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Romancero gitano
ROMANCE DE LA LUNA, LUNA
LA luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando.
Romancero gitano
PRECIOSA Y EL AIRE
SU luna de pergamino Preciosa tocando viene, por un anfibio sendero de cristales y laureles. El silencio sin estrellas, huyendo del sonsonete, cae donde el mar bate y canta su noche llena de peces. En los picos de la sierra los carabineros duermen guardando las blancas torres donde viven los ingleses. Y los gitanos del agua levantan por distraerse, glorietas de caracolas y ramas de pino verde. Su luna de pergamino Preciosa tocando viene. Al verla se ha levantado el viento, que nunca duerme. San Cristobalón desnudo, lleno de lenguas celestes, mira a la niña tocando una dulce gaita ausente. Niña, deja que levante tu vestido para verte. Abre en mis dedos antiguos la rosa azul de tu vientre. Preciosa tira el pandero y corre sin detenerse. El viento-hombrón la persigue con una espada caliente. Frunce su rumor el mar. Los olivos palidecen. Cantan las flautas de umbría y el liso gong de la nieve. ¡Preciosa, corre, Preciosa, que te coge el viento verde! ¡Preciosa, corre, Preciosa! ¡Míralo por dónde viene! Sátiro de estrellas bajas con sus lenguas relucientes. Preciosa, llena de miedo, entra en la casa que tiene más arriba de los pinos, el cónsul de los ingleses. Asustados por los gritos tres carabineros vienen, sus negras capas ceñidas y los gorros en las sienes. El inglés da a la gitana un vaso de tibia leche, y una copa de ginebra que Preciosa no se bebe. Y mientras cuenta, llorando, su aventura a aquella gente, en las tejas de pizarra el viento, furioso, muerde.
Romancero gitano
REYERTA
EN la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces. Una dura luz de naipe recorta en el agrio verde, caballos enfurecidos y perfiles de jinetes. En la copa de un olivo lloran dos viejas mujeres. El toro de la reyerta se sube por las paredes. Ángeles negros traían pañuelos y agua de nieve. Ángeles con grandes alas de navajas de Albacete. Juan Antonio el de Montilla rueda muerto la pendiente, su cuerpo lleno de lirios y una granada en las sienes. Ahora monta cruz de fuego carretera de la muerte. El juez, con guardia civil, por los olivares viene. Sangre resbalada gime muda canción de serpiente. Señores guardias civiles: aquí pasó lo de siempre. Han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses. La tarde loca de higueras y de rumores calientes, cae desmayada en los muslos heridos de los jinetes. Y ángeles negros volaban por el aire del poniente. Ángeles de largas trenzas y corazones de aceite.
Romancero gitano
ROMANCE SONAMBULO
VERDE que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura, ella sueña en su baranda verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?… Ella sigue en su baranda verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. —Compadre, quiero cambiar, mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. —Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. —Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? —Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo. Ni mi casa es ya mi casa. —Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! Sobre el rostro del aljibe, se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna, la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos, en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña.
Romancero gitano
LA MONJA GITANA
SILENCIO de cal y mirto. Malvas en las hierbas finas. La monja borda alhelíes sobre una tela pajiza. Vuelan en la araña gris, siete pájaros del prisma. La iglesia gruñe a lo lejos como un oso panza arriba. ¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia! Sobre la tela pajiza ella quisiera bordar flores de su fantasía. ¡Qué girasol! ¡Qué magnolia de lentejuelas y cintas! ¡Qué azafranes y qué lunas, en el mantel de la misa! Cinco toronjas se endulzan en la cercana cocina. Las cinco llagas de Cristo cortadas en Almería. Por los ojos de la monja galopan dos caballistas. Un rumor último y sordo le despega la camisa, y al mirar nubes y montes en las yertas lejanías, se quiebra su corazón de azúcar y yerbaluisa. ¡Oh!, qué llanura empinada con veinte soles arriba. ¡Qué ríos puestos de pie vislumbra su fantasía! Pero sigue con sus flores, mientras que de pie, en la brisa, la luz juega el ajedrez alto de la celosía.
Romancero gitano
LA CASADA INFIEL
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande, de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
Romancero gitano
ROMANCE DE LA PENA NEGRA
LAS piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. —Soledad: ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? —Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. —Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. —No me recuerdes el mar que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. —¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. —¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa. ¡Ay mis camisas de hilo! ¡Ay mis muslos de amapola! —Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya. Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota!
Romancero gitano
SAN MIGUEL
SE ven desde las barandas, por el monte, monte, monte, mulos y sombras de mulos cargados de girasoles. Sus ojos en las umbrías se empañan de inmensa noche. En los recodos del aire, cruje la aurora salobre. Un cielo de mulos blancos cierra sus ojos de azogue dando a la quieta penumbra un final de corazones. Y el agua se pone fría para que nadie la toque. Agua loca y descubierta por el monte, monte, monte. San Miguel lleno de encajes en la alcoba de su torre, enseña sus bellos muslos ceñidos por los faroles. Arcángel domesticado en el gesto de las doce, finge una cólera dulce de plumas y ruiseñores. San Miguel canta en los vidrios; Efebo de tres mil noches, fragante de agua colonia y lejano de las flores. El mar baila por la playa, un poema de balcones. Las orillas de la luna pierden juncos, ganan voces. Vienen manolas comiendo semillas de girasoles, los culos grandes y ocultos como planetas de cobre. Vienen altos caballeros y damas de triste porte, morenas por la nostalgia de un ayer de ruiseñores. Y el obispo de Manila ciego de azafrán y pobre, dice misa con dos filos para mujeres y hombres. San Miguel se estaba quieto en la alcoba de su torre, con las enaguas cuajadas de espejitos y entredoses. San Miguel, rey de los globos y de los números nones, en el primor berberisco de gritos y miradores.
Romancero gitano
SAN RAFAEL
I COCHES cerrados llegaban a las orillas de juncos donde las ondas alisan romano torso desnudo. Coches, que el Guadalquivir tiende en su cristal maduro, entre láminas de flores y resonancias de nublos. Los niños tejen y cantan el desengaño del mundo cerca de los viejos coches perdidos en el nocturno. Pero Córdoba no tiembla bajo el misterio confuso, pues si la sombra levanta la arquitectura del humo, un pie de mármol afirma su casto fulgor enjuto. Pétalos de lata débil recaman los grises puros de la brisa, desplegada sobre los arcos de triunfo. Y mientras el puente sopla diez rumores de Neptuno, vendedores de tabaco huyen por el roto muro. II Un solo pez en el agua que a las dos Córdobas junta. Blanda Córdoba de juncos. Córdoba de arquitectura. Niños de cara impasible en la orilla se desnudan, aprendices de Tobías y Merlines de cintura, para fastidiar al pez en irónica pregunta si quiere flores de vino o saltos de media luna. Pero el pez que dora el agua y los mármoles enluta, les da lección y equilibrio de solitaria columna. El Arcángel aljamiado de lentejuelas oscuras, en el mitin de las ondas buscaba rumor y cuna. Un solo pez en el agua. Dos Córdobas de hermosura. Córdoba quebrada en chorros. Celeste Córdoba enjuta.
Romancero gitano
SAN GABRIEL
I UN bello niño de junco, anchos hombros, fino talle, piel de nocturna manzana, boca triste y ojos grandes, nervio de plata caliente, ronda la desierta calle. Sus zapatos de charol rompen las dalias del aire, con los dos ritmos que cantan breves lutos celestiales. En la ribera del mar no hay palma que se le iguale, ni emperador coronado ni lucero caminante. Cuando la cabeza inclina sobre su pecho de jaspe, la noche busca llanuras porque quiere arrodillarse. Las guitarras suenan solas para San Gabriel Arcángel, domador de palomillas y enemigo de los sauces. —San Gabriel: El niño llora en el vientre de su madre. No olvides que los gitanos te regalaron el traje. II Anunciación de los Reyes bien lunada y mal vestida, abre la puerta al lucero que por la calle venía. El Arcángel San Gabriel entre azucena y sonrisa, biznieto de la Giralda, se acercaba de visita. En su chaleco bordado grillos ocultos palpitan. Las estrellas de la noche, se volvieron campanillas. —San Gabriel: Aquí me tienes con tres clavos de alegría. Tu fulgor abre jazmines sobre mi cara encendida. —Dios te salve, Anunciación. Morena de maravilla. Tendrás un niño más bello que los tallos de la brisa. —¡Ay San Gabriel de mis ojos! ¡Gabrielillo de mi vida! para sentarte yo sueño un sillón de clavellinas. —Dios te salve, Anunciación, bien lunada y mal vestida. Tu niño tendrá en el pecho un lunar y tres heridas. —¡Ay San Gabriel que reluces! ¡Gabrielillo de mi vida! En el fondo de mis pechos ya nace la leche tibia. —Dios te salve, Anunciación. Madre de cien dinastías. Áridos lucen tus ojos, paisajes de caballista. El niño canta en el seno de Anunciación sorprendida. Tres balas de almendra verde tiemblan en su vocecita. Ya San Gabriel en el aire por una escala subía. Las estrellas de la noche se volvieron siemprevivas.
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PRENDIMIENTO DE ANTOÑITO EL CAMBORIO EN EL CAMINO DE SEVILLA
ANTONIO Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios, con una vara de mimbre va a Sevilla a ver los toros. Moreno de verde luna anda despacio y garboso. Sus empavonados bucles le brillan entre los ojos. A la mitad del camino cortó limones redondos, y los fue tirando al agua hasta que la puso de oro. Y a la mitad del camino, bajo las ramas de un olmo, Guardia Civil caminera lo llevó codo con codo. El día se va despacio, la tarde colgada a un hombro, dando una larga torera sobre el mar y los arroyos. Las aceitunas aguardan la noche de Capricornio, y una corta brisa, ecuestre, salta los montes de plomo. Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios, viene sin vara de mimbre entre los cinco tricornios. —Antonio, ¿quién eres tú? Si te llamaras Camborio, hubieras hecho una fuente de sangre, con cinco chorros. Ni tú eres hijo de nadie, ni legítimo Camborio. ¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos! Están los viejos cuchillos, tiritando bajo el polvo. A las nueve de la noche lo llevan al calabozo, mientras los guardias civiles beben limonada todos. Y a las nueve de la noche le cierran el calabozo, mientras el cielo reluce como la grupa de un potro.
Romancero gitano
MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO
VOCES de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil. Les clavó sobre las botas mordiscos de jabalí. En la lucha daba saltos jabonados de delfín. Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí, pero eran cuatro puñales y tuvo que sucumbir. Cuando las estrellas clavan rejones al agua gris, cuando los erales sueñan verónicas de alhelí, voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. —Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, moreno de verde luna, voz de clavel varonil: ¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir? —Mis cuatro primos Heredias, hijos de Benamejí. Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Zapatos color corinto, medallones de marfil, y este cutis amasado con aceituna y jazmín. —¡Ay Antoñito el Camborio digno de una Emperatriz! Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir. —¡Ay Federico García! llama a la Guardia Civil. Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz. Tres golpes de sangre tuvo, y se murió de perfil. Viva moneda que nunca se volverá a repetir. Un ángel marchoso pone su cabeza en un cojín. Otros de rubor cansado, encendieron un candil. Y cuando los cuatro primos llegan a Benamejí, voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir.
Romancero gitano
MUERTO DE AMOR
¿QUÉ es aquello que reluce por los altos corredores? —Cierra la puerta, hijo mío, acaban de dar las once. —En mis ojos, sin querer, relumbran cuatro faroles. —Será que la gente aquella, estará fregando el cobre. Ajo de agónica plata la luna menguante, pone cabelleras amarillas a las amarillas torres. La noche llama temblando al cristal de los balcones perseguida por los mil perros que no la conocen, y un olor de vino y ámbar viene de los corredores. Brisas de caña mojada y rumor de viejas voces, resonaban por el arco roto de la media noche. Bueyes y rosas dormían. Sólo por los corredores las cuatro luces clamaban con el furor de San Jorge. Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombre, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven. Viejas mujeres del río lloraban al pie del monte, un minuto intransitable de cabelleras y nombres. Fachadas de cal, ponían cuadrada y blanca la noche. Serafines y gitanos tocaban acordeones. —Madre, cuando yo me muera que se enteren los señores. Pon telegramas azules que vayan del Sur al Norte. Siete gritos, siete sangres, siete adormideras dobles, quebraron opacas lunas en los oscuros salones. Lleno de manos cortadas y coronitas de flores, el mar de los juramentos resonaba, no sé dónde. Y el cielo daba portazos al brusco rumor del bosque, mientras clamaban las luces en los altos corredores.
