsqueda
— no un ávido alargar la mano
ni la tela, sutil, de araña que se adhiere
rompiéndose en el rostro
al atraparte, así,
sino dulces segmentos
de una naranja: son tus cosas —
es la felicidad que te protege.
¿Se olvidarán? ¿Serán inútiles
— contradictorias, sin embargo, mueven
los pies rítmicamente — acumulándose?
¿Se dejarán tocar por la luz clara?
Tú me preguntas por qué escribo
y a ti todas las cosas te protegen. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Reunión | 19,985 | Fue usted, tal vez nuestro desorden,
tal vez los dedos libres,
su movimiento ansioso interrogatorio,
que las llamadas para las manos
ya lo largo de las líneas
última voluntad cuando se despierta,
o tal vez era yo,
con la lengua al borde de la noche.
Senderos de placer cuando el amanecer se rompe
y dos cuerpos se hablan
y contar su fortuna
cruz y la pasión como una sola.
El resto de las cadenas de la carne
capaz de piernas y brazos,
a hundirse en el mundo y han
como una boca oscura
que se traga todo, y nos arrastra.
Si se intenta a veces, o es usted
a buscarme, y cumplir con nosotros. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Subvención | 12,523 | Soy una bandera.
En esta torre
selección de poemas nacidos
y se convierte en verdad fuertes
indefenso como un globo, que
el futuro por la esperanza
o de su toque y el tuyo, dios doble
que es uno, como el pan
que comparten sus cuerpos, la batalla
el amor de la carne.
Todo el mundo pertenece
esta naturaleza, pero no
por la posesión
el mundo y las cosas.
Era mi afán sin condiciones,
su contacto final?
Lo que quedó de la vida
salir fugaz y adolescente, si
otra nueva mentira disfrazada
Me reconozco más,
uno y diferente?
Nadie domina
desde una elevación que amenaza el vértigo. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Súper andrógina | 10,624 | Proserpina
Los árboles caídos en el suelo
se han podrido, sus ramas — melodía
de drogas, sin descanso — obstruyen la vereda…
Pero ¿qué prisa tienes? Vas
hacia un fin excitado que revive.
¡Es el infierno! Es la primavera
que ha sumergido en sus profundidades
tu muerte siempre joven; ha nacido otra vez.
Vence tu piel itinerarios de tinieblas
y acariciando la esperanza — en el imperio
del humo hay una esfera herida — vuelves cantando:
Es el infierno. ¡Es la primavera! |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Terra d’ombra bruciata | 13,437 | Una ausencia de origen, espontánea,
no parece impulsar las blandas torres
de un recuerdo animoso.
Tienen un nombre fijo.
Por entonces, llegábamos
como el verano, enfrente
con su cielo dinámico y sencillo.
Quisiera parecerme a aquella vida
y Al fondo del verano, en el otoño
su fruto, igual que un sexo adolescente
se abría, y para entonces
los campos arrasados,
los humos recorriendo
la mirada insaciable,
señalaban asombro todavía.
Allí, plenos de esfuerzo,
juntos los dos cazábamos cruzando
las nuevas aventuras
ajenos a cualquier identidad.
Nosotros, libres, solos.
Por entonces, la muerte era otro juego
y ahora con su voz entrecortada
oímos cómo pide,
llamándonos, que acabe si resiste
incluso aquello que nos pertenece.no perder la luz de su bondad.
Me acercabas promesas
lejos del roce de los párpados
cóncavos y abisales,
párpados mutilados de los niños
que cantaban a coro
su religiosa música lasciva.
Sólo tus dedos mágicos curaron
los ojos que sangraban. Vi su mundo
a través de los míos,
notando de su envidia
la vejez prematura,
su torpe sueño breve.
Como todos, yo había despertado,
y la tranquilidad de la naturaleza
nos mostraba caminos diferentes
en el amanecer. Cada mañana
templada, se ofrecía a poseerla
sin pedir nada a cambio.