Romancero gitano
EL EMPLAZADO
¡MI soledad sin descanso! Ojos chicos de mi cuerpo y grandes de mi caballo, no se cierran por la noche ni miran al otro lado donde se aleja tranquilo un sueño de trece barcos. Sino que limpios y duros escuderos desvelados, mis ojos miran un norte de metales y peñascos donde mi cuerpo sin venas consulta naipes helados. Los densos bueyes del agua embisten a los muchachos que se bañan en las lunas de sus cuernos ondulados. Y los martillos cantaban sobre los yunques sonámbulos, el insomnio del jinete y el insomnio del caballo. El veinticinco de junio le dijeron a el Amargo: —Ya puedes cortar, si gustas, las adelfas de tu patio. Pinta una cruz en la puerta y pon tu nombre debajo, porque cicutas y ortigas nacerán en tu costado, y agujas de cal mojada te morderán los zapatos. Será de noche, en lo oscuro, por los montes imantados donde los bueyes del agua beben los juncos soñando. Pide luces y campanas. Aprende a cruzar las manos, y gusta los aires fríos de metales y peñascos. Porque dentro de dos meses yacerás amortajado. Espadón de nebulosa mueve en el aire Santiago. Grave silencio, de espalda, manaba el cielo combado. El veinticinco de junio abrió sus ojos Amargo, y el veinticinco de agosto se tendió para cerrarlos. Hombres bajaban la calle para ver al emplazado, que fijaba sobre el muro su soledad con descanso. Y la sábana impecable, de duro acento romano, daba equilibrio a la muerte con las rectas de sus paños.
Romancero gitano
ROMANCE DE LA GUARDIA CIVIL ESPAÑOLA
LOS caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera. Jorobados y nocturnos, por donde animan ordenan silencios de goma oscura y miedos de fina arena. Pasan, si quieren pasar, y ocultan en la cabeza una vaga astronomía de pistolas inconcretas. ¡Oh ciudad de los gitanos! En las esquinas banderas. La luna y la calabaza con las guindas en conserva. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Ciudad de dolor y almizcle con las torres de canela. Cuando llegaba la noche noche que noche nochera, los gitanos en sus fraguas forjaban soles y flechas. Un caballo malherido, llamaba a todas las puertas. Gallos de vidrio cantaban por Jerez de la Frontera. El viento, vuelve desnudo la esquina de la sorpresa, en la noche platinoche noche, que noche nochera. La Virgen y San José perdieron sus castañuelas, y buscan a los gitanos para ver si las encuentran. La Virgen viene vestida con un traje de alcaldesa de papel de chocolate con los collares de almendras. San José mueve los brazos bajo una capa de seda. Detrás va Pedro Domecq con tres sultanes de Persia. La media luna, soñaba un éxtasis de cigüeña. Estandartes y faroles invaden las azoteas. Por los espejos sollozan bailarinas sin caderas. Agua y sombra, sombra y agua por Jerez de la Frontera. ¡Oh ciudad de los gitanos! En las esquinas banderas. Apaga tus verdes luces que viene la benemérita. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Dejadla lejos del mar sin peines para sus crenchas. Avanzan de dos en fondo a la ciudad de la fiesta. Un rumor de siemprevivas, invade las cartucheras. Avanzan de dos en fondo. Doble nocturno de tela. El cielo, se les antoja, una vitrina de espuelas. La ciudad libre de miedo, multiplicaba sus puertas. Cuarenta guardias civiles entran a saco por ellas. Los relojes se pararon, y el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas. Un vuelo de gritos largos se levantó en las veletas. Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan. Por las calles de penumbra, huyen las gitanas viejas con los caballos dormidos y las orzas de monedas. Por las calles empinadas suben las capas siniestras, dejando detrás fugaces remolinos de tijeras. En el Portal de Belén, los gitanos se congregan. San José, lleno de heridas, amortaja a una doncella. Tercos fusiles agudos por toda la noche suenan. La Virgen cura a los niños con salivilla de estrella. Pero la Guardia Civil avanza sembrando hogueras, donde joven y desnuda la imaginación se quema. Rosa la de los Camborios, gime sentada en su puerta con sus dos pechos cortados puestos en una bandeja. Y otras muchachas corrían perseguidas por sus trenzas, en un aire donde estallan rosas de pólvora negra. Cuando todos los tejados eran surcos en la tierra, el alba meció sus hombros en largo perfil de piedra. ¡Oh ciudad de los gitanos! La Guardia Civil se aleja por un túnel de silencio mientras las llamas te cercan. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Que te busquen en mi frente. Juego de luna y arena.
Romancero gitano
MARTIRIO DE SANTA OLALLA I PANORAMA DE MÉRIDA
POR la calle brinca y corre caballo de larga cola, mientras juegan o dormitan viejos soldados de Roma. Medio monte de Minervas abre sus brazos sin hojas. Agua en vilo redoraba las aristas de las rocas. Noche de torsos yacentes y estrellas de nariz rota, aguarda grietas del alba para derrumbarse toda. De cuando en cuando sonaban blasfemias de cresta roja. Al gemir la santa niña, quiebra el cristal de las copas. La rueda afila cuchillos y garfios de aguda comba: brama el toro de los yunques, y Mérida se corona de nardos casi despiertos y tallos de zarzamora. II
Romancero gitano
EL MARTIRIO
Flora desnuda se sube por escalerillas de agua. El Cónsul pide bandeja para los senos de Olalla. Un chorro de venas verdes le brota de la garganta. Su sexo tiembla enredado como un pájaro en las zarzas. Por el suelo, ya sin norma, brincan sus manos cortadas que aún pueden cruzarse en tenue oración decapitada. Por los rojos agujeros donde sus pechos estaban se ven cielos diminutos y arroyos de leche blanca. Mil arbolillos de sangre le cubren toda la espalda y oponen húmedos troncos al bisturí de las llamas. Centuriones amarillos de carne gris, desvelada, llegan al cielo sonando sus armaduras de plata. Y mientras vibra confusa pasión de crines y espadas, el Cónsul porta en bandeja senos ahumados de Olalla. III
Romancero gitano
INFIERNO Y GLORIA
Nieve ondulada reposa. Olalla pende del árbol. Su desnudo de carbón tizna los aires helados. Noche tirante reluce. Olalla muerta en el árbol. Tinteros de las ciudades vuelcan la tinta despacio. Negros maniquís de sastre cubren la nieve del campo en largas filas que gimen su silencio mutilado. Nieve partida comienza. Olalla blanca en el árbol. Escuadras de níquel juntan los picos en su costado. Una Custodia reluce sobre los cielos quemados, entre gargantas de arroyo y ruiseñores en ramos. ¡Saltan vidrios de colores! Olalla blanca en lo blanco. Ángeles y serafines dicen: Santo, Santo, Santo.
Romancero gitano
BURLA DE DON PEDRO A CABALLO ROMANCE CON LAGUNAS
POR una vereda venía Don Pedro. ¡Ay cómo lloraba el caballero! Montado en un ágil caballo sin freno, venía en la busca del pan y del beso. Todas las ventanas preguntan al viento, por el llanto oscuro del caballero.
Romancero gitano
PRIMERA LAGUNA
Bajo el agua siguen las palabras. Sobre el agua una luna redonda se baña, dando envidia a la otra ¡tan alta! En la orilla, un niño, ve las lunas y dice: —¡Noche; toca los platillos!
Romancero gitano
SIGUE
A una ciudad lejana ha llegado Don Pedro. Una ciudad lejana entre un bosque de cedros. ¿Es Belén? Por el aire yerbaluisa y romero. Brillan las azoteas y las nubes. Don Pedro pasa por arcos rotos. Dos mujeres y un viejo con velones de plata le salen al encuentro. Los chopos dicen: No. Y el ruiseñor: Veremos.
Romancero gitano
SEGUNDA LAGUNA
Bajo el agua siguen las palabras. Sobre el peinado del agua un círculo de pájaros y llamas. Y por los cañaverales, testigos que conocen lo que falta. Sueño concreto y sin norte de madera de guitarra.
Romancero gitano
SIGUE
Por el camino llano dos mujeres y un viejo con velones de plata van al cementerio. Entre los azafranes han encontrado muerto el sombrío caballo de Don Pedro. Voz secreta de tarde balaba por el cielo. Unicornio de ausencia rompe en cristal su cuerno. La gran ciudad lejana está ardiendo y un hombre va llorando tierras adentro. Al Norte hay una estrella. Al Sur un marinero.
Romancero gitano
ÚLTIMA LAGUNA
Bajo el agua están las palabras. Limo de voces perdidas. Sobre la flor enfriada, está Don Pedro olvidado ¡ay! jugando con las ranas.
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THAMAR Y AMNON
LA luna gira en el cielo sobre las tierras sin agua mientras el verano siembra rumores de tigre y llama. Por encima de los techos nervios de metal sonaban. Aire rizado venía con los balidos de lana. La tierra se ofrece llena de heridas cicatrizadas, o estremecida de agudos cauterios de luces blancas. Thamar estaba soñando pájaros en su garganta, al son de panderos fríos y cítaras enlunadas. Su desnudo en el alero, agudo norte de palma, pide copos a su vientre y granizo a sus espaldas. Thamar estaba cantando desnuda por la terraza. Alrededor de sus pies, cinco palomas heladas. Amnón, delgado y concreto, en la torre la miraba, llenas las ingles de espuma y oscilaciones la barba. Su desnudo iluminado se tendía en la terraza, con un rumor entre dientes de flecha recién clavada. Amnón estaba mirando la luna redonda y baja, y vio en la luna los pechos durísimos de su hermana. Amnón a las tres y media se tendió sobre la cama. Toda la alcoba sufría con sus ojos llenos de alas. La luz maciza, sepulta pueblos en la arena parda, o descubre transitorio coral de rosas y dalias. Linfa de pozo oprimida, brota silencio en las jarras. En el musgo de los troncos la cobra tendida canta. Amnón gime por la tela fresquísima de la cama. Yedra del escalofrío cubre su carne quemada. Thamar entró silenciosa en la alcoba silenciada, color de vena y Danubio turbia de huellas lejanas. —Thamar, bórrame los ojos con tu fija madrugada. Mis hilos de sangre tejen volantes sobre tu falda. —Déjame tranquila, hermano. Son tus besos en mi espalda, avispas y vientecillos en doble enjambre de flautas. —Thamar, en tus pechos altos hay dos peces que me llaman y en las yemas de tus dedos rumor de rosa encerrada. Los cien caballos del rey en el patio relinchaban. Sol en cubos resistía la delgadez de la parra. Ya la coge del cabello, ya la camisa le rasga. Corales tibios dibujan arroyos en rubio mapa. ¡Oh, qué gritos se sentían por encima de las casas! Qué espesura de puñales y túnicas desgarradas. Por las escaleras tristes esclavos suben y bajan. Émbolos y muslos juegan bajo las nubes paradas. Alrededor de Thamar gritan vírgenes gitanas y otras recogen las gotas de su flor martirizada. Paños blancos, enrojecen en las alcobas cerradas. Rumores de tibia aurora pámpanos y peces cambian. Violador enfurecido, Amnón huye con su jaca. Negros le dirigen flechas en los muros y atalayas. Y cuando los cuatro cascos eran cuatro resonancias, David con unas tijeras cortó las cuerdas del arpa.
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CANCION DE JINETE
CORDOBA. Lejana y sola. Jaca negra, luna grande, y aceitunas en mi alforja. Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba. Por el llano, por el viento, jaca negra, luna roja. La muerte me está mirando desde las torres de Córdoba. ¡Ay qué camino tan largo! ¡Ay mi jaca valerosa! ¡Ay que la muerte me espera, antes de llegar a Córdoba! Córdoba. Lejana y sola.
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CANCIONCILLA SEVILLANA
AMANECIA en el naranjel. Abejitas de oro buscaban la miel. ¿Dónde estará la miel? Está en la flor azul, Isabel. En la flor, del romero aquel. (Sillita de oro para el moro. Silla de oropel para su mujer.) Amanecía en el naranjel.
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LA SOLEÁ
VESTIDA con mantos negros piensa que el mundo es chiquito y el corazón es inmenso. Vestida con mantos negros. Piensa que el suspiro tierno y el grito, desaparecen en la corriente del viento. Vestida con mantos negros. Se dejó el balcón abierto y el alba, por el balcón desembocó todo el cielo. ¡Ay yayayayay, que vestida con mantos negros!
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SORPRESA
MUERTO se quedó en la calle con un puñal en el pecho. No lo conocía nadie. ¡Cómo temblaba el farol! Madre. ¡Cómo temblaba el farolito de la calle! Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos abiertos al duro aire. Que muerto se quedó en la calle que con un puñal en el pecho y que no lo conocía nadie.
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BALADILLA DE LOS TRES RIOS
EL río Guadalquivir va entro naranjos y olivos. Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay amor que se fué y no vino! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada, uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor que se fué por el aire! Para los barcos de vela Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor que se fué y no vino! Guadalquivir, alta torre de viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques. ¡Ay, amor que se fué por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor que se fué y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor que se fué por el aire!
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¡AY!
EL grito deja en el viento una sombra de ciprés. (Dejadme en este campo, dorando.) Todo se ha roto en el mundo. No queda más que el silencio. (Dejadme en este campo, llorando.) El horizonte sin luz está mordido de hogueras (Ya os he dicho que me dejéis en este campo, llorando.)
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CARACOLA
ME han traído una caracola. Dentro le canta un mar de mapa. Mi corazón se llena de agua, con pececillos de sombra y plata. Me han traído una caracola.
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EL LAGARTO ESTA LLORANDO
EL lagarto está llorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos. Han perdido sin querer su anillo de desposados. ¡Ay, su anillito de plomo, ay, su anillito plomado! Un cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros. El sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso., ¡Miradlos qué viejos son! ¡Qué viejos son los lagartos! ¡Ay cómo lloran y lloran, ¡ay! ¡ay! cómo están llorando!
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LA BALADA DEL AGUA DEL MAR
EL mar, Sonríe a lo lejos. Dientes de espuma Labios de cielo. —¿Qué vendes, oh joven turbia Con los senos al aire? —Vendo, señor el agua de los mares—. —Qué, llevas, oh negro joven. Mezclado con tu sangre? —Llevo, señor, el agua De los mares—. —Esas lágrimas salobres De donde vienen, madre? —Lloro, señor, el agua De los mares. —Corazón; y esta amargura Seria, ¿de donde nace? —¡Amarga mucho el agua De los mares!—. El mar Sonríe a lo lejos. Dientes de espuma Labios de cielo.
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CIUDAD
El bosque centenario penetra en la ciudad, pero el bosque está dentro del mar. Hay flechas en el aire y guerreros que van perdidos entre ramas de coral. Sobre las casas nuevas se mueve un encinar y tiene el cielo enormes curvas de cristal. II
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CORREDOR
Por los altos corredores se pasean dos señores. (Cielo nuevo. ¡Cielo azul!) ...se pasean dos señores que antes fueron blancos monjes, (Cielo medio ¡Cielo morado!) ...se pasean dos señores que antes fueron cazadores. (Cielo viejo. ¡Cielo de oro!) ...se pasean dos señores que antes fueron... Noche. III
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PRIMERA PAGINA
Fuente clara. Cielo claro. ¡Oh, cómo se agrandan los pájaros! Cielo claro. Fuente clara. ¡Oh, cómo relumbran las naranjas! Fuente. Cielo. ¡Oh, cómo, el trigo es tierno! Cielo. Fuente. ¡Oh, cómo el trigo es verde!
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GACELA DEL MERCADO MATUTINO
Por el arco de Elvira quiero verte pasar, para saber tu nombre y ponerme a llorar. ¿Qué luna gris de las nueve te desangró la mejilla? ¿Quién recoge tu semilla de llamarada en la nieve? ¿Qué alfiler de cactus breve asesina tu cristal...? Por el arco de Elvira voy a verte pasar, para beber tus ojos y ponerme a llorar. ¡Qué voz para mi castigo levantas por el mercado! ¡Qué clavel enajenado en los montones de trigo! ¡Qué lejos estoy contigo, qué cerca cuando te vas! Por el arco de Elvira voy a verte pasar, para sentir tus muslos y ponerme a llorar.
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GACELA DEL AMOR CON CIEN AÑOS
Suben por la calle los cuatro galanes, ay ay, ay, ay. Por la calle abajo van los tres galanes, ay, ay, ay. Se ciñen el talle esos dos galanes, ay, ay. ¡Como vuelve el rostro un galán y el aire! ay. En los arrayanes se pasea nadie.
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ARBOLÉ. ARBOLÉ...
ARBOLÉ, arbolé seco y verdé. La niña del bello rostro está cogiendo aceituna. El viento, galán de torres, la prende por la cintura. Pasaron cuatro jinetes, sobre jacas andaluzas con trajes de azul y verde, con largas capas obscuras. "Vente a Córdoba, muchacha". La niña no los escucha. Pasaron tres torerillos delgaditos de cintura, con trajes color naranja y espadas de plata antigua. "Vente a Sevilla, muchacha". La niña no los escucha. Cuando la tarde se puso morada, con luz difusa, pasó un joven que llevaba rosas y mirtos de luna. "Vente a Granada, muchacha" y la niña no lo escucha. La niña del bello rostro sigue cogiendo aceituna, con el brazo gris del viento ceñido por la cintura. Arbolé, arbolé seco y verdé.
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SON
CUANDO llegue la luna llena, iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago en un coche de aguas negras. Iré a Santiago. Cantarán los lechos de palmera, Iré a Santiago. Cuando la palmera quiere ser cigüeña. Iré a Santiago. y cuando quiere ser Medusa el plátano. Y Iré a Santiago. Con la cabeza rubia de Fonseca. Iré a Santiago. Y con el rosal de Romeo y Julieta. Iré a Santiago. Mar de papel y plata de monedas. Iré a Santiago. ¡Oh. Cuba! ¡Oh, ritmo de semillas secas! Iré a Santiago. ¡Oh, cintura caliente y gota de madera! Iré a Santiago. ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco! Iré a Santiago. Siempre dije que yo iría a Santiago en un coche de agua negra. Iré a Santiago. Brisa y alcohol en las ruedas. Iré a Santiago. Mi coral en la tiniebla. Iré a Santiago. Color blanco. Fruta muerta. Iré a Santiago. ¡Oh, bovino frescor de cañavera! ¡Iré a Santiago!
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VALS EN LAS RAMAS
Cayó una hoja y dos y tres. Por la luna nadaba un pez. El agua duerme una hora y el mar blanco duerme cien. La dama estaba muerta en la rama. La monja cantaba dentro de la toronja. La niña iba por el pino a la piña. Y el pino buscaba la plumilla del trino. Pero el ruiseñor lloraba sus heridas alrededor. Y yo también porque cayó una hoja Y dos y tres. Y una cabeza de cristal y un violn de papel y la nieve podría con el mundo si la nieve durmiera un mes y las ramas luchaban con el mundo una a una. dos a dos, y tres a tres. ¡Oh duro marfil de carnes invisibles! ¡Oh, golfo sin hormigas del amanecer! Llegará un torso de sombra coronado de laurel. Será el cielo para el viento duro como una pared y las ramas desgajadas se irán bailando con él. Una a una alrededor de la luna, dos a dos alrededor del Sol, y tres a tres para que los marfiles se duerman bien.
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ROMANCE DEL EMPLAZADO
¡MI soledad sin descanso! Ojos chicos de mi cuerpo y grandes de mi caballo no se cierran por la noche ni miran al otro lado, donde se aleja tranquilo un sueño de trece barcos. Sino que, limpios y duros escuderos desvelados, mis ojos miran un norte de metales y peñascos, donde mi cuerpo sin venas consulta naipes helados. Los densos bueyes del agua embisten a los muchachos que se bañan en las lunas de sus cuernos ondulados. Y los martillos cantaban sobre los yunques sonámbulos el insomnio del jinete y el insomnio del caballo. El veinticinco de junio le dijeron a el Amargo: —Ya puedes cortar si gustas las adelfas de tu patio. Pinta una cruz en la puerta y pon tu nombre debajo, porque cicutas y ortigas nacerán en tu costado, y agujas de cal mojada te morderán los zapatos. Será de noche, en lo oscuro, por los montes imantados, donde los bueyes del agua beben los juncos soñando. Pide luces y campanas, aprende a cruzar las manos y gusta los aires fríos de metales y peñascos. Porque dentro de dos meses yacerás amortajado. Espadón de nebulosa mueve en el aire Santiago. Grave silencio, de espalda, manaba el cielo combado. El veinticinco de junio abrió sus ojos Amargo y el veinticinco de agosto se tendió para cerrarlos. Hombres bajaban la calle para ver al emplazado, que fijaba sobre el muro su soledad con descanso. Y la sábana impecable, de duro acento romano, daba equilibrio a la muerte con las rectas de sus paños.
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ROMANCE DE LA PENA NEGRA
LAS piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. —Soledad, ¿por quién preguntas sin campaña y a estas horas? —Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a tí qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco mi alegría y mi persona. —Soledad de mis pesares, caballo que se desboca al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. —No me recuerdes el mar que la pena negra brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. —¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. —¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos tronzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache carne y roja. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! —Soledad, lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya. Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota!
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MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO
VOCES de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil. Les clavó sobre las botas mordiscos de jabalí. En la lucha daba saltos jabonados de delfín. Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí, pero eran cuatro puñales y tuvo que sucumbir. Cuando las estrellas clavan rejones al agua gris, cuando los erales sueñan verónicas de alhelí, voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. —Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, moreno de verde luna, voz de clavel varonil. ¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir? —Mis cuatro primos Heredias hijos de Benamejí. Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Zapatos color corinto, medallones de marfil y este cutis amasado con aceituna y jazmín. —¡Ay, Antoñito el Camborio, digno de una Emperatriz! Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir. —¡Ay, Federico García, llama a la Guardia Civil! Ya a mi talle se ha quebrado como caña de maíz, Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil. Viva moneda que nunca se volverá a repetir. Un ángel marchoso pone su cabeza en un cojín. Otros de rubor cansado encendieron un candil. Y cuando los cuatro primos llegan a Benamejí, voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir.
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LA CASADA INFIEL
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fué la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan lino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena, yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy, como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande, de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
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ADAN
ARBOL de sangre moja la mañana por donde gime la recién parida Su voz deja cristales en la herida y un gráfico de hueso en la ventana. Mientras la luz que viene fija y gana blancas metas de fábula que olvida el tumulto de venas en la huída hacia el turbio frescor de la manzana. Adán sueña en la fiebre de la arcilla un niño que se acerca galopando por el doble latir de su mejilla. Pero otro Adán oscuro está soñando neutra luna de piedra sin semilla donde el niño de luz se irá quemando.
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SONETO
LARGO espectro de plata conmovida el viento de la noche suspirando, abrió con mano gris mi vieja herida y se alejó: yo estaba deseando. Llaga de amor que me dará la vida perpétua sangre y pura luz brotando. Grieta en que Filomela enmudecida tendrá bosque, dolor y nido blando. ¡Ay qué dulce rumor en la cabeza! Me tenderé junto a la flor sencilla donde flota sin alma tu belleza. Y el agua errante se pondrá amarilla, mientras corre mi sangre en la maleza mojada y olorosa de la orilla.
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SOLEDAD (Homenaje a Fray Luis de León.)
SOLEDAD pensativa sobre piedra y rosal, muerte y desvelo donde libre y cautiva, fija en su blanco vuelo, canta la luz herida por el hielo. Soledad con estilo de silencio sin fin y arquitectura, donde la planta en vilo del ave en la espesura, no consigue clavar tu carne oscura. En tí dejo olvidada la frenética lluvia de mis venas, mi cintura cuajada: y rompiendo cadenas, rosa débil seré por las arenas. Rosa de mi desnudo sobre paños de cal y sordo fuego, cuando roto ya el nudo, limpio de luna, y ciego. cruce tus finas ondas de sosiego. En la curva del río el doble cisne su blancura canta. Húmeda voz sin frío fluye de su garganta, y por los juncos rueda y se levanta. Con su rosa de harina niño desnudo mide la ribera, mientras el bosque afina su música primera en rumor de cristales y madera. Coros de siemprevivas giran locos pidiendo eternidades. Sus señas expresivas hieren las dos mitades, del mapa que rezuma soledades. El arpa y su lamento prendiendo en nervios de metal dorado, tanto dulce instrumento resonante o delgado, buscan ¡oh, soledad! tu reino helado Mientras tú, inaccesible para la verde lepra del sonido, no hay altura posible ni labio conocido, por donde llegue a tí nuestro gemido.
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RUINA
SIN encontrarse. Viajero por su propio torso blanco. Así iba el aire. Pronto se vió que la luna era una calavera de caballo y el aire una manzana oscura. Detrás de la ventana, con látigos y luces, se sentía la lucha de la arena con el agua. Yo ví llegar las hierbas y les eché un cordero que balaba bajo sus dientecillos y lancetas. Volaba dentro de una gota la cáscara de pluma y celuloide de la primer paloma. Las nubes, en manada, se quedaron dormidas, contemplando el duelo de las rocas con el alba. Vienen las hierbas, hijo; ya suenan sus espadas de saliva por el cielo vacío. Mi mano amor. ¡Las hierbas! Por los cristales rotos de la casa la sangre desató sus cabelleras. Tú solo y yo quedamos; prepara tu esqueleto para el aire. Yo solo y tú quedamos. Prepara tu esqueleto; hay que buscar de prisa, amor, de prisa, nuestro perfil sin sueño.
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LA SANGRE DERRAMADA
¡QUE no quiero verla! Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. ¡Qué no quiero verla! La luna de par en par. Caballo de nubes quietas, y la plaza gris del sueño con sauces en las barreras. ¡Qué no quiero verla! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Qué no quiero verla! La vaca del viejo mundo pesaba su triste lengua sobre un hocico de sangres derramadas en la arena. y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra. No. ¡Que no quiero verla! Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas. Buscaba el amanecer, y el amanecer no era. Busca su perfil seguro, y el sueño lo desorienta. Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta, ¡No me digáis que la vea! No quiero sentir el chorro cada vez con menos fuerza; ese chorro que ilumina los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero de muchedumbre sedienta. ¡Quién me grita que me asome! ¡No me digáis que la vea! No se cerraron sus ojos cuando vió los cuernos cercas, pero las madres terribles levantaron la cabeza. Y a través de las ganaderías, hubo un aire de voces secretas que gritaban a toros celestes, mayorales de pálida niebla. No hubo príncipe en Sevilla que comparársela pueda, ni espada como su espada ni corazón tan de veras. Como un río de leones su maravillosa fuerza, y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué buen serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío! ¡Qué deslumbrante en la feria! ¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla! Pero ya duerme sin fin. Ya los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos, vacilando sin alma por la niebla. Tropezando con miles de pezuñas como una larga, oscura, triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas, ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas! No. ¡Qué no quiero verla! Que no hay cáliz que la contenga, que no hay golondrinas que se la beban, no hay escarcha de luz que la enfríe, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. No. ¡¡Yo no quiero verla!!