¿Fuiste tú quien se dio,
si nadie puede darse así realmente,
o fueron las montañas
morenas o marrones
con sus senos metálicos,
y la felicidad? |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Tormentas breves | 16,371 | Se avecinan veloces
las nubes del oeste.
¡El agua buena comprimida!
Este refugio oscuro.
Nuestro dolor. |
España | 1974 | Abril, Juan Carlos | Traición | 27,142 | Este mundo de enfrente se encarama
donde puede y es tuyo sin saberlo,
a tu vida traiciona sin buscarlo
y no tienes la culpa.
En el pasado
fuiste feliz con la tranquilidad
de aquellos sueños, todas las promesas:
habitaba en tu mente un bosque inmenso
y siempre te asombrabas
con el murmullo de las caracolas.
Te sentías seguro en sus manos, protegido
por la mirada noble y bondadosa del padre.
Detrás de su existencia sólo había
una debilidad única: tú.
Nunca
más brillarán los ojos como entonces,
víctima de una infancia
demasiado perfecta. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | A liliana jalif | 10,754 | Te doy, en este papel,
un pedazo del ser que me pertenece,
un poco
un poco del sol que me alumbra a diario,
un poco de Dios que me fortalece.
Te doy, en este papel,
insignificante espacio de inspiraciones,
un poco de mis tardes tan solitarias,
un poco de mi risa que existe siempre.
un poco de silencio poblado de locuras,
un poco de mi pasado y de mi presente.
Te doy, en este papel,
un poco de mis ganas de andar la vida,
un poco del calor de un verano sureño,
un poco de cordillera, de Pacífico y nieve.
En fin, te doy un poco de todo lo que soy,
porque soy esto que vea a diario,
con el Sur prendido entre los labios,
con las palabras como único puente.
Con un único tesoro, esta poesía
que se abre para vos en este instante
para hacer de la amistad un estandarte
para agradecer esta oportunidad
que nos dio la via. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | A neruda | 11,435 | A ese poeta que nació en mi tierra,
que escribió al mar
y a las estrellas,
que navegó los mares
para inspirar su pluma,
para buscar la musa
que guiara sus letras.
A ese poeta que le gritó al viento
todo el amor en cien sonetos,
que se inspiró en la vida
de su humilde pueblo,
que murió de pena al verlo muerto.
A ese poeta de la Isla Negra
que recorrió el mundo
sin olvidar su tierra,
a ese capitán de aquellos versos
que lo casó la luna
rodeada de estrellas.
A ese poeta le debo estos versos,
a ese gran hombre
dedico estas letras. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Acaso fue la tarde | 11,039 | Acaso fue la tarde
la que escondió en su penumbra
el sentimiento y lo durmió.
Acaso fue el cansancio
el que envolvió tanta ternura
en un colchón de sueños y lo durmió.
Acaso fue el silencio
el que atrapó al corazón
en un vacío sin ruidos y lo durmió.
Acaso fue el tiempo
el que frenó los impulsos
en un espacio sin formas y lo durmió.
Acaso fui yo
quien invitó a "mí todo"
a aplacar la tormenta y lo durmió. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Acróstico | 9,838 | A Puerto Madryn
Podré, quizás, distanciarme en el tiempo,
Una y otra vez podré dejarte,
En calles solitarias vagar mi cuerpo,
Rastrearé otros cielos para encontrarte.
Tomaré el sol en otras playas,
Oleré el perfume de otros mares.
Mas, todo puede ser posible, es cierto,
Andaré en la distancia y en el tiempo,
Daré mis horas a otra gente,
Rendiré mis noches a otro cielo,
Y mi vida avanzar como siempre, pero…
Nada alejar mi corazón de tu puerto. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Al locutor | 11,440 | Cuando el silencio de las noches
envuelve en el descanso
las vidas agitadas
por los trajines del día.
Cuando al alba, al despertar,
los primero rayos del sol
nos anuncian que sigue la vida.