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VELETA
VIENTO del Sur. Moreno, ardiente, Llegas sobre mi carne, Trayéndome semilla De brillantes Miradas, empapado De azahares. Pones roja la luna Y sollozantes Los álamos cautivos, pero vienes ¡Demasiado tarde! ¡Ya he enrollado la noche de mi cuento En el estante! Sin ningún viento, ¡Hazme caso! Gira, corazón; Gira, corazón. Aire del Norte, ¡Oso blanco del viento!, Llegas sobre mi carne Tembloroso de auroras Boreales, Con tu capa de espectros Capitanes, Y riyéndote a gritos Del Dante. ¡Oh pulidor de estrellas! Pero vienes Demasiado tarde. Mi almario está musgoso Y he perdido la llave. Sin ningún viento, ¡Hazme caso! Gira, corazón; Gira, corazón. Brisas, gnomos y vientos De ninguna parte. Mosquitos de la rosa De pétalos pirámides. Alisios destetados Entre los rudos árboles, Flautas en la tormenta, ¡Dejadme! Tiene recias cadenas Mi recuerdo, y está cautiva el ave Que dibuja con trinos La tarde. Las cosas que se van no vuelven nunca, Todo el mundo lo sabe, Y entre el claro gentío de los vientos Es inútil quejarse. ¿Verdad, chopo, maestro de la brisa? ¡Es inútil quejarse! Sin ningún viento, ¡Hazme caso! Gira, corazón; Gira, corazón.
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LOS ENCUENTROS DE UN CARACOL AVENTURERO
HAY dulzura infantil En la mañana quieta. Los árboles extienden Sus brazos a la tierra. Un vaho tembloroso Cubre las sementeras, Y las arañas tienden Sus caminos de seda —Rayas al cristal limpio Del aire—. En la alameda Un manantial recita Su canto entre las hierbas. Y el caracol, pacífico Burgués de la vereda, Ignorado y humilde, El paisaje contempla. La divina quietud De la Naturaleza Le dió valor y fe, Y olvidando las penas De su hogar, deseó Ver el fin de senda. Echó andar e internóse En un bosque de yedras Y de ortigas. En medio Había dos ranas viejas Que tomaban el sol, Aburridas y enfermas. Estos cantos modernos, Murmuraba una de ellas, Son inútiles. Todos, Amiga, le contesta La otra rana, que estaba Herida y casi ciega: Cuando joven creía Que si al fin Dios oyera Nuestro canto, tendría Compasión. Y mi ciencia, Pues ya he vivido mucho, Hace que no la crea. Yo ya no canto más... Las dos ranas se quejan Pidiendo una limosna A una ranita nueva Que pasa presumida Apartando las hierbas. Ante el bosque sombrío El caracol, se aterra. Quiere gritar. No puede. Las ranas se le acercan. ¿Es una mariposa?, Dice la casi ciega. Tiene dos cuernecitos, La otra rana contesta. Es el caracol. ¿Vienes, Caracol, de otras tierras? Vengo de mi casa y quiero Volverme muy pronto a ella. Es un bicho muy cobarde, Exclama la rana ciega. ¿No cantas nunca? No canto, Dice el caracol. ¿Ni rezas? Tampoco: nunca aprendí. ¿Ni crees en la vida eterna? ¿Qué es eso? Pues vivir siempre En el agua más serena, Junto a una tierra florida Que a un rico manjar sustenta. Cuando niño a mí me dijo Un día mi pobre abuela Que al morirme yo me iría Sobre las hojas más tiernas De los árboles más altos. Una hereje era tu abuela. La verdad te la decimos Nosotras. Creerás en ella, Dicen las ranas furiosas. ¿Por qué quise ver la senda? Gime el caracol. Si, creo Por siempre en la vida eterna Qué predicáis... Las ranas, Muy pensativas, se alejan, Y el caracol, asustado, Se va perdiendo en la selva. Las dos ranas mendigas Como esfingen se quedan. Una de ellas pregunta: ¿Crees tú en la vida eterna? Yo no, dice muy triste La rana herida y ciega, ¿Por qué hemos dicho entonces Al caracol que crea? Por qué... No se por qué, Dice la rana ciega. Me lleno de emoción Al sentir la firmeza Con que llaman mis hijos A Dios desde la acequia... El pobre caracol Vuelve atrás. Ya en la senda Un silencio ondulado Mana de la alameda. Con un grupo de hormigas Encarnadas se encuentra. Van muy alborotadas, Arrastrando tras ellas A otra hormiga que tiene Tronchadas las antenas. El caracol exclama: Hormiguitas, paciencia. ¿Por qué así maltratáis A vuestra compañera? Contadme lo que ha hecho. Yo juzgaré en conciencia. Cuéntalo tú, hormiguita. La hormiga medio muerta Dice muy tristemente: Yo he visto las estrellas. ¿Qué son estrellas?—dicen Las hormigas inquietas. Y el caracol pregunta Pensativo: ¿estrellas? Si, repite la hormiga, He visto las estrellas. Subí al árbol más alto Que tiene la alameda Y vi miles de ojos Dentro de mis tinieblas El caracol pregunta: ¿Pero qué son estrellas? Son luces que llevamos Sobre nuestra cabeza. Nosotras no las vemos, Las hormigas comentan. Y el caracol, mi vista Sólo alcanza a las hierbas. Las hormigas exclaman Moviendo sus antenas: Te mataremos, eres Perezosa y perversa. El trabajo es tu ley. Yo he visto a las estrellas, Dice la hormiga herida. Y el caracol sentencia: Dejadla que se vaya, Seguid vuestras faenas. Es fácil que muy pronto Ya rendida se muera. Por el aire dulzón Ha cruzado una abeja. La hormiga agonizando Huele la tarde inmensa Y dice, es la que viene A llevarme a una estrella. Las demás hormiguitas Huyen al verla muerta. El caracol suspira Y aturdido se aleja Lleno de confusión Por lo eterno. La senda No tiene fin, exclama. Acaso a las estrellas Se llegue por aquí. Pero mi gran torpeza Me impedirá llegar. No hay que pensar en ellas. Todo estaba brumoso De sol débil y niebla. Campanarios lejanos Llaman gente a la iglesia, Y el caracol, pacifico Burgués de la vereda, Aturdido e inquieto El paisaje contempla.
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CANCIÓN OTOÑAL
HOY siento en el corazón Un vago temblor de estrellas Pero mi senda se pierde. En alma de la niebla. La luz me troncha las alas Y el dolor de mi tristeza Va mojando los recuerdos En la fuente de la idea. Todas las rosas son blancas, Tan blancas como mi pena, Y no son las rosas blancas, Que ha nevado sobre ellas. Antes tuvieron el iris. También sobre el alma nieva. La nieve del alma tiene Copos de besos y escenas Que se hundieron en la sombra O en la luz del que las piensa. La nieve cae de las rosas Pero la del alma queda, Y la garra de los años Hace un sudario con ella. ¿Se deshelará la nieve Cuando la muerte nos lleva? ¿O después habrá otra nieve Y otras rosas más perfectas? ¿Será la paz con nosotros Como Cristo nos enseña? ¿O nunca será posible La solución del problema? ¿Y si el Amor nos engaña? ¿Quién la vida nos alienta Si el crepúsculo nos hunde En la verdadera ciencia Del Bien que quizá no exista Y del Mal que late cerca? ¿Si la esperanza se apaga Y la Babel se comienza Qué antorcha iluminara Los caminos en la Tierra? ¿Si el azul es un ensueño Qué será de la inocencia? ¿Qué será del corazón Si el Amor no tiene flechas? ¿Y si la muerte es la muerte Qué será de los poetas Y de las cosas dormidas Que ya nadie las recuerda? ¡Oh sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas rudas de las piedras! Hoy siento en el corazón Un vago temblor de estrellas Y todas las rosas son Tan blancas como mi pena.
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CANCIÓN PRIMAVERAL
nI SALEN los niños alegres De la escuela, Poniendo en el aire tibio Del Abril, canciones tiernas. ¡Que alegría tiene el hondo Silencio de la calleja! Un silencio hecho pedazos Por risas de plata nueva. II Voy camino de la tarde Entre flores de la huerta Dejando sobre el camino El agua de mi tristeza. En el monte solitario Un cementerio de aldea Parece un campo sembrado Con granos de calaveras. Y han florecido cipreses Como gigantes cabezas Que con órbitas vacías Y verdosas cabelleras Pensativos y dolientes El horizonte contemplan. ¡Abril divino, que vienes Cargado de sol y esencias Llena con nidos de oro Las floridas calaveras!
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CANCIÓN MENOR
TIENEN gotas de rocío Las alas del ruiseñor, Gotas claras de la luna Cuajadas por su ilusión. Tiene el mármol de la fuente El beso del surtidor, Sueño de estrellas humildes. Las niñas de los jardines Me dicen todas adiós Cuando paso. Las campanas También me dicen adiós. Y los árboles se besan En el crepúsculo. Yo Voy llorando por la calle, Grotesco y sin solución, Con tristeza de Cyrano Y de Quijote, Redentor De imposibles infinitos Con el ritmo del reloj. Y veo secarse los lirios Al contacto de mi voz Manchada de luz sangrienta, Y en mi lírica canción Llevo galas de payaso Empolvado. El amor Bello y lindo se ha escondido Bajo una araña. El sol Como otra araña me oculta Con sus patas de oro. No Conseguiré mi ventura, Pues soy como el mismo Amor, Cuyas flechas son de llanto, Y el carcaj el corazón. Daré todo a los demás Y lloraré mi pasión Como niño abandonado En cuento que se borró.
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ELEGÍA A DOÑA JUANA LA LOCA
PRINCESA enamorada sin ser correspondida. Clavel rojo en un valle profundo y desolado. La tumba que te guarda rezuma tu tristeza A través de los ojos que ha abierto sobre el mármol. Eras una paloma con alma gigantesca Cuyo nido fué sangre del suelo castellano Derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve Y al querer alentarlo tus alas se troncharon. Soñabas que tu amor fuera como el infante Que te sigue sumiso recogiendo tu manto. Y en vez de flores, versos y collares de perlas Te dió la Muerte rosas marchitas en un ramo. Tenias en el pecho la formidable aurora De Isabel de Segura. Melibea. Tu canto Como alondra que mira quebrarse el horizonte Se torna de repente monótono y amargo. Y tu grito estremece los cimientos de Burgos. Y oprime la salmodia del coro cartujano. Y choca con los ecos de las lentas campanas Perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado. Tenias la pasión que da el cielo de España. La pasión del puñal, de la ojera y el llanto. !Oh princesa divina de crepúsculo rojo Con la rueca de hierro y de acero lo hilado! Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente, Ni el laud juglaresco que solloza lejano Tu juglar fué un mancebo con escamas de plata Y un eco de trompeta su acento enamorado. Y sin embargo, estabas para el amor formada Hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo. Para llorar tristeza sobre el pecho querido Deshojando una rosa de olor entre los labios. Para mirar la luna bordada sobre el rio Y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño. Y mirar los eternos jardines de la sombra. ¡Oh princesa morena que duermes bajo el mármol! ¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz? O se enredan serpientes a tus senos exaustos... ¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos? ¿Dónde fué la tristeza de tu amor desgraciado? En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto, Tendrás el corazón partido en mil pedazos. Y Granada te guarda como santa reliquia, ¡Oh princesa morena que duermes bajo el mármol!, Eloisa y Julieta fueron dos margaritas Pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado. Que vino de la tierra dorada de Castilla A dormir entre nieves y cipresales castos. Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana, Los cipreses tus cirios, La sierra tu retablo. Un retablo de nieve que mitigue tus ansias ¡Con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro! Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana, La de las torres viejas y del jardín callado, La de la yedra muerta sobre los muros rojos, La de la niebla azul y el arrayan romántico. Princesa enamorada y mal correspondida. Clavel rojo en un valle profundo y desolado, La tumba que te guarda rezuma tu tristeza A través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Libro de poemas
¡CIGARRA!
u00a1CIGARRA! ¡Dichosa tú! Que sobre lecho de tierra Mueres borracha de luz. Tú sabes de las campiñas El secreto de la vida, Y el cuento del hada vieja Que nacer hierba sentía En ti quedóse guardado. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú! Pues mueres bajo la sangre De un corazón todo azul. La luz es Dios que desciende, Y el sol Brecha por donde se filtra, ¡Cigarra! ¡Dichosa tú! Pues sientes en la agonía Todo el peso del azul. Todo lo vivo que pasa Por las puertas de la muerte Va con la cabeza baja Y un aire blanco durmiente. Con habla de pensamiento. Sin sonidos... Tristemente, Cubierto con el silencio Que es él manto de la muerte. Más tú, cigarra encantada, Derramando son te mueres Y quedas trasfigurada En sonido y luz celeste. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú! Pues te envuelve con su manto El propio espíritu Santo, Que es la luz. ¡Cigarra! Estrella sonora Sobre los campos dormidos, Vieja amiga de las ranas Y de los obscuros grillos, Tienes sepulcros de oro En los rayos tremolinos Del sol que dulce te hiere En la fuerza del Estío, Y el sol se lleva tu alma Para hacerla luz. Sea mi corazón cigarra Sobre los campos divinos. Que muera cantando lento Por el cielo azul herido Y cuando esté ya expirando Una mujer que adivino Lo derrame con sus manos Por el polvo. Y mi sangre sobre el campo Sea rosado y dulce limo Donde claven sus azadas Los cansados campesinos. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú! Pues te hieren las espadas invisibles Del azul.