Cuando todo está en silencio
allí están esas voces,
con rostros inventados,
con cuerpos de fantasía,
que transmiten sensaciones
y nos brindan compañía.
Cuando todo está en penumbras
allí estan esas voces,
que amigas del viento y del tiempo
se esconden en los rincones
de corazones solitarios
que buscan esa voz amiga…
esa voz…
que con cuerpo imaginario
cruza mares y cielos
para llegar al corazón
de todo el mundo y de cada pueblo. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Algún día me iré | 11,043 | Algún día me iré… pero aquí quedaré,
quedaré porque soy de aquí,
recordaré cada momento de este lugar,
de este puerto.
Recordaré cada silencio
de este mi mar, mar eterno.
No olvidaré las calles,
tampoco olvidaré el cielo…
no olvidaré la brisa
que le dio paz a mi alma,
que le dio un sentido a mis hechos.
Me iré mañana tal vez,
me iré con tu recuerdo,
con un amor escondido
que solo conoce el silencio,
el silencio que dejaré
cuando pase el tiempo,
el silencio que llevaré
cuando pase febrero,
me iré mañana tal vez,
o tal vez… mañana me quedo. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Andaré los caminos | 12,733 | Andaré los caminos buscando el horizonte
que me indicara mi padre
en las noches de aquel pueblo perdido
en la cordillera de Los Andes,
en las noches de leña ardiendo,
de frío, nieve y chocolate.
Andaré tantos caminos buscando mi vida,
mis afanes se multiplicarán día tras día
y pasaré los años andando distancias
y a cada paso lloraré tu ausencia.
Pero llegará el día, ya gastado el camino,
de dar la vuelta, de mirar al sur de nuevo
y regresar a tu lado,
a descansar los años bajo tu cielo,
a dormir las siestas mecida en tus olas,
a oler tu mar en las tardes de julio
cuando el frío corta el rostro
y la cruz del sur cubre tu cuerpo de mesetas
y el viento acaricia tu cintura de acantilados.
Llegará el día de recostarme de nuevo
en el calor de tus doradas dunas
con los ojos abiertos al cielo de enero,
apretando en mis manos puñados de arena,
acariciando mis pies el oleaje de espuma.
Entonces, cuando salga la luna
y el mar sereno refleje tu silueta iluminada
y los barcos detenidos en tu noche
me inviten a quedarme a la vera de tu costa,
y las estrellas dancen a lo lejos
al compás de un coro de gaviotas,
entonces te daré mi corazón
y se detendrá en vos, pueblo mío,
para siempre, en silencio, dormido. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Aquel Puerto Solo | 18,812 | Aquel puerto solo
que me recibió una noche
sin luna y sin estrellas,
que me cantó con sus olas
una canción de espuma,
y enjugó las lágrimas
de la distancia y el reencuentro.
Aquel puerto solo
que conoció mis diez años
llenos de dudas y preguntas,
que acunó en su mar
mis tardes de nostalgias
que acarició mis noches
con el rugir de sus aguas.
Aquel puerto solo
es mi puerto de hoy,
es el Madryn que me viste
de mar y de cielo,
que me retiene en sus entrañas
y me acuna en su suelo,
que me da caricias de arena
y me cobija en la bruma,
que me ató a su golfo
y a sus estrellas una a una,
que me quitó el acento
para que hable su idioma,
que me enseñó la poesía
para quedar en la memoria
de quienes vienen y se van
y no saben contar su historia |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Aquí te espero | 10,297 | Aquí te espero
y quizás no sea en vano,
aquí te busco
enredada en mi letargo.
Aquí te espero
en las playas de mi puerto
manso espejo de agua
que refleja tu encanto.
Aquí te busco
entre la arena y la espuma
bañado en caracolas
dibujado en la bruma.
Aquí te espero
jugando entre las dunas,
contando las estrellas…
y tú estás en cada una. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Basta mirar tus ojos | 12,563 | Basta mirar tus ojos
para saber que existes,
para saber que pisas
la tierra que yo piso,
para saber que amas
el mar que yo amo,
para saber que el sol
que nos alumbra
es el mismo.
Basta mirar tus ojos
para saber que estas vivo,
para saber que el cielo
está en ellos prendido,
para saber que el mar
con su silencio o su grito
los bañó de su color
y su misterio infinito.
Basta mirar tus ojos
para saber que existes,
para saber que vives
aquí donde yo vivo,
para saber que estas
aunque yo no esté contigo,
para saber que el cielo
que nos rodea es el mismo.
Basta mirar tus ojos,
solo eso… y yo los miro. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Caminata | 9,510 | Rodeados por la quietud de la noche,
camín bamos taciturnos
por las calles vacías.
Te sentía al lado mío,
mas al mismo tiempo te ignoraba,
me sentía al lado tuyo
y al instante me marchaba.
Me encerraba en pensamientos,
caminaba… temblaba,
reaccionaba de pronto
y a tu lado continuaba
para seguirte escuchando
sin yo musitar palabras.
Y así la monotonía
se repetía, no variaba.
Caminamos, avanzamos,
sin llegar a nada,
solo a un gran silencio
lleno de palabras. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Como será | 10,391 | (Interpretada por Soledad Pastorutti)
Cómo será
despertar y no verte por la mañana
y rodar por tu ausencia aquí en mi cama.
Cómo será
escuchar el silenciode tus palabras
un silencio tan blanco como el alma.
Cuando salga el sol no estarás aquí
y te irás con mis sueños arrancándolos de mí.
Cuando salga el sol me dirás adiós
y quisiera saber lo que yo seré sin ti.
Seré una tarde sin sol
una estrella perdida en el mar
una sombra, un silencio mortal,
una huella de amor.
Seré yo el eco de un lamento
la nostalgia del recuerdo
fría escarcha en el invierno
una roca de sal.
Seré una estela del pasado
una flor que ha marchitado
golondrina que muy sola se quedó.
Cómo será
encontrarme tus besos en la distancia
y anhelar tu calor de madrugada.
Cómo será
caminar el sendero de mi nostalgia
un sendero de ausenciasque no acaba. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Cuando se tiene un amigo | 11,972 | Cuando se tiene un amigo
se tiene entre las manos
un pedazo del cielo,
un espacio infinito,
un refugio, un espejo.
Cuando se tiene un amigo
se tiene un hermano,
ese que uno elige
cuando va creciendo.
Ese ser que nos transmite
la confianza y el respeto,
ese ser que nos muestra
los equívocos siempre a tiempo.
Cuando se tiene un amigo
se tienen las alas
extendidas al viento,
y se puede desnudar el alma
sin correr riesgos. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | De esas tres cosas | 12,238 | Dame tregua, tiempo, dame tregua,
no me apresures a pensar
pasa más lento.
Detén un poco tu paso
y dame un respiro…
no me apures, no quiero perder
espacios ni silencios.
Dame tregua, tiempo, dame tregua,
se me vienen los años
y aún me falta escribir un libro,
tener un hijo… tú sabes,
de esas tres cosas…
solo el árbol me creció,
el libro ya está en camino,
para el hijo falta el amor. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Deseo de libertad | 8,266 | Déjame volar libre por los prados,
déjame sentir las caricias del viento,
quiero cabalgar encima de una nube
acariciar el sol y perderme en el tiempo.
Déjame escalar la colina más alta,
déjame soñar que estoy sola en la montaña
quiero descubrir un refugio solitario,
quiero conocer de la libertad sus entrañas.
Déjame volar como lo hacen las gaviotas
déjame llegar a la playa más hermosa,
quiero dibujar en la arena mis sueños
quiero dormirme y que me despierten las olas.