Libro de poemas
BALADA TRISTE PEQUEÑO POEMA
¡MI corazón es una mariposa, Niños buenos del prado! Que presa por la araña gris del tiempo Tiene el polen fatal del desengaño. De niño yo canté como vosotros, Niños buenos del prado, Solté mi gavilán con las temibles Cuatro uñas de gato. Pasé por el jardín de Cartagena La verbena invocando Y perdí la sortija de mi dicha Al pasar al arroyo imaginario. Fui también caballero Una tarde fresquita de Mayo, Ella era entonces para mi el enigma, Estrella azul sobre mi pecho intacto. Cabalgué lentamente hacia los cielos, Era un domingo de pipirigallo. Y vi que en vez de rosas y claveles Ella tronchaba lirios con sus manos. Yo siempre fui intranquilo, Niños buenos del prado, El ella del romance me sumía En ensoñares claros. ¿Quién será la que coge los claveles Y las rosas de Mayo? ¿Y por qué la verán sólo los niños A lomos de Pegaso? ¿Será esa misma la que en los rondones Con tristeza llamamos Estrella, suplicándole que salga A danzar por el campo?... En abril de mi infancia yo cantaba, Niños buenos del prado, La ella impenetrable del romance Donde sale Pegaso. Yo decía en las noches la tristeza De mi amor ignorado, Y la luna lunera ¡qué sonrisa Ponía entre sus labios! ¿Quién será la que corta los claveles Y las rosas de Mayo? Y de aquella chiquita, tan bonita, Que su madre ha casado, ¿En qué oculto rincón de cementerio Dormirá su fracaso? Yo solo con mi amor desconocido, Sin corazón, sin llantos, Hacia el techo imposible de los cielos Con un gran sol por báculo. ¡Qué tristeza tan seria me da sombra! Niños buenos del prado, Cómo recuerda dulce el corazón Los días ya lejanos... ¿Quién será la que corta los claveles Y las rosas de Mayo?
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MAÑANA
Y la canción del agua Es una cosa eterna. Es la savia entrañable Que madura los campos Es sangre de poetas Que dejaron sus almas Perderse en los senderos De la naturaleza. ¡Qué armonías derrama Al brotar de la peña! Se abandona a los hombres Con sus dulces cadencias. La mañana está clara. Los hogares humean Y son los humos brazos Que levantan la niebla. Escuchad los romances Del agua en las choperas. ¡Son pájaros sin alas Perdidos entre hierbas! Los árboles que cantan Se tronchan y se secan. Y se tornan llanuras Las montañas serenas. Mas la canción del agua Es una cosa eterna. Ella es luz hecha canto De ilusiones románticas. Ella es firme y suave Llena de cielo y mansa, Ella es niebla y es rosa De la eterna mañana. Miel de luna que fluye De estrellas enterradas. ¿Qué es el santo bautismo, Sino Dios hecho agua Que nos unge las frentes Con su sangre de gracia? Por algo Jesucristo En ella confirmóse. Por algo las estrellas En su ondas descansan. Por algo madre Venus En su seno engendróse Que amor de amor tomamos Cuando bebemos agua. Es el amor que corre Todo manso y divino, Es la vida del mundo, La historia de su alma. Ella lleva secretos De las bocas humanas, Pues todos la besamos Y la sed nos apaga. Es un arca de besos De bocas ya cerradas, Es eterna cautiva, Del corazón hermana. «Cristo debió decirnos: Confesaos con el agua, De todos los dolores De todas las infamias. ¿A quién mejor, hermanos, Entregar nuestras ansias Que a ella que sube al cielo En envolturas blancas?» No hay estado perfecto Como al tomar el agua, Nos volvemos más niños Y más buenos: y pasan Nuestras penas vestidas Con rosadas guirnaldas. Y los ojos se pierden En regiones doradas. ¡Oh fortuna divina Por ninguno ignorada! Agua dulce en que tantos Sus espíritus lavan, No hay nada comparable Con tus orillas santas Si una tristeza honda Nos ha dado sus alas.
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LA SOMBRA DE MI ALMA
LA sombra de mi alma Huye por un ocaso de alfabetos, Niebla de libros Y palabras. ¡La sombra de mi alma! He llegado a la linea donde cesa La nostalgia, Y la gota de llanto se transforma Alabastro de espíritu. (¡La sombra de mi alma!) El copo del dolor Se acaba, Pero queda la razón y la substancia De mi viejo medio día de labios de mi viejo medio día De miradas. Un turbio laberinto De estrellas ahumadas Enreda mi ilusión Casi marchita. ¡La sombra de mi alma! Y una alucinación Me ordeña las miradas. Veo la palabra amor Desmoronada. ¡Ruiseñor mío! ¡Ruiseñor! ¿Aún cantas?
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LLUVIA
LA lluvia tiene un vago secreto de ternura, Algo de soñolencia resignada y amable. Una música humilde se despierta con ella Que hace vibrar el alma dormida del paisaje. Es un besar azul que recibe la Tierra, El mito primitivo que vuelve a realizarse. El contacto ya frió de cielo y tierra viejos Con una mansedumbre de atardecer constante. Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores Y nos unge de espíritu santo de los mares. La que derrama vida sobre las sementeras Y en el alma tristeza de lo que no se sabe. La nostalgia terrible de una vida perdida, El fatal sentimiento de haber nacido tarde, O la ilusión inquieta de un mañana imposible Con la inquietud cercana del dolor de la carne. El amor se despierta en el gris de su ritmo, Nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre, Pero nuestro optimismo se convierte en tristeza Al contemplar las gotas muertas en los cristales. Y son las gotas: ojos de infinito que miran Al infinito blanco que les sirvió de madre. Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio Y le dejan divinas heridas de diamante. Son poetas del agua que han visto y que meditan Lo que la muchedumbre de los ríos no sabe. ¡Oh lluvia silenciosa sin tormentas ni vientos, Lluvia mansa y serena de esquila y luz suave, Lluvia buena y pacífica que eres la verdadera, La que amorosa y triste sobre las cosas caes! ¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas Almas de fuentes claras y humildes manantiales! Cuando sobre los campos desciendes lentamente Las rosas de mi pecho con tus sonidos abres. El canto primitivo que dices al silencio Y la historia sonora que cuentas al ramaje Los comenta llorando mi corazón desierto En un negro y profundo pentágrama sin clave. Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena, Tristeza resignada de cosa irrealizable, Tengo en el horizonte un lucero encendido Y el corazón me impide que corra a contemplarle. ¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman Y eres sobre el piano dulzura emocionante. Das al alma las mismas nieblas y resonancias Que pones en el alma dormida del paisaje!
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SI MIS MANOS PUDIERAN DESHOJAR
YO pronuncio tu nombre En las noches obscuras Cuando vienen los astros A beber en la luna Y duermen los ramajes de las frondas ocultas. Y yo me siento hueco de pasión y de música. Loco reloj que canta Muertas horas antiguas. Yo pronuncio tu nombre, En esta noche obscura, Y tu nombre me suena Más lejano que nunca. Más lejano que todas las estrellas Y más doliente que la mansa lluvia. ¿Te querré como entonces Alguna vez? ¿Qué culpa Tiene mi corazón? Si la niebla se esfuma ¿Qué otra pasión me espera? ¿Será tranquila y pura? ¡¡Si mis dedos pudieran Deshojar a la luna!!
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EL CANTO DE LA MIEL
LA miel es la palabra de Cristo. El oro derretido de su amor. El más allá del néctar. La momia de la luz del paraíso. La colmena es una estrella casta, Pozo de ambar que alimenta el ritmo De las abejas. Seno de los campos Tembloroso de aromas y zumbidos. La miel es la epopeya del amor, La materialidad de lo infinito. Alma y sangre doliente de las flores Condensada a través de otro espíritu. (Así la miel del hombre es la poesía Que mana de su pecho dolorido, De un panal con la cera del recuerdo Formado por la abeja de lo intimo.) La miel es la bucólica lejana Del pastor, la dulzaina y el olivo. Hermana de la leche y las bellotas, Reinas supremas del dorado siglo. La miel es como el sol de la mañana, Tiene toda la gracia del estío Y la frescura vieja del Otoño. Es la hoja marchita y es el trigo. ¡Oh divino licor de la humildad, Sereno como un verso primitivo! La armonía hecha carne tú eres, El resumen genial de lo lírico. En ti duerme la melancolía, El secreto del beso y del grito. Dulcísima. Dulce. Este es tu adjetivo. Dulce como los vientres de las hembras. Dulce como los ojos de los niños. Dulce como la sombra de la noche. Dulce como una voz O como un lirio. Para el que lleva la pena y la lira, Eres sol que ilumina el camino. Equivales a todas las bellezas Al color, a la luz, a los sonidos. ¡Oh! Divino licor de la esperanza, Donde a la perfección del equilibrio Llegan alma y materia en unidad Como en la hostia cuerpo y luz de Cristo. Y el alma superior es de las flores. ¡Oh licor que esas almas has unido! El que te gusta no sabe que traga Un resumen dorado del lirismo.
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ELEGÍA ELEGÍA
Como un incensario lleno de deseos, pasas en la tarde luminosa y clara con la carne oscura de nardo marchito y el sexo potente sobre tu mirada. Llevas en la boca tu melancolía de pureza muerta, y en la dionisíaca copa de tu vientre la araña que teje el velo infecundo que cubre la entraña nunca florecida con las vivas rosas fruto de los besos. En tus manos blancas llevas la madeja de tus ilusiones, muertas para siempre, y sobre tu alma la pasión hambrienta de besos de fuego y tu amor de madre que sueña lejanas visiones de cunas en ambientes quietos, hilando en los labios lo azul de la nana. Como Ceres dieras tus espigas de oro si el amor dormido tu cuerpo tocara, y como la virgen María pudieras brotar de tus senos otra vía láctea. Te marchitarás como la magnolia. Nadie besará tus muslos de brasa. Ni a tu cabellera llegarán los dedos que la pulsen como las cuerdas de un arpa. ¡Oh mujer potente de ébano y de nardo!, cuyo aliento tiene blancor de biznagas. Venus del mantón de Manila que sabe del vino de Málaga y de la guitarra. ¡Oh cisne moreno!, cuyo lago tiene lotos de saetas, olas de naranjas y espumas de rojos claveles que aroman los nidos marchitos que hay bajo sus alas. Nadie te fecunda. Mártir andaluza, tus besos debieron ser bajo una parra plenos del silencio que tiene la noche y del ritmo turbio del agua estancada. Pero tus ojeras se van agrandando y tu pelo negro va siendo de plata; tus senos resbalan escanciando aromas y empieza a curvarse tu espléndida espalda. ¡Oh mujer esbelta, maternal y ardiente! Virgen dolorosa que tiene clavadas todas las estrellas del cielo profundo en su corazón ya sin esperanza. Eres el espejo de una Andalucía que sufre pasiones gigantes y calla, Pasiones mecidas por los abanicos y por las mantillas sobre las gargantas Que tienen temblores de sangre, de nieve, y arañazos rojos hechos por miradas. Te vas por la niebla del otoño, virgen como Inés, Cecilia, y la dulce Clara, siendo una bacante que hubiera danzado de pámpanos verdes y vid coronada. La tristeza inmensa que flota en tus ojos nos dice tu vida rota y fracasada, la monotonía de tu ambiente pobre viendo pasar gente desde tu ventana, oyendo la lluvia sobre la amargura que tiene la vieja calle provinciana, mientras que a lo lejos suenan los clamores turbios y confusos de unas campanadas. Mas en vano escuchaste los acentos del aire. Nunca llegó a tus oídos la dulce serenata. Detrás de tus cristales aún miras anhelante. ¡Qué tristeza tan honda tendrás dentro del alma al sentir en el pecho ya cansado y exhausto la pasión de una niña recién enamorada! Tu cuerpo irá a la tumba intacto de emociones. Sobre la oscura tierra brotará una alborada. De tus ojos saldrán dos claveles sangrientos, y de tus senos, rosas como la nieve blancas. Pero tu gran tristeza se irá con las estrellas, como otra estrella digna de herirlas y eclipsarlas.