Y déjame por fin, caminar con las estrellas
y déjame sentir que soy como una de ellas,
entonces al saber que todo ha terminado
volveré para decirte, lo que quería, he soñado. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Dulce soledad | 11,146 | Dulce soledad que me acompañas
y que en las noches te duermes a mi lado,
con tu presencia hueca te recuestas,
y me das entre las sombras tus manos.
Dulce soledad, amiga mía,
no me dueles ni me haces daño,
aprendí a necesitarte y a estar a tu lado.
Dulce soledad, pobre soledad,
nadie te quiere y yo, sin embargo,
te agradezco los silencios y el espacio,
las horas que me escuchas atenta,
y tus ojos y tu cuerpo imaginario. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | El eco de mi voz | 9,971 | El eco de mi voz
se está perdiendo en el silencio
como se pierde el camino
en el horizonte,
entre la tierra y el cielo.
La música gime en mi oído
sondea mi interior y me descubre,
desnuda mis sentidos
y me eleva al infinito,
y mi voz… se esconde,
se calla, se pierde.
Mis pensamientos vuelan
en busca de rastros ocultos
de las huellas escondidas
en las tardes de mi ayer,
y descubro las distancias,
y descubro las ruinas…
y la música sigue
Socavando mi interior.
Lo recóndito de mí
se vuelve palpable,
yo lo siento y es extraño,
escucho mis latidos
y siento mi soledad
como un abismo insondable,
como cuando en el mar
se esconde la tarde. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Ese otro ser | 19,013 | Cierro los ojos, lentamente,
y me sumerjo en un letargo sin tiempo,
silencioso, distante, lejano…
cierro los ojos y me encuentro
con el ser que está en mi interior
lleno de miedos, de preguntas,
lleno de dolores y de angustias,
ese ser que se siente abatido,
que a veces no razona.
Lo observo y con imperante voz
lo invito a que viajemos juntos
por esta vía sin final preciso,
que me ayude a sentirme segura,
que no me hunda con sus miedos,
que no me lleve al abismo.
cierro los ojos y observo,
el camino del retorno no está tan lejos,
yo no quiero transitarlo,
y ese otro ser que está en mí
me seduce, con gestos de dolor
me invita a recorrerlo una vez más.
Ese otro ser no puede estar en mí,
una vez lo despedí de mi interior,
lo condené a la muerte.
Abro los ojos y descubro que soñé,
que solo soy yo, que no hay nadie más,
que ese otro ser soy yo misma,
solo que decidida a no retornar. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Esto que ves | 12,163 | Esto que ves soy yo,
ni más, ni menos.
Un pedazo de SER…
un trozo de humanidad…
un puñado de risas…
un montón de sueños.
Una cuota de locura…
un pedazo de dulzura
con toda mi sinceridad.
Esto que ves, soy yo,
ni más, ni menos.
Una mujer, a veces una niña,
a veces espacio…
a veces infinito…
a veces pasión…
a veces libertad.
Pero así, simplemente así…
así soy yo.
Es todo lo que tengo,
todo lo que soy…
No es mucho… pero es todo. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Extraña manera de amar | 10,371 | Este dulce y ciego dolor de amarte,
extraño modo de morir en vida,
suave sensación vaga y perdida
de tenerte a mi lado y adorarte.
Esta oscura soledad, amor errante,
soledad tuya que hice mía,
este repetir, extraña letanía,
tu nombre, amor, hasta atragantarme.
Este miedo al silencio, cruel y cortante,
al tiempo que pasa, a dejar de amarte,
este miedo al encuentro, cruel ironía
a saber que tú estás y yo no sabía.
Este extraño amor, paloma errante,
imposibilidad fatal, mas quiero amarte. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Jinete del mar | 8,076 | Me gusta tu silencio
cuando miras al cielo,
ausente del mundo
soñador y viajero.
Pareces un jinete
montado en cada estrella
recorriendo junto a ellas
mares azules
que no has descubierto.