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SANTIAGO (BALADA INGENUA)
I Esta noche ha pasado Santiago su camino de luz en el cielo. Lo comentan los niños jugando con el agua de un cauce sereno. ¿Dónde va el peregrino celeste por el claro infinito sendero? Va a la aurora que brilla en el fondo en caballo blanco como el hielo. ¡Niños chicos, cantad en el prado, horadando con risas al viento! Dice un hombre que ha visto a Santiago en tropel con doscientos guerreros; iban todos cubiertos de luces, con guirnaldas de verdes luceros, y el caballo que monta Santiago era un astro de brillos intensos. Dice el hombre que cuenta la historia que en la noche dormida se oyeron tremolar plateado de alas que en sus ondas llevóse el silencio. ¿Qué sería que el río paróse? Eran ángeles los caballeros. ¡Niños chicos, cantad en el prado, horadando con risas al viento! Es la noche de luna menguante. ¡Escuchad! ¿Qué se siente en el cielo, que los grillos refuerzan sus cuerdas y dan voces los perros vegueros? —Madre abuela, ¿cuál es el camino, madre abuela, que yo no lo veo? —Mira bien y verás una cinta de polvillo harinoso y espeso, un borrón que parece de plata o de nácar. ¿Lo ves? —Ya lo veo. —Madre abuela. ¿Dónde está Santiago? —Por allí marcha con su cortejo, la cabeza llena de plumajes y de perlas muy finas el cuerpo, con la luna rendida a sus plantas, con el sol escondido en el pecho. Esta noche en la vega se escuchan los relatos brumosos del cuento. ¡Niños chicos, cantad en el prado, horadando con risas al viento! II Una vieja que vive muy pobre en la parte más alta del pueblo, que posee una rueca inservible, una virgen y dos gatos negros, mientras hace la ruda calceta La cabeza llena de plumajes Y de perlas muy finas el cuerpo, Con la luna rendida a sus plantas, Con el sol escondido en el pecho. Esta noche en la vega se escuchan Los relatos brumosos del cuento. ¡Niños chicos, cantad en el prado, Horadando con risas al viento! II Una vieja que vive muy pobre En la parte más alta del pueblo, Que posee una rueca inservible, Una virgen y dos gatos negros, Mientras hace la ruda calceta Con sus secos y temblones dedos, Rodeada de buenas comadres Y de sucios chiquillos traviesos, En la paz de la noche tranquila, Con las sierras perdidas en negro, Va contando con ritmos tardíos La visión que ella tuvo en sus tiempos. Ella vió en una noche lejana Como ésta, sin ruidos ni vientos, Al apostol Santiago en persona, Peregrino en la tierra del cielo. —Y comadre, ¿cómo iba vestido? —La preguntan dos voces a un tiempo—. —Con bordón de esmeraldas y perlas Y una túnica de terciopelo. Cuando hubo pasado la puerta, Mis palomas sus alas tendieron, Y mi perro, que estaba dormido, Fué tras él, sus pisadas lamiendo. Era dulce el Apostol divino, Más aún que la luna de Enero. A su paso dejó por la senda Un olor de azucena y de incienso. —Y comadre, ¿no le dijo nada? —La preguntan dos voces a un tiempo—. —Al pasar me miró sonriente Y una estrella dejóme aquí dentro. —¿Dónde tienes guardada esa estrella? —La pregunta un chiquillo travieso—. —¿Se ha apagado—dijéronle otros— Como cosa de un encantamiento? —No hijos míos, la estrella relumbra, Que en el alma clavada la llevo. —¿Cómo son las estrellas aquí? —Hijo mío, igual que en el cielo. —Siga, siga la vieja comadre. ¿Dónde iba el glorioso viajero? —Se perdió por aquellas montañas Con mis blancas palomas y el perro. Pero llena dejóme la casa De rosales y de jazmineros, Y las uvas verdes de la parra Maduraron, y mi troje lleno Encontré a la siguiente mañana. Todo obra del Apostol bueno. —¡Grande suerte que tuvo, comadre! —Sermonean dos voces a un tiempo—. Los chiquillos están ya dormidos Y los campos en hondo silencio. ¡Niños chicos, pensad en Santiago Por los turbios caminos del sueño! ¡Noche clara, finales de Julio! ¡Ha pasado Santiago en el cielo! La tristeza que tiene mi alma, Por el blanco camino la dejo, Para ver si la encuentran los niños Y en el agua la vayan hundiendo, Para ver si en la noche estrellada A muy lejos la llevan los vientos.
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EL DIAMANTE
EL diamante de una estrella Ha rayado el hondo cielo, Pájaro de luz que quiere Escapar del universo Y huye del enorme nido Donde estaba prisionero Sin saber que lleva atada Una cadena en el cuello. Cazadores extrahumanos Están cazando luceros, Cisnes de plata maciza En el agua del silencio. Los chopos niños recitan Su cartilla, es el maestro Un chopo antiguo que mueve Tranquilo sus brazos muertos. Ahora en el monte lejano Jugarán todos los muertos A la baraja. ¡Es tan triste La vida en el cementerio! ¡Rana, empieza tu cantar! ¡Grillo, sal de tu agujero! Haced un bosque sonoro Con vuestras flautas. Yo vuelvo Hacia mi casa intranquilo. Se agitan en mi cerebro Dos palomas campesinas Y en el horizonte, ¡lejos!, Se hunde el arcaduz del día. ¡Terrible noria del tiempo!
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MADRIGAL DE VERANO Agosto de (VEGA DE ZUJAIRA) MADRIGAL DE VERANO
Agosto de 1920 (Vega de Zujaira ) Junta tu roja boca con la mía, ¡oh Estrella la gitana! Bajo el oro solar del mediodía morderé la manzana. En el verde olivar de la colina hay una torre mora, del color de tu carne campesina que sabe a miel y aurora. Me ofreces en tu cuerpo requemado, el divino alimento que da flores al cauce sosegado y luceros al viento. ¿Cómo a mí te entregaste, luz morena? ¿Por qué me diste llenos de amor tu sexo de azucena y el rumor de tus senos? ¿No fue por mi figura entristecida? (¿Oh mis torpes andares!) ¿Te dio lástima acaso de mi vida, marchita de cantares? ¿Cómo no has preferido a mis lamentos los muslos sudorosos de un San Cristóbal campesino, lentos en el amor y hermosos? Danaide del placer eres conmigo. Femenino silvano. Huelen tus besos como huele el trigo reseco del verano. Enturbíame los ojos con tu canto. Deja tu cabellera extendida y solemne como un manto de sombra en la pradera. Píntame con tu boca ensangrentada un cielo del amor, en un fondo de carne la morada estrella de dolor. Mi pegaso andaluz está cautivo de tus ojos abiertos; volará desolado y pensativo, cuando los vea muertos. Y aunque no me quisieras te querría por tu mirar sombrío, como quiere la alondra al nuevo día, sólo por el rocío. Junta tu roja boca con la mía, ¡oh Estrella la gitana! Déjame bajo el claro mediodía consumir la manzana. DICE la tarde, ¡Tengo sed de sombra! Dice la luna: «Yo, sed de luceros» La fuente cristalina pide labios Y suspiros el viento. Yo tengo sed de aromas y de risas. Sed de cantares nuevos Sin lunas y sin lirios, Y sin amores muertos. Un cantar de mañana que estremezca A los remansos quietos Del porvenir. Y llene de esperanza Sus ondas y sus cienos. Un cantar luminoso y reposado Pleno de pensamiento, Virginal de tristezas y de angustias Y virginal de ensueños, Cantar sin carne lírica que llene De risas el silencio. (Una bandada de palomas ciegas Lanzadas al misterio.) Cantar que vaya al alma de las cosas Y al alma de los vientos Y que descanse al fin en la alegría Del corazón eterno.
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ALBA
MI corazón oprimido Siente junto a la alborada El dolor de sus amores Y el sueño de las distancias. La luz de la aurora lleva Semilleros de nostalgias Y la tristeza sin ojos De la médula del alma. La gran tumba de la noche Su negro velo levanta Para ocultar con el día La inmensa cumbre estrellada ¡Que haré yo sobre estos campos Cogiendo nidos y ramas Rodeado de la aurora Y llena de noche el alma! ¡Que haré si tienes tus ojos Muertos a las luces claras Y no ha de sentir mi carne El calor de tus miradas! ¿Porqué te perdí por siempre En aquella tarde clara? Hoy mi pecho está reseco Como una estrella apagada.
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EL PRESENTIMIENTO Agosto de (VEGA DE ZUJAIRA)
EL presentimiento Es la sonda del alma En el misterio. Nariz del corazón, Palo de ciego Que explora en la tiniebla Del tiempo. Ayer es lo marchito, El sentimiento Y el campo funeral Del recuerdo. Anteayer, Es lo muerto. Madriguera de ideas moribundas De pegasos sin freno. Malezas de memorias, Y desiertos Perdidos en la niebla De los sueños. Nada turba los siglos Pasados. No podemos Arrancar un suspiro De lo viejo. El pasado se pone Su coraza de hierro, Y tapa sus oídos Con algodón del viento. Nunca podrá arrancársele Un secreto. Sus músculos de siglos Y su cerebro De marchitas ideas En feto No darán el licor que necesita El corazón sediento. Pero el niño futuro Nos dirá algún secreto Cuando juegue en su cama De luceros. Y es fácil engañarle; Por eso, Démosle con dulzura Nuestro seno, Que el topo silencioso Del presentimiento Nos traerá sus sonajas Cuando se esté durmiendo.
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CANCIÓN PARA LA LUNA
BLANCA tortuga, Luna dormida, ¡Qué lentamente Caminas! Cerrando un párpado De sombra, miras Cual arqueológica Pupila. Que quizás sea... (Satán es tuerto) Una reliquia, Viva lección Para anarquistas. Jehová acostumbra Sembrar su finca Con ojos muertos Y cabecitas De sus contrarias Milicias. Gobierna rígido La Fez divina Con su turbante De niebla fría, Poniendo dulces Astros sin vida Al rubio cuervo Del día. Por eso, luna, ¡Luna dormida!, Vas protestando Seca de brisas, Del gran abuso La tiranía De ese Jehová Que os encamina Por una senda, ¡Siempre la misma!, Mientra Él goza En compañía De Doña Muerte, Que es su querida... Blanca tortuga, Luna dormida, Casta Verónica Del sol que limpias En el ocaso Su faz rojiza. Ten esperanza, Muerta pupila, Que el gran Lenin De tu campiña Será la Osa Mayor, la arisca Fiera del cielo Que irá tranquila A dar su abrazo De despedida, Al viejo enorme De los seis días. Y entonces, luna Blanca, vendría El puro reino De la ceniza. (Ya habréis notado Que soy nihilista.)
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ELEGÍA DEL SILENCIO
SILENCIO, ¿dónde llevas Tu cristal empañado De risas, de palabras Y sollozos del árbol? ¿Cómo limpias, silencio, El rocío del canto Y las manchas sonoras Que los mares lejanos Dejan sobre la albura Serena de tu manto? ¿Quién cierra tus heridas Cuando sobre los campos Alguna vieja noria Clava su lento dardo En tu cristal inmenso? ¿Dónde vas si al ocaso Te hieren las campanas Y quiebran tu remanso Las bandadas de coplas Y el gran rumor dorado Que cae sobre los montes azules sollozando? El aire del invierno Hace tu azul pedazos, Y troncha tus florestas El lamentar callado De alguna fuente fría. Donde posas tus manos, La espina de la risa O el caluroso hachazo De la pasión encuentras. Si te vas a los astros, El zumbido solemne De los azules pájaros Quiebra el gran equilibrio De tu escondido cráneo. Huyendo del sonido Eres sonido mismo, Espectro de harmonía, Humo de grito y canto. Vienes para decirnos En las noches obscuras La palabra infinita Sin aliento y sin labios. Taladrado de estrellas Y maduro de música, ¿Dónde llevas, silencio, Tu dolor extrahumano, Dolor de estar cautivo En la araña melódica, Ciego ya para siempre Tu manantial sagrado? Hoy arrastran tus ondas Turbias de pensamiento La ceniza sonora Y el dolor del antaño. Los ecos de los gritos Que por siempre se fueron. El estruendo remoto Del mar, momificado. Si Jehová se ha dormido Sube al trono brillante Quiébrale en su cabeza Un lucero apagado, Y acaba seriamente Con la música eterna, La harmonía sonora De luz, y mientras tanto, Vuelve a tu manantial, Donde en la noche eterna, Antes que Dios y el Tiempo, Manabas sosegado.
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BALADA DE UN DÍA DE JULIO
Esquilones de plata llevan los bueyes. —¿Dónde vas, niña mía, de sol y nieve? —Voy a las margaritas del prado verde. —El prado está muy lejos y miedo tienes. —Al airón y a la sombra mi amor no teme. —Teme al sol, niña mía, de sol y nieve. —Se fue de mis cabellos ya para siempre. —¿Quién eres, blanca niña? ¿De dónde vienes? —Vengo de los amores y de las fuentes. Esquilones de plata llevan los bueyes. —¿Qué llevas en la boca que se te enciende? —La estrella de mi amante que vive y muere. —¿Qué llevas en el pecho, tan fino y leve? —La espada de mi amante que vive y muere. —¿Qué llevas en los ojos, negro y solemne? —Mi pensamiento triste que siempre hiere. —¿Por qué llevas un manto negro de muerte? —¡Ay, yo soy la viudita, triste y sin bienes, del conde del Laurel de los Laureles! —¿A quién buscas aquí, si a nadie quieres? —Busco el cuerpo del conde de los Laureles. —¿Tú buscas el amor, viudita aleve? Tú buscas un amor que ojalá encuentres. —Estrellitas del cielo son mis quereres, ¿dónde hallaré a mi amante que vive y muere? —Está muerto en el agua, niña de nieve, cubierto de nostalgias y de claveles. —¡Ay!, caballero errante de los cipreses, una noche de luna mi alma te ofrece. —¡Ah Isis soñadora! Niña sin mieles, la que en boca de niños su cuento vierte. Mi corazón te ofrezco. Corazón tenue, herido por los ojos de las mujeres. —Caballero galante, con Dios te quedes. Voy a buscar al conde de los Laureles. —Adiós, mi doncellita, rosa durmiente, tú vas para el amor y yo a la muerte. Esquilones de plata llevan los bueyes. Mi corazón desangra como una fuente.
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IN MEMORIAM
DULCE chopo, Dulce chopo, Te has puesto De oro. Ayer estabas verde, Un verde loco De pájaros Gloriosos. Hoy estás abatido Bajo el cielo de agosto Como yo bajo el cielo De mi espíritu rojo. La fragancia cautiva De tu tronco Vendrá a mi corazón Piadoso. ¡Rudo abuelo del prado! Nosotros, Nos hemos puesto De oro.
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SUEÑO
MI corazón reposa junto a la fuente fría. (Llénalo con tus hilos Araña del olvido.) El agua de la fuente su canción le decía. (Llénala con tus hilos Araña del olvido.) Mi corazón despierto sus amores decía. (Araña del silencio, Téjele tu misterio.) El agua de la fuente lo escuchaba sombría. (Araña del silencio, Téjele tu misterio.) Mi corazón se vuelca sobre la fuente fría. (Manos blancas, lejanas, Detened a las aguas.) Y el agua se lo lleva cantando de alegría. (¡Manos blancas, lejanas, Nada queda en las aguas!)
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PAISAJE
LAS estrellas apagadas Llenan de ceniza el río Verdoso y frío. La fuente no tiene trenzas. Va se han quemado los nidos escondidos. Las ranas hacen del cauce Una siringa encantada Desafinada. Sale del monte la luna, Con su cara bonachona De jamona. Una estrella le hace burla Desde su casa de añil Infantil. El débil color rosado Hace cursi el horizonte Del monte, Y observo que el laurel tiene Cansancio de ser poético Y profético. Como la hemos visto siempre El agua se va durmiendo, Sonriyendo. Todo llora por costumbre, Todo el campo se lamenta Sin darse cuenta. Yo, por no desafinar, Digo por educación: «¡Mi corazón!». Pero una grave tristeza Tiñe mis labios manchados De pecados. Yo voy lejos del paisaje. Hay en mi pecho una hondura De sepultura. Un murciélago me avisa Que el sol se esconde doliente En el Poniente. ¡Pater noster por mi amor! (Llanto de las alamedas Y arboledas.) En el carbón de la tarde Miro mis ojos lejanos, Cual milanos. Y despeino mi alma muerta Con arañas de miradas Olvidadas. Ya es de noche, y las estrellas Clavan puñales al río Verdoso y frío.
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NOVIEMBRE0
TODOS los ojos Estaban abiertos Frente a la soledad Despintada por el llanto. Tin Tan, Tin Tan. Los verdes cipreses Guardaban su alma Arrugada por el viento, Y las palabras como guadañas Segaban almas dé flores. Tin Tan, Tin Tan. El cielo estaba marchito. ¡Oh tarde cautiva por las nubes, Esfinge sin ojos! Obeliscos y chimeneas Hacían pompas de jabón. Tin Tan, Tin Tan. Los ritmos se curvaban Y se curvaba el aire, Guerreros de niebla Hacían de los árboles Catapultas. Tin Tan, Tin Tan. ¡Oh tarde, Tarde de mi otro beso! Tema lejano de mi sombra, ¡Sin rayo de oro! Cascabel vacío. Tarde desmoronada Sobre piras de silencio. Tin Tan, Tin Tan.
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PREGUNTAS
UN pleno de cigarras tiene el campo. —¿Qué dices, Marco Aurelio, De estas viejas filósofas del llano?— ¡Pobre es tu pensamiento! Corre el agua del rio mansamente. —¡Oh, Sócrates! ¿Qué ves En el agua que va a la amarga muerte?— ¡Pobre y triste es tu fe! Se deshojan las rosas en el lodo. ¡Oh, dulce Juan de Dios! ¿Qué ves en estos pétalos gloriosos? ¡Chico es tu corazón!
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LA VELETA YACENTE
EL duro corazón de la veleta Entre el libro del tiempo. (Una hoja la tierra Y otra hoja el encielo.) Aplastóse doliente sobre letras De tejados viejos. Lírica flor de torre Y luna de los vientos, Abandona el estambre de la cruz Y dispersa sus pétalos, Para caer sobre las losas frías Comida por la oruga De los ecos. Yaces bajo una acacia. ¡Memento! No podías latir Porque eras de hierro... Mas poseíste la forma, ¡Conténtate con eso! Y húndete bajo el verde Légamo, En busca de tu gloria De fuego, Aunque te llamen tristes Las torres desde lejos Y oigas en las veletas Chirriar tus compañeros. Húndete bajo el paño Verdoso de tu lecho, Que ni la blanca monja, Ni el perro, Ni la luna menguante, Ni el lucero, Ni el turbio sacristán Del convento, Recordarán tus gritos Del invierno. Húndete lentamente, Que si no, luego, Te llevarán los hombres De los trapos viejos. Y ojalá pudiera darte Por compañero Este corazón mío ¡Tan incierto!
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CORAZÓN NUEVO
MI corazón, como una sierpe, Se ha desprendido de su piel, Y aquí lo miro entre mis dedos Llena de heridas y de miel. Los pensamientos que anidaron En tus arrugas ¿dónde están? ¿Dónde las rosas que aromaron A Jesucristo y a Satán? ¡Pobre envoltura que ha oprimido A mi fantástico lucero! Gris pergamino dolorido De lo que quise y ya no quiero. Yo veo en ti fetos de ciencias, Momias de versos y esqueletos De mis antiguas inocencias Y mis románticos secretos. ¿Te colgaré sobre los muros De mi museo sentimental, Junto a los gélidos y obscuros Lirios durmientes de mi mal? ¿O te pondré sobre los pinos —Libro doliente de mi amor— Para que sepas de los trinos Que da a la aurora el ruiseñor?
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SE HA PUESTO EL SOL
Se ha puesto el sol. Los árboles Meditan como estatuas. Ya está el trigo segado. ¡Qué tristeza De las norias paradas! Un perro campesino Quiere comerse a Venus y le ladra. Brilla sobre su campo de pre-beso, Como una gran manzana. Los mosquitos, Pegasos del rocío, Vuelan, el aire en calma. La Penelope inmensa de la luz Teje una noche clara. ¡Hijas mías, dormid, que viene el lobo, Las ovejitas balan. ¿Ha llegado el otoño, compañeras? Dice una flor ajada. ¡Ya vendrán los pastores con sus nidos Por la sierra lejana! Ya jugarán los niños en la puerta De la vieja posada, Y habrá coplas de amor Que ya se saben De memoria las casas.
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PAJARITA DE PAPEL
¡OH pajarita de papel! Aguila de los niños. Con las plumas de letras, Sin palomo Y sin nido. Las manos aun mojadas de misterio Te crean en un frío Anochecer de otoño, cuando mueren Los pájaros y el ruido De la lluvia nos hace amar la lámpara, El corazón y el libro. Naces para vivir unos minutos En el frágil castillo De naipes que se eleva tembloroso Como el tallo de un lirio, Y meditas allí ciega y sin alas Que pudiste haber sido El atleta grotesco que sonríe Ahorcado por un hilo, El barco silencio sin remeros ni velamen, El lírico Buque fantasma del miedoso insecto, O el triste borriquito Que escarnecen, haciéndolo pegaso, Los soplos de los niños. Pero enmedio de tu meditación Van gotas de humorismo. Hecha con la corteza de la ciencia Te ríes del destino, Y gritas: Blanca flor no muere nunca, Ni se muere Luisito. La mañana es eterna, es eterna La fuente del rocío. Y aunque no crees en nada dices esto, No se enteren los niños, De que hay sombra detrás de las estrellas Y sombra en tu castillo. Enmedio de la mesa, al derrumbarse Tu azul mansión, has visto Que el milano te mira ansiosamente: Es un recién nacido. Una pompa de espuma sobre el agua Del sufrimiento vivo. Y tú vas a sus labios luminosos Mientras ríen los niños, Y callan los papás no sea despierten Los dolores vecinos. Así pájaro clonw desapareces Para nacer en otro sitio. Así pájaro esfinge das tu alma De ave fénix al limbo.
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MADRIGAL
MI beso era una granada, Profunda y abierta; Tu boca era rosa De papel. El fondo un campo de nieve. Mis manos eran hierros Para los yunques, Tu cuerpo era el ocaso De una campanada. El fondo un campo de nieve. En la agujereada Calavera azul Hicieron estalactitas Mis te quiero. El fondo un campo de nieve. Llenáronse de moho Mis sueños infantiles, Y taladró a la luna Mi dolor salomónico. El fondo un campo de nieve. Ahora a maestro grave A la alta escuela, A mi amor y a mis sueños (Caballitos sin ojos). Y el fondo es un campo de nieve.
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UNA CAMPANA
UNA campana serena Crucificada en su ritmo Define a la mañana Con peluca de niebla Y arroyos de lágrimas. Mi viejo chopo Turbio de ruiseñores Esperaba Poner entre las hierbas Sus ramas Mucho antes que el otoño Lo dorara. Pero los puntales De mis miradas Lo sostenían. ¡Viejo chopo, aguarda! ¿No sientes la madera De mi amor desgarrada? Tiéndete en la pradera Cuando cruja mi alma Que un vendaval de besos Y palabras Ha dejado rendida, Lacerada.
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CONSULTA
¡Pasionaria azul! Yunque de mariposas. ¿Vives bien en el limo De las horas? (¡Oh, poeta infantil Quiebra tu reloj!) Clara estrella azul, Ombligo de la aurora. ¿Vives bien en la espuma De la sombra? (¡Oh, poeta infantil Quiebra tu reloj!) Corazón azulado, Lámpara de mi alcoba. ¿Lates bien sin mi sangre Filarmónica? (¡Oh, poeta infantil Quiebra tu reloj!) Os comprendo y me dejo Arrumbado en la cómoda Al insecto del tiempo. Sus metálicas gotas No se oirán en la calma De mi alcoba. Me dormiré tranquilo Como dormis vosotras Pasionarias y estrellas, Que al fin, la mariposa, Volará en la corriente De las horas Mientras nace en mi tronco La rosa.
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TARDE
TARDE lluviosa en gris cansado, Y sigue el caminar. Los árboles marchitos. Mi cuarto, solitario. Y los retratos viejos Y el libro sin cortar... Chorrea la tristeza por los muebles Y por mi alma. Quizá, No tenga para mí Naturaleza El pecho de cristal. Y me duele la carne del corazón Y la carne del alma. Y al hablar, Se quedan mis palabras en el aire Como corchos sobre agua. Sólo por tus ojos Sufro yo este mal, Tristezas de antaño Y las que vendrán. Tarde lluviosa en gris cansado, Y sigue el caminar.
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HAY ALMAS QUE TIENEN...
HAY almas que tienen Azules luceros, Mañanas marchitas Entre hojas del tiempo, Y castos rincones Que guardan un viejo Rumor de nostalgias Y sueños. Otras almas tienen Dolientes espectros De pasiones. Frutas Con gusanos. Ecos De una voz quemada Que viene de lejos Como una corriente De sombra. Recuerdos Vacíos de llanto, Y migajas de besos. Mi alma está madura Hace mucho tiempo, Y se desmorona Turbia de misterio. Piedras juveniles Roídas de ensueño Caen sobre las aguas De mis pensamientos. Cada piedra dice: ¡Dios está muy lejos!
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PROLOGO
MI corazón está aquí, Dios mío. Hunde tu cetro en él, Señor. Es un membrillo Demasiado otoñal Y está podrido. Arranca los esqueletos De los gavilanes líricos Que tanto, tanto lo hirieron, Y si acaso tienes pico Móndale su corteza De Hastío. Mas si no quieres hacerlo, Me da lo mismo, Guárdate tu cielo azul Que es tan aburrido. El rigodón de los astros Y tu Infinito, Que yo pediré prestado El corazón a un amigo. Un corazón con arroyos Y pinos, Y un ruiseñor de hierro Que resista El martillo De los siglos. Ademas, Satanás me quiere mucho, Fué compañero mió En un examen de Lujuria, y el pícaro, Buscará a Margarita —Me lo tiene ofrecido— Margarita morena, Sobre un fondo de viejos olivos, Con dos trenzas de noche De Estío, Para que yo desgarre Sus muslos limpios. Y entonces, ¡oh Señor!, Seré tan rico O más que tú, Porque el vació No puede compararse Al vino Con que Satán obsequia A sus buenos amigos. Licor hecho con llanto. ¡Qué más da! Es lo mismo Que tu licor compuesto De trinos. Dime, Señor, ¡Dios mió! ¿Nos hundes en la sombra Del abismo? ¿Somos pájaros ciegos Sin nidos? La luz se va apagando. ¿Y el aceite divino? Las olas agonizan. ¿Has querido Jugar como si fuéramos Soldaditos? Dime, Señor, ¡Dios mió! ¿No llega el dolor nuestro A tus oídos? ¿No han hecho las blasfemias Babeles sin ladrillos Para herirte, o te gustan. Los gritos? ¿Estás sordo? ¿Estás ciego? ¿O eres bizco De espíritu Y ves el alma humana Con tonos invertidos? ¡Oh Señor soñoliento! ¡Mira mi corazón Frío Como un membrillo Demasiado otoñal Que está podrido! Si tu luz va a llegar Abre los ojos vivos Pero si continúas Dormido, Ven, Satanás errante, Sangriento peregrino, Ponme la Margarita Morena en los olivos Con las trenzas de noche De Estío, Que yo sabré encenderle Sus ojos pensativos Con mis besos manchados De lirios. Y oiré una tarde ciega Mi ¡Enrique! ¡Enrique! Lírico, Mientras todos mis sueños Se llenan de rocío. Aquí, Señor, te dejo Mi corazón antiguo, Voy a pedir prestado Otro nuevo a un amigo. Corazón con arroyos Y pinos. Corazón sin culebras Ni lirios. Robusto, con la gracia De un joven campesino, Que atraviesa de un salto El rio.