Me gusta tu mirada
perdida en el intento
de crear un mundo tuyo
azul como el cielo,
remontando el barrilete
cargado con tus sueños
viajas entre nubes
hacia tus mares secretos.
Me gusta tu silencio
y tu mirada… y tus sueños,
me gusta estar contigo
para compartir tus secretos,
porque aunque no los conozca
siento el mismo deseo,
de jinetear una estrella
hacia mares inciertos. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | La bandera | 10,132 | Levantate conmigo
nadie quisiera como yo quedarse
sobre la almohada en que tus párpados
quieren cerrar el mundo para mi,
allí también quisiera
dejar dormir mi sangre
rodeando tu dulzura.
Pero levántate tú levántate,
pero conmigo levántante,
y salgamos reunidos
a luchar cuerpo a cuerpo
contra las telarañas del malvado,
contra el sistema que reparte el hambre,
contra la organización de la miseria.
Vamos, y tú, mi estrella, junto a mi
recién nacida de mi propia arcilla,
ya habrás hallado el manantial que ocultas
en medio del fuego estarás junto a mi,
con tus ojos bravíos, alzando mi bandera. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | No me quiero ir | 12,359 | No me quiero ir, estar apenas,
no quiero volver a la rutina de los días,
solo quiero estar así, quieta, sombría,
callada en mis palabras
para que nadie me advierta.
No me quiero ir, lo he decidido;
me quiero quedar aquí, aunque así no sea,
estaré todo el tiempo, seré el vestigio
de la primavera que se fue,
y de la que aún no llega.
No me quiero ir, ya lo he pensado
pero el no querer a querer me lleva,
necesito soledad solo unos instantes
pues si fuera todo el tiempo
me envolvería en tristeza.
No me quiero ir, no, quiero quedarme
estar siempre enredada en el silencio,
no me quiero ir y tendré que hacerlo
aunque el hacerlo se torne insoportable. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | No sé qué me une al cielo | 10,346 | No sé qué me une al cielo—decías
mientras apretabas mi cuerpo contra el tuyo
sumergidos en la calle sin murmullos…
en la calle silenciosa y perdida.
Tu boca me arrebata el sabor
De tanta distancia y tanto desencuentro,
y mientras tus manos
dibujaban la sombra de mi cuerpo
decías —no sé qué es lo que me une al cielo.
Detenías tus ojos en lo alto
buscando no se qué en el firmamento
y la luna entrometida se apoderaba de tus ojos
y yo esperaba silenciosa el momento de tu regreso.
No sé qué me une al cielo —decías
mientras me devorabas con tu mirada
y me dolían los ojos de tanto verte,
se te ahogaba la vos repitiendo mil veces
los te amo más dulces…
se te agotaba el aliento de besarme y de quererme.
Y la noche avanzaba con su frío y su viento,
mientras yo te dejaba buscar en el calor de mi cuerpo
eso que decías que te unía al cielo.
Y nunca supe cuál era ese motivo
que te emocionaba al llevar tus ojos al cielo.
Nunca, porque no hubo tiempo.
El amor se marchó tan rápido…
como tan rápido nos llegó el encuentro.
Me quedé con la pregunta entre los labios,
con la agonía de los besos fugitivos,
con el calor de tu cuerpo entre mis manos.
Me quedé con la calle vacía de vos,
con el silencio de la noche sin tus pasos.
Me quedé con todo pendiente, y el llanto ahogado,
me quedé con el dibujo de tus manos en mi piel,
y con la inconciencia de tus años y mis años.
Me quedé a un costado del camino
para dejarte avanzar sin presiones
para que tus alas se abran al vuelo planeado,
para que busques qué es lo que te une al cielo
quizás mi presencia no te permitió encontrarlo. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Nostalgias de puerto | 8,031 | No sé si es deseo de compañía,
o si es sentimiento de soledad,
o es la misma cosa.
Tal vez lo gris de la tarde
trae la nostalgia y el recuerdo
de aquellas tardes junto al mar,
junto a mi gente, junto a mi amor.
No… no lo sé. Hoy estoy sola.
Un café es mi compañía,
un libro es mi refugio,
un pensamiento es mi estrategia
que hacen de mi soledad un absurdo.
No es soledad de estar sin nadie,
sino de estar lejos,
de estar lejos de lo que quiero;
lejos de lo que amé y que aún amo,
lejos… pero cerca a la vez
porque no lo he olvidado.
Sí… tal vez lo gris de la tarde
me trae tu recuerdo,
mar que añoro ahora,
ahora que estoy lejos,
ahora que tus olas no besan mi piel,
ahora que tu música no gime en mi oído,
ahora que tu profundidad
no es de mis días el misterio.
Mar… a ti te añoro,
amor… a ti vuelvo. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Patricia díaz | 11,271 | Te necesito amiga
en el silencio de las tardes
vacías de tu presencia,
de esas tardes en las que no encuentro
los oídos prestos a atender
cada una de mis palabras,
en las tardes que no encuentro
esos ojos que, alborotados,
me asaltan silenciosos
y que mirando los míos,
sin cálculos, me regalan el alma.
Te necesito amiga
como se necesita el aire
que cada día se respira,
necesito de tus manos
extendidos y sin prisa,
necesito de tu sonrisa
para aplacar mis penas,
necesito de tu sombra
para acompañar mis pasos,
y de tu silencio
para llorar sin vergüenza.
Te necesito en cada silencio
que me abraza con tu sombra,
en las notas de cada canción
que escuchamos juntas,
te necesito conmigo a cada instante
para luchar unidas, esta pelea,
para vivir de a dos esta aventura. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Pensarás tú | 7,620 | Pensarás tú
que mi amor por ti ha muerto
como muere el otoño
al llegar el invierno?
Pensarás tú
que en mis lánguidos pensamientos
tú ya no habitas
desde largo tiempo?
No, no pienses eso,
mi amor existe aún,
mi amor por ti no ha muerto,
está impregnando mi corazón,
mi mente, mis pensamientos,
está impregnando mi vida
y llenando de esperanzas
mi corazón entero. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Podré quizás | 10,465 | Podré, quizás, elevarme al infinito
sin intentar buscar el por qué,
podré, quizás, descubrir mil paraísos
sin averiguar a donde llegaré.
Podré esconderme en el lugar más oscuro
y no descubrir el placer del misterio,
Podré, quizás, devorarme el silencio
y envolverme la distancia sin saber cuán lejos.
Podré saborear el más amargo de los sabores
y tal vez me acostumbre a ello,
podré, quizás, deleitarme de dulzura
y no conocer, jamás, lo dulce a pleno.
Podré tantas cosas, no podré tantas otras.
Podrá el tiempo darme tiempo…
pero si no lo aprovecho ahora,
se morirá mi alma aunque viva mi cuerpo. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Recuerdos | 23,181 | Cómo ansío puerto mío
poder besar tus tibias aguas,
cómo ansío puerto mío
acariciar la caliente arena
por el sol de enero que se marcha,
Cómo quisiera en esta hora
rosar mi piel en tu espuma blanca,
cómo quisiera hoy, estar allí,
sola en tus doradas playas.
Cómo quisiera mañana, al despertar
estar allí, contigo, sentir que el mar
a mi oído canta.
Pero estoy aquí, lejos, sola,
yo y mi nostalgia.
Pero estoy aquí,
encerrada entre muralla,
sin ver tu cristal
resplandecer bajo el sol,
sin sentir tu calor
que entibia mi alma,
sin sentir el rumor
de tus olas blancas.
Pero estoy aquí,
lejos de un amor que perdí,
lejos de sus besos y sus miradas,
lejos de sus sonrisas, de sus caricias,
lejos de sentir su voz
que como el viento me acariciaba.