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BALADA INTERIOR
EL corazón, Que tenía en la escuela Donde estuvo pintada La cartilla primera, ¿Está en ti, Noche negra? (Frío, frío, Como el agua Del rio.) El primer beso Que supo a beso y fue Para mis labios niños Como la lluvia fresca, ¿Está en ti, Noche negra? (Frío, frío, Como el agua Del río.) Mí primer verso. La niña de las trenzas Que miraba de frente, ¿Está en ti, Noche negra? (Frío, frío, Como el agua Del rio.) Pero mi corazón Roído de culebras, El que estuvo colgado Del árbol de la ciencia, ¿Está en ti, Noche negra? (Caliente, caliente, Como el agua De la fuente.) Mi amor errante, Castillo sin firmeza, De sombras enmohecidas, ¿Está en ti, Noche negra? (Caliente, caliente, Como el agua De la fuente.) ¡Oh, gran dolor! Admites en tu cueva Nada más que la sombra. ¿Es cierto, Noche negra? (Caliente, caliente, Como el agua De la fuente.) ¡Oh, corazón perdido! ¡Réquiem aeternam!
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EL LAGARTO VIEJO
EN la agostada senda He visto al buen lagarto (Gota de cocodrilo) Meditando. Con su verde levita De abate del diablo, Su talante correcto Y su cuello planchado, Tiene un aire muy triste De viejo catedrático. ¡Esos ojos marchitos De artista fracasado Cómo miran la tarde Desmayada! ¿Es este su paseo Crepuscular, amigo? Usad bastón, ya estáis Muy viejo, Don Lagarto, Y los niños del pueblo Pueden daros un susto. ¿Qué buscáis en la senda, Filósofo cegato, Si el fantasma indeciso De la tarde agosteña Ha roto el horizonte? ¿Buscáis la azul limosna Del cielo moribundo? ¿Un céntimo de estrella? ¿O acaso Estudiásteis un libro De Lamartine, y os gustan Los trinos platerescos De los pájaros? (Miras al sol poniente, Y tus ojos relucen, ¡Oh, dragón de las ranas!, Con un fulgor humano. Las góndolas sin remos De las ideas, cruzan El agua tenebrosa De tus iris quemados.) ¿Venís quizá en la busca De la bella lagarta, Verde como los trigos De Mayo, Como las cabelleras De las fuentes dormidas, Que os despreciaba, y luego Se fué de vuestro campo? ¡Oh, dulce idilio roto Sobre la fresca juncia! ¡Pero vivi! ¡qué diantre! Me habéis sido simpático. El lema de «me opongo A la serpiente» triunfa En esa gran papada De arzobispo cristiano. Ya se ha disuelto el sol En la copa del monte, Y enturbian el camino Los rebaños. Es hora de marcharse, Dejad la angosta senda Y no continuéis Meditando, Que lugar tendréis luego De mirar las estrellas Cuando os coman sin prisa Los gusanos. ¡Volved a vuestra casa Bajo el pueblo de grillos! ¡Buenas noches, amigo Don Lagarto! Ya está el campo sin gente, Los montes apagados Y el camino desierto; Sólo de cuando en cuando Canta un cuco en la umbría De los álamos.
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PATIO HÚMEDO
LAS arañas Iban por los laureles. La casualidad Se va tornando en nieve, Y los años dormidos Ya se atreven A clavar los telares Del siempre. La Quietud hecha esfinge Se ríe de la Muerte Que canta melancólica En un grupo De lejanos cipreses. La yedra de las gotas Tapiza las paredes Empapadas de arcaicos Misereres. ¡Oh, torre vieja! Llora Tus lágrimas mudéjares Sobre este grave patio Que no tiene fuente. Las arañas Iban por los laureles.
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BALADA DE LA PLACETA
CANTAN los niños En la noche quieta: ¡Arroyo claro, Fuente serena! Los NIÑOS. ¿Qué tiene tu divino Corazón en fiesta? Yo. Un doblar de campanas Perdidas en la niebla. Los NIÑOS. Ya nos dejas cantando En la plazuela. ¡Arroyo claro, Fuente serena! ¿Qué tienes en tus manos De primavera? Yo. Una rosa de sangre Y una azucena. Los NIÑOS. Mójalas en el agua De la canción añeja. ¡Arroyo claro, Fuente serena! ¿Qué sientes en tu boca Roja y sedienta? Yo. El sabor de los huesos De mi gran calavera. Los NIÑOS. Bebe el agua tranquila De la canción añeja. ¡Arroyo claro, Fuente serena! ¿Por qué te vas tan lejos De la plazuela? Yo. ¡Voy en busca de magos Y de princesas! Los NIÑOS. ¿Quién te enseñó el camino De los poetas? Yo. La fuente y el arroyo De la canción añeja. Los NIÑOS. ¿Te vas lejos, muy lejos Del mar y dé la tierra? Yo. Se ha llenado de luces Mi corazón de seda, De campanas perdidas, De lirios y de abejas. Y yo me iré muy lejos, Más allá de esas sierras, Más allá de los mares, Cerca de las estrellas, Para pedirle a Cristo Señor que me devuelva Mi alma antigua de niño, Madura de leyendas, Con el gorro de plumas Y el sable de madera. Los NIÑOS. Ya nos dejas cantando En la plazuela, ¡Arroyo claro, Fuente serena! Las pupilas enormes De las frondas resecas, Heridas por el viento, Lloran las hojas muertas. {
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ENCRUCIJADA
OH, que dolor el tener Versos en la lejanía De la pasión, y el cerebro Todo manchado de tinta! ¡Oh, que dolor no tener La fantástica camisa Del hombre feliz: la piel —Alfombra del sol—curtida. (Alrededor de mis ojos Bandadas de letras giran.) ¡Oh, que dolor el dolor Antiguo de la poesía, Este dolor pegajoso Tan lejos del agua limpia! ¡Oh, dolor de lamentarse Por sorber la vena lírica! ¡Oh dolor de fuente ciega Y molino sin harina! ¡Oh, que dolor no tener Dolor y pasar la vida, Sobre la hierba incolora De la vereda indecisa! ¡Oh, el más profundo dolor, El dolor de la alegría. Reja que nos abre surcos Donde el llanto fructifica! (Por un monte de papel Asoma la luna fría) ¡Oh dolor de la verdad! ¡Oh dolor de la mentira!
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HORA DE ESTRELLAS
EL silencio redondo de la noche Sobre el pentágrama Del infinito. Yo me salgo desnudo a la calle, Maduro de versos Perdidos. Lo negro, acribillado Por el canto del grillo, Tiene ese fuego fatuo, Muerto, Del sonido. Esa luz musical Que percibe El espíritu. Los esqueletos de mil mariposas Duermen en mi recinto. Hay una juventud de brisas locas Sobre el río.
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EL CAMINO
No conseguirá nunca Tu lanza Herir al horizonte. La montaña Es un escudo Que lo guarda. No sueñes con la sangre de la luna Y descansa. Pero deja camino, Que mis plantas Exploren la caricia De la rociada. ¡Quiromántico enorme! ¿Conocerás las almas Por el débil tatuaje Que olvidan en tu espalda? Si eres un Flanmarión De las pisadas, ¡Cómo debes amar A los asnos que pasan Acariciando con ternura humilde Tu carne desgarrada! Ellos solos meditan donde puede Llegar tu enorme lanza. Ellos solos, que son Los Bhudas de la Fauna, Cuando viejos y heridos deletrean Tu libro sin palabras. ¡Cuánta melancolía Tienes entre las casas Del poblado! ¡Qué clara Es tu virtud! Aguantas Cuatro carros dormidos, Dos acacias, Y un pozo del antaño Que no tiene agua. Dando vueltas al mundo, No encontrarás posada. No tendrás camposanto Ni mortaja, Ni el aire del amor renovará Tu substancia. Pero sal de los campos Y en la negra distancia De lo eterno, si tallas La sombra con tu lima Blanca ¡oh, camino! ¡Pasarás por el puente De Santa Clara!
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EL CONCIERTO INTERRUMPIDO
HA roto la armonía De la noche profunda, El calderón helado y soñoliento De la media luna. Las acequias protestan sordamente Arropadas con juncias, Y las ranas, muecines de la sombra, Se han quedado mudas. En la vieja taberna del poblado Cesó la triste música, Y ha puesto la sordina a su aristón La estrella más antigua. El viento se ha sentado en los torcales De la montaña obscura, Y un chopo solitario—el Pitágoras De la casta llanura— Quiere dar con su mano centenaria, Un cachete a la luna.
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CANCIÓN ORIENTAL
ES la granada olorosa Un cielo cristalizado. (Cada grano es una estrella Cada velo es un ocaso) Cielo seco y comprimido Por la garra de los años. La granada es como un seno Viejo y apergaminado, Cuyo pezón se hizo estrella Para iluminar el campo. Es colmena diminuta Con panal ensangrentado Pues con bocas de mujeres Sus abejas la formaron. Por eso al estallar, ríe Con purpuras de mil labios... La granada es corazón Que late sobre el sembrado, Un corazón desdeñoso Donde no pican los pájaros, Un corazón que por fuera Es duro como el humano, Pero da al que lo traspasa Olor y sangre de mayo. La granada es el tesoro Del viejo gnomo del prado, El que habló con niña Rosa, En el bosque solitario, Aquél de la blanca barba Y del traje colorado. Es el tesoro que aún guardan Las verdes hojas del árbol. Arca de piedras preciosas En entraña de oro vago. La espiga es el pan. Es Cristo En vida y muerte cuajado. El olivo es la firmeza De la fuerza y el trabajo. La manzana es lo carnal, Fruta esfinge del pecado, Gota de siglos que guarda De Satanás el contacto. La naranja es la tristeza Del azahar profanado, Pues se toma fuego y oro Lo que antes fué puro y blanco. Las vides son la lujuria Que se cuaja en el verano, De las que la iglesia saca Con bendición, licor santo. Las castañas son la paz Del hogar. Cosas de antaño. Crepitar de leños viejos, Peregrinos descarriados. La bellota es la serena Poesía de lo rancio, Y el membrillo de oro débil La limpieza de lo sano. Más la granada es la sangre, Sangre del cielo sagrado, Sangre de la tierra herida Por la aguja del regato. Sangre del viento que viene Del rudo monte arañado. Sangre de la mar tranquila, Sangre del dormido lago. La granada es la prehistoria De la sangre que llevamos, La idea de sangre, encerrada En glóbulo duro y agrio, Que tiene una vaga forma De corazón y de cráneo. ¡Oh granada abierta!, que eres Una llama sobre el árbol, Hermana en carne de Venus, Risa del huerto oreado. Te cercan las mariposas Creyéndote sol parado, Y por miedo de quemarse Huyen de ti los gusanos. Porque eres luz, de la vida, Hembra de las frutas. Claro Lucero de la floresta Del arroyo enamorado. ¡Quién fuera como tú, fruta, Todo pasión sobre el campo!
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CHOPO MUERTO
¡CHOPO viejo! Has caído En el espejo Del remanso dormido, Abatiendo tu frente Ante el poniente. No fué el vendaval ronco El que rompió tu tronco, Ni fué el hachazo grave Del leñador, que sabe Has de volver A nacer. Fué tu espíritu fuerte El que llamó a la muerte, Al hallarte sin nidos, olvidado De los chopos infantes del prado. Fué que estabas sediento De pensamiento, Y tu enorme cabeza centenaria, Solitaria Escuchaba los lejanos Cantos de tus hermanos. En tu cuerpo guardabas Las lavas De tu pasión, Y en tu corazón, El semen sin futuro de Pegaso. La terrible simiente De un amor inocente Por el sol del ocaso. ¡Qué amargura tan honda Para el paisaje, El héroe de la fronda Sin ramaje! Ya no serás la cuna De la luna, Ni la mágica risa De la brisa, Ni el bastón de un lucero Caballero. No tornará la primavera De tu vida, Ni verás la sementera Florecida. Serás nidal de ranas Y de hormigas. Tendrás por verdes canas Las ortigas, Y un día la corriente Sonriente Llevará tu corteza Con tristeza. ¡Chopo viejo! Has caído En el espejo Del remanso dormido. Yo te vi descender En el atardecer, Y escribo tu elegía, Que es la mía.
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CAMPO
EL cielo es de ceniza. Los árboles son blancos, Y son negros carbones Los rastrojos quemados. Tiene sangre reseca La herida del Ocaso, Y el papel incoloro Del monte, está arrugado. El polvo del camino Se esconde en los barrancos. Están las fuentes turbias Y quietos los remansos. Suena en un gris rojizo La esquila del rebaño, Y la noria materna Acabó su rosario. El cielo es de ceniza Los árboles son blancos.
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LA BALADA DEL AGUA DEL MAR
EL mar, Sonríe a lo lejos. Dientes de espuma Labios de cielo. ¿Qué vendes; oh joven turbia Con los senos al aire? —Vendo señor, el agua De los mares.— ¿Qué llevas, oh negro joven, Mezclado con tu sangre? —Llevo señor el agua De los mares.— ¿Esas lágrimas salobres De dónde vienen, madre? —Lloro señor, el agua De los mares.— ¿Corazón; y esta amargura Seria, de dónde nace? —¡Amarga mucho el agua De los mares!— El mar Sonríe a lo lejos. Dientes de espuma Labios de cielo.

Federico García Lorca. Canciones, Poemas y Romances

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