Por eso hoy quisiera estar allí,
frente a tu mar, frente a tus playas,
por eso hoy, pueblo mío, te recuerdo
y quisiera estar contigo mañana. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Rutina | 9,762 | De nuevo lo mismo de ayer,
las mismas calles, la misma gente,
la misma sonrisa, las mismas cosas.
Todo es igual, es igual mi nostalgia.
Todo es igual a ayer,
y tal vez todo sea a igual a mañana.
Todo es igual, nada cambia.
El mismo espejo en el que miro mi rostro,
la misma luz que alumbra mi almohada,
el mismo reloj, la misma cama.
Todo es igual, nada cambia.
Un escritorio, un teléfono,
un café a las cuatro,
y para no perder la costrumbre
unas cuantas carcajadas.
Un cumplimiento de horario
y un chau, hasta mañana.
Y de nuevo sola.
Todo es igual… nada cambia.
Nada cambia, porque yo no cambio. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Si escuchas al mar | 7,837 | Si escuchas una tarde
la música de las aguas
de ese mar que te acompaña
cuando vas a navegar,
te dirá que alguien te espera
en la orilla de la playa
acurrucada en la arena
que suavemente agita el mar.
Si escuchas una tarde
cuando las olas le cantan
a este puerto generoso
de los secretos del mar,
te dirá que alguien te espera
te dirá que alguien te llama
te dirá que alguien te observa
y no te puede alcanzar. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Si me quieres | 8,543 | Si me quieres…
no me lo digas todavía,
deja que el encanto
siga surcando el momento
de las horas compartidas.
Si me quieres…
no me lo digas todavía,
quiero seguir disfrutando
el silencio de tu compañía.
Si me quieres…
no me lo digas todavía,
deja que tus ojos lo hagan
y que reflejen tu alma
y lo que en ella habita.
Si me quieres…
grítalo al viento
que agitando el fuego
encenderá la llama
que nos dará vida.
Y… si no me quieres…
no me lo digas todavía,
el tiempo se encargará
de apagar el fuego,
de esconder las ganas,
de transformar el sentimiento. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Si yo tuviera coraje | 7,649 | Si yo tuviera coraje
para gritar lo que siento,
y si el mundo me escuchara
aunque sea con desconcierto,
gritaría que están ciegos
los hombres que destruyen
el mundo con sus manos,
la tierra en que crecieron.
Si yo tuviera coraje
para gritarle al viento
lo que mi corazón lleva
desde hace tanto tiempo,
le pediría que alborote
el planeta con mi acento,
y que lleve mi plegaria
a través de todo el tiempo.
Si yo tuviera valor
pediría que me expliquen
por qué me negaron de niña
la tierra de mis ancestros,
por qué mi emigración
hacia suelos ajenos,
por qué una historia distinta
y no la de mi pueblo.
Si yo tuviera coraje…
y en estos versos lo tengo,
para que escuchen mi voz
las razas de todos los pueblos,
les diría que vive
dentro mío la esperanza
de crear un mundo de amor,
sin guerras y sin miedos. |
Chile | 1965 | Aburto Uribe, Teresa | Tengo miedo | 11,783 | Tengo miedo de no volver a verte,
de no volver a sentir tu voz ni tu presencia,
miedo al miedo que nos envuelve,
miedo al vacío que dejaría tu ausencia.
Tengo miedo al indeciso presente
a ese ayer que vivimos juntos,
a ese mañana irresistible
con su respuesta tan evidente.
Tengo miedo al olvido
y al amargo sabor que lo envuelve,
al ocaso previsto de nuestro amor
a no saber comprenderte.
Tengo miedo mi amor, no puedo evitarlo,
es tan grato tenerte, y tran amargo no verte,
que de solo pensar que un día cualquiera
al buscarte en mi alma yo no te encontrara,
de solo pensarlo mi amor, por mi mente
se cruzan tantas cosas, tántas, que quisiera
gritarle al viento, a la lluvia, a la nada,
que moriría hoy mismo si tú me faltaras. |